006➽❛𝑵𝒐𝒓𝒎𝒂𝒍𝒊𝒕𝒚 𝒊𝒔 𝒃𝒐𝒓𝒊𝒏𝒈❜

❛❛La normalidad es aburrida❜❜

AVALON

━━━DURANTE UNA SEMANA ENTERA, ARIES BUSCÓ INFORMACIÓN DE LAS BÓVEDAS EN LA BIBLIOTECA SIN RESULTADOS. 

Pasaba horas enteras por la noche leyendo, y por las mañanas estaba pensativa e inusualmente callada. 

La falta de sueño comenzaba a pasarle factura y finalmente no aguantó más. Se quedó dormida sobre los waffles. Rowan y yo intercambiamos miradas preocupadas.

Ella era el tipo de persona que necesitaba sus ocho horas de sueño o no era una persona funcional. Y llevaba una semana sin dormir.

Solté un suspiro, la desperté y le quité el cabello del medio.

—Deberías ir a la enfermería.

—¿Para qué?

—Dile que has estado teniendo insomnio —dijo Rowan—. No puedes ir a clases así, necesitas descansar.

—No estoy mal.

—Te acabas de quedar dormida sobre el desayuno.

—Estoy bien.

—Aries.

Nos sostuvimos la mirada, pero al final, ella estaba demasiado cansada para ser terca.

—No dejo de pensar en esa puerta —dijo soltando un suspiro resignado—. Detrás de ella, están las respuestas sobre lo que le pasó a mi hermano. Necesito saber qué ocurrió. 

Nos dirigíamos a la clase de vuelo, y seguía insistiendo en que estaba bien, a pesar de que apenas podía mantener los ojos abiertos. Rowan seguía murmurando algo sobre el examen de Encantamientos y yo solo asentía, perdida en mis pensamientos. 

De repente, vi cómo Aries, medio dormida, se estrelló contra una columna, pero antes de que cayera al suelo, una mano la atrapó por el brazo y la sostuvo con firmeza. 

Charlie Weasley parecía tener un radar para detectar cuando ella estaba en problemas.

—Ese fue un duro golpe, ¿eh? —dijo, con una sonrisa preocupada.

Aries parpadeó, tratando de enfocarse. Intentó recomponerse, pero su rostro pálido y los ojos, medio cerrados. Charlie la sostuvo con firmeza, pero con una suavidad que no esperaba.

—¿Charlie? 

—Sí, soy yo. ¿Estás bien? —preguntó Charlie con preocupación, ayudándola a mantenerse erguida.

—Estoy bien, de verdad, solo un poco mareada —respondió, tratando de sonar convincente. Pero su tono débil y su postura tambaleante decían lo contrario.

Charlie y yo intercambiamos una mirada, ambos sabíamos que era mentira.  Me adelanté y me planté frente a ella, con los brazos cruzados.

—¿Quieres dejar de ser una cabezota? Ve a la maldita enfermería, no puedes tomar la clase de vuelo así, te vas a quedar dormida en el aire y ahí sí vas a ir a ver a Madame Pomfrey, pero con un brazo roto.

—Pero.... —comenzó a protestar, pero la interrumpí.

—Te acabas de dar contra una pared. Podrías tener una contusión.

—No seas exagerada.

—Charlie, te puede acompañar, ¿verdad, Charlie? —dije, mirándolo, esperando su apoyo.

—Claro, puedo llevarte —dijo de inmediato, su tono era suave pero firme—. Vamos, Aries. No te hará ningún bien seguir agotada.

Ella nos miró a ambos, dándose cuenta de que no tenía escapatoria. Finalmente, asintió, resignada.

—Está bien. —Su voz era apenas un susurro.

Charlie pasó su brazo por encima de su hombro y la mano en la cintura para más firmeza. Aries podía decir que no era nada, pero así medio dormida y lela por el golpe, igual se sonrojó de tenerlo cerca.

Los observé alejarse, con una mezcla de alivio y emoción. Rowan se acercó, viendo la escena desde la distancia.

—Hacen tan linda pareja —dijo soltando un suspiro.

—Me declaro presidenta del shipp —afirmé dando saltos.

—Las prioridades ante todo, ¿no? 

Miré a Penny acercándose a nosotras con una sonrisa. 

