ℭ𝔞𝔭𝔦𝔱𝔲𝔩𝔬 10 - ℭ𝔬𝔫𝔱𝔦𝔢𝔫𝔡𝔞


El amanecer trajo consigo un aire pesado, cargado de algo que no sabía definir. Abrí los ojos lentamente, aún cansada por la noche anterior, y noté un vacío junto a mi bolsa. Mis dedos buscaron instintivamente la gema, pero solo encontraron el frío tejido del saco vacío.

Me levanté de golpe, con el corazón latiendo con fuerza.

-¡Ashaan! -grité, mis ojos recorriendo el campamento vacío. La capa seguía allí, pero él no. Ni la gema.

Alucard estaba apoyado contra un árbol cercano, con los brazos cruzados, la mirada fija en el horizonte como si nada hubiera ocurrido. Cuando me escuchó, se enderezó levemente y levantó una ceja.

-¿Qué sucede? -preguntó con calma, aunque había un brillo de alerta en sus ojos.

Lo miré, incrédula, y señalé la bolsa vacía.

-¡Ashaan se llevó la gema! ¿Cómo no te diste cuenta? -exclamé, la rabia comenzando a hervir en mi interior.

Alucard parpadeó una vez, luego otra, y finalmente dejó escapar un suspiro.

-Soy un dhampir, no un guardián nocturno. Vigilar tus cosas mientras duermes no está en mi lista de responsabilidades. -respondió, su tono gélido pero con esa pizca de sarcasmo que siempre lograba enfurecerme más.

-¡Eres un ser sobrenatural! Se supone que tienes habilidades raras, ¿no? -le espeté, dando un paso hacia él-. ¿Cómo es posible que no hayas sentido algo? ¿Un ruido, un movimiento?

Su mirada se endureció ligeramente, como si estuviera considerando cómo responder.

-Quizás deberías preguntarte lo mismo. -Su voz era baja, afilada como un cuchillo-. Después de todo, estabas durmiendo a pocos centimetros de tu bolsa, ¿o no?

Sus palabras me atravesaron como una daga. Tragué saliva, incapaz de responder. Porque tenía razón.

Y entonces, sin pensar, solté:

-Quizás deberías haber dormido abrazando mi bolsa.

El silencio que siguió fue casi ensordecedor. Mi cerebro tardó un segundo en procesar lo que acababa de decir, y la vergüenza lleno mi ser al entender lo que yo acababa de sugerir.

Alucard levantó una ceja, visiblemente sorprendido, y luego, para mi completo horror, esbozó una ligera sonrisa.

-Interesante idea. Aunque dudo que sea muy cómodo.

-¡No quise decir eso! -protesté rápidamente, alzando las manos como si pudiera borrar mis palabras del aire-. Olvídalo.

Él simplemente me miró con esa expresión que siempre parecía mezclar sarcasmo y algo inexplicablemente auténtico.

-Lo que digas.

Me giré, frustrada no solo con él sino conmigo misma. ¿Qué demonios estaba pasando conmigo? Mi enojo se desvió de Alucard hacia mí misma. Yo también debí haberlo sentido.

Mi mente bullía. ¿Qué había pasado? Yo podía escuchar una hoja caer a kilómetros de distancia, y sin embargo... nada. Algo había bloqueado mis sentidos. ¿Sería la gema?

Recordé el momento en que la toqué por primera vez, el extraño calor que parecía emanar de ella. No era normal. Era poderosa, y ahora sabía que peligrosa.

-Vamos al pueblo. -Mi voz salió cortante, determinada.

-Sabia decisión. Aunque la próxima vez, deberías amarrar tus cosas a tu cuerpo -comentó con esa maldita media sonrisa.

Lo fulminé con la mirada, pero no respondí. Las respuestas llegarían pronto.

El viaje al pueblo fue silencioso, pero cargado de tensión. Mi mente seguía trabajando a toda máquina, reconstruyendo los eventos de la noche anterior. Ashaan nos había usado, eso era claro. Desde el momento en que entramos en la cueva, todo había sido un plan suyo. Y yo, ingenua, había caído en su juego.

Caminaba junto a Alucard, quien mantenía su típica expresión impasible, como si nada de esto lo afectara. Lo que solo servía para irritarme más.

-¿Tienes alguna idea de dónde podría estar? -preguntó de pronto, rompiendo el silencio.

Yo mantuve la vista al frente, fingiendo indiferencia. Por supuesto que lo sabía. Su rastro era inconfundible, su olor impregnaba las calles del pueblo como si hubiera pasado por ahí hace minutos. Pero no podía decirle eso.

