II


Sentía aquella mano acariciando su cabello. La calidez de esa mano cuando tocaba sus mejillas con una dulzura incomparable.

--¿Te sientes mejor?

--¿Qué le pasa?

--No tengo idea... Trataré de hablar con él, ¿Te parece?

--No. Te va a lastimar.

--No me lastimará, descuida.

Las lágrimas apenas y le dejaban ver con claridad, además de que alguno que otro cabello de su madre le hacía cosquillas por el rostro. Estornudó, casi ocultando su cara por completo nuevamente.

--Déjame verte.

En cuanto escuchó aquellas palabras, quiso ignorarlas. No sabía si era más por vergüenza o por miedo a lo que ella pudiera decir al respecto, además de lo que podría suceder tras todo eso. La mano adulta se aferró a su manita por un largo rato, durante el cual no le insistió o le dijo nada más. Él mantenía sus ojos hacia la nada, como si no pudieran enfocar bien un punto en especial hasta que por fin quiso alzar bien su cabeza y darse la vuelta.

Ella no le soltó la mano en ningún momento. Usando su otra mano libre, humedeció un poco el pañuelo en el agua del río antes de pasarlo para limpiar cuidadosamente el rostro de su hijo, secando luego con la parte todavía no humedecida por el agua.

Con la mano envuelta en el pañuelo, le sostuvo la mejilla para que la mirara directamente a la cara. Ese cabello que iba de un tono castaño al naranja brillante e incluso alcanzando un reflejo casi amarillo siempre le había recordado al color de las hojas de los árboles en otoño, además de esos cálidos y brillantes ojos verdes. Esa sonrisa dulce capaz de tranquilizarle incluso cuando sabía que no todo estaba bien...

--Te va a lastimar.

--Tranquilo. Mira, seguro está pasando por un momento bastante difícil. Por lo que escuché, no podrá seguir con su trabajo, así que en parte comprendo que se haya sentido frustrado. Hablaré con él, ¿Sí? Hablé con tu abuelo en la mañana, los cuidará unos días, ¿Te parece bien? Te llevas muy bien con el abuelo, él también tiene muchas cosas que decirte, ya no lo has visto desde hace tanto.

Quiso sonreír para hacer más convincente el haber asentido ya, pero su rostro no fue capaz de demostrar una sonrisa en ese momento. Una pequeña mueca que él mismo desconoció en ese momento antes de volver a ocultar su rostro, apenado.

Pero no tardó en percibir ese casi repentino cambio en el ambiente.

--Lamento no haber estado aquí en ese momento. De verdad, lo siento mucho, Tokei.

Le abrazaba con fuerza mientras todavía le sujetaba la mano. De estar tan cerca, podía escuchar perfectamente cómo latía el corazón de su madre, además de que ya podía sentir cómo ella misma temblaba... Y también lloraba.

--Lo siento. Si me hubiera quedado ese día...

Hablaba de forma pausada. Una respiración dificultosa que intentaba mantener a raya sus sollozos a través de su voz firme de siempre.

--Te lo prometo. No volverá a pasar nunca más.

Y ella se acercaba a besar su frente...

De nuevo esos sueños. Se despertaba casi de inmediato cada que cualquier sueño o pesadilla relacionado a su hogar se repetían para no continuarlos; aunque otras veces no sabía por qué despertaba, tan solo llegaba a esa parte del sueño y de un momento a otro ya tenía los ojos abiertos. Empezaban a volverse algo bastante constante, lo que ya empezaba a molestarle. 

Miró a su alrededor. No se veía ni un poco de luz por debajo de la puerta del vagón, así que todavía era de noche o demasiado temprano y en realidad preferiría la segunda opción, pues esa significaría que al menos habría dormido un poco y no se quedaría despierto hasta la madrugada. De todas formas, se levantó con cuidado de su espacio mientras trataba de pasar con cuidado entre las personas todavía dormidas que había por todo el vagón. La verdad no era difícil, pues casi todos dormirían recargados en la pared, aunque los más pequeños como él tenían la costumbre de quedarse casi todos en el centro. 

