ℭ𝔞𝔭𝔦𝔱𝔲𝔩𝔬 11 - 𝔑𝔬𝔟𝔩𝔢𝔰
Ishaan tuvo que pagar todo. Lo vi sacar cada moneda con una mezcla de resignación y frustración, despidiéndose de su último centavo con una lentitud casi teatral. Era un castigo justo después de habernos robado la gema hace rato.
—¿Contentos? —murmuró, lanzándome una mirada fulminante mientras dejaba caer la bolsa de monedas sobre la mesa.
—Mucho. —Sonreí con satisfacción, mientras Alucard observaba la escena con su típica expresión imperturbable, aunque el leve arqueo de sus labios dejaba entrever un destello de diversión.
Cuando salimos del restaurante, el frío de la noche nos recibió con fuerza, despejando un poco mi mente. Ahora debía centrarme en investigar el lugar del próximo vestigio. Pero más importante aún, tenía que encontrar la forma de construir una historia creíble, algo que hiciera que Alucard creyera en la existencia de una fuerza maligna tras estos objetos malditos. Algo más grande que nosotros. Si algo así estaba buscando estos vestigios, el caos que podría desatarse sería inimaginable.
Me giré hacia ellos, intentando mantener la compostura.
—Tenemos que investigar más sobre las ruinas y el vestigio que ya tenemos —dije, cruzando los brazos para protegerme del viento. Ishaan, que todavía parecía dolido por su pérdida económica, levantó la vista con un gruñido.
—¿Por qué? —preguntó Alucard, con esa calma impenetrable que siempre me ponía los nervios de punta.
—Porque este objeto podría no ser el único. Si hay más vestigios malditos y algo grande los está buscando, no quiero imaginar el desastre que eso podría provocar. Además —hice una pausa, buscando las palabras adecuadas—, si las criaturas que vimos en la montaña alguna vez fueron humanos, entonces estas aldeas están sentadas al borde del abismo sin siquiera saberlo.
Ishaan frunció el ceño, confundido, pero Alucard permaneció en silencio, analizándome con esos ojos profundos y brillantes.
Y ahí estaba de nuevo. Esa mirada que nunca podía descifrar. ¿Era alguien que realmente luchaba por un bien mayor, o simplemente un actor perfecto, esperando el momento ideal para atacarme y drenarme hasta la última gota de sangre?
No podía saberlo con certeza. Apenas hablaba, y cuando lo hacía, sus palabras siempre me dejaban una sensación extraña. Eran vacías, como si las dijera solo para llenar el silencio, o a veces incluso parecían mentiras cuidadosamente tejidas. Todo lo que sabía sobre los vampiros gritaba que no podía confiar en él. Ellos no sienten, no importaba que él tuviera sangre humana en sus venas. Esa sangre estaba manchada, corrompida por el linaje maldito de los vampiros.
Un parásito. Eso es lo que era. O lo que debería ser. Pero entonces, ¿por qué me confundía tanto? Su forma de actuar, de moverse, de hablar... me hacía doler la cabeza. Se suponía que él era el asesino. Debía matarlo, pero esa actuación impecable de "hombre bueno" me hacía cuestionarme todo.
Y eso me enojaba.
Por momentos, casi lograba convencerme de que era un aliado. Que estaba ahí para ayudarme. Pero no podía permitirme creer en eso, no mientras la sombra de la duda siguiera acechando.
—¿Entonces? —La voz de Alucard me sacó de mis pensamientos.
—Necesitamos un mapa más detallado de las ruinas cercanas —respondí rápidamente, disimulando mi desconcierto. —Y luego investigaremos qué más podemos descubrir sobre el vestigio. No podemos quedarnos atrás si realmente algo o alguien está buscándolos también.
Ambos asintieron, aunque por razones que probablemente nunca compartirían conmigo.
Mientras caminábamos hacia nuestro próximo destino, una parte de mí no podía dejar de analizar cada movimiento, cada palabra de Alucard. Si él era el monstruo que pensaba, entonces eventualmente tendría que enfrentarlo. Y cuando ese momento llegara, necesitaba estar lista.
Decidi acercarme a una tienda de artesanias y hechiceria, segun se veia la fachada.
El lugar estaba cargado con un aroma extraño, una mezcla de hierbas quemadas, incienso y algo que no podía identificar. El interior estaba lleno de frascos de vidrio, montones de cartas esparcidas en una mesa y estanterías atiborradas con objetos extraños. Apenas puse un pie dentro, un hombre con una barba larga y un traje llamativo me recibió con una energía desbordante.
—¡Oh, saludos viajera! —exclamó, inclinándose exageradamente mientras extendía los brazos como si estuviera dándome la bienvenida a un espectáculo teatral. —Encantado de conocerte, soy el doctor Razaty, experto en medicamentos, magia, objetos místicos... ¡tengo todo lo que necesitas si puedes costearlo! Entre otras cosas, claro. Dime, ¿qué buscas? Quizá... ¿una pócima de amor? No, no tienes cara de necesitar eso. ¿Qué tal una que te haga ver en la oscuridad? ¿O un amuleto contra el mal augurio?
Hizo una pausa breve, pero antes de que pudiera abrir la boca, volvió a hablar, levantando un frasco brillante.
