42. Blood runs thicker than water

22 de diciembre del 2014, 10pm
Manhattan, NYC

Las Moiras

Tres mujeres cerraron su taller de costura en Manhattan.

—¿Cuánto falta para que empiece la novela de la Fatmagul? —preguntó la anciana Átropos.

—Veinte minutos —respondió la menopaúsica, Laquesis. —Quizás lleguemos a tiempo si tomamos el siguiente subway.

—Habríamos salido antes si hubieras dejado de flirtear con el hombre del sombrero rojo. Además, seguro que era gay —respondió Cloto, quien aparentaba no ser mayor de 18 años.

—Era un sombrero muy bonito.

—Sí claro. ¡Oye, Cloto! Deja de corretear y ayúdame a bajar las escaleras. Me duele la artritis.

Cloto blanqueó los ojos. Ella y Laquesis tomaron a Átropos de cada brazo para ayudarla.

Cloto ignoró a un hombre vagabundo que hablaba incoherencias. Una de las primeras reglas del subway era nunca mirar a los ojos a desconocidos. Pero Cloto pudo ver como él le sonreía con todos los dientes.

El tren de SoHo a 34th Street solo tomó 5 minutos. Compraron pizza en el camino al Empire State Building.

No estaba el típico hombre que resguardaba la entrada al Olimpo, pero había una mujer que aparentaba la edad de Atropos. No cuestionó quiénes eran, solo las dejó pasar después de configurar el elevador.

A Cloto se le cayó el pedazo de pizza de las manos cuando las puertas se abrieron en el piso 600.

Había humo esparciéndose desde el pico más alto de la ciudad del Olimpo.

Laquesis apretó el botón de emergencia, el cual provocó que el ascensor se desplome hasta el primer piso.

—No entiendo. ¿Quién hizo esto? ¡Se supone que el sacrificio de la tal Emma salvaría al Olimpo!

Un terremoto recorrió el edificio entero mientras ellas forzaban las puertas abiertas del elevador.

Átropos frunció el ceño.

—Nadie dijo que una muerte iba a terminar con todo. Eso te lo inventaste porque te sentías mal por cortar el hilo.

Laquesis se interpuso entre ambas hermanas.

—Tranquilidad. Debemos regresar al taller. Algo me dice que son fuerzas ajenas a nosotras.

—¿De qué hablas? ¿Quién podría diseñar este futuro?

Cloto recordó al vagabundo de la estación... Además de la barba multicolor, esa sonrisa le había dado mal rollo.

Laquesis recordó al hombre del sombrero rojo. ¿Por qué había venido con un sombrero veraniego en pleno invierno?

Átropos recordó a la mujer del ascensor.

—¿Caos? —preguntó al acercarse a la mujer en la recepción.

Caos guiñó un ojo, satisfecha. Luego desapareció.

—¡Mierda! —gritó Átropos.

—Creo que ya es hora de ir a buscar a ese chico Jackson —dijo Cloto. —Ya me cansé de esperar tanto.

...

Olimpo.

Apolo no pensaba mucho en estrategias. Se podría decir que su hermana Artemisa tenía mejor excusa para usarlas ya que ella cazaba.

En cambio él tenía rutinas específicas: escribir haikus en su libreta, sacar el carro del sol a pasear, pasar por el campamento mestizo para observar a sus hijos, inspeccionar los oráculos para hacerles mantenimiento, cenar en el Olimpo, ver fotos de Naomi Solace en bikini e ir a sus conciertos en Los Ángeles.

Así que cuando Hermes lo despertó en mitad de la madrugada para decirle que alguien había acuchillado a Atenea, el dios del sol se despertó de golpe.

—¿Quién fue?

—Nadie sabe. Poseidón está buscando culpables. Hay algunos que piensan que fue... alguno de tus hijos.

—¿Qué?

—Sí.

—Pero si el campamento... Estuve ahí hace unas horas. Dionisio se pasó. Sé que creó la manía para que no tengan que morir de peores formas pero... ¡Todos mis hijos murieron! Solo sobrevivió Will.

—Si no fueron los tuyos, entonces... podría ser alguno de los suyos.

—¿Te refieres a Percy o a Aqua?

—Podría ser. Por cierto, ¿qué haces con una foto de la mamá de Aqua...? Dime que no...

El dios de los ladrones notó la foto en el piso justo junto a la cama. La recogió para mirarla mejor.

—¡Claro que no!

Hermes lo miro acusatorio. Creía que se contaban todo. Es más, a veces pasaban noches juntos para reforzar la amistad.

—¿Es que quieres que Poseidón te pulverice?

Apolo le quitó la foto de las manos y la fue a guardar en lo más profundo de un cajón.

—¿Alguna vez escuchaste de la hermana de Aqua? ¿Emma?

—Sí claro. Espera, no me digas...

