𝟐𝟑. 𝐂𝐚𝐩𝐭𝐮𝐫𝐚.

Bonten, aun con ese extraño sentimiento en común de sus miembros sobre sentirse parte de los dioses, tarde o temprano había terminado sumiendo a muchos de aquellos que rondaban por sus filas en el mismísimo infierno, manchándose siempre de sangre ajena.

Sin embargo, esa noche un giro de tuerca que se sentía como un volante virado de forma brusca por parte del destino terminó provocando que el líquido carmesí que tantas veces habían contemplado en otras superficies saliese de sus propias entrañas y no de las de un enemigo.

Un taciturno Takeomi caminaba entre la oscuridad de lo que antes fue el brillante Dokuzake, con los sonidos del cristal roto bajo sus pasos. Las luces led se habían fundido irremediablemente ante las balas, al igual que las vidas de todos aquellos que yacían sobre el suelo. Contempló el críptico y sangriento mensaje que reposaba en la pared.

Había tenido un par de ocupaciones que al final habían retrasado su llegada a la cena mensual, y en busca de un atajo, terminó conduciendo por Roppongi, en donde los sonidos de las patrullas y el caucho de las llantas quemándose contra el pavimento fungieron como un indicativo de que algo iba mal. Fue así como terminó llegando al lugar y alertando a su jefe con respecto a lo ocurrido.

El saldo, hasta donde sus ojos le habían permitido contar, iba ya en ochenta y seis personas que, muy a su pesar, no solo se limitaba a empleados: empresarios, socios, miembros del gobierno o hijos de los anteriores ahora se habían vuelto cuerpos helados.

No pasó mucho tiempo antes de que llegasen al lugar todos los ejecutivos y, sorprendentemente, también Mikey, quien por primera vez en años no lucía tan imperturbable. Kokonoi, por su parte, era un manojo de nervios que insultaba a todo lo que estuviera frente a sí, arrojando su móvil al suelo producto de la rabia.

— ¡¿Es que no entiendes, imbécil?! ¡Dejé los esfuerzos de mi vida en este puto lugar! ¡Y ahora todo se fue al caño! ¡Todo!... todo lo que construí está perdido... — el peliblanco estancó su mirada en el suelo, incapaz de encontrarse con la destrucción que ahora consumía a lo que consideraba su posesión más preciada.

— ¿Cuál es el saldo? — inquirió Kakucho con los brazos cruzados sobre el pecho

— Conté ochenta y seis antes de que ustedes llegaran.

Mochizuki irrumpió en la charla — El paramédico dice que son ciento treinta y dos muertos, hay quince personas más que están en camino al hospital en estado crítico, pero que aun pueden salvarse, y cinco pudieron esconderse en el refrigerador, son los únicos ilesos.

Kakucho, Mochizuki, Takeomi, los Haitani y Sanzu se miraron entre sí, intentando encontrar palabras de aliento ante la situación, pero no había nada que pudiesen decir. Habían tenido incidentes de ese calibre, sí, en un par de fábricas o en enfrentamientos contra otros grupos fuera del país, pero nada tendría punto de comparación con lo que se vendría tras lo sucedido.

Se les venía encima un escándalo mediático: preguntas por montones con respecto al por qué, cómo y que había tras eso. Las muertes sucedidas probablemente iban a anular tratos que habían mantenido y cuidado con cautela y discreción desde sus comienzos, y probablemente lo peor era que ahora estarían en el ojo el huracán, esperando que la fuerza terminara arrastrándolos a este y desterrándoles la vida de una vez por todas. Acababan de perder el ápice que tenían de privacidad y calma que pudieran haber conseguido antes.

