✏ Capítulo 6 ✉
Mi hermano Jimin estaba esperándome en una zona donde no estaba permitido aparcar cuando me subí a su coche.
— Hey.
— Hola —dijo— ¿Qué tal las clases?
— Como siempre.
Por un momento, pensé en mencionar los mensajes de la mesa, pero decidí no hacerlo.
Si SeokJin no comprendía su importancia, Jimin mucho menos.
Esperó a que un grupo de chicas cruzaran por delante de nosotros y luego avanzó con el coche.
— Cuando yo iba al instituto...
— El año pasado —le interrumpí.
— Sí. Tenía que volver a casa en autobús o esperar a que mamá me recogiese con el auto.
— Mamá me recogió a mí en el auto la semana pasada.
— Bueno, pues en mi caso era todos los días. Todos los días, Kookie. Y, aún así, me las arreglé para tener muchos amigos. Tienes suerte de que me haya comprado un coche. Un coche bonito que no da vergüenza.
Ese era el discurso que solía echarme
cuando me llevaba de vuelta a casa.
Me había quedado ya sin respuestas sinceras.
— Sí. Qué suerte tengo. Gracias, Minnie. ¿Cómo podré devolvértelo?
Apoyé la cabeza contra la ventanilla y me pregunté si se daría cuenta si me echaba una siesta.
— A lo mejor debería trabajar más horas en la tienda del campus para que experimentaras todos los días la verdadera tortura que es mamá.
Jimin suspiró y miró por el retrovisor.
— Una vez se tiró diez segundos tocando el claxon porque no la veía. Y otra vez me hizo llevar a Soobin al baño y él estuvo gritando todo el rato que se iba a hacer pis en los pantalones.
Me reí.
— Te hace gracia porque no te pasó a ti.
— Me hace gracia porque yo tengo mis propias historias, Jimin. Tú no eres el único dentro de este coche que tiene tres hermanos y una madre rara.
— Dentro de este coche tan bonito y casi nuevo.
— Sí, la cima de la clase y la sofisticación. Precioso. ¿Cómo se llama este color? ¿Azul cobalto o azul Prusia?
— Ni gracias ni nada.
Sonreí y Jimin encendió la radio.
No teníamos el mismo gusto musical, ni de lejos.
Cuando me vio poner cara de asco, bajó la ventanilla, subió el volumen y
sonrió él también.
[🥀]
— ¿Qué es eso? —preguntó Jimin cuando entramos en la cocina y puso las llaves del coche sobre un plato que había en la encimera.
Yo estaba detrás de él, así que no podía ver a qué se refería.
Al dar un paso hacia un lado para mirar, una cosa blanca y peluda pasó como un rayo junto a mi pie, y mi hermano Yugyeom salió corriendo detrás.
Jimin gritó.
Yo tiré la mochila al suelo y me subí a la encimera, sentado con la espalda apoyada contra los armarios y observando el suelo con desconfianza.
Mamá se rio entre dientes.
— Es un conejo.
Levantó la vista desde donde estaba, sentada a la mesa, ensartando un abalorio (cuentas o bolitas con las qué se hacen los accesorios) en un trozo de alambre para lo que parecía ser un pendiente.
— ¿Un conejo? —preguntó Jimin— ¿Nos lo vamos a comer?
— No, claro que no. Lo he salvado de ese destino. Los niños tienen que aprender a ser responsables, así que les he traído una mascota.
Me bajé de la encimera deslizándome.
— ¿Un perrito normal no era suficiente?
El conejo entró de nuevo en la cocina dando saltitos y Yugyeom lo recogió del suelo, radiante.
Soobin apareció al lado de Yugyeom y se puso a acariciarlo.
— Pero se queda fuera, ¿no?
— Sí —dijo mi madre, usando los alicates para doblar un trozo del alambre— Solo está haciendo un poco de ejercicio.
— Claro.
Recogí mi mochila y agarré una manzana del bowl que había sobre la
encimera.
Jimin, que seguía en el mismo sitio desde que entramos, dijo:
— Esa cosa da mucho asco. Tiene los ojos rojos.
— Es una monada —replicó Yugyeom.
La puerta de mi habitación estaba entre-abierta cuando llegué.
No era buena señal.
Terminé de abrirla con la punta del pie y eché un vistazo a mi alrededor.
En la mitad de Jimin, como de costumbre, había unos cuantos vaqueros tirados por el suelo, pero, aparte de eso, todo estaba normal.
Me quité los zapatos deportivos rojos y de una patada los metí en el armario.
Me volví y, cuando le di un bocado a la manzana y fui a sacar la guitarra, pisé algo húmedo.
Me agarré el pie y enseguida vi que lo que en principio parecía un montoncito de pasas, era excremento de conejo.
— Qué asco.
— ¿Qué? ¿Quién se muere? —preguntó mi madre cuando entré en la cocina con una expresión un tanto enfadada.
— El conejo, si de mí dependiera. Esa cosa se ha hecho mierda en mi cuarto. ¿Qué estaba haciendo allí? ¿Puedes decirles a los chicos que no entren?
— Sí, perdona.
Se levantó y se fue, esperaba yo, a limpiar la mierda o a pedirle a Yugyeom que lo hiciera él.
Oí un ruido en el patio trasero y abrí la puerta.
El conejo estaba ahí, en una jaula
negra de metal.
Era grande.
No era una bolita mullida y peluda, sino un conejo grande y feo.
Se incorporó sobre las patas traseras y olisqueó el aire.
— Eso, huele —le dije al conejo— Es el olor de tu enemigo. Huélelo bien. Tú y yo no somos amigos.
Seguramente estaría oliendo la manzana que aún tenía en la mano,
no a mí.
Arranqué un trozo de un mordisco y se lo tiré a la jaula, transmitiéndole un mensaje muy confuso, teniendo en cuenta el discurso que acababa de darle.
— Solo te mantengo a raya.
— ¿Con quién hablas? —preguntó Jimin.
Cerré la puerta y me volví para encararle.
— Con nadie.
— Creo que deberías hacértelo mirar.
Pasó de largo y se dirigió hacia nuestra habitación.
Adiós a mi sesión de práctica de aquel día.
[🥀]
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⚘ Atte. ⚜☦ Ðҽʋιℓ Ɱιɳ ☽⋆
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