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¿Te encuentras bien?, ¿Estas herida?

Observaba con preocupación a la niña que al parecer era mas pequeña por unos años.  Mediante la luz de la luz de la luna pudo observar que tenía el cabello negro, la tez pálida y unos ojos color cian profundo. Llevaba un kimono rosado con estampado de flores y una mascara de zorro con un dibujo de dos flores azules al costado, temblaba demasiado y al parecer no podía hablar.

Suspirando guardando su katana, había acabado con el demonio justo a tiempo antes de que lastimara a la niña, la examinó buscando alguna herida y se alivió al no encontrar más que unos pocos raspones por la caída que había tenido.

Hay que ir a un lugar seguro y aguardar el día —se agachó y sorprendiendola la alzo en su espalda sujentandola con firmeza empezó a dirigirse a la cueva en donde había pasado las primeras noches de la prueba—. No te preocupes estaremos en un lugar seguro.

La niña la observaba con un aire perdido, de seguro aun seguía en shock por el ataque. Luego de un tiempo de caminata llegaron a su destino y la dejó encima de un lecho básico construido por hojas y una manta arriba de ellas.

Descansa así recuperaras energía para seguir al amanecer, yo haré guardia —sonrió comprensiva y se alejó saliendo de la cueva pero fue detenida por su voz.

Mi familia.... Ellos estan allí afuera... debo ir —hablaba pausadamente mientras caía en un sueño profundo.

Descuida, en la mañana los buscaremos. Fueron entrenados por un gran hombre estoy segura que no morirán —susurró más para ella misma, y observó la mascara que su nueva compañera abrazaba, la había reconocido ella y sus compañeros eran discípulos de Urokodaki-san un viejo amigo de su maestro, lo había visto ir a su cabaña varias veces—.  Muchas personas han muerto en este lugar, por favor iluminenlas hasta que vuelvan de nuevo a renacer —susurró observado las estrellas que embellecían el cielo esa noche.

Al salir el sol Seiza ya se encontraba guardando sus cosas, ya no podría quedarse mas allí, ayudaría a la niña a encontrar a sus compañeros y luego sobreviviría hasta el final de la prueba. Ya con el sol en lo alto decidió despertarla, la sacudió con cuidado.

Debemos seguir

Sin nada que decir se levantó de la cama improvisada y observó como la joven que la había salvado antes guardaba la manta en una pequeña mochila que llevaba en su espalda. La escuchó preguntar si podía caminar y solo asintió de nuevo, con más luz pudo apreciar mejor su rostro tenía el cabello negro sujeto en una cola alta que luego se transformaba en una trenza, la piel blanquecina como la nieve y los ojos de un color perla que nunca había visto.

Tus ojos, ¿eres? —fue interrumpida.

No, no soy ciega —bufó algo divertida y cansada, siempre que veían sus ojos pensaban aquello o les causaba miedo, no es un color muy bonito al verlo tanto tiempo, te da la sensación de que sus ojos no son mas que unos pozos blancos escalofriantes—.  Son ojos normales, solo su color es inusual.

Aquello causo arrepentimiento en la otra joven, quien agachó la cabeza avergonzada. 

Lo siento, no fue mi intensión incomodarte —se disculpó.

No lo has hecho tranquila —sonrió mientras caminaba frente a ella moviendo las ramas que se encontraban en su camino—. Bien buscaremos a tus compañeros, describeme cómo son para así poder reconocerlos.

Ella asintió y empezó a hablar, sus compañeros eran dos chicos uno tenía el cabello largo a unos pocos centímetros más abajo de los hombros de melocotón tirando a naranja quizas, llevaba una yukata verde, estampada con un diseño cuadrado geométrico de amarillo y verde oscuro, atado a la cintura con un trozo de tela negra, debajo del cual lucía un par de pantalones hakama y sobre el cual un haori blanco liso. Alrededor de sus pantorrillas, usaba dos piezas de tela, que tenían el mismo diseño que su yukata, en el que llevaba los pantalones metidos, así como medias negras y un par de sandalias japonesas en los pies 

El otro chico tenía el cabello un poco más largo de color negro azulado sujetado en una cola baja, la tez blanca y los ojos azules oscuros. Llevaba una yukata roja en su totalidad atado con una tela blanca, también vestía unos pantalones hakama que al final se encontraban metidos en una tela color blanca que rodeaba sus pantorrillas, y unas sandalias japonesas también.

Ya veo —se imaginó como serían al saber aquellos datos—. Bien empecemos entonces.

Pasaron unas horas y no habían encontrado a ninguno con aquellas características, la niña que había dicho llamarse Makomo empezaba a mostrar su preocupación.