—Emma iba a ser mi hija.

Hermes sentía que iba a vomitar, lo que debería ser imposible para un dios, pero desde la muerte de Zeus, cualquier cosa era posible.

—¿Cómo que iba a ser?

—Hay un universo en el que Emma es mi hija y Aqua es mortal.

—¿Cómo?

Apolo limpió un hilo de icor que caía por su brazo. Debía de ser una herida por la batalla de antes. Se sentó encima de su cama, frente a Hermes.

—Es una larga historia.

Hermes puso una almohada en su regazo.

—Felizmente eso es el problema de otra línea de tiempo.

—De hecho... las Moiras crearon esta línea de tiempo. ¿Recuerdas esa profecía sobre "dos hijos de la misma casa procrearán al héroe que destruirá la divina raza"?

—Eh... ¿no?

—Bueno, creyeron que si creaban un universo en el que se puedan crear las condiciones exactas, entonces podrían deshacerse de la profecía. Ellas convencieron a Afrodita para manipular ciertos hilos de atracción...

Hermes detuvo a Apolo.

—¿Percy y...?

—... Aqua, sí. No necesitaron brebajes ocultos. Al parecer sí que se traían unas ganas.

—Pero el mundo no se ha destruido.

—Claro que se destruyó. Aqua dio a luz al hijo de Percy quien al nacer despertó a Gaia. Los gigantes ganaron. Percy y Aqua escaparon a Canadá y criaron ahí a Demian. Y cuando él creció, contactó a Caos. Caos creó un tercer universo a donde mandó a Demian... y ese universo es este.

Apolo miró a Hermes como si estuviera buscando apoyo. El dios de los ladrones se demoró en procesar todo lo que Apolo le había dicho. Era como escuchar sobre esas teorías cuánticas de Marvel, pues no entendía un carajo.

—¿Demian es de otro universo?

Apolo sacó una botellita de licor de su cajón y se la ofreció a su hermano. Hermes no dudó en aceptarla.

—¿Si quiera somos reales?

No paso mucho antes de que Hermes terminara acostado en el lecho de Apolo.

El dios del sol soltó una risita.

Y es que todo se resume a que mientras Atenea calculaba el plan que Apolo estaba creando, Apolo simplemente le lanzó un cuchillo de mantequilla a su nariz.

Y cuando Artemisa intentó "ayudarla", la mandó a dormir con una cucharada del río Lethe bajo la boca pues ese era el único orificio por el que podía respirar.

Después, ambos hermanos tomaron el cuerpo de su hermana mayor y lo llevaron a la cocina para meterlo en una trituradora industrial.

Poseidón buscaba culpables en el lugar equivocado.

Apolo recordó lo que le dijo a Aqua antes de esta misión. "Tenía que hacer algo de lo que no se enorgullecería".

Las Moiras lo habían obligado a hacerlo. Él ni siquiera quería ser rey de algo.

Ahora solo esperaba que Artemisa tenga una coartada. Y que Las Moiras encontraran otra presa a quien asignarle este tipo de trabajos.

...

23 de diciembre del 2014
3am
Cass

Al primer espasmo de Luca dentro de mi, fui embargada por una euforia indescriptible. Creía poder flotar. Al segundo espasmo, sentí sueño. Aún pude sentir el tercero, pero ya no veía la habitación de Demian, sino un bosque en verano.

Al levantarme, vi a dos niños corriendo, vestidos con túnicas hechas de sábanas. Ambos eran tan parecidos que no sabía si eran niños o niñas.

Parecían ángeles de iglesia... o demonios perfectos. Un hombre joven, probablemente en sus veintes, los perseguía con un plato de sopa y una cuchara de madera.

—¡Niños! ¡Deben terminarse la sopa!

—Bu! Es horrible —gritó uno mientras el otro se burlaba.

—Solo Hermes podría atraparlos —gritó el hombre.

Por un momento me sentí mal por él. Su piel estaba roja por el cansancio. Balancear un plato caliente no parecía ser tarea fácil.

Los niños brillaban como solo lo hacen los dioses recién nacidos. Tenían la apariencia de mortales de siete años.

En la persecución, el niño más alto se quitó la ropa para tirarse a un lago. Entonces me di cuenta de que era una niña. Su hermano decidió tomar otro camino pues odiaba sentirse mojado.

Zeus fue tras este. El niño no sabía por dónde ir, así que rápidamente quedó atrapado en una trampa que lo impulsó en el aire para dejarlo colgando de un pie.

Zeus liberó a su hijo de la liana en su tobillo. Y entonces la niña llegó corriendo con la túnica mojada.

—¡Nooooooooo! ¡Mi hermanooooooo! ¡El Zeus te ha atrapado!

Ella se abalanzó contra su padre rogándole que suelte a su hermano, pero Zeus solo se reía.