-Ese Ashaan nos usó desde el principio -respondí, esquivando la pregunta y cambiando de tema-. Juzgando por sus deudas y la manera en que hablaba de dinero, seguro que ya vendió la gema.

Alucard arqueó una ceja, dándome esa mirada analítica que siempre me hacía sentir que podía ver más de lo que debería.

-¿Y? -insistió, como si quisiera ver hasta dónde llegaría mi razonamiento.

Suspiré, fingiendo que estaba deduciendo algo complejo.

-Si lo conocemos bien, apuesto a que está malgastando el dinero en algún lugar como... un sitio de apuestas. Algún lugar donde pueda jugarse todo y perderlo en un instante. Es exactamente el tipo de persona que lo haría.

Alucard no respondió de inmediato, pero su mirada se endureció.

-Muy preciso para ser solo una suposición.

-Llámalo intuición femenina -repliqué con un toque sarcástico, avanzando sin mirar atrás.

Nos dirigimos hacia la parte más bulliciosa del pueblo, donde los callejones estrechos estaban llenos de gritos, risas y el sonido metálico de monedas cambiando de manos. No me costó mucho identificar el lugar: un edificio oscuro, apenas iluminado, con una multitud entrando y saliendo.

-Ahí está -dije, señalando con un leve movimiento de la cabeza.

Alucard me miró de reojo, luego volvió la vista hacia el lugar.

-Es bastante obvio, ¿no?

-Para ti, quizás. -Me crucé de brazos, ocultando el hecho de que ya lo sabía mucho antes de llegar aquí.

Nos acercamos al edificio, y el olor a sudor, sangre y humo llenó mis sentidos. Dentro, las voces eran más fuertes, animando a los luchadores en el centro de la sala. Y ahí, justo donde lo esperaba, estaba Ashaan. De por sí olía horrible, pero con mis sentidos agudizados, sentí que podría desmayarme en cualquier momento.

Sentado en una mesa cerca del ring, con una sonrisa satisfecha en el rostro, jugaba con un vaso de licor barato mientras una pila de monedas se acumulaba frente a él. Como lo imaginé, apostando en peleas callejeras.

-Ahí está tu amigo. -La voz de Alucard sonó baja, pero con un tono que sugería que estaba listo para actuar.

Yo apreté los dientes. La rabia volvió a encenderse en mi interior.

-No es mi amigo -gruñí, avanzando sin esperar a Alucard.

El dhampir me siguió, su presencia tan silenciosa como siempre, pero sentí el peso de su mirada en mi espalda. Ashaan no nos había notado aún, demasiado ocupado contando su dinero y riendo con los demás apostadores.

Me acerqué lo suficiente para que mi sombra cayera sobre él.

-Disfrutando de tu victoria, Ashaan.

El hombre levantó la vista, y por un instante, su rostro se congeló. Pero rápidamente se recompuso, forzando una sonrisa despreocupada.

-¡Ah, si es la señorita Dae-yte y el taciturno Alucard! Qué sorpresa verlos aquí.

Mi mano se cerró en un puño, y por un momento, consideré golpearlo allí mismo. Pero me contuve, apenas.

-Devuélveme la gema -dije entre dientes, mi voz baja pero cargada de amenaza.

Él rió nerviosamente, levantando las manos como si intentara calmarme.

-¿La gema? No sé de qué hablas.

-No me hagas repetirlo -interrumpió Alucard, su tono frío como el hielo.

Ashaan tragó saliva, y por primera vez, vi el miedo cruzar su rostro. Pero no iba a rendirse tan fácilmente.

-Vamos, chicos, no se pongan así. Fue un simple negocio. Nada personal, ¿saben?

Lo fulminé con la mirada, sintiendo cómo la rabia me quemaba por dentro. Nada personal. Claro que no. Solo traición, manipulación y robo.

-Tienes cinco segundos para devolverla -amenacé, avanzando un paso más.

Ashaan sonrió con esa arrogancia suya que lograba ponerme al borde del abismo. Se inclinó hacia atrás en su silla, relajado como si no acabara de traicionarnos.

-Bien, ¿quieres recuperar la gema? -dijo, agitando su vaso con un gesto despreocupado-. Pero hay un pequeño problema: yo no la tengo.

Alucard frunció el ceño, su mirada afilada clavada en Ashaan.

-¿Quién la tiene, entonces?

Ashaan sonrió con más amplitud, claramente disfrutando del momento.

-La tienen los que organizan este evento. ¿Sabes cómo es esto? Intercambios rápidos, apuestas grandes... Ya no es mía.

Mis puños se cerraron, y sentí un calor subir por mi cuello hasta mi cabeza.

-¿Y cómo se supone que la recuperemos? -espeté, tratando de contener las ganas de estamparle la cara contra la mesa.

