✨70 | The Woman |Parte II|


___________________________________

«Crimen en proceso. Por favor, molestar»

___________________________________



Alice y John se petrifican sobre sus pies al leer aquel improvisado anuncio colgando desde la puerta del 221B. Ambos se apresuran hasta la segunda planta, genuinamente preocupados, así encontrando a Holmes armado junto a una acongojada señora Hudson sentado sobre el gran sofá de la sala. El detective apunta certeramente con una pistola al amordazado agente de la CIA, aquel mismo quien les atacó en Belgravia hace unos meses.

―¡Jesús! ―exclama Watson y Sanders se apresura hacia la casera―. ¿Qué ha pasado aquí?

―La señora Hudson fue atacada por un norteamericano. Y yo estoy restaurando el equilibrio del universo ―responde Sherlock pacíficamente, mientras planea hacer una llamada.

―¡Oh por Dios! Señora Hudson ¿está bien? ―pregunta John, agobiado, y sentándose junto a la acongojada anciana―. ¿Qué le ha hecho? ―lanza la interrogante enojadamente hacia el rehén. Sanders camina lentamente hacia el maniatado agente y le mira con atención.

―Creo... Le he visto antes...

―Es el mismo hombre quien lideraba la redada en la casa de la mujer ―asegura Sherlock.

―¡Oh, he sido tan torpe...! ¡tan torpe...! ―se lamenta la casera, angustiada desde el largo sofá.

―Llévala hasta su piso y cuida de ella ―le ordena el rizado al doctor y este obedece sin inconvenientes.

―Está bien.

John ayuda a la señora H a bajar las escaleras, sin antes dirigirle una amenazadora mirada al amordazado hombre en medio de la sala. Entretanto, el detective al fin logra comunicarse con Scotland yard.

―¿Lestrade? Hemos tenido una invasión en la calle Baker... Envía a tus oficiales menos irritantes y una ambulancia.... Oh, no, no, no, no. Nosotros estamos bien. Es... Uh, es el ladrón. Quedó bastante herido. Oh, algunas costillas rotas, el cráneo fracturado y, presumiblemente, un pulmón perforado... ―el hombre mira a un impasible Holmes y luego a Alice, quien le muestra una brillante y maquiavélica sonrisa a cambio―. Se cayó desde la ventana del segundo piso.



.



La ambulancia parte rumbo al hospital y la policía comienza a desplegarse. Lestrade mira con curiosidad el semblante de satisfacción en la cara de Sanders y Holmes quienes parecían discutir con complicidad y en voz baja.

―Díganme, exactamente... ¿Cuántas veces cayó él por la ventana? ―les interrumpe, suspicaz.

―Oh, es un poco confuso, detective inspector ―le sonríe Sherlock con falsa complacencia―. Perdimos la cuenta.

Greg frunce los labios y, resignado, se marcha sin más. Los amigos vuelven hacia el apartamento, pero, por la puerta de la cocina del primer piso esta vez. John, quién acompañaba en la mesa a la casera, intenta a reconfortarla, ya que, esta continuaba algo abatida.

―Ella tendrá que dormir arriba en nuestro departamento durante esta noche. Necesitamos cuidarla.

―No. Ella está bien ―responde Sherlock secamente y se aventura a sacar un dulce desde el refrigerador. Sanders le imita de inmediato, entusiasta.

―No lo está. Mírala ―añade irritadamente el docto―. Ella tiene que tomarse un tiempo lejos de acá. Quizá pueda alojarse con su hermana, su médico se lo ordena.

―No seas absurdo ―replica Holmes, ello mientras le da una gran mordida al empolvado dulce.

―Ella está en shock.

Alice arruga el ceño y mira con detención a la casera, luego al consternado doctor.

―No lo está.

―¡Por Dios santo! Y todo se trata sobre aquel estúpido teléfono celular ―bufa irritado―. ¿Dónde está?

―En el lugar más seguro que conozco ―la señora Hudson cambia su expresión de desvalida a total normalidad en ciento ochenta grados, introduce una mano dentro de su ropa y, aparentemente, desde su corpiño saca el móvil.

―Dejaste este aparato en el bolsillo de tu segunda bata favorita, tontín ―le reprocha la casera mientras entrega el teléfono a un complacido detective. Los amigos miran la situación con atónita entretención―. Logré esconderlo mientras ellos pensaban que tenía un ataque de pánico.

