54 | The aluminium cruntch

La pieza teatral comienza y los actores aparecen en escena, llevando la primera parte excelentemente acabo. El nombre de la obra era "Terror por la noche". Y Alice sintió mucho alivio al notar que el aire de romanticismo forzado en el lugar se desvanecía gracias al tópico de la historia. Aunque, al mismo tiempo, deseó haber estado con Sebastian con quien seguramente habría bromeado sarcásticamente sobre aquellos lúgubres escenarios.

Los actos de la siguiente parte transcurren sin novedad, algunas escenas parecen eternas y la actuación de parte de algunos personajes deja paulatinamente mucho que desear. Así es como, durante un momento de éxtasis, un dramaturgo tropieza y parece que por poco olvida sus líneas. Sherlock espeta "mediocre" para sí mismo, pero la chica logra escuchar y asiente asertivamente sin quitar la vista desde el plató.

De pronto, Albert, el protagonista de la historia y el peor actor, en un ataque de ira golpea a su compañero en la cabeza con una muleta que parecía ser de aluminio, terminando así la quinta escena. Pero, luego de un largo minuto, ellos notan que algo no estaba bien; el actor caído, cual interpretaba a Sídney, no se levantaba. De inmediato, Sherlock y Alice recuperan sus binoculares, logrando ver un camino de sangre sobre la cabeza del actor golpeado.

La desesperación por parte del público y los propios actores se vuelve palpable. Las cortinas del escenario bloquean finalmente la vista al plató y los curiosos colegas se apresuran tras bambalinas.

―Ten ―el detective le entrega una pequeña placa cubierta de un estuche de cuero negro.

―¿Qué es esto?

―Una placa de Scotland yard, para que te dejen entrar. A mí me reconocerán sin necesidad de una.

―Claro... ¿Gregory Lestrade? ―lee la chica con extrañeza mientras sigue a su amigo por el tenuemente alumbrado corredor lateral del teatro.

―A veces, cuando es molesto, le robo cosas ―confiesa con una malévola sonrisa.

Los amigos continúan su camino a gran velocidad por el edificio, pronto arribando a los camarines. Y, tal como el detective lo predijo, es reconocido por todos y admitido de inmediato en la escena del crimen. Alice le sigue de cerca y observa como Holmes viste sus guantes para examinar la herida del difunto actor.

―Fue un golpe contundente.

―Se lo juro ¡no fue mi intención! ―suplica William Howells, quien interpretaba a Albert en el espectáculo―. Habíamos practicado esta escena decenas de veces con un bastón de plástico. El último ensayo fue cuarenta y cinco minutos antes de que empezara la obra... Alguien debió cambiar la vara... ¡Se los juro por lo que más quieran!

La suspicaz joven se acerca de inmediato a Holmes para hablarle privadamente, observando de soslayo la inconsolable postal que representaba el abatido actor.

No creo que él lo haya hecho. No puede ser él quien haya tenido la intención de matar a su compañero cambiando las muletas. Se ve desconcertado, al borde de un ataque de pánico y está ebrio...

Efectivamente ―susurra Holmes de vuelta―. Hay que descartar a Howells. Pero, según los datos recolectados, hace aproximadamente una hora y cuarenta y cinco minutos, todo estaba en orden. Por lo tanto...

El, o, la culpable sigue aquí ―agrega Alice en respuesta y el detective asiente.

Debemos interrogar a cada uno de los miembros del elenco. Sólo alguien que participaría en la obra y tenía la libertad de moverse tras bambalinas pudo haber cambiado el bastón de plástico por uno de aluminio.

Así es como, luego de una hora y variadas entrevistas breves, los colegas redujeron el número de sospechosos exponencialmente. Sherlock y su táctica de entrevistas sutiles lograron que Deborah, la directora del show, rompiera en llanto y admitiera que la única razón por la que William estaba en la obra era porque ella tenía un interés amoroso en el actor, pero, este era no correspondido. Sin embargo, Deborah llevaba puesto un gorro horriblemente rosado y pantalones de tela ajustados, por lo tanto, era imposible que ella haya podido contrabandear la vara de aluminio en el lugar sin que nadie lo notara. Luego, Holmes interrogó a Sarah, quien evidentemente tenía un affaire con William, entonces ¿quería ella vengarse porque las cosas habían terminado? ¿drama romántico? Parecía improbable, pero no imposible.

