𝟐𝟓. 𝐍𝐨 𝐞𝐱𝐢𝐬𝐭𝐞𝐧 𝐥𝐚𝐬 𝐡𝐚𝐝𝐚𝐬 (𝐏𝐚𝐫𝐭𝐞 𝐈𝐈)

Recomendación: reproducir la canción de playlist (Entre caníbales – Soda Stereo)

La oscuridad era algo sumamente ambiguo, dependiendo siempre de los ojos con los que mira el principal testigo de su presencia. Desde la expectativa hasta el terror absoluto, paseándose por el desconcierto y la duda, recorriendo los caminos del miedo y de la excitación.

En el caso de Haruchiyo, las emociones iban acercándose a una excitante duda en la cual el corazón palpitaba frenéticamente dentro de su pecho, mientras escuchaba el cierre del vestido de su compañera deslizándose lentamente, solo para terminar por saciar sus fantasías cuando el sonido de la tela impactó contra el suelo amaderado de su habitación. Una sonrisa traviesa se instaló en su rostro, aun con los ojos cerrados, al sentir las sábanas bajo su cuerpo moviéndose al mismo tiempo que un gateó sobre el colchón se hacía notar. El hipnótico olor del perfume con notas dulces y cítricas penetró sus fosas nasales, y, lentamente, un par de piernas se abrieron sobre su pelvis, acomodándose junto a sus caderas.

— Abre los ojos — pronunció Misaki con la voz suave, pero cargada de deseo.

Los luceros azules del pelirrosa fueron liberados, y rápidamente sus pupilas pasearon sobre la bella silueta que se posaba sobre sí.

Aun en la oscuridad de la habitación, la piel de Misaki contrastaba con el rojo brillante de su lencería, el sostén cubría la mitad de sus pechos y las bragas — si podía llamarlas de esa manera — solamente cubrían la parte delantera de su cuerpo, cosa que notó cuando inevitablemente, llevó las manos hacia su trasero, masajeando este lentamente.

Ambos habían acordado ir a cenar algo antes de ir al cumpleaños de Ran, sin embargo, la pasión comenzó a crecer inevitablemente en los pechos de ambos cuando, sin quererlo, la pelinegra reveló tener una sorpresa bajo el vestido negro que enmarcaba con suma precisión las curvas de su cuerpo. En el auto, se hizo imposible contener el afán por la mutua cercanía, y al notar los vidrios empañados por el calor de sus cuerpos, decidieron que un pequeño retraso no cambiaría demasiado el rumbo de las cosas.

— Luces preciosa con esto — murmuró el muchacho, dejando que la mano que yacía en uno de sus glúteos anduviera hacia arriba, deslizándose por su espalda — es una pena que tenga que arrancártela, pero eres lo suficientemente lista para saber que no voy a poder contenerme.

Dijo, antes de, habilidosamente, deshacer el broche que guardaba los pechos de la chica dentro del sostén. Esta no hizo gesto alguno, limitándose a morder su labio inferior cuando el muchacho se sentó en la cama, acercándose y tomando uno de sus pechos con la mano, mientras se introducía el otro a la boca, dando ávidos lengüetazos y succiones sobre este.

Misaki suspiró, echando la cabeza hacia atrás. Como si se tratara de un reflejo, su cadera comenzó a menearse sobre la ya notoria erección de Haruchiyo dentro de su pantalón. Este dejó de lado lo que hacía para desabrochar el cinturón y posteriormente los pantalones, mientras que la pelinegra lo auxiliaba desabotonando la camisa, dejando que su pálido cuerpo solamente se cubriese con los bóxers negros que resguardaban su miembro duro.

Un capricho disfrazado de idea entro a la mente del muchacho, y tomó el rostro de la chica por el mentón, depositando un beso sobre sus labios y mirándola fijamente a los ojos.

— Misaki — pronunció con la respiración entre cortada — ¿qué tan dispuesta estás a... complacerme?