―Gracias ―responde el orgulloso rizado. Pronto cambiando su semblante para dirigirse al doctor―. Debería darte vergüenza, John Watson.

―¿Vergüenza?

―¿La señora Hudson dejando la calle Baker? ―consulta incrédulo―. Inglaterra perecería ―agrega abrazando a la casera por los hombros y sus amigos contemplan la escena con dulzura.

John y Alice, a diferencia de Holmes, cancelan sus planes personales para así cenar en el apartamento de la señora Hudson. Así, ambos ayudan tanto como con el proceso de preparación del pequeño banquete, hasta el lavado de los utensilios, dejando maravillada a la casera. Y, ya casi a medianoche, cuando Watson y Sanders se servían la última copa del año, arriba finalmente el taciturno detective a casa, quien se dirige de inmediato en busca de su violín sobre su sofá individual.

―¿Dónde está ahora? ―inquiere el doctor a unos pasos atrás de su compañero de piso.

Alice se afirma contra la chimenea para observar a sus amigos con atención. Sherlock había desaparecido durante horas y ellos estaban realmente aliviados de verle devuelta, no obstante, Sanders no podía evitar sentirse algo intranquila.

―Donde nadie buscará.

―Lo que haya en ese teléfono es más que sólo fotos.

―Si lo es ―el cuarto queda en silencio y John mira a Alice quien sólo frunce los labios. Pero, Watson decide, aunque sea, intentar sacarle algo de información al detective.

―Así que ella está viva... ¿Cómo nos sentimos al respecto?

Pero los intentos del rubio son truncados ya que en ese preciso instante el Big ben anuncia la media noche.

―Feliz año nuevo, John, Alice ―dice con una solemne y ceremonial reverencia en dirección a sus amigos.

―¿Crees que seguirás viéndola? ―insiste su colega.

Pero, Holmes se voltea pronto hacia sus amigos en silencio y comienza a tocar la clásica canción "Auld lang syne" de Robert Burns en su violín. Dando así a entender que, luego de aquella tarde, no tenía intenciones de buscar a Irene en absoluto.



.          .          .



―No creo que necesitemos más de eso ―regaña Alice devolviendo la quinta copa de noodles instantáneos, que Watson echaba al carrito, a su respectivo estante.

―Pero es lo único que sé preparar ―se queja algo frustrado.

―No vives de espagueti, John.

―Ni tampoco de ensaladas, créeme.

―Tú eres un doctor ―bufa la morena mientras continúan por los corredores―. ¿Cómo es posible que te alimentes tan mal?

―Nunca me ha entusiasmado la cocina en realidad.

―Somos dos.

―Pero, al menos, tú sabes cómo preparar cosas... ―insiste Watson, reposando sus agotados antebrazos sobre el mango del carro―. Mi conocimiento culinario sólo se limita a hervir agua, verterla sobre noodles y esperar por tres minutos para comerlos luego.

―Nunca es tarde para empezar. Además, sería una gran ventaja en una cita, ya sabes. A casi todos les gusta ser bien atendidos.

John asiente pensativamente y sigue a su amiga con el carrito de compras a través de los largos pasillos del supermercado. Ambos se acercan finalmente a la caja "inteligente" y Watson se sorprende bastante al comprobar con la facilidad que Alice pagaba la cuenta.

―¿Cómo lo hiciste?

―Siempre lee con cuidado ―dice algo irónica―, y, recuerda que gritarles a las máquinas no sirve, abuelo.

Ambos vuelven entre burlonas risas al auto de la chica y guardan sus compras. Así, después de unos minutos de viaje, Watson se queda inexplicablemente en silencio, fijando su vaga mirada a través de la ventana como tratando de ordenar sus pensamientos y traducirlos en palabras.

―¿Crees que Sherlock volverá a ver a Irene?

―Es muy probable. Pero no será él quien la busque ―asegura, pronto sorprendiéndose por la certeza en lo dicho―. Al menos eso creo.

―¿Por qué lo dices?

―Se supone que Holmes no se deja llevar por sentimentalismos. No a menos que sean cultivados por algún tiempo ―dice ella sin desear darle importancia, ansiosa a la espera de la luz verde que le indique que puede seguir conduciendo―. Estoy segura que ella algo busca de él y Sherlock está a la defensiva. La mujer sólo le impacta, le desvía con sutileza desde lo que él quiere ver. Por lo tanto, ella necesitaría un gran pretexto distractor para desconcertarlo. Aunque ―duda amarga―... no creo que eso pase.

