Capítulo 7
Lune abrazó sus piernas y dejó que sus lágrimas salieran sin parar. No se entendía, no sabía qué era aquel sentimiento que le hacía el pecho arder. Claude estaba en la cama con su concubina. Ella no tenía por qué sentirse mal, solo era la santa, habían mejorado su relación, pero era nada más que por trabajo. La habitación en la que se encontraba era fría y oscura, una metáfora perfecta para su estado de ánimo.
—¡Santa! —todos gritaban buscándola, pero ella siguió en su rincón abrazando sus piernas y lamentándose por sentir aquello. El sonido de sus voces resonaba en los pasillos, cada vez más cerca.
Claude no le pertenecía, ellos no eran nada y no debía de ponerse mal, eso se lo repitió miles de veces, pero aún dolía. Los recuerdos de las veces que Claude había salido con ella, las sonrisas compartidas y de las conversaciones tardías, pasaban por su mente, intensificando su dolor.
—Mi niña -Elio apareció en su escondite, su figura alta y robusta llenando la entrada—¿Qué sucedió?
Lune levantó la cabeza, tratando de contener las lágrimas.
—¿Cómo me encontraste?
—Te conozco, cuando estabas triste te escondías en rincones oscuros -la abrazó, Lune escondió su cabeza en su pecho y sollozó—¿Me dirás?
—Me siento extraña, los vi en la cama y me sentí tan adolorida. ¿Por qué?
—Puede que estés enamorada -Elio le miró con ternura— Sientes que el aire te falta y el pecho te duele.
—Creo -susurró—Pero no somos nada, no debería de sentirme así, ella es su concubina.
—¿Y eso qué? Lo amas -Lune suspiró—Llora un poco y sal de aquí, debes de dar tu mejor rostro, que vea que no te dolió.
—Eso es todo lo contrario a lo que dijiste.
—Eso lo hará interesarse más -Elio sonrió con complicidad— Les diré que fuiste a bendecir a los niños.
Lune asintió y lo vio salir. Luego de un par de horas fingió estar llegando de afuera, con la cara lavada y el corazón aún dolorido. Felix le pidió que le acompañara, pero ella se disculpó y fue a su habitación.
Ahí le esperaban sus damas, le prepararon el baño y la arreglaron lo mejor que pudieron. Lune salió luego de algunas horas, Claude le había pedido cenar. La cena era un evento formal, con candelabros de oro y una mesa larga llena de manjares.
—Su majestad -se reverenció, Claude la miró fijamente. Llevaba un vestido escotado en color azul que realzaba su figura delicada.
—Toma asiento -ella asintió y miró su comida—Lo que viste...
—No vi nada, ella es su concubina, es algo normal -comenzó a comer, Claude suspiró, se sentía tonto por dar explicaciones, pero tenía que hacerlo.
—Estaba tomado y ella se aprovechó.
—Ya le dije que era normal.
—Lune -bufó él—No pasó nada, lo juro.
—¿Y por qué tendría que darme explicaciones?
—No sé —suspiró enfadado, Lune llevó otro bocado de comida a su boca—. Pero siento que debo hacerlo.
—Ya lo hizo entonces -Claude se levantó y se acercó a ella— Entonces comamos.
Claude giró la silla y se posicionó enfrente de ella, posó sus manos en su cara y la acercó. Su mirada era intensa, como si buscara algo en sus ojos.
—Deja de ignorarme, Lune.
—No lo ignoro, majestad -Claude suspiró y juntó sus labios con los de ella. Lune abrió sus ojos sorprendida mientras sentía los labios agrietados de Claude. Era un beso suave y se podía decir que desesperado.
—Ahora sí hablemos -Lune se puso de pie y salió corriendo—¡Lune! ¡Felix! -el nombrado salió corriendo detrás de ella.
Lune ingresó a la habitación de Elio y se lanzó a la cama, cubrió su cara con la almohada y gritó.
—¿Y ahora a ti qué te pasa, niña? -Erez bajó su libro y la miró, Lune alzó la cabeza y suspiró.
—Su majestad me besó -el grito de Elio se escuchó.
—¿¡Qué!? ¿Tan pronto?-Elio pareció trastabillar, las cosas que llevaba en sus manos cayeron una a una, Lune asintió de forma lenta y repetida.
—Sí, vio que lo ignoraba y me besó, luego salí corriendo.
—Tonta -se quejó Elio, Erez los miró sin entender—Debiste de aprovechar.
—Me dio vergüenza -suspiró ella—¿Ahora cómo lo veré?
—Tonta -Erez suspiró—Ve con él.
—No -Elio se acercó y la levantó— Papá -se quejó.
—Ve, hablen y declaren su amor, luego se casan y nos dejan oficiar la misa.
—Mucho sueñas, Elio -Erez se acercó—Es bueno hablar, sí. Aclaren todo y hazte emperatriz -Elio le miró mal—Bueno, hazlo por amor.
—¿Pero qué hago?
—No te diremos -Elio la sacó de la habitación y cerró la puerta— Nada de intimidad, Lune Evie Firenze.
—No seas un asqueroso, Elio -Erez se quejó— Vete ya, niña.
Claude dio vueltas por toda la habitación y se dejó caer en el sofá con desesperación. No entendía cómo había llegado a besar a Lune, pero se había sentido tan bien que se sentía extraño. La habitación, decorada con lujo y riqueza, parecía un contraste con el torbellino de emociones en su interior.
Debía de aclarar todo, lo ocurrido con aquella mujer y el beso. Aquella pelirroja había entrado sin permiso cuando él estaba vulnerable, y el beso era un asunto aún más delicado.
Sentía cosas por Lune, lo sabía, conocía aquel sentimiento de anhelo y de calidez. Lo había sentido una vez, pero creyó que jamás lo sentiría de nuevo. Pensaba que el amor para él ya estaba acabado, pero Lune había llegado a darle color a su vida.
—Debo de hacer las cosas bien -se dijo a sí mismo en voz baja. Lune no era mujer de cuna noble, pero su estatus era más que el de Diana. Le daría lo que no pudo a su primer amor.
Pero primero debía de saber si Lune y él compartían sentimientos. La idea de perderla le aterraba.
Porque en el fondo creía que amaba a Lune y creía no merecer aquel tierno amor.
Y se besaron señoras
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