34

— Mi pequeño Arata. — Tōru sonrió acariciando sus cabellos. Iwaizumi se acercó y dejó un suave beso en su frente, mientras abrazaba a ambos. — Iwa-chan. ¿Estás listo para esto? — El moreno suspiró, pensándolo bien. No es como si pudiera devolver al niño al vientre de su madre para prepararse por un tiempo más.

— Creo que no será fácil. — Respondió. — Pero haré mi mayor esfuerzo.

Oikawa dejó al niño en la cuna que yacía en su habitación y sonrió, girándose. Rodeó con sus débiles brazos al azabache y hundió su rostro en el pecho contrario, disfrutando del fuerte aroma de Hajime.

— Lo harás bien, Iwaizumi. — El castaño le miró a los ojos. — Has cuidado bien de mí todo este tiempo, podrás hacerlo con nuestro pequeño también.

"Nuestro pequeño". Una sonrisa apareció en el rostro del mayor al escuchar esas simples palabras. Alzó a Tōru quien se sorprendió al principio, pero después rió mientras Iwaizumi le daba vueltas en el aire y después le dejaba en el suelo, rodeándole con sus fuertes brazos.

— No sabes cuánto te amo, Oikawa Tōru. — Besó los labios contrarios. — Eres mi razón de vivir, tú y nuestro pequeño.

— No empieces o me pondré sentimental. — Oikawa sintió como era cargado con el mayor. Rodeó la cintura del moreno con sus piernas, mientras recostaba su cabeza en el hombro del azabache. Se relajó ante la paz y calidez que el contrario trasmitía, le gustaba estar así.

— Bokuto me llamó. — Hubo un silencio. — Dijo que Akaashi vendrá por la tarde, con Yoichi.

— Genial. — Tōru sonrió, bajando de los brazos contrarios. — ¿No te dijo a qué hora?

— Aproximadamente a las cinco.

El castaño asintió, mirando al niño descansar. Sonrió, sintiendo las grandes manos del ojiverde tomar su cintura. — Tōru. ¿Podemos hablar?

— ¿Es algo malo? — Hajime negó. — Está bien.

— Solo... Quería saber si aún deseas casarte conmigo. — Oikawa frunció su ceño notablemente antes de girarse y mirar molesto a Iwaizumi. — ¿Dije algo malo?

— ¿Dudas de mi amor?

— No, no, cariño no quería decir eso. — Tomó los hombros del menor. — Es solo que... Estos días pareces algo cansado.

— Iwaizumi... — Oikawa le empujó hasta la cama, en donde le hizo sentarse, después, tomó asiento sobre el regazo del mayor. — Quiero casarme contigo. — Aseguró Tōru. — Solo estoy algo cansado, pero me recuperaré pronto.

— ¿Seguro?

— Por supuesto. — Sonrió. — Es más, pensaba que podríamos ir a beber con los chicos este sábado. — Ahí estaba el antiguo Tōru. — ¡El bar cerca de la casa de Kōshi es increíble! Hay buenos tragos, y la música siempre es buena, es imposible aburrirse.

— ¿Dejaremos a Arata con tu madre? — Tōru asintió.

— Supongo que a madre no le molestará venir y quedarse por un par de días aquí. ¿Cierto? Solo debo preguntarle.

— Claro, cielo. — Iwaizumi suspiró. — ¿Pero seguro de que podrá encargarse ella? No quiero que le pase nada al pequeño.

— ¿Llamo a Kuroo? — Hajime gruñó al escuchar el nombre del azabache, Tōru rió, acariciando sus mejillas. — Kuroo no es un mal chico, Iwa-chan. Además, aún no ha visto a Arata, está ansioso, quiere venir a verle.

— No si puedo evitarlo. — Oikawa le miró directo a los ojos mientras su ceño se fruncía lentamente. Iwaizumi también le miró.

Debió ser Tōru quien apartara la mirada intimidado en aquel momento, pero ocurrió todo lo contrario. Hajime se sintió pequeño ante la intensa mirada del castaño, quien continuaba con sus ojos fijos en él, lo que le hizo desviar la mirada primero.

— Oh, vamos. — Se quejó. — No confío en ese tipo.

— Ese tipo fue quien cuidó de tu pronto esposo durante los meses de la universidad en los que estuve en cinta, eres un malagradecido, Iwaizumi. — El moreno suspiró rendido, abrazando al menor.