Por otro lado, Sanders había encontrado a sus propios sospechosos. Jonathan admitió que no le agradaba William y que habían peleado durante el intervalo. Resultaba que Jonathan quería a Sarah y no le gustaba como William la trataba ¿acaso intentó inculpar a su compañero por un crimen? ¿por qué no hacerlo él mismo y que William sea dañado en vez de Matthew? Por último, estaba Karen, quien interpretaba a la sirvienta y admitió haber tenido una relación con la víctima, Matthew. Pero, de ninguna forma pudo haber sido posible que ella contrabandeara la contundente vara de metal en su disfraz de empleada.

Los colegas se juntan en la esquina solitaria del escenario para discutir las evidencias que habían recopilado independientemente. En tanto, el cadáver seguía en el mismo lugar debido a los independientes peritajes, así es como la chica comienza a impacientarse.

―¿No crees que deberíamos avisarle a la policía?

―No aún no. Estamos cerca. Scotland yard sólo entorpecería las cosas.

―¿Una ambulancia?

―¡No! ―grita sin cuidado y ella salta sobre sus pies debido a la impresión.

―Está bien, está bien... ―se resigna la morena mientras, pensativa, sostiene un mechón de su alisado cabello chocolate tras la oreja. Holmes se distrae un segundo observándole atento en junto―. Entonces tenemos a dos sospechosos los cuales pueden haber tenido razones para matar a Matthew, y otros dos con motivos menos fuertes que pueden haber contrabandeado la muleta de aluminio.

―Exacto.

―La víctima lleva un abrigo muy similar al tuyo, estereotipo de detective privado ―Sherlock atenta reprender a la chica por su comentario, pero, de pronto todo cobra sentido en su cabeza. Holmes sonríe efusivamente y sacude a Alice por los hombros, agradecido.

―¡Suicidio involuntario! ―exclama alegre―. ¡El comportamiento no profesional de William, los affaires, la bebida!

―¿No crees que...?

―¡Exacto! ¿cómo fue posible que un pésimo actor como William pudiese obtener el protagonismo de esta obra? ―sonríe suspicaz y suelta a su amiga, quien le sigue atenta con la mirada―. Obviamente tuvo el favoritismo de la directora del drama y Matthew estaba frustrado al respecto, por lo tanto, decidió inculpar a su compañero por agresión para así lograr sacarlo del grupo teatral de una vez por todas. Supongo que pensó que, debido a lo liviano que es el aluminio, no tendría más que un hueso roto. Pero no recordó el alcoholismo de su compañero y su puntería atrofiada, lo cual resultó en su propia muerte.

―¡Vaya!... ―musita la aturdida chica.

―Contacta una ambulancia ahora, si lo deseas.

―¿Dónde vas?

―Te esperaré en el auto ―se voltea hacia ella con ligereza―. Le contaré a John sobre el caso, luego esa grabación la enviaré a Scotland yard. Dile eso a Lestrade.

Eventualmente Alice deja el teatro, ello después de asegurarse que la ambulancia ya había arribado al lugar y que la policía no tardaba. En el casi vacío estacionamiento Holmes esperaba por ella, sentado sobre el capó del jeep y distraído en la pantalla de su teléfono celular. Sanders se detiene en junto e intenta observar lo que él escribía.

―¿Lestrade?

―Quiere que le espere aquí y yo le respondo que se vaya al demonio ―sonríe con suficiencia.

―Por supuesto ―musita ella, abrigándose acaparadoramente con su abrigo de piel falsa―. ¿Vamos?

El distraído detective sube sin más y ella enciende el motor del automóvil para pronto dejar el desierto estacionamiento y así salir a la ruta. Era casi medianoche y, a pesar de que era junio, aquel miércoles lucía bastante desanimado. Las calles estaban relativamente despejadas y el frío costero se colaba por cualquier rendija posible, logrando que ella se viese obligada a encender la calefacción a pesar de que técnicamente estaban en verano. Sanders continúa conduciendo en calma, sin embargo, pronto siente su estómago rugir. Lo único que había comido en el día había sido un ligero almuerzo con Sebastian y media copa de rosé en compañía de Holmes, por lo tanto, ahora mataría por lo que fuese que pudiera tener la facultad de alimentarle lo suficiente.

