16: Equipo inesperado pt.1
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LOS PASOS DE PETER ERAN LO ÚNICO QUE resonaban en la solitaria preparatoria.
La noche había llegado antes de lo esperado, como un velo que cubría todo a su paso. La tenue luz de la luna era lo único que acompañaba la solitaria cancha de básquet, resaltando las líneas desgastadas y el aro un poco oxidado. Los marcos de las ventanas apenas parecían soportar el peso de los cristales, pero era suficiente como para que no terminaran en el suelo hecho trizas. Las tribunas vacías y cubiertas por el manto misterioso de la noche, eran recorridas por el silbido de un viento helado que lograría provocarle a cualquiera un escalofrío por todo el cuerpo.
Pero Peter estaba furioso.
Su cuerpo cubierto de una gruesa capa de sudor hacia que su camiseta de equipo se pegara en su piel como si fuese pegamento. Los movimientos bruscos que ejercía contra la pelota de básquet hacían que sus músculos se tensaran hasta casi provocarle calambres. Nunca en su vida había escuchado los latidos de su propio corazón tan acelerados. Su mirada ceñida de vulnerabilidad y sus labios apretados en una delgada línea eran suficientes razones para alejarse de él. A cualquiera lo llenaría de miedo; sin embargo, no era eso lo que provocaba en Verónica.
La rubia caminó junto a las tribunas con pasos cautelosos. La luz que se filtraba a través de las ventanas llegaba a su piel de vez en cuando haciéndola lucir aún más pálida. Verónica se detuvo abruptamente cuando Peter se volteó en su dirección con el ceño fruncido. No parecía estar confundido, sino más bien molesto ante su presencia. Verónica se tensó. Siempre estaba preparada para lo peor.
—¿Vienes aquí para matarme? —preguntó Peter, apoyando la pelota de básquet en su cintura.
—Si te quisiera muerto ya lo estarías —le aseguró ella, escudriñando a su alrededor.
—Desearías —murmuró él antes de darse la vuelta y continuar lanzando al aro.
Verónica se detuvo a unos pasos detrás de él y observó con atención cada uno de sus movimientos. El sudor hacía que su piel brillara con la poca luz de la luna y eso provocaba una extraña reacción en Verónica. La rubia recogió dos mechones de cabello detrás de sus orejas y se aclaró la garganta.
—No espero que me perdones, en lo absoluto —dijo—. Sin embargo, nunca fue mi intención que esto sucediera, Peter. Yo solo quiero ayudar, y creo que sé cómo hacerlo.
Peter se mofó de sus palabras.
—Claro, ¿Y Christopher no está detrás de todo esto, cierto? —Dejó que la pelota rebotara en el suelo y se giró para ver a Verónica—. Me irrita que creas que soy ingenuo solo porque fui amable contigo.
—No creo que seas ingenuo, en absoluto. De verdad, quiero ayudar.
Peter respiró hondo.
—No necesito tu ayuda, Verónica. Y aunque así fuera, serías a la última persona a la que acudiría.
Los puños de Verónica se cerraron automáticamente, como si aquellas palabras le hubiesen molestado. Cerró sus ojos para calmar la ira que parecía quemar su garganta. Solo podía escuchar el eco insoportable de su madre, llamándola débil y traidora. Sin embargo, Verónica logró acallar su voz y desviar su enojo hacia lo que consideraba correcto.
—Haz lo que quieras —dijo ella, finalmente. Su voz sonaba firme como si de otra persona se tratase—. Pero que conste que mientras tú te comportas como si tuvieras la solución de todo en la palma de tu mano, tu amigo está atrapado en un alambre eléctrico y siendo torturado. Y si fuera tú, me pondría a trabajar en un plan, enfocándome en lo importante, en lugar de estar aquí, jugando con una pelota.
Verónica se dio la vuelta bruscamente, decidida a retirarse del lugar, hasta que la voz de Peter la obligó a detenerse.
—Espera —dijo él—. Hay alguien más aquí.
En ese preciso instante, una flecha pasó rozando la cabeza de Verónica y fue directo al hombro de Peter. Él cayó de rodillas al suelo, completamente adolorido. El cuerpo de Verónica se tensó y observó a su alrededor con alerta. Sus ojos rebuscaron en toda la direcciones una posible amenaza, pero se distrajo en cuanto escuchó el gruñido de Peter. Se giró sobre sus talones y se topó con un par de ojos dorados. Verónica no lo pensó dos veces antes de arrancarle la flecha del hombro, Peter soltó un gemido de dolor.
