15: Culpa
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VERÓNICA RODEÓ LA FECHA ESCRITA EN su cuaderno con su bolígrafo una y otra vez. La tinta negra se había impregnado con tanta presión en la hoja que había logrado traspasarla y marcar la de abajo también.
Era incapaz de olvidar lo ocurrido la noche anterior.
La voz de su profesor de biología comenzó a aglomerarse con la atroz revelación de su mejor amigo. Las palabras de Christopher martillaban en su cabeza, resultándole casi insoportable seguir aguantando aquella clase con normalidad. Pensó en levantarse y retirarse del lugar dando una patética e improvisada explicación; sin embargo, cuando alzó la cabeza para buscar al profesor, se dio cuenta de que unos ojos celestes ya estaban atentos en ella. Verónica se había olvidado por completo que Peter y ella compartían las mismas clases.
El profesor irrumpió la conexión de sus miradas cuando le hizo una pregunta a Peter sobre algo que Verónica no escuchó. Él respondió con rapidez y el hombre lo felicitó por dar una respuesta acertada, pero Peter no hizo más que asentir y regresar su atención a la chica. No parecía estar más interesado en otra cosa que no fueran los latidos desenfrenados del corazón de ella.
Verónica tuvo la impresión de que una bola enorme se formó en su estómago y subió hasta su garganta, dejándola casi sin aire. Se culpabilizó por saber lo que había sucedido con el amigo de él y empezó a carcomerle la consciencia. Y ni hablar del hecho de que era más que probable que la muerte del padre fuese algo más que solo medidas drásticas por llegar a "romper las reglas".
La culpa le revolvió tanto el estómago que cuando menos lo esperó, lo poco que había ingerido en el desayuno, subió hasta su garganta y sin más, vomitó en el suelo junto a ella. Jamás se había sentido tan observada como en ese momento. No fue capaz de mirar a su alrededor, solo confirmaría el hecho de que todos la estaban mirando y susurrando sobre ella. Juntó todo el valor y la fuerza que aún le restaba, y se fue del salón sin decir una sola palabra. Ni siquiera amagó con detenerse al oír la voz autoritaria de su profesor, solo caminó tan rápido como pudo y cerró la puerta del salón detrás de ella.
Entró al baño rápidamente, golpeando con fuerza la puerta sin poder dejar de ser consciente de que la culpa la estaba matando. Se lavó la boca y la cara bruscamente como si buscara quitarse más que la suciedad y el mal sabor. Jamás le había ocurrido algo como eso, se sintió completamente avergonzada. Se miró en el espejo una vez más, tratando de encontrar la confianza que le había faltado en los últimos días. Bajó la mirada al suelo cuando se dio cuenta de que la confianza en sí misma era algo que aún no conocía.
Salió del baño después de recoger su cabello en una coleta alta. Con las manos todavía temblorosas, se esforzó por lucir arreglada y en buen estado, a pesar de que la sensación de que caería al suelo de forma abrupta aún persistía en su mente.
A punto de encaminarse hacia su salón de regreso, Verónica notó por el rabillo del ojo una sombra que seguía sus pasos desde una corta distancia. Fue disminuyendo la velocidad de sus pasos gradualmente mientras la paranoia se extendía por todo su cuerpo. La probabilidad de que la estuvieran persiguiendo dentro de la escuela era casi nula, no debería existir un motivo realmente, pero Verónica sabía que siendo una cazadora, el porcentaje jamás serie de un cero absoluto. Sobre todo cuando las amenazas sedientas de sangre le pisaban los talones debido a la reciente muerte de un alfa importante.
Se detuvo tan pronto como una idea apareció en su mente. Después de todo, tal vez debería dejarse matar, o al menos dejarse herir por un par de garras y colmillos. Pensó que era lo justo. Pronto concluyó en que sería mucho peor si algo le ocurría. Sus padres podían ser todo lo que quisiera, pero definitivamente buscarían cualquier razón para iniciar una guerra entre los cazadores y lo sobrenatural. Atacar a su única hija, sin duda, sería un motivo infalible para verse como las víctimas.
Verónica cerró sus ojos e inspiró con fuerza y, sin saber que decisión tomar, su cuerpo fue incapaz de moverse. Durante años, la única voz de la razón externa a su madre, había sido Christopher. Pero, ¿ahora a quién acudiría para hacerle entender lo que sucedía con ella misma? No podía hacerlo sola, de eso estaba completamente segura. ¿Entonces, de dónde se sostendría? ¿Cuál sería su pilar si ni siquiera podía confiar en su mejor amigo?
Esperaba que la persona detrás de ella se hubiera esfumado, pero estaba equivocada.
—No quiero lastimarte —escuchó aquella voz conocida a tan solo unos pasos detrás de ella—. Solo olvidaste tus cosas, y yo.... ¿está todo bien?
Lentamente, y con un dolor punzante en el pecho, se dio la vuelta solo para encontrarse con Peter de pie, sosteniendo su bolso en una sola mano. En su mirada había un claro rastro de preocupación; sus cejas arrugadas y su mandíbula marcada junto con sus labios apretados dejaban en evidencia sus pensamientos.
—Te estás haciendo daño —advirtió Peter cuando percibió el olor metálico que desprendían los puños apretados de ella.
—Probablemente lo merezca —expresó Verónica en un murmullo y con sus dientes apretados, luchando con todo su cuerpo por no derramar ni una sola lágrima.
—¿Por qué lo harías? —insistió Peter.
Verónica mordisqueó el interior de sus mejillas, seguramente lastimándose aún más. Podría enumerarle las razones por las cuales merecía que la sangre brotara de su piel, pero las palabras se trabaron en el nudo de su garganta. Jamás se había sentido tan vulnerable frente a alguien, pero no en el mal sentido. Peter desprendía una confianza inigualable, algo que le provocaba aún más remordimiento del que ya cargaba en sus hombros. Y, por primera vez, consideró romper las reglas más allá de solo entablar una conversación con un hombre lobo.
