» Capitulo 31 | +18

Dos años después.

Las chicas estaban en la cama, entre páginas y páginas de notas.

Ella la observó escribir algo en su cuaderno, levantar la mirada y recorrer su cuerpo antes de volver a escribir. Su corazón latía muy rápido mientras la veía sonreír, escribiendo mil ideas en forma de versos.

–¿Me besas otra vez?– susurró Luz, dejando de escribir un momento. Amity asintió y se acercó a ella, presionando su boca contra sus labios.

Luz saboreó su suaves labios, captando su habitual sabor a cerezas y a algo más dulce, dejando salir un suspiro cuando su novia se apartó.

Sus labios sabían a cerezas y miel” escribió en su libreta.

Ella volvió a besarla, más lento, concentrándose en su textura y las emociones que percibía. Se apartó con un cosquilleo en sus labios y lo escribió.

Amity se inclinó sobre ella para leer y sonrió al ver las palabras “Sus besos son una droga a la que podría volverme adicta” escritas con letra cursiva sobre el papel blanco.

–Yo definitivamente soy adicta a tus labios– ronroneó ella cerca de su oído mientras acariciaba sus brazos.

Luz se ruborizó y continúo escribiendo, con los besos de Amity bajando de su sien hasta su cuello. Su tacto era delicioso y fluía en palabras de tinta bajo su lápiz.

“Sus manos no conocían de límites y su boca tampoco”.

–¿Me dejes acariciarte las piernas?– susurró Luz, ladeando su rostro y quedando a milímetros de ella.

–Si, claro– suspiró Amity cerca de su boca, para luego recostarse sobre la cama y quedar a la merced de su amante. Luz se acomodó a su lado y, levantando su falda, pasó sus manos a lo largo de las piernas de aquella chica, dejando correr su imaginación mientras pensaba en lo siguiente que escribiría.

Dejó un beso en su piel antes de reincorporarse y volver a tomar la libreta.

Amity cerró los ojos y suspiró cuando sintió que Luz se apartaba de ella. Quería ser su musa, si, pero también quería que sus experimentos fueran más largos y atrevidos, que sus manos le arrebataran la ropa y que su boca se adueñara de sus labios.

Pero ella escribía, y sonreía mientras lo hacía. Era una sonrisa que la derretía por dentro.

Amity se levantó y se arrodilló en la cama frente a Luz, colocando sus brazos sobre las rodillas de la chica y volviendo a espiar sobre sus notas.

Una noche con ella era el paraíso dentro del infierno, sus besos, mi condena, y amarla, mi único pecado”.

–Hey, Lu– musitó Amity cuándo Luz terminó de escribir aquel párrafo. Luz alzó su mirada y vió a su chica tomar el dobladillo de su vestido y alzarlo, retirando aquella prenda de su cuerpo, quedando en dos pequeñas prendas de encaje rojo oscuro.

Las mejillas de Luz se ruborizaron y sus ojos la recorrieron descaradamente mientras ella, recostada, arqueaba su espalda y colocaba su mano sobre el borde de su ropa interior, jugando peligrosamente con la cinta de tela.

Aquella chica felina alimentaba sus fantasías con tan solo mirarla.

Luz escribió, con letra descuidada tres párrafos más, mirando a Amity cada pocos segundos y contemplando su rostro sereno, sus ojos dorados y su largo cabello lila, para luego colocar las hojas a un lado y acercarse a ella, acariciando sus mejillas.

Sus labios chocaron y ella enredó sus manos en su cabello, hambrienta de atención, besos y caricias.

En poco tiempo, ambas estaban envueltas en un vaivén de movimientos, suspirando en la boca de la otra y arrugando las hojas que Luz había arrancado de aquel cuaderno.

Incentivada por la excitante melodía que se derramaba por los labios de su novia, Luz recorrió su cintura, besó sus hombros y descendió hasta sus caderas.

–Hazlo, por favor– gimió Amity, su voz destilando la necesidad de sentirse sometida bajo su toque.

Luz asintió y deslizó su mano bajo aquella prenda y disfrutó de la preciosa mueca que provocó en su novia: ella, con los ojos entrecerrados, mordisqueaba sus labios mientras no podía evitar gemir.

Su canción solo tenía una letra y la entonaba con todas las notas y tiempos existentes.

Ella se arqueó y la abrazó, sus uñas trazando líneas en su espalda y sus piernas temblando a ambos lados de su cadera mientras Luz continuaba jugando con ella, extasiada con cada una de sus reacciones.

Su voz alcanzó una nota alta y sus manos cayeron sobre las sábanas, tomándolas con fuerza, y luego quedó muda, jadeando y con el cabello despeinado.

–Eres… te amo…– murmuró Amity, mareada.

Luz le besó la frente, acariciando su mejilla tiernamente.

–Yo también te amo, vampirita– le dijo, mirando con fascinación los colmillos que, por la adrenalina quizá, se notaban perfectamente.

Más de una vez había fantaseado con que Amity la mordiese.

¿Sería algo doloroso o placentero?

Lentamente, acercó sus dedos a la boca de Amity y trazó las puntas afiladas de sus colmillos, sorprendiendo a la chica quién, por instinto, intentó apartarse, arrancando a Luz una gota de sangre al hacerlo.