— Bien, pero no quiero que ÉL lo cuide, nunca. — Tōru rodó los ojos asintiendo, mientras dejaba suaves besos en los labios del azabache. — ¿Cuándo podremos-

— No. — Respondió de inmediato. — Hasta en dos meses mínimo. — Bajó del regazo del azabache y caminó al armario, buscando algo de ropa abrigada para el Iwaizumi menor, y algo cómodo para él, que se pondría cuando su ojiazul amigo llegase.

Iwaizumi suspiró. Cuando decidieron tener un hijo no venía incluido estar en abstinencia por casi ocho meses. Era una tortura.

(...)

— ¡Fondo! ¡Fondo! ¡Fondo! ¡Fondo!... — Tōru terminó de beber la botella y celebró alzando sus brazos, mientras todos reían y aplaudían por su logro de beber una botella entera de cerveza en tan poco tiempo.

— Está loco. — Rió Daichi, quien se apoyaba del hombro de Tobio.

— Ese loco es mi prometido. — Agregó orgulloso el azabache, bebiendo de su lata de cerveza. — Definitivamente se merecía este descanso.

Los tres alfas restantes miraron a Iwaizumi, a quien le brillaban los ojos mientras veía al castaño saltando de un lado a otro, haciendo movimientos ridículos, riendo a todo pulmón mientras se divertía con sus mejores amigos. Bokuto sonrió, orgulloso, mientras recordaba que gracias a su intento por conseguirle pareja a su jefe se había creado una relación tan hermosa como esa.

— Está flechado. — Aseguró Tobio, terminando con su primera y única lata de cerveza en toda la noche.

— Estoy de acuerdo.

— También yo. — Los tres restantes rieron.

— ¿Hablan de mí? — Los miró acusatorio el azabache, con una sonrisa.

Todos negaron, mintiendo. No podían burlarse de todas formas, pues ellos estaban igual o peor que el moreno... Bueno, quizá no peor, pero igual. Cada uno amaba a su pareja de diferente manera.

— ¡Iwaizumi! — Oikawa se giró, mirándole con una enorme y radiante sonrisa. — ¡Ven!

Hajime se negó, pero no tardó en ser empujado por los demás hacia el ojimarrón, quien tomó su mano y beso sus labios. Le guió hasta una mesa y lo obligó a subir, mientras bailaba al ritmo de la música. Hajime cubrió su rostro con una mano, avergonzado, mientras escuchaba a los mejores amigos de su prometido silbarle para que hiciese algo más que estar parado, siendo humillado por su propia pareja.

— Tōru, me vengaré. — Aseguró el azabache antes de tomar las caderas del menor y apegarle a su cuerpo, moviéndose al ritmo de la música. Oikawa sonrió, enrollando sus brazos en el cuello del ojiverde.

— Iwaizumi. — Tōru se acercó al oído contrario. — Casémonos en dos meses... Así podremos disfrutar de nuestra luna de miel.

Las manos de Hajime apretaron el trasero del castaño al imaginar todas las barbaridades capaces de hacer es esa semana que estarían solo ellos dos.

— Por supuesto. — Sonrió coqueto. — Serás todo mío.

— Siempre lo he sido... — Delineó los labios del mayor con su lengua, después se alejó, bajando de la mesa para unirse nuevamente a sus amigos. — ¡La fiesta apenas comienza!

Iwaizumi bajó de la mesa y volvió con sus compañeros de mesa, observando a los menores. Tras dos horas, se unieron Takahiro e Issei, y más tarde llegaron Kuroo, Kenma, Tsukishima y la pareja de casados, Lev y Yaku. La noche fue un caos total con ese grupo de chicos juntos, y la grandiosa habilidad de Tōru para socializar con desconocidos.

Para cuando fueron las tres y siete de la madrugada, Iwaizumi decidió que era hora de volver a casa, así que tomó a un casi inconsciente Tōru y lo subió a su vehículo. Gracias a los dioses era una persona responsable y no había bebido más que un par de cervezas. Condujo hacia casa en silencio, y al llegar, llevó al castaño a su habitación, dejándole sobre la cama.

— Descansa, cariño. — Hajime besó la frente del castaño y fue a la habitación en la que se encontraba su suegra.

Antes de tocar la puerta, está se abrió, encontrándose de frente con la mujer, quien cargaba con él pequeño Iwaizumi en sus brazos.

— Iwaizumi. — Sonrió. — Arata acaba de despertar, justo los escuché llegar. ¿Tōru está dormido?

