Extra 7, Parte 2: La Caída

"I had a feeling so peculiar that this pain would be for... evermore"

evermore, Taylor Swift

Astraia

Inframundo

Creo que estuve deambulando por bosques durante días, o semanas, o quizás meses.

Nadie intentó buscarme.

Solo éramos yo, la sábana y el icor entre mis brazos y piernas.

Ni siquiera sabía a dónde ir. Simplemente caminaba directo hacia la parte más profunda y recóndita que pudiera encontrar.

Es algo curioso ser una diosa. Podía sentir el frío, pero este no me fastidiaba. La lluvia cayó sobre mí como una ducha, casi ahogándome. Casi...

La inanición no funcionaría, ni el ahogamiento, ni el frío, ni los golpes, ni la pérdida de icor.

Es lo único que un dios no puede hacer: morirse.

Créeme. Lo intenté.

Hasta que un día, mientras me torturaba mirando lo brillante del sol, me caí.

Bueno, técnicamente salté. Había trepado el árbol más alto para luego saltar de este, como si así pudiera llamar su atención. La adrenalina de la caída era lo único que me recordaba que podía sentir.

¿Qué podría ocurrirme? Nadie podía lastimarme más que yo.

Cuando me levanté del piso, me di cuenta no estaba en una montaña de nieve, sino en una habitación oscura.

—¿Tri? ¿Qué haces aquí? —preguntó Hades desde su sillón favorito. Esta debía ser la sala de su castillo. —¿Es eso una sábana?

Asentí. Después entendería que su sorpresa era fingida, pues el Inframundo jamás se abre en la tierra a menos que Hades lo hubiera querido.

Me acomodé mejor la túnica improvisada que había hecho en la habitación de Zeus antes de escaparme, antes de esperar que me exilie.

Con una mirada, Hades le pidió a un mayordomo fantasma que se acerque.

—Dile a Hestia que encontré a Astraia —susurró.

Me quedé ahí de pie, sintiendo el calor del fuego cercano derretir el hielo de mis pestañas.

—¿Qué te pasó? —me preguntó después de susurrarle otras instrucciones a su mayordomo.

—Estoy bien —dije. Mi voz sonaba extraña. Era difícil levantar el volumen, como si hubiera una espada en mi garganta.

Hades se levantó y apresuró hacia mí. Se quedó de pie durante un largo rato, sin saber qué hacer.

¿Acaso hay un manual de qué hacer con diosas extremadamente deprimidas?

Lentamente comenzó a retorcerse para intentar darme un leve abrazo. Pero después de un rato, este se volvió uno más fuerte.

¿Qué tan mal debes estar como para sentir calor entre los brazos de la muerte?

Me tomó de la mano para dirigirme hacia su sofá preferido frente al fuego. Me sentó sobre sus piernas para calentarme.

Sobó mi brazo, intentando calmarme.

—No tienes que explicarte —susurró en mi oído.

Escuché un plato quebrarse atrás de nosotros.

El mayordomo.

Lo miré entre lágrimas. Hades asintió. El mayordomo dejó unas túnicas limpias sobre otro sofá y cerró las cortinas de la sala, dándonos más privacidad.

—Ahora dime, ¿qué está mal? —preguntó. —¿Te hizo daño?

Asentí, aún mirando la grieta de luz entre las cortinas oscuras.

—Se va a casar con Hera.

Sus ojos se incendiaron. Parecía como si este fuera un buen motivo para irse a batir a duelo con muestro hermano.

—Creí que tú serías su esposa.

—Nunca quise serlo —anuncié. Sus ojos llenos de furia se congelaron en un segundo.

Se mordió un labio, dubitativo.

—¿Y si te casas conmigo? —preguntó.

—Des, ya no soy virgen.

—No me importa. Tú... se supone que tú te tienes que casar con alguno de nosotros. Si el testarudo de Zeus no quiere, entonces Poseidón o yo...

—No. Mi reputación debe estar por los suelos.

—Es que no lo entiendes. Tú... se supone que tú debías ser la reina de los dioses. Naciste para ser la igual de Zeus.

—¿Qué? —pregunté levantándome de su regazo.

—Ustedes no solo comparten la misma sangre, la misma piel, la misma fuerza. Tú y él... Nacieron para encontrar su igual en el otro.

Tenía algo de sentido. Como si el universo se hubiera puesto de acuerdo desde el momento en el que tomamos conciencia dentro de la matriz de nuestra madre.

Si Zeus se volviera un tirano... sería yo la única capaz de quitarlo del poder. Debían mantenerme cerca de él como garantía de justicia.

Hades acercó mi rostro al suyo. Podía ver sus ojos oscuros.

—Cásate conmigo. Sé mi reina. Gobierna a mi lado.

Sería fácil decir que sí.

Sin embargo, no lo hice.

Si me casaba con Hades, una de mis labores sería ponerlo por encima de todo. Y si él decidía que quería el Olimpo para él, mi única manera de servir su capricho sería aniquilando a Zeus.

Y aún había una parte en mí que me decía que mi mellizo aún me quería lo suficiente para dejarme ganar.

Mi silencio fue la mejor respuesta.

Hades me tomó en sus brazos para poder dejarme sobre su cama. Me arropó con sus mantas de pieles de animales para calentarme. Se retiró para dejarme dormir.

La almohada olía a su perfume.

...

"At least I had the decency
to keep my nights out of sight.
Only rumors bout my hips and thighs
And my whispered sights".

—Is It Over Now?, Taylor Swift

Los rumores en el Olimpo siempre han sido como la pólvora. Aún así me sorprendió escuchar las tantas cosas que se decían de mí: que había hechizado a Zeus, que alguien me había mandado al Inframundo, que aún seguía recorriendo los bosques del mundo.

Felizmente yo estaba disfrazada como una ninfa de mar, sobre todo porque quería evitar ver a Zeus.

Solo tenía un motivo para estar aquí: recuperar mis cosas y auto-exiliarme de por vida.

No me esperaba escuchar los chismes desde los labios de Hera.

Una ninfa estaba peinándole el cabello mientras ella leía una revista.

—¿Por qué todos están tan obsesionados con ella?

—Es la hermana melliza del señor Zeus.

—Y yo su futura esposa.

Les enseñó el anillo de oro en su dedo anular.

Fue como una puñalada a mi ego.

—Quizás es porque algo podría haberle ocurrido —dije... en vez de pensarlo.

Hera fijó su mirada en el espacio entre mis cejas, como si ese fuera un buen lugar para meter una flecha.

—¿Cómo te llamas? —preguntó.

Tomé una de las manzanas que estaban sobre un plato.

—Lérida —dije, robándome el nombre de una de mis sirvientas.

—Lérida, qué bonitos ojos tienes.

Al principio no sabía a qué se refería. Siglos después me enteraría que era una advertencia: ella encontraría una forma de quitarme los ojos si yo volvía a hacer algún comentario fuera de lugar.

Claro que este disfraz no duró mucho, pues era solo un glamour que Hades había conseguido maniobrar por unos minutos. Así que cuando Hera me vio entrar al cuarto de huéspedes, lejos de fulminarme, sonrió.

—¿Astraia? —preguntó una voz femenina a la distancia. —¿Qué te trae por aquí?

Traté evitarla, fingiendo no haberla escuchado. Pero de pronto, ella se me acercó y tomó mis manos entre las suyas.

—¿De paseo?

—Sí. Solo unos días —mentí.

Me sonrió.

—¿Ya te mandaron la invitación?

—¿Invitación?

—¡Para la boda! No sé si Hestia te contó. Zeus me propuso matrimonio.

Ojalá el día de su boda le baje la regla.

—Oh, felicidades —dije, abrazándola.

—¡Gracias!

Si quieres táchame de envidiosa o blasfema, pero juro por el río Estigia que ella ya comenzaba a oler a él.

Después de separarnos, se fue saltando por el pasillo como una niñita que no puede contener la emoción.

Cerré la puerta de mi habitación para gritar contra mi almohada.

Estuve ahí tirada varias horas antes de darme cuenta del humo del incienso en la mesita de noche. Me levanté para apagar la chispa, pero...

Una idea así es lo peor que se le puede ocurrir a una diosa que recién comprende que es la melancolía.

Tomé las velas que iluminaban las paredes.

Comencé quemando las cartas que estaban guardadas bajo mi almohada, luego las que estaban entre el colchón y cama. Las quemé todas... excepto una. Seguí con las túnicas, las plantas, todo. Tomé las joyas de mi baúl y las fundí, creando una daga.