—¿Un collar de diente de dragón? ¡Oh, espera! Mira esto. —Agitó un vial pequeño lleno de un líquido dorado. —Hará que la persona que lo beba se ría sin parar. ¿O esta pócima de brillitos? Bueno, te permitirá mutar, aunque los efectos son... variados.
Intenté interrumpirlo, pero seguía.
—¡O esta! Te permite ver el futuro... o el pasado, dependiendo de tu suerte, claro. —Tomó un anillo ornamentado de la estantería y lo levantó como si fuera un trofeo. —¿Quieres leer la mente de la gente? Este objeto lo hará por ti, lo deseas, ¿no?
Me quedé paralizada por un momento, tratando de procesar todo lo que había dicho. Algunas cosas parecían fascinantes, aunque dudaba de su autenticidad. Un anillo para leer la mente... eso podría ser útil. ¿Habrá algo que me haga invisible? ¿O quizás un veneno que afecte a vampiros mitad humanos?
De repente, Razaty interrumpió mis pensamientos, con una sonrisa astuta que me congeló.
—Ah, ya veo, quieres la pócima de invisibilidad, ¿verdad? —dijo, sacando el frasco antes de que pudiera responder.
Me quedé helada. ¿Cómo lo sabía?
Lo vi deslizarse el anillo de su dedo anular y guardarlo bajo el mostrador. Mi corazón dio un vuelco. Había estado usando un objeto para de leer pensamientos todo este tiempo. Esto era malo, muy malo. Si alguien más usaba algo similar, todo lo que había planeado, la mentira que había tejido para convencer a Alucard, se caería a pedazos.
Intenté recuperar la compostura mientras él me extendía la pócima.
—Aquí tienes, querida, tu llave para desaparecer del mundo. Úsala sabiamente —dijo con un tono burlón, como si se deleitara en mi incomodidad.
Le pagué con las monedas necesarias, tratando de actuar como si todo estuviera bajo control. Pero por dentro, la paranoia crecía. Tenía que ser más cuidadosa.
—Eh... —carraspeé, intentando que mi voz no sonara insegura—. Estoy buscando información sobre seis vestigios: objetos antiguos, malditos y poderosos, como los que mencionaste. Escuché que uno de ellos se encuentra al norte de aquí, quizá en China. ¿Sabes algo al respecto?
Por primera vez, el doctor Razaty pareció detenerse un segundo, sus ojos chispeando con un interés renovado.
—Ah, vestigios. Claro, claro, objetos de gran poder... y maldiciones, sí. —Se acarició la barba con teatralidad mientras sus ojos me examinaban, como si intentara decidir si era digna de su conocimiento. —Dime, señorita, ¿por qué buscas algo tan peligroso? ¿Qué es exactamente lo que quieres saber?
Tenía que elegir mis palabras con cuidado. No podía dejar que supiera demasiado, pero necesitaba cualquier pista que pudiera ofrecerme.
—Solo estoy investigando. He oído rumores, historias, y quiero confirmar si son ciertas. Nada más.
Razaty sonrió, una sonrisa tan amplia que casi parecía cómica.
—Ah, una buscadora de verdades. Interesante. Muy interesante. Bueno, tengo información, claro, pero no es gratuita, por supuesto. Aunque... —Se inclinó hacia mí, susurrando con una intensidad que hizo que se me erizara la piel. —Tal vez podamos hacer un trato.
Su mirada era intensa, y no podía saber si estaba jugando conmigo o si realmente tenía algo útil que ofrecer.
—¿Qué clase de trato? —pregunté con cautela.
—Oh, eso depende de cuánto estés dispuesta a arriesgar —respondió, dejando que su voz se deslizara con una suavidad peligrosa, como el siseo de una serpiente al acecho. Retrocedió un paso, sus ojos recorriéndome con la mirada calculadora de alguien que siempre lleva ventaja. Una sonrisa apenas perceptible curvó sus labios antes de añadir: —Pero puedo asegurarte que la información que tengo hará que todo valga la pena.
Luego, inclinando la cabeza con una fingida cortesía, continuó: —Bueno, ya que ahora eres mi clienta, solo te pediré una pequeña muestra de cabello. Es casi nada.
Sus palabras me dejaron helada. Algo tan aparentemente insignificante como un mechón de cabello podría ser una herramienta peligrosa en las manos equivocadas, y él no era exactamente alguien que inspirara confianza. Mi instinto gritaba que retrocediera, que no le diera nada. Pero otra parte de mí, más fría y calculadora, sabía que si intentaba usarlo en mi contra, siempre podría regresar y acabar con él antes de que lo lograra.
Inspiré hondo, controlando la tensión en mis manos, y asentí con aparente indiferencia. Permití que sacara una pequeña navaja y cortara un mechón de mi pelo. Su precisión y cuidado, casi ceremoniales, me pusieron aún más nerviosa. Mientras lo hacía, sentí un escalofrío recorrer mi espalda, como si, de alguna manera, acabara de ceder más de lo que estaba dispuesta a admitir.
