𝟐𝟒/𝐎𝐜𝐭𝐮𝐛𝐫𝐞/𝟐𝟎𝟎𝟓

Pasar el resto del fin de semana llorando le fue casi imposible.

El día que se quedó en la azotea pudo jurar escuchar su voz a lo lejos y por un momento pensó en llamarle, aunque su parte racional en conjunto con sus miedos terminaron convenciéndola de apagar sus deseos y solo pudo quedarse en aquel sitio hasta que le cesaron las lágrimas.

Todo parecía estar volviendo a lo que fue una vez. Estaba montada en el auto de su padre, quien había colocado la radio esperando que la música le mejorara un poco el semblante, pero la idea de volver al salón sabiendo que encontrarlo por ahí no era una opción la hacía sentirse mal. Al menos si lo tuviera de frente, podría excusarse con ser débil y se lanzaría a sus brazos sin pensárselo dos veces, pero no sucedería. Estaba segura.

Bajó del auto no sin antes despedirse de su papá, quien partió a la oficina a resolver unas cosas de rutina prometiendo que volvería temprano y caminó con rumbo a su salón, esperando que al menos las clases de aquel día le transcurrieran con normalidad. Encontró a Ima en su asiento habitual y en cuanto llegó al suyo la castaña la bombardeó con preguntas tal como la última vez que la había visto.

— Te ves mejor hoy, ¿ahora sí puedes decirme que te sucede?

— ... no quiero hablar de eso, no ahora. — se conocía lo suficientemente bien como para saber que si comenzaba a contarle su fin de semana iba a lloriquear.

— ¿Quieres que vaya a tu casa después de clases?

— No, sí quiero estar contigo un rato, pero no sé si quiero ir a casa... ¿podemos ir a la cafetería donde venden el pastel de fresa?

— ¿La de la plaza? — la rubia asintió — claro.

Ima sonrió colocándole una mano sobre la propia y dándole un apretón. Si bien usualmente su amiga solía ser bastante cabezota, también sabía que era la persona que nunca se separaría de ella en momentos tan difíciles como esos, por lo que al menos esa pizca de compañía que intentaba hacerla sentir un poco mejor la hacía sentir más reconfortada.

La conversación que recién entablaba con Ima se vio interrumpida por la llegada del profesor, quien les dio los buenos días dispuesto a comenzar su clase. Al menos el montón de tareas por hacer y notas que tomar le permitirían soltar un poco el torbellino de pensamientos que se había almacenado en sí misma durante el fin de semana.

...

Odiaba tener que pararse en aquel sitio sin ningún motivo que lo hiciera querer estar ahí verdaderamente, pero no tenía otra opción, el día anterior mientras volvía a la guarida del Vallhala a desahogar una mínima parte de lo que sentía con aquellos dos sujetos, Hanma le había pedido que fuera en busca del testigo para la iniciación de Baji, y no tenía más opción que acceder.

Hasta aquel momento en la azotea pareció haberse percatado de que quizá él no era el único que estaba sintiéndose afectado por la situación. Cuando la vio marcharse aquella tarde un rencor nació en su pecho hacia la rubia, asemejándose al que sintió alguna vez cuando recién la conocía, aunque este no tardó en ser apartado por la tristeza y la necesidad de tenerla cerca de nuevo. Sin embargo, al escucharla pidiéndole perdón al viento se sintió arrepentido por aquello, al fin y al cabo nunca se detuvo a pensar en que ella también lo quería, independientemente de todo jamás llegó a expresarle lo contrario y era demasiado egoísta de parte suya pensar que él era el único doliente, cosa que lo hacía sentir aun peor consigo mismo. Había sido un inconsciente al no pensar si quiera en como todo la iba a terminar afectando a ella, y la rabia lo invadía, por lo que había terminado golpeando a dos de sus juniors en un arranque de ira.