—¿Qué haces aquí, Penny?

—Nos cambiaron el horario con los de Slytherin por hoy, así que compartirán la clase con Hufflepuff. 

—Genial, un problema menos —dije pensando en no tener que soportar a Mérula tan temprano.

Charlie no regresó a la clase, lo cual fue sorprendente porque hasta donde se sabía, era una de sus clases favoritas.

Lo vi de nuevo en Encantamientos, entró, pasándose la mano por el cabello.

—No volviste a Vuelo —comenté curiosa.

—Madame Pomfrey dijo que no debía dormirse todavía por el golpe, así que me quedé a hacerle compañía para que estuviera despierta —se justificó—. Le ha dado una poción de sueño en cuanto se aseguró que no hubiera contusión y se quedó dormida.

Observé a Charlie mientras se acomodaba el cabello, un rubor tenue adornó sus mejillas. No pude evitar sonreír. Me acerqué un poco más, no queriendo perderme ningún detalle de su nerviosismo.

—Qué considerado de tu parte —respondí, poniendo un tono de voz que implicaba algo más.

—Somos amigos —dijo rápidamente.

Elevé las cejas.

—¿Desde cuándo? —pregunté—. Que yo sepa, apenas y te he visto hablarle unas cuatro veces desde que iniciaron las clases.

—Han sido conversaciones profundas.

—Ahhh, entiendo —dije, asintiendo—. Conversaciones...íntimas.

El sonrojo se intensificó, que sumado al cabello rojo, parecía un tómate.

Me reí a carcajadas. Era tan fácil molestarlo. Me lanzó una mirada de frustración.

—No es lo que piensas —dijo, su voz un poco más firme ahora, aunque sus mejillas seguían rojas.

—Como digas, Red —respondí, dándole palmaditas en el brazo. 

Me giré para buscar mi asiento. Sentí sus pasos detrás mío, me senté al lado de Rowan, quien enarcó una  ceja, al verlo pararse delante nuestro.

—No es...

Pero antes de que pudiera responder, el profesor Flitwick apareció en la puerta, indicándonos que era hora de empezar la clase. Charlie se sentó lo más lejos posible de nosotras, y no pude evitar lanzar una última mirada hacia él. Su expresión se había vuelto más serena, pero evitaba mirarme.

Me incliné cerca de Rowan.

—Seré la madrina de esa boda o dejo de llamarme Avalon Isolde Willows. 

Ella rió por lo bajo.

—Entonces yo quiero ser la madrina del primer bebé.

Hice un gesto con la mano, desdeñoso.

—Probablemente sea mejor, a mí se me caería de cabeza.

Cuando la clase terminó, nos dirigimos hacia la enfermería. 

—Por suerte, eres impresionante, Rowan —dije viendo sus apuntes.

—Generalmente soy más descuidada —respondió pasándome los de la semana pasada—, pero Aries no pudo venir hoy, así que decidí ser más cuidadosa para que pueda copiarlos.

Doblamos en una esquina, y Mérula apareció en nuestro campo de visión, y antes de que pudiera reaccionar, chocó deliberadamente el hombro de Rowan con fuerza suficiente para hacerla tambalearse y soltar sus apuntes.

—¡Oye! —exclamé, furiosa.

Rowan se inclinó rápidamente para recoger sus papeles, pero Mérula ya estaba lanzando una risa burlona.

—No es mi culpa si no ves, Khana.

¡Agh! Esa chica me ponía la sangre a hervir. 

—¿Acaso no tienes otra cosa que hacer que molestar a los demás? Creía que habías aprendido la lección después de la paliza que te dio Aries.

Mérula soltó un bufido, pero en el momento en que escuchó el nombre de Aries parecía que hubiera tratado ácido.

—¡Eso fue un tropiezo! —gritó furiosa—. Puedo patearle el trasero a esa sanguijuela. 

—¡¿Cómo la llamaste?! —gruñí levantándome los puños de la ropa—. ¡Dilo otra vez, serpiente!

Mérula se inclinó hacia mí, con los ojos entrecerrados.

—Sanguijuela.

Avancé con toda la intención de golpearle la cara, pero Rowan me sujetó del brazo.

—¡No! Snape.

Miré por encima de mi hombro. Ahí estaba el profesor, mirándonos con una ceja arqueada. 