—El vestigio que buscas, querida, está vinculado a Shi Cheng, la antigua ciudad sumergida en el lago Qiandao, efectivamente en China. Pero aquí viene lo complicado —dijo, inclinándose hacia adelante, como si fuera a contarme un gran secreto—. El mapa que conduce a su ubicación, o al menos las pistas más fiables, lo tienen las personas más ricas y poderosas del lugar. Ellos saben mucho más de lo que cuentan, créeme.
Me tensé, sabiendo que aquello significaba más obstáculos.
—Pero hay un problema —continuó él, sonriendo de manera casi maliciosa—. Este lugar no es accesible para cualquiera. Está estrictamente prohibido para mujeres y extranjeros.
Sentí como si el mundo se me viniera encima por un momento. ¿Mujeres y extranjeros? Yo era ambos, y eso complicaba todo.
—Así que, querida, si realmente planeas ir tras este vestigio, tendrás que ser creativa. Un disfraz quizás... aunque claro, no cualquier disfraz, necesitarás algo convincente. Tal vez un atuendo masculino, algo que te haga parecer un lugareño. O, quién sabe, tal vez pueda ayudarte con eso también... si estás dispuesta a pagar un poco más, por supuesto.
Lo miré con recelo mientras él sonreía. Razaty era un maestro de las ventas, eso estaba claro. Pero lo que decía tenía sentido. Disfrazarme sería la única manera de infiltrarme y conseguir la información necesaria.
Asentí lentamente, procesando todo. Tendría que planear cada detalle. No podía permitirme ningún error, no si quería mantener mi engaño intacto y continuar mi búsqueda de los vestigios. Y, por supuesto, tendría que encontrar la manera de entrar en un mundo que me rechazaba desde el principio, sin ser descubierta. Era peligroso, pero no tenía otra opción.
La poción tenía un sabor amargo, como a tierra y hierbas viejas. Apenas la bebí, sentí un calor subir por mi garganta hasta mis ojos. Me miré en el espejo roto que Razaty tenía en su tienda y vi el cambio: mis ojos, usualmente grises y brillantes, se tornaron de un marrón cálido, profundo. Parpadeé un par de veces, todavía desconcertada. Luego intenté hablar, y mi voz salió más grave, como si perteneciera a otra persona.
—Impresionante, ¿no? —comentó Razaty con una sonrisa satisfecha. No respondí. Solo asentí, ajustándome el traje de hombre que había conseguido en el pueblo. Me quedaba un poco holgado, pero serviría para pasar desapercibida.
Salí de la tienda y me dirigí hacia la mansión con paso decidido. No podía permitirme dudas ni errores. Cuando llegué, el tamaño del lugar me dejó sin aliento por un segundo. Los jardines parecían extenderse hasta donde alcanzaba la vista, y entre ellos, elefantes se movían con una calma que casi resultaba irreal. Por un momento, mi mente me jugó una mala pasada, y pensé en Boom. Recordé su trompa juguetona y esos días que parecían tan lejanos ahora.
Pero no podía distraerme. No esta vez. No podía volver a fallar. Ya una vez mi descuido al no saber el nombre del pueblo de destino casi arruinó todo. Si volvía a cometer un error, Alucard me miraría con más sospechas, y yo no podía permitirlo.
Tomé aire y caminé hacia la entrada, ajustando mi postura y mi voz. Tenía que asegurarme de parecer convincente, de que nadie adivinara quién era en realidad. Dentro de esas paredes debía estar la información que buscaba, el rastro hacia el vestigio. Y si alguien llegaba a sospechar de mí, tendría que jugar bien mis cartas para salir airosa.
Mis pensamientos eran un torbellino, pero me obligué a mantener la calma. Este era el momento de adelantarse a todo y a todos.
Los más ricos de esta ciudad pertenecían a la poderosa familia Rathod, una dinastía de comerciantes que había amasado su fortuna gracias al comercio de especias, seda y piedras preciosas. En este año, su nombre resonaba en toda la región como símbolo de riqueza y poder. Los Rathod vivían en una mansión que parecía sacada de un cuento de excesos y opulencia.
La propiedad era un palacio en sí mismo. Desde la entrada, enormes arcos de mármol blanco grabados con patrones florales daban paso a un jardín vasto, adornado con estanques de loto y esculturas de dioses hindúes talladas en jade y ónix. Los elefantes, pintados con intrincados diseños de henna y con campanas doradas en sus tobillos, se movían con elegancia por los caminos de grava. El aire estaba impregnado del aroma dulce del incienso, mezclado con jazmín fresco.
En contraste, los hombres de la familia Rathod lucían achkan, túnicas largas y ajustadas de seda con botones de gemas y bordados dorados que resaltaban su estatus. Algunos llevaban turbantes decorados con plumas de pavo real y broches de esmeraldas, símbolo de su linaje. Las mujeres de la familia usaban saris de seda brillante en colores como el rojo, el verde esmeralda y el azul zafiro, adornados con hilos de oro y bordados intrincados. Cada movimiento de ellas hacía tintinear brazaletes de oro y plata en sus muñecas.
Me ajusté el traje masculino, asegurándome de que no hubiera nada que delatara mi verdadera identidad. La poción ya había cambiado mi voz y mis ojos, pero aún tenía que mantener la compostura. Caminé hacia la puerta principal, observando a los guardias que vestían kurta largos y cinturones con dagas ornamentadas.
