【diecisiete】
ᴍᴀ́s ᴅᴜᴅᴀs ϙᴜᴇ ʀᴇsᴘᴜᴇsᴛᴀs
—Si no me muestras tu voluntad, no eres más que una farsante...
Despertó sudando frío y con la respiración agitada, a simple vista intranquila por el mal sueño que acababa de tener. Las ojeras se le notaban, estaba más pálida que de costumbre, y todo producto de las pesadillas recurrentes que le atacaban, y que en lugar de despertarle, le obligaban a mantener los ojos cerrados para vivir en ellas como si fuesen una realidad.
—Y-ya basta... ¿Por qué debo soñar esto? —Se cubrió el rostro, derramando lágrimas de puro coraje.
No lo soportaba más, cada día temía ir a dormir y sentir aquel delirio de persecución, porque era evidente que nada le estaba siguiendo, y que además de ella, no había nadie más en aquella habitación observando.
A ese paso, se volvería loca, pensó.
Pasados algunos minutos logró recobrar la compostura y se mantuvo en cama, pues no había necesidad de levantarse tan temprano. Con el permiso de las Siete Estrellas, aquel día se había planteado ir a buscar fuera de la cuidad, comenzando por la Casa Dorada ya que era el último lugar donde vio a Tartaglia, y además, tenía una fuerte corazonada; por ello, Hu Tao le concedió el día libre sin ningún problema y le deseó suerte.
Esperó, pero no tanto, pronto estuvo lista con su ropas de aventurera bien puestas, el cabello recogido y la visión en su lugar, y así, salió a las calles. Primero saludó a Xiangling y a su padre en el restaurante cuando fue a desayunar, y por coincidencia Xingqiu y Chongyun estaban en el lugar, así que no comió a solas, hasta que tuvo que abandonar el lugar y con ello la cuidad para seguir su rumbo por el camino que llevaba a su destino.
—Aunque seguro Keqing esté por ahí, se siente bien salir de la cuidad nuevamente —se dijo, suspirando y recordando la última vez que había tomado un camino igual hacia su Mondstadt, aquella vez cuando cometió el error de volver algunos meses atrás.
La Casa Dorada no estaba lejos, sabía perfectamente el camino aunque solo la visitó una vez, pues por infortunio, fue un día lleno de dolor que aunque quisiese, no podría olvidarlo. Así que más temprano que tarde arribó al arco de la entrada, topándose con los soldados de la Geoarmada que no dudaron en interrogarla por el bien de sus tierras.
—Tengo el permiso del Equilibrio Celestial —solamente dijo aquello y mostró el permiso, los uniformados se hicieron a un lado y le dejaron el camino libre.
Sin embargo, de pie frente a la gran puerta en donde una vez se enfrentó al hombre del que se enamoró, y en donde estuvo el cuerpo inerte de Rex Lapis, se quedó de pie y dudó. Según Ninguang, si Charlotte había estado en aquella víspera allí, tenía el derecho de entrar en el recuerdo del dominio y analizarlo para encontrar las pistas que nadie más podía, ya que Aether no había vuelto a Liyue y era el único, además de Paimon, que había estado presente.
—Pido una sola respuesta —murmuró en una súplica y se atrevió a entrar, llenándose de valentía.
—Esta oportunidad no se presenta todos los días. ¡Vamos, quiero divertirme contigo! Puedes rendirte si quieres, prometo que no te voy a hacer daño.
Su corazón se aceleró al escuchar la voz proveniente del muchacho, ese que se encontraba en aquel mismo lugar donde ella le recordaba, y entonces, allí estaban, el viajero, la chiquilla voladora y su persona. Hasta ese entonces, cuando observó su propio rostro descubrió la tristeza que había sentido en carne propia cuando supo que había sido traicionada; daba lastima para cualquiera, pero a Charlotte le provocaba coraje.
Coraje, porque sabía que la Charlotte que estaba presente en aquel momento deseaba salvar al chico malo; deseaba que volviera a sonreír junto a ella, a tomarle la mano y decirle cuánto le gustaba, así como lo bella que era, todo, con esa voz tan agradable con la que había nacido, tan carismático y a la vez tan serio.
