𝐎𝟖. 𝐆𝐚𝐫𝐟𝐢𝐨.

Las luces ni si quiera habían sido encendidas en el tenebroso pasillo al cual debía enfrentarse a diario cuando salía de su habitación. El suelo de madera era tan helado como un tempano, y todo se sentía tan solitario como si, de alguna manera, cada mañana despertara en una nueva isla desierta, donde tenía que enfrentarse a distintos peligros, siempre mucho más altos y duros que los anteriores.

Sus peores días eran sin duda cuando Takeomi tenía el turno nocturno en el trabajo; el terminaba siendo el primero de casa en abrir los ojos y despertar, teniendo que caminar con los pies descalzos a lo largo del suelo de su habitación, palpando las paredes para buscar un apagador que jamás podía ubicar entre medio de la oscuridad, por más que sus ojos celestes se acostumbraran a ella. Más de una vez se había llevado un golpe de por medio gracias a su nula habilidad de andar por la penumbra en soledad lidiando con el peso de ser un adulto de once años.

Después de todo, su padre... bueno, el señor Akashi era un caso aparte.

Desde que su madre había muerto un tiempo después del nacimiento de Senju se había vuelto poco más que una presencia paranormal que cada tanto tiempo se aparecía por el corredor o en una de las sillas del comedor. Sumamente ausente, esporádico y mucho más ínfimo que un cascarón de lo que sus memorias le decían que había sido alguna vez. Su vivaz carácter se había perdido en un punto indefinido del tiempo, desvaneciéndose a la par que lo hizo el último aliento de su madre, perdiéndolos a ambos a la vez, solo que uno de ellos aun fingía seguir con vida.

Y solo quedaba él, a cargo de una pequeña Senju a la cual cada tanto no podía evitar odiar, sintiendo que de no ser por su llegada su madre no hubiera adquirido esa terrible tristeza que había acabado con su vida en lo que a todo el mundo le encantaba fingir que se trataba de un accidente. Él ni siquiera sabía el significado de la palabra depresión, solo conocía su existencia gracias a un médico poco discreto que alguna vez visitó a la mujer albina cuando era incapaz de levantarse de la cama a encender la luz siquiera.

Si Senju no hubiera estado ahí, él jamás hubiera perdido a su madre, a su padre, a Takeomi. Jamás se hubiera vuelto una muestra de ejemplo para alguien que no podía evitar seguir aborreciendo a cada segundo que pasaba, jamás hubiera tenido que despertar a las tantas de la madrugada a ordenar víveres y hacer comidas que él ni siquiera iba a degustar, jamás hubiera tenido que lidiar con cosas que no quería llevar tras la espalda y no hubiera terminado adoptando ese horrible miedo a la oscuridad que surgió luego de que escuchó una vocecilla en un pasillo mientras buscaba algo de medicamento para la temperatura de su hermana menor.

Haruchiyo odiaba ser el hombre de la casa.

Talló sus ojos con el dorso de la mano derecha, mientras que colocaba su otro brazo en dirección al frente, intentando evitar el choque con cualquier cosa que se interpusiera en su camino. Dio con el interruptor y la luz se hizo presente ante sus adormilados ojos; porque por más que durmiera jamás podía sentir ni una pizca de descanso en su espalda o cabeza.

Anduvo hasta la cocina, buscando dentro del refrigerador algo de la comida que su hermano había dejado preparada el día anterior, notando que, como siempre, era una ración individual. Miró hacia su delgaducho cuerpo, sobándose el estómago, rogando porque no hiciera demasiado ruido durante el receso y que así Misaki no terminara obsequiándole su comida de nuevo.

...

— ¿Entonces puedo ir?

— No lo sé, Misaki. Tengo que discutirlo con tu papá, no conocemos a la familia de ese niño, ¿al menos vive con sus padres?

La pequeña se encogió de hombros, zafándose del cinturón de seguridad del auto. Era temprano por la mañana, y la brisa del rocío matutino aun podía verse en el aire, sobre el césped de su escuela, alrededor de las flores. El rugido del motor del auto llenaba sus oídos aminorando el volumen del canto de los pájaros. Miró a su madre con un semblante de cachorro triste esperando que eso bastara para que cediera a su petición.

