🎀Jessi-Bear🐻
"Why I'm different?..."
Los adultos siempre decían que Jessica era una niña buena.
No solo sus padres, todos los adultos que la conocían lo mencionaban a sus progenitores luego de haberle dado unas palmaditas en la cabeza y proseguir a ignorarla para seguir diciendo lo mismo a su madre, ya que era esta quien decía tener el crédito por eso.
Siempre le dijeron que tenía que ser obediente, linda, delicada y sobre todo inteligente. No dejaban de argumentar que tenía que aspirar a ser así ¿Una niña bruta como niño? Oh, qué horror. Pero por supuesto era algo que solo oía de desconocidos externos a su familia, ya que su madre solo se conformaba con que fuese tranquila, bien portada y obediente a lo que ella le dijera. Luego de eso no le importaba lo demás, aunque a Jessica le hubiese gustado entender por qué los demás se esforzaban tanto por hacerle ver a su madre que no podía limitarse a eso siendo ella una niña, y por qué a ella le fastidiaba tanto.
Ella le decía que no tenía que preocuparse por ello, y Jessica la escuchaba atentamente dándole la razón. Su madre sabía mejor que nadie ¿No es así? Ella le recordaba que no tenía que dejar que nadie eligiera por ella lo que le gustaba o cómo quería vestir, pues no existen cosas de niños y niñas. Lo cierto es... Que a su edad de cuatro años, Jessica entendía apenas un poco de lo que se refería Shannon, cosa normal y de esperar cuando apenas eres una niña que solo quiere divertirse y no entiende el mundo todavía.
Jessica todavía no comprendía el mundo que la rodeaba, y a veces deseaba haberse quedado en ese estado de pura inocencia e ingenuidad. Sin embargo tenía que crecer algún día, y con ello conocer un poco más aquel aterrador y agresivo mundo exterior, empezando primero con aquello a lo que llamaban "Preescolar".
Dijeron que conocería a niños y niñas de su edad para jugar, que haría amigos y que aprendería muchas cosas interesantes con sus amables y animadas maestras. No le convencía mucho ir, ella ya hacía muchas cosas divertidas con sus padres y también aprendía de ellos ¿Para qué hacer lo mismo en otro sitio lejos de ellos?
No lloró ni hizo mucho escándalo cuando la dejaron en el salón "Conejito", limitándose a presentarse al igual que el resto de sus compañeros, para luego sentarse sola en una de las mesas y ponerse a hacer la actividad que sus maestras pedían, que era dibujar algo que les pareciera bonito.
Jessica pensó un rato y luego se decidió a dibujar a "Maggie", su infaltable osa de peluche que la acompañaba siempre que tenía miedo. Shannon se la había dado en la entrada del salón al notarla tan nerviosa, sabiendo que aquel peluche que estaba a su lado desde su nacimiento era lo único que podría calmarla lo suficiente mientras estaba lejos de casa.
Tomó el crayón azul claro y empezó a dibujar. Maggie le parecía especialmente linda comparado a los ordinarios osos marrones con listón rojo que veía comúnmente. Él era de un color azul pastel claro, con barriga blanca como la nieve y ojos negros y brillantes. Sí tenía un listón en la oreja cuando se lo regalaron, sin embargo ella creyó que se vería mejor teniéndolo en el cuello. Incluso se tomó la molestia de borronear el nombre que le habían escrito en la etiqueta con forma de corazón. A su criterio, el nombre de Maggie sonaba más bonito para su osa que Tyler, y eso que le gustaba mucho ese nombre.
Algunos adultos habían comentado que quizá un oso rosa habría sido más apropiado para ella, sin embargo a Jessica le encantaba el color azul y estaba feliz con haber recibido a su mejor amiga color cielo.
Le gustaba dibujar, se sentía inmersa en su labor aunque no fuese la gran cosa, y podría haberse dedicado exclusivamente a seguir pintando a su osa de no ser porque en cierto momento empezó a sentir una mirada insistente sobre ella. Lo había notado cuando alzó la mirada un milisegundo en busca de un crayón azul oscuro, y luego la sensación de ser observada se hizo más intensa hasta que no pudo contenerse en levantar la cabeza y buscar disimuladamente a quien la estaba haciendo sentir tan incómoda.
