Capítulo cuarenta y dos

Capítulo cuarenta y dos: arder

El reloj marcó las ocho de la noche cuando Oikawa terminó de lavar los platos que habían ensuciado durante la cena. Hacía un par de horas atrás que Akaashi y Bokuto se habían marchado de su casa e Iwaizumi no dejó de expresar su contento con ellos, al parecer ambos le agradaban más de lo que imaginó.

Sacudió sus manos y se giró para caminar a las escaleras y subirlas en silencio hasta llegar a su habitación, allí se encontraba Iwaizumi mirando su celular mientras descansaba sobre su cama, pero al verle llegar no dudó en dejar el dispositivo de lado para prestarle su total atención.

— ¿Vienes, Tōru? — Preguntó Iwaizumi señalando el lado libre de su cama, el castaño sonrió asintiendo.

— Iré a cepillarme los dientes y cambiarme, vuelvo enseguida.

Sus pies le llevaron a su armario, de donde sacó un pijama cómodo para luego dirigirse al baño. Una vez allí, cambió su ropa dejando la ropa usada en un cesto.
Sus ojos se clavaron en el espejo, dónde se observó por unos segundos antes de comenzar a cepillarse los dientes con tranquilidad disfrutando del silencio que había en el sitio.

Un ligero aroma agradable llegó a su nariz, Oikawa sonrió por instinto preguntándose si quizá aquello era culpa de Iwaizumi quien se encontraba a pocos metros de él en su habitación.
Terminó de lavarse los dientes y lavó su rostro, sin embargo, aquello no generó la típica frescura con la que solía irse a dormir. Oikawa suspiró abanicándose con las manos por un momento, pero el calor no parecía querer irse. Sus ojos volvieron a fijarse en el espejo, notando sus mejillas enrojecidas y la casi imperceptible capa de sudor que le cubría.

"¿Habrá dejado de funcionar el aire acondicionado?" Se preguntó a sí mismo.

Continuó viéndose, hasta que en un momento su mente armó las piezas obvias del rompecabezas haciéndole mirar el calendario que colgaba al lado.
Faltaba una semana y poco más para que llegara su celo, pero por alguna razón se comenzaba a sentir mal de manera repentina.

Oikawa se acercó al calendario para asegurarse de estar viendo bien y que aquello no se tratara de una alucinación, pero pronto se encontró cayendo con dirección al suelo cuando sus piernas decidieron jugarle una broma y perder toda la fuerza que en ellas había.

— ¡Maldición! — Se quejó ruidosamente al sentir sus palmas y rodillas impactar contra el piso duro.

— ¿Tōru? ¿Estás bien?

La voz de Iwaizumi acercándose le hizo sentir nervioso, sus ojos fueron a la puerta que se encontraba abierta en su totalidad. Claro, confiaba lo suficiente en Iwaizumi como para no verse en la obligación de cerrar la puerta del baño al cambiarse su ropa, pero en ese preciso momento sentía que cometía un gran error. Se encontraba en un estado tan vergonzoso que no sabía qué pensaría Iwaizumi al verle.

— ¡No vengas! — Pidió Tōru, pero los pies de Iwaizumi se hicieron presentes en su campo de visión mucho antes de terminar de hablar.

El moreno no tardó en acercarse a él con una expresión preocupada al verle en el suelo y sus manos le tomaron de la cintura levantándole con facilidad del suelo. Oikawa sintió aquel toque como si fuera la primera vez que Iwaizumi le tocaba, cada nervio de él reaccionó haciéndole sentir débil y acalorado.

— Iwaizumi, yo...

— Toma la píldora. — Interrumpió el mayor, Oikawa le observó confundido. — Te sentirás mejor, anda, cariño.

Iwaizumi le sentó sobre el sanitario y se encaminó a sacar una tableta de pastillas del cajón bajo el lavamanos. Oikawa entendió que se refería a los supresores que consumía durante su celo.
El moreno se acercó de nuevo extendiendo las pastillas hacia él y sus ojos marrones las miraron por unos segundos.

Tōru no pudo evitar pensar que era la primera vez que pasaba su celo junto a un alfa y la primera vez que era alguien a quien amaba de aquella manera. Quizá estaba preocupándose de más al pensar en si Iwaizumi reaccionaría de manera negativa, al contrario, el moreno se estaba tomando aquello con más calma de la que esperaba, al menos por ahora.

Sintió su cuerpo entero tensarse por el calor que sentía, sus ojos seguían fijos sobre la tableta de pastillas y los pensamientos dentro de su cabeza no guardaban silencio. Se iba a volver loco.