— Vive con su hermano mayor y su hermana pequeña — tiró levemente de la manga de su camisa — por favor, mamá, no tengo ganas de estar sola hoy todo el día. Ni siquiera tengo amigos cerca de casa...

— No estás sola — replicó la mayor — tu tío Eiji está ahí, sabes que si necesitas algo él puede ayudar.

Misaki asomó una mueca, sobándose el brazo con cierta incomodidad — ...Pero él no juega conmigo, Haru sí lo hace.

Honoka miró hacia el volante del auto, apretando las manos alrededor de la piel que lo recubría, soltando un suspiro. No podía mirar a la niña a los ojos, sabía que terminaría cediendo más temprano que tarde si prestaba atención a su semblante.

— Reprobaste cuatro exámenes, Misaki, ¿crees que mereces de premio algo después de eso?

— Lo sé... — se encogió de hombros — pero te prometo que si puedo ir a casa de Haru hoy no lo haré más, de verdad. Voy a esforzarme. Si puedo ir a casa de Haru voy a dejar de reprobar, ¡incluso puedo decirle a él que me ayude a estudiar!

La mayor se reprendió a sí misma, creyendo que quizás las bajísimas notas de su hija eran a causa del poco tiempo que ella y su marido pasaban en casa. Se sentía culpable ante la nueva determinación de la pequeña, pero no era nada que estuviera en sus manos. Habían terminado en Tokio, viviendo en casa de su hermano debido a lo que en un primer momento pareció ser una oferta de trabajo imperdible para su marido, pero que al final se volvió poco más que un par de horas de explotación laboral a cambio de unos cuantos billetes más que ni siquiera terminaba de abastecer por completo los gastos de todos, ni con el trabajo de ambos.

Honoka masajeó sus sientes ayudándose con el dedo índice y el pulgar. Quería que si al menos ellos no podían hacerlo, Misaki tuviera una buena vida ahora que estaban en un sitio nuevo y la habían alejado de todo lo que conocía: sus amigos, su escuela, su hogar en Chiba. Todo había quedado en un plano distante gracias a una mala decisión que ellos habían tomado.

Sabía que la adaptación iba a serle difícil, no, le era difícil. Tanto que había perdido el sueño, siendo reemplazado con pesadillas, así como también un par de kilos, estaba irritable y parecía un animal abnegado a dejar su madriguera a no ser que ella la tomara de la mano, pero cuando hablaba de ese niño que aún no había podido conocer el rostro volvía a brillarle como cuando aún estaban lejos de la metrópolis.

Dejó salir un último suspiro antes de dar el veredicto.

...

Haruchiyo desdobló el papel que habían dejado en su pupitre con sumo cuidado, mientras miraba hacia sus costados, encontrándose con la brillante sonrisita de su amiga, quien lo veía disimuladamente con complicidad, turnándose entre él y la maestra junto a la pizarra. Misaki tamborileaba los dedos contra la madera marrón claro que conformaba su asiento, esperando que él desdoblase el recadito que había dejado en su sitio después de entrar unos minutos más tarde de lo usual, justo cuando la clase estaba comenzando.

"Mamá me dio permiso de ir a tu casa hoy"

El niño frunció el ceño, encarándola con sus ojos azules fijos en ella, quien se limitó a obsequiarle una risa resplandeciente y encogerse de hombros justo antes de ajustarse las gafas en el puente de la nariz. Sintió el calor sobre sus mejillas coloradas justo después de notarla volteando la vista de regreso al frente después de entregado el mensaje.

Cuando sonreía así era imposible para él oponer resistencia.

Las horas pasaron con normalidad hasta el momento en el que ambos pudieron irse al almuerzo, dirigiéndose juntos hacia el mismo sitio de siempre; la mesa más alejada del patio, de los niños que jugaban a tirarse balones y niñas que fingían hacer cosas que haría una mujer. Tomaron asiento el uno al lado del otro, y Haruchiyo fijó su mirada en la pequeña que sacaba un pequeño bento repleto de comida. Intentó controlar los ruidos de su estómago mientras ella daba lugar a la charla.