— Completamente dispuesta — respondió la otra con lascivia.

— En ese caso... — el muchacho quitó a la fémina de encima suyo y aun con los ojos clavados en los orbes castaños, comenzó a bajar su propia ropa interior — arrodíllate.

Sin rastros de inocencia, la muchacha entendió la petición, acatándola mientras le ayudaba a terminar de deslizar la prenda por fuera de sus piernas. El miembro erecto de Haruchiyo quedó justo frente a su rostro, y no sin antes mirarlo por ultima vez, lo tomó con una de sus manos para después introducirlo a su boca. Un suspiro se escapó de la garganta del contrario al sentir la lengua de la chica trazando círculos en su glande, mientras que la mano con la que sostenía su pene maniobraba de arriba abajo. Incontenible, enredó una de sus manos entre las hebras negras de su cabello, empujándola con algo de fuerza para que terminar de introducirse completamente dentro de su boca. Aquellos ojos castaños, que no paraban de mirarlo, comenzaron a lagrimear, aumentando el placer de él.

Misaki paseaba su lengua sobre el falo a la par que succionaba con fuerza sobre este, sin dejar de mover una de sus manos, y cediendo a que Haru la usase como le placiera. Disfrutaba de la sensación de ser aquella que le generara placer, y teniendo eso como motivación, aceleró aun más los movimientos. El ruido de la saliva se mezclaba intensamente con los suspiros y gruñidos del pelirrosa, quien sintió cada vez más cerca la liberación del éxtasis.

Tomándola del cabello, el ojiazul salió de la boca de la muchacha.

— Sube a la cama — ordenó — y acomódate boca abajo.

Nuevamente, la pelinegra obedeció sin dilación, y ya sobre el colchón, sintió las manos del chico tomando su cadera y levantándola a la misma altura de su miembro. Aprovechando al vista, pasó su lengua por sus labios mientras tomaba las bragas para quitárselas. Teniéndola despojada de sus ropas, introdujo dentro de ella dos dedos, haciéndola emitir un gemido a la par que el notaba la humedad dentro de ella. Haruchiyo sonrió complacido, tomando su miembro y tomándose la libertad de introducirlo de una estocada.

— ¡Ah! — gimió la contraria — sí, Haru, así, ah...

No estaba siendo dulce y gentil como el resto de las ocasiones, esta vez, ambos se habían dejado llevar por sus lados más pasionales, más salvajes. Las embestidas de Haruchiyo se producían con fuerza, alimentándose de cada uno de los gemidos de Misaki, sobre todo en aquellos donde era su nombre el que se deslizaba por su garganta, empapado en deseo.

— Misaki — jadeó el muchacho — dímelo, dime que soy el único hombre de tu vida... que nadie nunca va a hacerte el amor como lo hago yo.

— Eres el único hombre de mi vida, Haru, ah, ah, ah... nadie... nadie va a hacerme el amor como tú... nadie podrá, solo

Nuevamente, tomó a la chica por la larga cabellera negra, haciéndola enderezar su espalda, dejándola de rodillas tal como él, sin dejar de penetrarla. La rodeo por los pechos con uno de sus brazos, mientras apoyaba el otro cerca de su pelvis, ayudándola a no perder el equilibrio. Comenzó a besar su cuello, aumentando el ritmo de sus embestidas, lamiendo su piel mientras sentía como su miembro, harto de contenerse, comenzaba a ensancharse dentro de ella. Los gruñidos se mezclaron aun más intensamente con los jadeos.

— Misaki... voy a terminar...

— Ah... Haru, córrete... ah... vente dentro mío... por favor, termina de hacerme tuya, te lo suplico.

Su cuerpo no pudo contenerse más ante dicha petición, dejando que el muchacho llegara al orgasmo, haciéndolo gruñir fuertemente, mientras se dejaba caer sobre el colchón. Imitándolo, Misaki se acomodó sobre su cálido pecho, notando como el sudor se deslizaba por su pectoral.