―Tampoco yo...

Los amigos llegan pronto a la calle Baker y suben directamente hacia el 221B para dejar sobre la mesa de la cocina las compras. Watson le ofrece una cerveza a Sanders, sin embargo, ambos son alertados por el detective desde su habitación.

―¡Tenemos un cliente!

―¿Qué?

―¿En tu cuarto? ¡vaya movida, Holmes! ―exclama Sanders, algo asustada.

-―Ohh... ―esbozan ambos amigos al unísono tan pronto cuando ven la escena.

Sherlock mira severamente la silueta de Adler, cual reposaba relajada sobre su cama. Y, al notar que nadie se movía desde sus posiciones, la chica procede a darle unas palmaditas sobre el hombro a la serena dominatriz.

―¡Hey! Bella durmiente ¿estás perdida? ―Irene se integra con lentitud, mirando meticulosamente a cada uno de los presentes. Fijando, sin embargo, su suspicaz mirada en el detective.

―Buenas tardes.

―¿Es ese mi suéter? ―espeta Alice con genuino fastidio y la mujer sólo se encoge de hombros con una seductora mirada inocente.

Holmes da un paso al frente y le deja su bata a Adler sobre la cama, pronto se marcha sin decir más con los doctores tras él. Así, al cabo de unos minutos, Irene se les integra con gracia, sentándose elegantemente sobre el sofá del detective.

―Así que... ¿Quién te busca? ―comienza un impaciente Holmes.

―Gente que quiere asesinarme.

―¿Quiénes?

―Asesinos.

Holmes le regala una genuina mirada de fastidio a la conforme y engatusadora mujer.

―Ayudaría si fueras más específica ―insiste Alice, quien ocupaba el sofá individual de Watson.

―Así que fingiste tu muerte para distraerlos ―continúa el detective.

―Funcionó bien durante un tiempo.

―Excepto que dejaste a Alice y John saber que estabas viva, por lo tanto, también a mí ―refuta con suficiencia.

―Sabía que guardarías mi secreto.

―Pero tú no pudiste hacerlo.

―Aunque tu si ¿no es así? ―la seductora morena se inclina sobre su puesto con interés. Fijando así su felina mirada sobre los implacables grises de Holmes―. ¿Dónde está mi teléfono celular?

―No está aquí, no somos estúpidos ―agrega Alice, escaneando cada fracción de la cara de Adler, no pudiendo evitar desviar su foco de atención a ratos, ya que, envidiaba con enormidad el uniforme color de piel de la exótica morena sin maquillaje.

―Entonces ¿qué han hecho con él? ―Holmes se inclina de igual manera en su asiento, sin despegar la mirada desde los ojos de la dominatriz―. Si saben que lo tienen, los están vigilando.

―Si nos han estado vigilando, sabrán que llevé el teléfono a un depósito de seguridad del banco Strand hace unos días.

―Lo necesito.

―No podemos simplemente ir por él o ¿sí? ―el doctor comienza a elaborar un complejo plan para desconcertar a Irene―. Molly Hooper. Ella podría ir por el teléfono y llevarlo a Barts. Luego uno de tus aliados en la red de vagabundos puede trasladarlo hasta el café y uno de los pasteleros subirlo para nosotros ―el detective sólo sonríe como niño en respuesta.

―Gracias John, muy buen plan. Con tantas medidas de precaución.

―Bueno, entonces... Oh no ―bufa decepcionado al ver que Holmes sacaba el móvil de su chaqueta y lo exhibía libremente.

Adler se alza inmediatamente de pie y observa su teléfono como un león a su presa.

―Bueno... ¿Qué es lo que almacenas aquí? ―inquiere el seguro detective―. Me refiero a sólo lo importante.

―Fotos, información, cualquier cosa que me pueda ser útil.

―Para chantaje ―espeta Sanders con desconfianza, pero es corregida de inmediato por la morena.

Para protección ―aclara certera―. Me he hecho un nombre en el mundo y me he portado mal. Me gusta saber que la gente estará de mi lado exactamente cuándo lo crea necesario.

―Así que ¿cómo has recopilado esta información?

―Se los acabo de decir ―sonríe irónica, amarga―. Me he portado mal.

―Pero has adquirido algo que es más peligroso que salvo ―insiste Sherlock―. ¿Sabes qué es?

―Sí, he conseguido algo... Pero no lo entiendo.