—Necesito que te controles —ordenó ella—. No es Christopher, él nunca usa el arco.
En lugar de pronunciar una palabra, Peter se arrastró rápidamente hacia Verónica y la abrazó por la cintura justo antes de que un disparo resonara a su alrededor. Una bala de plata pasó silbando cerca de la oreja, dejándole una leve rozadura en el lóbulo superior. Sin embargo, Verónica ni siquiera mostró reacción. Los brazos de Peter se cerraron alrededor de ella, y juntos golpearon contra el frio suelo al aterrizar.
Peter tomó con firmeza la mano de Verónica y la arrastró consigo hasta que lograron refugiarse debajo de las gradas.
—¿Te buscan a ti? —preguntó Verónica, desconcertada.
—No sabría decirlo. Esa bala iba directo a tu cabeza —dijo Peter con la voz agitada.
—Bueno, definitivamente buscaban debilitarte con esa flecha.
—Por suerte, soy más fuerte de lo que creen —replicó él, dándole una mirada fugaz a la rubia.
Un golpe secó los alertó a ambos. Verónica, quién aún no había soltado la mano de Peter, apretó su agarre y cerró sus ojos. No le asustaba el hecho de que probablemente estuvieran buscándola a ella para matarla, le asustaba la posibilidad de que su madre estuviera entre ellos.
Verónica le dirigió una mirada suplicante a Peter.
—Necesito un favor —murmuró cuando se escuchó otro tiro. Apretó sus dientes.
Peter alzó sus cejas con una evidente confusión en ellos.
—Necesito saber si mi madre está entre ellos. Necesito que te acerques y me digas si hay una mujer rubia de cabello ondulado allí.
—¿Perdiste la cabeza, Verónica? —espetó Peter—. De verdad tienes ganas de que me asesinen.
—¿Podrías confiar en mí al menos una vez? —suplicó Verónica entre dientes—. Sé que hacer, pero primero quiero saber si ella está aquí.
Peter volteó los ojos soltando un resoplido.
—Si muero, juro revivir y arrastrarte conmigo a la tumba por toda la eternidad. —Entrelazó los dedos de sus manos y apuntó a Verónica con ellos.
—Sé que tratas de molestarme con eso, pero no me parece una mala idea —admitió la rubia, divertida.
Los ojos de Peter se dirigieron nuevamente hacia ella y notó una pequeña sonrisa asomándose en su rostro. Estuvo a punto de imitarla, pero rápidamente volvió la mirada en dirección contraria al darse cuenta de que no podría contenerse. No era una buena idea, pensó. Tampoco estaba atravesando una buena racha, pero si quería saber dónde se encontraba su amigo para salvarlo, primero debía asegurarse de que Verónica siguiera respirando ya que era la única que parecía tener interés en contarle. Sin embargo, había algo dentro de él que le impedía desconfiar por completo de Verónica. Ella había sido sincera, incluso cuando no tenía por qué serlo, y Peter lo sabía porque siempre prestaba atención a los latidos de su corazón. Estaba atento a ella, aunque estaba casi convencido de que solo actuaba con precaución, haciendo hincapié en "casi", porque a veces, durante las noches, no dejaba de pensar en Verónica de maneras que le resultaban extrañas, y no siempre se trataba de sus sospechas. A veces, la imagen de su cabello casi blanco o de sus oscuros ojos aparecía en su mente. En otras ocasiones, solo se sumía en el recuerdo del día en que casi se besaron; sin embargo, pronto otro recuerdo cruel lo atacaba, recordándole de manera dolorosa la muerte de su padre.
Ya ni siquiera estaba seguro de como sentirse con eso.
Cerró sus ojos e inhaló profundamente, moviendo la cabeza de un lado a otro intentando convencer a su propio cerebro de que era una buena idea. Con una última mirada dirigida a Verónica, Peter salió de las gradas dando grandes zancadas, aunque su cuerpo aún se encontraba envuelto en la oscuridad del lugar. Sus ojos volvieron a brillar de un dorado intenso y luego soltó un fuerte rugido con el aire que aún guardaba en sus pulmones, ocasionando un eco escalofriante que rebotó en cada rincón del gimnasio, y fue en ese momento cuando los cazadores se volvieron para mirarlo. Por suerte para él, ninguno de ellos llevaba algo que cubriera su rostros, revelando que la mayoría eran hombres y solo una chica pelirroja en medio; asi que no le fue dificil adivinar que la madre de Verónica no se encontraba allí.