Seiza-san... ellos... ellos podrían estar —fue interrumpida por un rápido pero suave empujón de su compañera mandandola detrás de ella, quien ya se encontraba con su katana en mano.

Al sostenerla con ambas manos amortiguo un ataque certero de su atacante, con fuerza lo mando lejos y se colocó en guardia.

¡Alejate de ella demonio! —gritó el extraño quien tenía el rostro cubierto por una mascara de zorro.

La de ojos perla reconoció aquella mascara y la miro extrañada, que le sucedía, al no estar atenta fue sorprendida por un ataque rápido. Se defendió y dando un giro llevó su espada a un costado golpeandola con la suya, desequilibrando a su oponente y al darle una patada lo tumbó al suelo.

¡Sabito! —gritó otra voz esta más profunda demostrando preocupación.

Seiza observó al recién llegado, también llevaba una mascara pero esta sujeta en su cintura dejando su rostro a la luz.

Ojos de mar —pensó maravillada por aquel color tan atrayende y peligroso, volvió  en sí lo vió acercarse a su compañero.

Maldita —se quejaba el que al parecer se llamaba Sabito, sujetando el lugar en donde lo había golpeado.

Es tu culpa por atacar de repente —dijo con veneno y molestia mientras guardaba su katana—. Fuiste muy imprudente.

Ya verás —quiso levantarse pero fue detenido por Makomo que saliendo detrás de la joven corrió hacia ellos.

¡Sabito, Giyu! —los abrazó y se puso a sollozar del alivio—. Estaba muy preocupada, no se vuelvan a alejar.

¡Makomo, que bueno que estés bien!  —Sabito y Giyu correspondieron el abrazo suspirando—. ¿Donde te habías metido?. Estuvimos buscándote toda la noche.

La niña se separó y limpio sus ojos eliminando toda lágrima que escapara.

Al separarnos un par de demonios me atacaron, pude eliminar a uno pero el otro se lanzó sobre mi haciéndome perder mi espada —explicó lo sucedido—. Hubiera incrustrado sus garras en mi si ella no hubiera aparecido a ayudarme —señaló a Seiza quien se encontraba algo lejos de ellos observando el cielo libre de nubes.

Ambos observaron a la pelinegra arrepentidos, ellas le devolvió la mirada dejando ver por completo su rostro.

Pero... ella... sus ojos... son iguales a las de un demonio —dijo Sabito sorprendido.

Los demonios poseen las pupilas dilatadas y que haría un demonio en pleno día bajo el sol —dijo obvia haciendo que el otro se molestara de nuevo—. Son ojos normales, solo su color es peculiar —volvió a repetir—.   Eres imprudente, no actúes sin pensar. Te costará caro en el futuro.

¡Que has dicho!  —se levantó enojado y se acercaba a ella pero fue agarrado del cuello de su vestimenta por su amigo—. ¡Sueltame Giyu, esa ciega lamentará haberme llamado de esa forma! se quejaba removiendose constantemente.

No soy ciega tonto durazno —se cruzó de brazos desviando la mirada.

Giyu suspiró al sostener con más fuerza a su amigo quien se movió con más frecuencia luego de haber escuchado como se había referido a el.

Makomo solo sonreía divertida y feliz de que todos estuvieran bien.

Debemos buscar un lugar en donde resguardarnos —dijo su compañero observando el llegar del atardecer.

Aquello llamó la atención de Seiza y dándole la razón decidió acercarse a ellos quedando frente a Makomo.

Bien eso ha sido todo, me alegra que hayas encontrado a tus compañeros —sonrió calidamente y despeinó su cabello, se había encariñado con aquella niña a pesar de sólo haber pasado un día a su lado—. Nos veremos en otra ocasión —volvió a su postura normal realizando un asentimiento a los tres y se alejó de ellos.

Sería mejor permanecer en grupo, el sol se ha ocultado y deambular solo por el bosque en busca de una cueva es peligroso, quedate con nosotros por esta noche luego podrás marcharte al amanecer —habló en calma Giyu agarrando la mano de la pequeña pelinegra y empezando a caminar acercándose a ella siendo seguido también por su amigo quien aun tenía la cara con molestia—. Sería lo mejor quedó junto a ellas y observó su rostro.

Ojos de estrellas —fue lo que pensó al mirarlas, curioso por tan misterioso color.

De acuerdo, será como tu digas —aceptó sin más y extendió su mano—. Me llamo Seiza, Kuroi Seiza —se presentó mientras admiraba el brillo de sus ojos azulados.

Giyu, Tomioka Giyu —estrechó su mano y también la observó a los ojos sintiendo una calidez nueva en el.

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