Los sentó en una piedra. Una mitad estaba en el sol para que la niña se secara rápido.

—Una cucharada... por la mariposa que viste en tu cara en la mañana —dijo Zeus con la niña.

Ella inspeccionó la cuchara como si tuviera veneno. Frunció el ceño, desinteresada.

—Por tu mamá, entonces...

La niña le blanqueó los ojos.

—Ella está toda tiesa —se quejó.

Su hermano se rio.

—Entonces tú, hijo, una cucharada... ¿por mí?

—Guácala.

—Por... ¿y si fuera por tu hermana?

El niño la miró y le acarició el cabello.

—Te quiero mucho, pero no tanto —susurró.

—Eso prueba que me odias.

—No, yo no...

La niña comenzó a llorar.

—Vale, vale, ya voy.

El niño se levantó como si fuera su turno en la guillotina. Zeus sopló para enfriar la cuchara. Al probar la sopa, el niño abrió los ojos de repente.

—No está tan mal.

Zeus parecía al borde de perder la paciencia.

—¿"No está tan mal"? ¡Es sopa de ambrosía! Sabe a lo que más te gusta.

—Oye, tú, ven. —El niño acercó a la niña a la sopa.

—Ese no es mi nombre.

—¿Entonces cuál es?

—Qué se yo. Papá aún no tiene inspiración. Y mamá está toda tiesa ahí.

—¿Y si yo te pongo un nombre y tú me lo pones a mí?

—Bien. Pues... Te llamaré... Heleno.

—Ese es un nombre horrible.

—Pues entonces escoge uno mejor.

—Lucas, por luz. Recuerda que yo nací primero. Y tú... te llamaré Cassandra: hermana de los hombres.

—Ni siquiera eres un hombre, sino solo un niño. Y uno muy feo, la verdad.

Lucas se levantó de la mesa.

—Pues entonces búscate un nombre tú sola.

—Lucas, espera. Vale. Me gusta el comienzo. Me recuerda al jugo de Cassia que papá nos da en la mañana. Oh, ¿que tal: Cassiopeia?

Lucas sonrió.

Entonces comenzó a llover.

Zeus tomó a ambos niños, uno en cada brazo y fue a la cabaña. En el centro de esta había una mujer en una cama. Ella parecía estar en un sueño profundo. Tenía el cabello castaño claro. Era más que obvio que se trataba de Astraia.

Junto a esa cama, había otra más pequeña. Quizás había comenzado como una cuna pero ahora era compartida por ambos niños, quienes se peleaban por quien tenía más sábanas encima.

Esa sopa debió tener algo, pues ambos bostezaban muchas veces antes de abrazarse y quedarse dormidos.

Era extraño verme a esta edad.

Me acerqué más a Astraia.

—¿Eres mi madre? —pregunté en voz baja sin esperar respuesta.

—Sí lo es —respondió mi mini-yo en su cama.

...

Astraia miró el caos del Olimpo desde el trono que le había robado a Zeus.

Mientras caminaba, veía como el trabajo de eones de mantener la estabilidad se derrumbaba.

Todos estaban peleándose entre sí. Poseidón estaba tan enojado que el mar estaba inundando Manhattan.

Los semidioses se peleaban como peones por defender el honor de sus padres olvidadizos. Los monstruos eran felices mirándolo todo.

Astraia se encerró en su recámara. Lo único que tenía cerca era el cuerpo de Zeus que ella misma había decidido arrastrar desde la sala de tronos.

Colocó el cuerpo sobre la mesa. Tomó un paño que embadurnó en agua. Se sentó a su lado, y entre lágrimas comenzó a limpiar el cadaver de la única persona que amó durante su existencia.

Sabía que nadie habría tenido ese nivel de cuidado además de ella. Ni siquiera Hera.

Astraia reconocía cada arruga, cada lunar, cada pelo en la piel de su hermano gemelo. Si bien los dioses no tenían ADN, sí compartían características físicas.

Ella siguió usando sus lágrimas para quitar todo el líquido alquitranado de su piel.

Cuando consiguió limpiarlo por fin, dejó de llorar.

Sin una sola herida en el cuerpo, Zeus parecía solo estar durmiendo.

Astraia se quitó un arete. Tomó la mano de su hermano y buscó una arteria para pincharla con la punta aguja del arete.

Zeus no se quejó. Una sola gota de icor dorada salió de ahí. Sin querer, Astraia la olió.

El aroma era intoxicante. Podía recordar noches pasadas.

Apretó la muñeca y más gotas salieron. Ella probó una de estas. Luego más. El sabor era... Mejor que el néctar.

¿Es que acaso ella se estaba convirtiendo en un monstruo? ¿Por qué quería beber la sangre de su hermano mellizo?

Logró llenar cubetas de sangre.