—¡Ella no está aquí! —confirmó con un grito.
No hubo respuesta. Peter se alarmó cuando se percató de que ella había desaparecido de su campo de visión. ¿Lo había dejado solo? La misma punzada al sentirse traicionado se presentó en su pecho una vez más. Pensó que tal vez debía comenzar a acostumbrarse a ese sentimiento, sobre todo cuando se tratataba de Verónica, la única cazadora vinculada con los Argent quién parecía tener un poco de control sobre su alrededor. No le agradaba que eso sucediera; pudo haberse ido en cuanto percibío el aroma de ella ingresando al gimnasio de la escuela y haberse ahorrado la probable humillación de haber confiado en ella una vez más. Pero su cercanía era por poco inevitable. Por más que así lo quisiera, Peter no podía dejar de pensarla, mucho menos ignorar su simple pero afable presencia.
Cuando Peter regresó la mirada hasta el grupo de cazadores que parecían más que dispuestos a terminar con él, sus ojos se encontraron con una chica pelirroja que sostenía una ballesta apuntándolo directamente. La flecha que lanzó en un suspiro pudo haber perforado el pecho de Peter de no haber recibido un impacto contra su cuerpo que logró desviar la dirección hasta una pared cercana. La pelirroja jadeó al sentir el golpe del suelo contra sus costillas.
Cuando logró recuperarse, Verónica se puso de pie habilidosamente rápido y pateó la cabeza de Victoria, la pelirroja, con una fuerza descomunal, experimentando una clase de sentimiento intenso hervir en sus venas. No podía definirlo como nada que hubiera sentido antes, pero sin duda, le recordaba a la ira que habitaba dentro suyo, aquella que nunca se permitía utilizar a menos que su madre la forzara. Y no sucedía siempre, pero lo poco que logró provocar con su verdadera naturaleza fue lo suficientemente bueno como para que su madre se sintiera orgullosa, y ella útil.
Peter estuvo a punto de formar una sonrisa cuando la distinguió entre la oscuridad. Llevaba la capucha de su abrigo sobre su cabello recogido, sabía que se trataba de Verónica aunque estuviera cubriendo la mayor parte de su cuerpo con ropa negra. Hubiese contemplado su lucha por otro minuto completo si uno de los otros cazadores no hubiese atinado con golpearlo en el rostro. Por suerte, las habilidades de Peter no habían dejado de funcionar; asi que esquivó velozmente el puñetazo y se lo devolvió antes de que el chico pudiera darse cuenta de lo que estaba sucediendo. Un par de salpicaduras de sangre se aferraron a la piel de su rotro al mismo tiempo que el iris de sus ojos brillaban con más intencidad, haciéndolo lucir aterrador bajo la luz de la luna; sin embargo, no se comparaba con la escena frente a él. Contuvo la respiración en cuanto se encontró con la mirada vacía de Verónica, momentos antes de clavarle la punta filosa de una de las flechas perdidas en el ojo de uno de los cazadores.
—Pero, que... —susurró para sí mismo.
El chico había soltado un grito de tortura mientras caía al suelo, completamente adolorido. El rostro de Victoria pareció endurecerse, pero no hizo ni dijo nada para intentar detener la situación. Incluso cuando Verónica golpeó a su siguiente objetivo, ni siquiera amagó con intervenir en la pelea para salvar a su compañero de ser herido por una bala. Únicamente le tomó diez segundos dirigir su mirada hacia Peter, solo para encontrárselo quieto en su lugar, atónito, y regresar su atención a su último compañero, que había terminado inconsciente en el suelo por los golpes de Verónica.
Victoria se había erguido cuando la rubia dio por finalizada la pelea. Un silencio sepulcral inundó el gimnasio en solo segundos, y lo único que alcanzaban a escuchar en todo el lugar eran sus propias respiraciones irregulares.
—Te conozco —habló Verónica, finalmente, luego de unos interminables minutos—, y sé cuán valiosa eres para Christopher. No pierdas ese privilegio por tratar de matar a Peter.
—¿Privilegio? —soltó Victoria, desconcertada.
—El privilegio de no matarte justo ahora por ser importante para mi mejor amigo
Victoria inclinó la cabeza a un lado.