―Eso creí ―se alegra con una maquiavélica sonrisa―. Deléitanos ―Irene estira su mano, pidiendo el teléfono, pero Sherlock se niega―. La contraseña.

Adler no se mueve desde su posición, haciendo que el detective le entregue finalmente el dispositivo móvil. La dominatriz observa ligeramente a su acompañante con desconfianza y escribe la contraseña, cual es rechazada de inmediato.

―No funciona ―dice poco impresionada.

―No, porque es una dúplica que mandé a hacer, en la cual tú has ingresado los números 1058 ―Holmes saca el verdadero teléfono desde la parte baja de su sofá y se alza frente a la morena―. Asumí que sería algo más significativo, pero gracias de todas formas.

Él procede a escribir los dígitos en el verdadero teléfono celular, pero, para su sorpresa, estos eran incorrectos: Sólo le quedaba un intento.

―Te dije que ese teléfono celular era mi vida ―se regodea Adler, ello sin dejar de observar provocadoramente a Sherlock―. Sé cuándo está en mis manos.

―Oh, eres bastante buena ―musita él, impresionado. Sus amigos le observan desconcertados, no Irene, ella estaba deleitada.

―Tú no estás nada mal.

Ambos se miran penetrantemente a los ojos, como si sus mentes lucharan desesperadas por salir victoriosas de ese juego. Sanders observa la escena con sentimientos encontrados, si la mujer quería algo de Sherlock, era posible que lo estuviera logrando. Ya que, el detective parecía estar siendo presa fácil de la engatusadora dominatriz. Así que, ella debía tomar cartas en el asunto y alertar a Mycroft antes de que fuera demasiado tarde.

Inmediatamente, se une a la expresión de confusión de Watson, para luego articular con sus labios "VATICAN CAMEOS" causando una respuesta automática en su amigo.

¡HAMISH! ―grita el doctor, haciendo que los tortolos desconectaran sus miradas―. John Hamish Watson. Ese es mi nombre, por si buscan uno para sus bebés ―Alice se alza de salto sobre sus pies y pronto va por su abrigo.

―Saldré por quince minutos ―anuncia, acaparando así la momentánea atención de la sala―. No hagan nada estúpido mientras yo no esté aquí. Repito: ¡nada-estúpido! ―enfatiza lo último, mirando fijamente a Holmes―. Irene, mantente fuera de mi apartamento.

Dicho lo último, se marcha desde el piso en dirección a la calle. Alice saca su teléfono celular e intenta contactar insistentemente a Mycroft, quien no responde a ninguna de sus llamadas o mensajes.

―¿Anthea?

―Alice ―responde poco impresionada―. ¿Qué puedo hacer por ti?

―Necesito hablar con tu jefe ―dice rápido mientras busca algún cercano taxi con la mirada―. ¿Dónde puedo encontrarlo ahora?

―En el Club de Diógenes, pero no está disponible.

―Es urgente. Se trata de Sherlock.

―¿Está herido o en inminente peligro de muerte?

―¿Qué? ―espeta confundida―. No... Es... ¡Necesito hablar con Mycroft!

―Lo siento mucho, Alice. Me dio órdenes expresas de no dejar que nadie le molestara durante su reunión de la tarde.

―¡Maldición! ―exclama la chica cuando Anthea corta la llamada.

Así es como ella aborda el primer taxi que encuentra y pide ser llevada hasta el club de Diógenes, en donde se escabulle directamente hacia la oficina de Holmes mayor; entrando sin previo aviso. Pero, efectivamente, él no se encontraba ahí a simple vista. De esa manera, sus instintos le indican que camine hacia una alta y oscura puerta de madera al fondo, cual empuja y se hace paso.

Mycroft se encontraba a solas dentro de una amplia y ancestralmente decorada sala de conferencias, de pie observando por el gran ventanal hacia los jardines del lugar.

―Se acostumbra golpear para anunciar la llegada de uno ―infiere sin darse vuelta hacia la joven.

―Llevo quince minutos intentando localizarte ―reclama―. Es urgente, Irene Adler...

En ese preciso instante, se escucha una notificación de texto que sólo podía corresponder a Mycroft. Él, extrañado, se voltea hacia la mesa, la cual tenía el móvil en su superficie y lee el mensaje recibido. Su expresión se nubla en desconcierto y él se desploma sobre la silla más cercana. Alice se acerca de inmediato, ya que, nunca pensó que vería alguna reacción sincera en el semblante de Mycroft Holmes; pero, ciertamente estaba equivocada.