Iwaizumi entonces se sorprendió cuando Oikawa apartó las pastillas de un manotazo lanzándolas lejos de ambos, iba a reprochar por aquello, pues le preocupaba que el estado de su pareja empeorara, pero se encontró a sí mismo siendo empujado hasta el lavamanos en dónde los labios de Oikawa tomaron los suyos con poca delicadeza. No tuvo tiempo suficiente para procesar aquello y sus manos buscaron tomar los hombros de Tōru queriendo alejarlo, pero cuando el fuerte aroma del castaño golpeó su nariz Iwaizumi se sintió acorralado, como si fuera a convertirse en una víctima más de su naturaleza salvaje.
Antes de entrar al baño se había dado cuenta del cambio que hubo en el ambiente, pero no se alarmó, era algo normal en Tōru y en todos los omegas, después de todo. Sin embargo, con cada segundo que pasaba Iwaizumi comenzaba a creer que el aroma de Oikawa no hacía más que volverse más y más fuerte.

— Tōru... No quiero hacer algo que te moleste... Deberíamos detenernos, cariño.

No recibió ninguna respuesta más que una ruda mordida en su labio que le hizo quejarse. Iwaizumi se apoyó en el lavamanos que había detrás de él, su cuerpo comenzaba a tensarse igual que el de Tōru, se comenzaba a sentir incapaz de controlarlo y no quería que eso sucediera.
Iwaizumi no había estado con muchos omegas en celo, sin embargo, con todos ellos se vio en la capacidad de darse la vuelta y negarse a irrespetar su espacio, pero ahora que estaba con Oikawa no podía enviar preguntarse qué pasaba con él, qué era lo que le impedía darse la vuelta y negarse a tocar el cuerpo de Oikawa sin su permiso o sin una conversación seria previa a aquello que estaba pasando.
No podía evitarlo, sus manos ardían por la necesidad de tomar a Tōru en ese baño, en ese momento donde sus mentes no pensaban con claridad.

Los ojos del moreno conectaron con los ojos marrones de Tōru que se encontraban húmedos, como si el menor fuese a llorar en cualquier momento. Aquello terminó con el poco autocontrol que Iwaizumi luchó por mantener.

El pelinegro tomó la cintura de Tōru y le acercó a su cuerpo antes de maldecir por lo bajo y levantar el cuerpo de Oikawa del suelo, llevándolo sobre su hombro hacia la cama que compartirían esa noche. Un leve traqueteo resonó cuando Oikawa fue lanzado sobre el colchón de la cama, sus ojos se fijaron en Iwaizumi quien le observaba con el entrecejo arrugado mientras sus manos iban a los bordes de su camisa para retirarla.

— Tōru... —Una vez su camisa desapareció Iwaizumi se inclinó hasta encontrarse sobre el cuerpo del menor, tomando su cadera con una mano. — Espero que no te arrepientas de esto más tarde.

Oikawa solo logró sonreír, sus manos fueron al cuello de Iwaizumi acercándole para unir sus labios en un beso hambriento que dejaba más que clara su respuesta. Las piernas de Tōru se acomodaron alrededor del cuerpo de Iwaizumi buscando acercarle más conforme los segundos pasaban y el calor que sus cuerpos emitían se volvía más insoportable.

Era como estar bajo el efecto de un afrodisíaco.

Iwaizumi se sentía asfixiado por el aroma que el cuerpo ajeno desprendía, y si bien para otros podría llegar a ser estúpidamente empalagoso, para el moreno era como probar la mejor droga del mundo. Sus mejillas se pintaban de rosa y su piel se erizaba cada vez que las manos de Oikawa se deslizaban a lo largo de su espalda arañando con suavidad, pero a su vez amenazando con aumentar la fuerza de su agarre hasta penetrar su carne. Aquello lo hacía sentir tan culpable, pero Iwaizumi no podía hacer nada contra la fuerte presencia que Oikawa tenía, tampoco lo intentaría, porque para su mala suerte estaba perdidamente enamorado del castaño y cada mínima parte de él.

Claro que Oikawa no se quedó de lado, estar con Iwaizumi formaba una nueva experiencia para él, incluso era capaz de sentir a su cuerpo reaccionar de manera diferente cada vez que el mayor empujaba contra él como si buscara calentarle más con la tentadora idea de tenerle así, pero sin ningún tipo de prenda estorbando entre sus pieles. Ninguna de sus experiencias con betas u omegas se podía comparar con lo que vivía en ese momento, se sentía en la necesidad de entregarse por completo, de aferrarse al cuerpo ajeno y no soltarle hasta estar satisfecho.

Era como una bestia insaciable.

— Vamos, Iwa-chan... — Oikawa sonrió antes de acercarse al oído de Iwaizumi y susurrar un par de palabras que detuvieron todos los movimientos del moreno debido a la sorpresa.

Oikawa parecía no entender las consecuencias que traía enredarse con un alfa que estaba igual de desesperado que él y buscaba contenerse. Era exactamente igual a jugar con fuego, pero con sus manos bañadas en gasolina.

En definitiva, el castaño ardería.

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