—¿"Mejor amigo"? Eso es nuevo —se burló—. Estaba casi segura de que su vínculo era mayor
Verónica caminó hacia ella con pasos lentos, pero decididos. Ladeó la cabeza al igual que la pelirroja, pero en dirección contraria. Era bastante obvio que Victoria se refería a su repentino compromiso.
—Es por eso que uno debe estar completamente seguro antes de hablar, ¿no es así? —amenazó discretamente.
Peter, quien estaba observando en silencio a lo lejos, se preguntó por qué Verónica actuaba como si en verdad le interesara su bienestar. ¿Era un plan? ¿Acaso ella estaba planeando asesinarlo con sus propias manos? Luego de haberla visto luchar de forma casi sádica, estaba convencido de que podría lograr su cometido casi sin esfuerzo.
—Estás protegiendo a un depredador —masculló Victoria.
—Es a mí a quien protejo —le aseguró antes de darse la vuelta y posar su mirada en los cuerpos—. Llévate a los que aún respiran y miente sobre los que no van a volver.
—¿Por qué te haría caso? —inquirió Victoria, cruzándose de brazos.
—Porque si no, serás parte de los que no van a volver.
Victoria se mantuvo en silencio mientras Peter se acercaba sigilosamente a ambas. Su atención estaba en Verónica y en la forma en que su comportamiento pareció haberse transformado drásticamente luego de la pelea. Si no hubiese sido por su apariencia física, habría estado convencido de que se trataba de una persona completamente diferente a Verónica. Inclusive había estado callado porque se obligó a examinarla con la mirada más de una vez, durante la tensa conversación entre ambas chicas.
—Verónica, no creo que... —Peter intentó decir, pero la voz de la pelirroja lo interrumpió.
—Lo haré —aceptó—, pero quiero una condición.
—¿Qué cosa? —preguntó Verónica, intrigada.
—Christopher no debe enterarse.
[...]
Verónica arrastró sus pies sobre el pavimento, sintiendo cada paso como si llevara piedras en sus zapatos.
El esfuerzo físico repentino que la había sacudido momentos antes comenzó a pasarle factura. Un dolor profundo le recorrió los huesos, pero nada parecía lo suficientemente molesto como para que su mente se librara de la única persona que tenía el poder de robarse sus pensamientos. La presencia de Peter dentro de su cabeza comenzó a tornarse incómoda y, sobre todo, desesperante. ¿Cómo podía alguien provocar ese tipo de sentimientos, y al mismo tiempo aferrarse a su mente sin siquiera darle la opción de poder hacerlo desaparecer?
Verónica se detuvo a la orilla de la carretera y levantó su cabeza al cielo mientras inspiraba débilmente. No podía engañarse a sí misma. Aunque tuviera la posibilidad de escapar de la imagen de Peter dentro de su cabeza, se resistiría hasta el último segundo con tal de que no sucediera. Lo cierto era que, últimamente, lo único que la ayudaba a conciliar el sueño durante las noches que más la perturbaba, era él y sus hipnóticos ojos azules que parecían mirarla de una forma especial. O al menos a ella le agradaba creer eso.
A lo lejos se escuchó el estruendo de una tormenta que se acercaba al pueblo. Verónica abrió sus ojos y observó el cielo cubierto de nubes oscuras que parecían dispuestas a robar el hermoso azul de la noche. Los relámpagos la arrastraron al día en que decidió tomar la mano de Peter para consolarlo. No podía quitarse de la cabeza lo que había experimentado aquel día; sentimientos que le provocaban sueños en los que deseaba nunca despertarse. Aún podía recordar la electricidad mágica que le había recorrido el cuerpo aquel día. Y por supuesto, también la llevaba a recapitular la vez en que Peter tomó su mano por primera vez.
Verónica pensó que lo que sea que estuviese sintiendo por él, ya era demasiado tarde para retroceder.
—Espero terminar muerta —deseó al cielo. Verónica, mejor que nadie, sabía que dejar de respirar era el menor de los castigos.
—Si eso pasa, ¿quién va a protegerme? —La voz jadeante de Peter la tomó por sorpresa, pero no la asustó.
Verónica solo dejó de caminar, como si él la hubiese tirado del brazo hacia atrás. Su mano derecha comenzó a temblar ante su presencia; sin embargo, al darse la vuelta, Peter solo se encontró con una mirada inexpresiva de su parte.
—Quise evitarlo, pero me fue imposible. Vine tan rápido como pude para alcanzarte —dijo él, como si le debiera alguna clase de explicación.