Cuando llegué, uno de ellos me miró con desconfianza. No era extraño; este lugar estaba estrictamente prohibido para mujeres y extranjeros, y lamentablemente yo era ambas cosas. Sin embargo, confiaba en mi actuación.
Las enormes puertas de la mansión Rathod se alzaban ante mí, imponentes y decoradas con intrincados relieves que narraban historias de dioses y héroes antiguos. Dos elefantes adornados con telas color carmesí y campanas doradas estaban apostados en el patio de entrada, custodiados por hombres con turbantes de seda y dagas al cinto. No pude evitar que mi mente divagara un instante hacia Boom, preguntándome si estaría bien. Pero no era momento para distracciones. No podía repetir el error de llegar sin toda la información. Esta vez debía ser meticulosa, o Alucard tendría aún más razones para sospechar de mí.
Me acerqué con paso firme, llevando conmigo el pequeño saco de especias que había recolectado en el bosque. El aroma de las hojas de laurel, el cardamomo y la cúrcuma se mezclaba con el incienso que flotaba en el aire. Los guardias me observaron con atención, y uno de ellos, un hombre alto de barba espesa, dio un paso adelante, cruzándose en mi camino.
—¿Qué llevas ahí?— preguntó con voz autoritaria, señalando el saco con un movimiento de la cabeza.
Abrí el paquete con calma, dejando que el contenido quedara a la vista. Las especias estaban ordenadas con cuidado, y su aroma se intensificó al contacto con el aire. El guardia se inclinó ligeramente, olfateando con interés antes de tomar una vaina de cardamomo entre sus dedos.
—Cardamomo fresco...— murmuró, lanzando una mirada al otro guardia, que asintió con leve interés.
—Mi familia ha comerciado con especias por generaciones— dije con una voz profunda y firme, agradeciendo internamente la poción que había transformado tanto mi voz como mis ojos, ahora de un tono marrón común. —Estas vienen de tierras fértiles al norte, lejos de los mercados comunes. Si la familia Rathod busca calidad y exclusividad, no encontrarán mejor producto que este.—
Los hombres intercambiaron miradas, evaluando tanto mis palabras como el contenido del saco. Finalmente, el barbudo hizo un gesto con la mano, permitiéndome pasar.
—Adelante, pero no te alejes de la sala de recepción. Cualquier movimiento sospechoso y no dudaremos en actuar.—
Incliné la cabeza en un gesto de respeto, mientras mi mente registraba cada detalle de su advertencia. Crucé la puerta principal con el corazón latiendo con fuerza. El interior de la mansión era un espectáculo deslumbrante. Las paredes estaban decoradas con mosaicos dorados y piedras preciosas, mientras el suelo de mármol blanco reflejaba la luz de las lámparas colgantes. El aroma del incienso, mezclado con flores exóticas, llenaba el aire, dándole al lugar un aura sagrada y opulenta.
Hombres ataviados con de tejidos finos y turbantes adornados con joyas conversaban en círculos formales, mientras esclavos servían té en bandejas de plata. Cada paso que daba debía ser calculado. No podía permitirme un solo error. Había superado el primer obstáculo, pero sabía que lo difícil apenas comenzaba.
Me escabullí por los pasillos mientras los guardias conversaban entre sí, distraídos por las bandejas de comida que una sirvienta llevaba hacia la sala principal. El corazón me latía con fuerza, pero traté de mantenerme serena. Mi disfraz parecía funcionar, y cada paso que daba era un pequeño triunfo. Las paredes del corredor estaban decoradas con tapices que mostraban escenas de cacería y festividades, mientras el suelo de mármol hacía eco de mis pasos amortiguados.
Finalmente, llegué a una sala amplia, adornada con lámparas de cristal y cortinas de terciopelo carmesí. En el centro, rodeado de un par de asistentes, estaba el gobernador, la cabeza de la familia Rathod. Su presencia era imponente: un hombre robusto con una barba perfectamente recortada, vestido con un sherwani bordado en hilos de oro y un turbante que ostentaba una gema del tamaño de mi pulgar.
Él alzó la vista al verme entrar y me estudió de arriba abajo con ojos oscuros y penetrantes.
—Vaya, un comerciante nuevo— comentó con una voz profunda, cargada de autoridad. Sus labios se curvaron en una ligera sonrisa burlona mientras cruzaba los brazos sobre su pecho. —Eres más bajo de lo que esperaba para un hombre dedicado al comercio. ¿Acaso no encuentras difícil mirar a tus socios de negocios a los ojos?—
El comentario me tomó por sorpresa, pero no podía permitirme titubear. Levanté el rostro, mostrando una confianza que, aunque fingida, parecía genuina.
—El tamaño de una persona no tiene nada que ver con la calidad de sus productos o con su éxito en los negocios— respondí, manteniendo la voz firme. —He traído especias de la mejor calidad, y espero que eso sea lo único que importe. Después de todo, no se juzga a un comerciante por su estatura, sino por lo que puede ofrecer.—
El gobernador soltó una carcajada breve, aparentemente satisfecho con mi respuesta, mientras yo intentaba mantener la compostura. Pero, en el fondo, su comentario había encendido un pensamiento que no había considerado antes. ¿Era realmente baja? Nunca me lo había planteado. Comparada con Alucard, claro que lo era. Pero él era una anomalía, y siempre había asumido que mi estatura era promedio, perfectamente normal. Además, ¿por qué debería importar? Era fuerte, y eso siempre había sido suficiente para mí.