Una idea feroz cruzó su mente.

Fue al baño, llevando los litros de icor consigo. Llenó la tina de ese oro liquido.

Y luego se metió, desnuda, a la tina.

Nada la preparó para lo que sintió. Era como si pudiera rememorar todo lo que había vivido, pero desde la perspectiva de él, de Zeus.

El icor tocaba todo su cuerpo, y se demoraba en resbalar.

Y entonces entendió que el primer y único amor de Zeus fue ella, no una Ninfa, ni Hera, u otra diosa. Siempre fue por querer tenerla a ella.

Cuando se levantó, se dio cuenta de algo: de lo mucho que lo extrañaba.

Pero no podía hacer nada más. Su muerte había estado escrita hace siglos atrás.

Pudo haber pasado días enteros ahí, o años, encerrada en el cuarto de baño. No necesitaba comida o bebida para mantenerse con vida. El icor de Zeus era como una armadura que ella podía dejar caer en su piel.

Cuando por fin se levantó, se miró desnuda en el espejo. El líquido dorado como el oro brillaba por toda su piel, reparando todos los daños que alguna vez podría haber tenido. Se preguntó si aún alguna parte de él seguía con vida.

—No me digas que en serio te bañaste con su sangre.

La mirada de Astraia se clavó como mil cuchillos sobre mí.

—¿Y tú quién eres? Puedo oler la repugnancia de Zeus en ti. Pero no encuentro el aroma de tu madre.

Sostuve su mirada por unos segundos. No podía hacerme daño en este "sueño".

Ella tomó una toalla blanca para cubrirse.

—Había una vez una muchacha en el bosque. Era amada por un rey. Juntos engendraron mellizos. Se cree que él mató a sus hijos por miedo a que lo derroquen.

—Sí, esa es mi historia. Rea y Cronos. Fui una de esos mellizos —respondió Astraia, convirtiendo la toalla en un vestido blanco.

—¿No te parece curioso como los patrones familiares se repiten?

—¿De qué estás...?

—Astraia era una muchacha que paseaba por el bosque. Zeus la amaba pero tenía otras responsabilidades. Engendraron mellizos. Él creía que lo asesinarían para quedarse con el trono.

La sonrisa en el rostro de Astraia desapareció por completo.

—Eso todo el mundo ya lo sabe.

—No. Esa noche, Zeus no buscaba asesinar a sus hijos. No quería repetir los errores de su padre, así que crío a sus hijos hasta un día antes de su boda. Después los dejó al cuidado de Caos.

Astraia se acercó a mí. Me miró directamente a los ojos.

—¿Por qué debería confiar en ti?

—¿En dónde están las tumbas de esos niños? ¿Y los cadáveres? ¿Eres incapaz de reconocer sus voces adultas cuando fuiste quien primero los escuchó llorar?

Las rodillas de Astraia cayeron mientras se tocaba la cara.

—¿Zeus no los asesinó?

Negué con la cabeza. Sonreí.

—Mi nombre es Cassandra. Madre, yo huelo a ti.

Ella rompió en llanto y se arrodilló ante mí. Abrazó mi cintura. Me pidió disculpas entre susurros.

—¿En dónde está él? ¿En dónde está tu hermano?

—Estoy aquí gracias a él. Pero él no quiere que lo encuentres.

—Quiero conocerlo. Tráelo ante mí.

—Ni siquiera conoces su nombre.

—Está en este universo gracias a mí. Ustedes se alimentaron de mi cadáver.

Sus uñas se estaban clavando en mi cintura.

—Nunca nos buscaste.

—Necesito conocerte bien.

Quité sus manos de mí, empujándola.

—No.

...

Desperté aún desnuda y sudada en la cama.

Todo daba vueltas.

Dem fue quien primero se dio cuenta de que estaba despierta. Lucas dormía a mi otro lado, debía recuperarse.

—¿Estás bien? —susurró Dem. Las luces estaban apagadas. —¿Qué pasó?

Me aferré a sus brazos. No importaba que me sentía achicharrar. Necesitaba sus brazos cubriéndome. Él se aprisionó más a mí.

—Astraia sabe que soy su hija.

Nos quedamos en silencio por un largo rato. Dem acarició la piel de mi espalda. Sentí como si todo me siguiera dando vueltas.

—¿Cómo se lo tomó?

—Quiere conocer a Lucas. Cree que puede ganarse el título a mamá del año.

—Ah, mierda.

—Sí.

Miró algo atrás de mí.

—Oye, ¿quieres algo de ropa? Iba a ponértela mientras dormías, pero tu hermano dijo que eso te espantaría.

—Sí, sería genial.

Fue a los cajones por una camiseta suya y unos bóxers que aún estaban en el empaque.

—Dem...

—¿Sí?

