REVELAR

CAPÍTULO CUARENTA Y TRES

Revelar, 

— ¿Qué sucedió?

Kyomi se giró, notando a Sanzu entrar a la habitación mientras aún fumaba aquel cigarrillo entre sus dedos.

— No ha pasado nada. — Watanabe sonrió comenzando a deshacerse de sus prendas de vestir para reemplazarlas por un pijama.

— Por supuesto que sucedió algo. — Haruchiyo se acercó a la mujer, soltando el aire retenido en sus pulmones. — Tus expresiones no son las mismas, regresaste en taxi y me pediste dinero prestado ¿Crees que eso es normal?

— Bueno... Quizá olvidé mi bolso en la suite de Rindo.

— Ya basta con tus mentiras baratas. — El peli-rosa dejó caer el cigarro al suelo, pisándolo para apagarlo. — Siéntate.

— ¿Qué?

— Que te sientes en la cama. — Kyomi obedeció, mirando al hombre esperando su siguiente acción. — Dime la verdad, Kyomi, no quiero más mentiras.

Haruchiyo se inclinó hacia el frente, quedando sus rostros realmente cerca. La castaña bajó la mirada, frunciendo su ceño antes de soltar un largo suspiro.

— Te odio tanto. — Susurró rendida la menor. — No fue nada grave, Rindo me llevó a su hotel y terminamos en la suite, lo que pasó después no es muy importante, solo tuvimos sexo y después le escuché decir un nombre de una mujer.

— ¿Qué nombre? — Watanabe le miró a los ojos.

— Tetsumi.

Kyomi se sintió aún más confundida al escuchar al hombre frente a ella reír a carcajadas, mirándole segundos después.

— Rindo es un jodido imbécil. — Susurró el mayor, tomando con tres de sus dedos el mentón de la mujer, obligándole a verle. — Tetsumi es su ex pareja.

— Lo sé, me lo dijo él mismo. — La castaña hizo una mueca. — Aunque fue algo cortante con respecto a eso.

— Estaba muy enamorado de esa mujer. — Agregó Sanzu. — Jamás vi a Rindo tan enamorado, haría todo por ella... Pero sucedió algo y la chica murió, una lástima.

— Ya veo. — Haruchiyo elevó una ceja.

— ¿Es todo lo que dirás? — La castaña simplemente se encogió de hombros.

— ¿Qué se supone que debo decir? — Kyomi negó. — Si no ha superado a su ex novia no debería de buscar a alguien más y debería de centrarse en sanar su herida.

— Por favor, hablamos de Rindo. — Sanzu sonrió. — Pero dejemos el tema de lado... ¿No quieres bajar con nosotros?

— Ahora mismo no me apetece. — Watanabe estiró su brazo, tomando la nuca del hombre para acercarse a ella y unir sus labios en un lento y duradero beso.

Sanzu deslizó sus manos por la cintura de la mujer, apegándole a su cuerpo más.

— ¿Prefieres que me quede contigo y te haga gemir mi nombre hasta que esos imbéciles te escuchen?

— No. — La menor sonrió. — Prefiero dormir, estoy cansada, dejemos eso para otro día.

— Bien. — Sanzu dejó un último y corto beso en los labios de la mujer. — Debo de irme un momento, tengo un trabajo que terminar.

— Ve con cuidado.

— Volveré en una pieza.

La castaña observó al hombre retirarse de la habitación, dejándola sola. Kyomi soltó un largo suspiro antes de acomodarse en la cama y cubrirse con las sábanas, cerrando sus ojos.

[...]

El sonido de la puerta abriéndose fue lo que despertó a la mujer, quien abrió sus ojos, observando al mayor de los dos hermanos entrar como si fuese el dueño de aquella enorme propiedad.
Un brazo rodeaba su cintura, no debía siquiera girarse para saber quién estaba a su lado durmiendo.

— Buenos días, dulzura. — Ran sonrió, ladeando su cabeza para observar a Haruchiyo, quien descansaba plácidamente al lado de la mujer. — Parece que alguien está muy cansado para no darse cuenta de que un hombre entró a su casa fácilmente.

— Déjalo descansar. — Kyomi se giró, cerrando sus ojos mientras abrazaba al hombre de rosados cabellos, sintiendo a este removerse, hundiendo su rostro en su pecho.

— Incluso dormido no pierde el tiempo. — Ran se sentó al lado de la menor, mirándola. — ¿Qué te parece si vamos a dar una vuelta?

— ¿No es muy temprano? ¿Qué hora es?

— Son las ocho. — El mayor se acercó más a la mujer, inclinándose dispuesto a besar a la castaña quien alejó su rostro.

— Déjame lavarme los dientes antes. — Ran elevó una ceja. — No me mires así.

— Bien. — El hombre de hebras violeta se alejó.

Kyomi intentó levantarse, pero una mano tomando su muñeca lo impidió. Giró su rostro confundida, encontrándose con la mano de Haruchiyo que le impedía ir al baño.

— ¿Haruchiyo? — El hombre no abrió sus ojos, tampoco respondió.

— Deja de hacerte el imbécil.

— Vuelve a decir una palabra más y te volaré los sesos, pedazo de mierda. — Los ojos azules de Sanzu se dejaron ver, Kyomi sonrió. — Quédate aquí.

— Debo lavarme los dientes.

— ¿Para besar a este bastardo? No, gracias. Vuelve a dormir conmigo. — Watanabe miró a Ran quien sonrió con malicia.

— Entonces te besaré así. — Sanzu se sentó en la cama, empujando al mayor con una de sus piernas, haciéndole caer al suelo. — ¡Oye!

— Estás en mi casa sin mi permiso e intentas besar a mi mujer frente a mí ¿Te crees tan valiente, Haitani? — Ran rio por lo bajo. — Lárgate de aquí y déjame dormir.

— Ya basta, ustedes dos. — Watanabe volvió a acostarse, siendo ella esta vez quien hundía su rostro en el pecho de Haruchiyo. — Seguiré durmiendo hasta tarde.

Sanzu miró a Ran con una sonrisa victoriosa mientras tomaba una de las piernas de la menor y la posaba sobre su cadera, acercándole más a su cuerpo. Ran solamente rodó sus ojos, levantándose y caminando a la salida.

— Nena, tú y yo saldremos esta noche, te tengo una sorpresa.

— Bien. — Respondió Kyomi medio dormida, aferrándose al cuerpo del peli-rosa.

Sanzu observó a la mujer en silencio hasta notar a esta quedarse dormida. Sus azules orbes se mantenían sobre la menor, recordando su pasado juntos antes de que la castaña se marchara al extranjero por tantos años.

Una tortura, así describiría el hombre todos esos años sin saber de la mujer, más de una década y jamás pudo sacarla de su cabeza, ni siquiera cuando se metió con otras mujeres, ni siquiera cuando pensó haber encontrado un nuevo interés amoroso. Kyomi estuvo en su pensamiento en todo momento.
Haruchiyo podía ser el perro fiel de Mikey, hacer lo que fuera por el hombre de blancos cabellos, pero Watanabe también podía lograr que ese hombre de orbes azules se arrodillara frente a ella a rogar si era necesario.

Ese era el nivel de obsesión, amor y deseo que el mayor sentía hacia la castaña a su lado.

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