— ¿Leíste mi nota?

Sacudió la cabeza intentando eliminar su creciente apetito — Ah, sí

— ¡Es increíble! No creí que mamá fuera a dejarme después de lo de los exámenes, ¿qué haremos cuando...?

— Misaki, no le avisé a mi hermano, ni siquiera me dijiste nada sobre que fuéramos a mi casa... no sé si Takeomi esté de acuerdo con eso. Hoy es su día libre en el trabajo.

La ferviente emoción en su rostro comenzó a desvanecerse — Lo sé... perdón, Haru — dijo en voz bajita, sobándose el brazo sobre el cual hasta hace no mucho tiempo había un moretón. — Podemos ir otro día, si quieres, no hay problema, es que... — Su rostro se volvió en una mueca ante su cabizbaja mirada; culpable de ser el responsable de su repentina tristeza — no quiero estar en mi casa.

— ¿Pasa algo? — preguntó con sinceridad, notando como sus labios se tornaban en un puchero mientras el cristal de las gafas dejaba entrever a tientas una mirada vidriosa — ¿Misaki?

— No, no, no — respondió con rapidez, sacándose el armazón y tallando lo que estaba a punto de convertirse en lágrimas — no es nada, ya iremos otro día... voy a volver a casa hoy — y entre el rumbo de la conversación, los gorgoteos de un estomago ajeno, haciéndola soltar una risita — ¿tienes hambre? — él no dijo nada, limitándose a mirar como la pelinegra dejaba frente a él el bento sin tocar. — toma, come, yo no quiero.

Miró la comida, pensando en lo mucho que el simple gesto de darle algo que a él le gustaba fingir que no era importante, y como en ese corto tiempo se había dado cuenta de que Misaki siempre tendía a hacer eso; colocar en frente de sí misma las necesidades de los otros, dejando siempre de lado las suyas, muchas veces olvidándolas o simplemente postergando por esa absurda necedad suya de fingir que era menos importante que los demás.

Suspiró antes de meterse el primer bocado a la boca, pensando en que, si durante ese escaso tiempo en el que la niña había estado con él, alegrándole las mañanas cada vez que le contaba historias descabelladas que contenían sus pesados libros, cediéndole la mitad de sus comidas, enseñándole sobre aquello que no terminaba de entender, quizás lo menos que podría hacer a cambio era obsequiarle una tarde donde solo fueran ellos dos, y pudiera encontrar esa brillante sonrisa capaz de iluminarle el mundo solo por un par de horas, aun si tuviera que llevarse un par de regaños con tal de verla otra vez.

...

Tenía esa característica mirada suya; frívola y expectante. Tumbado en el sofá al centro del salón, el muchacho se sacó de la boca el palito que solía mascar cada tanto para calmarse las ansias y que había adoptado de alguien más, mirando con detenimiento a la niña pelinegra que se había escondido tras su hermano menor, intentando examinar si es que la familiaridad que tenía para con ella se debían a un encontronazo previo que no conseguía recordar.

— ¿Y esta quien es? — preguntó de mala gana con una ceja arqueada, sintiendo como el cuerpo de una pequeña Senju se sentaba a su lado

— Es mi amiga, se llama Misaki. La invité a casa para...

— ¿Y la comida? ¿La hiciste por la mañana? — dejó de prestarle atención y volvió la vista al televisor, revolviendo el cabello de su hermana menor

— ... pensé que la ibas a hacer tú, es tu día libre.

El mayor entornó los ojos — Por eso debiste hacerla tú, niño. Hoy yo tengo que descansar.

— Pero...

Ugh, da igual. Pediré pizza o lo que sea para que tu amiga coma algo.

Misaki intervino desde atrás — Yo estoy bien... — intentaba excusarse para ayudar a Haruchiyo cuando un tirón la llevó hacia otro sitio. El peliblanco la tomó por la muñeca, guiándola casi a rastras hacia el pequeño cuarto que era su habitación, cerrando la puerta tras su paso — ¿qué pasa Haru?