—Perdón por todo esto. Yo... solo quería tener una visión. No debería haber usado tu habitación para esto.

—Mejor aquí que en algún sitio peligroso afuera.

Volvimos a acostarnos. Me aseguré de cubrir bien a Lucas con las sábanas. Dem se abrazó a mí mientras yo acariciaba los rizos de mi hermano.

No pude volver a dormir.

...

23 de diciembre del 2014
3am

Aqua

Hay tantas cosas que uno hace cuando se aburre en el campamento mestizo, como dormir en la cama de Percy Jackson.

Tristemente, ese no era el destino para el que me habían preparado.

Quisiera aburrirme de una vez.

—¿Estás bien? —preguntó en la mañana cuando me levanté de su cama.

—¿No crees que deberíamos hacer algo?

—¿De qué...?

—Hemos entrenado por tantos años para combatir dioses y monstruos. ¿Acaso vamos a dejar que esto pase como si nada?

—Casi todo el campamento ha muerto.

—No todos. Vimos a Connor ayer. Y yo vi a Nico y a Will. Y Clarisse. Deben estar en algún sitio.

—Y Rachel.

Cuando dijo eso, solo pude asentir. No quería nada que ver con ella.

Me miré en el espejo del baño. Tomé el jabón para lavarme el maquillaje de la cara. Tanto había cambiado en tan solo una noche.

—Hay algo que no cuadra. ¿En dónde están los demás dioses? ¿Qué pasó con Atenea? ¿Y en dónde se metió Dionisio?

Quería creer que este silencio de su parte no era un accidente.

—Atenea siempre...

—... tiene un plan. Lo sé. Annabeth siempre....

Otro daño colateral.

Pero no por eso iba a arruinar el pH de mi rostro.

Percy se levantó de la cama para ir al baño.

Regresé a mi cama para intentar tenderla y organizarla. Al hacer eso, sentí algo duro contra mis pies descalzos. Me agaché a recoger el objeto. Era un cuaderno.

Me rasqué la mandíbula.

La primera hoja indicaba que era el diario de Emma.

¿Qué hacía eso ahí?

"Sé que las próximas páginas podrían destruirme o reconstruirme, así que solo espero que mi muerte sea por algún motivo significativo.
Porque sino, ¿para qué habré vivido?"

Mis dedos buscaron la última página subconscientemente.

"Me levanté para desconectar las bocinas de mi control cardiaco. Sería más fácil si nadie las escuchaba.

Quizás debí haber muerto aquel día en la bicicleta".

¿De qué estaba...?

Tuve que comenzar a leer el diario entero. Emma había dicho que quería que sea leído por alguien. Eliza aún no tiene la edad suficiente y con nuestra suerte, el mundo podría acabar en dos días.

...

23 de diciembre del 2014
3:15am

Percy

Aún tenía shampoo en el cabello cuando escuché un jaleo en la cabaña y luego un llanto.

—¿Aqua? —grité para asegurarme de que ella seguía con vida. No hubo respuesta.

Cerré el caño y me amarré una toalla a la cintura lo más rápido que pude. Luego tomé lo más afilado que encontré, un cepillo para inodoro.

Cuando abrí la puerta, me di cuenta que nadie estaba atacando a mi hermana.

Aqua estaba sentada en su cama, observando un cuaderno en su regazo.

Al notar mi presencia, levantó el rostro. Vi dos borbotones que cayeron por sus mejillas.

Tomé una de las mantas que estaban sobre la cama, aquella que creí que Emma tejió para Elizabeth, una llena de margaritas.

La cubrí con esta. Ella la usó para limpiarse el rostro de las gotas que se acumulaban en su mejilla.

Pataleó y gritó como una niña pequeña. Tomó una almohada y la destruyó a golpes. No iba a detenerla.

Las plumas podrían ser barridas al día siguiente, pero Emma no regresaría a la vida.

—No sabía que me quería —susurró mientras regresaba a mí.

Su voz estaba ronca después de ese gran chillido quebrado, el cual yo no sabía que era capaz de salir de sus pulmones.

—No te aguantes —dije sintiendo mi nariz evitándome el respirar silenciosamente.

Al fin y al cabo, Aqua era mi hermana menor también. Y si la perdía...

Lloró todo el día y toda la tarde hasta dormirse. Al darme cuenta de su sueño, la tomé entre brazos y la metí en su cama.

Cuando estaba por irme, ella tomó mi mano.

—Espera.

Me volteé para verla.

—¿Qué pasa? —susurré sentándome en su cama.

—No quiero perderte también —dijo sollozando.

—No me perderás —le respondí, apretando su mano, pero cuando estaba por irme, ella jaló mi mano otra vez a la suya. —A donde tú vayas, yo iré.

Me acurruqué junto a ella.

