𝟏𝟒. 𝐍𝐚𝐧𝐚.
Su apartamento, aun con lo solitario que podía sentirse, con el frío que acumulaban sus paredes y lo molesto de las sabanas en contra de su propio cuerpo cuando no había otro al lado suyo, se sentía en ese momento mucho más acogedor que la incomoda camilla del hospital donde no hizo más que revolcarse sobre sus propia envidia mientras notaba la mirada incomoda de Saito sobre su cuerpo magullado por el accidente, mientras que sus manos se distraían paseándose sobre la piel del Haitani, acariciándole los hombros con sumo cuidado, tan inmersa en ello que más temprano que tarde acabó por ignorarle.
El corazón le latía con rabia mientras deseaba con todas sus fuerzas que la pelinegra atravesara la puerta en busca de su silueta, estrechándole con fuerza entre sus brazos, yendo en contra de las indicaciones del médico con respecto a agitarlo, probablemente reprendiéndole por no haber estado usando el cinturón de seguridad, preocupada por las actividades peligrosas en las que se metía como la tarde en la que su asistente le terminó enviando un surtido de sustancias psicoactivas innecesarias, o la noche en la que aun con las luces carmesís del Dokuzake había sido tan astuta como para notar sus pupilas contraídas a causa de las pastillas.
Pero Haruchiyo sabía que pedirle aparecer en el hospital era despiadado y hostil. No sabía si en China había vuelto a pararse dentro de uno, y si lo había hecho, podía intuir el temblor en sus manos y los rasguños en sus brazos como consecuencia de los arañazos involuntarios y la ansiedad que le producían los médicos, los terapeutas e incluso los investigadores que le habían pedido revivir los tortuosos recuerdos de un "amor" horrido donde, sin quererlo, fue una víctima. Ya le había hecho suficiente daño como para lastimarla de esa manera.
Y, al final, lo que le había dicho Kokonoi no era mentira: él era el menos afectado de los tres, había sido una contusión leve por la cual pudo dialogar con el médico, consiguiendo así el alta que le dejó ir a tumbarse en su familiar colchón, envuelto en las sábanas. Tras haber llamado a Matsuda para que ordenara algo de comida por él y recibir un mensaje de Kakucho donde le decía que él y los Haitani podrían tomarse el resto de la semana libre para recuperarse, intentó dormir un rato.
Haruchiyo no dormía, lo hacía cuando sus reservas de energía estaban en las últimas y así podía aprovechar para estar en cama unas trece horas, esa parecía ser la ocasión perfecta. Se acomodó las almohadas, sintiendo una punzada de migraña calar en su cabeza, cubriéndose hasta la nariz con el edredón, sus pestañas se batieron un par de veces antes de perderse en un mundo donde, por más que todo se retorciese, algunas cosas eran más sencillas.
...
La admisión de su debilidad ante las batas aguamarina y los estetoscopios la hacían sentir como una niña pequeña, encerrada entre los vestigios de la que alguna vez fue la esfera de cristal que la envolvía, a salvo de la maldad del mundo. Había abrazado sus rodillas, pegándolas a su pecho, con la espalda recargada en la pared, sintiendo las yemas de los dedos de su mejor amiga acariciándole sobre la camiseta, en un vago intento por calmarle el llanto.
— E-e-estoy cansada... — gimoteó tras sorber la nariz — no quiero seguir siendo así. Soy una cobarde... si hubiera dejado esto atrás hace años, yo... — el corazón se le encogía en un puño cuando recordaba la falta de fuerzas de su propio cuerpo — ... yo podría estar para Haru... como él lo estuvo para mí.
A veces, cuando Misaki tenía pesadillas en las primeras noches donde China era su nuevo hogar, recordaba el peso de las pálidas manos de Haruchiyo sobre la suya, sosteniéndola con fuerza cuando los médicos llegaban a chequear cosas básicas de su recuperación que, sin entender, le avergonzaba que él tuviera que escuchar. Como si la sangre que había perdido y que yacía entre sus piernas la mañana después de volver del infierno se hubiera llevado consigo la pureza que tuvo alguna vez, así como la oportunidad de ser querida, de sentir que algún día su primer amor podría llevarla al parque y ahí, con inocencia, tomarle la mano para decirle lo mucho que la quería, un escenario mucho más bonito que aquel en el que, entre sollozos, tenía que entrelazar sus dedos con los propios intentando obsequiarle algo de paz.
Misaki sabía que ella y Haruchiyo jamás tendrían un amor normal. Aun cuando su mente infantil no comprendiera completamente el por qué.