Terminó por encontrarlo. Era un niño al otro lado del salón. Usaba gafas, tenía el cabello café y muy desordenado, piel morena y banditas de colores pegadas en los brazos y una en la mejilla. No se veía muy concentrado para cumplir lo pedido por las maestras, sino más bien para mirarla fijamente como si ella fuese un bicho raro o algo así. Casi parecía que no hubiese visto a una niña en su vida entera, aunque eso era algo raro ya que obviamente no era la única niña presente en el salón, aunque sí la más fácil de observar sin tener que moverse de su sitio.
Trató de ignorarlo por un rato, convencida de que solo era otro niño curioso y ya, pero al pasar de los minutos seguía notando que no le despegaba los ojos de encima ¿Acaso probaba una imaginaria visión de rayos laser o qué? Se removió algo incomoda y entonces su maestra anunció que podían salir al patio a jugar.
Se habría levantado al mismo tiempo que todos para salir, mas prefirió esperar a que la avalancha de niños eufóricos pasara primero antes de permitir que la aplastaran en el camino.
Aquel jardín se veía bastante tentador como para jugar, no mentiría. Si esto fuese un paseo en el parque de juegos con sus padres ya estaría columpiándose con la ayuda de su madre y deslizándose por el tobogán para que su padre la atrapara al final y le abrazase cariñosamente antes de subirla a la cima de nuevo. El único inconveniente era estar sola, rodeada de niños desconocidos que ya se habían integrado bien en sus grupos y jugaban animadamente.
Abrazando con fuerza a Maggie, Jessica salió del salón y fue directo a sentarse bajo un árbol para observar a sus compañeritos divertirse. Se fijó en el niño de gafas que la había estado mirando antes en el salón y se encontraba con otros cuatro niños en el pasa manos. Por su forma brusca de jugar y el lenguaje, intuía que jugaban a los piratas. Le habría gustado unirse, a ella le encantaban, en especial por las peleas épicas con espadas.
Luego de un rato de hablar sola con Maggie, escuchó que alguien le hablaba. –Hola ¿Puedo sentarme contigo?
Jessica levantó la cabeza para encontrase nuevamente con el mismo niño de antes. Por reflejo abrazó aún más fuerte a Maggie y se quedó callada, cosa que no impidió al extraño que se sentase a su lado, todavía viéndola insistentemente como si esperara que le dijera algo.
–Me llamo Michael ¿Tú cómo te llamas?
–Uh... –Dudó un poco sobre si responder. –Jessica...
–Es un lindo nombre. –Soltó el cumplido con una sonrisa, fijándose ahora en su peluda amiga azul. –¿Ese oso es tuyo? Es muy bonito.
El silencio reinó por un instante. La pecosa se giró a ver a su acompañante con el ceño fruncido. Era bastante hartante que todos asumieran que Maggie era un oso y uno una osa ¿Acaso era por fastidiarla? –Bonita. –Corrigió con voz severa, haciendo que Michael pusiera cara extrañada. –Es una osa y se llama Maggie. –Soltó casi como un puchero, esperando que ahora el niño le reprochara al igual que todo el mundo que el color lo confundió, más no fue así.
–Oh... Perdón. –Dijo con genuina pena, ahora hablándole a su amiga inanimada. –Lo siento mucho, osa Maggie.
Jessica tardó en procesar esa inesperada disculpa, y cuando lo hizo volteó de nuevo hacia adelante con falso aire ofendido. –Ella dice que lo pensará.
–¿Puedo convencerla invitándolas a ambas a jugar con nosotros a los piratas? Nos faltan dos y aun no decidimos quien sería el capitán. –Él explicó entusiasmado, levantándose con ella. –¿Quieres venir? Estoy seguro de que te dejarían ser la capitana.
