✨✨17 | Sidelines
Es una verdad innegable que toda acción en la vida tiene consecuencias, en otras palabras: «Quien siembra vientos, cosecha tempestades». Y ningún otro refrán podría resumir con tanta precisión el misterio que envolvía la muerte del señor Terry Wong. El desafortunado hombre, dueño de un concurrido restaurant chino en el centro de Londres, había sido encontrado muerto en su propiedad comercial pasada la medianoche del martes. La policía, luego de hacer los peritajes correspondientes en el lugar, cayó en cuenta de que algo no calzaba en el deceso de Wong; así fue como el inspector Lestrade de Scotland yard se vio en la obligación de acudir hasta el 221B por ayuda.
―¿Moretones en su cara? No tiene sentido... ―comenta el doctor Watson mientras hojea las fotografías que el equipo forense le había tomado al cadáver.
―El hombre fue encontrado sentado frente a una mesa de su restaurant con la cabeza sumergida en un bowl de noodles...
―¿Su piel presenta quemaduras?
―No. Lo cual es bastante extraño... ―responde un resignado Lestrade―. ¿Quién querría comer noodles fríos?
Sherlock bufa irónico, acaparando la inmediata atención de ambos hombres.
―Como siempre, Graham, tu falta de suspicacia hace que enfoques tu atención en meras trivialidades. Es por eso que el dispositivo GPS de tu automóvil tiene al 221 de la calle Baker como destino frecuente ―espeta el rizado mientras se alza con rapidez desde su sofá individual. El aludido sólo se limita a suspirar decepcionado al escuchar el nuevo apodo que el detective le había dado. Watson interviene.
―¿Han contactado a los testigos?
―Estamos en eso. Sabemos que son trece personas ―asegura el cano detective inspector mientras saca una pequeña libreta desde el bolsillo de su abrigo―. Nueve clientes, dos camareros y dos chefs...
―John, tú y Lestrade entrevistarán a los clientes ―interrumpe Holmes volteándose abruptamente desde la ventana para mirar en dirección a la chimenea―. Sanders tú y yo...
―Sherlock... Alice no está aquí.
―Ah... ―musita suavemente, pensativo y algo desorientado por ello, para luego gruñirle a los presentes―. ¿Dónde diablos está? Su patrón de comportamiento y falta de autoestima la obligan a buscar atención entre nosotros constantemente.
―¿Qué me preguntas a mí? Tú eres el que está con ella todo el tiempo, tú deberías saber ―replica el suspicaz rubio bajo la picaresca mirada de Greg.
―¡Oh, cierra la boca! ―refuta disgustado―. La falta de emoción en tu vida amorosa debido a la apuesta, además de tu nueva adicción a las telenovelas de la tarde hace que todo aspecto de la vida parezca hecho para el burdo romance. Patético.
―¡Oi! ―grita Lestrade al ver que John se paraba con indignación desde su asiento ante la burlesca mueca de su amigo―. Ahora... ¿Podemos seguir con el caso?
Sherlock quien abrazaba con la izquierda su cintura, al mismo tiempo en que sostenía pensativamente su mejilla con la mano derecha. Rueda los ojos y hace un sutil gesto para que el detective inspector continuara. John por su parte, con ambas manos puestas desafiantemente sobre sus caderas, asiente en seco aun mirando con recelo a su amigo.
―Los camareros tienen trabajos de medio tiempo en otro restaurant de la ciudad. He aquí su dirección ―agrega Lestrade entregándole un trozo de papel a Holmes, quien le ve con extrañeza―. Los números de contacto de los chefs están al reverso.
―Sabes que estamos en el siglo XXI ¿verdad? ―comenta el Moreno sólo con el diabólico afán de molestar a su amigo.
―Hey, soy tradicionalista y, al igual que John, prefiero lápiz y papel.
Sherlock ignora el comentario de Greg y viste raudo su abrigo siendo imitado por el doctor, para luego disponerse a descender las escaleras del 221B.
―Estaremos en contacto ―dice Greg mientras se sube a su carro junto a John, todos momentáneamente distrayendo sus focos visuales al ver a Sanders quien cruzaba la calle en dirección a ellos.