―¿Qué sucedió?

―Sherlock... ―musita desconcertado―. Él... Lo arruinó.



.



Varias horas transcurren desde que Moriarty le hace saber a Mycroft que su plan antiterrorista había sido revelado. El mayor de los Holmes, en un estado de decepción y desconcierto, sólo se limita a beber una copa de brandy en la silenciosa compañía de Sanders quien decide no dejarle, ya que, sabía que el mayor traería si o si a su hermano para confrontarle.

Finalmente, resignado con su derrota y aburrido de los cuestionamientos de su inmiscuida empleada, decide contarle a la joven sobre el plan "Conventry conundrum". La estrategia persuasiva consistía en que una célula terrorista pondría una bomba en un avión comercial y los gobiernos de Norte América y británico, teniendo conocimiento al respecto, deciden en vez de filtrar la información, dejar que el atentado se lleve a cabo en un avión lleno de gente ya fallecida. Un plan cual era una brillante adaptación de las estrategias usadas por los aliados para pretender que no habían descifrado el código enigma durante la segunda guerra mundial.

Alice aguarda sentada en el mismo puesto en donde había estado acompañando a Mycroft. Ansiosa, porque él le había dicho que no saliera del lugar. Así, inesperadamente, la gran puerta principal se abre e Irene entra a la habitación en compañía de los dos Holmes. Sherlock le dirige una avergonzada mirada a su amiga, quien endurece severamente su expresión. Causando que el detective pronto desvíe la vista.

―Tenemos gente que podría infiltrarse en su teléfono.

―Inténtelo. Dejé a Sherlock hacerlo por mucho ―sonríe petulante―. Sherlock, querido, ¿puedes contarle a tu hermano que encontraste cuando inspeccionaste mi móvil con rayos X?

―Hay cuatro unidades adicionales conectadas a los circuitos del teléfono. Sospecho que tienen ácido o algún tipo de explosivo en ellas. Cualquier intento de abrir el aparato puede quemar el disco duro.

―Explosivo. Es muy yo ―se jacta la seductora morena.

―Hay información que es recuperable ―insiste Mycroft.

―Tome el riesgo.

―Necesitas una contraseña para ingresar a los archivos. El MI6 tiene gente que podría sacarte la información a la fuerza ―agrega Alice desde el sofá individual que daba cara al detective.

Irene sonríe conforme y llama por sobre su hombro en dirección al rizado.

―¿Sherlock?

―Habrá dos contraseñas. Una para desbloquear el teléfono, otra para quemarlo. Ni siquiera con tu rudeza sería posible saber si ella te está dando lo que necesitas. Por lo tanto, no habría caso intentarlo una segunda vez ―le refuta un amargo Holmes a su amiga, quien le mira desafiantemente.

―Es bueno ¿no es así? Lo debería tener amarrado con una liga desde el cuello. De hecho, quizá lo haga ―comenta realmente satisfecha con la rapidez de Sherlock. Mycroft cierra los ojos con disgusto y prosigue.

―Destruimos el móvil y nadie tiene la información.

―Bien. Buena idea... A menos que contenga información sobre el riesgo que corren las vidas de algunos tantos ciudadanos británicos.

―¿Los hay?

―Decirle sería jugar limpio. Ya no estoy jugando ―la mujer saca un sobre desde su cartera y se lo entrega a senior―. Un listado de mis peticiones y algunas ideas respecto a mi protección. Diría que mis deseos no causarían un gran agujero en la riqueza de la nación, pero eso sería mentirles ―Mycroft lee el contenido de la carta quedando anonadado―. ¿Supongo que le gustaría consultarlo con la almohada?

―Sí, gracias.

―Qué mal ―bufa con desdén―. Ahí tiene, hable con la gente a cargo.

―Ha sido muy meticulosa, desearía que mi gente fuera tan buena como usted ―se lamenta Mycroft.

―No puedo tomar todo el crédito, tuve algo de ayuda ―confiesa algo risueña. Mycroft alza ambas cejas e Irene se dirige hacia Sherlock―. Jim Moriarty te envía sus saludos.

―Sí, él ha estado en contacto ―comenta Holmes mayor―. Parece estar desesperado por mi atención.