De más estaba decir que esa oferta era tan tentadora que no pudo rechazarla por más que quisiera mantener su postura molesta y orgullosa luego de aquella ofensa a su amiga. –Está bien, vamos. –No le gustaban mucho los juegos bruscos, pero con Maggie cerca no podía pasarle nada malo, por lo que sin más que decir siguió a Michael hacia el pasa manos a donde se encontraban los otros niños.
En cuanto vieron a Michael acercarse con ella, vio cómo se detuvieron y le miraron con mala cara. Le recordaba mucho a la expresión que ponía su madre cuando su papá no sacaba la basura de la cocina, y ser consciente de esa comparación la hizo ahogarse en timidez. Le fue imposible no avanzar ahora procurando ponerse detrás de Michael, mirando al suelo una que otra vez mientras apretaba a Maggie contra ella.
–¡Chicos! Ella es Jessica, la traje para que jugara con nosotros. –La presentó, haciéndose a un lado para que la vieran.
–No queremos jugar con ella. Dile que se vaya. –Respondió uno de ellos, mirándole disgustado desde arriba del pasa manos. Ante esa respuesta, la niña retrocedió un poco.
–¿Por qué no? Ella sería una capitana excelente. Ustedes dijeron que nos faltaban más y...
–No queremos jugar con una niña, ellas tienen liendres. –Respondió otro. –Además son unas lloronas ¡No quiero jugar a las princesas! Una niña no podría ser capitana, dile que se vaya a jugar con las demás niñas.
Michael tenía cara de haberse quedado estupefacto. Volteó por un segundo hacia ella y luego a sus compañeros. Ella estaba lista para largarse de ahí y dejarlos a los seis jugar tranquilos, no necesitaba seguir escuchando aquellos insultos hirientes, pero entonces el de gafas se dirigió hacia ella parándose a su lado. Sintió que posaba su mano sobre su hombro, y habló con una firmeza que podría haber sorprendido hasta a su inanimada osita.
–No quiero.
–Entonces vete con ella.
–Está bien. –Respondió con simpleza. Tanto Jessica como los niños se quedaron con expresiones patidifusas. –¡Vamos, Jessica! Nosotros podemos jugar a los piratas solos.
Todavía sin haber procesado lo ocurrido, dejó a Michael guiarla lejos de aquellos irrespetuosos niños. Dentro de sus inocentes estándares no podía dejar de pensar que ese fue el acto de valor más determinado y lindo que alguien de su edad había tenido con ella en toda su vida, y se sintió poco merecedora de ello. Michael quizá esperaba de ella un compañero de juegos así de corajudo y atrevido para divertirse tanto como lo hizo con los otros chiquillos, no obstante ella no podía negar que ellos tuvieron razón al señalar que era algo miedosa y delicada cuando se trataba de jugar. Ella no podría darle a ese amable niño lo que otros sí podían.
–Entonces ¿Quiere jugar, mi capitana? ¡Estoy a sus órdenes! –Exclamó con entusiasmo a flor de piel. Aquella sonrisa radiante la hizo sentir aún más culpable por lo que le diría a continuación.
–No tenías que hacer eso. –Dijo en voz baja. –Te divertirás más con ellos. Y-Yo no soporto los juegos bruscos y...
–¿Ah? Descuida, yo tampoco. –Hizo un gesto de restar importancia. Si estaba mintiendo entonces no se le notaba ni un poco. –La verdad es que es divertido jugar con ellos, pero... No me gusta cuando llegan a los golpes. Me alegra que a ti tampoco te guste. No te dije nada al principio porque... Uh... Ellos dijeron que era ridículo.
–No lo es. –Se apresuró a decir, aproximándose a él a apoyar una mano en su hombro para impedir ver decaer su sonrisa. –Yo también estoy feliz de que estemos de acuerdo ¿Quieres dejar los piratas para otro día? Me gustaría ir a jugar a los columpios ahora.
Los ojos de Michael parecieron brillar de emoción, dando un ligero brinco alegre antes de tomarla de la mano y llevarla con él. –¡Me encanta columpiarme, vamos!
