Los hijos de la madre oscura

Anna llegó a Idris cuando la noche había caído, paso por la casa de Amatis para saludarla. La última vez que estuvo ahí tuvo un confrontamiento con ella y prácticamente le había roto todas las ventanas de su fachada. Ahora estaban reparadas después de tiempo. Anna le tocó la puerta por cortesía.

—¿Clary, eres tú? —preguntó Amatis antes de abrir la puerta.

La señora se veía más mayor, quizá un poco cansada pero llevándolo bien.

—Ah, eres tú —dijo con desdén.

—¿Que haría la niña Morgenstern en tu puerta si puedes tener a una Herondale?

—No quiero problemas esta vez... —advirtió Amatis.

¿Porque todos suponían que causaría un lío?

—No los causare, doy mi palabra —dijo ella solemne.

Amatis la invitó a pasar a su cocina la cuál era un desastre, había vidrios rotos, platos y vasos esparcidos en el suelo.

—¿Que pasó aquí? —preguntó Anna.

—Chicas adolescentes, se creen que pueden hacer un lío con sus emociones.

—¿Así qué la chica Morgenstern se está quedando contigo?

—Por un tiempo, la clave no confía en ella.

—La clave no confía en nadie que causa alboroto, ¿Clary estaba con Jace?

—¿El chico rubio que es su hermano?

—¿Su hermano, dices?

—Si, eso escuché —dijo Amatis.

Si encontraba a Clary, encontraría a Jace.

—¿Sabes dónde... —su pregunta no se escuchó completa, fue interrumpida por el golpeteo en la puerta.

Anna aclaró que ella abriría, al exponerse afuera se encontró con un Jonathan Morgenstern de cabello oscurecido.

«Justo el chico que buscaba»

—¿Que haces aquí? —le dijo Anna.

Jonathan sonrió —Vengo a buscar a Clary.

—Pues no está.

—No sabía que tenías amistad con la señora Graymark —dijo él.

—Te veré luego, Amatis—dijo Anna cerrandole la puerta. Hizo que Jonathan se alejara de la propiedad.

—Tú en Idris, no es nada bueno.

—Es casualidad que nos encontremos aquí —dijo Jonathan.

Sea lo que que estuviera planeando, lo veía en el brillo oscuro de sus ojos. Nadie más podía verlo pero ella sabía que era Jonathan y no Sebastian.

Lo acompañó hasta el Gard, era entre la zona alta donde estaban las casas de familias conocidas y antiguas entre cazadores de sombras, ahí también se encontraba el salón del consejo.

—¡Anna! —Isabelle la saludo con emoción.

El demonio de Jonathan, había logrado que los Penhallow lo admitieran en su casa, los Lightwood también se estaban quedando con ellos.

Alec le explicó que la Clave quería culparlos por lo que sucedió en el instituto de New York y lo del círculo.

—La asombrosa Anna Herondale —exclamó Aline.

Anna hizo una reverencia ante su título. Aline había ido con ella a la academía antes de que está cerrará, incluso había sido amiga de Lauren.

—¿Dónde estan sus padres? —preguntó Anna.

—En la reunion del concilio —dijo Isabelle—, demasiado importante como para no permitirnos estar ahí.

—La Clave no lo permitiría, son muy jovenes para saber —dijo Anna. Se sentó en el sillón frente a la chica Lightwood.

—¿Saber qué? —inquirio Alec.

—Lo que sucede de verdad en el mundo con los cazadores de sombras y que no todo se trata de Valentine Morgenstern.

Sebastián se recostó en un sofá frente Aline, tan indebidamente calmado cuando se hablaba de su padre.

—¿Dónde está Jace? —preguntó Anna.

—Deberia haber vuelto —dijo Isabelle.

—Dijo que se iba a dar un paseo. Regresará.
—dijo Alec.

—Pero él conoce Nueva York. No conoce Alicante…—dijo Isabelle.

—Probablemente lo conoce mejor que tú –Aline estaba sentada en el sofá leyendo un libro, —Él vivió aquí hasta los diez años. Ustedes, chicos, sólo la han visitado unas cuantas veces.

Pero Anna no recordaba haber visto antes a Jace, entre sus escapadas de la academía, jamás lo vió. Valentine se lo había escondido por alguna razón.

Vislumbro un latido de luz del colgante rojo de Isabelle.

—No creo que esté dando una vuelta, de todas maneras. Creo que es
bastante obvio dónde ha ido –respondió Isabelle a lo que dijo Aline.

Alec levantó la mirada —¿Crees que ha ido a ver a Clary?

—Creí que regresaría a Nueva
York —Aline cerró su libró— ¿Dónde se está quedando?

Isabelle se encogió de hombros —Pregúntale a él—señalo hacia Sebastian.

Tenía un libro en la mano, y se inclinaba leyéndolo. Alzó los ojos como si pudiera sentir la mirada de Isabelle sobre él.
 
—¿Estás hablando de mí? –preguntó él suavemente.

Anna alcanzó a ver qué sus ojos estaban más oscuros, sentía una oleada demoníaca queriendo salir de él. Pero nadie más podía notarlo.

