𝟐𝟕. 𝐂𝐚𝐦𝐢𝐧𝐚𝐧𝐝𝐨 𝐩𝐨𝐫 𝐥𝐚 𝐩𝐥𝐚𝐧𝐜𝐡𝐚.

— Hey... — se rascó la nuca, nervioso. Sus ojos danzaban en distintas direcciones, incapaz de mantener la mirada alta aun cuando ella no estuviese al frente — ¿necesitas algo?

No lo sé... — su voz, normalmente vivaz y cantarina se había tornado lúgubre, con un volumen a penas audible para él — ... no quiero estar aquí... siento que este sitio me está asfixiando.

— ¿Quieres que vayamos a algún otro sitio? Podemos ir a donde tu quieras, cariño. Sabes que no hay problema con ello solo

La pelinegra, interrumpió su habladuría — Haru... sácame de aquí, no aguanto estar más aquí. Siento que voy a volverme loca. — las palabras, que parecían salir de sí misma a duras penas, ahora lo hacían pendiendo de un hilo, como si el roce de una pluma fuere suficiente para terminar de romperla.

Haruchiyo frunció el ceño, y pasó una de las palmas sobre su rostro, restregándola. Sentía que, una vez más, era aquel niño que esperaba junto a ella en la cama de sus padres que uno de ellos volviese, sin saber como actuar, que decir, deseando colocarla dentro de una esfera de cristal donde ya nada del mundo exterior pudiese hacerle daño. Sintió, entre un par de titubeos, que por más seguro que intentara sonar, las palabras iban a terminar saliéndole cubiertas de angustia.

— Salgo para allá en seguida, te avisaré cuando esté fuera.

Sin esperarlo, fue Misaki quien cortó la llamada. Como si la fuerza para poder decir mayor palabra se le hubiese agotado.

Al final, tuvo que cambiar de planes. Su idea inicial era visitar rápidamente a Ran, esperando que de esa manera pudiese darle algo a cambio de ese montón de consejos no pedidos que alguna vez le extendió, pero que, terminaron ayudándole, de una forma u otra. Recordó aquella charla en la que el pelimorado le confesó sentir que solo él podía entender una mínima parte de como se sentía respecto a Azami, y los vellos se le erizaron cuando por su mente rondó el pensamiento de como se sentiría perder a Misaki; no por una mudanza nuevamente, o por cosas en las que su alcance pudiese hacer algo, sino por algo igual a lo que le había robado a su madre y que terminó destruyendo el alma de su padre.

Haruchiyo se prometió no volver a pensar eso jamás. Por su propio bien. Porque la sola idea parecía sentirse aun más dolorosa que la peor de las torturas que él le hubiera podido infligir a un pobre diablo.

...

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El trayecto a su departamento fue sumamente silencioso. La delgada figura de Misaki se abrazaba a sí misma en el asiento, con el rostro hundido en las rodillas, emitiendo a penas un par de sollozos. Como si el salir de la residencia hubiese destapado el grifo en su mirada. Él no sabía que decir.

Por experiencia propia, sabía que las palabras no bastaban, que ninguna de ellas realmente sería de ayuda ni podrían remendar su roto corazón, por más que lo deseara. Se limitó a guardar silencio, apagar la música del auto y, en el momento en el que vio el agarre de una de sus manos mucho más suelto en uno de los semáforos, tomarla, y dejar en ella un ligero apretón, que no hizo más que hacerla llorar nuevamente.

Cuando hubieron llegado, y el automóvil estuvo aparcado correctamente, ni siquiera la dejó levantarse. La conocía lo suficiente para saber que las pocas fuerzas que su cuerpo conservaba probablemente se desvanecieron en el llanto, incluso estaba seguro de que no había probado bocado alguno, por lo que, una vez pudo acunarla entre sus brazos y llevarla como una niña pequeña hacia el departamento, pensó que debería llamar a Matsuda para pedir algo de comida.

Haruchiyo depositó el frágil cuerpo de la muchacha en la amplia cama de su habitación, y, aun temeroso, se colocó en cuclillas al lado suyo, acariciando su mejilla con el pulgar.

— ¿Puedo hacer algo más, cariño? — dijo con voz suave.

