𝓗𝓮𝓻𝓸𝓲𝓷𝓪




Un día, Tom llegó muy alterado, eran las doce de la noche de un sábado, buscaba con desesperación algo en el cajón de la cocina, yo me limitaba a verlo mientras la preguntaba que sucedía y el simplemente me ignoraba, sacó algo y dijo que en un rato regresaba. 

Observaba un canal de cocina en la televisión, me estaba entrando el justo por la cocina, pero no estaba haciendo nada para aprender, de hecho, me daba pereza, pero me gustaba verlo. El verano estaba por comenzar, así que las noches calurosas comenzaron a adueñarse del sitio, Tom llegó un día con un aire acondicionado portátil, de esos aparatejos chicos que le tienes que poner hielos para que enfríe.

Pasaron dos horas hasta que Tom llegó, estaba muy alterado, le preguntaba que que pasaba pero no me decía nada, sacó un arma del bolsillo de su chaqueta y varios fajos de dinero, fajos de cien dólares. En sus ojos reflejaba tristeza y miedo, lo abracé y el me apretó fuerte, comenzó a llorar. 

—Se que nunca me quieres decir nada, pero de vez en cuando decirlo es mejor, te liberas un poco —Me observó, sus ojos llorosos me rompieron aún más el corazón, más de lo normal. 

—He asaltado a un hijo de puta que salió del banco —Su voz serena pareciera que no le afecta en lo más mínimo, pero se que esta completamente aterrorizado. 

No le pedí explicaciones, le dije que estaba bien y le di un beso en los labios, le saque la chaqueta y la deje por ahí tirada, le dije que se tranquilizara y le prepare dos líneas de coca, se las metió y se pudo relajar al fin, se quedó dormido cuarenta minutos más tarde y me puse a ver el dinero. 

Eran en total treinta mil dólares y a mi casi se me cae la cara del impacto, a quien mierda le había robado esta cantidad. Comencé a entrar en pánico, que tal si sabían que Tom había hecho eso, si lo tenían en videos o fotos de las cámaras de seguridad. Lo observe dormir cómodamente, ya comenzaba a roncar, observe el arma en la mesa, desconozco los tipos de armas pero se ve como una que te puede matar, así nada más. 

Me metí dos pastillas cuando comencé a sentirme mal, me tumbe a su lado y lo observe mientras mis ojos veían cosas increíbles, me reí y después comencé a llorar, lo tome de la mano y el ni me sintió. Lo amaba, era un increíble idiota a veces pero lo amaba como nada, me hacía sentir viva y el me amaba también. 

Me desperté por el sonido de un golpe sordo, abrí los ojos y vi a Tom recogiendo el arma del suelo, se le había caído, le pregunté que que hacía y me dijo que se iba a deshacer del arma, me quedé pensando en porque haría eso pero no le dije nada. 

Llegué al restaurante y me coloqué el uniforme, un puto uniforme que constaba de una falta amarilla larga que casi me llegaba a los pies y una blusa blanca con detalles típicos mexicanos, no era mi ropa favorita, me daba miedo atorarme en algo por culpa de la falta y lanzar la comida por los aires.  Saludé a Julio, el gerente, me saludo de vuelta y me presentó a la chica nueva. 

Claudia, una chica de unos 18 años calculo yo, era regordeta pero simpática, niña buena, justo como a mi me gustaría ser, buena estudiante con metas claras en su vida. Ese día comencé a explicarle algunos procedimientos que hacíamos en la cocina, se los aprendió de memoria y yo me sentía ahora aplastada por su capacidad he inteligencia. 

A la hora de nuestro descanso de media hora, le dije que si me acompañaba a la parte trasera del restaurante a sacar la basura y quizás fumarnos un cigarrillo, me dijo que me acompañaba pero que ella no fumaba. Prendí mi porro, ella solo me observaba de vez en cuando, jugaba con su celular y comía de su sándwich, termine de fumar pero seguía sintiendo ansiedad. Saqué una bolsita de coca, no me daba pena que me viera, más bien era un grito de auxilio para la sociedad pero nadie sabía distinguirlo.

Me metí dos líneas y ellas se quedó un poco pasmada al verme, le ofrecí de broma y me dijo que no.

—Tranquila, no soy una adicta, es solo que la mayoría del tiempo me siento tan jodida que necesito algo que me recuerde que necesito seguir viviendo —Me mira con tristeza y yo me río para alegrarle la carita de bebe que tiene. Regresamos dentro y continuamos nuestras cosas. 

Llego a casa, Tom está bastante colocado sobre la cama, está con la vista fija en el techo, supongo que observa moverse la mancha en forma de perro así como yo la veía moverse. Saco una cerveza del refrigerador y la abro, bebo de ella y a los segundos Tom se remueve y después se levanta, me sonríe y se acerca lento, creo que aún le esta explotando la mente por dentro.

—Lalo va a dar una fiesta mas tarde, ¿vamos? —Me pregunta, entrecierro los ojos, pienso que es buena idea porque sinceramente me he terminado la única pastilla que tenía para hoy y será mejor ir a comprar más. Le digo que vale, esta bien. 

Llegamos más tarde a casa de Lalo, no había mucha gente, eran unas diez personas más aparte nosotros dos, Lalo ya sabía que nosotros estábamos juntos y me dijo que no me recomendaba mucho estar con Tom, era un puto adicto deprimido, le dije, adivina que idiota, yo estoy igual.

—Oye viejo, tengo esta nueva mierda, ¿quieres probar? —Uno de los que trabaja con Lalo le ofreció algo a Tom, Tom le dijo que quería una dosis pequeña, no solía pincharse los brazos pero esta vez tenía ganas, supongo. Yo jamás lo había hecho. 

Esa noche, fue la primera vez que me pinche el brazo, esa noche pensé que me iba a moriría, no podía respirar y el corazón lo sentía en la cabeza, pero me gustó cuando me relaje, me tumbe a un lado de Tom y el me observaba también volando por dentro, me reí, cerré los ojos y me quede dormida, pero por dentro me sentía dentro de un circo, todo era felicidad y me sentía perfecta, me sentía como siempre quería estar. Esa noche, me presentaron al diablo en persona.

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