Sabía que Haruchiyo odiaba los hospitales, conocía de pies a cabeza la amargura que colmó su cuerpo cuando su madre decidió acabar con su vida en lo que los demás llamaban un accidente buscando suavizarles la realidad a él y a su hermana menor, lo incomodo que le resultaban los doctores cuando iban en su dirección con una mirada lúgubre, y como, aun cuando no lo dijera, era eso lo que lo hacía pedirle durante cada viaje en coche asegurarse el cinturón e ir en la parte trasera. Y con todo aquello, pudo dejar de lado sus propias tinieblas y estar ahí para ella durante su tormenta, mientras que a ella las piernas le flaqueaban ante la sola idea de pisar un hospital.
— Hey, hey, tranquila — habló Azami con voz dulce — no tienes porque forzarte a hacer algo que no quie...
— Es que quiero hacerlo — recriminó con la voz pendiéndole de un hilo, como si fuese capaz de romperse aún más que su deshecho corazón — ... pero no sé cómo. No sé como ignorar mi dolor para poder acompañarlo en el suyo.
Con incertidumbre, Azami suspiró, apartándose un par de mechones rojizos del rostro, pensando en las palabras adecuadas con las que disiparle la nube de angustia a la pelinegra, que se limpiaba la punta de la nariz con un pañuelo robado de la mesita de noche de la otra. Mientras meditaba el discurso, notó a Misaki apartándose las lágrimas del rostro con ayuda de las yemas de sus dedos.
Otro suspiro bastó para saber que decir.
— Sé que es difícil. No puedo saberlo tanto como tú lo haces, pero soy consciente de que lo es, Misaki. — rodeó a su amiga por los hombros, acercándola a sí misma — sé que debe haber momentos en los que sientes que le dolor es como un huracán que se avecina, y tu puedes verlo llegar, amenazando con llevarse todo lo que has construido en este tiempo — cuidadosamente, la muchacha desenredaba con las uñas mechones de cabello enmarañados — ... y sientes que solo puedes hacer dos cosas: dejar que arrase con todo, incluso contigo, o ir bajo tierra para esconderte sabiendo que todo lo que has hecho va a ser destruido.
— Preferiría que todo se destruyera siempre y cuando no me destruya a mí... — musitó con los ojos cerrados — quiero dejar de ser tan débil. Quiero que las cosas dejen de destruirse.
— Entonces refúgiate, Misa. — la pelinegra la miró con el ceño fruncido, confundida — si tú te escondes hasta que el huracán pase, al menos podrás volver a la superficie cuando se haya ido, y podrás volver a construir todo de nuevo hasta que los cimientos sean lo suficientemente fuertes como para aguantar cualquier desastre.
— ¿Entonces... — se despegó de ella un momento, jugueteando nerviosamente con los mechones azabaches — tengo que esperar a que el huracán se vaya para poder ir con él?
La ojiverde se encogió de hombros — Algo así... — con delicadeza, tomó la mano de la otra, estrechándola con ternura — Misaki, el amor es algo bastante más complejo de lo que yo podría decirte, solo mírame... — desvió la vista hacia una pared, sintiendo el rubor de sus mejillas apareciendo — a mí aun me cuesta un montón saber lo mío con Ran de verdad es amor, porque muchas veces es tan cálido que hay dos resultados: puede hacerte sentir en paz y darte el confort que necesitas, ayudándote a suturar las heridas de antes, pero si no lo controlas, puede hacerte mucho, mucho daño. — tiernamente, la muchacha depositó un beso en la frente de la otra — pero recuerda siempre que las heridas del fuego también son capaces de sanar, ¿sí? Aun cuando pueda parecer gigante en un primer momento, después se reduce a poco más que una de esas — juguetonamente señaló la cicatriz de su pómulo, haciéndola reír — eres tú quien elije que tanto te consumen las brasas.
...
Recomendación: reproducir canción de multimedia o playlist (State lines – Novo Amor)
Abrió los ojos pesadamente, extrañado ante un par de dedos que se enredaban entre los mechones rosados de su enredado peinado. Los orbes azules se esforzaban en reconocer la silueta de una joven de cabellos oscuros, que le sonreía con ternura, acariciándole las mejillas con un tacto de seda. La boca de el muchacho se entreabrió al percatarse del astro que levitaba sobre la comisura de sus labios, dócil en comparación a la vieja herida colgando debajo de su mirada.
Como si se tratara de un fantasma, Haruchiyo pegó un respingo, levantándose con brusquedad intentando abrazar su cuerpo, rodeándola con los brazos, ignorando la necesidad de espacio vital que pudiera tener, deseando que su cuerpo se fundiera con el propio de alguna u otra forma, palpándole la piel ansiosamente, deseando que lo que estaba sobre él en ese momento no se tratara de un espejismo.
Sintió un mechón de cabello esconderse detrás de su oreja, auxiliado por sus manos. Tras el cristal de las gafas, los ojos marrones lo miraban con ternura, acompañados de una línea curva en los labios. Se sintió colmado por la ternura de su expresión, y sus ojos se cristalizaron en un amago por llorar.