Los apagados ojos marrones se fijaron en él, y fue ahí cuando la cercanía le permitió notar como su mirada estaba hinchada y enrojecida. Como si no fuera suficiente, otro ápice más de preocupación se instauró en su pecho.

Tendré que pedirle gotas para los ojos.

Ella negó con la cabeza — Ya hiciste suficiente por mi sacándome de ahí... — hasta ese momento su agotada vista notó como el muchacho había apoyado la rodilla en el suelo y la miraba desde ahí — Haru, ¿por qué no subes?

Los ojos azules se desviaron hacia la pared — No quería incomodarte...

Un recuerdo agridulce hizo que, por primera vez, desde que la trágica noticia fue dada, su pecho sintiese algo de calidez — Tú no me incomodas, Haru. Anda... ven.

Misaki dio un par de palmaditas sobre la superficie de la cama. El muchacho se encogió de hombros y, sin mayor remedio, terminó echándose a su lado, y más temprano que tarde, la pelinegra terminó abandonando la almohada y usando su torso como reemplazo. Soltando un suspiro, él comenzó a dejar un par de caricias sobre su piel descubierta, así como su rostro. Dejó que la suavidad de su tez absorbiera por completo su atención, centrándose en ver el paso que sus dedos hacían sobre sus hombros y brazos.

— ... Todavía siento que esto es un mal sueño — dijo la chica en un doloroso murmullo, captando el interés del pelirrosa inmediatamente — ... que en cualquier momento ella va a llamar y decirme que está bien, que solo quería marcharse de aquí con él... — la vocecilla no tardó en quebrarse, haciendo que comenzara a sorber por la nariz y que las lágrimas, que parecían haber salido sin intención de detenerse, mojaran poco a poco su camisa — ... ¿por qué a ella, Haru? Yo sé que tú lo sabes... dime porque fueron por ella...

Apesadumbrado, el ojiazul exhalo, pensando en si sería mejor consolarle con una mentira o desamparar su tranquilidad con la verdad. Pasó saliva pesadamente antes de responder — ... No lo sabemos aún. Lo siento.

Algo dentro del pecho de la muchacha se relajó, como si inclusive antes de preguntar la respuesta estuviese dictada. Sabía que, fuese lo que fuese, si era algo que aumentara su dolor, Haruchiyo no se lo diría. Una caricia se sintió directamente en su corazón, sabiéndose cuidada y amada. Un par de pensamientos más se cruzaron por su mente, y, como si la conexión existente entre sus labios y su mente hubiese eliminado los filtros existentes para emitir palabras, una sentencia puntiaguda se escapó.

— ... Tu mundo es así siempre, ¿verdad, Haru?

El chico arqueó una ceja — ... No te entiendo.

La de ojos marrones se apoyó en la cama, irguiendo su cuerpo para sentarse, abandonando el pecho del otro, adoptando un tono más serio — Todo esto — hizo un movimiento con el dedo índice — los lujos, las cosas que tienes... siempre están acompañadas de muerte y de sangre, ¿no es así?

Haruchiyo se sintió incapaz de responder. La sola pregunta pareció haber detenido su razón, aun cuando la respuesta parecía escocerle en la punta de la lengua. Sabía que, aun cuando le cuestionaba, tenía toda la razón del mundo. Era bien consciente de que, de no ser por las manchas rojas que muchas veces habían ensuciado sus manos, no sería capaz de andar en un auto lujoso, tener un pent-house en una zona que era mayormente habitada por accionistas y magnates, y que también, sin esas vidas que su arma solía robar de los cuerpos en los que residían, no podría haber sido capaz de tenerla frente así una vez más.

Un sonoro suspiro salió dolorosamente de entre sus labios — Sabes que no hay modo de negar eso... — respondió, resignado.

La incomodidad del repentino silencio se instaló sobre los hombros de ambos, con pesar. Y tras un par de minutos que para ambos parecían haberse convertido en horas, la muchacha retomó el hilo de la conversación.

