aeternus

capítulo único.

            𝗘n lo alto de la colina, al final de aquella oscura y abandonada calle a las afueras de la ciudad, se erigía solemne, siniestra y solitaria, la mansión Zoldyck.

Podría escribirse un libro, o varios, recopilando la cantidad de historias que a lo largo de las décadas los habitantes de Padokia habían popularizado acerca de la que antaño había sido una mansión esplendorosa, y a la que hoy todo vecino miraba con temor. Fantasmas, asesinos, seres extraordinarios, sucesos paranormales de todo tipo adornaban y acrecentaban la leyenda año tras año. Especialmente en estas fechas.

Una supuesta mansión embrujada era, según mis amigas, el escenario perfecto para pasar una noche de Halloween aterradora y divertida. Yo lo dudaba mucho. Tengo que admitir que no soy la más valiente y que, pese a no creer en fenómenos sobrenaturales ni en poderes divinos, el hecho de que existan cosas que la ciencia todavía no haya podido explicar hacía que mi subconsciente divagase entre la incredulidad y el miedo más puro y desgarrador que habita en mi corazón. Además, la situación actual no me parecía para nada tranquilizadora. Varias desapariciones a lo largo de los años y el hallazgo de un cuerpo totalmente drenado hace poco, tenían a la policía en jaque desde hace un par de meses y a la población totalmente amedrentada.

—Yo voto por ir —dijo Eloísa, alzando su mano decorada con largas uñas pintadas de negro, a juego con su disfraz de catwoman.

Eva y Dana se le sumaron eufóricas.

—Yo no estoy tan segura... Puede ser peligroso —dije, sabiendo que mis amigas tratarían de hacer lo posible por salirse con la suya. Mi voto era inútil, eran tres contra una.

—No va a pasar nada, Edel —afirmó Eva, tratando de tranquilizarme—. Es solo una casa vieja.

No quería quedar de aguafiestas ni miedica, pero no podía esconder mi desconcierto y temor. No me hacía gracia tener que entrar en aquella casa... Desprendía un aura oscura, y había algo emanando de ella que, no sé porqué, me ponía muy nerviosa. Si tan solo era una casa vieja, ¿por qué tanto interés en ir?

—Vamos, Edel. Nosotras también fuimos a ese rollo de taller de poesía al que quisiste ir el mes pasado. ¡Nos lo debes!

Finalmente, tuve que acceder. Siempre lo hacíamos todo juntas, así que esta vez no iba a ser diferente.

Tardamos muy poco en llegar a la entrada de la mansión. Una enorme puerta blindaba la separación entre la calle de acceso y lo que antiguamente habían sido los dominios de la ahora extinta familia Zoldyck. El camino a la mansión era totalmente cuesta arriba, con un sendero que los años de abandono habían cubierto de maleza. El bosque espeso que rodeaba la finca era oscuro y denso, y de él provenían silbidos y sonidos espeluznantes producidos por el viento que ululaba entre la vegetación y los animales salvajes que lo habitaban. Podía escucharlos a la perfección, pese a que Eva y Eloísa no paraban de charlar animadamente y contar historias durante el trayecto. Apreté la mano de Dana con fuerza, a lo que ella correspondió para tranquilizarme. Parecía como si alguien o algo nos observara en silencio, lo sentía en mi piel aunque no pudiera ver nada más allá de las espaldas de mis amigas caminado frente a mi. Era una sensación terrible.

Una vez había leído una historia acerca de un enorme perro demoníaco que siglos atrás protegía este mismo bosque, una criatura espeluznante que devoraba a cualquiera que osase adentrarse en el territorio de sus amos. La piel de mi nuca se erizó cuando un aullido lejano se hizo eco a través de las ramas. A estas alturas, nada más empezar, ya quería irme a casa. Pero me daba más miedo regresar sola camino abajo y caminar por la ciudad con un asesino en serie que andaba suelto, que continuar con mis amigas hasta llegar a la dichosa casa supuestamente encantada. Mi yo racional me decía que todo era magnificado por la oscuridad y el ambiente lúgubre que la noche de Halloween le proporcionaba, pero mi otro yo, el que se asustaba ante lo desconocido, temía a todo aquello que no podía ver en mitad de una noche tan oscura como aquella que se cernía sobre nuestras cabezas. No podía evitar que mis ridículos temores se impusieran al raciocinio más científico.