—¿Qué buscabas evitar? —preguntó Verónica.
Un par de gotas cayeron del cielo cuando Peter dio un paso indeciso hacia ella. Amagó con dar otro, pero temió que Verónica fuera a tomar distancia por miedo o enojo. No lo sabía, pero si el resultado era verla alejarse de él, lo desesperaba de tan solo pensarlo.
—Darle la razón a una cazadora —respondió Peter luego de un largo silencio.
Verónica quiso sonreír, pero enseguida se percató de qué él aún traía puesto su uniforme del equipo de baloncesto. Entonces supuso que tal vez, mientras él pasaba todo el tiempo debatiéndose en sí ir tras ella era buena idea o no, Verónica estaba a punto de perder la cabeza por su culpa. Ni siquiera le había dado tiempo de cambiarse, y cuando Verónica bajó la mirada hasta su propia ropa, solo entonces, se dio cuenta de que no podía llegar en ese estado a su casa. La mejor opción, entre todas, era escabullirse hasta su cuarto y cambiarse de ropa para deshacerse de la que ya estaba llena de sangre; sin embargo, no existía esa clase de privacidad cuando su madre estaba cerca. Mucho menos cuando Verónica no había pasado su casa en todo el día.
—Necesito quemarlo —murmuró como si se lo estuviese recordando.
Peter la escuchó y la observó con una mezcla de confusión y sorpresa ante sus palabras que le resultaban un sinsentido. Se señaló a si mismo en silencio para luego carraspear con nerviosismo al cruzarle una idea perturbadora por la mente.
—¿Te refieres a mí? —inquirió Peter con una voz inusualmente aterrada—. ¿Quemarme a mí?
Verónica dejó de prestarle atención a su ropa cuando lo escuchó. Alzó la mirada hasta Peter solo para ver lo confundido que se encontraba en ese momento. Verónica estaba segura de que si respondía con una afirmación a las preguntas, él estaría a punto de suplicar que no lo hiciera. Le causó gracia por un breve momento, pero pronto la angustia eclipsó el rostro pálido de Verónica.
—Casi sacrifico mi lugar por ti, Peter —habló con la voz un poco más apagada—. No te quemaré, solo hablaba de mi ropa.
Peter se dio cuenta del cambio brusco en Verónica. No siempre actuaba como la chica más alegre del universo, pero tenía cierta facilidad para ocultarlo lo suficiente como para que nadie creyera que la estaba pasando mal.
Ahora no.
Verónica lucía pensativa como si no estuviera segura de que era lo que debía hacer. ¿Qué era correcto, qué no lo era? ¿Estaba bien ayudarlo, o su madre la trataría de idiota por lo mismo? Ni siquiera podía pensar en decírselo. De solo imaginarse la expresión de disgusto que se le formaría, le entraba un pánico terrible casi ridículo.
—¿Te sientes bien? —preguntó Peter, acercándose hacia ella con preocupación.
—¿Acaso viste lo que sucedió hace unos momentos? Yo soy la que terminó ilesa, para tu buena suerte. —Ella forzó una sonrisa y se dio la vuelta para seguir caminando.
Peter se adelantó y la tomó del brazo, deteniéndola.
—No me refería a eso.
Verónica frunció el ceño, pero luego lo entendió. Bajó la mirada hasta donde Peter aún la estaba sujetándo del brazo y soltó un risa nasal.
—Creí que estabas molesto, no pensé que te preocuparas por mis ánimos ahora —confesó ella.
Y aunque era lo que Verónica esperaba que sucediera, Peter no soltó su agarre en ningún momento, sino que, por el contrario, aumentó la fuerza de su agarre para atraerla unos pasos hacía él. Verónica sintió la calidez de la piel de Peter calando en sus huesos.
—Tal vez soy un idiota —dijo—, pero no creo que arriesgues tanto solo por divertirte conmigo. Lo que hiciste allí..., no tengo idea de cómo agradecértelo.
—No tienes que hacerlo, sentí que te lo debía —habló Verónica con un tono calmado—. Lo que hice con Jacob estuvo mal, pero me cortaría las venas si no te dijera que en verdad no sabía nada sobre eso.
Peter soltó el brazo de Verónica y ella formó una sonrisa en sus labios.
—¿Estabas midiendo mi pulso para saber si mentía, cierto? —preguntó.
Peter negó lentamente sin quitarle los ojos de encima.
—Te estaba quitando el dolor —admitió en un susurro.
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