— ... Haru... yo no quiero alejarme de ti — declaró la pelinegra, girando sobre sí misma para poder encontrar en ese par de ojos celestes la paz que sabía que siempre le brindaban — ... pero ahora tengo más miedo que antes. De verdad siento que el dolor de que Azami ya no esté más va a matarme... — nuevamente, su voz se había roto — ... no sé que voy a hacer... y no quiero pensar que algún día terminaré perdiéndote a ti también.

La revelación de sus miedos terminó haciendo que ese llanto que salía temeroso y a tientas, finalmente se manifestara como lo que era: un torbellino de emociones que no parecía entender hacia donde se dirigía, arrasando con cualquier ápice de tranquilidad o felicidad que pudiera quedarle alojado en algún rincón de su herido corazón. Los bramidos y berreos no hacían más que resonar a lo largo y ancho de las grisáceas paredes de la habitación y, esperando que al menos sus brazos pudieran otorgarle un sitio en el cual llorar, la acunó entre ellos, dejándola recostar la cabeza en su pecho, apartándole un par de mechones de cabello del rostro y, de cuando en cuando, depositándole besos sobre la frente.

— No sé que voy a hacer — hipeó — no sin ella... ¿cómo se supone que pueda vivir sin Azami, Haru? No puedo.

...

Al final, la prolongada sesión de llanto terminó por agotarla tanto que, de un momento a otro, Misaki terminó cayendo dormida. Una vez la hubo acomodado en el colchón, remplazando su pecho con una almohada, descalzándola y cubriéndola con las cálidas sábanas, terminó saliendo de la habitación, la cual cerró con sumo cuidado.

Estando fuera, el recuerdo de lo dicho por su jefe resonó en su mente. Revisó la bandeja de entrada de su teléfono y encontró que ahí ya habían sido dejadas las prefecturas que debería cubrir.

— Toyama, Nagano, Saitama, Yamanashi, Aichi, Shizuoka, Kanagawa y... Chiba. — murmuró para sí mismo. Una idea se le instauró en la mente, esperando que las suposiciones que había formulado fueran correctas, y tras una rápida búsqueda en internet, agradeció a lo que sea que hubiese colocado a Chiba en su camino.

Marcó en su móvil el atajo necesario, y al primer timbre, esa voz ya conocida se hizo presente.

¿Sí, señor? — el habitual tono aletargo y hastiado de Matsuda habló desde el lado contrario.

— Necesito una casa.

Pensé que usted ya tenía una, señor — la ironía le hizo rodar los ojos.

— No aquí en Tokyo, Matsuda. En Narita.

¿Narita? — la chica sonaba confundida — ¿se va de vacaciones o algo?

Haruchiyo se rascó la nuca — No lo llamaría propiamente así, pero estaré fuera de Tokyo por un tiempo. Y necesito una casa, para dos. La casa más acogedora, tradicional y hogareña que puedas encontrar.

¿Presupuesto? — alcanzó a escuchar un par de teclas siendo presionadas.

— ... Ninguno.

¿Amueblada?

— Sí, no tendré el tiempo para hacerlo por mí mismo, solo asegúrate de que sea bonito, encuéntrala y cómprala. Pero antes envíame fotografías para darle el visto bueno, ¿vale?

Anotado. Le avisaré sobre lo que encuentre, señor.

Sin esperar siquiera una respuesta, su asistente colgó. Pensó que al menos, si no podía hacer mucho por ella en Tokyo, podría ayudar devolviéndola a algún sitio donde los tiempos hubiesen sido mucho más felices que en esa ciudad que, parecía siempre darle muchos más motivos para llorar que para sentirse plena.

...

Pasadas un par de horas en las cuales Misaki aun yacía plácidamente dormida en su habitación, Haruchiyo decidió que quizá era el momento para llevar a cabo la visita que en un primer momento había debido aplazar, pero que, tras una llamada con Rindou, decidió que era momento de realizar. Una vez dejó en el comedor una pequeña nota donde informaba que había salido, bajó, puso en marcha el coche, y tras unos minutos de camino estuvo en el apartamento de Ran Haitani.

Tocó a la puerta, siendo recibido por el menor de los hermanos, volviendo a notar las marcadas ojeras que este tenía bajo los ojos violáceos.

— ¿Puedo preguntar por qué de repente te interesa el estado de mi hermano? — inquirió el de cabellos lila.