—Bien dicho— admitió el gobernador con un gesto de aprobación, sus ojos brillando con un interés renovado. —Muéstrame esas especias y hablemos de negocios. Aunque debo advertirte que aquí no todo se trata de oro. La información también es una moneda valiosa.—
Ahí estaba mi oportunidad. Mientras desplegaba el saco con las especias, mi mente trabajaba rápido. Si jugaba bien mis cartas, no solo podría asegurar una venta, sino también obtener lo que realmente había venido a buscar.
La venta de las especias había salido mejor de lo esperado. No solo recuperé lo gastado en la poción y la ropa, sino que también conseguí algo de dinero extra. Eso significaba que ni Alucard ni Ashaan tendrían forma de enterarse de este pequeño desliz, al menos mientras nadie viniera a buscarme. Mientras el gobernador estaba distraído con los nobles que habian llegado, aproveché para desaparecer entre los pasillos.
Los corredores eran silenciosos, con paredes decoradas con tapices y vitrinas llenas de reliquias familiares. Cada paso debía ser calculado, cada sombra, mi aliada. Finalmente, encontré lo que parecía una sala importante. Era amplia, con un techo alto adornado con intrincados patrones dorados. En el centro había estanterías llenas de libros. Muchos estaban escritos en chino, algo que agradecí profundamente. Mi tío no solo me había entrenado en combate y camuflaje, sino también en idiomas que podrían ser útiles en momentos como este.
Revisé rápidamente los libros hasta que encontré uno que mencionaba el objeto que buscábamos. Mi corazón latía con fuerza mientras leía, pero pronto mi entusiasmo se desvaneció. La información estaba incompleta. Las páginas más importantes habían sido arrancadas.
—¿Quién demonios hizo esto?— murmuré, frustrada.
Fruncí el ceño mientras examinaba el volumen. ¿Alguien más había estado aquí antes? ¿Un ladrón? ¿O tal vez el gobernador mismo había eliminado esas páginas por algún motivo?
Mientras guardaba el libro en mi bolsa, noté algo más: un pequeño sello de la familia Rathod en una vitrina cercana. No podía dejarlo ahí. Tal vez no me daría todas las respuestas, pero podría ser útil más adelante. Forcé la cerradura con rapidez y tomé el sello antes de escuchar pasos acercándose.
—¡Intruso!— gritó un guardia mientras la puerta se abría de golpe.
Suspiré profundamente. Había llegado el momento de actuar.
Los movimientos se dieron casi de forma automática. Derribé a uno tras otro, cuidando de no hacer demasiado ruido, pero la situación no tardó en volverse caótica. Más guardias llegaron, y las posibilidades de salir sin llamar la atención se esfumaron.
Agarré el libro y el sello de la familia Rathod, y me lancé por la ventana antes de que pudieran cerrarme el paso. El aire frío me golpeó mientras corría por los tejados. Las flechas surcaban el cielo detrás de mí, pero mis reflejos, como siempre, me salvaron de lo peor. Cada salto y movimiento estaba calculado, incluso con la adrenalina impulsándome.
Finalmente, cuando dejé atrás los gritos y el sonido de las flechas, me dejé caer en un tejado más alejado. Mi respiración estaba un poco agitada, y mis manos seguían aferradas a la bolsa donde guardaba el botín. Revisé rápidamente el contenido: el libro, aunque incompleto, tenía información valiosa, y el sello podría ser útil más adelante. Sin embargo, no era suficiente. No era todo lo que esperaba obtener.
El peso de esa realización me cayó como una losa. Esperaba que Alucard o Ashaan hubieran encontrado más información, pero al mismo tiempo no podía evitar sentirme derrotada. Si ellos conseguían algo más relevante que yo, podría levantar sospechas. Alucard siempre había sido desconfiado, y yo siempre tenía que estar un paso por delante, sabiendo más que nadie para cubrir mi disfraz y evitar cualquier comentario que pudiera exponerme.
El efecto de la poción empezaría a desvanecerse pronto, y con ello, mi disfraz. Me senté en el tejado, intentando recuperar el aliento mientras observaba la luna aparecer entre las nubes. Por un instante, todo pareció detenerse. El mundo, los problemas, las mentiras. Ahí, bajo la luz plateada, me permití un momento de calma antes de volver a la realidad. Sabía que no podía quedarme mucho tiempo. Había un largo camino por delante, y yo no podía darme el lujo de fallar otra vez.
Me quedé mirando la luna, perdida en su brillo frío y en la calma que parecía ofrecer. Se decía que los licántropos podían conectarse con sus ancestros a través de ella. Aunque sabía que era más un mito que una certeza, al observarla, no podía evitar sentir que mis padres... o mi abuelo... podían verme desde algún lugar.
Suspiré profundamente, dejando que el aire helado llenara mis pulmones. No era su nieta de sangre, lo sabía, pero eso nunca importó para él. Siempre me trató como si lo fuera. Quería creer que, desde el cielo, él aún me miraba.
