𝟎𝟏/𝐍𝐨𝐯𝐢𝐞𝐦𝐛𝐫𝐞/𝟐𝟎𝟎𝟓

— Por favor.

La manta afelpada se encargaba de cubrir su cuerpo del repentino frío que había llegado a habitar Tokyo esa mañana. Sus ojos aun seguían hinchados e inyectados en sangre a consecuencia de la nefasta noche previa que había tenido que tolerar.

Después de colgar la llamada telefónica, Dai esperó entre hipos y lágrimas a que la madre de su mejor amiga estuviera fuera de su casa para irse con ella. Sintió el cálido abrazo de la mujer acogerla una vez que la tuvo de frente, con una pequeña valija en la que guardó lo necesario para quedarse a pasar la noche fuera, sin embargo ni aquel acto de cariño basto para remendar su rasgado corazón, que creyó no poder sufrir más, equivocado.

Tomó un baño antes de la cena, en el cual las lágrimas que se deslizaban lentamente por sus mejillas se perdieron entre el agua de la bañera. El agua tibia sostuvo su cuerpo debilitado, octubre había pasado encima de ella como si de una montaña rusa se tratase, con todo el montón de emociones atropellándola sin piedad. Había perdido peso y la tristeza de los últimos días parecía hacer que el contorno amoratado debajo de sus ojos no desapareciera. Cuando creía que la jaqueca iba a matarla y que no era capaz de volver a llorar, recordaba su brillante sonrisa apareciendo de frente, era de esa manera que nuevos ríos desembocaban en su mirada, apoderándose de toda ella.

Los detalles llegaron más temprano que tarde durante la cena, las noticias hicieron lo suyo: en el deshuesadero de autos que estaba a las afueras de la ciudad, dos pandillas se habían enfrentado. El nombre del asesino fue censurado, al igual que el de la víctima, dejando así solo las iniciales de ambos. Sabía que Kazutora había participado, pero no le fue difícil descubrir que el otro par de letras definitivamente pertenecía a Keisuke Baji, de catorce años.

Su corazón se encogió en un puño mientras la noticia era transmitida. Había visto a Baji a penas unas horas atrás de que eso pasara, y las palabras que le dijo le hicieron sentido. ¿Él estaba consciente de lo que Kazutora iba a hacer o solo fue una mera coincidencia? ¿por qué Kazutora desearía matar a su mejor amigo? Él mismo siempre reconoció que la única persona que había estado siempre para él había sido Baji, las cosas no podían haber escalado de esa manera de la noche a la mañana. Al pasar la madrugada, hundida en sus propias dudas, su mente pareció iluminarse ante una idea que apagó los cuestionamientos: el Kazutora que ella había conocido jamás habría dañado a Baji, eso era indudable. Sin embargo, el que ahora se encontraba encerrado entre cuatro paredes de concreto no era la misma persona de la que ella creía haberse enamorado.

Por más que las palabras de su mejor amigo se repitieran en su cabeza, por más que su corazón se negara a aceptarlo y su mente cooperara mostrándole una y otra vez las imágenes en donde su mirada se colmaba de dulzura, donde sus manos acariciaban con torpeza su piel y sus labios se encontraban, sabía que tendría que aceptarlo tarde o temprano. Ese ya no era el Kazutora que creyó conocer, si es que alguna vez había existido. Debía resignarse a seguir la razón, a dejar de buscar la silueta imaginaria de un desaparecido.

Pero costaba por sobremanera. Nadie aceptaba así como así un hecho como ese, se esforzaba en callar a la voz en su cabeza que insistía en que lo mejor era olvidarlo y dejarlo ir, porque era un amor adolescente como cualquiera, uno de esos pasajeros que recuerdas entre risas cuando eres mayor, uno evocado por las hormonas y hasta la curiosidad. Pero era distinto; puro, fuerte, llamativo. Cegaba como el mismo sol y quemaba como el fuego. Era un amor teñido de rojo, un rojo que inspira fuerza, que es imposible quitar del foco de atención.

Si todo hubiera sido tan sencillo como un romance de secundaria común, no habría estado llorando durante la madrugada, no habría perdido la capacidad de respirar y no hubiera sentido que el aire se escapaba de sus pulmones mientras jadeaba temiendo morir. Si las cosas no se hubiesen complicado tanto, Ima no habría tenido que pasar la noche en vela al lado suyo, esforzándose por no caer rendida mientras acariciaba su cabello y la dejaba llorar sobre su regazo.