— Aunque no lo parezca aprecio a Ran, más de lo que lo demuestro normalmente — respondió con seriedad, haciendo que el contrario levantase una ceja

— Y... ¿puedo saber por qué?

Sanzu bufó — Tu hermano me ayudó mucho con todo el tema de Misaki, antes de que estuviéramos, ya sabes... juntos. De no haber sido por las reprimendas que recibí de parte suya un par de veces no hubiese tenido las bolas suficientes para estar con ella ahora.

La confesión pareció hacer que Rin finalmente bajara la guardia, haciéndolo suspirar — ... El pobre está en la mierda... jamás lo vi tan deshecho... a penas habla, no quiere comer, lo único que ha hecho durante estos días es abrazar algo de la ropa que ella dejó aquí. Encima con el trabajo... — el chico se masajeó las sienes — necesito un descanso.

— Tómalo, yo me quedaré con él.

— ¿En serio? ¿Y que hay de tu chica?

— ... También está deshecha. Está dormida en mi departamento justo ahora, cayó rendida después de haber llorado por unas cuantas horas. Por eso recién pude pasarme por aquí. En serio, quédate tranquilo, tomate una hora o dos, Misaki seguramente estará dormida aún.

Algo similar a una sonrisa se formó en el exhausto rostro de Rindou, quien le dio un par de palmadas en el hombro antes de tomar sus llaves — Te debo una, Sanzu, gracias. Solo iré a despejarme un poco y volveré en seguida.

Al salir del departamento, el pelirrosa picó un par de veces la puerta de lo que suponía era la habitación principal, sin obtener respuesta alguna. Finalmente, se decidió a entrar, girando el pestillo solo para encontrarse con un Ran completamente deshecho, yaciendo en la silla de un pequeño escritorio, en el cual yacían un par de botellas de vodka a medio terminar y, sobre su regazo, distintas prendas de ropa femenina, que imaginó serían de ella.

Aun con las luces de la habitación apagadas, podía notar su piel aún más pálida de lo normal. Los surcos oscuros bajo sus ojos solamente parecían acentuar en mayor medida lo apagado de su mirada. El rostro que normalmente le lucía impecable ahora tenía en la zona del mentón vello crecido a partes desiguales, y sus ojos se habían perdido en un punto que probablemente nadie podría adivinar, un sitio que quizá le permitiese vagar entre el angustiante presente y la felicidad de su pasado. Sanzu pasó saliva antes de siquiera decir palabra, mismas que le arrebató el otro que había adivinado su presencia aun sin verle directamente.

— ¿Qué mierda haces tú aquí? — farfulló con rabia — ¿vienes a restregarme que al menos tu chica sigue viva o qué?

— En lo absoluto... — el pelirrosa se abrió paso entre la habitación, donde al avanzar, notó el montón de cosas hechas pedazos que residían en el suelo — ... estaba preocupado por ti.

La mano del de ojos violetas buscó a tientas un pequeño vaso con hielos a medio derretir. La mano aun parecía estarle temblando cuando sostuvo el vodka, el cual ingirió de un solo trago. — Pff...

— ¿Qué pasa? ¿no crees que pueda estar preocupado?

— No creo que nadie deba de preocuparse por un asesino. — soltó tajante, haciendo que al ojiazul se le helara la sangre ante dicha acusación.

No podía negarle que lo era, al fin y al cabo, ambos entraban dentro de dicha descripción. Las vidas que se habían robado eran equiparables al dinero que ambos tendrían dentro de las cuentas de banco y las tarjetas de crédito, pero más temprano que tarde entendió que dicho calificativo se lo había adjudicado debido a los hechos.

— Ran, tú no la...

— Sí lo hice — interrumpió fríamente — los nudillos se le tornaron blancuzcos sobre la botella que había tomado a fin de rellenar su vaso. — Ella... Azami... por mí culpa está...

Como si el simple hecho de decirlo clavara un puñal en su corazón, Ran terminó arrojando la botella hacia una pared, reventando esta y convirtiéndola solo en un montón de fragmentos de cristal, emitiendo un grito que, en parte, se ahogaba dentro de su garganta, para después cubrirse el rostro con ambas manos, comenzando a sollozar, dejando al otro en la habitación estático.