—Abuelo, ¿estás bien allá arriba? —susurré, rompiendo el silencio de la noche—. Te echo mucho de menos.
La luna parecía observarme en respuesta, serena y distante.
—Mañana haré algo importante... un viaje a China. Ese país del que siempre me hablabas, el que soñabas con llevarme cuando era niña. Pero no puedo predecir si esta misión será un éxito o un fracaso. Solo sé que no tengo otra opción, no hay nadie en quien confiar ahora. Solo puedo correr riesgos.
Me detuve un momento, sintiendo cómo las palabras salían con más facilidad de lo que esperaba.
—Ya conseguí el primer vestigio —continué—. Y seguiré obteniéndolos, lo prometo. Haré justicia, por los dioses de nuestro pueblo, por la vida que nos fue arrebatada. Aunque... —me reí suavemente, más para mí misma que para él— confieso que realmente quiero matar a ese vampiro rubio. Pero sé que mi tío se enfurecería si algo saliera mal.
Las nubes comenzaron a cubrir la luna, y sentí un peso en el pecho al pensar en lo que estaba por venir.
—Sé que si estuvieras vivo, me habrías culpado por ser tan impulsiva —admití, con una mezcla de nostalgia y tristeza—. Pero no te preocupes, abuelo. Cuidaré bien mis pasos, y luego volveré a casa. Con la abuela.
Dejé que el silencio volviera a envolverme mientras la luna desaparecía tras las nubes. Era solo una noche más, pero me sentía como si estuviera diciendo una despedida. ¿Tal vez lo estaba?
Sin que me diera cuenta, Alucard ya había llegado. Se sentó a mi lado en el techo, silencioso como una sombra. Sentí un breve escalofrío, tensándome por instinto. Aún llevaba mi disfraz, pero no sabía si el efecto del hechizo seguía activo. Si había pasado, me vería extraña. Y si no... bueno, el extraño sería él por hablar con un "hombre" al azar.
—Señor, ¿qué hace en el techo? Parece de mal humor —dijo Alucard, mirándome de reojo con esa expresión indescifrable que siempre usaba.
Traté de mantener la compostura, todavía fingiendo. ¿Acaso se lo creería? ¿O simplemente seguía el juego? Respondí seca, con una voz grave y forzada:
—No estoy enojado. No ha pasado nada.
—¿En serio? —replicó él, ladeando ligeramente la cabeza—. Creí que estabas molesto por no haber conseguido más información al infiltrarte en la casa del gobernador.
Sentí que mi corazón se detenía. ¿Cómo lo sabía? ¿Y por qué actuaba como si no me conociera? ¿Pensaba que yo era solo un rufián más? Este hombre... realmente lograba confundirme. Me hacía doler la cabeza.
—No es verdad —refuté rápidamente, con un tono firme—. Solo iba de paso. Soy un don nadie.
Él arqueó una ceja, con esa media sonrisa burlona que parecía tan suya.
—¿Un don nadie? Recuerdo cuando nos vimos por primera vez... estabas lleno de espíritu, pidiéndome ayuda con tanta convicción. ¿Realmente eres un don nadie? Aunque, debo admitirlo, eres un humano extraño. Definitivamente no te comportas como una dama, y tu estilo es... único. Incluso pretendes ser un hombre. Dime, ¿acaso buscas ocultarte tras tantas capas? ¿O es solo un gusto exótico para algunas noches? Me das curiosidad.
Sus palabras me dejaron helada. Entonces... ¿sabía quién era yo? ¿Y ahora pensaba que quería ser hombre? Este tipo estaba loco. Pero no podía seguir su juego. Suspiré, lo miré directamente y le respondí:
—Alucard, estás acostumbrado a no confiar en nadie, ¿verdad? Es agotador sospechar de los demás todo el tiempo. No preguntaré de dónde vienes, y tú no preguntarás de dónde soy. ¿De acuerdo?
Él guardó silencio unos segundos, como si meditara mi propuesta, y finalmente respondió:
—No.
Fruncí el ceño, molesta. ¿Qué quería entonces? Negué con la cabeza, harta de la conversación, y me levanté, dispuesta a irme.
—Entonces no hay nada más de qué hablar.
Pero antes de que pudiera moverme, me tomó de la muñeca, deteniéndome. Su agarre no era fuerte, pero tampoco lo soltaba.
—Si no quieres que pregunte, no lo haré. Pero... hace rato en la taberna te golpearon. Dime, ¿estás bien ahora?
Por un momento, mi enojo disminuyó. Alucard... podía ser confuso, pero a veces tenía gestos que me hacían dudar de sus intenciones. Decidí seguir el juego, aún fingiendo ser un hombre. Si él quería jugar con mi mente, yo jugaría con la suya. Sonreí levemente.
—Estoy bien. Unos cuantos golpes no son nada para un gran hombre.
Él esbozó una pequeña sonrisa y negó con la cabeza, mirando al cielo.
—¿Un gran hombre? —repitió, como si saboreara las palabras—. ¿No te parece extraño que dos hombres estén mirando juntos la luna?
Lo miré de reojo y negué con calma.