Al llegar a la casa una sensación de incertidumbre se adueñó de mi. Sentía como si algo estuviera oculto entre las sombras. Algo real, tan tangible como el dobladillo de mi vestido de "La novia de Chucky". No era como cuando ves una película de terror y miras por encima de tu hombro cuando a media noche te tienes que levantar de la cama para ir al baño, no. Sentía que nos estaban acechando, podía notarlo en cada centímetro de mi cuerpo, como cuando la fría brisa invisible azota tu cabello y te eriza la piel.

—Chicas, ¿No notáis como si alguien nos siguiera? —manifesté, con la esperanza de que al menos una de mis amigas sintiera lo mismo y quisiera largarse de allí tanto como yo.

Se miraron entre ellas. En la entrada despejada de árboles, la luz de la luna teñía de azul sus rostros.

—Mmm, no. Yo no he notado nada —dijo Dana—. Sólo tu mano apretujando la mía. ¡Como sigas así me la vas a romper!

Las tres rieron al unísono.

—Quizá sea el asesino —bromeó Eva, sin ninguna gracia para mi. Aunque parece que a Eloísa sí se la causó, pues una sonora carcajada salió de su garganta resonando en medio de la noche.

—O tal vez los fantasmas que habitan en la casa —remató Eva, poniendo voz tenebrosa mientras las demás reían.

—Vamos allá, Edel. Es broma, nosotras te protegeremos —dijo Eloísa, abrazándome brevemente para animarme un poquito.

Eva dio un paso al frente, iluminando con una linterna que no sé porqué sacó justo ahora y no durante el camino, el interior de la casa. Las bisagras chirriaron cuando empujó la puerta un poco más y nosotras también pudimos ver el interior que se enfocaba bajo el cálido haz de luz amarillento del aparato. Era una casa enorme. Me sentí diminuta una vez entramos el recibidor. Los techos eran tan altos como los de una catedral, al menos, eso me pareció a mi. Los muebles, adornos, lámparas... Todo era tan lujoso y caro. Aquella familia debía haber tenido muchísimo dinero. Era como una especie de palacio de Versalles gótico. Me preguntaba qué habría pasado con ellos y porqué nadie había saqueado las riquezas que allí se hallaban.

—¿Qué les pasó a los Zoldyck? —Dana me robó la pregunta.

—Dicen que el hijo mayor se volvió loco y los mató a todos —explicó Eloísa concisamente.

—¿Y qué pasó con él? —inquirí, curiosa.

—¿Con el hijo? Se suicidó y ahora habita en esta casa, atormentando a todo aquel que ose perturbar su paz.

Otra vez aquella voz tenebrosa de Eva. Rodé los ojos. Maldita la gracia que me hacía que dijera esas cosas.

—Podríamos hacer una ouija y contactar con ellos —propuso a continuación.

—Ni de coña, eso me da miedo —dijo Dana. Su disfraz de Coraline le daba un toque adorable en medio de aquella enorme casa vacía, fastuosamente decorada y cubierta de polvo y telarañas.

Me sentí aliviada, así que aproveché para dar mi opinión lo más rápido posible.

—Yo también paso.

—Ok, ok. Entonces exploraremos la casa, quizá sea un vampiro y en algún lugar oculto, en el sótano o en la torre más alta, estará su ataúd.

Eloísa inició el recorrido escaleras arriba mientras explicaba su teoría vampírica.

Nosotras la seguimos. La escasa luz que penetraba por las viejas ventanas relucía sobre su traje de cuero de catwoman a cada paso que daba.

Los pasillos estaban repletos de retratos al óleo de los Zoldyck. Había pinturas que representaban a toda la familia y algunas de miembros en solitario. Quizá solo habían sido una familia normal y todo lo demás se debía a la simple superstición y a las leyendas. Realmente no había nada más que cosas dentro de una enorme mansión vacía. Era solo eso, una casa vacía, no el refugio de fantasmas atormentados.

Mientras Dana curioseba en una estantería repleta de figuras de anime y videojuegos antiguos, Eloísa nos llamó al hallar una extraña pieza sobre una de las mesas que decoraban la estancia. Era una especie de antifaz metálico con una pequeña pantalla en la parte frontal, algo así como unas gafas de realidad virtual primigenias. No sabría muy bien como describirlas.