Hubo una firme conexión en sus ojos cuando se encontraron. Verónica estaba convencida de que estaba a punto de marcar un antes y un después en su vida, y, seguramente, no tardaría demasiado en enfrentarse a las consecuencias. Pero una parte de ella estaba a solo segundos de colapsar porque sabía que, sin importar lo que hiciera, estaba destinada a convertirse en el patético clon de su madre. Dentro de su cabeza ya era algo inevitable; sin embargo, se formaba una pizca de esperanza sobre un futuro distinto cada vez que los ojos celeste de Peter la miraban con sinceridad.
Verónica no lo pudo resistir. Sentía que las palabras simplemente se deslizarían por su lengua y soltaría un lamento inexplicable para él.
—Lo siento —fueron sus palabras, pronunciado en un leve susurro que si no fuera por las habilidades auditivas de Peter, probablemente solo se hubiese convencido de que había oído mal.
Peter frunció el ceño, pero no tuvo oportunidad de preguntarle a qué se debía su disculpa cuando Verónica ya estaba dando zancadas en su dirección. Fue totalmente inesperado, y no solo para él. Ella apenas había tomado consciencia de lo que hacía hasta que fue demasiado tarde como para dar un paso hacia atrás, arrepentida. Sintiendo la necesidad hasta en las entrañas, Verónica se acercó a él y rodeó la cintura de Peter con sus delgados brazos, luchando contra la voz de su madre dentro de su mente que le exigía alejarse de aquél monstruo de inmediato. Sin embargo, ella estaba negada a hacerlo, aunque estaba prepara por si Peter la empujaba y se molestaba.
Pero eso nunca sucedió.
La rubia cerró sus párpados con fuerza, aferrándose con sus dedos al abrigo negro de Peter. Apretó su mejilla en el pecho de Peter, atrapando el aroma a naturaleza que su pecho desprendía en cada rincón de su memoria.
Peter soltó el bolso de Verónica, quedándose congelado en el mismo lugar, desconcertado.
—Lo siento —repitió ella—. Eres una buena persona, no lo merecías.
Con cuidado, Peter fue apoyando una de sus manos en el extremo de su cabeza, brindándole suaves caricias para lograr tranquilizarla. Con su otro brazo, la rodeó por encima de los hombros, acercándola aún más a su cuerpo.
—¿De qué estás hablando, Verónica? —preguntó él—. No comprendo. ¿Por qué me pides disculpas?
—Fui yo quién cazó a Jacob —confesó la rubia en voz baja. No pudo evitarlo; sus lágrimas brotaron de sus ojos tan de pronto como terminó aquella oración.
Peter soltó un "¿qué?" tan afilado en respuesta que la hizo temblar. Vaciló antes de romper el abrazo y dar un paso atrás. Verónica tuvo la impresión de que una parte de ella había quedado impregnada en él al separarse por completo. Sus ojos húmedos seguían cada uno de los movimientos de Peter, quien tampoco apartó su mirada de ella. Por un breve instante, se sintió extremadamente estúpido por haberse acercado a ella. Verónica se dio cuenta de lo que él estaba pensando y advirtió un sentimiento mucho más profundo que la culpa que ya había comenzado a invadirla.
—No lo sabía, Peter. Te juro que no lo supe hasta anoche —explicó rápidamente, esperando con todas sus fuerzas que él no buscara golpearla—. Te lo prometo.
El rostro de Peter se arrugó en una mueca y soltó una risa sin ninguna pizca de gracia, como si, de algún modo, creyera que Verónica le estaba tomando el pelo.
—¿Y tus promesas deben significar algo acaso? —cuestionó Peter, dando otro paso hacia atrás y Verónica recibió aquella pregunta como una daga en el estómago. Apenas había logrado levantarse de la cama por la mañana luego de haberle revelado la verdad a su madre sobre la muerte de su padre. Pero ahora, parecía que no tenía fuerzas ni siquiera para alejarse de ella—. Todo este tiempo buscando a mi amigo y resulta que tú lo habías cazado.
—¡No sabía que era él! —gimió Verónica en protesta.
—¡¿Y cuál es la maldita diferencia?! —espetó molesto—. ¡Ni siquiera lo conocías, y aún así creíste que lo mejor era matarlo!
Verónica bajó la mirada, incapaz de soportar la expresión angustiada y enfadada de Peter. Se relamió los labios y se sonó la nariz mientras una lágrima fina se deslizaba por su pálida mejilla. Estaba casi devastada, y no entendía por qué.
—Él no está muerto —le hizo saber—. Jacob sigue con vida.
Peter permaneció en silencio durante unos segundos, unos que parecieron casi una eternidad para Verónica, hasta que, sintiendo que podría caer derrotado en cualquier momento, no pudo soportar más estar frente a ella.
Verónica alzó la mirada al darse cuenta de que él había comenzado a alejarse. "Todos ustedes son la misma basura", murmuró Peter mientras se marchaba, desapareciendo al final del pasillo.
Se llevó una mano al pecho y tomó una bocanada de aire antes de exhalar con angustia. Examinó la palma de su otra mano solo para encontrarse con las heridas provocadas por sus propias uñas.
Odiaba el sentimiento que le provocaba decepcionar a las personas, sin importar quiénes fueran.
▌ NOTA DE AUTORA:
Soy consciente de que es uno de los capítulos más cortos que he escrito en este libro, pero se viene tanto drama (y algo que han estado esperando taaanto) que necesito tomarme un tiempo para escribir lo que tengo en mente hace meses. Como sea, besitos xoxo
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