―¿Me perdí de algo? ―pregunta la chica posicionándose finalmente junto a Holmes, al mismo tiempo en que despide a los otros hombres con un suave ademán de su mano al viento―. ¿Sherlock? Detente... Estás siendo invasivo... ―musita ella, nerviosa ante el asedio del detective hacia su persona; el rizado la olfateaba tal cual como un sabueso y, al no encontrar nada de interés, se detiene y vuelve a adoptar su recta postura junto a la vereda a la espera de un taxi.
―¿Qué sucede? ―el moreno no tiene la voluntad de responder en absoluto―. ¿Por qué me ignoras?
―No lo hago.
―Ah, bien.
Ambos se mantienen ahí, sobre la acera, en silencio y erguidos el uno junto al otro; ambos inseguros, ella por la falta de contexto del caso y él por el desconocimiento del andar de su compañera.
―¿Dónde estabas? Saliste temprano ―suelta con fingida sutileza al no poder ser capaz de contener su ardiente curiosidad, vigilando de reojo las reacciones faciales y corporales de Sanders.
―Dedúcelo ―manifiesta una internamente halagada chica. Sherlock la observa inquisitivo de pies a cabeza. Así, al paso de unos sepulcrales tanto como incómodos minutos de silenciosa deducción, el rizado sólo se limita a reír burlesco.
―Después hablaremos sobre ello. Ahora tenemos trabajo real que hacer.
―De hecho ―duda―, quería comer algo...
La joven indica la entrada del 221 a sus espaldas al notar que un taxi se estacionaba efectivamente frente a ellos. Pero, Sherlock la ignora a voluntad y abre la puerta trasera para guiar a la joven dentro del carro, ello como si no hubiese escuchado una sola palabra de lo que ella había recientemente pronunciado.
―Como dije, tenemos trabajo que hacer.
El automóvil les encamina hasta la dirección que el rizado le había instruido al taciturno conductor: Un fino restaurant oriental en el centro del barrio chino de Londres. De esa manera, durante el trayecto, Sherlock informa rápidamente a su amiga sobre el caso y cuál era su labor en respecto. Un posible asesinato en un restaurant, múltiples presentes... Aparentemente ningún testigo. Para la rápida mente del detective consultor sólo había dos posibilidades; algo no calzaba o alguien estaba mintiendo.
―Yo haré las preguntas.
―Así que sólo vengo de observante... ―gruñe ella―. ¿Puedo al menos comprar algo para comer? De nada te servirá que me vuelva un zombi.
―Como quieras.
El moreno no tarda en integrarse dentro del local de comida asiática. En tanto, una hambrienta Alice camina un par de metros para comprar en un puesto de Baozi, en otras palabras, dumplings hervidos rellenos de verduras. De esa manera, ella se acerca y ordena tres de aquellos tentadores aperitivos, pero, mientras espera a su preparación, no puede evitar escuchar la conversación que tenía la vendedora con un colega de otro puesto comercial independiente. Y no era que Sanders osara muy a menudo en inmiscuirse en discusiones ajenas, menos cuando eran en un idioma el cual no entendía en absoluto como el chino; aun así, al lograr distinguir el nombre de Terry Wong dentro de la plática, se vio en la moral obligación de preguntar.
―Disculpen... ―interviene curiosa―. ¿Hablan sobre Terry Wong el fallecido dueño del restaurant The Orient Express?
Ambos colegas se miran extrañados entre sí, para luego dirigirle una inquisitiva mirada a la morena a quien se dirigen con quebrazo acento.
―¿Le conoce?
―No en realidad, pero estoy involucrada en los peritajes que se realizan para esclarecer el motivo de su repentino fallecimiento.
―Yo oí que fue asesinado. Es por eso que su cuerpo sigue en la morgue ―agrega el hombre con rapidez, lo dicho siendo casi ilegible debido a su grueso acento chino, y su colega asiente lúgubre.
―No me extrañaría en realidad...
―¿Por qué lo dice?
―Él no era una persona agradable. Era grosero, agresivo y, por lo que he escuchado, un muy mal jefe.
―Terry era conocido por hacer trabajar gente que inmigra ilegalmente para maltratarles y pagarles sueldos miserables u obligarles a hacer cosas en contra de su voluntad debido a su desesperación por sustento... ―menea lento la cabeza, resignado―. Yo me vi en aprietos hace un par de años cuando llegué a Inglaterra, pero me juré a mí mismo nunca acudir a ese restaurant por trabajo.