— Los gashadokuros son esqueletos gigantes y hambrientos... — musitó Manjiro, mirando fijamente hacia el interior del sitio, en donde podía leerse aquella frase — y al parecer quieren comernos... no, quieren devorarnos a nosotros, y sabían que el Dokuzake era un punto débil al que atacar, la verdadera pregunta es cómo lo supieron... — el muchacho recuperó su mirada inexpresiva y se giró hacia el resto — Kakucho, vas a llamar al contacto que tenemos en la policía y haremos que cierren todo Roppongi para limpiar todo este desorden. Quiero que evacúen todo, y que no haya acercamientos de reporteros ni ningún medio, nada.

— Enseguida — obedeció el pelinegro, alejándose del grupo para hacer las llamadas correspondientes.

— Ustedes dos — el peliblanco señaló a los Haitani — van a buscar a las familias de todas las víctimas que no se relacionen laboralmente aquí, explicarán la situación y que fue un ataque, no sé como pero van a convencerlos de no romper las alianzas que tenemos con ellos. Cuando lo hayan conseguido usaremos un chivo expiatorio para hacerlo pasar por el dueño del sitio, y saldremos del radar para que los esqueletos queden en nuestro lugar... Mochi va a encargarse de pagar las pólizas de remuneración a los familiares de nuestras víctimas... Hajime.

El joven que parecía haber perdido el sentido mientras aun miraba hacia el pavimento, contemplando su propio reflejo en uno de los cristales rotos, levantó la mirada hacia el que lo había llamado — ¿sí?

— Tú y Sanzu vienen conmigo. Vamos a repasar como es que alguien consiguió saber quien es el dueño de este sitio y que hoy no estaríamos presentes aquí y...

Mi rey — interrumpió Haruchiyo, reverenciándose a medias ante él — ¿mi presencia es muy necesaria? Debo...

— A tu novia y la de Ran las escoltará tu hermano, no tú. No vamos solo a repasar esta noche, sino todo el mes. Lo que sea que esté sucediendo seguramente está relacionado con la emboscada que alguien tendió contra ti y los Haitani, así que te necesito.

—... está bien, nos iremos enseguida.

Un par de metros lejos, en un auto completamente negro, con los cristales oscurecidos, Misaki y Azami se habían vuelto un manojo de nervios, incapaces de entender completamente lo que había sucedido. Haruchiyo le había pedido no asustarse en el momento en el que salieron de aquel edificio en el que se desarrollaba la cena en el momento en el que se dio cuenta de que no estaba guiándola hasta su propio coche sino al vehículo donde ahora se encontraba.

El ojiazul abrió la puerta con cuidado, encontrándose con las miradas confundidas de las chicas, buscando las palabras adecuadas para que el nivel de alarma no terminara por incrementarse aun más.

— Hola... no podré llevarte a casa esta noche.

— ¿Por qué? ¿qué está sucediendo, Haru? No entiendo nada.

El muchacho se rascó la nuca — ... la situación es muy delicada, Misaki, no puedo ni debo decirte mucho más, es por tu bien — Haruchiyo acercó su mano al rostro de la muchacha, acariciando delicadamente con el pulgar la cicatriz que reposaba debajo de su ojo — y creo que no podré verte en un rato, no hasta que las aguas se calmen, ¿sí?

La pelinegra le miró con cierta tristeza, tomando con la mano propia aquella que sostenía su rostro, retirándola de ahí para dejar un beso sobre sus nudillos — ... De acuerdo, solo prométeme que vas a estar bien, Haru.

— Te lo prometo — intentó transmitirle algo de calma con una sonrisa falta de sinceridad, y posteriormente con un beso sobre los labios — alguien más va a llevarlas a la residencia, estarán bien bajo su cuidado. Te veré pronto.

Pronto era una palabra bastante desacertada.

Era veinticuatro de mayo, había pasado ya dos semanas sin verle, la única noción que tenía con respecto a su bienestar eran esos mensajes diarios en donde se limitaba a escribir que todo estaba bien pero que seguía siendo demasiado pronto como para poder verse de nuevo. Imaginaba que había aun muchos cabos sueltos que atar, y que era eso lo que lo mantenía lejos de ella.