Si tan solo se hubiera resignado a aceptar su dinero, a no insistirle, a intentar hacerlo por sí sola, no estaría de vuelta en casa, con la soledad pesándole sobre los hombros y sintiendo que su corazón se hacía trizas ante cada negativa. No le estaría rogando a su padre por una última vez, un adiós que le permitiera dejarlo ir, sabiendo que no volvería a verlo nunca.

Te he dicho que no. Es mi última respuesta.

— Pero...

Te veré más tarde, adiós.

La llamada colgó de forma abrupta. Dai abrazó la manta sobre su cuerpo, caminando resignada hacia el sofá.

...

Al juez no le tomó mucho tiempo dictaminar su sentencia: diez años, sin derecho a fianza o a libertad condicional. Había reincidido, por lo que cumpliría la misma sentencia que un adulto. El caso ni siquiera había pasado a juicio debido a que él mismo había admitido su culpa, y su madre no quería volver a gastar el poco suministro mensual que su exesposo le pasaba en más abogados que solucionaran el desorden que él había causado, pero lo entendía. Había decidido dejar de ponerse a la defensiva, aceptaría todas las cosas que recayeran sobre él por culpa de sus acciones.

En su trayecto hacia la comisaría, pensó que lo mínimo que podía hacer para el bien común era pudrirse en una celda el tiempo necesario para que las personas no olvidaran, volverse un fantasma del que nadie tuviera mayor recuerdo al crecer, pero una voz en su cabeza replicó contra la idea, dejándole en claro que lo mínimo que debía hacer por él y por su memoria era, si no seguir adelante con su vida, al menos intentaría hacerlo. De ahí la exposición sobre la verdad, la aceptación sobre lo que había hecho así como la idea de volver a ese sitio de cuatro minúsculas paredes que lo hacían sentir asfixiado. Agradecía que al menos su vida hubiese sido perdonada, de esa manera la memoria de Baji se mantendría siempre viva mientras siguiera respirando.

Estaba sentado en una celda de la comisaría, la misma en la cual había pasado la noche y a la que había vuelto después de haber sido llevado al juzgado. Solo restaba esperar a que el transporte de la prisión lo recogiera. Pudo haber mantenido la calma, hasta que una voz se hizo presente, acercándose a él. La misma voz que lo había sacado de trance el día anterior, y a la cual le había confesado su culpa mientras el frío metal de las esposas era colocado en sus muñecas.

El señor Hayashi estaba de pie fuera de su celda, esperando a que el guardia que custodiaba el sitio terminara de abrir.

— Necesito que me acompañes un momento.

Kazutora se levantó sin rechistar y sintió como la mano del hombre lo tomaba por uno de los brazos, guiándolo para caminar. Su mirada frívola le calaba hasta en los huesos, entendía el porque del odio que sentía por él, no era quien para pedirle lo contrario, pero seguía sintiéndose igual de desagradable que las miradas de todo el cuerpo policial observando como era llevado por un detective en una dirección desconocida.

Al final, llegaron a una sala en la cual había estado el día anterior. El mayor abrió la puerta, indicándole pasar y sentarse en uno de los extremos de la mesa. Frente a sí se encontraba otra silla, y un gigantesco cristal que daba la ilusión de espejo.

— Me asignaron tu caso — dijo Kazuma mientras tomaba asiento, aflojándose un poco la corbata. Kazutora se mantenía cabizbajo — ese chico es el mismo con el que te atrapé la primera vez que te arresté, ¿no es así?

— Sí, señor.

— ¿Sabías que yo fui el policía que llegó a esa escena hace tres años? — el muchacho negó — ¿seguro?

— No tengo porque mentirle, señor.

El mayor tomó la carpeta situada sobre la mesa y la abrió, hojeándola — no fuiste uno de mis primeros arrestos, pero sí el que más me impactó en su momento. Un muchacho de la edad de mi hija matando a sangre fría porque quería robar una motocicleta. — un estático Kazutora se limitaba únicamente a escuchar mientras el detective hablaba — Pero tú no tenías ninguna necesidad de robar: tu padre tiene bastante dinero, y ya tenías una motocicleta propia.

— Lo sé, señor. No tiene porque repetirme lo que me dijeron hace años.

