【treinta y uno】

ᴇʟ ᴍɪʟᴀɢʀᴏ ᴅᴇʟ ᴄᴀᴍʙɪᴏ

        La brisa era espléndida, el sol iluminaba aquel campo de lirios de cristal abundante, y la espalda del Rey Geo estaba a su vista con ese traje blanco con el que era caracterizado en todas las leyendas populares de Liyue, pero por desgracia, no estaba a su alcance.

          —No deseaba perderte, querida Charlotte, ni a ti ni a ellos. Pero perdí el control y estuve a punto de destruir todo lo que me ayudaste a construir; anhelé tanto volverte a ver, y cuando lo hiciste estabas vacía. Entonces, ¿qué se supone que debía hacer? Dejarte ir no está en mis planes.

          —Zhongli, no... —quiso hablarle, mas él dio la media vuelta para que pudiera verle de frente.

          —Yo no soy Zhongli —sentenció, pese a tener el mismo rostro que ella conocía, ese mismo que después mostró un semblante lleno de culpa—. Charlotte, si te vas, prefiero verte perecer, porque no seré yo quien tenga que soportar la idea de verte plena en los brazos de ese traicionero Fatui, y sucederá aunque tenga que arrebatarte la vida con mis propias manos.

           —¿Tar-Tartaglia? —murmuró, incapaz de cuestionar sobre lo que tenía que ver el extranjero en ese problema. Él ya se había marchado y ella no tenía el valor de correr tras de él.

          —¡No lo menciones! —Pero casi al instante, el Dios interrumpió. Se vio molesto, y era escalofriante, pues la dama nunca había sido testigo de su mal humor, el que para ser sinceros, no existía en Zhongli abiertamente.

           Cuando caminó hacia ella con la intención de atraparle, retrocedió sin darse cuenta y sin buscar más problemas, antes bien, a la menor distracción, una de las manos contrarias rodeaba su cuello, apretaba sin vacilación e incluso le había levantado del suelo unos centímetros.
          En consecuencia la de visión cryo no supo que hacer, solo tomó el brazo y trató deshacerse del agarre, pero era tan fuerte que dolía y ya costaba respirar.

          —Tú... —señaló la dama, sabiendo pronto que era imposible evitar la situación. Dejó de moverse, y pese a la fuerza que contenía su voz, su mirada se quedó pegada al Arconte—. Eres la entidad del lago.

          Entonces su mano atrapó más allá, casi llegado al cuello manchado.

          Y fue en esa noche de luna llena que Charlotte dejó de moverse, de respirar y de aferrarse a la idea absurda de tener un final feliz, únicamente porque así lo deseaba. Y Zhongli, sereno como nunca antes, como si no le hubiese dejado morir ante sus orbes dorados, dio la espalda dispuesto a descansar de la contaminación que por meses no le permitió conciliar el sueño.

          Los cuernos desaparecieron, la cola de dragón volvió a esconderse, pero no sus brazos manchados de café, porque aquellos ya formaban parte de él. Sin embargo, cantar victoria, o en su caso, una derrota que se asemejaba una victoria, era muy pronto.

          —¿Eh? —No lo esperó, ni siquiera pedía un milagro a Celestia, porque como ya lo sabía, estos no existían.

          El fuerte agarre de su pierna le impidió moverse; sus uñas rasguñaron la piel expuesta debajo de su bata, y por si fuese poco, comenzaron a escucharse murmullos que más bien sonaban como gruñidos, ya que la fuerza empleada no era un juego.

          —Cobarde —regañó la menor, con el rostro aún sobre el pasto, por lo que apenas se alcanzó a escuchar. Pero fue claro, bastante para una persona en su condición—. Si yo muero, usted vendrá conmigo —amenazó.

          Cómo si fuese algo que realmente haría, el asesor se deshizo del agarre rápidamente y retrocedió apenas a traspiés, para luego caer con el trasero por delante cuando la extranjera volvió a estirar la mano.
          Parecía más bien una obra de terror, y Charlie era el monstruo que iba detrás de la víctima.

          —No puedes hacerlo, no nos conduzcas a los dos una tragedia que no podremos resolver —pidió en una súplica al ver cómo ella se arrastraba hasta alcanzarse; una vez hecho, trepó de poco a poco su cuerpo tirado, y por fin mostró lo que verdaderamente sentía con su semblante.

          Zhongli estaba asustado.