— Sí, bebió un poco de más. — Rió nervioso. — ¿Puedo llevarlo con nosotros?

— Por supuesto. — La madre del castaño dejó al recién nacido en los brazos de su padre antes de sonreír y acariciar la mejilla de Hajime. — Gracias por llegar a la vida de Tōru, cariño.

— Gracias a usted y su esposo por permitirme estar junto a una persona tan grandiosa como lo es Tōru. — Se dieron un cariñoso abrazo. — Por favor, vuelva a descansar.

— Descansa. — La mujer volvió a su habitación, e Iwaizumi hizo lo mismo. Al llegar a la habitación que compartía con su prometido, se acostó en la cama con el pequeño Iwaizumi entre sus brazos.

Sus ojos comenzaron a pesar, él también estaba cansado. Se aseguró de que todo estuviese en orden con las dos personas a su lado antes de cerrar por completo sus ojos y dejarse llevar por el sueño.

La siguiente mañana, despertó al escuchar el llanto de su hijo. Hajime frunció el ceño y después abrió sus ojos, mirando al niño removerse entre sus brazos.

Tōru gimoteó ante el ruido, su cabeza se sentía como si fuera a explotar. Se puso de pie y fue al baño, bajo la mirada del azabache, quien intentó calmar al niño, llevándole a su pecho. No estaba seguro de qué quería, pero no siempre podría depender de Tōru para que lo descubriera. Se puso de pie y caminó hasta la cuna, dejando al niño ahí. Revisó si era hambre, no. Su otra opción era el pañal, revisó también, encontrándose con una nada grata –y mal oliente– sorpresa.

Entendió porque el compañero de trabajo de Tōru, Hanamaki, no quería tener hijos y limpiar traseros de bebés todos los días. Hizo memoria, recordando como Oikawa lo hacía siempre. Sacó el pañal del niño y le limpió antes de colocar algo de crema para que su delicada piel no se irritara, después de esto colocó un nuevo pañal, desechando el usado.

Tōru salió del baño tras unos minutos y miró a su pareja, quien tenía al niño sobre su pecho, ya tranquilo, dormido. Parpadeó un par de veces, y después sonrió orgulloso.

— ¿Pudiste lidiar con ello? — Preguntó con su voz ronca el castaño.

— Podría decirse. — Le entregó al niño a su pareja. — No quería molestarte. ¿Has tomado algo para el dolor?

— Lo hice, hará efecto en cualquier momento. — Besó los labios contrarios. — Vuelve a dormir, es muy temprano.

Oikawa se acostó en la cama, con el niño esta vez entre sus brazos, acariciando sus escasos y suaves cabellos.

— Cariño. — Oikawa le miró. Hajime sonrió y aprovechó para tomar una fotografía.

— Iwaizumi, es de mañana, y debo de verme terrible. — Abultó los labios el menor, frunciendo un poco su ceño. — Bórrala.

— No. — Tōru elevó una ceja. — La pondré de fondo de pantalla. — Las mejillas del ojimarrón picaron. Suspiró rendido, cerrando nuevamente sus ojos.

(...)

— Pero mira que precioso estás. — Tōru alzó a su niño con cuidado en el aire, admirando lo tierno que se veía vistiendo aquellas prendas. Rió y le acercó a su pecho, besando su cabeza con delicadeza. — Tu padre llegará pronto, no te desesperes.

Intentó calmarle mientras caminaba de un lado a otro en la sala de estar, esperando a Hajime quién había salido a comprar unas cosas. El pequeño Arata parecía realmente apegado a su padre, sí, pero también del castaño, en realidad, a veces parecía no querer despegarse de su madre en todo el día, y si se alejaba, este comenzaba a llorar, rogando por el calor maternal.

— ¿Escuchas eso? — Tōru sonrió, abriendo la puerta. Salió de la casa, y miró a su pareja bajar del automóvil, acercándose con una bolsa en sus manos. — Es tu papá, ya ha llegado.

Iwaizumi dejó la bolsa en el suelo al estar frente a ambos. Tomó al niño en sus brazos y besó su mejilla, después lo devolvió a los brazos de su madre, depositando un beso sobre los labios del castaño.

— Siento la demora.

— No te preocupes. — Oikawa acarició la espalda del menor. — Pasa, cariño, el almuerzo está listo.

— ¿Lo has hecho tú?

— No, pero sí hice un postre especial solo para mi queridísimo prometido. — Hajime sonrió.

— Ansío probarlo.