Ashaan chasqueó los dedos y señaló hacia el centro del lugar, donde los gritos de los espectadores eran más fuertes.

-Tendrás que pelear para recuperarla -dijo, con una chispa burlona en los ojos-. Ya sabes, no debería ser un problema para ti... ¿o sí, Daenytte? De hecho, tienes suerte, porque ya te inscribí. Soy muy inteligente.

Su tono al decir mi nombre me puso la piel de gallina. Pero antes de que pudiera responder, se giró hacia Alucard.

-Claro, no puedes participar tú, Alucard. Solo aceptan humanos, así que... técnicamente estás descalificado.

Vi que el se cruzó los brazos, sus ojos afilados como cuchillas. No dijo nada, pero la tensión en su mandíbula hablaba por sí sola.

Yo, en cambio, no podía contenerme.

-¿Y si no quiero participar en tu juego sucio? -repliqué, mi voz fría como el hielo.

Ashaan se encogió de hombros, como si no fuera nada importante.

-Entonces olvídense de la gema. Pero sé que no lo harán. Así que... ¿qué dicen?

Me mordí el labio, mi mente trabajando a toda velocidad. Claro, él me había visto pelear antes, había visto lo que podía hacer. Seguíamos en su maldito juego. Si ganaba, lo cual era obvio porque yo no era tan normal como él creía, Ashaan terminaría ganando también. Seguro apostaría por mí, y cuando ganara, tendría más dinero para gastar o estafarnos de alguna otra manera.

Era un bastardo listo. Un estafador brillante, lo admito, pero eso no lo hacía menos despreciable.

"Quiero golpearlo. De verdad quiero golpearlo", pensé mientras lo miraba con furia contenida. Pero sabía que no podía hacerlo. Si lo hacía, me quedaría sin guía. Este tipo era una rata sabia; si había sido capaz de encontrar esta gema, seguramente también sabía sobre los otros vestigios.

Respiré hondo, forzándome a mantener la calma.

-Bien -dije finalmente, mi voz contenida para no gritarle-. Si eso es lo que se necesita para recuperar la gema, lo haré.

Ashaan sonrió, satisfecho.

-Sabía que lo harías. Eres toda una luchadora, ¿sabes?

Lo miré de nuevo, frunciendo el ceño y pensando en varias formas de humillarlo después.

-Solo recuerda, Ashaan, que después de esto, será mejor que tengas algo útil que decirnos.

La multitud gritaba con una mezcla de emoción y burla, mientras yo caminaba hacia el cuadrilátero de arena, una jaula improvisada con barrotes viejos y oxidados. Mis pasos eran firmes, pero mis pensamientos estaban en otra parte.

Entre la multitud, mis sentidos captaron algo que me hizo tensarme. Ahí estaba el matón del bar, el mismo que había tenido la mala suerte de cruzarse conmigo hace unas horas. Tenía una venda torpemente puesta en la nariz y, al cruzar nuestras miradas, giró la cabeza rápidamente, cubriéndose con su capa como si así pudiera desaparecer. Me habría reído de no ser por lo que ocurrió después. Lo vi dar una señal casi imperceptible a sus hombres, quienes comenzaron a moverse entre la multitud, sacando cuchillos de sus cinturones. Esto no iba a ser una pelea limpia, eso era seguro.

Entré al cuadrilátero, y el bullicio de la multitud se intensificó. Desde un rincón oscuro, apareció el presentador, un hombre bajo con una sonrisa torcida y dientes amarillentos que parecían haber visto mejores días. Me miró de pies a cabeza, y su expresión se tornó burlona al instante.

-Miren lo que tenemos aquí -dijo con voz áspera, deteniéndose frente a mí-. Señorita, ¿se perdió? Escuche, su marido no está aquí. Quizá se escapó con su amante. Debería irse y dejar que los hombres se diviertan. No queremos estropear su bonito rostro.

El público estalló en carcajadas, y la rabia burbujeó en mi interior. Sentí un impulso de devolverle el comentario con algo que lo dejara en su lugar, pero me contuve. No valía la pena. En lugar de eso, lo miré directamente, dejando que mi silencio hablara por mí.

-Solo anuncia el combate -le dije, mi voz seca y fría como el filo de una hoja.

El hombre soltó un resoplido, todavía riéndose entre dientes mientras daba un paso atrás. Señaló a mi oponente, un hombre alto y corpulento que tambaleaba ligeramente, con una botella vacía en la mano. Sus ojos inyectados en sangre me miraron con desdén mientras subía al cuadrilátero, y sus movimientos erráticos delataban que estaba borracho.