Estando de vuelta en la escuela por órdenes ajenas, esperaba que al menos un poco de suerte le cayera encima y fuera capaz de verla sonreír aunque fuese a lo lejos, al menos eso le disminuiría el nuevo sentimiento que tenía sobre el pecho: la culpa. Pero todo parecía indicar lo contrario. Era la hora de la salida y aun con la multitud caminando por el patio no parecía haber rastro suyo, y Dai no era precisamente difícil de ubicar con aquella larga cabellera rubia que solía moverse por todo el sitio que recorría. La melancolía lo inundó y sacudió la cabeza, resignándose a que lo que esperaba no iba a pasar por más que lo desease, así que terminó adentrándose en los pasillos del edificio en busca de su objetivo.

— Disculpen, ¿saben en que clase está un chico llamado Hanagaki Takemichi?

— Ah... — la chica que estaba de cuclillas en el marco de una puerta lo miraba dudosa — en el salón número tres, de segundo año.

— ¿Ah sí? Gracias.

Sonrió simpáticamente y caminó hacia allá, escuchando desde fuera un montón de voces gritando como si la clase aun continuara. Arqueó una ceja y terminó abriendo la puerta mientras les ordenaba a los chicos que lo acompañaban quedarse ahí fuera.

Ahí dentro encontró a un grupo de chicos que en un primer momento parecieron encontrarse a la defensiva, hasta que el que usaba gafas pareció reconocerlo como el tercero de Vallhala, y entre todos terminaron entregándole a Takemichi, quien había palidecido ante la idea de marcharse con él. El plan inicial no era dañarlo, solo se buscaba que diese testimonio sobre la autenticidad de la renuncia de Baji, pero si las cosas se complicaban prefería no asegurar su bienestar.

— Ellos... ¿Quiénes son? — preguntó desde atrás el rubio con cierto temor en la voz.

— ¿Hm? Ellos son mis más confiables juniors — el muchacho formó una mueca.

— ¿Qué les pasó?

— Oh... les rompí las piernas ayer.

Sonrió con ingenuidad mientras recordaba golpear a los muchachos con una larga vara metálica, soltando el odio que sentía hacia su propia persona después de lo que había escuchado la tarde anterior. Takemichi abrió los ojos con sorpresa y pudo escuchar como le preguntó algo más, respondiéndole sin darle demasiada importancia.

Siguieron caminando por los pasillos hasta haber salido de la escuela, y los cuatro recorrieron el camino que los llevaba hacia el escondite.

Ya en aquel lugar encontró a la mayoría de los muchachos formando una bulla alrededor del espectáculo: al centro del sitio, Baji estaba sobre sus rodillas, encima del que sabía que era el vicecapitán de la primera división de la Toman, Chifuyu. Verlo siendo el segundo al mando de su mejor amigo, ocupando el que alguna vez fue su lugar le causaba una sensación molesta en la boca del estómago que se esforzaba en ignorar. La ceremonia siguió su curso mientras él contemplaba con orgullo como de manera oficial, Baji dejaba de lado a la Toman y volvía a su lado.

...

— No sé qué decir.

— No hace falta que digas algo realmente — se encogió de hombros.

— Esto es más turbio de lo que imaginé... no sé que pensar, Dai. Tú... sabiendo todo esto, ¿de verdad sigues queriéndolo?

— Sí — dijo con seguridad — el día que lo dejé lo hice no porque ya no lo quisiera, fue porque me asusta todo este asunto, no por las pandillas, por que creo que se está perdiendo.

— ¡Pero es un...!

— No me lo digas, ya escuché a mi papá gritármelo muchas veces como para que ahora tú me lo eches en cara... Fue un accidente, no creo que yo pueda juzgarlo por eso, en otro punto de mi vida quizá lo hubiera hecho pero conociéndolo...

— ¿Conocerlo? ¿En cuanto tiempo, un mes? ¿estás segura de que lo conoces de verdad?

Dai comenzó a hartarse — Sé quien es él, y estoy segura de que no es una mala persona, solamente está yendo por pasos equivocados.