Dejando ir cualquier rastro de lujuria, Haruchiyo besó la coronilla de la pelinegra, haciéndola reír.

— Te amo, Misaki — sin entenderlo, una sensación extraña, cercana a lo que estaba seguro de que los demás llamaban presentimiento se le instauró en el pecho — eres mía... y voy a protegerte siempre, sin importar que ocurra, ¿de acuerdo?

— De acuerdo — respondió la otra, agotada — ... yo también te amo, Haru.

...

Todo para la fiesta estaba listo: el sitio, las bebidas, incluso las personas comenzaban a llegar poco a poco.

Todo, a excepción de Ran Haitani, que estaba hecho un manojo de nervios desde la tarde, cuando el chófer que él había enviado para recoger a Azami le notificó que había estado esperando a que la muchacha abordara el vehículo alrededor de treinta minutos, sin embargo, al no ver a nadie con las características que él le había dado, bajó a la cafetería a preguntar por ella, solo para que le dijesen que esa chica ya había abordado un vehículo hacia un rato.

Su móvil había sido apagado, y ni siquiera contaba con un GPS tal como el suyo, era como si la mismísima tierra se la hubiera tragado. Los ojos violáceos del muchacho se paseaban de un sitio a otro con frenesí mientras encendía lo que calculaba sería el décimo cigarrillo en lo que iba de la hora actual. Los nervios lo llevaron a retomar ese patético habito de su adolescencia esperando que este le ayudara a que los pensamientos de catástrofe se fueran de su mente, pero parecía haber surtido el efecto contrario.

"quizás tiene una sorpresa para mí y está con sus amigas"

"quizás solo se arrepintió de aceptar mi propuesta y no sabe como decírmelo"

"quizás escapó de mí por sentir que todo iba demasiado rápido"

"quizás solo está gastándome una broma de muy mal gusto, después de todo ella es así"

Se había mareado mientras su mente nadaba en la piscina de infinitos — y esperanzadores — quizás en los cuales se había estado refugiando desde la segunda llamada en la cual sus empleados notificaron haber recorrido todos los sitios existentes en Tokio y sus al rededores sin encontrar rastro alguno de su presencia. Ni un mechón rojizo, ni un arañazo, ni una huella.

Azami parecía haberse desvanecido.

O eso pensó hasta que entró a su móvil una llamada con el número oculto, confirmando quizá uno de los peores escenarios que su cabeza se había esforzado por elaborar.

— ¿Hola? ¿Azami? ¿Eres tú? Dime que eres tú por favor... — respondió ansiosamente y con la voz entrecortada

¡Ran! — escuchó a lo lejos, advirtiendo que el teléfono se encontraba en alta voz — ¡por favor ayúdame! ¡te necesito! ¡sácame de aquí!

— ¡Azami! ¡voy a sacarte de ahí! ¡quién quiera que seas dime donde la tienes!

Hey, tranquilo héroe — bromeó sarcásticamente una voz que le parecía conocida al otro lado de la línea — te la vamos a devolver, pero eso tiene un costo

— Dime cuanto quieres — dijo con firmeza — dime si lo necesitas en efectivo o un cheque o...

No queremos tu estúpido dinero, idiota — replicó la persona — hay cosas más valiosas en el mundo, ¿lo sabes, no? Esta vez no necesitamos más que algo de información...

— Sí, sí, lo que sea, solo dime a donde tengo que ir y te diré lo que sea que me pidas. Lo prometo.

Vale... te enviaré una dirección al móvil, cuidado de que alguien te haga compañía porque si es así, bueno... creo que este es un mejor incentivo que cualquier palabra.

El sonido de algo rompiéndose inundó sus oídos junto a un grito desgarrador que, supo inmediatamente, era de ella. El corazón se le encogió en un puño y rápidamente se limpió una lágrima antes de que esta pudiera deslizarse por su mejilla.