—¿Ese es uno de los cómics de Max? —preguntó ella, más bruscamente de lo que quería.

—Si –Sebastian miraba hacia abajo—. Me gustan los dibujos.

Alec dijo —Sebastian, ¿Sabía Jace dónde habías ido?

—¿Te refieres a que he salido con Clary? —Sebastian parecía divertido— Se lo habría dicho a Jace si lo hubiese visto.

—No veo por qué le importaría –Aline puso el libro a un lado—¿Y qué si él quiere enseñarle a Clarissa algo de Idris antes de que se vaya?

—Él puede ser muy… protector —dijo Alec después de una ligera vacilación.

Anna se movió de asiento hasta alcanzar a Jonatan. Presentía que iba a hacer algo malo.

—Entonces, ¿qué es? –Sebastian se puso derecho— ¿Es simplemente que él me odia personalmente?

—Ese es mi libro –una pequeña voz interrumpió a Sebastian.

Max en la entrada de la sala, parecía haberse despertado.

—¿Qué, esto? —Sebastian le tendió su cómic —Aquí tienes, amigo.

Max cruzó la habitación y recuperó su libro —No me llames amigo.

Sebastian solto una risa y se puso de pie —Voy por algo de café —dijo él— ¿Alguien quiere algo?

Nadie pidió nada y Jonathan se adentró a la cocina, cerrando la puerta tras él.

Isabelle regaño a su hermanito por sus malos modales, y de que debería estar durmiendo.

—Hay ruido arriba en la colina. Me ha despertado—dijo Max —Isabelle…

—¿Qué?

—¿Alguna vez la gente ha subido a las torres demonio?

—¿Subir a las torres demonio? –Aline se rió–. Nunca nadie ha hecho eso. Es ilegal, y ¿por qué querrían
hacerlo?

Anna avanzó hasta la cocina —Tambien quiero café —se excusó.

Cruzó la puerta, cerrandola tras ella. La cocina de los Penhallow era muy pulcra, pero Jonathan no se encontraba ahí. El frío aire se filtraba por la ventana abierta, Anna se acercó hasta mirar por el marcó. Los pinos largos y oscurecidos por la noche se alzaban señalando las torres de demonio, ella ya estaba saltando por la ventana cuando comprendió que el niño había tenido razón, alguien estaba subiendo las torres.

La espada que se le había forjado en la ciudadela de las hermanas, no brillaba como una espada serafica, era más discreta y solo se encendían las marcas talladas en ella.

Anna corrió entre los árboles para llegar a la pared de las torres.

¿De que maldita forma, Jonatan podía estar escalando las torres?

Pero cuando tocó los muros de adamas, sintió vibrar el poder demoníaco, un latido cálido y potente de la fuerza oscura.

Anna guardo su espada para empezar a escalar el muro, Jonatan se perdio en la cima. Con su magia se adhirió al muro escalando, las botas se le resbalaban en el material pero cuando logro llegar a la cima sus manos se habían entumesido por el aguante de su peso.

Jonathan la estaba esperando, miraba espectante en una zona segura entre la torre hacia el lado fuera de Alacante.  Cuando Anna lo alcanzó entonces vio lo que había estado espectando, abajo entre la oscuridad de más árboles y las sombras de la noche; ahí se encontraban demonios de todos los tipos, incluyendo a aquellos que no podrían convocarse.

—¿Te gusta mi ejército? —le preguntó Jonathan con orgullo.

—¿Cómo...

—Yo soy el hijo de Lilith, heredero de Edom. Y ellos son mis súbditos —dijo determinadamente—. Puedes estar de mi lado o en mi contra, hermana, de cualquier forma ambos somos los hijos de la madre oscura. Y si te interpones, voy a enfrentarte.

Las torres de demonio no eran un lugar para apoyarse en la cima, Anna intentaba buscar un equilibrio antes de que las cosas se descontrolaran.

—Pero gracias por la sangre, hermana —dijo él, sus ojos se oscurecieron en verdadera maldad.

No alcanzó a prevenir el destello de una filosa sentencia, fue veloz y silenciosa, ella solo lo comprendió hasta que sintió la sangre caerle en los pechos.

Jonathan le había cortado la garganta.

Apenas tuvo tiempo para mantener presión en su herida cuando él la tomo del cabello y le inclino la cabeza, su sangre cayó y manchó la piedra de la torre. Ella sintió la fuerza de las runas tumbarse por completo, la energía del adamas se había desactivado.

—Tú y yo no somos nefilims, nacimos para reinar el infierno —decia Jonathan—. La cosa es que no te quiero a mi lado en el trono, ya pensé en alguien más para eso.

Anna sintió el poder oscuro en Jonathan, aquello que corrompia la sangre de ambos. Y eso la paralizó, se sintió impotente cuando él la empujó sin piedad al lado de Alacante.

Vió la sonrisa demoníaca de Jonathan mientras descendía de espaldas, aún sostenía presión en su garganta. Anna fue cegada por una visión de la noche y la lluvia, vio a Jace pelear con Jonathan, vio la copa mortal, la espada alma y el lago Lynn. Por último vió el fuego más celestial irradear ante la silueta de un ángel, era...

Raziel.


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