―Muero de hambre... ―se queja de pronto y suspira agotada. Holmes, en junto, alza ambas cejas, y, sin quitar su contemplativa mirada desde el tranquilo paisaje a sus afueras, agrega:

―Conozco un lugar excelente de...

―¿Tacos? ¿pizza? ―interrumpe.

―Papas fritas y pescado.

―¿Por qué es lo único que ustedes los ingleses comen? ―se lamenta―. Siendo un país tan diverso...

―Esta es una isla ―replica observándola con el ceño fruncido―. Entonces la tradición de comer pescado es obvia, y también debes agregar las frituras, las cuales ayudan a acumular calorías debido al frío a soportar y, como las patatas son un vegetal fácil de crecer, su accesibilidad causó una explosión en su popularidad entre la clase trabajadora u obrera inglesa. Ergo, los frecuentes puestos de papas y pescado por todo el país.

―Tú no eres de la clase trabajadora u obrera inglesa, y, aun así, sólo te alimentas de eso casi a diario.

―No... Pero soy un inglés que trabaja y que es demasiado perezoso para cocinar por sí mismo ―Alice suelta una carcajada porque Holmes no solía ser crítico consigo mismo delante de otros. Él parece regocijarse en la repentina alegría de su compañera, ello también motivado porque continuaba sintiéndose revitalizado debido a la eficaz resolución del caso.

―Como sea ―accede ella finalmente, resignada―. A estas horas comería cualquier cosa, incluso esos nuggets desabridos.

Así, luego de comprar dos porciones de papas fritas y pescado, ambos deciden sentarse en una banca cuya vista da directamente hacia el rio Támesis. Alice observa de soslayo a su compañero y sonríe para sí misma. Las horas siguientes de la resolución de un interesante crimen eran excelentes para sociabilizar con el detective quien, al igual que un niño después de haber ido al parque de diversiones, no podía evitar sentirse optimista y vigorizado.

De esa manera, el crudo frío costero comienza ya a manifestarse, causando que las narices y mejillas de ambos se volvieran de un ligero tono carmesí. Sin embargo, a pesar de la helada, las tenues luces de Londres y el silencio de las calles en ese horario, hace del lugar una mágica postal de la cual ser parte.

―¿Terminaste de contarle el caso a John? ―pregunta Alice de pronto, ello después de darle un sorbo a su gaseosa. Él asiente lento antes de hablar.

―Sí, ya se lo envié por mensaje de voz.

―Aun no puedo creer la ironía de todo. Y la rapidez con la que armaste todo ese maldito puzle...

Él sonríe amplio y le observa en junto mientras ella batallaba en mantener el equilibrio de su trozo de periódico para así no dejar caer sus papitas.

―Fue fantástico ―concuerda Sherlock, callándose durante unos segundos para finalizar una patata frita aun sin dejar de contemplarle―. Nunca me había divertido tanto en una cita.

Sanders abre los ojos con enormidad y ríe de forma inmediata, no pudiendo evitar botar parte de su comida debido a las convulsiones derivadas de la risa. Él alcanza a ayudarla antes de que ella perdiera toda su comida.

―Gracias ―dice luego de que el detective ajustara por ella la forma del periódico que contenía lo que quedaba de sus papas y pescado. La chica duda un segundo, pero, eventualmente decide corregirle, porque no estaba segura si él bromeaba o no―. Sherlock, sólo para que no haya mal entendidos entre nosotros... Esto no fue precisamente una cita.

Él alza una curiosa ceja y luego entorna sus ojos, extrañado.