— Por favor... iré solo, te lo prometo, solo no le hagan daño. Te lo ruego.

Tienes treinta minutos para estar aquí... el tiempo corre, Ran Haitani.

...

Tras una ducha rápida que ayudaría a fingir que no había ocurrido nada fuera de lugar antes de dirigirse ahí, vestirse y andar en el coche aproximadamente media hora, Misaki y Sanzu llegaron a la fiesta, tomados de la mano, dedicándose miradas juguetonas. El muchacho, que aun seguía guardando en su pecho la espina de que algo extraño parecía estar sucediendo fingía de buena manera que todo iba como comúnmente, y entre largos suspiros y momentos de limpiarse las manos sobre la tela del pantalón, podía actuar con normalidad.

Tal como el Haitani lo había prometido, el sitio parecía bastante seguro, había guardias en cada esquina de lo que parecía ser una bodega remodelada de acuerdo a la ocasión, con una bonita alfombra rojiza dividiendo el sitio a la mitad, mesas con manteles de tonos sobrios y decoraciones finas en dorado y champagne; e igual manera que como lo prometió, todo el mundo estaba por ahí: empleados de alto rango, jefes de comisaria, un par de políticos y bastantes empresarios que lo saludaban efusivamente cuando notaban su presencia, agradeciéndole favores cuya naturaleza no revelaban, provocando que la pelinegra arqueara una ceja.

— De niña jamás imaginé que podrías llegar a ser así de sociable — dijo ella sonriendo mientras ambos tomaban asiento en una mesa que se había reservado a nombres de "ejecutivos y altos mandos de Bonten"

— Que va, no lo soy — respondió, rascándose la nuca — no los conozco por gusto, sino por trabajo. Tú sabes que nunca he sido alguien de muchos amigos.

— Éramos — enfatizó — personas no de pocos, sino de nulos amigos... solo éramos tú y yo.

— Y lo seguimos siendo — afirmó el ojiazul con ternura, tomando la mano de la muchacha

El momento se vio interrumpido por un par de manos que se posaron sobre los ojos de Haruchiyo, quien, confundido, intentó palpar estas mismas con las propias, sintiendo unos cuantos anillos y uñas largas. Un sudor frío le recorrió la columna cuando la voz chillona terminó revelando la identidad de la extraña.

— Hola Sanzu — canturreó de manera juguetona, descubriéndole los ojos — ¿has estado extrañándome últimamente?

Él levantó la vista solamente para encontrar con la figura de Jolene, o como la llamaba Koko, "su puta de confianza".

— Hola — respondió el otro, visiblemente incómodo, intentando buscar palabras adecuadas para no arruinar más la situación — Jolene, ella es mi novia, Misaki.

La pelinegra intentó disimular su incomodidad extendiendo la mano hacia la otra muchacha, quien, inmediatamente después de escuchar como es que él la había presentado, pareció disminuir la confianza con la que antes había llegado.

— Hola... uy, lo lamento, creo que mi presencia no es del todo grata en este momento. Te veré en otro momento, Sanzu.

Sin decir más, la chica se fue con rumbo a otra mesa en la cual fue recibida por un amplio grupo de hombres, que no dudaron en acercar una silla para que esta los acompañara. Dudosa, Misaki arqueó una ceja mientras el pelirrosa miraba hacia otro sitio, como si eso pudiera ayudar a evitar la confrontación.

— ¿Cómo que "extrañarla últimamente"?

— Es una historia corta, pero que no estoy seguro de que quieras saber... — musitó él, aun nervioso, esforzándose por que sus mejillas no terminaran coloreándose de otro tono para no terminar delatándose.

— Eso suena demasiado sospechoso...