Hasta ese momento, no se había sentido tan frustrada con respecto al estilo de vida — si es que podía ponerle tal mote — que llevaba. Y es que realmente no se había detenido a pensar en ello y lo que significaba: vivir a hurtadillas, huir del peligro que tu mismo siembras, volverte parte de las sombras que normalmente podrían atormentarte pero que ahora tú mismo creas para poder seguir vivo.

La sola idea le produjo un escalofrío que terminó por recorrerle toda la columna, provocando que se retorciese sobre sí misma en su asiento amaderado al mismo tiempo que el profesor daba la clase por terminada. Tampoco se había detenido a pensar en el dichoso reportaje que tenía que presentar como proyecto final, ni siquiera tenía idea de qué sería buena idea investigar para hacer algo medianamente decente.

Las víctimas totales del atentado han sumado un total de ciento cuarenta y tres personas fallecidas. La policía japonesa ha atribuido esto a la que se hace llamar Gashadokuro Gang, quienes dejaron este espeluznante mensaje en el lugar de los hechos...

La televisión colocada en la sala de profesores, al igual que todas las del campus, aun continuaban cubriendo todo el atentado sucedido días atrás. Con pesar, Misaki suspiró mientras pasaba de largo por el sitio, tomando eso como una señal de que, sucediese lo que sucediese, no iba a terminar pronto.

— Y al final, todo nos terminó saliendo del culo — musitó la peliblanca, con las piernas encima del escritorio, tamborileando los dedos sobre este mismo — ¡ahora estamos en la mira de todo el mundo cuando el plan era lo contrario!

— ¿No sé supone que querías que supieran que existimos? — inquirió Takumi, que jugueteaba con su cabello en la silla del frente

— Ellos, pero no el resto del mundo... Manjiro es un idiota, pero es un idiota de cuidado. Supo aprovechar la situación para que ellos fuesen los menos perjudicados.

— Aún así, no dudes que un par de sospechas sobre el Dokuzake y porque lo atacaron terminaron por levantarse, ve esto — el rubio tomó su móvil y mostró en la pantalla una noticia publicada — mira: "Ataque a una de las zonas más importantes de Roppongi: Dokuzake y posibles nexos con la mafia", sabemos quienes son ellos, pero si queremos desprotegerlos completamente tenemos que hacerlo con todo lo que los rodea, atacar a los contactos para que se queden solos.

— ... si ellos pierden sus alianzas ese es un camino libre para poder tomarlas por nosotros mismos, ¿no es así? — el chico asintió — supervivencia del más fuerte, si ellos caen nosotros nos levantamos poco a poco.

— ¡Exacto! Ahora solo necesitamos un medio por el cuál nos entreguen la información que necesitamos.

— ... eso es lo complicado — musitó Yuuna, volviendo al tono de decepción. — ¿quién de sus miembros podría ser tan idiota como para cedernos todo esto?

El pensamiento se le vio interrumpido por una llamada entrante de Hanma, que recorría Tokyo en su propio auto, desempeñando ese pasatiempo tan suyo de jugar al espía.

— Te tengo noticias — dijo el chico de ojos ambarinos alegremente — el primer chico Bonten ya volvió a la vida pública.

¿Quién? — preguntó la peliblanca al otro lado de la línea

— Haitani Ran, el hermano mayor. Veintitrés años. Cerró el JG de Roppongi y está comiendo con una chica de la que no tengo demasiada información... pelirroja, pálida, se ve más joven que él.

¿Y cómo conseguiste dar con él?

— Su asistente — sonrió con orgullo — uno de mis chicos estuvo siguiéndolo y al parecer ha estado haciendo compras cuando menos curiosas... parece que dará una fiesta pronto.

Los ojos de Yuuna parecieron recobrar algo de brillo mientras una idea sembrada en su cabeza afloraba con rapidez.

— ¿Puedes averiguarme quien es la chica? — preguntó con determinación para después mirar a Takumi — creo que encontré una manera de conseguir lo que necesitamos y hundirlos de una buena vez.

A la orden

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