―Salimos juntos, vestimos elegante, bebimos vino y resolvimos un caso. Fue la cita perfecta y no fue romántica ―comenta seguro―. Si buscas la definición de "cita" en el diccionario comprobarás que lo único que puede alterar su significado es la connotación que se le entregue ―aclara con un dejo de suficiencia y bebe un sorbo de su gaseosa. Ella asiente pensativa y conforme―. Por ejemplo, a pesar de que las expectativas sociales lo condicionen para alguien del género masculino, yo no tengo intención alguna de intentar dormir contigo esta noche.

―Oh, excelente. No es algo que yo busque tampoco ―responde aliviada y algo entretenida―. Y si, tienes razón... La gente suele agregarle automáticamente una connotación romántica a la palabra "cita".

―Es porque son unos idiotas que no saben divertirse ―pone los ojos ligeramente en blanco mientras come―. Un asesinato en público ¡Oh!... Se sintió como si fuera mi cumpleaños ―dice lo último con suma satisfacción y la boca llena de papas. La chica ríe sin parar y le tapa con una servilleta.

De esa amena manera, ambos terminan el resto de su comida en cómplice silencio, y, tan pronto como finalizan, la joven se pone de pie para caminar hacia el barandal que separaba el mirador desde la costa del río. Volteándose dubitativamente hacia el detective quien permanecía sentando sobre la banca, habiéndole seguido con la mirada en todo momento.

―¿Cómo vas con eso de dejar de fumar?

―Aceptaría un cigarrillo ahora mismo, si lo ofrecieras.

Holmes se une a Sanders en el balcón, y, al parecer el tipo de ceniza en la cual el cigarrillo se transformaba le llama la atención, porque comienza una extensa cátedra al respecto. La chica pronto se afirma sobre el barandal, presa en sus propios pensamientos, ya que, realmente no entiende nada de los tecnicismos que Sherlock le comenta después de todo. Así, eventualmente, su atención se distrae por un débil quejido que cree escuchar provenir desde las orillas del río.

―Shsssst...

―... Te he sugerido mil veces que visites mi blog ―insiste Holmes, sin notar el ausente semblante de ella―, ahí explico más extensamente la diferencia entre las cenizas...

―¡Shsssst! ―espeta fuertemente su amiga y le tapa la boca con la mano. El detective, ceñudo, aparta el brazo con poca delicadeza desde sus labios y agudiza el oído.

―Es un...

―¡Meow!

―¿¡Qué más da!? ―refunfuña al notar el repentino desesperado semblante de ella.

―¡Es pequeño, está en problemas...! ―exclama con lástima―. ¡Hay que ayudarle!

―Prefiero a los perros ―replica con desdén.

―Ayúdame a saltar hacia la orilla del río.

―Es el plan más estúpido que he oído venir de ti ―gruñe indicando con un ademán de la cabeza hacia su cuerpo.

―¿Qué? ¿por qué?

―Llevas un vestido ajustado y largo, tacones de ocho centímetros... Obviamente te hundirías de inmediato en el lodo ―Sanders, impaciente, intenta subirse el vestido hasta las rodillas para saltar el barandal, pero Holmes la frena a regañadientes―. Detente, yo iré. Alúmbrame el paso con tu teléfono. Recuerda, estás en deuda.

El detective salta ágilmente hacia las orillas del río y procede a buscar al pequeño felino en problemas. Alice, desde el balcón no puede ver mucho, pero, después de unos minutos, Holmes vuelve con un pequeño gato negro dentro del bolsillo lateral de su abrigo.

―¡Dámelo, dámelo!

―Estaba atrapado ―dice mientras lo recupera desde su bolsillo―. Tenía una pata atascada bajo un leño.

―Es... un niño ¡qué hermoso! ―exclama mientras lo abriga entre sus brazos.

―¿No estarás pensando en quedártelo?

―Si fuera así ¿qué? ―responde irritada. Él suspira fastidiado.

―¡Nunca estás en tu apartamento por más de cinco horas!

Ella le ignora.

―Creo que le llamaré...

―¿Pequeño-felino-idiota-que-casi-muere-de-hipotermia-e-inanición-porque-su-pata-quedó-atrapada-bajo-un-leño? ―le interrumpe irónico, casi como un trabalenguas.

―No ―responde la joven entrecerrándole los ojos con recelo al detective―. Se llamará Loki.

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