— Hey...

— ¡Cállate! ¡¿Qué no entiendes?! ¡Ella está muerta! ¡Está muerta por culpa mía! — gritó, con la voz hecha pedazos, desgarrándose la garganta — ¡Si ellos no hubieran sabido que estaba conmigo o sí la hubiese cuidado mejor ella aun seguiría aquí!

Las fuerzas se le iban desvaneciendo poco a poco, con cada lágrima que caía, con cada sollozo, con cada respiración que, en lugar de aliviar su estrujado pecho, solamente le hacía escocer, como una herida recién hecha y que estaba seguro jamás podría sanársele. Recordar ese cabello rojizo batirse al ritmo del viento, esos ojos esmeralda achinándose con cada sonrisa que iba dedicada a él parecía matarlo poco a poco.

La vida se le esfumaba de las manos con cada memoria de lo llena de vida que lucía en la misma mañana en la que no sabía que ese sería el último día que tendría la dicha de despertar con ella durmiendo al lado suyo. ¿Cómo era posible que todo el mundo le afirmara no ser un asesino si la sola presencia de su vida en la de ella se había convertido en el cañón que acabó por atestar en su estomago y convertir su ser lleno de vida en algo cubierto de moratones y heridas?

Más allá de cualquier recuerdo, de cualquier palabra de aliento que solamente conseguía deprimirlo aun más, lo que realmente estaba acabando, poco a poco, con la vida de Ran Haitani, era la culpa. Una que quemaba en lo más profundo de sus entrañas, de su mente y de lo que le quedaba de cordura, a fuego lento, pero constante.

— Ran... no fue culpa tuya. Nada de lo que sucedió fue culpa tuya.

Las palabras del muchacho que muchas veces llegó a considerar como una figura extraña, a la cual era mejor no acercarse a no ser por temas de trabajo, terminaron brindándole algo de consuelo, mismo que no pudo manifestarse de otra forma que no fuese dejando escapar algo más de llanto de dentro suyo. Quería responder, quería hacer todo lo posible para que el mundo pudiera ver las cosas de la misma forma que él las veía, que no quedara duda en nadie respecto a que el verdadero verdugo de su amada no había sido nadie más que él.

Pero no pudo. Como si una minúscula y casi inexistente parte de su razón se aferrara a esa idea. Y él no pudo hacer nada más allá que dejar que el torrente del llanto en ese par de ojos lilas siguiese escapándose, incapaz de parar.

...

— Hey, llorón — la broma del pelirrosa captó su atención. Sanzu había permanecido en la habitación durante todo el tiempo que estuvo llorando, y cuando finalmente pareció haber vuelto a ese estado de catatonia en el que estaba inmerso, su presencia desapareció, hasta ese momento — Rindou ya volvió, le ayudé a ordenar un poco pero debo irme ya. Misaki me llamó para decirme que despertó y quiere que lleve algo para la cena. Pasaré mañana.

— Sanzu, tengo que decirte algo antes de que te vayas.

El mencionado frunció el ceño — ¿Qué pasa?

— Él... está con ellos. Ese imbécil que estuvo conmigo en Tenjiku... y que desapareció poco después.

No fue necesario que hiciese un repaso mental de nadie con esa descripción, su mente supo de quien se trataba, sin embargo, lo inesperado de la revelación hizo que su cabeza diese vueltas — Espera, ¿hablas de...?

— Hanma. Hanma Shuji. Él fue quien se llevó a Azami... estaba con otra tipa de... cabello blanco.

— ¿Y ella? — inquirió con tranquilidad, intentando no presionarle — ¿sabes quién era?

Ran negó con la cabeza — no tengo idea... ni siquiera sé si recuerdo bien su rostro... pero fue ella quien... — un nudo se le formó en la garganta en mitad de la oración — quien le disparó a Azami.

— Tengo que decirle eso a Mikey, ¿está bien? — el otro asintió — vale... estaré aquí mañana.

— ... Gracias, Sanzu.

Una falsa sonrisa socarrona se formó en su rostro — Agradéceme cuando haya matado a la perra que le disparó a Azami, Ran. 

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