—¿Qué pasa, Willows? —cuestionó con una sonrisa socarrona—. No eres tan valiente para actuar frente a un profesor.

Volví la mirada hacia Mérula. 

—No soy una cobarde como para provocar a alguien que no puede defenderse —siseé—. No soy tan poca cosa.

Se marcharon rápidamente, dejándola despotricar furiosa en medio del pasillo.

ARIES

Solté un suspiro. Estaba aburridisima. Hacía unos veinte minutos que me había despertado después de haber pasado gran parte de la mañana dormida.

—¿Cuándo podré irme?

La señora Pomfrey rodó los ojos, sin dejar de revisar la planilla que tenía en las manos.

—Es la quinta vez en veinte minutos que me preguntas lo mismo.

—Porque no me responde.

—Entonces, solo duerme y ya.

Miré el techo, y solté un gemido bajo.

—¡Pero ya no tengo sueño!

—Te daré otra poción del sueño, entonces.

Me senté en la cama, mirándola indignada.

—¡¿Por qué?!

—Quizá así aprendas a cuidar mejor tu sueño. Una semana sin dormir, que irresponsabilidad —masculló entre dientes.

Suspiré y miré alrededor de la enfermería. No había mucho que hacer más que contar las baldosas del techo. Justo cuando estaba a punto de levantarme de la cama por enésima vez, la puerta se abrió y vi a Avalon y Rowan entrar, discutiendo en voz baja.

—¡Esa serpiente despreciable! ¡Quiero arrancarle ese sonrisita de la cara! —gruñía Avalon, con los puños cerrados y el rostro enrojecido de furia.

Rowan puso una mano en su hombro, intentando calmarla.

—No vale la pena. Solo quiere provocarte. No dejes que te afecte tanto —dijo Rowan con su tono tranquilo de siempre, pero se notaba que también estaba algo molesta.

—¡Es que no lo soporto! Siempre tiene que arruinarlo todo —respondió, sin calmarse nada.

La señora Pomfrey se acercó rápidamente a ellas con molestia.

—Señoritas, esto es la enfermería, ni un pabellón de chismes, van a perturbar a mis pacientes —dijo parándose con las manos en las caderas. Ambas miraron alrededor. Yo era la única paciente—. Sino bajan el volumen, se retiran.

—Sí, señora Pomfrey.

Caminaron hacia mí con sonrisas inocentes, y se sentaron en la cama de al lado.

—Adivino —dije cruzándome de brazos—. Mérula.

—Mérula —espetaron al mismo tiempo.

—Chocó a propósito con Rowan y le tiró todos sus apuntes al suelo. Luego empezó a llamarte... —Avalon hizo una pausa, mordiéndose el labio para no repetir el insulto—. Bueno, le dije unas cuantas cosas, y ella respondió con más provocaciones. Estaba a punto de golpearla cuando Snape apareció.

Solté un suspiro cansado.

—No importa lo que hagamos, no va a dejar de fastidiar nunca.

—Yo podría...

—No vas a cometer asesinato. No quiero tener que irte a visitar a Azkaban.

Avalon se cruzó de brazos y soltó un suspiro profundo. Rowan la miró con una mezcla de simpatía y desaprobación, antes de girarse hacia mí.

—¿Cómo te sientes? —preguntó, su tono suave contrastando con la tensión en el aire.

Suspiré, cruzando los brazos sobre mi pecho mientras miraba al techo de la enfermería. La habitación estaba impregnada con el olor medicinal y la luz era tenue, probablemente para ayudar a los pacientes a descansar.

—Estoy aburrida —respondí honestamente—. Y un poco mareada todavía, pero mejor que antes. Madame Pomfrey no planea dejarme ir pronto.

—Charlie parecía muy preocupado —comentó Avalon con tono inocente.

Sentí un leve rubor en mis mejillas al recordar la forma en la que me había sostenido antes.

—Sí, bueno, él siempre ha sido muy atento con todos —dije, intentando sonar indiferente.

—Ajá, seguro —respondió Avalon con una sonrisa burlona—. Solo es así de atento con los animales.

—Lo importante es que te recuperes —intervino Rowan.

—Y mientras tanto, podemos seguir investigando lo de las bóvedas.