Hacía calor. Solo veía llamas por doquier.

Todo estaba derrumbándose, quemándose, fundiéndose.

Suerte a la próxima "huésped" que intente llenar mi lugar.

...

Hestia me acompañó a Malta. Dijo que era porque quería saber en dónde yo había crecido.

Algo me decía que Hades le había pedido ese favor.

Me escudriñó con sus ojos durante el desayuno.

—Tri, conserva tu paladar. No es necesario que comas todas las frutas que cosechaste.

Me reí. Quizás esto era lo más cercano a llenar el hueco en mi pecho.

Tomé su mano. La apreté. Hestia era una de las pocas diosas que sabía sobre mi la verdadera razón de mi auto-exilio.

Nos echamos en el pasto para mirar las nubes.

—¿Y qué hay de ese temita con Poseidón? —le pregunté burlona.

No era un secreto que él siempre andaba regalándole perlas y conchas de mar cada vez que la encontraba en el Olimpo.

Quería embargarme de otros chismes para olvidarme del mío.

Hestia frunció el ceño. Parecía una niña de tres años opinando que el cielo es verde.

—Ese temita no es nada. El señor Barracuda es simplemente Zeus versión pez. No quiero nada que ver con él.

—¿Asumo que tampoco quieres casarte? —sugerí.

—El Olimpo aún es muy joven pero ya tiene a muchos planeando venganzas y estrategias para destruirlo. ¿Sabes lo que le ocurre a las esposas de los reyes cuando han perdido alguna batalla?

—¿Te refieres a los mortales? —pregunté con algo de disgusto.

Prometeo les había enseñado sobre el fuego unos meses atrás. Ese domingo Zeus no fue a verme a la "habitación de huéspedes" porque quiso asegurarse de castigarlo sin misericordia.

—No son tan diferentes a nosotros, Tri.

—¿Y qué les pasa a sus reinas?

Me sonrió y se levantó del césped. Corrió al río.

—¡A que no me atrapas!

Fui tras ella.

—¡Oye! ¡Responde!

Se quitó las sandalias. Tiró la túnica al pasto. Y luego se sumergió en las aguas del río.

No había un solo hombre en toda la isla, así que hice lo mismo.

Grité al salir a la superficie. ¡Estaba fría!

Hestia me tomó de los pies. Solté una carcajada de sorpresa antes de que ella me jalara bajo la superficie.

A veces actuaba como una niña pequeña.

—¡No me quiero casar nunca! —gritó hacia el cielo. —¡No lo permitiré!

Solté una carcajada.

Después de jugar un rato, decidimos tomar el sol cerca de la orilla, reposando aún en el suave pasto. Estaba por quedarme dormida, cuando sentí unos dedos recorrer mi vientre. Abrí los ojos de golpe.

Hestia examinaba cautelosamente mi estómago.

—¿Qué pasa? —pregunté. —¿Cuánto tiempo me quedé dormida?

El sol estaba por esconderse.

—Medio día.

—¿Y qué pasó?

—Nada —susurró. Pero el pequeño ceño fruncido en su rostro la traicionaba.

—¿Por qué estabas tocándome?

Su rostro se tiñó de rojo.

—¡Nada! No es nada.

—Tranquila —dije en un tono calmado. —Puedes tocarme, si quieres.

Ella me miró insegura una vez más. Tragó en seco. Me reí un poco por la expectativa.

Colocó una mano en mi estómago. Estaba fría.

—¡Lady Astraia! —gritó una ninfa a lo lejos. Hestia saltó por la conmoción, apartándose inmediatamente de mí. —Oh, perdón, mi lady.

—No te preocupes, Lérida. Dime qué pasa.

—Llegó una carta del Olimpo.

Sentí mi cuerpo tensarse involuntariamente.

—¿Quién la mandó?

—Mi lady, sera mejor que se ponga la túnica. Hermes está esperándola.

...

—¡Tía! —sonrió Hermes, aún con la boca llena de crema de espárragos.

—¿Cómo llegaste hasta aquí? —le pregunté curiosa, pues nunca antes había recibido su visita.

Tragó en seco y dejó la cuchara a un lado.

—¡Oh, no se preocupe! Me dieron un mapa. El único problema fue el viento.

—¿Quién te dio el mapa? —pregunté confundida.

Se limpió con la servilleta y luego "voló" por su cartera.

—¡La carta! ¡Es para usted! Aunque, Lady Hestia, usted también está invitada.

Tomé la carta para abrirla. No solo tenía el típico sello de oro celestial del palacio de Zeus, sino que pesaba como pergamino caro.

"El Olimpo se complace en anunciar las nupcias de:

Zeus, Rey de los dioses, Dios del cielo, rayo, trueno, ley y orden,

con

Hera, diosa del matrimonio, mujeres, armonía y alumbramiento.

Que tendrá lugar en:

El Palacio de Zeus, al mediodía del próximo equinoccio de primavera".

Me quedé mirando el pergamino hasta que las letras dejaron de tener sentido.

Apenas el otoño estaba comenzando. Aún faltaba mitad de año para que llegue el equinoccio de primavera.

Hubiera preferido que esto solo hubiese sido la noticia de su boda que la de su compromiso. Por lo menos así podría evitar pensar que aún había una mínima posibilidad de hacer cambiar de opinión a mi mellizo.

Hestia me tuvo que arrancar la carta de las manos, pues yo aún era incapaz de soltarla.

Hermes agradeció por la comida y se despidió.

No podía dejar de pensar en ellos. En Zeus encima de ella. Hera negándole sobrepasarse hasta la fecha estipulada. Algo me decía que la fecha estaba alejada no solo por el clima, sino por la necesidad de criar el hambre que le impediría serle infiel hasta entonces.

—¿Lady Astraia, desea confirmar la asistencia? —me preguntó Lérida.

Y yo estaba ahí. Mirando el suelo. Sentía la cabeza flotando sobre mi cuerpo pero sin forma de comunicarle a mis labios que dieran una respuesta.

Cerré los ojos.

—¿Desea cenar ya, mi lady? —preguntó la cocinera.

Olía a carne quemada.

—¿Desea que acomode su agenda para poder asistir? —siguió Lérida.

¿Qué debía hacer?

¿QUÉ MIERDA DEBÍA HACER?

Un agudo dolor nació en mi cabeza.  Mis piernas estaban débiles.

—¿Estás bien? —Hestia colocó un par de dedos en mi frente. —¡Estás ardiendo! ¿Quieres que llame a un médico? Quizás te puedan ayudar considerando que estás...

Entonces vomité, manchando el suelo de piedra por siempre.

...

—¿Cómo te sientes? —preguntó Hestia preocupada.

—Estoy bien.

—No, no lo estás —respondió una voz más.

—¿Mamá? ¿Qué haces aquí?

Me incorporé de la cama. Rea me sonreía desde una silla cercana. Su mirada era de preocupación.

—¿Qué es lo que te pasa?

—Nada —dije quitando los paños húmedos en mi frente. —En fin, ¿qué haces aquí?

—¿Acaso una madre no puede visitar a su... a sus hijas?

Hestia blanqueó los ojos.

—Te lo agradezco, madre, pero créeme que no hay nada de que preocuparse —dije, tomándola de las manos.

Ella asintió.

—Bueno, igual mandaré a una médico para que te examine. Esos desvanecimientos no son normales.

—Bien —respondí.

Sería muy difícil hacerla cambiar de opinión, así que lo mejor era dejar que haga lo que quiera.

Me besó en la cabeza y me abrazó antes de retirarse.

—No estás para nada bien —admitió Hestia cuando nos quedamos a solas.

—¿De qué hablas? Estoy bien. Solo fue un poco de conmoción. Eso es todo.

—Te enamoraste de Zeus.

Me sonrojé completamente.

—¿Qué?

—Madre habló de eso. Piensa que tienes alguna enfermedad. Por eso quiere que te examinen.

La luz entraba por la ventana. Debí haber dormido toda la noche.

—No es como que encuentren algo. Es solo que no esperaba que alejaran la boda tanto tiempo.

—¡Lo sabía!

Aplaudió para sí misma.

...

Cuando la médico llegó, masajeó mi cuerpo entero con aceites especiales y hierbas.

Recuerdo que sus manos se detuvieron en mi estómago. Tenía la misma expresión que Hestia aquel día en el río.