— No debí actuar así esa noche, Misaki, lo siento — lentamente, acercó la mano hacia su mejilla, buscando sostenerla — debí comprender más todo... sigo siendo el mismo chiquillo que destruye todo cuanto toca. No quiero hacerte lo mismo que años atrás — no obtuvo respuesta alguna más allá que el tacto de sus yemas barriéndole una lágrima solitaria — ¿qué significa eso? — la prematura angustia de Haruchiyo ante el silencio fue en aumento cuando su teléfono comenzó a sonar. Buscó a tientas el aparato sobre la superficie del colchón deseando silenciarlo. El volumen del ruido parecía ir en aumento, y fue lo repentino de un beso sobre su frente lo que le devolvió la calma — ¿qué pasa? — pícaramente, la chica hizo un gesto con el mentón en dirección hacia donde se encontraba el móvil — no quiero atender, quiero que me hables — le tomó la mano con firmeza — dime algo, por favor.
Ignorando la petición, la chica se levantó de la cama, sin que él pudiera hacer algo para impedirlo. Sintió la desesperación devorándole los huesos cuando la vio escabulléndose por el marco de la puerta, y en ese momento su habilidad para moverse, así como su voz, parecían haberse extinguido. Pataleó como un niño haciendo rabieta, agitando los brazos sin cesar para poder correr detrás suyo y no dejarla escapar de nuevo, pero sus esfuerzos parecían ser en vano.
Hasta que, sorpresivamente, sintió su cuerpo volviendo a la realidad, abriendo los ojos de par en par, con la respiración cubierta en un frenesí.
Todo había sido un sueño, a excepción del tono de su teléfono, que no había parado.
Torpemente buscó el dispositivo entre las sábanas, y el corazón se le encogió en un puño cuando alcanzó a leer el nombre del contacto. Sin esperar más, respondió.
— Hola.
— Supe que tuviste un accidente — su voz parecía constipada, como si se hubiera roto momentos antes y aun se estuviese reconstruyendo — ... ¿estás bien? ¿aun estás en el hospital?
— Ah... no. Salí hace un par de horas, estoy mejor, no fue algo demasiado grave.
— Oh... vale, está bien. Supongo que será mejor dejarte para que descanses...
— No, espera — interrumpió con ansia — yo... — sus pulmones anhelaron por un hondo suspiro, el cual dio lugar a sus posteriores palabras — ... siento muchísimo lo de la otra noche. Siento... siento haberme marchado y haberte dejado a la deriva sabiendo lo que algunas cosas pueden significar para ti, fui un desconsiderado, es solo qué...
Un silencio sepulcral se mantuvo en la línea por un par de segundos — ... ¿es solo que...?
Algo dentro de sí mismo le dejó abandonar la pena, expiándose la duda en forma de dedos que tamborileaban sobre la superficie del colchón. Le titubeaban los labios, y las palabras que colgaban de su lengua desde la primera vez que sintió su aliento cosquillearle en la nariz finalmente salieron a flote.
— Yo de verdad quería besarte.
Una risa nerviosa al otro lado le dejó adivinar un sonrojo a penas notable en su piel pálida. La carcajada seguramente estaría escondiendo el lunar de su rostro, y sus ojos se achinarían de la misma forma bonita que lo hacían cada vez que era feliz. Haru se rascó la nuca, con probablemente el mismo nervio que ahora compartían.
— ... yo también lo siento, Haru. Y... — pasó saliva, resoplando contra el micrófono del celular — voy a intentar compensar lo que no sucedió la última noche. Te prometo que las cosas serán distintas esta vez.
— No hace...
— ¿Estarás en tu casa?
El calor le abrumó las mejillas de un momento a otro. — Ah... — tenía que ingeniarse algo rápido si no quería quedar como un bobo. — s-sí, eh... — bingo — veámonos en el Dokuzake. Mañana.
— ... Está bien. Te veré ahí.
HOLA LXS EXTRAÑE DIGANMEN Q ME EXTRAÑARON TMBN
JSJSJSJS lamento mucho haber tardado tanto en hacer este cap, y también que sea más corto de lo que lxs tengo acostumbradoxs, la vdd es más un interludio a lo que sigue. La vdd voy a serles bien sincera: ando esperando que Wakui me suelte ya algo del backstory de Sanzu, sobre las cicatrices y eso, porque me gustaría que este trip fuera lo + cannon posible, así que el próximo cap de esto sale hasta la próxima semana después del martes. En conjunto a eso estoy en finales *cries* entonces sí, paciencia please u.u
Línea para decirles que muchas gracias por haberme esperado con las actualizaciones, y por casi 9K lecturas <3
Línea para que me den opiniones, comenten o me tardo más en actualizar >:((
Línea de despedida, lxs tqm<3
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