Rowan negó con la cabeza hacia Avalon, antes de que yo pudiera responder.

—No, no, no —dijo tomando su bolso y comenzando a sacar un montón de papeles—. Pronto comenzarán los exámenes, la búsqueda de las bóvedas tendrá que esperar. Por cierto, tomé notas más detalladas de las clases de hoy para tí, Aries.

Sonreí, apoyando mi mano sobre la suya.

—Gracias, Rowan —murmuré—. Lo aprecio mucho y tienes razón, por ahora nos concentraremos en los exámenes, ya veremos después lo demás.

—Awww yo quería una excusa para no estudiar.

—Sí, ya lo sabemos —dijimos Rowan y yo al mismo tiempo.

Pronto regresé a mi rutina diaria, mientras los días pasaban lentamente y nos preparábamos para los exámenes que llegarían.

Había empezado a pasar más tiempo en la reserva, conociendo más a Hermes y ahora estaba mega hiper encariñada con él. Iba a tener que encontrar la manera de llevarlo a casa a escondidas...y mantenerlo a escondidas de mi madre.

—Vamos, chicas, al menos inténtelo —decía Rowan en voz baja. Tenía un libro en la mano y estaba levemente apoyada sobre la mesa de la biblioteca.

Avalon y yo estábamos una al lado de la otra y sentadas frente a ella. Avalon intentaba dormir y yo estaba dibujando a Hermes en mi cuaderno.

—Por favor, Rowan, llevamos 3 horas estudiando pociones. Ya no más —me quejé.

—Pero aún no te aprendes todo los usos de la sangre de salamandra. Y Avalon —señaló a la chica y ambas la miramos—. Avalon ni siquiera abrió el libro.

Me mordí el labio, y le di una sonrisa apenada. Rowan rodó los ojos y bajó la vista hacia su libro, pero no insistió más. Sabía que necesitaba concentrarme en estudiar, pero mi mente parecía un poco atrofiada. Era como si aun estuviera bajó las mantas de mi cama, calentita, cómoda y tranquila, pero en su lugar estaba aquí: cansada, con dolor de ojos y hambre.

Levanté la vista y a lo lejos vi a Charlie, estaba sentado con un chico idéntico a él, pero más alto. Estaban estudiando. Apoyé los brazos en la mesa y la cabeza en ellos, mirándolos. Charlie era agradable, habíamos estado trabajando mucho juntos en la Reserva y me divertía su sentido del humor, aunque pareciera que todo lo demás desapareciera de su campo de concentración cuando alguien mencionaba un dragón.

—Aries, ¿me estás escuchando? —Rowan preguntó, interrumpiendo mis pensamientos.

—Sí, sí, claro. Sangre de salamandra... um, algo sobre resistencia al fuego, ¿no? —respondí, tratando de sonar convincente.

Rowan suspiró, evidentemente frustrada. Avalon soltó un ronquido leve, y ambas nos giramos hacia ella, sorprendidas. Rowan frunció el ceño, pero yo no pude evitar reírme en voz baja.

—Bien, ya es suficiente —dije cerrando mi cuaderno de dibujo—. Necesitamos un descanso. Avalon ni siquiera está consciente de lo que está pasando ahora mismo.

Rowan suspiró de nuevo, pero asintió con la cabeza. Me acerqué a Avalon y la sacudí suavemente del hombro.

—Hey, despierta. Vamos, pronto será la hora de cenar.

Avalon parpadeó varias veces antes de levantar la cabeza y mirarnos con ojos soñolientos.

—¿Qué? ¿Qué hora es? —preguntó, confusa.

—La hora de un descanso  —respondí, sonriendo—. Ven, vamos a caminar un poco. No nos hará bien seguir así.

Rowan cerró su libro con un suspiro de resignación y se levantó también. Juntas, salimos de la biblioteca y comenzamos a caminar por los pasillos del castillo. Sentí el aire fresco en mi rostro y me relajé un poco. A veces, solo necesitábamos un pequeño cambio de escenario para sentirnos mejor.

Avalon se despabiló rápidamente, y pronto estaba hablando con Rowan sobre la posibilidad estadística de que las dejaran fundar un club de lectura. Rodé los ojos, no se puede mantener despierta con un libro de pociones o uno de encantamientos, pero una novela romántica la mantiene despierta hasta dos días seguidos.