—¿Algo está mal? —pregunté.

—No.

Siguió sus masajes como si nada.

Me recetó tomar unos tés para la ansiedad.

...

El Palacio de Zeus:

Zeus estaba en uno de los jardines del castillo jugando al ajedrez con Atenea. Si bien era una diosa que ya había nacido adulta, a veces tenía unos momentos infantiles en los que aún disfrutaba de ignorar las osadías de su padre.

Fue entonces que llegó Hermes con una nota.

—¿Sí? —preguntó Zeus, feliz de no tener que seguir jugando.

Atenea levantó la vista, algo dudosa.

—Padre, traigo una nota de Malta.

—Sí, gracias.

Atenea brincó de la silla y se fue de ahí. Si era algo importante, ella se enteraría de alguna otra forma. Y si no lo era, era mejor no desperdiciar tiempo.

El ruido de la pileta escondió las palabras que se intercambiaron.

—¿Qué pasa en Malta? —preguntó Zeus.

—La tía no se encuentra muy bien.

—¿Cuál de tus tías?

—Astraia.

—¿Qué hay con ella?

—Hay rumores de que ella... bueno, se veía mal cuando le entregué la invitación. Así que si ella no va a la boda, no es porque yo no le entregué la carta, ¡eh!

—¿Qué rumores hay?

Zeus se preguntaba si Astraia estaba esparciendo secretos sobre su vida privada en el castillo.

—Pues me encontré a la abuela Rea en el camino de regreso. Me dijo que llevara a una médico a la isla para que la examine y que te diga el resultado.

—¿Y...? ¿Qué dijo?

Su propio hijo parecía inseguro de qué responder. Ni siquiera parecía querer ver a Zeus a los ojos.

Cuando Hermes dio el resultado, lo único que Zeus hizo fue darle la espalda, así que nadie supo cuál fue su reacción.

—¿Padre, estás bien?

—Vete.

Hermes corrió en búsqueda de Atenea.

Zeus se encerró en sus aposentos. Abrió la botella de vino junto a su mesa de noche y se la tomó de golpe.

No podía hacer más que recordar a Astraia. Su cabello rubio sobre esa misma almohada. Sus piernas reposando sobre la cama. Sus jadeos y risas llenando el cuarto. Sus labios besándolo en dónde él más la necesitaba.

Quizás si hubieran sido menos precipitados, está sería una buena noticia. Más herederos al trono... menos posibilidades de ser destronado por alguno de ellos.

No, esto debía mantenerse en secreto.

Más tarde le daría a Hermes una copa de vino con una cuchara de agua del Río Lethe para que olvide esa información. La médico podría ser fácilmente timada. Sin embargo...

Recordó a Hestia y sus ganas de quedarse soltera por siempre.

Quizás ese era el único precio que Zeus podría costear por ahora.

Pero por el momento, solo quería ahogarse en vino.

...

Astraia

Una de las ninfas fue quien me despertó esa madrugada.

—¿Qué pasa? —pregunté aún cubriéndome con la suave sábana.

—Alguien la está esperando.

—Pues podrá esperar hasta mañana, eh, que estas no son horas de visita —respondí.

—Es importante.

—¿Es Hermes?

—No.

—Pues no debe ser importante.

Entonces Lérida me tiró un baldazo de agua fría... literalmente.

—Lo siento, mi lady. Es crucial que se despierte ya.

Me pasó una toalla para secarme.

Me puse los zapatos de mala gana. Ni siquiera me cambie de ropa. Fui en mi camisón de dormir. Las nubes permanecían en una mezcla de rosas, naranjas y púrpuras. Aún así, el frío calaba hasta los huesos.

Me quité legañas de los ojos.

Todos mis sirvientes se habían puesto en su posición para dar la bienvenida a un olímpico: se habían colocado en dos filas que guiarían al visitante hacia mi cabaña principal.

Una figura masculina se acercó por el horizonte. Las sombras a estos momentos de la madrugada me impedían ver su rostro, pero su figura se me era inconfundible.

Si antes no estaba despierta, ahora sí.

Todos se arrodillaron ante él. Incluso Hestia, a mi lado.

Sus ojos estaban fijos en un punto atrás de mí. Como si mirarme fuera un pecado.

Aún así no me arrodillé.

En cualquier momento mis lágrimas iban a traicionarme.

¿Acaso estaba aquí para hablarme sobre Hera? ¿O para pedirme perdón? ¿O quizás para decirme que me casara con él por millonésima vez?

Por un segundo, logré que sus ojos se fijen en los míos. Esto también era difícil para él.

—Necesito hablar con Hestia —dijo Zeus.

Mi hermana parpadeó confundida. Me miró. Asentí. Se levantó del suelo y lo siguió al bosque, escondiéndose del resto.

...

Cuando volví a mi cabaña, intenté dormir. Soportar ser atornillada a una cruz sería más fácil. No dejaba de removerme en la cama de un lado a otro, incapaz de ignorar que Zeus no había venido a visitarme sino a pedirle ayuda a Hestia.

Una abeja no dejaba de zumbar por la ventana, manteniéndome despierta con miedo de que esta se pare en mi cara. A veces no entendía por qué estas eran las únicas criaturas que no me tenían miedo de ofender.

Esto era el colmo.

Me levanté de la cama y le pedí un baño aromático a mis ninfas. Ellas lo prepararon.

Ni si quiera así logré relajarme lo suficiente.

No podía dejar de pensar en cómo Zeus querría convencer a Hestia para que se ponga de su lado y dejarme sin una sola amiga.

—Lady Astraia, quizás debería evitar el vino hoy —dijo Lérida mientras otra ninfa preparaba mi desayuno.

—Tienes razón. Zeus podría emborracharse con solo la mera idea de creer qué hay vino en esta cabaña.

Lérida solo sonrió incómodamente y asintió, quitándome la copa de entre las manos.

Mi desayuno consistió de pan, aceitunas e higos maduros con algo de agua.

Apenas acabé de comer, me dirigí al bosque.

Esta era mi isla. Tenía todo el derecho de espiar gente.

No fue difícil encontrarlos. Estaban en el centro de una pradera, junto a un joven sauce.

Hestia estaba gritándole.

—¡No puedo creer que me hiciste jurar por Estigia! No puedo hacer eso. ¡Ella es inocente!

—Sí puedes. Tienes que hacerlo. Es la única solución. Sino ella será apedreada.

—Tú serías el responsable.

—Lo sé. Yo... es que...

—Y que hayas elegido a Hera... sabiendo quién es ella...

—Hestia, ¿me ayudarás?

Hubo un largo silencio. Todos los sonidos del bosque se intensificaron.

¿Qué quería Zeus de Hestia? ¿Por qué haría esto en un día cualquiera en este lugar?

Hestia lo fulminó con la mirada para después alejarse de él.

—Te ayudaré sólo porque estoy a merced de Estigia.

...

"Oh Lord, I think about jumping
Off a very tall somethings
Just to see you come running
And say the one thing I've been wanting, but no"

Justo cuando el sol estaba por ocultarse, Lérida y yo terminamos de cosechar cebada y menta.

—Mi lady, ¿me permite hacerle una pregunta personal?

Fruncí un poco el ceño pero asentí.

—Mientras mi respuesta quede solo entre nosotras...

Sus mejillas se tiñeron de rosado. Miró hacia abajo y llamó a un par de dríadas para que se llevaran las canastas de hierbas a la cabaña.

—¿Hermes... él...?

—No soy estúpida, Lérida —le recordé. —Me he dado cuenta que te interesa mi sobrino.

Sus mejillas se enrojecieron aún más.

—Perdóneme si esto...

—No. No te disculpes. Es natural. Hermes no es una elección tan mala. Pero debes tomar en consideración que casi nunca podrías verlo. Es un nómada. Pasa toda su vida viajando.

Ella se limpió algo en la mejilla.

—Gracias por la información...

—Creo que no me he hecho entender. Hermes podría ser un vehículo de desfogue romántico, si eso es lo que quieres. No necesitas mi autorización. Eres libre de escoger a quien quieras.

Me miró algo desconfiada. Quizás yo no estaba en el mejor momento para andar dando consejos amorosos.

La despedí para que vaya a descansar a su cabaña.

Entonces escuché los pasos contra el césped de Hestia y Zeus. No conversaban. Únicamente me miraban a la distancia. Zeus parecía cansado y Hestia, estresada. Dejé la canasta en el suelo y me limpié las gotas de sudor en la frente.