―Últimamente, incluso los comensales han puesto quejas al respecto. Pero, al viejo Terry nadie lo tocaba ya que era amigo de la policía en su sector.
―Suena como alguien terrible de verdad ―añade la sorprendida morena ante los comentarios, intercambiando al mismo tiempo una libra por sus snacks ya listos―. ¿Tienen a alguien en mente que pudiera haber influido en la muerte de Wong?
―¿Quiere la verdad, señorita? En realidad, a quien le pregunte le dirá lo mismo... ―responde de inmediato la dueña del puesto de Baozi―. Somos una comunidad pequeña al fin y al cabo en esta antigua jungla de asfalto, pero, aun así, el mal haber de muchos de los nuestros... De alguna forma nos afecta a todos y déjeme decirle que la mayoría concordará en una cosa: El mundo es un lugar mejor sin Terry Wong en él.
La pensativa joven camina con prisa devuelta al local en donde Holmes se encontraba haciendo las entrevistas y se sorprende inmensamente al chocar de frente con él.
―¿Ya terminaste?
―Fue una pérdida de tiempo ―se queja frustrado―. Aquellos camareros o tienen una genial coartada o son inocentes. Aparentemente, debemos ir ya por los chefs...
La morena pretende hablar, pero, el rizado la frena con un firme gesto ya que hacía una llamada; procediendo a caminar en dirección contraria a ella. Y, como él lo intentó, logró localizar al primer cocinero para interrogar. Nada nuevo. Impacientes, los amigos alcanzaron al segundo chef y, al igual que las anteriores entrevistas, nada. Aparentemente, el completo staff de The Orient Express no había presenciado algo raro en absoluto.
―Entrevistamos a los comensales, nueve personas al azar que juran no haber visto nada.
―Además, el local cerraba casi a medianoche y la muerte de Wong fue declarada a las una de la madrugada aproximadamente ―agrega John y su amiga asiente―. Es un rango de horario bastante amplio...
―Por lo tanto, descartamos a los comensales y trabajadores... ―completa el rizado, para luego tomar el asiento de Lestrade en su oficina y posar ambas manos bajo sus labios, meditabundo―. Un asesino siempre necesita oportunidad y motivo... Podemos descartar por "oportunidad" a los presentes en el local aquella noche. Así es como sólo nos queda el motivo...
―¿Me escucharás de una maldita vez? ―añade una exasperada Sanders desde el asiento frente al escritorio; así ganando la repentina atención de los tres presentes―. Terry Wong tiene mala fama. Era un mal jefe y pésima persona. Pregúntale a quien quieras de la comunidad China en Londres, te dirá lo mismo.
John y Greg se miran extrañados, causando que Holmes, revigorizado, se ponga de pie con inesperado entusiasmo para enumerar los hechos en voz alta.
―Terry Wong fue asesinado pasada la medianoche... Nadie vio algo remotamente extraño... Ningún testigo bajo investigación reconoció el mal actuar congénito del fallecido... Por lo tanto, alguno de ellos o puede que todos hayan mentido... ¡BRILLANTE! ―grita finalmente alzando sus manos en el aire para precipitarse hasta la puerta de la oficina y así salir con rapidez―. ¡REÚNELOS A TODOS DE INMEDIATO EN EL RESTAURANT, LESTRADE!
El detective inspector obedece y, al cabo de cuarenta y cinco minutos, la totalidad de posibles testigos ya se encontraba en el lugar por orden de Scotland yard. Así, Sherlock les observaba entrar desde el centro del comedor principal en compañía de Watson, Lestrade y Sanders. De esa forma, cuando todos finalmente se acomodan para prestarle atención a los investigadores, el rizado posa una silla en el centro y se para sobre ella para escanear con la mirada a todos y cada uno de los presentes.
―Buenas tardes, señoras y señores... ―anuncia con ceremonial desplante, causando la molestia en algunos de los frustrados y obligados espectadores.
―¿Qué es esto? ¿un espectáculo?
―... ¡Me interrumpieron mientras trabajaba!
―Tuve que dejar a mi hijo solo en casa...
Alegan simultáneamente los invitados; por lo mismo, Greg da unos pasos adelante y ordena silencio con voz autoritaria, logrando la atención de la totalidad de los presentes, para así darle la definitiva palabra a Holmes nuevamente.