Me quedé inmóvil, observándolo mientras el presentador gritaba algo más que no escuché. Mi atención se desvió un momento hacia Alucard, que permanecía de pie en la multitud, con los brazos cruzados y los ojos fijos en mí. Podía sentir su mirada evaluándome, como si estuviera esperando algo. No podía permitirme cometer un error.

"Si en la cueva no me descubrieron, tampoco pueden hacerlo aquí", pensé, apretando los dientes. No debía usar toda mi fuerza, ni ser demasiado rápida. Si alguien sospechaba, mis secretos quedarían al descubierto. No soy tan normal como creen, y esta situación no es tan simple como parece.

El hombre se lanzó hacia mí, tambaleándose, con un grito desafiante y un golpe desordenado que casi me hizo reír. Lo esquivé con facilidad, dando un paso hacia un lado, y la multitud rugió de emoción. Aunque por dentro deseaba usar mi verdadera fuerza y acabar con esto rápido, sabía que no podía. Debía jugar este juego con cuidado, incluso si eso significaba fingir que no era más que una simple humana.

Mi oponente trató de atacar de nuevo, y esta vez decidí devolverle un golpe, cuidando cada movimiento. Nada demasiado rápido, nada demasiado fuerte. Solo lo suficiente para demostrar que podía ganar... sin mostrar quién soy realmente.

Los combates continuaron. Aunque estaba cansada de esquivar y golpear solo lo necesario, mi mente no dejaba de calcular. Todo iba según lo planeado... hasta que lo vi.

El público comenzó a rugir de emoción cuando un hombre enorme se levantó de entre la multitud. Todos lo conocían como "La bestia", y era fácil entender por qué. Su tamaño era impresionante, su cuerpo cubierto de cicatrices que contaban historias de victorias sangrientas. Subió al cuadrilátero con un aire de violencia contenida, mientras los espectadores gritaban su nombre con fervor.

Sabía que esto iba a complicarse. Mi plan de fingir una fuerza normal podría no ser suficiente con alguien como él. La Bestia no solo era grande y fuerte, sino que también jugaba sucio. Apenas empezó el combate, un cuchillo voló desde la multitud y aterrizó en su mano como si hubieran ensayado el movimiento. En la otra mano sostenía una silla de madera vieja, y no dudó en usarla como arma improvisada, arrojándola directamente hacia mí con una fuerza descomunal.

La esquivé por poco, sintiendo cómo el aire me golpeaba al pasar cerca. "Esto no es normal", pensé, mientras trataba de aparentar una calma que no sentía. Mi mente trabajaba a toda velocidad. ¿Cómo se supone que finja ser una humana común contra algo así? Ninguna mujer normal podría manejarlo... ¿o sí?

Un destello llamó mi atención. Alucard seguía observándome desde un rincón, sus ojos fijos en cada uno de mis movimientos. Por un segundo, creí notar algo diferente en su mirada. ¿Era preocupación? ¿O tal vez era solo esa melancolía constante que parecía grabada en su rostro?

Respiré hondo, tomando una decisión. Esquivaré lo que pueda. Que me golpee un poco para que todo parezca creíble, luego lo derribaré y ganaré. Recuperaré la gema y después golpearé a Ashaan. Sí, en ese orden.

La Bestia se lanzó hacia mí con el cuchillo, moviéndose sorprendentemente rápido para alguien de su tamaño. Me mantuve a la defensiva, esquivando sus ataques con movimientos mínimos, como si realmente estuviera esforzándome. Cada golpe que lanzaba hacía vibrar el aire, y cada vez que fallaba, la multitud gritaba aún más fuerte.

Finalmente, decidí que era hora de recibir un golpe. Bajé mi guardia lo suficiente como para que me alcanzara con un puño en el costado, y el dolor me recorrió el cuerpo como un recordatorio amargo de por qué odiaba fingir. El público rugió de emoción al verme tambalearme, pero lo ignoré. Esto era parte del plan.

Cuando volvió a atacar, esta vez con el cuchillo, aproveché su movimiento para atraparlo en una llave. Ahora es mi turno. Con una mezcla de precisión y fuerza medida, lo derribé al suelo con un movimiento fluido. El impacto resonó en el cuadrilátero, y la multitud se quedó en silencio por un instante antes de estallar en gritos y vítores.

Me levanté, ajustándome la ropa y fingiendo estar más cansada de lo que realmente estaba.

Mis ojos buscaron a Alucard de nuevo. Seguía allí, observándome en silencio, su expresión ilegible. ¿Qué pensaba? ¿Sospechaba algo? No tenía tiempo para preocuparme por eso. Primero, la gema. Luego, Ashaan.

El presentador se acercó al cuadrilátero, todavía con una expresión incrédula. Parecía no poder procesar lo que acababa de pasar. Por un momento pensé que se le había olvidado cómo hablar, hasta que, finalmente, abrió la boca.