— Eso es lo que dicen de todos los delincuentes.

— Él no es todos los delincuentes, Ima. Tú no sabes nada de él, hace unos días incluso dijiste que estabas segura de que me quería, y parecías feliz por mí.

— Claro, antes de saber lo que era, ¿ahora quien me asegura que no se volvió tu novio solo porque quiere hacerte algo?

— ¿No escuchaste nada de lo que te conté? No lo hizo porque lo deseara, todo fue un accidente.

— El amor te está cegando — refunfuñó Ima — ¿cómo es posible que sigas viéndolo como un príncipe azul aun con todo esto? Es un exconvicto, un pandillero, y ahora es un asesino, ¿qué más necesitas para...?

Dai se levantó de golpe de su silla, haciéndola rechinar en el suelo y provocando que la castaña diera un saltito. Sacó la billetera y dejó lo equivalente a su postre en la mesa para después colgarse la mochila al hombro.

— No soy tan boba. Sé que no está bien, y que me hace daño, todo esto me duele, y mucho, pero no necesito que todas las personas que deberían apoyarme se me echen encima y me culpen por quererlo... no puedo desaparecer lo que siento en un día. Y esperaba que tú de verdad entendieras eso.

Ima se quedó boquiabierta en su sitio viendo como su amiga salía apresuradamente de la cafetería.

Estaba furiosa, ¿acaso nadie podía ponerse en su lugar? Claro, sabía que no era la situación más fácil de entender del mundo, y era normal que temieran por ella, por su bienestar, pero no era una niña ilusa que no se daba cuenta de las cosas. La postura de no recriminarle su pasado seguía estando presente en su mente, pero si había soltado voluntariamente algo que quería tanto como lo era Kazutora, era porque seguía siendo consciente de que estar junto a él en ese momento no era bueno para sí.

Salió del lugar y caminó rumbo a la estación del metro que la llevaría a casa. Lo único molesto de caminar sola era quizás el tener que pasar por aquella calle tan desagradable que había tenido que cruzar la última vez cuando tuvo que surtir los víveres, aunque una vez pasando ese tramo bajaría sus defensas y faltaría menos para estar de vuelta en casa, donde al menos al encerrarse en las cuatro paredes de su habitación a hacer sus tareas podría olvidar el rato tan desagradable que acababa de pasar.

Recomendación: escuchar la canción de multimedia (Red (Taylor's versión) – Taylor Swift)

Caminaba con tranquilidad ya por aquella parte específica de la ruta, buscando no llamar la atención en lo más mínimo hasta que escuchó su teléfono sonando al fondo de su mochila. Rodó los ojos mientras maldecía internamente al aparato y se apresuró a sacarlo de ahí para responder lo más rápido posible y que así el cúmulo de muchachos que salían de un local abandonado no se dieran cuenta de su presencia, hasta que una figura peculiar pareció clavar su mirada en ella, y no pudo evitar hacer lo mismo.

Al verlo la recorrió un escalofrío de esos placenteros, las piernas le comenzaron a flaquear y sintió como si el mundo volviese a teñirse con colores vibrantes otra vez. Aquellas mariposas que hasta hacía no mucho tiempo parecían estar merodeando por su interior cada vez que él se hacia presente parecían estar de vuelta y las lágrimas se apoderaron de su mirada. Su boca se entreabrió de manera automática a consecuencia de la sorpresa, como si buscara decir algo que era incapaz de salirle con voz, a la par que comenzaba a sentir un nudo en la garganta.

Soltó el asa de la mochila, dejándola caer al suelo y escuchó como el teléfono dejaba de pitar. Todo lo que los rodeaba parecía haberse detenido, e incluso pudo pensar que todo se trataba de algún sueño demasiado realista o incluso una alucinación, hasta que volvió a escuchar su nombre posado en sus labios y su voz.

— ¿Dai?

...