―Es simple. O confiesan o todos son detenidos de inmediato para interrogación forzosa.
―¿Bajo qué cargos? ―inquiere hostilmente una baja y morena mujer entre el gran grupo de personas.
―Homicidio.
―¿De qué habla? ―espeta furiosa―. Ese es un grave cargo y no tiene pruebas de ello.
―No por el momento ―responde con un dejo de ironía―. Pero sí tengo pruebas de que le han mentido a la policía y aquello amerita...
―Una noche en el calabozo de la estación de policía ―completa Lestrade de brazos cruzados.
―Doce horas es tiempo suficiente para avanzar mis indagaciones en su contra ―agrega con una confiada y maquiavélica sonrisa―. Vamos. Ahórrennos algo de tiempo y hablen.
―...No sé nada.
―Están locos...
―¡Nos incriminan!
―Vámonos de aquí.
―¡Ya tuve suficiente de esto...!
El grupo de personas se encamina hacia la salida con rapidez tal y como si se tratara de un cardumen de asustados peces en las profundidades del océano, por lo tanto, Holmes le hace un asertivo ademán a Sanders la cual entiende el mensaje de inmediato; esta, con fuerza, empuja una bandeja repleta de copas de cristal al piso. Y, efectivamente, ninguno de los "testigos" en fuga se ve inmutado por el estruendoso ruido.
―Así que todos son responsables... ―susurra para sí mismo el satisfecho detective.
De improvisto, la policía cierra la puerta del local desde el otro extremo, bloqueándole la principal salida al grupo, encerrándoles inevitablemente en contra de su voluntad.
―¡Hablen! ―espeta Holmes con una amplia sonrisa de suficiencia dibujada sobre sus labios―. Saben muy bien que a mí no me engañan.
Y, como era de esperarse, uno por uno, los sospechosos van confesando sus malas experiencias con Terry Wong; anonadando a los investigadores de gran forma. Los rumores sobre el fallecido eran ciertos y, aún peor, lo era para la policía, cuya corrupción en el sector le había permitido al pequeño empresario a cometer calamidades a su gusto.
Así es como Sherlock es fascinado con la planeación y articulación del asesinato. Sin mencionar la organización de los culpables quienes lograron limpiamente su cometido bajo las narices de la policía inglesa.
―Scotland yard podría salir públicamente afectado, Lestrade. Es mejor que ataques el problema desde adentro con cautela. Nadie necesita a los medios de comunicación escudriñando sobre los trapos sucios de tus colegas ¿no?
―Terry Wong murió de un ataque al corazón, en lo que a mí respecta ―concuerda el cano detective siguiéndole la corriente a Holmes―. Hoy hablaré con mis superiores, gracias, Sherlock.
Él le hace una leve reverencia en respuesta a Greg, para pronto disponerse a salir del lugar junto a John, quien aún parecía sorprendido.
―¿Cómo lo supiste?
―¿Qué cosa?
―Que le habían mentido a la policía...
―Ah... Eso. Contacto corporal ―responde él encogiéndose de hombros, con Watson a su lado intentando mantenerle el paso a sus largas zancadas cuando se dirigían hasta Sanders a las afueras―. Cuando los testigos entraron observé con atención su lenguaje kinésico. Aquella mujer, la cual me increpó primero y el hombre que le siguió ¿recuerdas? ―el rubio asiente afirmativamente―. Cuando ingresaron al comedor él la dejo entrar primero por la puerta, envolviendo casi por completo su cintura... ―narra imitando con ligereza el gesto en el aire―. Si pretendes guiar a una desconocida, simplemente rozas su espalda, si eres familiar con ella en el aspecto romántico tomas su cintura; pero, si hay atracción sexual y comodidad, la envuelves con tus brazos. Ellos son evidentemente una pareja.
―Vaya... ―musita―. ¿Y los demás?
―Miradas cómplices, sudor frio, respiración agitada. Es por eso que al momento de "escapar" ninguno de ellos miró hacia atrás al escuchar el estruendo que causó el cristal al romperse contra el piso, ya que su culpabilidad les obligaba a abandonar el lugar lo antes posible ante la señal de peligro para su fachada que representábamos nosotros.