-Ah, bueno... parece que tenemos una ganadora -dijo, mirando a la multitud y luego hacia mí, como si quisiera confirmar que lo que había visto era real-. ¿Cómo se llama, señorita?

-Daenytte.- respondí sin mirarlo a los ojos.

El hombre parpadeó varias veces, algo desconcertado, y luego sonrió con torpeza, intentando actuar como si todo estuviera bajo control.

-Felicidades... y señorita Daenytte, tome su premio -dijo, extendiéndome una bolsa con monedas, las apuestas de todos esos hombres que habían perdido contra mí.

Ni siquiera miré las monedas.

-No, gracias -respondí mientras bajaba del cuadrilátero-. Solo vengo a recuperar mi gema.

El presentador no supo qué decir. Me abrió paso sin oponer resistencia, y caminé directo hacia la mesa de apuestas. Uno de los organizadores, al verme venir, sacó la gema de una pequeña caja. No me costó nada recuperarla, quizás porque la mirada que le lancé dejó claro que no iba a negociar.

-¿Qué haces, niña? ¡No ves lo que te perdiste! -gritó Ashaan detrás de mí, visiblemente molesto-. ¡Pudimos ser ricos!

Me detuve en seco. Respiré hondo antes de girarme hacia él, sosteniendo la gema con fuerza.

-Cállate... -le espeté, manteniendo la voz baja pero cargada de irritación-. Más te vale tener más información... o el siguiente con el que pelearé en el cuadrilátero serás tú.

Ashaan levantó las manos como si estuviera negociando con una fiera y luego solto una risita.

Me giré hacia el de nuevo apenas salimos del lugar. La gema estaba segura en mi mano, pero la frustración hervía en mi interior como un volcán a punto de explotar. Sin pensarlo dos veces, lo arrinconé contra la pared, sujetándolo del cuello de su polo con fuerza, alzándolo lo justo para que sintiera mi enojo.

-Escúchame bien, Ashaan -le dije, dejando que el veneno en mi voz impregnara cada palabra, mientras levantaba un dedo frente a su cara y lo movía lentamente para enfatizar mi advertencia-. No voy a tolerar más tus malditos juegos. Si vuelves a usarme para tu beneficio, te juro que no me importará lo que sepas ni quién seas.

Su rostro mostró una breve chispa de temor, pero como siempre, la disipó rápido con esa irrirante sonrisa suya.

-Entendido, señorita -dijo, su tono burlón pero cuidadoso-. Aunque debo decir que su feroz carácter me resulta... intrigante.

Antes de que pudiera contestar, sentí una mano fría y firme en la mía. Alucard me apartó con un movimiento tranquilo pero inquebrantable.

-Basta -dijo en voz baja, con ese tono inexpresivo que tanto me irritaba-. No tiene sentido ensuciarte las manos con alguien como él.

Su voz era baja, pero había un filo en ella, algo que me hizo dudar por un instante. Alucard no se inmutó cuando le lancé una mirada furiosa, pero su postura se había endurecido, como si estuviera analizándome con más atención de la que me gustaba

Me tensé al instante. No sabía si era su forma de controlarme o si simplemente estaba disfrutando la escena. Desde que concluí que podría ser el asesino de mi abuelo, cada gesto suyo me parecía sospechoso, cada palabra un doble filo. Me aparté de un tirón, liberando mi mano de la suya.

-¿Qué crees que estás haciendo? -pregunté con los dientes apretados, mis ojos estudiándolo con cautela.

Mi voz salió más baja de lo que esperaba. El enojo burbujeaba en mi interior, pero la confusión lo enredaba todo. No podía leerlo, y eso me irritaba aún más.

Alucard ni siquiera pestañeó.

No respondió de inmediato. Sus ojos, siempre oscuros y distantes, me observaron con una calma que solo aumentaba mi desconfianza. Finalmente, dejó escapar un ligero suspiro.

-Salvándote de cometer un error... otra vez.

Rodé los ojos, frustrada. Antes de apartarme por completo, solté a Ashaan, tirando de su ropa hacia abajo con más fuerza de la necesaria.

-No juegues conmigo otra vez -gruñí.

Ashaan se arregló el cuello de su polo, y con esa actitud de bufón eterno, intentó devolverme el gesto, tirando de mi ropa con la misma teatralidad.

-¿Eso te hace sentir mejor? -preguntó con una sonrisa burlona.

Sin pensar, acerqué mi rostro al suyo, reduciendo la distancia al mínimo. Mis ojos clavados en los suyos con una mirada tan gélida que lo vi retroceder de inmediato, tropezando ligeramente con la pared detrás de él.