Así fue como pasaron el recreo. Los dos se turnaron para columpiarse, empujando el asiento cuando era necesario. En cierto momento quisieron hacer lo mismo con Maggie, desafortunadamente mandando a volar a la pobrecita al otro extremo del patio.
Aun así se había divertido. Michael era un niño muy alegre, quizá más movido de lo que estaba acostumbrada, aunque menos de lo que esperó al verlo antes. Llegó a creer incluso que las curitas que lo cubrían eran realmente para heridas, mas él le hizo saber que solo le gustaba ponérselas por los colores bonitos que tenían. Ella estuvo de acuerdo, y le preguntó si alguna vez él le dejaría usar una de color azul ¿Se le vería bien? Ojalá sus padres no se preocuparan por eso. Él al menos no tenía ningún problema, y prometió que le traería la más linda que tuviese.
Bueno... Quién lo diría ¿Así era tener un amigo? Le gustaba mucho. Se sentía diferente estando con Michael a cuando jugaba con sus padres, era como si fuese más libre de las expectativas de los adultos, y se sentía más entendida. Era algo normal, los niños pequeños se entienden entre ellos ¿Verdad?
Cuando se agotaron de jugar afuera, decidieron adelantarse a sus compañeros y entraron al salón para sentarse juntos en la mesa del fondo, abriendo las loncheras que sus padres les habían preparado. Seguían charlando de sus gustos por animales y películas mientras comían, y en eso Michael no pudo evitar fijarse en el dibujo que Jessica había hecho de Maggie.
–Waw ¿Esa es Maggie? Te salió muy bonita. –Elogió, apartando a un costado su lonchera una vez terminado el emparedado. Jessica asintió todavía con la boca llena, no quería hablar hasta que hubiese tragado, así la habían educado. –¿Ella es lo más lindo que has visto?
Tras terminar de comer y limpiarse las migajas de la cara, Jessica volvió a asentir y habló con orgullo. –Maggie es mi mejor amiga y la osa más linda del mundo. –Aseguró sin pizca de duda, entonces surgiéndole una nueva que tuvo que soltar. –¿Qué dibujaste tú? ¿Puedo ver?
–¡Seguro!
Ambos se levantaron y se dirigieron a la mesa donde se había sentado Michael al principio de la jornada. Entre el desorden de lápices, crayones y hojas garabateadas finalmente lo vio sacar el dibujo que había hecho. Él lo alzó cerca de su pecho para enseñárselo con algo de pena marcada en su rostro, detalle al cual la niña no pudo poner atención, distraída y asombrada con lo plasmado en la hoja.
–¡Ta-dá! ¡Esto es lo que dibujé!
–Esa... ¿Soy yo? –Abrió más los ojos, acercándose otro poco para mirar mejor. Michael la dejó ponerse a su lado y ambos sujetaron el dibujo de cada extremo.
Ahora Jessica por fin comprendía que si él la había estado mirando tanto desde un comienzo no era porque le pareciese rara o algo peor, simplemente la estaba dibujando, y se atrevía a decir que era el retrato más lindo que nunca había visto en su corta vida. Se notaba que Michael se había esmerado en él, detallando tanto como su habilidad de niño pequeño le dejaba, y agregando unos encantadores corazones azules alrededor de ella y su amiguita peluda.
Volvió a mirarlo a él, notándolo avergonzado. –¿Soy lo más bonito que viste?
–Bueno... Sí. –Él respondió en voz baja, dejándola quedarse con el dibujo ya que estaba muy ocupado jugando nerviosamente con sus manos. Eso a Jessica le pareció adorable. –Lo siento si el dibujo no quedó tan lindo como tú.
–No digas eso. Es hermoso. Me encanta.
Esas palabras bastaron para que el niño de lentes volviese a recuperar el brillo alegre en su mirar. Una sensación agradable y cálida nació en el pecho de ambos. Jessica porque se sentía más que halagada, Michael porque a ella le había gustado su dibujo. Era simple, pero para los niños eso lo era todo.