La pelea comenzó de manera inmediata, después de todo era un recuerdo y no era difícil saber que harían, porque ya lo había vivido, así que se mantuvo alerta acerca de cualquier imprevisto que en su momento dejó pasar como una ignorante.
—¡Detente, por favor, todavía puedes hacerlo!
—Elegiste mal, Charlie, no puedo detenerme, aún si lo hago, ya estás decepcionada.
Observar desde su lugar esa horrible transformación que la abatió en un segundo fue espeluznante, tanto le que la azotaron escalofríos y la piel se le puso como gallina, y entonces, pudo apreciar como Nobile no tuvo consideración, pese a los sentimientos que él clamó en algún momento y que aparentemente los unían.
—Nunca sintió nada por mi —concluyó en ese segundo, cerrando sus orbes con lastima al creer que aquello era todo lo que vería, sin embargo, no contó con que incluso inconsciente, ella seguía siendo parte de aquel recuerdo.
Volvió a observar, asombrada de verse en aquel suelo lleno de mora y totalmente derrotada. Aether dio lo mejor de si, protegiéndola y al mismo tiempo mostrando la fiereza que poseía, no obstante, ni siquiera la fuerza de él fue suficiente para derrotar a uno de Los Once.
—¿¡Qué crees que haces!? —exclamó el viajero de pronto.
En su lugar, Charlie abrió la boca tras ver los movimientos del heraldo, que ya en su forma humana se deshizo de todo obstáculo para ir hasta su cuerpo inmóvil, el que tomó entre sus brazos y cargó como un saco de patatas.
—¡Está tratando de llevársela, tenemos que hacer algo! —Paimon entró en pánico, señalando al muchacho cansado que sonreía a medias por lo que hacía.
—No puedes impedirlo, lo sabes tan bien como yo —comenzó a decirle el pelirrojo—. Pero puedes escoger su futuro: Snezhnaya y una vida sin preocupaciones, o Liyue y una condena de muerte por asesinar al Patrono de los Contratos. —Aquella fue la oferta.
Aether pareció pensarlo con mucha seriedad, y cuando bajó la cabeza y luego su arma, Charlie entendió que había elegido la primera opción para ella, sin embargo, una objeto aterrizó en el suelo antes de que alguien diera otro paso, partiéndolo por la fuerza empleada. La Perforanubes apareció, amenzante, otra faceta que ella no conocía, provocando que Nobile soltara su cuerpo del imprevisto, y entonces miró en la misma dirección que todos, encontrando al personaje menos esperado.
—Vas a arrepentirte de esto, ¡todos ustedes lo harán! Maestro Zhongli, compañero... y cuando lo hagan, será muy tarde para volver atrás —advirtió el Fatui señalando con su cuchilla hydro, mostrando con su gesto cuánta cólera le había causado la acción del asesor que no dijo ni una sola palabra.
Y así, repentinamente Tartaglia desapareció de la vista de todos. Los dos restantes corrieron hacia ella todavía en la inconsciencia y después el asesor se acercó, no obstante, justo cuando iba a decir una palabra, todo desapareció, dejándola en una Casa Dorada vacía. Fue extraño, como una melodía de antaño mal terminada o una fotografía manchada por la mitad.
Fue como si alguien hubiese impedido que ella fuese testigo de la última conversación.
La corazonada fue verdadera, aún así, Charlie regresó a la cuidad con más dudas que respuestas. Por supuesto, deseaba interrogar a Zhongli por lo que había visto, pero no veía como hacerlo; se dijo, no era una buena idea comenzar a cuestionar en horas de trabajo, por lo que fue a casa y decidió que el día siguiente debía ser mejor, exactamente a la hora del entrenamiento cuando estaban a solas.
Se la pasó todo el rato actuando con normalidad mientras acomodaba con más empeño los libreros y leía más que nunca; dirigió la palabra al castaño unas cuantas veces cuando fue necesario y conversó con Hu Tao acerca de lo que había encontrado en el dominio, aunque evitó la última escena por el bien de las dos.
—Creo que al final, el diplomático Fatui no quiso dejarte atrás. Pensar que tenía otro motivo más que protegerte es impensable —concluyó la directora, sintiendo un escalofrío al tener presente en su cabeza los tantos malos futuros que su trabajora hubiese tenido si "Aether" no hubiese intervenido.