Ashaan intentó recuperar su compostura, pero era evidente que lo había intimidado. Al verme retroceder con una ligera sonrisa en los labios, sus hombros se relajaron un poco.

-Es un placer trabajar contigo, señorita Daenytte -dijo, haciendo una exagerada reverencia para ocultar su nerviosismo.

No respondí. Solo me crucé de brazos, aún sonriendo levemente, pero con la tensión en mi interior todavía presente. Alucard, por su parte, no mostró emoción alguna ante lo ocurrido. Se limitó a observar con esa presencia espectral suya, como si todo esto fuera un espectáculo para su entretenimiento.

Pero yo no me relajé. No podía. Aunque mis manos estaban libres y el peligro inmediato había pasado. Pero con él siempre era así. Me hacía sentir como si estuviera jugando un ajedrez silencioso en el que no conocía las reglas... y, lo peor, sin saber si ya iba perdiendo

Caminábamos por las calles, y mi mente no podía apartarse de Alucard. Era difícil verlo como alguien "necesario" para mi misión cuando todo en mí gritaba que debía acabar con él. Pero, ¿cómo?

Tenía que buscar una estrategia. Alucard no era humano ni vampiro. Era ambos, y eso lo hacía impredecible. ¿Cómo se mata a algo que desafía la lógica? La luz no parecía afectarlo; había caminado bajo el sol como si nada. ¿Ajo? Muy cliché y, francamente, ridículo. Quizás magia... necesitaría encontrar a alguien, un hechicero o un mago poderoso que pudiera darme las herramientas. O tal vez más poder... ¿pero qué precio tendría?

Mientras trataba de idear un plan, algo interrumpió mis pensamientos. Unos pasos pesados se hicieron eco en el callejón, seguidos de voces ásperas. Miré alrededor y noté cómo unos cuarenta hombres aparecían, bloqueándonos el camino.

El aire se llenó de tensión cuando el líder del grupo salió al frente. Lo reconocí al instante: el mismo al que había derrotado ayer. Esta vez, llevaba una espada en la mano, y su sonrisa burlona mostraba más dientes de los necesarios.

-Vaya, doble premio -dijo, su tono goteando sarcasmo mientras miraba a Ashaan primero y luego a mí-. El inútil que no paga su deuda... y la perra que pelea como hombre.

Mis manos se tensaron, y el fuego de mi furia subió de golpe. Mi espada estaba lista, mi instinto preparado. No iba a dejar que este imbécil me insultara y saliera ileso.

Sentí la mirada de Alucard a mi lado, pero no lo volteé a ver. Podía imaginar su expresión: indiferente y cansada, como si nada de esto fuera realmente importante.

-¿De verdad quieren intentarlo? -dijo Alucard, su tono bajo y calmado, pero con un filo punzante. Dio un paso adelante, colocando sus manos en los costados mientras inclinaba la cabeza ligeramente. Sus ojos oscuros recorrían a los hombres como si fueran simples hormigas.

-¡Cállate, bastardo! -escupió uno de los matones, apuntándolo con un dedo-. Este asunto no es contigo.

-Oh, pero lo será -respondió Alucard, dejando escapar un suspiro como si la idea de pelear con ellos fuera más molesta que peligrosa-. Aunque les advierto: me aburro fácilmente. Y cuando eso pasa, las cosas tienden a ponerse... sangrientas.

El líder pareció dudar por un momento, pero luego sacudió la cabeza y apuntó su machete hacia mí.

-Esa mujer es mía. Tengo una reputación que saldar.

Mis músculos se tensaron aún más, mi mano ya estaba en la empuñadura de mi espada, lista para atacar. Pero antes de que pudiera moverme, escuché un ruido detrás de mí. Miré rápidamente y, como había temido, Ashaan ya estaba corriendo como una rata.

-¡Maldito cobarde! -murmuré entre dientes.

Miré a los matones, luego a Alucard, que parecía más entretenido que preocupado, y tomé una decisión. Si me quedaba a pelear, Ashaan desaparecería, y no podía permitírmelo. Con un gruñido de frustración, giré sobre mis talones y corrí tras él.

-¿Qué demonios está haciendo ahora? -escuché a Alucard murmurar detrás de mí, y aunque no lo miré, sentí cómo comenzaba a seguirme.

Esto no podía ser más absurdo: una licántropa y un mitad vampiro huyendo de un grupo de simples humanos. Por un momento, casi pude reírme de lo ridículo que era todo esto, pero la rabia me quemaba demasiado como para disfrutarlo.

En un instante, Ashaan se deslizó hacia un callejón, buscando ocultarse entre las sombras.