          Incluso así, Charlotte siguió trepando con insistencia, ello, hasta que su mano alcanzó su cuello, y como en la pesadilla, envolvió su mano y comenzó a apretar; pero no hizo daño al asesor, porque la verdad era que la joven no tenía la fuerza suficiente para estrangularle, a cambio, consiguió someterlo contra el suelo, siendo ese su objetivo.

          —¡No voy a morir! —gritó tan alto como pudo, mostrando de una buena vez su rostro al contrario que mantenía la cabeza pegada al suelo.

          Terminó sentada encima del abdomen del hombre, con las manos estiradas y por ende su cabello cubría parcialmente su rostro, no obstante, no fue difícil ocultar, porque además de no saberlo, ya no había manera de esconder los hechos. La mitad de su rostro mostraba marcas de la contaminación, una avanzada: su orbe izquierdo era igual al del contrario y el delineado le adornaba, así como las marcas que recorrían e invadian su piel, eran similares a las de un dragón, sobre todo sus dientes, que comenzaban a crecer desigual y mostraban ya los colmillos.

          —¿P-por qué no me lo dijo? —cuestionó, fue cuando el castaño por fin notó cuanto lloraba. Las lágrimas descendían dramáticas, y su fuerza aumentaba junto con ellas.

          —No quería hacerte más daño —confesó Zhongli por fin, llevando una de sus manos hasta su mejilla para acariciar con ternura, luego cerró sus orbes con pesar.

          Le dolía observar como se transformaba en algo que definitivamente ella no deseaba.

          —Duele mucho, mi cabeza va a explotar y mi piel se está quemando; cada movimiento desde aquella noche me está matando lentamente, y usted... ¡Solo me rechaza! —exclamó, perdiendo el control, porque sus manos abandonaron su cuello y fueron a su cabeza para tratar de manterse consciente al apretarla entre sus palmas.

          Charlotte sabía que si perdía de vista su objetivo, no habría marcha atrás, no como las anteriores veces en donde Zhongli le brindaba la bendición del olvido. Está vez perdería la vida y desecharía la última voluntad de la entidad del manantial, ese que a pesar de sus palabras, le había devuelto el aliento como un milagro.

          —¡No soy yo quien te está rechazando! —devolvió el contrario, por una vez mostrando la frustración que sentía, y si la otra hubiese estado en sus cinco sentidos, la impresión que le causaría el tono avivado hubiese sido inmensa.

          Tras las palabras del mayor, el descontrol de sus sentidos y movimientos se hizo presente. Empujó a Charlotte con fuerza haciendo que su cuerpo se estrellara contra el césped y su cuerpo se encimó sobre el de ella. La reacción de la dama no pudo apreciarse, porque el dolor aumentó todavía más que antes, antes bien, se quedó quieta y le observó apenas. La situación se había volteado.

          —Eres tú quien me rechaza. —Sus manos se posaron sobre su cuello, pero en lugar de apretar, acariciaron con dulzura y se separaron cuando se movieron de lugar. Una de ellas fue rumbo a su rostro y después de acariciar la piel detrás de su oreja se apoyó en la tierra para mantenerse en su lugar; y la otra se deslizó lentamente por todo el contorno de su cuerpo, haciéndole sentir escalofríos en medio de todo el dolor—. No eres consciente de como mis ojos te miran y de aquellas tantas veces que detuve mis manos para no tocarte. Te lo dije hace un momento, fuiste tú quien me contaminó y eres tú quien me rechaza cada que tu deseo de volver a casa se instala en tu mente. ¿Sabes cuánto dolor he sentido? ¿O cuántas veces tuve que hacerme daño para no atacarte? Y todo esto aumenta cada día que pasa, dejándome sin salida, por eso no lo hagas más difícil. No hay manera de revertir las consecuencias a este punto.

          Su voz fue amable, casi un susurro, porque tenía la libertad de tocar su cuerpo y ello al menos le tranquilizaba. Mientras que Charlotte se había quedado sin habla y el dolor comenzaba a disiparse.

          —No puede jugar más a ser un mortal, Rex Lapis —expresó ella, dejándo congelado al mayor—. ¿Por qué yo tengo culpa? Es usted el Dios que me maldijo, y si fue el primero en contaminarse, fue porque así lo quiso.

          Ciertamente, sus palabras no estaban del todo equivocadas. Sin embargo, Zhongli no cedió.

          —No...