―Fantástico...
―Por supuesto.
. . .
Durante la tarde siguiente, Alice y John cenaban silenciosamente en el escritorio de la sala del 221B. El doctor, como era de costumbre, leía aquellas secciones del periódico las cuales había omitido en la mañana para así responder distraídamente a la poco abundante plática de la también ausente chica, en quien la impaciencia crecía aún más cada día debido a la falta de entrevistas de trabajo.
―No email... O llamados... ¿Habré hecho algo mal? ―los segundos pasan y, debido a la nula respuesta de su amigo, ella reitera lo último―. John... ¿Habré hecho algo mal?
―¿Ah? No... no creo... Estas cosas se demoran mucho. Yo estuve cesante durante meses. Tú llevas sólo tres semanas buscando un real empleo.
―No logro encontrar alguna falla en mis aplicaciones de trabajo...
Watson toma una de las hojas sobre la mesa y comienza a leer el historial profesional de la chica; sorprendiéndose al cabo de unos minutos por un pequeño detalle.
―Alice... Sabes que los teléfonos celulares tienen solo seis dígitos dentro del sector de Londres ¿verdad?
―Por supuesto ―replica esta y, para corroborar su respuesta, inspecciona su documento; impactándose al notar que había dos números de más, repetidos simultáneamente.
―La "Discalculia" es un dolor de cabeza ¿no? ―añade el recién aparecido detective desde la cocina mientras se prepara una taza de té, para luego caminar en dirección a ellos con semblante victorioso―. Sobre todo, cuando no es profesionalmente diagnosticada durante los tempranos años de educación ―el moreno da un pausado sorbo a su bebida caliente, a sabiendas que tenía la completa atención de la sala, así disfrutando cada segundo de ello―. Eso me recuerda... "Y.O.L.O" es una pésima contraseña para tu laptop cuando también es tu ringtone de llamados telefónicos... ¡Ah! y el tóner de tu impresora ha desaparecido sin rastro.
―¿Sherlock...? ¿qué...? ―inquiere la agotada joven sin poder aun hacer sentido de las palabras de Holmes. Él bufa irónico y John arruga el ceño mientras dobla el periódico, silencioso y atento.
―Muy bien. Lo reconozco. Si... Las primeras aplicaciones estaban muy bien redactadas, aquellas las tuve que robar ―confiesa él abriendo mucho los ojos y dándose una pausa para beber nuevamente de su té antes de continuar―. Pero, luego simplemente opté por modificar el documento original y, como sé que tienes dificultad con los números, naturalmente alteré tu contacto. Sabía que te tomarías bastante tiempo en notarlo.
De pronto, las pequeñas pupilas de la chica se dilatan de ira, al mismo tiempo que se pone de pie dejando caer a su felino desde su regazo el cual corre hasta el sofá de Sherlock para refugiarse. Aquella reacción que causa un efecto dominó en la sala, ya que, Watson bebe con rapidez un sorbo de su té, pronto apresurándose hacia las ascendentes escaleras; arrancando así de la segura pelea.
―¿¡Por qué lo hiciste!? ―exclama la enojada morena. Sherlock simplemente se encoge de hombros con desinterés―. ¿Por qué te crees con el derecho de interferir en mi vida así?
―Fastidiarte es entretenido.
―Por supuesto ―bufa ella con amargura―. ¿Crees que me tragaré esa excusa? Reconoce que simplemente quieres mi compañía.
―Claro, si es eso lo que deseas escuchar... ―espeta con ligero desprecio―. Ya que salvarte de la monotonía diaria no es ayuda suficiente para ti.
―No te he pedido ayuda alguna. De hecho, creo que me hace falta algo de monotonía en la vida para ponerla en orden.
―¡Oh por favor! Nadie necesita cotidianidad, eso es sólo conformismo para los cobardes.
―Bueno, quisiera experimentarlo por mí misma. Gracias.
―Te conozco mejor que nadie. Sé que te aburrirías al cabo de unas semanas. De nada.
Alice cierra los ojos durante unos segundos e intenta respirar en calma. Sherlock, en tanto, da su mejor esfuerzo para lucir desinteresado.
―Eso no es una decisión tuya. Ahora devuélveme mis aplicaciones de trabajo.