Ambos se detuvieron frente a mí.

—Los veré luego —dijo Hestia. Tomó la canasta a mis pies y se apresuró  a la cabaña.

Zeus y yo la vimos cuando cerró la puerta tras de sí.

Ninguno dijo una sola palabra. Él solamente miraba algo cerca a mi cuello, quizás era un lunar.

Cuando estuve por retirarme al fin, su mano se aplastó contra mi clavícula. Sentí un pinchazo terrible.

—¿Qué te pasa? —grité. Él retiró su mano inmediatamente. Habían dos abejas entre sus dedos, las cuales dejó caer.

La naturaleza, quizás la nuestra también, se había vuelto peligrosa en un abrir y cerrar de ojos.

—Déjame ver si aún tienes el aguijón —dijo acercándose más a mi rostro. Sentí el icor llenando mis mejillas.

Raspó mi cuello con sus uñas.

—¿Ya está?

Inesperadamente, caí, pero él me sujetó para llevarme en brazos a mi cabaña.

Una vez adentro, me colocó sobre la mesa de la cocina. Humedeció una toalla para pasármela por el cuello.

—¿Cómo te sientes? ¿Sientes algún mareo?

¿Por qué estaba tan preocupado? Era solo una picadura. Meses atrás había estado sufriendo una tortura febril por su culpa.

—No sé... ¿Por qué?

—Esa abeja es una especie invasiva. Debí haberla traído conmigo hace mucho. Son venenosas. Además me detestan porque mis nodrizas les robaban la miel.

—¿Si eso es cierto, por qué no las eliminas?

—¿Y que Demeter mande una plaga al Olimpo?

—Hay mucha gente ahí que solo ocupa espacio.

Blanqueó los ojos y terminó de limpiarme el cuello, aunque este ya había sanado.

—Listo, ya estás limpia.

—Gracias.

Empecé a retirarme, hasta que recordé que este era mi hogar. Iba a gritarle que se fuera, pero él estaba ya cabizbajo. Me mordí el labio.

Paciencia debía ser mi segundo nombre.

—¿Todo bien? —le pregunté.

—No es nada —dijo yendo a tomar el pomo de la puerta de la cabaña.

—¿Seguro?

Sería muy fácil para él decir las cosas que yo quería escuchar.

Me acerqué e intenté tomarlo del brazo pero él me apartó.

—Oye, creo que... algo está mal.

Su rostro estaba dorado. Notaba el sudor poblando su frente.

—¿Te picó también? —pregunté.

Acaricié el dorso de su mano para intentar abrir su palma.

Cerró el puño como acto reflejo.

Lo miré a los ojos, frunciendo el ceño.

Cerró los ojos y abrió la palma.

Había una picadura tornándose púrpura.

Tiempo después entendería que esas abejas que él había traído a mi isla habían evolucionado de una manera distinta. Sus picaduras no me provocaban ningún daño, pero a él...

Nadie sabía de qué estaba hecho el veneno de las abejas en ese entonces.

Su respiración estaba haciéndose cada vez más irregular. Lo empuje hacia mi cama.

Estaba sola. 

Nadie debía de saber que esa era su debilidad.

Cerré todas las cortinas. Me senté a su lado después de haber tomado un cuchillo de la cocina.

Lo raspé contra su palma para quitar el aguijón.

Zeus no dejaba de moverse. Su fiebre tampoco ayudaba.

—Tri...

Sus ojos desorbitados miraban el techo.

—No es el momento.

—Perdóname.

—Podrías morirte y eso es lo único que se te viene a la cabeza.

Entonces sus ojos volvieron a mí. Me sonrió.

—Te quiero.

Rodé los ojos, hasta que después de mucho batallar conseguí el aguijón. Lo puse en una servilleta para tirar a la basura.

—Deja de decir eso —le pedí.

Pasé mis manos por su frente para medir su temperatura.

—Y apesto a lavanda. No sé quién le dijo que me gustaba la lavanda. La detesto.

Zeus estaba delirando.

—¿De quién hablas?

—Por eso le pedí matrimonio: porque jamás podría enamorarme de ella.

—¿Hablas de Hera?

Asintió.

Una parte de mí estaba satisfecha. ¿El había intentado reemplazarme y no le había funcionado? Se lo merecía.

Pero... temía por Hera. Era la primera vez que pensaba en esto desde su perspectiva. Ella había rechazado a todos sus pretendientes por un mujeriego que le vendía falsas promesas.

La fiebre de Zeus bajó rápido, así que dejé que siga descansando en mi cama por unos minutos más. Fui hacia la puerta. Una mano se ancló en mi muñeca como un grillete.

—Quédate conmigo esta noche. Por favor.

Ya no me quedaba más que perder.

Además estaba agotada después de pasar el día cosechando.

Asentí.

Abrí la colcha de la cama para echarme a su lado. Sentí sus brazos recorriendo mi cintura, abrazándome ligeramente el vientre.

Besó mi frente.

...

Al día siguiente siguió ahi.

Pasé mis manos por sus mejillas. Me daban ganas de besar sus labios.

Abrió sus ojos poco a poco. Sonrió cuando  se dio cuenta de quien era la idiota que le estaba tomando la temperatura. Pero después de unos segundos, sus ojos azules perdieron el color. 

—Buenos días —dije indiferente.

—¿Puedes quitar tus manos de mi mejilla?

Me sonrojé, pero lo hice.

—Perdón.

—No te exaltes.

—Solo estaba midiendo tu temperatura. Ayer me diste un susto.

Tomó una bocanada de aire.

—Gracias por cuidar de mí.

Asentí, agotada y sin ánimos de pelear. Me levanté de mi cama. Quería lavarme el rostro para quitarme el suyo de la cabeza.

—Espera, Tri.

Me di la vuelta, esperando una respuesta.

Hizo una seña con sus manos para que me acercara.

—¿Qué?

Tomé asiento a su lado en la cama.

Fijó sus ojos en los míos.

El silencio reinó por unos segundos, pero no era incómodo.

De pronto, me tomó de los hombros y me abrazó... fuertemente. Duramos varios minutos así.

—Te amo —susurró con la voz quebrada.

Y sentí unas gotas caer en mi cuello.

Estaba confundida. ¿Por qué él estaba llorando? O sea, sí, él debía estar arrepentido de todo lo que me había hecho pasar, pero... cinco minutos atrás había dicho que ni me le acercara.

—¿Estás bien? —pregunté.

—Te he extrañado demasiado.

Las cortinas estaban cerradas. Estábamos casi a oscuras.

Se separó del abrazo para mirarme a los ojos. 

—Sí, yo también —susurré, aunque era una mentira.

...

—¿Cuando crees que se dé cuenta? —preguntó Zeus.

Estábamos reposando en el césped cercano a mi cabaña.

—¿En serio crees que no lo ha notado? —le pregunté.

Veíamos en un mensaje Iris invisible a Hera conversando con alguien en la mesa. Parecía Zeus, pero no era él. En realidad era Hermes gastándole una broma.

—Fue buena idea apostar que él jamás se atrevería —le dije entre risas.

Me besó en la frente.

Dos semanas habían pasado desde la noche de las picaduras. Durante todo ese tiempo Zeus no había regresado al Olimpo, así que Hermes viajaba cada mañana para entregarle la correspondencia.

Zeus usaba una de las cabañas más cercanas al lago como su oficina. En pocos días se había llenado de documentos, listas de tareas y libros de leyes.

Él sabía que aún me tomaría mucho volver a confiar, así que intentaba hacerme sonreír hablándome de los nuevos chismes.

Durante el almuerzo, Hestia nos acompañaba al lago. Ya no nos quitábamos la ropa para nadar.

Después del atardecer, él iba al bosque solo. Las primeras veces intenté acompañarlo, pero se rehusaba. Hestia me distraía con pequeñas labores domésticas. Un par de veces noté que sus manos estaban rasposas, como si se hubiera olvidado de sanárselas. Malta tenía eso. Era parte de su encanto el hacerte olvidar esos detalles que los dioses arreglan para parecer perfectos.

La cena la pasábamos frente a mis sirvientas. Zeus no confiaba en ellas, por lo que sus momentos más íntimos conmigo eran durante el desayuno en el césped del prado, lejos de las cabañas y el lago.

El mensaje Iris se cortó.

Me eché para atrás. El sol aún no salía en la isla. Él colocó una uva entre mis labios. Era la última.