―Tantas cosas, nunca supe qué hacer con ellas. Gracias a Dios por el criminal consultor, me enseñó muchos trucos para jugar con los hermanos Holmes. Alice, querida ¿quieres saber cómo los llama? ―Sanders sólo se limita a ladear suavemente la cabeza, sin cambiar su neutra expresión―. El hombre de hielo y el virgen ―la chica desvía la mirada y niega lentamente con la cabeza, evidentemente molesta―. No me pidió nada a cambio, sólo le gusta causar problemas. ESE es mi tipo de hombre. ―Sherlock cierra los ojos con fuerza, como intentando encontrar algo entre sus pensamientos.

―Y aquí estás, la dominatriz que puso de rodillas a una nación completa ―Mycroft se alza solemne, mientras que Holmes sale esperanzado desde su trance―. Bien jugado.

―No.

―¿Disculpa?

―Dije que no. Muy, muy cerca, pero no ―dice con seguridad el detective y, energético, se alza para caminar hacia la morena―. Te dejaste llevar, el juego era muy elaborado y lo disfrutaste demasiado.

―Nada es suficiente.

―Disfrutar acorralando a tu presa está bien. Jugar con mentes para logar tus objetivos, lo entiendo a la perfección. Pero... ¿El sentimentalismo? ―consulta ceñudo, casi decepcionado―. El sentimentalismo es un defecto químico que sólo se encuentra en el lado del perdedor.

―¿Sentimientos? ―buda Irene, desdeñosa de la idea―. ¿De qué hablas?

―De ti.

Oh por Dios... ―musita con sorna, incrédula―. Miren a este pobre hombre ―se burla Adler, observando a Mycroft y Sanders tras ella con un dejo de desconcierto―. ¿No creerás que tomé algún interés en ti? ¿por qué? ¿porque eres el gran Sherlock Holmes, el detective genio del sombrero ridículo?

―No ―refuta él acercándose aún más a la dominatriz, bajo la mirada atenta del resto de los presentes―. Porque tomé tu pulso, el cual era elevado, además noté tus pupilas dilatadas cada vez que estás cerca de mí... ―le susurra suavemente el detective al oído, para luego tomar el celular de ella y caminar en dirección contraria―. A pesar de que el concepto del amor es un total e irremediable misterio para mí debido a mi personal falta de interés en el tema. Al contrario, la química corporal es bastante simple a mi vista y muy destructiva ―comenta satisfecho, observando durante unos segundos a su atenta amiga, para luego volver su narrativa hacia Adler―. Cuando nos conocimos por primera vez me dijiste que un disfraz es siempre un autorretrato. ¡Qué personal! La combinación de su caja fuerte eran sus medidas. Pero esto, esto es más íntimo, es su corazón. Y nunca debió dejar que su corazón dominara a su cabeza. Si hubieras elegido números al azar habrías caminado de aquí con todo por lo que trabajaste tan duro. Pero no pudiste resistirlo o ¿sí? ―espeta con satisfacción―. Siempre he considerado que el amor es una gran desventaja. Gracias por darme la prueba conclusiva ―argumenta finalmente el detective mientras escribe en el teléfono sin romper el contacto visual con la derrotada mujer; la cual, en un acto de desesperación, intenta frenarlo al aproximarse a él.

―Todo lo que dije no era real ―confiesa como una súplica―. Sólo seguía con el juego.

―Lo sé y esto ―agrega alzando levemente la voz, realmente regodeándose con aquel resultado―... es perder.

Dice él finalmente, mostrando la pantalla del móvil a sus acompañantes: "I AM SHER LOCKED" citaban los dígitos verificadores. Alice suspira profundo y observa a Irene con un dejo de lástima. Aquello era realmente vergonzoso...

―Aquí tienes hermano ―dice Sherlock al entregarle el teléfono celular a su hermano―. Espero que este contenido logre enmendar el inconveniente que te he causado durante esta noche.

―Ciertamente lo hará.

―Si te sientes amable enciérrala. Si no, déjala ir. Dudo mucho que ella logre sobrevivir por mucho sin su "protección".

―¿Esperas que suplique? ―le reprocha la morena, dando un paso al frente como proponiéndose a seguirle.

―Si ―dice éste con gélido tono.

―Por favor. Tienes razón ―confiesa la ansiosa dominatriz. Y, Sherlock, quien estaba por abandonar la habitación, se voltea por última vez―. No duraré más de seis meses por mí misma...

El rizado traga pesado y le hace un educado ademán con la cabeza a Adler para despedirse antes de partir.