Muy pronto la maestra anunció para todos que era la hora de la siesta, y los hizo pasar a un cuarto enorme con colchones en el suelo, separándolos en el proceso. Las niñas se quedaban del lado donde la pared era rosa y los niños del otro donde era azul claro, y así debía ser aunque ninguno de los dos comprendía el por qué. Claro estaba que no era importante para nadie si no lo entendían, irían a dormir separados y eso era todo, les gustase o no. Cuestionar las órdenes de los adultos no estaba en el mecanismo de Jessica, y Michael se veía algo abrumado como para hacerlo.
La confusión no la dejó dormir a pesar de su agotamiento ¿Habría realmente un motivo por el cual niños y niñas no podían dormir mezclados? ¿Por qué ella tenía que dormir sobre un colchón rosa cuando no era su color favorito? No recordaba haber vivido esto cuando solo estaba cerca de sus padres o cuando dormía con su primo. No había para ella alguna diferencia entre sus pares, todos eran niños... Y solo querían divertirse, dormir y comer ¿Se había perdido de algo? Puede ser... Dicen que los adultos no le cuentan todo a los más pequeños, y que es por eso que son más listos.
Insistir no habría funcionado. Le habrían palmeado la cabeza y le dirían "Entenderás cuando seas mayor".
Tratando de dejar eso de lado, intentó cerrar los ojos y dormir. No pudo hacerlo tan pronto, pues escuchó que alguien le susurraba. Se dio la vuelta incorporándose un poco, era Michael. Estaba de pie, con la mirada baja y afligida de pena.
–Hey... ¿Puedo dormir contigo?
–¿Uh? Seguro, pero... ¿Por qué? –A ella no le molestaba. Había suficiente espacio para los dos, por lo que se hizo a un lado permitiéndole sentarse a su lado. Le preocupó verlo así de desanimado tan de repente, más considerando que hasta el momento Michael había demostrado ser muy enérgico y feliz.
–No acostumbro a dormir si no estoy en casa o si tengo una luz encendida. –Dijo como si fuese una confesión realmente pesada. –Le dije a la maestra pero... Ella me dijo que debo ser un hombrecito valiente. –Se hizo el silencio de repente. Él desvió la mirada a otro lado. Todavía recordaba el tono de regaño y fastidio que usó la adulta para darle ese "consejo". –¿Crees que soy un miedoso por eso?
–Claro que no. Yo también tuve miedo la primera vez que dormí lejos de casa sin mis padres. –Le contó. A pesar de que fue con sus primos, eso no quitó el hecho de que estuvo algo asustada e incómoda al principio. Entendía cómo se sentía él. –Pero... Maggie vino conmigo, y ella me protege de todo porque es mi mejor amiga. Así dejo de tener miedo.
–Pero yo no tengo una mejor amiga que me proteja. –Murmuró cabizbajo. La pequeña Heere juró que estaba cerca de largarse a llorar de la desesperación, y no lo dejó hacerlo, abrazándolo cariñosamente al igual que sus padres hacían con ella cuando despertaba en la noche tras una pesadilla.
–Ahora la tienes. –Declaró. –Yo seré tu mejor amiga y te protegeré, Michael. Claro, si para ti eso está bien.
Él correspondió el abrazo. Jessica podía poner las manos al fuego por jurar que su nuevo amigo era casi tan fuerte como su padre cuando le abrazaba. –Eso me encantaría.
–Entonces ahora somos mejores amigos.
Con el acuerdo de por vida hecho, ambos niños se recostaron en el colchón. Maggie estaba ligeramente apretada en el pequeño espacio entre ambos, aunque Jessica creía que a ella no le importaría si se quedaban así un rato. Las siestas no solían ser largas y no había riesgo de caer de una cama.
–Sabes... También quería venir aquí porque... No me gusta mucho el color azul. –Confesó en voz baja con una ligera sonrisa juguetona. Era predecible que ese motivo pesaba casi tanto como el anterior para colarse en la zona de niñas.
–¿De verdad? El azul es mi color favorito. –Ella también habría escapado al otro extremo si no fuera obediente hacia los adultos ¿Rosa? No le disgustaba, pero... El azul era mil veces mejor.