―En tus sueños ―responde él, tajante. La chica le observa directo a los ojos y, al notar que este no pretendía ceder, camina decididamente hasta la cocina bajo la atenta mirada del detective, la cual se sacude al notar lo que ella pretendía hacer―. ¡Ni lo pienses! ―vocifera cuando Alice levanta una pipeta en el aire, dejándola caer al mismo tiempo en que dibujaba una maquiavélica sonrisa en sus labios al escuchar el feroz estruendo final―. ¡Pagarás por eso!
―¡Devuélveme mis aplicaciones!
―¡No!
La morena toma una larga probeta esta vez y la estrella contra el piso con malvada diversión. Sherlock ahoga un grito de lamento.
―¡Upsi!
El rizado da un par de amenazadores pasos en dirección a ella, pero, se detiene abruptamente cuando la joven toma a la defensiva un voluminoso matraz de ebullición.
―¡Detente, Sanders! ―suplica extendiendo sus brazos al frente, temeroso―. Sé razonable, por favor.
―Sabes lo que quiero.
―Ya dije que no... ―Alice intenta a soltar el artefacto de vidrio de cuarzo, pero se arrepiente al escuchar un estruendoso «¡¡¡NOoOoOo!!!» por parte de su desesperado amigo―. Está bien... Te daré lo que deseas ―gruñe cansado―. Están en mi habitación.
―No caeré por eso esta vez, Holmes. Te golpearé en la entrepierna si intentas distraerme. Ya sabes.
―¡Oh, cállate! Sabes que guardo lo importante en ese lugar.
―Como sea ―responde una suspicaz Alice para seguirle de cerca el paso a su amigo quien, al entrar a la habitación, se alarma al notar que ella le había alcanzado.
―Voltéate. No confío en ti.
―¿Crees que descubriré tu escondite secreto? ¿cuál es? ¿la tabla vertical número veintiocho del piso? o ¿lo son la doce y trece? ¿es dentro de tu colchón en el extremo bajo-izquierdo? ¿no? ¡Ah! ―grita inesperadamente, causando que su amigo tiemble debido a la impresión―. Tal vez temes que vea tu secretísimo escondite... ―ella hace una pausa y se acerca a él como si fuese a decirle un secreto―... Tras el espejo de la puerta de tu armario, ahí guardas documentos... ―a Holmes se le va la sangre a las mejillas de inmediato y se aleja de ella para aclarar su garganta secamente―. Aun tienes mi fotografía de noveno grado ¿o me equivoco?
Sherlock le lanza una resentida mirada, aun ligeramente ruborizado.
―Tú tienes mi fotografía junto a Mycroft.
―Es netamente por extorsión... Y ya que tienes la mía, me gustaría bastante quedarme con alguna otra foto tuya. Sería un buen regalo, digo, para equilibrar las cosas ¿no?
―También sé todos tus escondites ―replica resentido, habiendo decidido ignorar lo dicho anteriormente por ella.
―¿También el de la pared tras mi mesita de noche? ¿el del tapiz?
Holmes entrecierra los ojos y observa con atención a su amiga en frente, no tardado en deducirle.
―Eres muy fácil de leer... ¡Mientes! ―exclama energético―. Cada vez que improvisas se dilatan tus fosas nasales intermitentemente.
―¿En serio? ¡vaya!... ―suspira ella tocándose la nariz con extrañeza. Recobrando al cabo de unos segundos su postura original―. Como sea... ¡Libera mis cosas de una vez!
Él suspira exasperado y camina hasta su closet desde donde saca lo requerido.
―Te estaba haciendo un favor ―refunfuña devolviéndole los documentos.
―No interfieras con mis asuntos. Sólo eso ―responde ella, cansada, sin verse capaz de quitar la mirada desde su propio reflejo en el espejo del armario de Holmes. Ella entrecierra los ojos y se acerca sigilosamente para verse más próxima―. ¡Qué iluminación tiene tu cuarto! Me hace ver horrible sin maquillaje... ―musita tocándose los pómulos, insegura―. Es como si tu espejo me odiase.
―Uno ve lo que quiere ver. Eres presa de los falsos e inalcanzables cánones de belleza.
―Lo sé... Es estúpido preocuparse por esas cosas. Después de todo, una no será "bella y joven" por siempre.
―Eso depende.
―¿De qué?