―Siento mucho lo de la cena.

Alice, consternada, observa en silencio la escena. Pronto despidiéndose de Irene con un leve y respetuoso ademán de la cabeza para así seguir a su compañero. Pero, le es imposible seguirle el rastro, ya que, Sherlock Holmes se había desvanecido en la oscuridad de aquella nevada noche.



.           .           .




Dos semanas transcurren desde el caso de "La mujer" y Alice sale de la ducha, pronto pasando su mano sobre el espejo cual fue empañado por el intenso vapor del agua caliente de su baño, ello para así poder mirarse con detenimiento. Las últimas semanas, bueno, los últimos diez meses habían sido una locura. Su vida siempre había sido una locura...

No había descanso.

Cómo deseaba poder experimentar alguna vez la seguridad de la monotonía...

La joven procede a aplicarse humectantes sobre su piel, lo cual era lo mínimo que podía hacer como cuidado a sí misma, para luego envolver su creciente cabellera en una esponjosa toalla al igual que su cuerpo. Así, ella camina hacia su habitación, pero, debido al movimiento la prenda comienza a resbalarse; Alice se la acomoda libremente y pronto prende la luz de su cuarto.

―¿Qué te hizo pensar que me agradaría recibir un perfume como regalo de navidad? ―pregunta el ofendido detective junto a la ventana de la habitación, quien observaba curioso la caja en cuestión, y causando que ella soltara un agudo chillido debido a la impresión.

―¿¡Qué haces en mi cuarto!?

―Inspección de rutina ―se excusa con desinterés y sin siquiera observarle. Sanders le dirige una mirada recelosa a su amigo y se sienta agotada sobre su cama.

Si hubiese sido cualquier otro personaje el invasor, lo hubiese molido a golpes por verla fugazmente desnuda. Pero, era Sherlock, ya le había visto sin ropa una vez, y, a él no le interesan esas cosas después de todo.

―Resulta que aquel presente era parte de una apuesta con Greta ―explica sin darle importancia―. Originalmente no te iba a regalar nada, pero, surgió el tema después de unas copas y te compré ese perfume.

―Las fragancias son algo personal ―le increpa él con desagrado.

―Lo sé y ese era el objetivo. Irritarte ―se encoge de hombros con suficiencia―. Y lo logré.

―No tiene sentido.

―Lo tiene. Uno funcional ―Sanders abre sus ojos con enormidad y acomoda ambos brazos tras ella para sostenerse en una relajada posición sobre su cama, ello bajo la fija mirada de Sherlock―. Úsalo y así dejas de oler a talco para bebés.

―¿¡Talco para bebés!? ―espeta ceñudo.

―Exacto ―ríe―. No es un mal aroma, pero... Supuse que ese perfume complementaría tu suave ph. Aun así, debido a la falsa muerte de Irene... Me arrepentí de entregarte el regalo. Ya que, supuse que eventualmente intentarías usarlo como un iniciador de fuego al interior de mi apartamento―dice la irónica joven y Holmes da un profundo suspiro poniendo los ojos en blanco.

―Esto es estúpido.

―Logré molestarte, mi trabajo está hecho ―responde conforme y sacándose la toalla que envolvía su cabeza, soltando así su húmedo cabello y cuidando no descubrir su cuerpo―. Aunque... Debo reconocer que el aroma me agrada bastante, de hecho, lo elegí con cuidado.

―Entonces ¿cómo podría deshacerme de ti si te agrada mi aroma? ―consulta de manera retórica, repentinamente satisfecho con la idea. Alice desvía su mirada al piso, sonriendo ladina.

―Ese sería realmente un problema... ―confiesa sin alzar la vista. Holmes, niega lento, ello como intentando contener su conforme semblante. No obstante, guarda de igual forma el regalo dentro del bolsillo de su abrigo, el cual pronto se quita para colgarlo sobre el sostenedor de madera en la esquina de la habitación. Alice arruga el ceño, extrañada ante aquella señal―. ¿Te quedas? ¿qué sucede?

―Necesito de tu asesoría como "matona" profesional.

―¿En qué? ―consulta intrigada y Sherlock camina hacia la puerta del cuarto y la cierra con pestillo. Sanders le sigue atenta con la mirada cuando él se devuelve y mete ambas manos dentro de los respectivos bolsillos de su pantalón, solemne.

Irene Adler ha sido capturada por una célula terrorista y necesita nuestra ayuda.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top