Quizás podría acostumbrarme a esto. No era lo mismo, pero era mejor que nada. Claro que sonaba irrealista que se quedara por siempre. No podía cancelar la boda.

Se levantó del césped. Parecía nervioso.

—¿Ya te vas?

—¿Me acompañas? —preguntó.

Me ayudó a levantarme.

—¿A dónde?

—Ya verás.

Entrelazó su mano a la mía. Intenté evitar sonreír.

El camino nos llevó hacia el bosque. No dijimos una sola palabra. Los árboles eran gigantes. Ni siquiera podía ver sus picos. Las hojas eran del tamaño de mi cara, pero me acariciaban la espalda al pasar. Los troncos cada vez eran más gruesos, pero parecían inclinarse como si estuvieran a la expectativa de que algo histórico ocurra en ese momento.

Un camino de piedra se extendía dirigiéndonos hacia un montón de madera.

Sus pasos eran cada vez más lentos y cortos. Apuntó a un ciervo tomando agua de un estanque. Al observarnos, el animal corrió hacia las sombras.

Sentía sus manos temblorosas y frías.

—¿Estás bien, Zeta?

Asintió.

Me preguntaba si así es como él se sintió al crecer en Creta. Todo demasiado grande y abriéndose paso sin entender por qué. ¿Acaso nosotros también habríamos podido tener una infancia juntos?

Pocos pies después vi que nuestro destino no era una pila de madera, sino una cabaña.

—¿Tú la construiste? —pregunté anonadada.

No era muy opulenta. Aún habían ramitas y hojas creciendo entre los troncos de la pared. Se notaba que él había pasado días construyéndola.

—Sí.

Había algo extraño en su sonrisa.

—¿Es esto lo que has estado haciendo con Hestia?

Apresuré el paso.

—No, ella solo me ayudó a encontrar el terreno.

No se estaba ufanando. Parecía que ni siquiera tenía ánimos de mirar su propia construcción.

—¿Es para nosotros?

—No, para ti. ¿Te gusta?

Dejé su mano atrás para acercarme a una de las paredes. Las ramas tenían su esencia. Él las había tallado. Por eso sus manos habían estado rasposas durante los primeros días. Pasé mis dedos por la puerta.

—Es perfecta.

Cuando volteé atrás, lo vi aún en el mismo lugar en dónde lo había dejado. Volví hacia él para besar su mejilla.

Un débil sonrojo tiñó su rostro.

—La hice yo mismo.

—Sí, ya lo dijiste. Pero, ¿con qué propósito? ¿Por qué buscas esconderme en mi propio hogar?

Era tan ingenua que solo se me ocurría una razón: Quería remendar el error de nuestra primera vez.

Claro. Por eso había elegido el lugar más recóndito en el bosque. Nadie podría escucharnos. El sol aún no salía, y aunque pudiese, no nos podría espiar por la densa cobertura de la arboleda. Por eso había alejado la boda tanto tiempo. Además él no confiaba en que alguien además de Hestia sepa de su gran plan de infidelidad. Por eso mi hermana estaba tan enojada con él, porque sabía que yo no tenía la fuerza de voluntad para negarme.

Era su forma de repararme.

Abrió la puerta. El suelo era de césped.

—¿Recuerdas la vez que llegó una médico a examinarte? —preguntó.

—Eso fue hace mucho tiempo.

Se detuvo frente a mí después de cerrar la puerta. Me pareció ver a alguien por la ventana.

—Ten —dijo pasándome una infusión. Siempre la tomábamos juntos para relajarnos después del desayuno, sin embargo esta vez solo había una taza. —Tenemos que hablar.

—Dime.

—¿Sabes cómo es que alguien termina embarazada?

—Solo sé que no lo estoy, así que no te preocupes. A este punto, tendría síntomas...

Como cambios de humor repentinos, hinchazón en el estómago, náuseas, apetito elevado...

Miré a Zeus buscando una respuesta.

—Lo siento mucho —dijo arrodillándose ante mí. —Perdóname.

—¿Perdonarte?

—Es por tu bien —suspiró. La puerta se abrió.

—Hestia, ¡qué bien que has llegado!  Zeus ha perdido la cabeza.

—Lo siento —respondió ella mientras me tomaba del mentón.

Entonces sentí el peso de mi propio cuerpo. Mis piernas estaban tan torpes que me caí. Hestia me tomó entre brazos junto a Zeus. Ambos me colocaron sobre la cama.

—¿Por qué? —le pregunté.

—No puedo dejar que ellos nazcan.

—¿De qué...?

—Estás embarazada —dijo Hestia.

—Claro que no. Solo pasó una vez, ¿no, Zeus? ¡Explícaselo! Solo fue una. Es imposible que a la primera vez...

Él me miró como si yo fuera una copa de cristal rota.

—Eso, ve y miéntele otra vez, Astraia.

Me sonrojé.

Hestia lo miró con fastidio. Luego acarició mi mano lentamente.

—Sí es posible. Solo se necesita una vez y... Lo siento, Tri.

—No.

Entendí un par de cosas en ese segundo. Primera: sí estaba embarazada. Segunda: Zeus no quería que lo esté. Tercera: Habían formas de acabar con lo que crecía en mi vientre.

Zeus rasgó un pedazo de su túnica para limpiar la lágrima que se me resbaló por la mejilla.

Por un momento vi al viejo Zeus, aquel joven travieso y sin sentido de vida que solo disfrutaba su encierro en Creta.

Tomé su mejilla. Cerró sus ojos.

—No puedes... —dijo. Luego se apartó de mí. —La profecía... No quiero arriesgarme.

—Si sigues manipulando las profecías en lugar de dejar que tomen su curso, solo empeorarás tu propio destino. Algún día te aburrirás de ser rey.

Se rio de eso como si yo fuera una niña estúpida.

—Créeme que en serio quisiera.

Podía verlo pelearse con su propia ambición frente a mí.

—Deja que Hermes se case con Hera —rogué.

—No puedo.

—Entonces quédate aquí a mi lado.

Miró la puerta.

Hestia lo fulminó con la mirada. Ella tomó la taza de té entre sus manos. Cerró la puerta tras ella y fue al bosque.

Zeus me volvió a mirar, asintió y se sentó junto a mis piernas en la cama.

Me abrazó. Y yo no tenía fuerzas para apartar su calor.

Toqué mi estómago. No sentía nada aún. Pero era cierto que no había sangrado en unos meses. Debía ser idiota encariñarse con algo que aún no tenía ni nombre.

...

Hestia regresó después de unas horas, trayendo el almuerzo. El sol debía estar brillando a todo lo que daba, pero yo no me daría cuenta. Aún parecía de noche.

Cuando le pregunté por Lérida y las otras ninfas, dijo que habían caído en un extraño coma. Todas estaban durmiendo y no podían despertar. Estaban vivas, pues seguían respirando.

—Están hibernando —dije.

Mis piernas no se movían, pero podía sentir el dolor de mantenerlas tanto tiempo sobre la cama.

Hestia se encargó de masajear mis pies. Zeus miraba por la ventana, masticando un par de nueces.

Tenía miedo a su reacción así que se lo dije con mi hermana aún en la habitación.

—Lo quiero —le dije. —Quiero tenerlo.

—No —dijo sin apartar la vista del bosque.

—Lo criaré sola. Le diré que su padre lo ama. No tendrá motivos para destronarte.

—No.

—Por favor. Si quieres, déjame aislada en esta isla. Pon una barrera. Maldíceme, pero no me quites la posibilidad de...

Tiró el plato de nueces.

—¡No! ¿Es que no lo entiendes?

No bajé la mirada.

—¿Por qué? ¿Qué es lo que no me estás diciendo?

—Ese hijo sería la prueba andante de que tú y yo... Todo el Olimpo se enteraría que...

—Que consumaron el acto —intervino Hestia calma, dejando mis pies para ponerse de pie.

—Todo el Olimpo ya lo sabe —grité mirándolo. Le tiré una de mis nueces al rostro. —Haz tenido hijos con otras. Has sido una máquina de infidelidad. ¡Zeus, jamás te atrevas a decirme que yo soy el problema!

Lloré al darme cuenta que no importaba cuantas cosas le lanzara en la cara, jamás podría llegar a sentir un solo ápice de mi dolor, mi melancolía y soledad. Hestia se acercó a abrazarme.

No me di cuenta que Zeus inmediatamente buscó los vidrios rotos en el suelo.