—¿Qué serán? —Quiso saber Eva, arrebatándoselas de las manos a Eloísa.

Tras pulsar un botón, el aparato emitió un sonido extraño, como cuando el cepillo de dientes eléctrico se queda sin batería. Eva se colocó las extrañas gafas y comenzó a corretear detrás de Eloísa mientras chillaba que era un fantasma de la familia Zoldyck.
Elo le siguió el juego encantada fingiendo tener mucho miedo y suplicando por su vida. Dana y yo no pudimos evitar reírnos. Incluso en medio de esta casa, dueña de tan tenebrosas leyendas y con una apariencia tan vetusta y desoladora, capaz de helar la sangre de cualquiera que se adentrara en sus muros, ellas tenían la capacidad de jugar y reir como si nada importara.

De pronto, entre bromas, la extraña máscara de metal se cayó de las manos de Eva, provocando un sonido sordo al golpear el suelo. Seguidamente, un extraño ruido muy cerca de dónde estábamos, como si alguien cerrara de golpe una puerta violentamente a la par que profiere un alarido y rasca con sus uñas una pizarra, hizo que nos pusiésemos alerta, presas del terror.

He de reconocer que se me paró el corazón al menos durante una milésima de segundo que se me antojó eterna. Todas contuvimos la respiración, a la espera de oír más o poder identificar de qué se trataba. Al no escuchar nada, nos relajamos lentamente.

—Probablemente haya sido un gato —afirmó Dana.

—Uf, sí —suspiró Eloísa—. La idiota de Eva lo habrá asustado con tanto escándalo.

—¡Perdón!

Eva rascó su cabeza y se agachó para recoger el objeto metálico y devolverlo a su ubicación original.

—Sigamos, ya hemos visto bastante de esta habitación —dije, tratando de terminar la ruta turística lo antes posible.

Continuamos escaleras arriba, llegando a una habitación extrañamente limpia y ordenada en comparación con las demás. Si bien el resto de la casa había estaba cubierto por una capa de polvo y telas de araña considerables, esta alcoba parecía haber estado siendo limpiada con regularidad. Era extraño. A todas nos resultó raro. Era una habitación sencilla y bonita, probablemente una perteneciente a alguno de los hermanos menores. En una de las mesitas de noche había una fotografía enmarcada en la que se podía observar a tres niños alegres frente a la cámara: uno de cabello oscuro vestido de verde, una niña con adornos en el cabello, y otro niño de cabello blanco puntiagudo y lindos ojos azules. Era una foto muy antigua.

Mientras observaba la fotografía, Eloísa abrió uno de los cajones y encontró en él un extraño artilugio.

—Es un yoyó —explicó Dana —. Antiguamente los niños solían jugar mucho con eso.

—Oh, nunca había visto uno —afirmó Eva.

—Se juega así, mira.

Dana procedió a escenificar cómo debía jugarse. Tiró de un hilo que se enrollaba entre las dos caras del artilugio y lo enroscó alrededor de su dedo índice, lo lanzó un poco hacia abajo, y el propio peso del yoyó propició que el hilo volviera a enrollarse regresando de nuevo a la mano de Dana.

—Déjame probar — pidió Eva.

Dana le entregó el objeto y Eva imitó las acciones de Dana. Parecía divertido.

—¿Quieres jugar tú? —. Eva me tendió el juguete, pero lo rechacé. Me daba cosa jugar con las pertenecias de un difunto. Al fin y al cabo ese niño llevaba muerto casi dos siglos y estábamos allanando sus aposentos y sus pertenencias más personales. Me daba escalofríos, la verdad.

Entonces, Eloísa intentó jugar con él, haciéndolo girar de una forma más brusca que las demás. Lo giró por el aire haciendo acrobacias ante el disfrute de Eva, la preocupación de Dana y mi miedo.

El hilo era antiguo, fino, quebradizo. Fue cuestión de segundos que el yoyó se soltara y saliera disparado contra el espejo que había sobre el tocador, partiéndolo en mil pedazos.

Lo que pasó a continuación es difícil de narrar.

Tantas cosas a la vez en tan poco tiempo.