Este parecía cerrarse más con cada paso, y mi mirada se alzó hacia las paredes. La única salida viable estaba arriba. Sin dudarlo, corrí hacia la pared más cercana, impulsándome con fuerza. Mi pie golpeó la superficie con precisión mientras me balanceaba hacia una caja rota al costado, usándola para empujarme nuevamente hacia arriba. En un último movimiento, giré en el aire y agarré el borde del tejado con ambas manos, levantándome con agilidad y sin mirar atrás.

Apenas me enderecé en el tejado, escuché el sonido de Alucard. No se molestó en utilizar ninguna caja ni calcular un ángulo; simplemente se impulsó en un salto perfecto, aterrizando junto a mí con la gracia de un depredador nocturno. Ni siquiera se tomó la molestia de mirarme mientras sacudía su abrigo, indiferente al caos detrás de nosotros.

Abajo, escuché un ruido torpe seguido de un grito ahogado. Me asomé al borde del tejado y encontré a Ishaan tambaleándose sobre unas cajas apiladas, intentando imitar mis movimientos. Una de las cajas crujió bajo su peso y, antes de que pudiera alcanzar el muro, cayó de espaldas con un fuerte golpe. Esta vez, no pude evitar soltar una risa.

-¡Hey! ¡Espérenme! -gritó desde el suelo, levantándose mientras se sacudía el polvo con torpeza-. ¡No me dejen aquí!

Cruzándome de brazos, lo miré desde el borde del tejado.

-No pienso ayudarte, Ashaan -dije con frialdad-. Eres un tramposo y una molestia. Encuentra tu propia manera de subir.

-¡Por favor! -suplicó, su tono desesperado-. ¡Sé cosas importantes! ¡Sigo sabiendo sobre gemas y objetos mágicos! ¡Te juro que puedo ayudarte en todo lo que necesites!

Lo observé con desconfianza, pero sus palabras me hicieron dudar. Sabía que podría estar mintiendo, pero si tenía información sobre artefactos mágicos, no podía ignorarlo del todo. Sus ojos se encontraron con los míos, y un suspiro se escapó de mis labios.

-¿Lo juras? -pregunté, con una dureza que no ocultaba mi escepticismo.

-¡Sí, lo juro! -gritó frenéticamente, levantando una mano-. ¡Haré lo que sea! ¡Solo no me dejen aquí!

Suspiré y me incliné para agarrarlo del brazo, levantándolo de un solo tirón.

-Más te vale no estar mintiendo, Ashaan -le advertí mientras lo soltaba de mala gana.

Ashaan jadeó y bajó la cabeza repetidamente, murmurando agradecimientos. Alucard, que había estado observando todo el intercambio con una mezcla de paciencia y desinterés, rompió el silencio con su voz serena.

-Tu compasión es admirable... pero no sé si también es prudente.

Lo miré de reojo, desconfiada. Había algo en su tono que parecía a la vez una observación y una advertencia velada. El avanzó, dejando atrás el borde del tejado con una calma imperturbable.

-Sigamos antes de que algo más nos alcance.

Asentí, aunque no pude evitar mantener un ojo en él mientras avanzábamos. Todavía no sabía qué hacer con Alucard, ni si era posible derrotarlo llegado el momento. Pero algo en su presencia, en su aire de control absoluto, no dejaba de ponerme en guardia.

Horas mas tarde.

Llegamos a un restaurante poco concurrido, el tipo de lugar que no llamaba mucho la atención pero prometía buena comida. Aunque no me lo decía directamente, podía notar el hambre carcomiéndome desde dentro.

El lugar era peculiar, con un ambiente cálido y relajado. No había sillas ni mesas altas; las comidas se servían en mesas bajas, sobre una alfombra adornada con patrones intrincados. Nos sentamos en el suelo, cada uno con un cojín, y el olor de la comida recién hecha llenó el aire, prometiendo una experiencia deliciosa.

Los tres pedimos comida, pero yo pedí demasiado. Me dejé llevar por la emoción al ver el menú repleto de platos desconocidos para mí. Sin embargo, más que la comida, lo que realmente captaba mi atención eran sus hombres.

Cuando los platos comenzaron a llegar, intenté mantener un ritmo adecuado, al menos al principio. Cortar la carne con delicadeza, llevar el pan con moderación, fingir que no estaba desesperada por devorar todo lo que veía. Pero esa fachada no duró mucho. La necesidad superó cualquier pretensión, y, para cuando terminé mi primer plato, ya estaba pidiendo el segundo.

Los minutos pasaron y mis movimientos se volvieron más frenéticos, casi sin pausa entre bocado y bocado. La pila de platos vacíos frente a mí comenzaba a parecer una pequeña montaña, y el rostro de Ishaam era un poema. Veía su bolsa de monedas como si cada bocado que daba arrancara una pieza de oro directamente de su interior.