—Solo quiero entender por qué me odia tanto —susurré más para mí que para ser escuchada. —¿Tanto miedo puede causar nuestro hijo?

Zeus colocó los vidrios en una bolsa.

—No tiene miedo de tu hijo —dijo Hestia.

—¿Entonces por qué me encerraría...?

Zeus regresó a la cabaña. Se sentó junto a la puerta, observándonos fijamente. Hestia lo retó con la mirada.

—Porque en realidad está asustado... de ti.

...

"Come here", I whispered in your ear
In your dream as you passed out, baby.
Was it over then? And is it over now?

Si hay algo que envidio de los mortales es su medición del tiempo. Sus crías saben a los 2 años que existe un pasado, presente y futuro. Ese concepto es algo más difícil de entender para alguien que ha demorado demasiado en madurar como un dios.

Por ende, no tenía mi idea de cuánto tiempo me quedaba para dar a luz.

Además los embarazos divinos no son normales. Mi vientre no crecía mucho. Aún así sentía como algo se removía en mí. Sus movimientos a veces me provocaban dolores o me daban náuseas. No podía detenerlos.

Si ya era difícil percibir El Paso del tiempo, era aún peor cuando nunca veíamos el sol, gracias a los árboles inmensos que apenas dejaban que la luz entrara. La comida que Hestia cocinaba en una olla afuera era mínima para evitar sospechas.

Era muy difícil conseguir dormir, así que la mayor parte de veces solo dormitábamos.

Era natural que alguien perdiera la cabeza.

Quizás yo fui la primera en hacerlo.

Era de noche. Hestia dormía en una silla a los pies de mi cama. Se cubría con una manta de lana. Zeus estaba echado a mi lado. Sus brazos me abrazaban de la espalda.

No podía dejar de pensar en lo mucho que quería romper su cuello.

Nunca antes había deseado con tanta intensidad que jamas encontrara a alguien que llene mi vacío en su vida. Quería que se enamore de todas las personas que le recordaran a mí. No solo pasaría vergüenza sino que también no tendría a nadie más a quien culpar que a sí mismo.

Sus pestañas vibraban de vez en cuando. Él ya debía estar profundamente dormido. Podría haber hecho cualquier cosa. Podría haberlo asesinado ahí mismo.

No.

Pasé mis dedos por su frente.

Quería que la humillación lo persiga. No quería que solo folle a las diosas y ninfas, sino a las mortales. ¿Acaso habría peor castigo? Rebajarse hasta llegar a procrear con gente salvaje e inadaptada. Y los hijos de estas uniones, estos "semidioses", solo servirían como recuerdo de los nuestros. Sufriría al verlos indefensos y aún más al verlos morir... justo como él planeaba hacer con nuestros hijos.

Además él ya había roto la promesa eterna de que se casaría conmigo.

Me acerqué a su oído.

—Yacerás con otras, incapaz de mantener tu matrimonio estable.

Abrió los ojos en ese instante.

Casi me apartó hasta que se dio cuenta de quién era.

Me abrazó y luego me besó en la mejilla.

...

Cada día el té me provocaba más y más sueño, lo que me cerraba los ojos. Poco a poco dejaba de poder moverme, aunque aún podía sentir calor, frío y dolor.

Sobre todo dolor.

También podía escuchar las lágrimas de mi hermana.

Supongo que lo más parecido para los mortales sería vivir en una constante parálisis de sueño.

Zeus decidió torturarme con su eterna presencia a mi lado. Solo salía de la cabaña para ayudar a Hestia a recolectar la hierba especial que me estaban dando. No sé cómo fue que nadie se dio cuenta de que Hermes era quien suplantaba a su padre en el Olimpo.

—Está mojada —dijo Hestia al despertarse. Esa noche había dormido aferrada a mí. Tenía miedo de lo que Zeus pudiera hacerme si ella no estaba presente.

Zeus se levantó de la silla frente a mi cama. Sentía la ausencia del peso de Hestia a mi lado. Dos pares de manos se encargaron de quitarme la colcha que había estado usando para cubrirme, ya que ninguna ropa me quedaba.

Sentí los calambres al comienzo de parto. Sentí como algo se abría paso, intentando quebrarme desde adentro.

—Necesitamos más té —dijo Zeus. —Así no sentirá el dolor.

—Ya no hay más —dijo mi hermana.

Unas rodillas se clavaron al piso.

—Ya ha sufrido demasiado. Dime, ¿qué debo hacer para que no sufra más?

—¿Qué?

Él tomó sus manos.

—Estoy cansado. ¡Estoy enfermo de esto! ¡¿Padre, es esto lo que querías?!

—¡Cálmate! —gritó ella, tomándolo de las manos para levantarlo. Él se negó. —No seas tan dramático.

—No quiero que sufra más.

—¡Tú causaste esto! ¿No es esto lo que querías? Ella ya no puede hablar. No puede ni moverse. A menos que intentes tomar su dolor y hacerlo tuyo, no puedes hacer nada.

El silencio fue largo.

Pero luego sentí sus manos tomando las mías. Besó mi frente.

—Solo asegúrate de sacarlos de ella.

Una oleada de calor recorrió mi cuerpo. No era agotadora sino más bien reconfortante, como cuando vas a un jacuzzi. No sentí dolor.

Zeus gemía, casi parecía que iba a vomitar.

—¡Es una niña! —dijo Hestia emocionada. Mis ojos estaban cerrados pero podía escuchar el corte de las tijeras.

El potente llanto de mi primera hija casi logró despertarme. Sentí su calidez en mi pecho por unos segundos antes de que lo apartaran para ayudarme a sacar a mi siguiente hijo.

Él sonaba menos fuerte.

Cortaron pedazos de mi manta para arropar a mis hijos.

Creí que eso era todo. Ahora me darían un antídoto para regresar a sentir todo.

Esperé y esperé pero esa no parecía estar pendiente.

Hestia sostenía a mi hijo. Zeus, a mi hija.

—¿Qué nombre...?

—No lo sé.

Hestia fue a buscar comida y otras hierbas medicinales para regresar mi vigor.

Zeus se encargó de limpiarme. Dejaba besos en todos sitios, seguidos de lágrimas.

Dijo que me amaba, que estaba arrepentido y que le perdone por lo que tenía que hacer.

No entendía nada.

Él prendió el fuego de la chimenea. Por el olor, este era fuego griego.

No. ¡No!

...

Zeus

Demeter me había dicho que había hecho lo mismo cuando Perséfone nació. Encendió el fuego griego y la colocó ahí para fortalecerla.

Tenía miedo de lo que podía provocar. Estos eran míos. Completamente.

Los únicos hijos que habían nacido por el amor más doloroso que había sentido por alguien.

Mi hija apretaba mis dedos. Mi hijo buscaba algo que morder. Logré colocar a ambos en el fuego.

Astraia estaba dormida, pero aún sentía. ¿Qué pensaría de nuestros hijos? Ella solo tenía un deseo. Planeaba cumplirlo. Quizás tenía razón y ellos no serían la causa de mi desgracia.

Cuando estuvieron lo suficiente fuertes, tomé un cuchillo, el mismo que habíamos usado para cortar los pedazos de tela con los que mis hijos se cubrían.

Lo apreté contra mi pecho. Icor salió despedido de este. Me provoqué una gran herida. Y ahí metí a mis dos hijos, quienes dormían plácidamente.

—¿Qué has hecho? —preguntó Hestia al ver las cenizas en la fogata y la ausencia de mis hijos.

—Lo que tenía que hacer.

Ella me tiró una piedra caliente a la cara. Me arrodillé para evitar que me cayera.

Cuando me levanté, pude escucharla vomitar antes de correr entre el pasto.

Estaba a dos pasos de la puerta. Debía solo cruzarla y no volver a mirar atrás.

Pero entonces cometí uno de los errores más grandes de mi vida.

Me volteé a ver a Astraia.

Incluso después de haber dado a luz tenía el rostro suave como una nube. Sus pómulos estaban rosáceos. Había sudor en su frente.

¿Esta sería la última vez que la vería?

No podía irme así solamente. Era como ir a una tumba y no dejar flores.

Pasé mis dedos por su mejilla.

Estaba lloviendo afuera.

Me senté frente a ella. No quería que le caiga una sola gota en el rostro.

Le cayeron varias, y creo que fue por mi culpa más que nada.

No sé cuánto tiempo me quedé ahí, intentando reparar todo. Limpié el icor de su piel con unos pañuelos.