Sentí una mano helada y desgarradora rodeando mi cuello con ferocidad, haciendo que me costase respirar. La falta de aire me nubló la vista, pero pude vislumbrar en mi visión periférica cómo Eloísa yacía muerta en el suelo en medio de un charco de sangre con una herida en el pecho, un agujero del tamaño de un puño. Justo cuando pensé que iba a ahogarme, cuando mis pensamientos comenzaron a perder el sentido, la mano que presionaba mi tráquea se aflojó, y caí al suelo dolorosamente, tosiendo con ansia para tratar de llenar mis pulmones con el aire del que se me había privado. Me latían las sienes con dolor. Un dolor espantoso. Sentí los gritos de Dana, aterrorizada ante lo que fuera que nos estaba atacando, unos gritos mezclados con las súplicas llorosas que emanaban de los labios de Eva, y que poco a poco se fueron apagando hasta sumir la habitación en el más ruidoso de los silencios. Un silencio tan solo quebrantado por un horripilante crujido y un sonido como de líquido fluyendo.

Cuando conseguí incorporarme vi a un hombre frente a mi. Se me heló la sangre por enésima vez. Era el mismo hombre de los retratos. Un joven apuesto, de largo cabello negro, ojos más oscuros que la mismísima noche y una tez tan pálida que parecía irreal. Era tan hermoso que si no fuera por la masacre a mi alrededor habría pensado que se trataba de un ángel caído del mismísimo cielo. Aunque quizá sí era eso, el ángel caído. Dejó caer el cuerpo de Eva al suelo, como si de un trapo se tratara, sin cuidado alguno. La comisura de sus labios estaba llena de sangre, también su mano derecha con uñas afiladas como las garras de un felino, aún goteando la sangre caliente de Eloísa después de haberle atravesado el pecho con ellas.

Antes de que pudiera procesar, se acercó tan rápido a mí que no pude reaccionar. Me alzó del suelo de nuevo, volviendo a agarrarme violentamente del cuello. Parecía un pelele en sus manos. Un muñeco de trapo. No pude evitar que las lágrimas brotaran de mis ojos. Supliqué patéticamente. Rogué por mi vida.

—Por favor, ¡no quiero morir!

Hizo una mueca apenas perceptible y suavizó el agarre que ejercía sobre mi garganta dolorida. Parecía curioso. Tal vez el haber saciado su sed de sangre con mis amigas me había dado una pequeña oportunidad. No sabía si sentirme afortunada por ello. Mis amigas estaban muertas y yo aquí, angustiada por salir con vida ante este demonio que segundos antes, las había exterminado en un parpadeo.

—Te escucho —. Fueron sus palabras, suaves y concisas.

—Deja que me vaya, por favor. No le diré nada a nadie, te lo juro.

Sonaba tan desesperada. No sabía que argumento esgrimir ante una situación de este calibre. ¿Qué podría ablandar el corazón de este ser?

El chico emitió una leve risita y aflojó aún más el agarre, posándome en el suelo de madera crujiente bajo mis pies. Debió de resultarle divertido que una insignificante como yo pensara que tenía miedo de que pudiera delatarlo, hacerle daño o matarlo. Era como un mal chiste. Yo no significaba peligro alguno para él.

No sé aún bien como, pero esa leve distracción por su parte me brindó la oportunidad de actuar sin pensar, y sacando fuerzas de la nada, le golpeé en la cara con toda la energía de la que era capaz, haciendo que mis anillos de plata se clavaran en mis nudillos. El dolor de mi mano hinchándose como si hubiera golpeado contra un muro de hormigón no era nada debido al efecto de la adrenalina. No perdí tiempo y salí corriendo sin mirar atrás, a toda la velocidad que pude. Pero al doblar la esquina, él ya estaba allí. Su figura imponente, grácil, alzándose majestuoso ante mi. Era Illumi Zoldyck.

—¡Por favor, por favor, por favor, perdóname! —sollocé, suplicando literalmente por mi vida. Mi mano estaba rota y él no tenía ni un solo rasguño. Mi intento no solo había fracasado, si no que probablemente había empeorado las cosas.

Illumi me miró con esos ojos negros como la obsidiana y vi reflejada en ellos mi expresión de terror.

—Está bien —comentó en un tono distraído, ligero en comparación con la situación tan brutal que estaba experimentando—. Olvidaré este error y te perdonaré si haces lo que te pido, pero si te niegas, tendré que matarte.