—La luna en sí misma es un punto de reunión. Algo bello y sagrado. Ver la luna en tierras extranjeras te recuerda a tu hogar. No hay nada extraño en eso.
Suspiró, desviando su mirada hacia la luna, pero esta vez su voz tenía un matiz más melancólico.
—Cuando veo la luna, recuerdo mi infancia… cómo se veía desde el castillo de mi padre. También pienso en mi madre. Era una mujer amable… solía jugar conmigo. Las llanuras centrales no eran tan imponentes como las de Japón, pero tenían su propio encanto.
Sentí un ligero nudo en el estómago. Mis pensamientos vagaron a las personas que había perdido, y aunque mi vida era limitada, había conocido lo que era el dolor de las despedidas. Pero no podía dejar que él viera ese lado vulnerable de mí. Decidí cortar la conversación.
—¿Estuviste en Japón? —pregunté, desviando el tema.
Asintió, mirándome de reojo antes de responder:
—Estuve allí por una misión.
Volví a asentir.
—Claro, guerreros como tú deben haber viajado a muchos lugares y visto paisajes hermosos. No es de extrañar que la luz de luna de este pueblo te parezca insípida. Ojalá pudiera ir a Japón algún día. Ver si el cielo allí es tan hermoso como dices.
Sus ojos se clavaron en los míos, evaluándome.
—¿Quieres ir a Japón?
—Sí —susurré, casi sin pensar—. Aunque tal vez no tenga la oportunidad. Dime, ¿qué misión tenías en Japón?
Pareció pensarlo por un momento, como si el recuerdo lo pesara, y finalmente respondió:
—Un pueblo estaba bajo una maldición. Yokais, demonios. Me contactaron para ayudarlos.
Asentí, estudiándolo con cuidado.
—Ya veo... siempre estás ayudando a los demás. Tienes habilidades con la espada y muchas mas que no alcanzó a entender aún. Supongo que la gente te aprecia mucho.
Él desvió la mirada, y su voz bajó un poco.
—Podría decirse. Aunque, siendo inmortal, muchas de esas personas ya no están conmigo. Supongo que mi destino es vagar solo.
Sus palabras me golpearon más de lo que esperaba. ¿Era realmente su destino? La inmortalidad debía ser una prisión. Una en la que cada vínculo se convertía en una herida abierta con el paso del tiempo. Apreté los labios y finalmente respondí.
—Debe ser duro. La vida humana es corta, pero también tiene su belleza. He conocido personas buenas. Pero creo que el destino no existe, solo el esfuerzo humano y las ganas de seguir adelante, manteniendo un corazón noble. Y considero que dominas ese arte bastante bien.
Alucard me miró, pensativo. Luego, sonrió ligeramente, como si mis palabras hubieran iluminado algo en su mente.
—Tienes razón. Supongo que fue un desliz...
Sonreí de vuelta, pero no podía evitar que mi curiosidad tomara el control.
—Tu maestro debió ser bueno. Sabes muchas cosas... ¿Drácula te entrenó?
Su rostro cambió. Había angustia en sus ojos. Negó con la cabeza.
—Al inicio, sí. Pero después, entrené solo.
Yo asentí levemente, mirándolo de reojo, antes de dejar que mis recuerdos me envolvieran mientras volvía a perderme en la luna.
—Entonces tienes mucho talento. Yo tuve que aprender primero de mi abuelo… entrenábamos por las tardes, entre los cultivos de arroz. Me divertía mucho con mi elefante, Boon… —Me detuve en seco, dándome cuenta de que había dicho más de lo necesario. Maldición. Había compartido algo personal.
Alucard me observó, y su mirada parecía comprender más de lo que quería admitir. Posó una mano en mi hombro, un gesto inesperado que me dejó confundida. ¿Era empatía real o una artimaña más? No podía descifrarlo, y eso solo hacía que todo en él me resultara más frustrante... y fascinante a la vez.
Alucard me observó por un momento con esa expresión indescifrable que empezaba a irritarme, hasta que una sonrisa burlona se dibujó en su rostro.
—Puedes jugar con las apariencias, cambiar tu voz, esconderte tras encantamientos o telas... pero al final, sigues sonando como una mujer —dijo con una sonrisa ladeada, segura y con un matiz de burla.
Si lo sabía desde el comienzo. Qué mezquino. Sentí un ardor de frustración en el pecho y rodé los ojos antes de enderezarme rápidamente, decidida a marcharme.
—Eres muy aburrido —refuté, fría, mientras le daba la espalda.
Pero al dar el primer paso, todo empezó a ir mal. Mi prisa me traicionó; pisé mal y usé demasiada fuerza sobre unas tejas sueltas, que crujieron y cedieron bajo mi peso. Sentí cómo mi capa se enredaba en un trozo de escombro, y antes de darme cuenta, el equilibrio me abandonó.
"¡No! No aquí, no ahora", pensé desesperada mientras sentía cómo mi cuerpo caía hacia el vacío. Podría haberme salvado, claro. Usar mis habilidades y aterrizar sin un rasguño. Pero no tuve oportunidad.
Un latido de pánico golpeó mi pecho, hasta que sentí el tirón en mi cintura. Su agarre era firme, seguro, como si nunca hubiera dudado que me atraparía. Mi corazón seguía cayendo incluso cuando mis pies tocaron el suelo
—Eres muy distraída y terca... —murmuró Alucard mientras me sostenía contra él.