―De la propia percepción de a quién le preguntes ―responde solemne, guardando sus manos dentro de los respectivos bolsillos laterales de su pantalón. La mirada de ella se vuelve pronto algo cristalina. Él puede notarlo a través del reflejo del espejo a pesar de que Alice intentaba ocultarlo.
―Eres todo un romántico.
―Claro que no ―refuta a la defensiva―. Sólo soy sincero.
―Eso es lo mejor de todo.
Ella se voltea hacia él y le observa fijamente. Sherlock entrecierra sus ojos, algo incómodo.
―Detente.
―¡No hago nada malo! Sólo te observo.
―Deja de hacer eso entonces.
Alice rueda los ojos y se aferra a sus aplicaciones de trabajo, ello con la intención de dejar el lugar, pero, él habla antes de que la chica deje la habitación, contemplativo del paisaje fuera de su ventana.
―¿Soy yo? ―consulta de pronto―. Buscas un empleo anexo porque ya estás harta de todo esto ¿no?
―¿Qué?
―Quieres espacio.
Sanders arruga el entrecejo, desconcertada y niega ligero para sí misma cuando decide caminar a su lado.
―Sólo intento forjar algo parecido a una vida común.
―No hay espacio para mí ahí, entonces.
―¡Claro que lo hay! ―insiste deteniéndose junto a él―. ¿A qué le temes, Sherlock?
―A nada.
―¡Oh vamos!
Él tensa su mandíbula y ahora se cruza de brazos, cabizbajo.
―Yo creo que si deberías hacer el intento de comenzar a erguir una vida común para ti misma. Es lo más sensato después de todo lo sucedido con el caso Hart.
―Entonces tú quieres que me aleje...
―No. Eso no es lo que quiero. Es lo que creo que sería mejor... Es diferente ―dice certero, comenzando así a golpetear su pie derecho sobre el piso de madera en que se erguían. Alice frunce sus labios, conflictuada.
―No está en mis planes alejarme, Sherlock. Ese no es el motivo por el que busco empleo. Sólo quiero algo de independencia financiera. Ya sabes... He dependido mucho tiempo de la interesada voluntad de tu hermano y ahora de tu fama para conseguir casos rentables. Sólo quiero demostrarme a mí misma de que soy capaz de ganarme la vida ―confiesa sincera. Él, aliviado, le observa por sobre su hombro, y ella continúa mirando el jardín de la señora Hudson a través de la ventana―. Quiero seguir a tu lado... Con el trato ―se corrige. Holmes rueda los ojos.
―Ya no hay trato. Es imposible que lo haya cuando hemos roto casi todas sus reglas ―Sanders ríe para sí misma―. Excepto la de confidencialidad, claro... Aunque, esa me parece útil sólo con el objetivo de fastidiarlos a todos.
―Concuerdo ―dice dándole un ligero empujón a su amigo en junto, ello mientras se abraza a sí misma―. Creo que la única persona quien sabe sobre nosotros es Mycroft ―la morena hace una mueca de incomodidad―. ¿Te ha comentado algo al respecto?
―Por supuesto. Se quejó de que ambos somos insensatos y dijo que tú tienes el "síndrome del salvador" y que esas es la razón de esto.
―¡¿Qué?! ―exclama ofendida―. ¡No es cierto! Es como si él implicase que no hay manera de que me agrades por lo que realmente eres.
―¿Quién es la romántica ahora?
―¡Oh, cierra la boca! ―le reprende entretenida y él sonríe ladino para sí mismo, manteniéndose ambos en contemplativo silencio mientras observan el paisaje desde la ventana―. Entonces ¿dónde nos deja esto?
―No estoy seguro. Nunca me había visto en esta situación ―responde el taciturno detective―. Pero, mientras continuemos en mutua compañía podemos permitirnos pintar fuera de los márgenes para descubrirlo ―ella le observa con emotiva dulzura y deja caer su cabeza en junto para posarla sobre el brazo de Holmes. Y este, reacio al tacto como siempre, le rodea ligeramente con su brazo desde la cintura, permitiéndole así ser sostenida con igual grado de cariño; aunque, ello no dura por mucho―. Ahora, sería bueno que vayas a limpiar el desastre que hiciste en la cocina. No quiero ser regañado por la señora Hudson a causa de tu cruel extorsión.
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