—¿Qué quieres? —pregunté, con mi voz irreconocible a causa del terror y la garganta magullada por sus manos de acero.

—Quiero que te quedes conmigo.

—¡¿Qué?! —. No lograba procesar—. No, no, imposible, déjame marchar, quiero irme. ¡Deja que me vaya!

—¿Quieres vivir o morir? No entiendo tu punto —explicó mirándome fijamente.

—¡Quiero vivir! —grité.

—Pues entonces, elige: sal de aquí y muere, o quédate conmigo y vive.

—Pero... ¿por qué?

Illumi resopló. Parecía molesto por tener que explicar algo tan obvio.

—Porque los objetos que has roto son muy caros e irreemplazables. Tienes que pagar de algún modo. Elige, tu vida o servirme.

—Pero yo no he roto nada, y ya has matado a mis amigas...

—Elige —ordenó, ignorando mis argumentos. Ni siquiera sé qué pasaba por mi cabeza para tratar de discutir con un demonio.

Ninguna opción me agradaba, pero, sinceramente, mi instinto de supervivencia era más fuerte que mis deseos personales.

—Elijo vivir.

Illumi sonrió satisfecho, parecía realmente feliz de que hubiera hecho lo que él quería... Pero, ¿realmente tenía otra opción?

Me instó a seguirlo por los largos pasillos de la mansión, bajamos varias plantas hasta llegar a una zona fría y oscura. Parecían conductos que conducían a las mazmorras, pasadizos donde no entraba la luz natural y cuyas paredes estaban flanqueadas por antorchas que iluminaban el camino.

—Te llamas Edel, ¿no es así? —preguntó de pronto Illumi.

—Sí —me apresuré a responder —. Bueno, no. En realidad es Edelweiss, pero mis amigas siempre me llaman... me llamaban Edel.

Un momento... ¿Él lo había escuchado? Entonces, era cierto que nos había estado observando todo el tiempo... No estaba loca, al menos, algo de lo que enorgullecerme.

—¿Por qué te llamas así? No es un nombre muy común.

—No sé. Me lo pusieron en el orfanato. La madre superiora dijo que aparecí en medio de la nieve y que era muy blanca. Dijo que sobreviví toda la noche en la nevada, en plena tormenta, y que a pesar de parecer frágil, resistí como esa pequeña flor de las nieves.

Illumi parecía interesado.

—Entonces eres fuerte.

—Supongo. Quizá lo bastante como para sobrevivir a una tormenta de nieve, pero no lo suficiente como para lograr siquiera hacerte un rasguño —dije alzando mi puño herido.

—Eso tiene solución —murmuró, casi sonó más a una aclaración para sí mismo que a una frase que yo necesitara oír.

Seguimos caminando varios minutos en silencio por aquellos estrechos pasadizos, era claustrofóbico y hacía cada vez más frío. Illumi me miró con una expresión indescifrable y cambiando de tema por completo me hizo otra pregunta.

—¿No tienes familia?

—No. Nadie me adoptó nunca.

—Entonces nadie te buscará ni te echará de menos si desapareces.

Joder. No me gustaba el giro de la conversación, no quería hablar de esto. No quería seguir explicando los detalles de mi vida. Esta situación me parecía surrealista.

—¿Te molesta estar sola y que nadie te quiera?

—¡¿Qué?! —la indignación se adueñó de mi ser—. Mis amigas me querían, y no estaba sola hasta que tú las mataste.

—Los amigos son totalmente innecesarios.

—Eso lo dirás tú —reproché.

Comenzaba a pensar que esto no era real, que nada de esto estaba pasando. Nada tenía sentido. Quería cerrar los ojos y despertar de nuevo en mi cama, descubriendo que todo había sido un horrible sueño. Pero no. Lamentablemente, por muy extraño que resultara todo, era real. Estaba caminando a dios sabe dónde detrás de un asesino que no paraba de hacerme preguntas y valoraciones demasiado hirientes y personales después de haber matado cruelmente a mis amigas.

—Te has ofendido. Puedes preguntarme algo si quieres —sugirió.

Otra vez usando ese tono alegre y desenfadado nada concordante con la situación. Supongo que se le ocurrió para compensar su atrevimiento. Era aterrador que le preocupara eso y no el cómo podía sentirme tras haber matado a mis amigas ante mis ojos. Pese a todo, decidí aceptar la invitación y formulé una pregunta.