— Tienes razón — asomó la mirada por encima de los papeles, notando la incapacidad del chico de mirarlo a los ojos — pero hay algo de lo que me gustaría discutir contigo. — no hubo respuesta. Continuó — dijiste que habías sido tú el que mató a este chico en cuanto llegamos a la escena, te entregaste sin tener ningún problema. Eres una persona con antecedentes, el juez iba a darte una sentencia en cuanto cruzaras esa puerta y el caso iba a estar cerrado. Pero hay algo que no consiste en todo esto — arqueó una ceja y miró fijo hacia el muchacho, buscando en él alguna reacción que pudiera decirle algo. Sin embargo, él estaba absorto en sus pensamientos — Hanemiya.

— ¿Sí?

— ¿Tú sabes que la herida que mató a Keisuke Baji es autoinfligida? — solo con dicha frase consiguió que el chico levantara la mirada — había dos heridas en su cuerpo: una puñalada en su espalda que lo hizo desangrarse, pero la que lo mató está en su estómago. Según el departamento de criminalística, las dos son diferentes y se hicieron con armas distintas cada una — se inclinó sobre su propia silla — ¿sabes algo de eso?

— No — desvió la mirada, nervioso — y no entiendo el propósito de nuestra conversación, señor. Mi sentencia está firmada por el juez, van a recogerme para ir a la prisión dentro de poco.

— Escucha, en tu primer crimen no tenías ningún motivo para hacerlo. Y ahora estás culpándote por algo que tú no hiciste, ¿o me equivoco? — No hubo respuesta de la otra parte. Kazuma retomó la palabra. — ¿Fueron coaccionados? ¿están usándolos a ambos para proteger a alguien?

— No.

— Necesito que digas la verdad, Hanemiya.

— Eso hago.

— ¿Estás seguro? — comenzó a levantar la voz

— Le dije que...

— ¿Seguro? — el muchacho comenzó a tensarse ante las interrogantes

— Sí.

— ¿Por qué mataste a Keisuke Baji, Hanemiya? — sin respuesta. El muchacho llevo las manos encadenadas a su cabello — ¿por qué?

— Yo...

— ¿Fuiste tú el que le enterró el cuchillo en el estómago?

— Yo...

— ¿De verdad lo mataste, Hanemiya? — silencio, el hartazgo subía por los hombros de Kazuma y comenzaba a colmarle la paciencia — Necesito la verdad, ya.

No quería volver a las calles, no mientras siguiera siendo el mismo chico problemático de siempre que aún no había cambiado, el único lugar en el que no dañaría a todo el que intentara ayudarlo sería ahí, en la prisión. Y justo después de haberlo asimilado, este sujeto intentaba arrojarlo al mundo de nuevo. Un mundo al cual ya no pertenecía.

Su mirada lo evitaba, sus manos sudaban, hacía el mayor esfuerzo por callarse — Ya se la dije.

— Repítela entonces — su voz se fundía con la ironía, ¿de verdad ella era la hija de ese sujeto?

Respiró hondo, buscando su propia paz — No tengo porque hacerlo

— ¿Mataste a Keisuke Baji? — nada, levantó la voz — ¿Mataste a Keisuke Baji? — la presión aumentaba de la mano de la tensión. Lo miró, nervioso, mordiéndose el labio inferior, su pie daba golpecitos frenéticos en el suelo. — ¡¿Mataste a Keisuke Baji, Kazutora?!

— ¡No, yo no...! — Se levantó dando un golpe sobre la mesa. Se mordió la lengua, arrepentido.

Llevó ambas manos hacia su cara y la escondió en estas.

Kazutora estaba consciente de que cargaría sobre sus hombros el peso de las muertes de Baji y Shinichiro toda su vida. Sin embargo, era consciente de que si Baji había entregado su vida por él, era en parte porque deseaba que dejara de atormentarse, de vivir con la carga de algo que él nunca había deseado. Jamás quiso dañar a Shinichiro, ni mucho menos a su mejor amigo, y era por eso qué sus últimas palabras hacia sí mismo le dejaron en claro que debía dejar de llamarse a sí mismo por algo que no era: un asesino.

Kazuma notó el cambio de expresión en el muchacho, lucía asustado y con las defensas por lo bajo. Disminuyó el tono de su voz — ¿Entonces que estás haciendo aquí?