Algo en el pecho me comenzó a doler poco después. Recordé a los niños, así que me corté el pecho otra vez y los dejé salir.

Ya no eran un par de bebés, sino un par de niños pequeños, como de tres o cuatro años.

Tenían sus ojos. Era difícil mirarlos sin sentirme culpable.

—¿Quién es esa? —preguntó la mayor señalando a Astraia.

—Tu madre.

Su hermano asintió con algo de pena.

—¿Y cómo me llamo?

—No lo sé. No lo había pensado.

—Pues escogeré un nombre luego. ¿Y él, cómo se llama?

—Es tu hermano.

—Un gusto, "tuhermano".

Ambos rieron. Parecía ser su primer chiste interno. Luego comenzaron a correr por la habitación.

Era la primera vez que escuchaba risas en varios meses.

Habían días en los que salíamos de la cabaña a explorar. El niño parecía ser el más sensible de los dos. Le gustaba buscar moras y frutas entre los arbustos. La niña era un poco más tosca. Se notaba que era ella quien estaba detrás de cualquier travesura. Me acompañaba a cazar animales.

Habían días en los que me sentaba al lado de Astraia y no salía para nada. No dejaba de llorar.

Los niños no hacían muchas preguntas. Parecía que ya sabían todo. O al menos eso creían. No les podía culpar. Su mundo era una cabaña, un bosque y un dios cuyo nombre no conocían.

...

Temí el día en el que el sol se puso más tarde de lo previsto. La primavera ya estaba por llegar, y con ella, mi horrible boda. Esto significaba que debía de sacar a Hermes de la ecuación y regresar a mi trono.

Se sentía extraño eso de regresar. Era como haber naufragado por cinco meses y luego hacer como que yo mismo no me hubiera arrancado el corazón al tener que dejar atrás al único ser que me importaba.

Cuando reuní a los niños, estaba pensando en dejarlos en la isla para que cuando las ninfas despierten, sean ellas quienes los atiendan. Ellos merecían la infancia de su inocente madre, no la de su horrible padre.

Pero entonces se sabría.

Se sabría que ellos eran hijos de Astraia. Y si eran hijos de Astraia, ellos podrían unir puntos y se enterarían de quienes éramos.

Así que en la última noche antes de casarme, esperé a que se durmieran, luego tomé a uno en cada brazo y nos hice aparecer en el palacio de Troya.

Susurré en el oído de su rey para que los haga pasar por suyos.

Nunca se me ocurrió que Apolo tuviera un interés tan fuerte en ellos. O que de alguna forma, Caos supiera de su existencia.

...

Astraia

Solo recuerdo a Hestia gritándole a Zeus que él era la causa de mi destrucción.

Es lo único que recuerdo antes de desvanecerme de dolor.

Fue entonces que le rogué a todos los dioses, incluso a Caos que me quitara ese sufrimiento. Creo que era invisible.

Es difícil medir el tiempo cuando estás consciente pero dormida. Nadie me visitó.

Caí en el abismo del olvido. Los mortales ni siquiera se enteraron de mi existencia porque cuando aprendieron a escribir y a contar historias, yo ya estaba casi un milenio entero bajo tierra.

Y estar atascada en esta cueva subterránea era una pesadilla que parecía eterna.

...

Milenios corrieron antes de que yo despertara. En mi tiempo libre no dejaba de planear lo que haría cuando alguien me encontrara. No habían precauciones en las que no hubiera pensado. Además todos los caminos me regresaban a las abejas.

Hasta que por fin el día llegó y un joven escuálido fue quien abrió mi cueva. Sentía mi corazón saltar y regresar a la vida con tan solo oír sus pasos arrasando contra el polvo en el suelo. Se arrodilló a mi lado en la cama de piedra. Sentí sus dedos en mi mejilla.

Abrió mis labios para administrarme el antídoto. También sentí punzadas en mis muñecas, mis rodillas y mi vientre.

Poco a poco empecé a sentir choques de electricidad recorrer mis venas.

Abrí los ojos poco a poco. La luz que entraba desde la ventana a esta habitación me dolía ver.

—Astraia —susurró el chico.

No tenía pinta de ser el hijo de algún rey o de un dios.

Sus ojeras eran profundas. Su piel estaba demasiado pálida. Casi parecía un vampiro.

—¿Y tú quién eres? —pregunté somnolienta aún.

—Demian Jackson. Soy quien te despertó.

—¿Por qué lo hiciste?

—Por un favor hacía Caos.

—¿Caos?

Demian asintió. Me ayudó a levantarme de la cama.

—¿Cómo conoces a Caos? Ni siquiera yo sé cómo se ve.

—Es complicado.

Me condujo a través de un largo sendero. La cabaña había quedado bajo tierra por lo que teníamos que subir unos escalones de troncos que él mismo había tenido que construir para poder acercarse a mí.

Cuando regresamos a mi hogar, vi como todo estaba muerto. Los cadaveres de las ninfas que nunca despertaron de su última hibernación apenas eran polvo.

Demian me llevó hacia un hombre de aspecto descuidado y que olía a queso.

—Mi bisnieta favorita. Ya era tu hora de despertar —susurró el hombre (Caos), abrazándome. Quería vomitar.

—No entiendo.

—Escuché tus planes. Es hora de cumplirlos. Demian me debe un gran favor, así que será tu ayudante.

—Pero, ¿por qué? ¿Qué ganarías?

—Por fin ser el causante del fin del mundo. Creo que es momento de borrar todo y volver a empezar.

Casi me caí de espaldas.

—Señor C, creo que debería esperar un momento a que Astraia descanse. Aún se está acostumbrando a los movimientos.

Fruncí el ceño.

...

A través de un portal, aparecimos frente a un parque. Solo éramos el muchacho  y yo.

Había una energía extraña que emanaba de él. Era como si...

—¿Qué eres? —le pregunté.

—¿Eh...? ¿Estadounidense?

—¿Qué raza es esa? Creía que eras mortal pero...

—Oh, eso. Mis padres eran semidioses. No sé si eso significa que tengo un cuarto de sangre de Poseidón o si tengo la mitad, porque bueno... mis padres eran medios hermanos.

—¿Semidioses?

—Hijos de Poseidón. Sí, da un poco de asco que compartan el mismo padre. Pero supuestamente no comparten ADN. Por eso no tengo problemas... al menos no más de lo normal.

—¿Qué es ADN? Espera... ¿Poseidón tuvo hijos con una mortal?

—A este punto, es mejor preguntar con qué mortal no tuvo hijos.

Uf, cuando Hestia se entere...

—¿Y tú eres hijo de los hijos de un dios?

—Eh, ¿sí?

Una abominación ese Demian. ¿Quién iba a pensar que los dioses se rebajarían a acostarse con mortales... y a no borrar la evidencia? Quizás mis maldiciones habían tenido un efecto demasiado fuerte.

—¿Y qué es de Zeus?

—Ah, tu "situación". Pues con decirte que el 90% de los problemas de la Antigua Grecia eran debido a que se le caía demasiado rápido el pantalón... Ya hasta debe ser sin querer padre del 10% de la población global de mortales.

Mis maldiciones sí habían funcionado demasiado bien.

Demian me guío hasta llegar a un hotel frente a una avenida en donde vendían joyas y ropa de lujo.

—¿Qué pueblo es este? —le pregunté desde el balcón que teníamos en la sala.

—Es la isla de Manhattan. Estamos en Nueva York.

—No parece una isla. Todo está demasiado... poblado.

—Sí. Bueno, mi padre vivió aquí.

—Oh, un isleño. ¿Y en dónde está?

Su rostro se ensombreció.

—Muerto.

...

Demian era difícil de leer.

A veces se portaba de una forma que me recordaba un poco a los dioses. Esa actitud de creer saber todo. De tener todo fríamente calculado...

Quizás por eso me interesó tanto que le dejé abrazarme la primera noche.

Fue uno de los pocos que se quedó a mi lado. No parecía importarle que Zeus podría tirarle un rayo en cualquier momento, teniendo en cuenta de que tenía muy poca sangre divina para contrarrestarlo.

No sé a quien me recordaba.

—¿Alguna vez tomaste el lecho con una mujer? —le pregunté una noche en la que descansábamos después de llenar la pared de planes detallados de todo lo que lograríamos ese año.

Dem se sonrojó.

—¿Por qué le interesa?

—Somos amigos, ¿no?