—¿Eres tú el asesino que anda buscando la policía, el que ha matado a la chica y ha hecho desaparecer a tanta gente?

Se detuvo por un segundo, haciendo que su largo cabello se meciera con suavidad en su espalda tras su parada en seco. Habló sin mirarme, su vista al frente, hacia aquel pasillo interminable cuyo final se perdía en una oscuridad que se iba estrechando cada vez más.

—Y tú, ¿has comido en estos años?

—¿Qué? —exclamé confundida. No sé si transcurrieron segundos o minutos mientras intentaba atar cabos. El intervalo de tiempo fue imposible de medir para mí —. Eres... ¿Un vampiro?

En lugar de usar sus palabras, Illumi se giró hacia mi, y velozmente me aprisionó contra la fría pared del pasadizo. Mi cabeza chocó dolorosamente contra la roca y sentí como sus uñas se clavaban en mi carne. Abrió su boca y sus largos colmillos se hicieron visibles ante mis ojos incrédulos y asombrados. Su fuerza inhumana y su aura oscura estremecieron mi cuerpo y mi corazón.

En verdad era un vampiro. Ahora todo tenía sentido.

No podía soportar más revelaciones en una misma noche. Sentía que si no dosificaba las cosas mi cabeza iba a estallar.

Illumi se apartó, y tras esa pequeña muestra de poder volvió a relajarse y recompuso de nuevo su actitud calmada, tratando de razonar conmigo.

—Ellos son mi alimento. ¿Tú no comes?

No supe que responder. ¿Justificaba mi humanidad el derecho a sesgar vidas de otros animales para alimentarme, pero no el de Illumi a beber sangre humana para saciar su apetito? Me sentí estúpida por mi falsa moral humana supuestamente superior, por creerme adalid de lo correcto. De pronto, el miedo que poco a poco se había ido desvaneciendo en favor de la ira y la indignación, afloró con fuerza de nuevo ante un pensamiento aterrador que surcó mi mente.

—Entonces, yo...

—No —. Negó Illumi, adivinando mis peores temores —. A ti no te mataré. ¿Acaso los humanos matáis a todos los animales que se os cruzan por delante?

—No, claro que no... ¿Significa eso que voy a ser tu mascota?

—No —rio amargamente.

—¿Entonces?

—Vas a ser mi compañera para toda la eternidad.

Dios mío, ¿pero qué clase de proposición, o mejor dicho, de orden, era esta?

—Eso no puede ser posible... —tartamudeé sobrepasada por los hechos.

El se acercó de nuevo mirándome a escasos centímetros de mi rostro con esos ojos negros suyos, tan gélidos y duros como el acero.

—¿Por qué?

—Porque soy humana, y eventualmente me haré vieja y moriré.

Illumi continuó el camino sin decir nada, y varios metros más allá, al fin llegamos ante una puerta enorme de hierro cubierta por unos diez o doce cerrojos. Algunos llevaban candados y otros contraseñas numéricas. El Zoldyck abrió cuidadosamente cada uno de ellos y una vez desbloqueada la entrada, me invitó a pasar con un elegante ademán.

Era una habitación sin ventanas, bastante grande y oscura. La luz de las velas colocadas en puntos estratégicos iluminaba tenuemente la estancia. En el centro había una enorme cama y el resto de la decoración era austera, aunque todo estaba pulcramente limpio y ordenado. Me llamó la atención que sobre el escritorio hubiera una foto de su familia.

—Si te voy a tener que acompañar quiero que me digas qué pasó con tus padres y hermanos. ¿Por qué estás solo?

Pude notar cómo Illumi se incomodaba ligeramente por la pregunta, pero tras un suspiro cansado, y ante mi sorpresa, comenzó a explicar.