Mejor que los días pasarán rápido.

Cuando menos lo esperé, ya llevábamos dos meses de curso.

Tal vez fue porque Rowan nos tenía cada noche hasta altas horas releyendo los apuntes, pero si se me pasó demasiado rápido y al final había sacado buenas notas, excepto por Pociones. Esa materia sería mi sufrimiento en los siete años de Hogwarts. Estaba segurísima.

Y es que ahora que habíamos aprobado los principios básicos, las clases se iban a poner más difíciles.

La noche de Halloween entré al gran comedor, impresionada por la decoración magnífica que había. Una suave niebla se deslizaba por el suelo, apenas rozando nuestros pies, como si el Gran Comedor estuviera suspendido entre el mundo de los vivos y el de los espíritus. Por todas partes, grandes calabazas flotaban en el aire, iluminadas desde adentro con velas parpadeantes. Tenían caras talladas, algunas graciosas, otras aterradoras, y una que me miraba directamente me hizo estremecerme un poco.

Por el techo volaban cuervos y murciélagos, soltando graznidos y chillidos suaves que parecían mezclarse con la música de cámara que sonaba de algún lugar.

Las mesas estaban adornadas con manteles de terciopelo negro, platos de brillante plata y copas de cristal rojo. Telarañas plateadas cubrían las esquinas del comedor, y en ellas se veían pequeñas arañas hechas de azúcar que de vez en cuando se movían, como si estuvieran vivas.

Una ráfaga de aire frío me hizo temblar cuando los fantasmas comenzaron a aparecer a través de las paredes, deslizándose entre las mesas. El Barón Sanguinario lucía más macabro que de costumbre, y Sir Nicholas pasó flotando a mi lado, saludando cortésmente antes de asentarse cerca del final de la mesa.

Me encantaba el ambiente de Halloween en Hogwarts. Todo parecía más misterioso, más mágico de lo que ya era.

—¡Aries! —Me giré ante el grito, justo para ver a Penny corriendo hacia mí con una enorme sonrisa—. ¡Feliz Halloween, Aries!

Me reí, divertida con su entusiasmo. Parecía al borde de ponerse a saltar.

—Igualmente, Penny. ¿Quedó bonito, no?

Ella asintió.

—Todo el curso, lo único que esperaba más que nada, era el banquete de Halloween. ¡Y no me decepciona! —exclamó, sus ojos brillando con emoción mientras miraba a su alrededor—. ¡Mira esos detalles! ¡Hasta las arañas de azúcar parecen reales!

—Sí que parecen reales... —murmuré, sacudiendo la cabeza para apartar la sensación extraña.

Penny soltó una risa.

—¡Por eso quería ver Halloween en Hogwarts! —dijo, emocionada—. Todo es tan... encantadoramente espeluznante. ¿A tí que te hace ilusión?

—Mmm, quiero ver el espectáculo... Escuché que los fantasmas volarán en formación.

—Yo escuché que Snape cantará Un caldero lleno de amor.

—Ahora no podré quitarme esa imagen mental.

Penny se rió, de acuerdo conmigo.

—Quiero comer caramelos —agregué mirando las mesas—. Paletas gigantes, pastel de zanahoria, copas de goma de mascar, todo eso...

—Será mejor que vayas antes de que Avalon se los termine. La vi llenándose los bolsillos de sapos de menta.

Nos dirigimos cada una a su mesa, donde algunos de nuestros compañeros ya estaban sentados, esperando a que comenzara el banquete. El ambiente era cálido, a pesar de la decoración tétrica.

Mientras me sentaba, vi a Avalon masticar una manzana de caramelo al tiempo que agarraba ranas de chocolate y caramelos de menta, y a Rowan, como siempre, con un libro abierto en las manos, revisando algo incluso en medio de la celebración. Ésta ya era una rutina diaria.

—¿No puedes dejar de estudiar ni en Halloween? —le pregunté en tono burlón, sentándome a su lado.

Rowan levantó la vista, sonriendo apenas.

—Prefiero adelantarme —respondió, cerrando el libro por fin—. Además, Pociones me tiene preocupada. No puedo permitirme fallar.

—¿Qué te preocupa, si sacaste la mejor nota de nuestra casa? —preguntó Avalon con la boca llena.