Una sonrisa tímida se le asomó en el rostro. Sabía que tenía que contárselo para que estuviera más tranquila, pero no estaba seguro de si ese era un buen momento. Afortunadamente para él y como si todo el mundo estuviese destinado a interrumpirlos, Rindou Haitani apareció por ahí, y al notar la presencia del ojiazul, se acercó a su mesa.

Hacía muchos años que no veía un semblante así en el rostro de Rindou: aun sin tenerlo de cerca, pudo ver que tenía el ceño fruncido, la mirada perdida, e inclusive podría decir que gotas de sudor se le deslizaban por la frente; la antigua corazonada de Haruchiyo volvió a salir a flote cuando notó su aspecto, y se reavivó cuando el muchacho le hizo una seña para verlo fuera.

— Espérame aquí y te contaré todo, ¿sí? — la muchacha volvió a mirarle con desconcierto, sin embargo, terminó por asentir, haciendo que el muchacho suspirara y dejara un beso sobre sus labios — no le des información tuya a nadie. Vuelvo enseguida.

Sanzu salió tras los pasos del menor de los Haitani, y una vez fuera, pudo darse cuenta de que, efectivamente, lucía más que preocupado, desesperado.

— Ran no está, no aparece por ningún sitio...

El muchacho dejó salir un suspiro de alivio — Vamos, ¿solo es eso? Debe estar por ahí, Rin, él es...

— No entiendes, Sanzu — lo detuvo el otro — ... no debería decirte esto, pero... — el peli azul sacudió la cabeza — la novia de Ran no ha aparecido desde el mediodía. Él está desesperado, tengo miedo de que se lo hayan llevado a él también... están desaparecidos.

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Ran Haitani había sido capaz de hacer un recorrido de aproximadamente una hora en a penas veinte minutos. Aquello que parecía mover el automóvil del pelimorado no era el combustible, sino su propia angustia, en la cual su vida había pasado a segundo plano y lo único importante era ella, su Azami y su bienestar. Con un sudor frío recorriendo su columna, provocando que las manos le temblaran y sus hombros se tensaran, el muchacho avanzó con cautela a la dirección que le había sido proporcionada durante su camino: algo que parecía ser una roída y vieja bodega de metales, donde el olor a hierro y humedad lo llevaron a cubrirse la nariz en un acto reflejo.

Una oxidada puerta metálica estaba entreabierta, y con cierto temor, el muchacho la empujó, encontrándose con un espectáculo de sujetos corpulentos que cargaban en el pecho armas de alto calibre, cubriendo sus identidades con máscaras que se asemejaban a esqueletos. Inmediatamente recordó el incidente del Dokuzake, y los sonados Gashadokkuros, que habían estado acechándoles sigilosamente desde ese día. El pesar se le instauró en el pecho incómodamente, provocando que resoplara.

— Buenas noches, Ran Haitani.

La misma voz del teléfono le hizo salir del trance. Una figura mucho más alta que la suya se asomó de entre la oscuridad, y las marcas de tatuajes en sus manos le permitieron adivinar su identidad más temprano que tarde.

— ¿Hanma? — musitó, aun desconcertado.

— Supongo que este no es el sitio más adecuado para un reencuentro — dijo con sarcasmo — pero no estamos aquí para hablar de mí — el brillo de una maquiavélica sonrisa se hizo presente en su rostro antes de que él hiciera una seña.

Detrás de Hanma, aparecieron dos sujetos sosteniendo una silla, donde, atada de piernas y brazos se encontraba una golpeada Azami. El bello rostro que el Haitani amaba admirar durante sus encuentros más íntimos se había visto desfigurado debido a los moretones y la hinchazón de estos, había rastros de sangre aun brotando por su nariz y su labio, y su mirada oliva se había visto opacada por un ojo morado que ahora no le permitía siquiera abrirlo, y uno de sus brazos, aun atado, parecía estar completamente roto. Los rastros de maquillaje parecían haberse mezclado con la sangre y las lágrimas que el dolor la habían hecho soltar. El muchacho se mordió el labio con impotencia, esperando que alguna palabra saliera de su boca, pero le parecía imposible, el nudo en su garganta al verla en un estado tan trágico no le permitía hablar.