Quería ayudarla a recomponerse. Quería apoyarla como en los viejos tiempos antes de todo el embrollo amoroso. La abracé contra mi pecho. Ella se aferró a mi espalda como si temiera que alguna furia intentara capturarme en la noche.

...

23 de diciembre del 2014
4am

Cuando se despertó, la tomé de la mano.

Habían plumas de almohadas en su cabello.

La dirigí al baño.

Abrí la llave del agua caliente.

Cuando volteé a preguntarle sobre que temperatura le gustaba, vi como su ropa interior se resbalaba por sus piernas hasta caer al suelo.

Habían ojeras en sus ojos. Parecía no haber dormido en siglos.

La abracé otra vez para atraerla a la tina.

No se quejó cuando puso un pie en el agua. Estaba tibia. Se sentó en la tina levantando sus rodillas. El agua cubría hasta su vientre.

Había una vasija de cerámica en uno de los cajones. La llené con agua de la tina, la cual dejé caer sobre su cabello lentamente.

Aqua aún seguía mirando un punto fijo, alejada de mí.

Usé su shampoo para lavar su cabello lo mejor que pude, considerando que nunca había tenido que lidiar con cabello largo.

Una de sus manos se posó sobre la mía mientras yo le entregaba una toalla y un jabón para que ella misma se lavara la piel.

—Percy, no puedo —susurró.

Habían más lágrimas en su rostro.

Asentí, cerrando los ojos.

—No es necesario que te enjabones. El agua es suficiente para...

Entonces apretó su débil agarre en mi mano. Parecía querer indicarme que quería que yo suba a la tina.

—¿Por favor?

Necesitaba ayudarla. Una parte de mi sentía que el corazón se le rompía cuando veía a Aqua llorar.

—Está bien —suspiré.

Me quité la ropa para poder entrar en la tina.

Esperaba que nadie intentara entrar a nuestra cabaña.

Había suficiente espacio para ambos. Pasé la toalla enjabonada por sus hombros, bajando por brazos y manos, borrando los rastros de sangre, cenizas y plumas en ella.

Conocía este cuerpo. Lo había acariciado más de diez mil veces. Pero ahora se sentía como la primera vez que lo hacía.

Cuando dejé la toallita a un lado, Aqua la tomó. Se puso a sobar mi pecho. Sus manos trazaron un camino por mis hombros y luego mi espalda, acercándome a ella.

El sonido de las gotas de agua hacía eco por la habitación. Exprimió la toalla cuando acabó y la dejó caer en el borde de la tina.

Acaricié su rostro. Ella abrió los ojos sorprendida. Estos aún seguían rojos.

—Ahógame —susurró.

—¿Qué?

—¿Recuerdas cuando éramos pequeños...?

—Sí, pero...

—Por favor.

Tomó mi mano, intercalando sus dedos a los míos.

—No quiero.

—Necesito dejar de pensar.

Colocó mi mano en el lugar Perfecto en su cuello. Solo necesitaba apretar para bloquear al aire en pasar por su tráquea.

—No así.

—Por favor, Percy.

Poco a poco se dejó caer en el agua hasta más abajo.

Pasó sus dedos por mi frente para que me acercara más a ella.

Besó una de mis mejillas.

Señaló su cuello y asintió.

Y lo hice.

Al principio ella parecía no importarle. Cerró los ojos.

Era como el juego.

Durante aquel primer verano que pasamos juntos, creamos este estúpido juego mientras poníamos a prueba nuestros poderes. Queríamos saber si era posible ahogarnos.

La última vez que lo habíamos hecho había sido en su fiesta de quince años.

Exprimí el aire de sus pulmones con mis piernas.

Las burbujas llenaron la bañera.

Y todo habría ido bien si...

—¡Suelta! ¡La vas a matar!

Era la voz de Rachel retumbando por todos lados.

Me alejé de Aqua rápidamente.

Aqua demoró unos segundos en levantarse. Su flujo de aire regresó lentamente.

Rachel nos escudriñaba con la mirada.

—¡Por qué mierda siempre debes de interrumpirnos! —gritó Aqua mientras se cubría los senos con sus manos. —¡Vete, Rachel!

—No voy a dejar que se maten y me dejen sola a lidiar con todo eso.

Aqua le tiró un jabón a la cara.

—¡Fuera! ¡Mierda! ¡Vete!

Aqua se levantó de la bañera y comenzó a tirar más cosas.

Rachel no tuvo más remedio que irse.

Aqua regresó a la tina. Se acomodó a mi lado y me abrazó.

...

23 de diciembre del 2014
5am

El sueño fue raro.

Tres mujeres me miraban como si fuera alguna rana que iban a disecar.

—Hey.

—Hola.

—Buenas madrugadas.

Asentí ante ellas. Las Moiras.

—¿Qué es lo que quieren?

—No es lo que queremos —dijo la menor.