Sonreí y le di un mordisco a una galleta en forma de calabaza que estaba cerca.

—Eso no significa que no pueda mejorar —respondió Rowan con tranquilidad, cruzando los brazos mientras miraba el libro que acababa de cerrar. Sus ojos destellaban con ese brillo calculador que a veces me inquietaba—. Snape nos va a exigir más en los próximos meses. Lo sé.

—No creo que se ponga peor de lo que ya es —dije, aunque sabía que estaba sonando ingenua. La reputación de Snape precedía cualquier pregunta que intentara hacerme sentir mejor.

Rowan levantó una ceja, claramente no compartiendo mi optimismo.

—Tampoco hay que mentir por convivir, Aries. Es obvio que va a empeorar —murmuró Avalon, aún mascando su manzana de caramelo—. Ese hombre es pura... ¿cómo decirlo? Oscuridad hecha persona.

No pude evitar reírme.

—Como sea, la cuestión es que por una noche que no estudies, no pasará nada —añadí dando golpecitos en su libro—. ¡Es Halloween! Por favor, Rowan, ¿podemos disfrutarlo sin tener al verdadero cuento de terror entre nosotras?

Rowan suspiró, pero sonrió ligeramente.

—Está bien, te lo concedo. Hoy no estudiaré más. —Guardó su libro bajo la capa—. Pero mañana a primera hora, quiero que repasemos esas fórmulas.

—Sí, claro —dije sin demasiado entusiasmo—. Mañana.

El resto de la cena fue bastante tranquila, y me llené de puré de patatas y pasteles de calabaza, escuchando a todos divertirse.

Me apoyé sobre los brazos, con la barriga llena de comida y la mente dispersa. A mi alrededor, las voces y las risas se mezclaban con el suave tintineo de los cubiertos y los platos. Los fantasmas seguían flotando por el salón, deslizándose entre las mesas, y mi mirada los siguió hasta que llegaron a un rincón donde Peeves estaba haciendo malabares con unos pastelitos encantados. Avalon seguía atragantándose con su arsenal de dulces, como si estuviera en una competencia de resistencia. Rowan la observaba con expresión crítica, como si pudiera calcular el momento exacto en que Avalon se empacharía.

En eso, Penny se puso de pie y se acercó a nuestra mesa, dejándose caer al lado de Avalon.

—¿Cómo lo están pasando? —preguntó sonriente.

—Parece que todos se divierten —dije mirando a las otras mesas—, excepto los que siempre parecen miserables.

—Casi termina el banquete —murmuró inconforme—. ¿Cuándo comenzará el espectáculo?

—Dumbledore es quien suele dar comienzo al espectáculo, pero no está aquí —dijo Rowan.

—Quizá deberíamos ir a buscarlo —comenté.

—¿Quieres que te acompañemos? —preguntó Penny.

—Sí, podríamos separarnos para cubrir más terreno y encontrarlo rápido.

Las cuatro nos pusimos de pie y salimos del Gran Comedor. Rowan y Avalon subieron a la Torre del Director mientras Penny y yo bajamos a los terrenos del colegio.

Bajamos los escalones de piedra que llevaban a los jardines de Hogwarts, con el eco de nuestros pasos resonando en las paredes. El aire afuera estaba bastante fresco a medida que el invierno se acercaba. Estaba oscurísimo, y la niebla de la noche se comenzaba a espesar por poco a poco. Penny caminaba a mi lado, abrazándose a sí mismo por el frío.

—¿Crees que lo encontraremos aquí? —preguntó, mirando alrededor, como si Dumbledore pudiera aparecer en cualquier momento de entre la niebla.

Me encogí de hombros. El director era impredecible, pero su presencia solía ser inconfundible, y aún no sentía esa energía inusual que siempre lo rodeaba.

—No estoy segura —admití—, pero si no está aquí, podríamos intentar en el invernadero. A veces lo he visto caminando por ahí.

Penny asintió, y seguimos caminando en silencio por los jardines, nuestras capas ondeando tras nosotras al ritmo de la suave brisa. La luna apenas se filtraba entre las nubes, dándole un brillo plateado a todo lo que tocaba.