Con una calma exasperante, saltó del tejado conmigo en brazos y aterrizó suavemente en el suelo. No caí abruptamente; parecía que flotábamos, como si su presencia anulase las leyes de la gravedad. El contacto de sus manos, su proximidad... todo me incomodaba profundamente. Apenas mis pies tocaron la tierra, me aparté de golpe, como si el contacto me quemará, ya era un sentimiento común.
—No es asunto tuyo —repliqué, seca, intentando recuperar algo de dignidad.
Pero la situación solo empeoró.
La puerta cercana de la casa estaba entreabierta, y en el umbral, como una sombra paciente, estaba Ashaan. Parecía haber estado allí todo el tiempo, observando en silencio, disfrutando del espectáculo que, sin querer, le habíamos ofrecido. Fumaba tranquilamente de su pipa, con la expresión relajada de alguien que acababa de presenciar algo sumamente entretenido. Y, como siempre, apareció en el peor momento posible.
Nos miró a ambos, primero con una ceja arqueada en sorpresa y luego con una sonrisa llena de malicia y malentendidos.
—Yo no vi nada. Ustedes continúen... —dijo, antes de cerrar la puerta con calma.
Sentí cómo la sangre me hervía. "¡Increíble!", mascullé en mi mente, furiosa. Sentí cómo la sangre me hervía. No sabía qué me molestaba más: el comentario de Ashaan o la forma en que Alucard no hacía nada por negarlo
Él, por supuesto, no perdió la oportunidad de aumentar mi incomodidad.
—Gracias por acompañarme esta noche... —dijo con su tono suave, burlón, como si todo esto fuera un juego para él.
Lo miré de reojo y encontré en su rostro esa expresión de diversión contenida. Era como si disfrutara de mi incomodidad, de mis intentos fallidos por mantener la compostura. Eso solo avivó mi frustración.
Cuanto más intentaba alejarme de él, más parecía que el universo conspiraba para acercarlo a mí. Y no de formas normales, sino de las más incómodas y confusas posibles.
Di unos pasos hacia atrás y me dirigí a la casa de donde había salido Ashaan, decidida a poner distancia entre nosotros. Empujé la puerta con más fuerza de la necesaria, cerrándola tras de mí. Apoyé la espalda contra ella y cerré los ojos, intentando calmar el torbellino de emociones que amenazaba con desbordarme.
"¿Quién demonios se cree que es?", pensé mientras apretaba los puños. "¿Qué derecho tiene a hacerme sentir así? Inquieta, incómoda... débil."
"Lo odio. Lo odio."
Al cerrar la puerta detrás de mí, dejé escapar un largo suspiro y apoyé mi frente contra la madera fría. Mi mente seguía un torbellino, llena de emociones que no sabía cómo manejar. Pero, como siempre, tenía que enfocarme en lo importante.
Mañana partiríamos a China. Se supone. Ishaan dijo que consiguió información útil. Si no es otro de sus trucos, servirá bien. Y si resulta ser otra de sus bromas... lo golpearé sin dudarlo. Solo espero que ninguna de estas cosas pase.
No quiero quedarme a solas con Alucard de nuevo. Siempre pasan cosas malas. Y mi cabeza... mi maldita cabeza se confunde. Tiene un poder para alterar mis emociones de manera abrupta, en un instante. Como si supiera exactamente dónde golpearme, no físicamente, sino en lo más profundo de mí.
Debo alejarme. Debo hacerlo. O quizá debería matarlo ya y terminar con este asunto de una vez por todas... Pero mi tío se enojaría, y no puedo lidiar con eso ahora.
Demonios.
No queda mucho por pensar. Solo debo alejarme. Supongo que servirá.
Mi mente me juega una mala pasada. Fingir, inventar historias, convivir con el enemigo aparentando ser amistosa... todo esto está empezando a desgastarme de maneras que jamás imaginé. Es como si cada mentira, cada sonrisa falsa, estuviera erosionando mi sentido de la realidad, como si estuviera atrapada en un juego que me obliga a sacrificar más de lo que estoy dispuesta a dar.
Esto me está alterando. Siento que mi propia mente se tambalea al borde de una enfermedad que no puedo controlar, una grieta en mi cordura que se expande cada vez que pienso en lo que he hecho y en lo que aún debo hacer.
Pienso demasiado en mi pasado. En lo que fui, en lo que perdí. Y esas memorias me arrastran, confundiéndome con el presente. A veces no sé dónde estoy ni por qué estoy aquí. Y entonces actúo, no por lógica ni estrategia, sino por impulso, especialmente cuando estoy con él.
Alucard.
Su presencia desordena todo. Me hace sentir expuesta, como si pudiera ver más allá de mi fachada. No debería permitírselo. No puedo. Pero cada vez que lo tengo cerca, es como si algo en mí se rompiera y yo no pudiera evitarlo.
Necesito encontrar una forma de volver a centrarme, de recordar por qué hago todo esto. Porque si no lo hago... temo perderme a mí misma por completo, o peor aún, temo que sea él quien me encuentre primero.
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