—Es lo que debe ocurrir para evitar que se siga esparciendo el caos.

—¿De qué...? —Había una sola regla que recordaba de la clase de física. —No se puede parar el caos. El cambio es lo único que nunca cambia.

—No vas a derrotar a Caos. Eso es imposible.

—Seras solo una guía para poder brincar a otra línea temporal.

—¿De qué?

—En estos momentos eres el semidiós más poderoso. Tú, Nico y Aqua son los únicos que quedan. Jason y Hazel fallecieron.

—¿Y Thalia?

—Sigue viva pero ha rechazado la oferta. Dijo algo sobre que tú serías mejor candidato para esto.

—Claro. Suena a algo que ella diría —dije sarcásticamente. —¿Pero por qué un semidiós?

—Los dioses han caído. Este es, lamentablemente, el universo en el que ella gobierna el Olimpo. Está escrito en la profecía.

—Desde que supimos de que ella ganaría, nos propusimos salvar a los mortales de esta realidad y salvar los demás dioses para ir a una realidad espejo.

—¿Cómo es eso?

—No sé. Este nuevo universo será creado por ti. Puedes elegir quien viene, quien no, quien vive y quien muere. Del resto, nos encargaremos nosotras.

—¿Y qué hay de Demian? ¿Por que no puede hacer él la decisión? Es probablemente igual de poderoso que yo... incluso más.

—¿Sabías que tu hijo casi se folló a su madre? —interrumpió la menor. No sabía si lo hacía por querer sacarme de quicio o si esto era una advertencia.

—No.

—Bueno, pues piensa en la nueva realidad. Esta expirará pronto.

—Espera! Cuando?

—Año nuevo.

...

23 de diciembre del 2014
7am

Aqua

No pude dormir toda la noche. Así que solo acaricié el cabello de Percy mientras él dormía en mi regazo, asegurándome de que nadie podría hacerle daño.

¿Éramos algo?

Quizás no era algo oficial. Pero por lo menos él debía quererme como a una hermana pues no me besaba en los labios.

Por primera vez me contenté con eso. Sería más fácil.

¿Pero podría yo vivir sin extrañar lo que tuvimos? Así como si se cayera la civilización más poderosa de todos los tiempos para ser reemplazada por un imperio. Así como si un profeta escribiera poemas de algo que nunca ocurrió. Así como un oráculo predijera una bendición que se transformaría en una maldición.

Como olvidar el campamento mestizo.
Como olvidar que soy la hija de Poseidón.
Como olvidar que soy una semidiosa.

Ya había olvidado todo una vez.

El amanecer me tomó desprevenida. Los únicos sonidos que escuché fueron los de pájaros.

Vi las pestañas de sus ojos temblar.

—¿Aqua? —preguntó mientras se masajeaba sus sienes.

—¿Dormiste bien?

Se levantó de la tina. Dejó un rastro de agua por el piso.

—No realmente. Las Moiras... ellas... no sé por qué quieren que yo...

Se detuvo antes de decir el resto.

—¿Qué pasa con ellas?

—No es nada.

—Debe serlo todo. Dime qué es para poder ayudarte.

Se puso una camiseta del campamento.

—Lo siento. Aún no estoy seguro de esto. Debo ir a ver a alguien. Te veré en el desayuno.

Me besó en la frente antes de correr hacia la salida.

...

Fue a ver a Rachel. Lo supe cuando impidió que yo vaya.

Aún así decidí esperar en mi cabaña. Drew Tanaka de la cabaña de Afrodita se acercó a preguntarme si estaba viva. Connor le había pedido hacer un recuento de cuántos semidioses seguían vivos.

—¿Entonces ya acabó? —cuestioné, sirviéndole un par de galletas Oreo que había conseguido en lo más profundo de una de mis carteras olvidadas en el clóset.

—¿La batalla? Sí. ¿La guerra? No.

—¿Quién...?

No era fácil decir las palabras, pero Drew comprendió inmediatamente. No por nada ella había decido estudiar una carrera doble en psicología y diseño de modas en Parsons.

—Esto es triste pero... nunca conocí a la mayoría de los muertos. El único que quedó con vida de la cabaña de Apolo fue Will. Él y Nico casi escaparon a New Jersey, pero Will decidió quedarse a ayudar en la enfermería. Mandaron un mensaje Iris a Connor.

Me sonrojé al escuchar su nombre otra vez.

—¿Pero nadie más?

—Mira, deberías venir al comedor. Tienes que desayunar... o por lo menos fingir que lo haces.

Le cerré la puerta en la cara. Drew chilló ofendida por un par de minutos. No me importó.

Mis amigos podrían haber sido solo desconocidos para ella.

Pero tenía algo de razón. Me puse una chaqueta delgada encima. Algo en la barrera habia cambiado. Entraba un poco de frío invernal al campamento.