Hanma los había dejado libres tras hacer una última declaración de guerra de Valhalla a la Toman, dejándole a Takemichi la tarea de entregarles a sus enemigos el mensaje de que en una semana serían aplastados por ellos. Había hablado con Baji unos minutos antes de que él se marchara diciendo que tenía que irse a casa o su madre lo regañaría, después de todo se había saltado las clases ese día y necesitaba estar de vuelta a tiempo para ponerse el uniforme y fingir que nada había pasado.

Cuando él se marchó, Hanma se acercó a él con su usual cigarrillo en mano.

— Estoy sorprendido, no creí que pudiera con esto.

— Es Baji — sonrió Kazutora con orgullo — te dije que iba a hacerlo, espero que al menos así dejes de dudar de él.

— Aunque termine siendo un espía de la Toman, al menos estoy seguro de que su fuerza va a terminar siéndonos útil en la pelea, es un chico duro. Lo vi pelear en el incidente del tres de agosto, pero no esperaba que fuera capaz de pisotear de forma tan dura a ese chico.

— Lo importante de todo esto es que ahora es parte de nosotros, ¿no? Con Baji en nuestras filas las cosas serán más fáciles.

— Espero que así sea, Kazutora. Los veré aquí un día antes de la batalla, ahora vete.

Obedeció sin prestarle demasiada atención y caminó hacia la salida detrás de un grupo de personas. Al menos por ese momento podría respirar tranquilo, sabía que Baji no iba a dejarlo solo, pero verlo unirse a él en su propósito frente a tanta gente lo hizo sentir mucho más confiado y seguro de todo.

La multitud comenzó a disiparse y en el momento en el que hurgó en el bolsillo de su pantalón en busca de las llaves de su motocicleta fue sacado de sus pensamientos por el sonido de un teléfono que parecía sonar a lo lejos. El ruido no cesaba después de algunos segundos, haciéndolo irritarse ante el constante pitido, y ya molesto, dirigió su mirada hacia aquel lugar de forma impulsiva a punto de buscar pelea.

Terminó llevándose una sorpresa al verla ahí de pie, con el uniforme de la escuela y buscando con frenesí algo dentro de su mochila. Tenía el cabello suelto y una de las medias estaba más debajo que la otra, quizá producto de la caminata.

No pudo evitar fijar su mirada en ella, pero no tenía el coraje para hablarle y llamar su atención; recordar su voz quebrada por culpa suya lo retenía en su sitio, y por un momento pensó en dejarla ir así sin más, hasta que el verla terminó surtiendo un efecto involuntario y se dio cuenta de que ella también se había percatado de su presencia.

Cuando sintió sus ojos haciendo contacto con los suyos una ola de electricidad pareció recorrerle el cuerpo y sintió como su un bloque de concreto fuera despegado de su pecho, el corazón se le aceleró tal como aquella primera vez en que la sintió tomándolo de la mano y en aquel momento pudo incluso asegurar que el sol brillaba mucho más que en días anteriores. Al ella estar presente nada más era importante, todo lo de su alrededor parecía desaparecer y en aquel preciso momento verla parada ahí con la mirada desconcertada lo hizo sentir como si la vida volviese a sonreírle una vez más.

— ¿Dai?

Avanzó unos pocos metros, ocasionando que la chica soltara el llanto en el momento en el que dijo su nombre. Ninguno de los dos parecía querer resistirse más, y sin pensarlo mucho Dai dejó la mochila en el suelo y corrió hacia él, rodeándolo con los brazos fuertemente y apretando la tela negra del uniforme bajo sus dedos. Kazutora imitó el gesto, dejando que sus mano la sostuvieran por la cintura y permitiendo que el olor de su perfume se colara por su nariz, dentro de sí se instauró una sensación similar a como si estuviera de vuelta en casa después de un largo viaje y sintió como su hombro era empapado por las lágrimas de la rubia, quien ahogaba sus lamentos en él.

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