Hizo su esfuerzo para que el ruido de la puerta del vagón al abrirse fuera casi nulo, apenas un ligero rechinido y luego el ligero golpecillo al cerrarla nuevamente, sin contar el pequeño detalle de que sus delgados tobillos crujían levemente a cada paso que daba, así que deseo que cualquiera ahí dentro hubiera ignorado eso.

Definitivamente había una gran diferencia de la temperatura, al menos estar tantos allí dentro acumulaban algo de calor. Titiró un poco por la repentina ventisca de aire frío de la madrugada que corría, además de que la tierra debajo de él en general estaba fría. Sus pies se acostumbraron hasta algunos minutos después a la sensación de las piedras, así que pudo caminar un poco más sin ningún problema.

Caminaba, contemplando todo a su alrededor. Estaba seguro que en otra situación, toda esa oscuridad en la que apenas y se podía ver le hubiese causado un miedo que no le permitiría dar ni un solo paso. Pero conforme más pasos daba, sus ojos parecían poder irse acostumbrando a la casi ausencia de luz. Las estrellas y constelaciones en ese cielo despejado tampoco eran mala compañía.

Él mismo las empezó a señalar e identificar en susurros mientras continuaba caminando para olvidarse de las piedras o de los otros ruidos de animales del campo que desconocía.

Entonces se topaba con la marca del fin del camino, al menos para él. Se hubiera caído si continuaba contando estrellas.

Un risco, con alguna que otra piedra de mayor tamaño por allí, casi como si cerrara el paso. Ahí terminaba la colina y unos metros por debajo de ese risco se extendía una llanura, que se veía perfectamente si se quedaba allí sentado sobre una de las rocas. 

Sus piecitos ya algo lastimados colgaban de la gran roca, descansando en otras poco menores, seguramente en un intento suyo de calmar esa sensación de dolor con la frialdad de las piedras. Aunque no le sorprendió que al extender sus piernas, sus rodillas tornaron un poco.

Tan solo suspiró.

Incluso si de por sí tenía una complexión delgada, esta vez era diferente.

Ahora mismo, el niño tenía un aspecto dolorosamente delgado y su ropa, que de por sí era algunas tallas grandes al ser regalada de conocidos no ayudaba en absoluto, pues colgaba de su esquelético cuerpecito que, entre sus tambaleos por el cansancio y lo demás, daba la impresión de que podría quebrarse cual si fuera una figurilla hecha de palillos de madera.

Al poco rato, abrazó sus propias piernas.

Ahora mismo estaba inmerso hacia esa extensa llanura, donde logró ver aquella lucecita dorada titilante. Luego otra más, un poco más alejada. Luego una tercera; y una cuarta; una quinta, sexta, séptima... Y así sucesivamente, hasta que casi logró ver una nueva bóveda de constelaciones a sus pies.

Traía bastantes recuerdos a su mente. Volvió a preguntarse lo del sueño... ¿Por qué siempre pasaba? Y el final no era tan malo, así que, ¿Qué le molestaba tanto de ese sueño en realidad?

Tal vez ya comprendía la respuesta... Pero no la aceptaba.

Incluso cuando el color naranja se empezaba a asomar por los bordes del horizonte, podía seguir contemplando esas pequeñas lucecillas doradas entre el pastizal y los campos verdes oscurecidos por la noche. Mientras daba algunos pasos para ver Nejiri esas lucecillas que se extendían por la llanura, casi extendió su propia mano como si tratara de tomar otra invisible... O más bien, no presente.

Sabiéndose demasiado lejos de los demás como para que pudieran escucharlo, por primera vez lloró contemplando todo aquello.

Por primera ve atrevió a llorar a gritos.

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