— No vale la pena que discutas con él, créeme — espetó tumbándose sobre su cama, dejando a Misaki de pie junto a la puerta — ... mi hermano es un tonto.

— Da algo de miedo — respondió sentándose en el suelo con las piernas cruzadas — ¿sabes a quien me recuerda?

— ¿A quién? — preguntó con genuina curiosidad

— Al capitán Garfio, es horrible — la niña fingió disgusto, haciendo una mueca en la cual sacaba la lengua y cerraba los ojos con fuerza, escuchando así una de las diminutas risas que pocas veces conseguía sacarle — encima con ese cabello y la barba...

— Lo sé — respondió bajando al piso de madera, colocándose frente a ella en la misma posición — a veces parece un vago. Deja toda la casa oliendo a cenizas de cigarrillo, tener que lavar el piso es un fastidio por su culpa.

La menor lo miró confundida; aun a su edad jamás se había visto teniendo que hacer labores caseros tales como esos. Aun cuando sus padres pasaban poquísimo tiempo ahí, no le pedían hacer lo más mínimo. Sintió pena al darse cuenta de lo distinto de las cargas que ambos llevaban sobre los hombros.

— ¿Y Senju? — preguntó el niño sacándola de sus pensamientos — ¿también tendría algún apodo?

Mmmh... — murmuró con el dedo índice sobre los labios, rebuscando entre el pequeño catalogo de personajes que conformaban a su historia favorita hasta que un nombre lo suficientemente ingenioso cayó de golpe en sus pensamientos — ¿qué tal Smee?

— ¿Quién era Smee? — preguntó él con el ceño fruncido

— El hombrecito pirata de cabello blanco que siempre iba atrás de Garfio — ambos dejaron escapar una pequeña risa ante la comparativa.

La tarde se les escapó entre juegos, risotadas, comparaciones absurdas entre personajes ficticios y las personas que vagaban por ahí en su realidad. Convirtieron con charlas y carcajadas aquella pequeña habitación en algo similar a un bunker dentro del cual los dos refugiaban sus pensamientos más sinceros y sus emociones más intensas. Utilizaron los envejecidos juguetes que él guardaba debajo de su cama, en una caja de madera que esperaba nadie encontrase nunca; desgastaron un par de lápices de colores sobre unas cuantas hojas de papel, en las cuales se encargaron de plasmar las cosas que muchas veces su profesora solía impedir, sobre todo cuando se trataba de hacerlo en clases, e incluso, tras conseguir que Misaki comiese una rebanada de pizza, se tumbaron sobre su cama.

Ese día Haruchiyo sintió como volaba hacia Nunca Jamás, cuando tomó el valor que cualquier niño de su edad requeriría para tomarle la mano y notar como una plácida sonrisa se formaba en el rostro de ella. Un momento que ni la molesta música resonante de su hermano podría arruinar colándose por la rendija de la puerta.

En el camino de vuelta a casa, iluminados por los altísimos rascacielos de Tokio, que parecían ser el reemplazo idóneo para las estrellas que unos cuantos kilómetros atrás se habían vuelto nada más que un simple recuerdo, Misaki y Haruchiyo volvían al residencial de la escuela, juntos, compartiendo un par de risas que opacaban por sobremanera a la música emanada de los parlantes del auto. Él le había dejado instalar su teléfono y estar a cargo de la música, sus ánimos parecían ir de subida nuevamente, provocándole un alivio inmenso en el pecho al notar que el rastro de lágrimas se había esfumado de sus ojos, y que ahora este era reemplazado por esa brillante sonrisa que tanto le gustaba ver.

Recomendación: reproducir la canción de multimedia o playlist (Where is my mind? – Pixies)

Estaban a punto de llegar, cuando de repente, en las bocinas se comenzó a emitir una tonada familiar que, lejos de tornarse plácida, le caló en los nervios, removiéndole sus propias memorias incómodas de la infancia. Sintió un escalofrío recorriendo su columna mientras los primeros riffs de la guitarra hacían eco.

— ¿Puedes cambiar de canción?