—Snezhnaya y una buena vida...
—¿Cree eso? —inquirió, ingenua. Después de todo Nobile era el malo de la historia, ¿no?
La castaña asintió, tratando de no pensar más en los peores escenarios, ya que como todos los que sabían acerca de la organización de La Zarina, seguro no eran del todo una colectivo que aseguraba el bienestar de las seis naciones restantes, a menos que hubiese un motivo justo para actuar con decencia.
Luego de que la conversación diese fin y el horario laboral concluyera, corrió a casa para cambiarse el uniforme, y una vez lista, sin querer perder más tiempo volvió a correr hacia el lugar establecido, en donde inesperadamente, Zhongli ya se encontraba presente, pero no con sus ropas de día libre, sino más bien con el uniforme café. Se encontraba sentado en la rama de un árbol y recargando la espalda sobre el tronco del mismo, dando a entender a la joven que la había estado esperando todo ese tiempo.
—¿Desea comenzar de una vez? ¿O hay algo que deba decirme, señorita Charlotte? —cuestionó antes de que ella saludara, pues se sintió nerviosa con la imagen y no lo hizo al instante.
Con ello, Charlotte supo que sentía sus inquietudes; sabía que la visita a la Casa Dorada le había ocasionado más dudas que respuestas, y que una de esas dudas llevaba su nombre, porque el asesor sabía exactamente lo que había visto y hecho aquella tarde a solas.
—N-no, podemos comenzar con el entrenamiento —aún así, negó algo que era evidente y obtuvo su Lanza Fría.
Él se bajó del árbol, anteponiéndose tranquilo sobre su persona, entonces cruzó los brazos y asintió para señalar el lugar.
—Puede comenzar entonces —dejó.
Era un enigma entero, la dama no se cansaría de decirlo. ¿Por qué no era directo? ¿Por qué no solo le contaba sobre su razón de actuar si ya había sido descubierto? Y más importante, ¿por qué se sentía tan intimidada cuando le veía?
Tenía las palabras atoradas, la lengua seca y los brazos le temblaban cada vez que blandía la lanza, como si un terrible cansancio le impidiese moverse como deseaba. Él estaba a su espalda, observando cada movimiento como acostumbraba para corregir o animar cuánto fuese necesario, pero se sentía tan diferente a otras tardes, porque no había notado cuanta presión ejercía sobre ella solo con moverse cerca.
—Si se siente cansada, podemos detenernos cuando guste —recomendó de pronto el castaño.
Detuvo la lanza de inmediato, quedándose congelada en su lugar con los orbes bien abiertos, pues con ello, aunque mínimo el comentario, fue más que claro para Charlotte averiguar que no era un simple asesor, porque de una u otra manera, como otras tantas veces le mostraba que sabía cómo se sentía y lo que provocaba en ella.
—¿Q-qué estaba haciendo en la Casa Dorada ese día? —se atrevió a preguntar, temerosa de su respuesta sin motivo aparente.
—Pudo haber comenzado con ello desde el inicio —evadió el de hebras castañas.
—¡No juegue conmigo! —advirtió ella enseguida—. Estaba allí, observando, y cuando Nobile trató de llevarme solo lo impidió a la fuerza. ¿Por qué lo hizo? Debe tener una buena razón.
Reclamó una respuesta, no obstante, cuando le dio la cara, Zhongli se mantuvo en su posición, y sereno ni siquiera abrió la boca, lo que obligó a Charlie a seguir insistiendo.
—Sabía desde el inicio que no fui yo quien asesinó a Rex Lapis, por ello afirmaba creer en mi en cada conversación, pero usted hizo exactamente lo mismo que él... —señaló, mostrándose molesta—. Me arrebató la libertad impidiendo...
—Impidiendo que escapara con Tartaglia y tener con ello una vida sin preocupaciones tal como prometió a Aether en la Casa Dorada —terminó por ella, tal como si le hubiese cansado la cantaleta, pues no mucho después avanzó largos pasos hasta su lugar, tanto, que tuvo que mirar hacia abajo una vez la tuvo de frente—. ¿Qué le hace pensar que podía cumplir con su palabra?...
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