          —Sí —interrumpió la joven cuando levantó su mano contaminada y fue está vez ella quien le acarició la mejilla —. Nunca quise rechazarle, pero mi sueño de volver a casa era más grande que desear ser valorada por un hombre que no me quería ver más. Y ahora lo entiendo, así que está bien, maestro; al final no es culpa de nadie.

          Levantó su espalda tanto como pudo y acercó el rostro del contrario con su propia mano, y una vez estuvieron lo suficientemente cerca, Charlotte le besó con dulzura por encima de los labios.

          —Solo lamento, no haberme enamorado de usted por voluntad propia...

          —Es un castigo que deberé aceptar, querida Charlotte.

          Concluyeron el momento con un beso dramático, uno desenfrenado y lleno de culpa; las manos que hasta ese día se habían reprimido tocaron cuanto quisieron, y luego esos mismos labios mordieron con fiereza el cuello de la joven.
          No más rechazo y no más secretos, fue lo que pactaron en ese momento sin palabras, en que, como Zhongli esperaba, no pasó tanto tiempo para que la de hebras claras perdiera el raciocinio y le adorara como el Dios que era.

          Quizá Charlotte no perdería su esencia y no dejaría de ser la misma persona que era hasta ese momento de su vida, no obstante, tendría que vivir con la carga de ser la devota más grande del Rey Geo, lo que tarde o temprano, terminaría acabando con ella.

          Observarla había sido lo único que había hecho Zhongli durante aquellos días, porque recostada sobre su lecho lleno de cómodos almohadones, Charlotte descansaba mientras se transformaba a su viva imagen. Así que, hipnotizado, sus egoístas pensamientos solo deseaban admirarla cuando sus ojos se abrieran y tuviera que amarla por el resto de su vida.

          Sin embargo, no todo estaba saliendo tan bien como esperaba.

          Charlotte, inconsciente ya movía su cola de dragón sobre las sábanas y se removía incómoda al sentir como sus cuernos crecían, o para ser más exactos, como su cuerno crecía. Y aquello molestaba al asesor que no se despegaba de su lado, pues solamente la mitad de su cuerpo sufría de las transformaciones, exactamente, aquel que no portaba la gema que una día le obsequió el Oncevado Heraldo de los Fatui, Tartaglia.

          Él lo estaba impidiendo...

          Antes bien, sabía que no tenía mucho tiempo, porque la demora de su despertar se lo había arrebatado. Quería estar presente, pero aquel día, Rito de la Linterna, él debía presentarse ante la directora de la funeraria después de días sin darle la cara, pues a decir verdad, poco deseaba que las sospechas de la desaparición de Charlotte cayeran encima de él, ya que seguro sus hermanos la estaban buscando, además de Ninguang y sus amigos cercanos como Chongyun, Xingqiu y Xiangling.
          Entendía, al mismo tiempo, que tenían un gran problema por delante del que no saldrían ni uno ni otro, sin embargo, dejó de pensar en ello, como si no fuese el causante de todo límite que estaba obstruyendo.

          —Debería ir yendo —se dijo, se levantó de aquella cómoda silla y abandonó la habitación a paso lento con su ropa de día libre.

          Nadie sería capaz de encontrar la morada, por lo que Charlotte no corría peligro estando sola, pero sus pasos al abandonar el jardín fueron lentos; de cualquier forma, pronto estuvo tomando el camino directo a la cuidad con su paso tranquilo y elegante, y más temprano que tarde, estuvo entre el murmullo de todas las personas que se encontraban reunidas aquella tarde para la festividad tan esperada.
La ciudad, por supuesto, estaba lista para comenzar nada más cayera la noche; los adornos eran increíbles y las calles relucian, y ello, honestamente, hacía sentir felicidad al hombre que lo dio todo por la paz de sus hijos.

          Morax no podía sentirse más que orgulloso de lo que alguna vez creo con sus allegados.

          —No debí dejarla, fui una tonta, vi las marcas en su cuello y fui ingenua al creer que usted no sería capaz, pero ahora sé que hizo algo —reclamaron en cuanto entró por la puerta, y fue de la manera más agresiva de la que esperaba.

          Zhongli se hizo a un lado, no sintiendo amenaza por el Báculo de Homa que casi le cortaba el cuello por la cercanía, pero tampoco fue grosero, solo le hizo saber que no funcionaría atacarle.

          —Al menos diga algo —siguió la directora, molesta por tanta espera.

          —La señorita Charlotte está bien, mas ahora se encuentra indispuesta. No puede volver a la ciudad... No por ahora...


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