— Ran... — murmuró la muchacha con un hilo de voz, probablemente lo único que le quedaba después de tanto gritar —... por favor, ayúdame

El llanto se hizo presente en la chica una vez más, y sin más fuerzas, el mayor se dejó caer sobre sus rodillas. No sabía como consolarla, ni como huir con ella entre sus brazos, esperando que las cosas saliesen bien.

— Es muy doloroso, ¿no crees? — una voz femenina le hizo levantar la cabeza en su búsqueda y la figura se hizo notar, saliendo del mismo sitio del que Azami había sido traída. — ver a la persona que más amas en el mundo completamente deshecha... parece que te puede doler más en alma a ti mismo que lo que pudo dolerle a dicha persona físicamente. Desearía poder decir que lamento que ambos hayamos sufrido el mismo dolor, pero la verdad es que no lo hago.

— Por favor, no se quien seas, ni me interesa, te daré lo que me pidas, solo... déjala ir — suplicó el muchacho con los ojos violáceos humedecidos, mirando hacia la mujer que le había hablado. Tenía el cabello blancuzco y unos ojos que estaba seguro haber visto con anterioridad.

— En ese caso — interfirió Hanma, sacando del bolsillo un pequeño cable y una USB. — quiero que transfieras aquí toda la información de tu teléfono, ¿entendido? Todo aquello que tenga que ver con Bonten: conversaciones, contactos, absolutamente todo. — insolentemente, arrojó ambas cosas sobre el otro — Si intentas ocultar cualquier cosa, tu bonita pelirroja no va a salir viva de aquí.

— No te preocupes — respondió Ran con nerviosismo, tomando ambos objetos con las manos temblorosas y conectándolos al móvil — te daré todo lo que necesites, solo dame un momento y lo haré.

Aprovechándose de su altura, y del hecho de que el pelimorado aun permanecía de rodillas, los ojos ambarinos del tatuado observaban atentamente la pantalla del celular, asegurándose de que todo lo que querían y necesitaban estuviese pasando sin inconvenientes.

La presión de dicha mirada provocaba en el Haitani una tensión tal que sus manos no paraban de temblar y sudar, haciendo que el aparato estuviera a punto de resbalarse y caer al suelo más de una vez.

— Tranquila, cariño, casi termino, ¿de acuerdo? Quédate tranquila, voy a sacarte de aquí — decía en un vago intento de devolverle a la ojiverde una calma que, al menos, en ese sitio, se había tornado inexistente. — falta muy poco, ¿vale? Podremos largarnos de aquí pronto.

Las palabras del muchacho no hacían nada más que provocarle aun más el llanto a la chica, quien ahora no podía distinguir si era el dolor físico o la incertidumbre ante la situación el mayor de sus motivos para volver a llorar. Sus cuerdas vocales estaban exhaustas y lamentaba no poder responder nada debido al miedo. Limitó sus acciones a bajar la cabeza, hipear un par de veces mientras esperaba que el tiempo pasara con rapidez.

— Listo, ya está todo — dijo el muchacho con un suspiro, entregando todo a Hanma, quien se limitaba a sonreír — verifícalo si necesitas pero por favor entrégamela.

— Ah... Ran, Ran, Ran... — canturreó la peliblanca, acercándose a él no sin antes tomar la silla en la cual Azami permanecía atada, arrastrándola por el piso hasta dejarla frente a su amado. — yo también hubiera hecho hasta lo imposible en tu situación, me hubiese echado todas las sogas del mundo al cuello por salvarlo — Yuuna se colocó de rodillas, a la altura del muchacho, rodeándolo por uno de los hombros — ... es una pena tener que decirte que puede que eso no sea suficiente — sigilosamente, la muchacha introdujo una de sus manos al bolsillo del amplio abrigo que usaba — ... y temo decirte que ese es uno de esos casos.