—Yo siempre pensé que la familia era lo más importante que un hombre podía tener en la vida. Incluso más que el dinero. De hecho, siempre me había encaminado a servir y proteger a los míos. Pero un día, todo cambió. Algo en mi sentía que se me había menospreciado y comencé a sentir una ambición desmedida por tener poder y capacidad de controlar a todos: a mi padre, a mi hermano, a Alluka. Investigué mucho acerca de cómo obtener más poder, un poder sobrenatural. Llegué a creer que se trataba de leyendas hasta que, varios años después de comenzar mis investigaciones, conocí a la mujer que me hizo renacer. A la que podría llamar también mamá de no haber sido porque ese ser se me antoja repugnante y totalmente despreciable. Micaela era una vampiresa originaria de Kakin que tenía más de cuatrocientos años. Ella era astuta, fuerte y cruel. Se sorprendió mucho de que fuera capaz de encontrarla y se sintió fascinada por mi osadía e insolencia al proponerle que me convirtiera en uno de ellos. Estaba dispuesto a pagar el precio que fuera necesario y no me refiero al dinero. No volver a ver la luz del sol, tener que alimentarme de sangre, eran cosas totalmente irrelevantes ante una vida y juventud eternas, una fuerza y sentidos mejorados y la adquisición de nuevas habilidades que me harían prácticamente invencible. No lo dudé, y aquella misma noche, Micaela bebió mi sangre hasta la ultima gota, me dio de beber la suya, y fue así como renací convertido en lo que ahora soy. Durante años disfruté mi condición. Pero había algo terrible acerca de lo que conlleva ser vampiro que yo desconocía y que Micaela me ocultó. Digamos que, para alguien de tendencia dominante como yo, a quien le gusta dar órdenes y ser obedecido, era un punto totalmente inadmisible. En resumen: Mi familia murió por culpa de Micaela.

—¿Ella los mató?

—No.

—Fuiste tú...

—No pude negarme.

—¿Por qué? — Quise saber. Necesitaba saber.

—Porque un vampiro no puede negarse a nada de lo que le pida su creador. Aunque aquello que te ordene sea algo impensable para ti. Simplemente no puedes, tienes que hacerlo.

Tal vez es que el síndrome de Estocolmo funciona a pasos agigantados en mí, pero irremediablemente sentí lastima por él. Había algo en el tono de su voz, algo que rompió la monotonía y aparente ligereza habitual, que hacía que sus palabras sonaran tristes y desoladoras.

—Has hablado de Micaela en pasado...

—Sí. Yo la maté. Ahora soy libre.

Sus palabras me sorprendieron. ¿Era imposible desobedecer a tu creador pero posible aniquilarlo? Realmente no sabía nada sobre vampiros, salvo lo que había visto en películas y series y leído en algunos libros. No sabía hasta qué punto esas fuentes podrían ser fiables. Los vampiros de Crepúsculo brillaban, iban al instituto en bucle y eran "veganos", sin embargo, Illumi, no.

—¿Vas a convertirme a mí en lo que tú eres?

—Sí. ¿No quieres? —preguntó, jugueteando con las puntas de su largo cabello negro.

—¿Realmente tengo opción de elegir?

—No —dijo, soltando una pequeña risa sarcástica—. Pero quería saber tu opinión al respecto.

No supe que responder. Realmente quería vivir. Había tantas cosas que todavía quería hacer y tantas metas por cumplir... Pero también era cierto que no me quedaba ya nada. Mis amigas estaban muertas, por obra y gracia de Illumi. ¿Qué debía hacer? ¿Qué debía desear? ¿Tenía sentido ser la eterna compañera del hombre que asesinó a mis amigas, lo único que yo tenía en la vida? ¿Debía aceptar morir dignamente aferrada a mis creencias y valores hasta el final, o sucumbir a la posibilidad de tener una "vida" eterna y siendo joven para siempre? ¿Era eso lo suficiente comparado con todo lo que una existencia humana normal me podría ofrecer? Tener hijos, comer dulces, caminar bajo en sol por la orilla del mar... También tenía que tener en cuenta la confesión que Illumi acababa de hacerme: si él me convertía estaría obligada a cumplir todas sus órdenes me gustara o no... Tenía mucho miedo de lo que él pudiera llegar a pedirme.

—Bueno, ha llegado el momento —comentó sacándome de mis pensamientos confusos.

Illumi se acercó a mi, pero un pánico repentino me hizo retroceder. A mi mente regresaron las imágenes de Eva retorciéndose de dolor entre alaridos lastimeros mientras Illumi succionaba su sangre hasta dejarla caer inerte en el polvoriento suelo de la habitación. Estaba totalmente aterrada.

—Tengo miedo... —le confesé en un hilo de voz.

—No te va a doler, créeme. Puedo controlar eso.