Ella gimió y se retrajo, asustada, mientras Amity inevitablemente, sentía el sabor a sangre, sangre fresca, en su lengua.

–¡No hagas eso, Lu!– chilló Amity, reprendiéndola por lo ocurrido.

–¡Lo siento, lo siento!– se disculpó ésta, recuperándose del repentino susto. –Es que yo…– se detuvo. No, ella nunca accedería.

–¿Tú qué, Luz?– preguntó Amity.

Luz suspiró, imaginando cómo sería, y regañándose por querer algo tan absurdo.

«¿Quién rayos deseaba ser mordido por un vampiro?».

–Dime– pidió Amity, acercándose a ella y tomándola del rostro.

Sus ojos irradiaban algo que a Luz le parecía irresistible, y se sintió mal por guardar secretos. Porqué era un secreto, uno que tenía guardado desde que Amity le confesó hacía ya mucho tiempo lo que era.

–Yo… quiero que me muerdas– dijo Luz, sintiéndose estúpida al soltar aquellas palabras.

Amity abrió mucho los ojos y Luz sintió como sus manos pasaban de estar en sus mejillas a tomarla de los hombros.

–¿Por qué quieres eso?– dudó Amity, sin poder creerse aquella confesión.

–Ahg, yo sé que es algo tonto– comenzó a defenderse Luz –pero es algo que deseo, sobre todo después de que hacemos el amor y se te ven los colmillos y…– Amity cubrió su boca mientras escuchaba a Luz hablar, sintiendo vergüenza por su descuido. –… Llámalo fetiche si quieres, pero demonios, en serio quiero que lo hagas– terminó ella, abrazándose a sí misma, su rostro rojo de pena.

–Luz, yo no…– comenzó Amity, confundida con todo aquello. –No quiero lastimarte— cortó.

–¿Duele mucho?– preguntó Luz, inevitablemente curiosa.

–Yo… no, no mucho. Es una herida profunda, pero pequeña, y luego solo olvidas que está ahí– recitó. Claro que, ella había nacido siendo vampira y nunca había experimentado una mordida.

Luz se llevó la mano al cuello y suspiró al imaginar dos puntos ahí, la cicatriz de una mordida de vampiro.

–¿Entonces por qué dices que vas a lastimarme?– preguntó ahora.

–Porque…– empezó Amity. No tenía una excusa real, solo… Luz era su novia, no una de sus presas.

–¿Si me muerdes, me convertiré en un vampiro cómo tú?– preguntó Luz, al ver que Amity se había quedado en silencio. Amity la miró a los ojos y negó.

–Incluso eso es un poco más complicado– le explicó. –Si te mordiera, tendrías que beber sangre humana, por siete noches, en las que serías un novicia, una persona mitad humana, mitad vampiro. Si no lo cumples, los efectos del vampirismo se revierten y la alta cantidad de hierro en la sangre que ingeriste te intoxicara y... morirías. Si te muerdo y no inicias el ritual, simplemente no sucederá nada– aclaró.

Luz estaba atónita. Esto era algo diferente a lo que decían las películas y novelas.

–¿Entonces, si me muerdes y no bebo sangre, lo cual no haré, no me sucederá nada?– volvió a preguntar.

–¿No dejarás de insistir, no?– dijo Amity, seria.

Luz río nerviosa y Amity suspiró, negando.

–Ow, por favor– rogó Luz, abrazándola y tirándola sobre las sábanas. Le estampó besos en el rostro y luego la besó en la boca.

–Ahg ¡Está bien!– se rindió Amity, sabiendo que Luz no se rendiría.

Luz sintió su corazón latir rápido de la emoción y se quitó la blusa, ansiosa. Amity trago saliva y suspiró, empujándola suavemente hasta que ésta quedará de espaldas sobre la cama. Se subió a su regazo y apartó su cabello castaño de su cuello.

Una vena latió bajo sus dedos y el sabor a sangre, de aquella gota que había probado antes, palpitó en su paladar.

Se acomodó sobre la chica y suspiró contra su cuello. Podía oír claramente el latido de su corazón ansioso.

Le dió un beso y luego sus colmillos la perforaron.

Luz dejó escapar un chillido cuando el cálido aliento sobre su cuello se torno en dos puntos de dolor punzante.

Dolía mucho, y a la vez, se sentía tan excitante.

Amity la escuchó gemir mientras ella aún tenía sus colmillos clavados en su piel y lentamente succionaba solo un poco de sangre.

Era tan deliciosa que, si esa chica que se estaba deshaciendo en gemidos debajo suyo no fuese su novia, bebería toda su sangre hasta que no quedará ni una sola gota.

Ella la abrazaba con fuerza, adolorida y extasiada, y cada vez más mareada.

Amity sacó sus colmillos y Luz le arañó la espalda, su rostro manchado de lágrimas y sonriendo.

–¿Estás bien?– preguntó Amity, preocupada.

–Ssi– susurró Luz, mientras sus ojos se cerraban. –Me siento… cansada, mucho. ¿Eso es normal?– preguntó, y Amity asintió.

Con cuidado, la vampira la acunó entre sus brazos mientras ella, bostezando, se quedaba profundamente dormida entre sus brazos.

Cuando despertara, tendría mucho que escribir, y estaba emocionada.

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