—No lo sé. Técnicamente estoy a tu servicio.

—Perdón si te incomodé. No era mi intención. Solo era curiosidad.

Soltó un largo suspiro. Se sentó a mi lado en el minibar de la cocina. Tomó la copa de vodka que él había estado preparando antes y se la tomó de golpe.

—Jamás.

Sus ojos brillaban mientras me miraban.

Ambos ya estábamos algo mareados.

Lo besé en los labios. Y entonces entendí al resto. Había algo liberador en no tener que fijarte en si te mueves bien cuando estás con un mortal. De cualquier forma, ellos siempre quedan complacidos y pidiendo por más. Nunca dormí tan bien como esa noche.

Al despertar, Dem me miró avergonzado. Solo sonreí.

—Estuvo espléndido —dije besando sus labios una vez más.

—¿No estarás embarazada?

—No —dije. —Te pusiste uno de esos plastiquitos.

—Ah, sí.

Si tan solo estos hubieran aparecido hace más de mil años atrás...

Aún así Demian se veía particularmente asustado.

—¿Y yo no estaré embarazado?

Le tiré una almohada encima.

...

—¿Quién es ella? —le pregunté una vez durante la cena. Él siempre miraba una foto en el sofá antes de irse a dormir. Era de una mujer con el cabello castaño, aunque parecía haberlo tenido rubio en su juventud.

—Es Aqua.

—¿Quién es Aqua?

—Mi madre.

—¿Y que planeas hacer con ella?

—No sé. Es solo una foto.

—Pareciera que ella fuese tu esposa y no tu madre. Siempre miras su foto en privado.

—Astraia, ¿recuerdas cuando dijimos que iban a haber cosas que no entenderías de mi pasado? Pues esta es una de esas.

Fruncí el ceño. Lo pulverizaría en ese instante, pero entonces me quedaría sin compañía. Y Dem había probado ser una de las mejores.

—Bueno, ¿hay algo más interesante que hacer esta noche?

Soltó una risita.

—Apenas conozco este mundo un poco más que tú.

—Explorémoslo.

Negó con la cabeza.

—¿Y si mejor nos quedamos en casa?

—No hay nada más que hacer aquí.

Sonrió antes de irse a la cama.

...

Pasaron semanas antes de que confiara lo suficiente como para admitir lo que ocurría entre él y su madre. Me contó de la muerte de ella y de la venganza que él había logrado cometer.

—¿Así que tu gran venganza es evitar tu propio nacimiento?

—Sí.

—Curioso.

Háblame más del autoestima de un semidiós.

La copa se le cayó al piso. La oscuridad de la fiesta a la que nos habíamos colado no tenía mucha gracia. Solo había gente a nuestro alrededor más preocupada por desnudarse esa noche que por darse cuenta de mi presencia.

Así que me levanté de la mesa para poder retirarme.

Pensé que Demian me tomaría de la mano, pero no lo hizo. Se distrajo con una chica joven a su lado de cabello pelirrojo.

Se fueron a bailar.

Sabía que algo así pasaría. Demian no era mío.

Casi todas las noches él se iba a acostar con alguien nuevo. Quería que no me importase, pero de alguna forma esto me fastidiaba. No lo amaba, pero eran como pequeñas traiciones cada vez que olía los restos del perfume de alguien nuevo en su cuello.

Una de esas noches en las que yo regresaba al hotel, caí por un hoyo.

Mejor dicho, el hoyo se abrió bajo mis pies, tragándome de inmediato.

Cuando desperté estaba frente a una fogata. La habitación oscura estaba finamente decorada con oro, pinturas, bronce celestial y demás.

—¿Qué haces aquí?

Hades estaba arrodillado frente a mí.

—¡¿Mandaste un hoyo por mí?! ¡Detesto los hoyos!

Me abrazó.

—Creía que estabas muerta, que Zeus te había hecho algún daño irreparable. No puedo creer que estuve tantos años en disputa con él porque creía que te había cortado como a nuestro padre.

—Lo sé —susurré aún apretándolo contra mí. —Me tuvo encerrada en mi isla.

Escuchaba a lo lejos un par de gemidos. Pero los Campos de Castigo estaban lejos.

—Hestia se va a emocionar cuando le cuente...

—No, no metas a Hestia en esto. Ella le ayudó.

—¿Qué?

Asentí.

—¿Quién más sabe de mi existencia?

—Nadie, creo. No ha sido platica en el Olimpo. Fue una casualidad que te hayamos encontrado. Es uno de los juegos favoritos que mi esposa y yo...

—¿Esposa?

Se sonrojó. Quería que hablemos de eso.

—Perséfone.

—¿La hija de Deméter?

—Sí.

—¿Y de qué va este juego?

—Pues a veces se aburre de estar aquí bajo tierra. No me importaría si decidiera salir de vez en cuando al exterior, pero Zeus puso esta regla especial y... En fin, a veces me pide que traiga a un mortal de afuera para conversar. El mortal cree que todo es solo un sueño. Y a veces, jugamos con él o ella...

—Vale, vale, vale.

—Ajá.

—¿Ella sabe que estoy aquí?

—No. Ahora está ocupada con un hombre que vio en el club.

Los gemidos cercanos cobraron sentido.

—¿Y tú no participas?

—Quería saber si eras tú.

Me levanté del sillón.

—Pues creo que ya es hora de retirarme.

—Hay una profecía sobre ti.

—¿Qué?

—La recitó un oráculo en la boda de Zeus.  Creíamos que iba a hablar sobre la bonanza de su matrimonio, pero habló de ti. Zeus ejecutó al profeta.

—¿Y de qué va?

Sacó un pergamino de su túnica. La caligrafía había sido rápida y tosca. Habían algunos errores de puntuación.

—La apunté lo más rápido que pude sin que Zeus se de cuenta.

"Dos semidioses de una misma casa,
Darán vida al héroe que a un ser divino despertará.
Antigua figura, nombre olvidado en la nada,
Se alzará junto a él, tras siglos de ocultar.

Amantes, en armonía, su hogar florecerá,
Mientras el mundo se derrite en desvanecer.
El Olimpo renace, una nueva era surgirá,
Sin su rey supremo, el destino no revertirá"

—¿Esto es sobre mí?

—Sí.

Y todo comenzó a cobrar sentido. Demian era el hijo de dos semidioses que compartían padre. Él me había despertado después de siglos de olvido. El segundo párrafo era lo que no me cuadraba. ¿Cuales amantes? ¿Cuál hogar?

Y eso de que el mundo se derrite, ¿es eso sobre el calentamiento mundial?

—Zeus desaparecerá, de la misma manera que nuestro padre. No sé si está bien que lo sepas. Aunque, no conocemos ninguna de sus debilidades.

Las abejas.

Las abejas de Malta.

Las abejas de Malta eran su debilidad.

—Gracias, Hades.

—¿No estarás pensando en algo más?

—Tienes esposa. No follo con gente casada.

Se sonrojó.

—Me refería en que no estés pensando en algo que podría hacerle daño a los demás.

—Zeus ya ha hecho suficiente daño. Asegúrate que Demian regrese a salvo.

—¿Demian?

—El que se esta follando a tu esposa.

Me hizo desaparecer por un hoyo otra vez.

Nunca volví a hablar con él.

Pero Demian apareció a mi lado en la mañana.

Idiotas.

...

N/A:

Hola amixes!

Ha pasado como 739173 años desde la última vez que publiqué pero ajá. Les deseo lo mejor. Iba a publicar esto para Año Nuevo pero hubieron muchas distracciones. Además quería publicar cuando ya se terminara la primera temporada de la serie. (¿Qué tal les pareció? Admito que me encantó pero que no la sentí como cuando leí el libro. No sé, el libro era más una comedia)? Y pos ajá.) Pero por eso quise hacer un capítulo más largo. Si el final está un poco rápido, es por qué ya tengo que acabar para irme a recoger las cosas del súper.

¿Qué tal les pareció este capítulo? ¿Qué opinan de Zeus? ¿Qué opinan de Hestia, merece que Astraia la perdone? ¿Y que opinan de Astraia? Intenté que no parezca una desquiciada que anda atascada en el año 20,000 AC, porque así es como parece en el fanfic lol.

En fin, ¿en dónde creen que estén los hijos de Zeus y Astraia?

El siguiente capítulo ya será sobre Percy y Aqua. Este nomás fue por diversión.

Besos en dónde más les guste.

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