— ¿Por qué? — preguntó ella con incredulidad

— Detesto escuchar la música que escuchaba Takeomi, es malísima. — la voz acompañante de la melodía le creo una mueca ante la cual la pelinegra no pudo evitar reír — ¿qué, cuál es la gracia?

— No puedo creer que una canción de hace tanto te siga molestando a ese nivel, es todo — pronunció intentando aminorar la gracia en su voz para poder hablar — tu hermano tenía esa canción a todo volumen la primera vez que visité tu casa, ¿no recuerdas?

— Claro que lo recuerdo... — dijo con mayor calma, sonriendo ante la memoria de sus gestos de niño enamorado, un mínimo rubor le coloreo la pálida piel del rostro.

Frenó para esperar que el guardia abriese las puertas que los dejarían ir hacia su edificio, acelerando con ligereza una vez que el portón les había dado paso. Condujo cuidadosamente por el recorrido que no tardó mucho en memorizar.

— Es por eso por lo que la escucho — pronunció ella, consiguiendo la mirada del pelirrosa — ... siempre me recordaba a ti.

Haruchiyo seguía con la vista hacia el frente, intentando que su costoso auto pasase desapercibido entre los pocos estudiantes que paseaban por las instalaciones aun a esas horas de la noche. Sin embargo, su concentración no le impidió dejar salir otra sonrisa ladeada, que terminó por sonrojar a la chica al lado suyo.

Cuando sonreía, sentía que Sanzu no existía más, tal como él y otros tantos le intentaban hacer creer. Por el contrario, la presencia del que alguna vez fue su Haruchiyo regresaba como si se tratase de una tormenta que se suelta de golpe, enviada únicamente para preceder una calma adornada por los rayos del sol. El precioso perfil, contorneado por una nariz fina, ojos celeste, un mullet de color rosa y labios del mismo tono, enmarcado por el ínfimo resplandor de las estrellas era una obra de arte que agradecía nadie más pudiese ver. Los orbes azulados se fijaron en ella una vez que el coche hubo aparcado fuera del edificio, y sintió como si una simple mirada fuese capaz de desenterrar todo lo que alguna vez creyó marchito dentro suyo, dando como resultado que, una vez más, su rostro se vistiera de rojo.

— Bueno, llegamos — se rascó la nuca — me alegra que te sientas mejor que hace un rato, y... lo siento.

— Ya, no te preocupes — dijo apenada, acariciándose el brazo — gracias por preocuparte por mí, y... — tomó valor al mismo tiempo que soltaba un suspiro — lamento mucho lo de anoche. No va a pasar de nuevo, Haru. No quise incomodarte ni mucho menos.

Meditó cuidadosamente sus palabras, eligiendo con precisión que de lo que su mente maquinaba realmente era lo que quería decir, y no solo lo que su boca escupía.

— No... yo lamento haberme portado como un imbécil y haber dejado que Koko te hiciera tomar esa mierda. Si algún día quieres salir con nosotros de nuevo no volverá a pasar.

— Sí... me gustaría salir contigo de nuevo. — una tímida sonrisa se asomó por sus labios a la par que recogía tras su oreja un mechón de cabello.

— A mí también. — respondió de la misma manera, con los labios curveados, creando esas bonitas arrugas en las comisuras de sus cicatrices.

Tras unos segundo de silencio, la muchacha se acercó a él con la intención de abrazarle y dejar un beso sobre su mejilla, siendo detenida unos pocos centímetros antes por un travieso dedo índice que se posaba en su nariz, viajando con lentitud desde ahí hacia la casi invisible cicatriz que yacía bajo su ojo.

— La primera vez que volvía a verte — habló en voz baja, como si lo que decía se tratase de un secreto — te reconocí por esto, nunca te lo dije... quién iba a decirme que la razón por la que tu mamá te prohibió seguir visitándome me iba a dejar saber que se trataba de ti hace poco tiempo.

Misaki volvió a reír — Eres un idiota, Haru — y sin esperar más, se inclinó para dejarle un beso sobre la mejilla, esbozando una de esas pícaras sonrisitas suyas antes de escaparse del auto — te veré pronto. 

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