El menor tomó asiento en el sofá y suspiró, mirando la TV como antes lo hacía. Iwaizumi por su parte fue a buscar el almuerzo, llegando a la sala de estar con un plato en manos, comiendo gustosamente lo que la mujer de la limpieza había preparado.

— Cariño, han llegado las invitaciones. — Avisó Oikawa. — ¿No es muy tarde para esto? Los chicos se pondrán histéricos.

— Probablemente. — Respondió el moreno. — Pero es mejor tarde que nunca. Iré a dejarlas hoy, tú quédate en casa.

— ¿Seguro? — Hajime asintió, dejando el plato vacío a un lado. — Gracias, cariño.

El castaño miró a su hijo. Ya había pasado mes y medio desde su nacimiento, pero continuaba viéndose tan frágil para él que tenía la necesidad de cuidarle de todo mal. Ni hablar de Iwaizumi, quien cada vez que salían, ya fuera con o sin el niño, no dejaba de cuidarles, gruñendo a cualquiera que posara sus ojos sobre sus dos personas más importantes, y que ni se le ocurriese a alguien tocarles ni un cabello a la madre o al niño, porque se meterían en graves problemas.
Oikawa se levantó y tomó una pequeña caja, entregándosela al azabache, quien la abrió y observó las varias invitaciones que en ella había. Invitarían a los amigos de Tōru, amigos de Iwaizumi, familiares de ambos, aunque Iwaizumi le avisó al castaño que probablemente ningún familiar suyo se aparecería, no estaban involucrados en la vida del ojiverde nunca.

— No olvides dejar las invitaciones en casa de Kuroo. — Sonrió Tōru, notando el rostro desconforme del mayor. — Me daré cuenta si no lo haces.

— Prometí darles la invitación. — Bufó. — Bien, iré a comer ese delicioso postre y después entregaré las invitaciones.

— Claro. — El castaño sonrió, yendo hacia su habitación, pues dejaría dormir al pequeño en sus brazos.

Dejó al niño en la cuna, y besó su frente. Caminó a la cama y se lanzó sobre esta, cerrando sus ojos al sentir la suavidad del colchón, se encontraba tan cansado y sólo quería dormir un rato para después continuar con su trabajo. Estaba a pocos meses de terminar la universidad, por suerte, a pesar de su ausencia, lo estaba llevando bien, sus calificaciones no se veían afectadas, e incluso sentía que las clases desde casa eran más fáciles para él, tan sólo faltaban las pruebas finales y la graduación.

Entonces Tōru tendría su carrera universitaria terminada.

— Cielo. — Iwaizumi apareció en el marco de la puerta, miró a su pareja descansar y suspiró.

Hajime dejó el vaso de vidrio en sus manos sobre un mueble antes de acercarse al castaño y besar suavemente sus labios un par de veces. La boda sería en un par de semanas, Había pasado mes y medio desde que acordaron casarse para cuando Tōru ya no estuviera en riesgo de otra bendición, o no se sintiese tan agitado como los siguientes días del parto.

— Bebé, iré a entregar las invitaciones. — Avisó el ojiverde antes de retirarse nuevamente, dejando a su pareja descansar.

Hajime subió a su automóvil con la caja en manos, mientras leía cada una de las invitaciones. Todas tenían el nombre del invitado correspondiente.

— Hinata, Kageyama, Kōshi, Daichi, Akaashi, Bokuto... — Continuó, hasta dar con la persona que menos deseaba ver. — Kuroo Tetsurō. — Habló entre dientes.

Comenzó a conducir hacia la casa de cada uno. El primero en recibir la invitación fue nada más ni nada menos que Hinata Shōyō y su esposo. Cuando el cartón estuvo entre sus manos, gritó tan fuerte que logró despertar a su hijo, quien se encontraba en la segunda planta de la casa.

— ¡Iwaizumi! ¡Vuelve aquí! — El azabache se había marchado.

Condujo a la casa de Kōshi, quien era el más cercano después de Hinata. Hizo lo mismo, con la diferencia de que la reacción del albino fue sorprendida, pero más relajada que el pelinaranja. Continuó, entregando invitaciones hasta observar la caja en el asiento del copiloto vacía.

Soltó un suspiro, y tomó ese momento como un respiro, un momento para relajarse y no entrar en pánico al pensar en que se casaría por el hombre que tanto amaba. Iwaizumi apretó el volante con fuerza y, tras unos minutos, volvió a casa.

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