— Es mi culpa... — limpió con dificultad las lágrimas que hacían amago por asomarse en sus ojos — Todo lo que pasó. Tengo que pagar por lo que provoqué.

— ¿Lo que provocaste?

— Sí, todo lo que sucedió ayer fue porque yo lo ocasioné. Si la hubiera escuchado antes las cosas hubieran sido distintas, pero ahora ya no puedo hacer nada. Al menos si me quedo en prisión y cumplo mi sentencia voy a librarlos de mí y las personas a las que herí van a poder seguir tranquilas... Mikey, Draken, la madre de Baji, ella, no quiero que...

Fue interrumpido por el contrario — Ella es mi hija, ¿cierto, Hanemiya?

Asintió con pesar — La lastimé. Mucho. Merece seguir con su vida en paz sin tener que limpiar mis platos rotos. Entiendo que usted no me haya querido cerca de ella, intenté esforzarme por ser una mejor persona para ella. Estuve a punto de dejar la pelea pero... al final terminé arruinándolo todo yo mismo.

Las palabras del muchacho no le hubiesen causado un gran significado de no ser por la sinceridad con la que eran emitidas.

— Hanemiya — el chico lo miró — ¿de verdad quieres a mi hija?

— Por supuesto que sí. Da... ella es lo único que no me hizo tirar las cosas por la borda antes de tiempo. Fue la única persona que realmente creía en mí, se alegraba cada vez que me veía y yo solo lo arruiné. — guardó silencio, procesando sus palabras — ... decir eso frente a usted fue vergonzoso.

Kazuma guardó silencio. Ciertamente el chico no mentía, él mismo aun recordaba claramente la ilusión en sus ojos el día que le contó sobre él, su mirada nerviosa pero emocionaba brillaba como nunca. Sus palabras fungiendo como una especie de escudo, defendiéndolo de las acusaciones, reprochándole que no sabía nada sobre lo que había pasado. Y sobre todo los días grises en los que era absorbida por la tristeza, dejando pedazos de su corazón roto por el suelo. No quería ver a su hija pasar por eso otra vez, y si en algo podía coincidir con Kazutora, era en que Dai merecía un futuro en donde los problemas dejaran de pisarle los talones al menos por una vez.

— Levántate — el muchacho obedeció, él bajó la voz — si tú no hiciste esto las cosas aún pueden remediarse.

— No, yo... de verdad quiero pagar por lo que provoque. Antes nunca acepté la culpa de mis actos, por favor, déjeme hacerlo ahora.

Los ojos color arena se encontraron de frente con el par café, dándole a entender que en sus palabras no había vacío. Dicha frase funcionaba como un juramento para Kazutora, una promesa de ayuda mutua para él mismo y para los demás. El camino iba a costarle como el demonio, pero era lo menos que podía hacer. Eso era lo que Baji hubiera deseado para él, para todos.

Kazuma lo miró aun con cierta desaprobación por sus actos, y abrió la puerta, dejándolo salir.

...

Si su hija supiera que había vuelto a fumar, probablemente le daría un golpe con una sartén.

Kazuma sostenía entre sus labios el tabaco casi consumido al cien por ciento, pensando si la decisión que había tomado sería la correcta. Quizás no lo era por completo, pero no dudó en que era lo mejor para ella en ese momento. Se negaba a volver a verla destrozada, siendo una figura lúgubre que rondara su casa, y lo mínimo que le debía quizás era un ápice de confianza en las palabras que alguna vez le dijo. Intentó creer que si su niña había terminado fijándose y queriendo de una manera tan descomunal a ese chico, era porque algo bueno yacía dentro de él. Y él lo demostró, con palabras y acciones, tomando la culpa de sus actos por primera vez mientras aceptaba su destino.

Digitó en su teléfono el número y presionó la tecla de llamada. Llevó el aparato a su oído y espero a que lo tomara.

¿Hola?

— Una visita. No más.

Holaaaa, creo que este capítulo es un poquito más meh y sobre todo corto en comparación a los últimos dos que les deje, pero espero que igual les guste. El próximo va a estar bastante más movidito.

En fin, me gustaría mucho saber que opinan de estos capítulos de la semana, leerlxs siempre me gusta un montón, así que cualquier comentario siempre viene bien:D

Muchas gracias por seguirme leyendo, mil besos!<3

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