–No es que lo odie, es que... Prefiero el rojo, y el rosa es lo más cercano que hay.
No hablaron mucho más. Los ojos comenzaban a pesarles a los dos, obligándolos a dejar las entretenidas charlas para más tarde, en cuanto sus energías fueran renovadas. Así fue como se durmieron. De haber estado realmente viva, Maggie habría envidiado a Michael por cómo con tanto movimiento al dormir, ella terminó apoyada contra los pies de los dos mientras ellos se abrazaban cómodamente sumidos en un sueño profundo.
Cuando llegó la hora de despertar no quedaba mucho tiempo para seguir jugando, los padres de todos los niños llegaban para llevárselos a casa. Jessica se desilusionó un poco al sentir que su jornada había sido muy corta como para pasar más tiempo con su nuevo amigo y se notó en su rostro afligido cuando ambos se sentaron en la entrada del edificio a esperar a sus padres.
–No es justo. Yo quería seguir jugando contigo. –Se quejó. Hace horas no habría creído que llegaría a desear quedarse más tiempo allí.
–Yo igual... Pero ¡Nos veremos mañana y los siguientes días! Y si me dan permiso podrías venir a mi casa algún día. –Propuso, y entonces le vio levantarse y saludar con la mano cuando la voz de una mujer adulta llamó a su nombre.
Jessica levantó la mirada. Michael se había acercado a dos mujeres mayores que lo abrazaron cariñosamente al agacharse a su altura, preguntando por su día después de dejarle cada una un beso en la frente. Una de ellas era alta, esbelta y morena al igual que Michael, mientras que la otra era bajita, llenita y con cabello rubio. Las dos eran bonitas ¿Serían la tía de Michael y su madre?
–¡Jessica! Ellas son mis mamás. –Él anunció apenas pudo despegarse de sus cariños, señalando a la más alta y luego a la más baja, presentándolas en orden. –Ella es mamá Lisa y ella es mamá Tania. –Finalizó su explicación, provocando un par de risas de parte de ambas mujeres. Por lo que había entendido, la castaña era Lisa y la otra era Tania.
La niña sonrió hacia ellas en señal de educación y se abstuvo de comentar que se había equivocado al suponer. De cierto modo se sentía celosa ¡Quien pudiera tener dos madres así de lindas! Con razón Michael resultó ser tan amable.
–Tú debes ser la nueva amiga de Michael ¿Verdad? Nos dijo que se divirtieron mucho. –Dijo Tania. Su sonrisa le parecía tan cálida como un abrigo en invierno y sus ojos verdes tan parsimoniosos como las olas más tranquilas del mar.
–Así es. –Respondió, abrazándose más a Maggie. –¿Dejarán que venga mañana también?
Lisa sonrió divertida. –Claro que sí. No podríamos separar a nuestro bebé de su nueva amiga.
–Nos vemos mañana, Jessica. –Él se despidió dándole un corto abrazo, para luego tomar ambas manos de sus madres y alejarse con ellas hacia la salida del jardín de niños.
Mientras los veía marcharse, no pudo evitar fijarse en cómo algunos padres ponían caras de disgusto o le cubrían los ojos a sus hijos, al tiempo en que una o dos maestras cuchicheaban algo entre ellas con malicia. Eso la confundió. A sus ojos Michael era muy afortunado ¿Quién no querría tener dos madres tan cariñosas y agradables como esas dos mujeres? Ella a veces deseaba tener dos madres, quizá así podría pasar tiempo con una mientras que la otra trabajaba.
No tuvo tiempo de seguir reflexionando al respecto, había visto a sus padres llegar, así que sin perder otro segundo corrió hacia ellos, muy emocionada por contarles todo lo que había hecho ese día y enseñarles el bonito dibujo que Michael había hecho de ella y que le había regalado.
Dejó de preocuparse por los niños que la rechazaron y por las niñas que no se interesaban por jugar con ella en el patio. Ahora tenía un nuevo amigo en su vida y esta vez era uno real.
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