Nos detuvimos cerca de la orilla del lago, donde la superficie se veía tranquila y casi fantasmal bajo la luz tenue. El silencio de la noche se rompió de repente con un grito de auxilio.

Penny y yo nos quedamos congeladas en el acto. Ese grito había venido desde el campo de entrenamiento, no muy lejos de donde estábamos. Sentí un escalofrío recorrerme la espalda mientras la piel se me erizaba. Penny se agarró de mi brazo, y pude notar cómo sus manos temblaban.

—¿Qué fue eso? —preguntó en un susurro, como si alzar la voz pudiera atraer algo indeseable.

—No lo sé... —respondí, intentando que mi propia voz no temblara, aunque no estaba segura de haberlo logrado.

Miré hacia el campo, apenas visible entre la niebla que parecía volverse más espesa. El grito había sido tan fuerte, tan lleno de desesperación, que por un momento me pregunté si alguna criatura había escapado de los límites del Bosque Prohibido. Las historias que circulaban sobre lo que habitaba allí eran suficientes para inquietar incluso al más valiente.

—¿Vamos a ver qué pasa? —dijo Penny, aunque su voz no sonaba muy convencida.

La idea de acercarnos al campo, tan oscuro y desolado, no me atraía en absoluto, pero no podía ignorar ese pedido de ayuda.

—No podemos ignorarlo —dije, intentando sonar más decidida de lo que me sentía—. Podría ser alguien herido.

Penny asintió, aunque pude ver el miedo en sus ojos. Ambas echamos a correr hacia el campo de entrenamiento. El frío calaba profundo, y el suelo bajo nuestros pies estaba húmedo y resbaladizo. Mi mano alcanzó instintivamente mi varita, preparándome para lo que sea que pudiéramos encontrar.

Al ingresar al campo, nos detuvimos abruptamente al ver a una chica tirada en el suelo. Estaba inconsciente, no parecía herida, pero estaba muy oscuro para confirmarlo.

Aunque sin duda lo peor eran las tres figuras cerca de ella. Dos hombres lobo y un hombre grande, de piel blanca y peluda, que desprendía un olor nauseabundo a sangre.

—...No...No...No... —balbuceaba Penny llena de pánico.

Mi corazón latía con fuerza, resonando en mis oídos mientras trataba de procesar lo que estaba viendo. La niebla envolvía el campo como una cortina macabra, haciendo que todo pareciera irreal, como si fuera parte de una pesadilla de la que no podía despertar.

«Hombres lobo».

No podían estar aquí, no dentro de los terrenos de Hogwarts, y mucho menos poder atacar a una estudiante.

—No hay nada que temer, cariño —dijo el hombre. Tenía una voz áspera, como un ladrido—. Estamos aquí para liberarlas de sus tristes vidas. Para mostrarles el verdadero poder...

Penny se aferró a mi brazo, su respiración entrecortada y temblorosa, mientras ese hombre nos miraba con diversión. Mi mano apretaba con fuerza mi varita, la única cosa que sentía como un ancla en medio de aquel caos.

—¿Quién es usted? —logre decir, aunque mi voz salió más temblorosa de lo que esperaba

El hombre dejó escapar una carcajada que resonó en el aire frío, mientras uno de los hombres lobo avanzaba, enseñando sus afilados colmillos.

—Fenrir Greyback —se presentó—. Te cuidaré de ahora en adelante. Después de una o dos mordidas.

Se me detuvo el corazón por un segundo al escuchar ese nombre. Fenrir Greyback, el licántropo más temido, famoso por atacar a niños y convertirlos en hombres lobo.

¿Cómo había logrado entrar?

Los hombres lobo gruñeron, acercándose lentamente, como si disfrutaran prolongando nuestra miedo.

Penny tiró de mi brazo, su respiración entrecortada, claramente al borde de un ataque de pánico. Yo también, pero Penny en serio parecía a punto de desmayarse y ya teníamos a una chica desmayada. Tendría que ser la fuerte, necesitaba dejar a un lado mi miedo y ponernos a salvo.

—Corre, Penny —susurré.

—No...no puedo dejarte... con ellos... —dijo en igual tono, con la voz quebrada, aferrándose a mí como si yo pudiera detener lo que estaba por suceder.

—Por favor, Penny... ¡Corre!