Sin darle tiempo a procesar sus palabras, Yuuna sacó un pequeño revolver y, rápidamente, apuntó y disparó en dirección a la pelirroja, dando el impacto en su estómago, una zona tan delicada como para hacerla morir desangrada, pero haciéndola agonizar en el proceso.

— ¡No, no, no! ¡No! ¡¿Qué hiciste?! — la voz de Ran salía del fondo de su pecho, sumamente desesperada, mientras que intentaba desatar las cuerdas que la mantenían fija a la silla. — Azami, amor, por favor espera, voy a llevarte a un hospital...

La muchacha era incapaz de decir palabra alguna, el dolor del impacto y de las antiguas heridas de su cuerpo la mantenían sin habla, hiperventilaba y lloraba, deseando que el tormento que la aquejaba terminara pronto.

Mientras el par se encontraba distraído, la líder de los Gashadokkuro hizo una seña y todos abandonaron el sitio, dejándolos solos. La repentina huida de todo el mundo no podría interesarle menos al pelimorado, quien finalmente había conseguido desatarla y buscaba la manera de tomarla en brazos sin hacerle más daño para llevarla al auto.

— Vámonos de aquí, estarás bien, te pondrás bien, ¿vale? Te voy a ayudar, corazón, te lo prometo.

— Ran... me duele mucho... tengo mucho frío... no voy a aguantar — musitó con la voz quebradiza

— No, no, no, no digas eso, eres fuerte, Azami, sé que lo harás, solo necesitamos llegar al auto, y yo conduciré lo más rápido que pueda para llevarte a un hospital, ¿está bien?

Su voz parecía cada vez más lejana, como si toda su cabeza estuviese bajo el agua y solamente pudiera escucharlo a medias. El descenso de la temperatura en su cuerpo ante la pérdida de sangre era tanto que sus dientes castañeaban, e intentaba abrazarse a si misma aun con el brazo roto para guardar el calor, pero aun cuando la mayor de sus motivaciones para seguir viviendo era quien cargaba su magullado cuerpo, Azami era consciente de la inminente y cruel realidad.

— Ran... yo... lamento...

Shhh, no hables, cariño, guarda tus fuerzas, ¿sí?

— Lamento... no haber podido... cumplir mi promesa...

— Aun podemos cumplirla, mi amor, solo resiste un poco más, ¿sí? — la angustia sobre la cual se empapaban sus palabras era algo que ya no podía ocultar bajo una falsa fortaleza. Sus ojos habían comenzado a brotar lágrimas que, al desembocar en su mandíbula, caían lentamente sobre el cuerpo de la chica — resiste un poco más...

— Ran... — con las pocas fuerzas que le quedaban, la pálida mano de la chica se posó en una de sus mejillas, intentando limpiar sus lágrimas sin éxito alguno. En un último instante de lucidez, pudo distinguir a la perfección su cabello despeinado y esas facciones preciosas que la habían flechado desde el primer instante, provocando una débil sonrisa en su rostro — ... fuiste lo mejor... de mi vida... te...

La palma posada en su mejilla parecía perder fuerza — No, no, Azami, no, no me hagas esto, amor, por favor, resiste un poco más, no puedes irte, no puedes dejarme

— Te amo.

Y como si ese hubiese sido su único propósito en el plano terrenal, la vida se le extinguió al terminar la oración. Un grito desgarrador, capaz de mostrarle a cualquier persona que estuviese cerca lo que era el dolor salió de los labios del Haitani, quien, una vez más, se dejó caer sobre sus rodillas, sintiendo como si el corazón y el alma le hubiesen sido arrancados con ese último suspiro.

Ni siquiera la oscuridad de la noche podía compararse con la que ahora se instauraba en el pecho de Ran Haitani. 

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