Cuando me senté en la mesa de Poseidón, dibujé un triángulo con el cuchillo frente a mí.

Estaba pensando en dónde estaba Tyson cuando Katie Gardner me tocó el hombro.

—Las driadas dicen que Percy quiere que lo vayas a ver al bosque.

Antes de alejarse, depositó una manzana entre mis manos.

Le di una mordida, pero estaba demasiado ácida así que me hizo llorar.

Dejé la manzana sobre la mesa después de levantarme.

Activé la espada de mi lapicero por si acaso.

Creí que me perdería pero las mismas ninfas me dirigieron al lugar correcto.

Luego los vi.

Percy cuchicheaba con Rachel sobre algo. Rachel le asentía aunque igual lo miraba mal.

—Por favor —dijo Percy. —Déjanos a solas.

La pelirroja asintió y se retiró.

Regrese mi atención a él. Tomé sus manos.

—¿Qué ha pasado? ¿Qué viste en tus sueños?

Él evitó mi mirada. Alcé una ceja.

—Ven conmigo, vamos a la playa.

Había algo en su voz que me asustó. Asentí y fui con él sin chistar.

Después de cruzar el arroyo de Céfiro, noté el sudor en su frente. Había un nerviosismo que estaba queriendo esconder.

El silencio entre nosotros era poco natural. Mis labios estaban resecos por tanto relamérmelos. Sentía los latidos en mi corazón llegar hasta mi garganta. Percy lo notó y pasó un brazo por mis hombros.

Aún así no dijo una sola palabra.

Pocos pies después escuché el sonido de las olas en el mar. La playa estaba más cerca de lo habitual. La marea estaba extremadamente alta. Solo habían dos metros de arena en la costa.

Creí que nos detendríamos ahí pero Percy siguió caminando hasta adentrarse en el agua, que estaba muy fría pues era diciembre. Era un milagro no ver un espejo de hielo entre las olas.

No dejé de sostener su mano por lo que el frío me inundó también. Cuando el agua llegó a nuestras rodillas, nos detuvimos.

Sé que debería estar estresada o ansiosa, pero el mar me calmaba... nos calmaba.

Vi sus ojos brillando mientras miraba las nubes que nos cubrían del sol. Parecía buscar las palabras adecuadas.

No teníamos mucho tiempo pues el agua se arremolinaba demasiado entre nuestras piernas. Poseidón debía estar muy enojado o batallando con sus demonios.

Mi cabello se movía por todas partes gracias al viento.

Algo salió de sus labios. Pero no lo pude escuchar.

—¿Qué dices?

Tomó aliento. Me acerqué más a él.

Aqua, he venido a despedirme.

Mis manos se pusieron diez centígrados más frías.

—¿Qué?  ¿Por qué? Tú... no. —¿De qué estaba hablando? —Prometiste que no me volverías a dejar sola.

—No fue una decisión fácil.

—Pues entonces ¿a dónde piensas irte?

La mirada que me lanzó me terminó de aniquilar.

—¿Crees que yo quiero esto?

Busqué una razón en mi cabeza. Cualquiera. Cass había dicho que...

—Yo soy quien debe morir. Mi alma está anclada a la de Astraia, ¿no?

—No. Eso no es seguro. Por favor, no intentes ponerte en peligro por...

—No voy a dejarte ir. A donde sea que te quieras ir, te perseguiré. Lo he estado haciendo por diez años.

Entonces soltó mi mano. La corriente lo empujó. ¿Cómo habíamos llegado hasta aquí? La marea subió tan rápido que ahora nos cubría hasta la nuca.

Comenzó a llover.

Busqué su mano por entre las olas pero no la hallé. Buceé cuando el agua me cubrió hasta las orejas. No había rastro de él.

Una canoa boca abajo flotaba hacia mi. No importaba si yo podía respirar bajo el agua, era inútil si Percy no me dejaba encontrarlo.

Me aferré a la canoa. Quizás podría ver algo además de la tormenta.

Grité su nombre pero no me quiso responder. El frío tampoco me dejó pensar con claridad. Y las olas no dejaban de romper contra mí.

¿A dónde se había ido? ¿Por qué me había dejado sola otra vez?

¿Estaba intentando morirse? ¿Podía un hijo de Poseidón morir en el océano?

¿Por qué? ¿Por qué quería morirse tanto? ¿Es que acaso no podía quedarse vivo... al menos por mí?

...
N/A: Ya se. Han pasado mil años desde la última vez que publiqué. Perdón. Si las cosas suenan algo raras es xq escribí partes de esto afiebrada (y aún sigo con fiebre lol) y con migraña. Por eso casi no hay canciones de Taylor Swift entre secciones. Juju. En fin. Espero hayan disfrutado el capítulo. Los veo la próxima semana (ojalá).

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