Mi grito pareció haberla despertado, porque salió corriendo lo más rápido que sus piernas podían. No miró atrás ni un segundo, dejando solo el eco de sus pisadas en la niebla. Esperaba que se diera cuenta de ir a pedir ayuda.

Fenrir Greyback me miraba con esos ojos llenos de hambre. Me recorrió un escalofrío tan fuerte que apenas pude sostener la varita.

Intenté recordar lo que había leído en los libros de Defensa Contra las Artes Oscuras, pero mi mente estaba en blanco. ¿Cuántos hechizos habíamos practicado en clase? ¿Protego? ¿Stupefy?

Ninguno de ellos me parecía suficiente frente a un hombre lobo.

—No perteneces aquí.

—Estás equivocada, brujita. Todo nos pertenece —gruñó Greyback, acercándose con pasos pesados, disfrutando de mi miedo—. Pronto verás la verdad. O sólo morirás.

—No...No dejaré que des un paso más...

¿No dejaré que des un paso más? Que tonto sonó eso. Casi le podría haber dicho "Te voy a detener" y quedaba igual de ridículo.

Greyback rió.

—Eso es lo que dijo ésta niña, y ahora, mírala. Tirada en el suelo como un lindo pedazo de carne. —Uno de los hombres lobos gruñó—. Tienes razón, amigo. Qué clase de líder sería si no dejara que mi manada comiera un poco.

Era impresionante que pudiera controlar a dos hombres lobos. Eran criaturas salvajes, peligrosas en ese estado de máxima inconsciencia y ninguno había intentado dar un paso hacia mí o la otra chica, esperando la orden de su líder.

El que había gruñido avanzó ahora que tenía el permiso, enseñando sus horribles dientes.

—¡Flipendo! —grité, más como un reflejo que por verdadera convicción.

El hechizo lo golpeó de lleno en el pecho, lanzándolo hacia atrás y haciéndolo chocar contra la pared con un sonido sordo. El segundo hombre lobo me embistió antes de que pudiera reaccionar.

El golpe me sacó el aire de los pulmones y me hizo perder el equilibrio. Caí al suelo de espaldas, mi varita resbalando de mi mano por un segundo. Lo sentí encima de mí, su aliento caliente y repugnante llenando mi nariz mientras intentaba morderme. Mi mente gritaba, pero mi cuerpo reaccionó antes de que pudiera pensar.

Con todas mis fuerzas, levanté la mano libre y lo empujé con la rodilla hacia su estómago, buscando espacio para moverme. Logré alcanzar mi varita nuevamente.

—¡Confringo!

La explosión fue brutal. El hombre lobo voló hacia atrás con el pecho cubierto de quemaduras, su gruñido ahogado por el dolor.

Me puse de pie, temblando y muerta de miedo, pero levanté la varita hacia Greyback, que miraba lo que había ocurrido con un brillo en los ojos que me aterró aún más.

Soltó una carcajada baja, su voz ronca y áspera resonando en la niebla.

—Eres fuerte para ser tan pequeña. Podrías ser un buen miembro de mi manada. Si no, al menos serás una buena comida. —Entonces algo en su expresión cambió. Olfateó y gruñó—. Dumbledore.

Dio media vuelta y echó a correr, con sus secuaces detrás de él.

Respiraba agitada, y me parecía que me iba a desmayar en cualquier momento. No entendía qué había pasado.

—¿Estás bien, Aries?

Me giré bruscamente, y me encontré con la mirada preocupada del director.

—Yo...sí...estoy bien —dije con dificultad. Sentía la lengua pesada, me costaba procesar lo que intentaba decir—. Había...

—Hombres lobos. Lo sé. Acabo de ahuyentar a cinco de la cabaña de Hagrid. —Miró a la chica en el piso con el ceño fruncido—. ¿Qué le sucedió a Lobosca?

—No...no lo sé. Solo estaba tirada ahí.

—No parece que la hayan mordido —susurró más para sí mismo y luego me miró—. Regresa a tu dormitorio, Aries.

Tragué saliva.

—¿Puedo ayudar en algo? —me animé a preguntar. Aunque en sí esperaba que dijera que no porque la verdad solo quería poder ir a esconderme en la seguridad de mi habitación.

—No. Llamaré a un experto de la Unidad de Captura de Hombres Lobos.

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