Alucard me observaba con su mirada crítica, como si cada bocado que daba transgrediera una norma secreta de etiqueta

Lo ignoré, no me iba a arruinar esto.

Volví a concentrarme en mi plato. Alucard suspiró, cruzándose de brazos como si simplemente no pudiera entenderme.

Me quedé mirando al techo, completamente satisfecha, mientras el peso de la comida me hundía aún más en la alfombra. El aroma del restaurante aún flotaba en el aire, pero mi mente ya había viajado lejos, recordando cómo era vivir entre lycans.

El aroma del pan recién horneado y las especias del guiso se mezclaban en el aire, envolviendo el lugar en una calidez reconfortante. Pero en mi mente, todo olía a madera de pino chamuscada, sudor impregnado en piel curtida y el áspero perfume a metal fundido que siempre flotaba entre la manada.

Los modales no era algo que nos preocupara mucho, al menos no cuando se trataba de comer. Tenían muchas reglas estrictas, sí, pero la comida nunca fue una de ellas. De hecho, cuando llegué por primera vez a la manada, aprendí eso de la peor manera.

La primera vez que me senté a su mesa, terminé sin un solo bocado en mi plato. Todos alzaban la comida como locos, riendo y compartiéndola de forma tan caótica que para cuando intenté tomar algo, ya se lo habían devorado. Había una energía vibrante y desbordante en esas cenas. Bailaban y cantaban mientras se servían bebidas luminosas. Algunos incluso se lanzaban comida como si fueran niños en un festival, riendo a carcajadas mientras las migajas volaban por el aire.

Otros eran aún más extremos: se paraban sobre la mesa, caminando entre los platos para llegar de un extremo a otro de la sala, bailando mientras el resto les lanzaba comida como si estuvieran en un espectáculo. En medio de todo ese caos estaba mi tío Zagreus, siempre sentado en su mesa personal. Su trono de piedra y espadas fundidas, adornado con gemas que brillaban como una luna llena, era imponente. Bebía vino hecho de hongos especiales con calma, observando a sus hijos, mis pequeños primos, peleando por la comida como cachorros traviesos. Todo eso lo hacía reír, mientras algunos licántropos adultos se enfrentaban en un verdadero duelo por un trozo de carne. Era un espectáculo, una batalla disfrazada de cena.

Con el tiempo, me acostumbré a ese ritmo. No había otra opción si no quería pasar hambre. Aprendí a ser rápida, a robar lo que podía cuando nadie miraba, y luego a moverme con la suficiente velocidad como para lograr comer algo en medio de ese campo de batalla. Era caótico, pero en cierto modo... era hogar.

Alucard, claro, me miraba con esa expresión que mezclaba juicio con paciencia. Seguramente estaba escandalizado. No lo culpaba, la verdad. Mientras yo comía con un apetito voraz, él apenas sorbía su té, cada movimiento suyo medido y calculado, como si incluso eso debiera hacerse con gracia.

Finalmente, levanté la cabeza y agradecí por la comida, echándome hacia atrás en la alfombra con una satisfacción plena. Alucard suspiró, mirándome como si acabara de cometer el pecado más grande del mundo.

-Si te echas después de comer así, acabarás como una vaca -murmuró con esa voz profunda y cortante, el tono de alguien que no podía evitar juzgar.

Lo miré con una sonrisa satisfecha y le respondí con simpleza:

-No me importa.

Alzó una ceja con visible desaprobación, como si mi respuesta fuera aún más escandalosa que mi forma de comer

Para él, la comida era otro acto de refinamiento, algo que debía hacerse con control y precisión, con movimientos calculados, sin prisas ni excesos. Una costumbre que reflejaba su mundo, su educación, el linaje al que pertenecía. Para mí, en cambio, la comida nunca fue un lujo, sino un derecho ganado. En la manada, comer no era un placer ni un arte, sino una competencia, un instinto primario en el que la velocidad y la astucia determinaban si terminabas con el estómago lleno o con las manos vacías.

Dos extremos opuestos, sentados en la misma mesa.

Quizá debía cambiar mis costumbres un poco. Tal vez. Pero, ¿por qué? ¿Por qué tendría que moldearme a un ideal ajeno cuando mi vida había sido distinta desde el inicio? No era elegante ni medida, pero era fuerte. Era una superviviente. Y aunque él pudiera ver mi forma de comer como algo burdo, yo la veía como un reflejo de lo que había vivido.

Así que, por ahora, disfrutaría de mi pequeño momento de desorden... incluso si estaba bajo la mirada juzgadora de un vampiro.

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