Illumi se aproximó de nuevo y me tomó por la cintura. Sus manos estaban tan frías. Se sentía como si una estatua de Miguel Ángel cobrara vida y me rodeara con sus extremidades marmóreas. A pesar de todo, la sensación era extraña. El frío de sus manos sobre mi cuerpo contrastaba con el calor que emanaba de mi piel y podía sentir como Illumi estaba siendo perturbado por esto. Tan absorto como yo en las sensaciones que emanaban del cuerpo contrario.

Debía de admitir que Illumi Zoldyck era una belleza sobrenatural en toda la extensión de la palabra. Su piel perfecta y blanca libre de toda mácula e imperfección, cuerpo cincelado por los dioses, cabello suave, brillante y sedoso que enmarcaba unos rasgos y facciones asombrosamente perfectas. Sus ojos oscuros eran tan hermosos como perturbadores, y sus labios una invitación al pecado. Ahí, frente a él, a escasos milímetros de su rostro y su boca, sentí como mi corazón se aceleraba y palpitaba desbocado en mi pecho, mientras mis rodillas temblaban presas de un remolino de emociones contradictorias e indescriptibles. El miedo y el deseo eran una combinación atroz.

Illumi deslizó una de sus gélidas manos hasta la base de mi cuello, y sujetando un puñado de mi cabello con ella, inclinó mi cabeza hacia un lado, dejando expuesto mi cuello ante su boca deseosa de probar mi sangre. Besó suavemente la curvatura y me estremecí. Eso pareció gustarle, pues su agarre se hizo más rudo y me acercó todavía más si cabe hacia su cuerpo perfectamente tonificado. Un suspiro se escapó de mis labios cuando mordió la suave carne de mi cuello por primera vez, y entonces, él se volvió mas feroz, hundiendo sus colmillos más profundamente en mi piel sensible y todavía ligeramente dolorida por el agarre violento que anteriormente había ejercido sobre mi al levantarme del suelo. Podía sentir la sangre fluyendo hacia su boca, que succionaba sin cesar, ávida por consumir el caliente líquido carmesí. Sus manos me aferraban en un abrazo tan íntimo que sentía que podría derretirme de un momento a otro. Mi mente revoloteaba en una nube. La pérdida de sangre me estaba enajenando, haciendo perder la consciencia. Pero se sentía tan jodidamente bien que no quería que acabara nunca.

Illumi pasó su lengua sobre mis heridas, la marca de su mordida había quedado reducida a dos pequeños puntos correspondientes a sus colmillos. Me cargó como a una princesa, en un gesto delicado, y me tumbó sobre la cama. Estaba tan mareada y al borde de la inconsciencia que sentía como si estuviera sumergida en el agua de la bañera. Se recostó a mi lado e inclinándose sobre mí, me besó en los labios. Su lengua sabía al dulce metal de mi sangre. Pero no me importó. Correspondí a aquel beso con todo el deseo que mi raciocinio se había obstinado en aplacar. No sé si al morderme Illumi había inoculado en mi algo que me hacía desearlo desesperadamente, pero en efecto, así era. Mi mente y sentidos flotaban en una bruma que me impedía distinguir lo real de lo onírico y cuando estaba a punto esfumarme, Illumi desgarró una de sus muñecas con sus dientes y la acercó a mis labios.

—Bebe —ordenó derramando su sangre sobre mis labios entreabiertos.

Obedecí sin oponer resistencia alguna, mientras Illumi me explicaba que debía tener sangre suya en mi sistema y que cuando renaciera, tendría que alimentarme de sangre humana para terminar el proceso de conversión y sobrevivir. Escuchaba atenta, mientras bebía su deliciosa sangre roja como mil rubíes reluciendo bajo la luz del sol...

Un sol que jamás volverían a ver mis ojos.

Y allí, protegida entre sus brazos  hasta que mi nuevo despertar tuviese lugar, me acordé por última vez en vida de mis amigas. Eva, Dana y Eloísa. Recordé que siempre lo hacíamos todo juntas. Incluso morir esta funesta noche del 31 de octubre en la siniestra mansión que se erigía sombría y solitaria en lo alto de la colina y que todos creían encantada. Pero, a diferencia de ellas, yo renacería para seguir viviendo entre las sombras y la oscuridad de la noche junto a Illumi Zoldyck por el resto de la eternidad.

FIN

Muchas gracias por leer. 

⸻ℐris

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