𝐒𝐎𝐑𝐓𝐈𝐋𝐄𝐆𝐈𝐎
Capítulo 32
ARMES NORTHLANDY (CASTILLO DUNNOTOR)
En los adentros de sus aposentos, el príncipe Aiseen Worwick se alistaba para salir a hacer su rutina de siempre. Desde que Diana se había ido de Armes y la reina Ahela desterró a Kamille de aquel reino; Aiseen se dedicaba a pasear por los alrededores del bosque en Aseenis, su cabello de pelaje blanco plata.
El príncipe no hacía más que intentar cazar, actividad que tenían los Worwick por costumbre, pero como el príncipe casi nunca practicaba dándole poca importancia al asunto, en Armes quiso practicar más de seguido.
Aiseen también se dedicó a asistir a las reuniones del consejo de Armes, donde claramente estaba aprendiendo sobre las políticas y costumbres del reino donde creció y se crio su madre. El príncipe Worwick no era fácil de tratar y a los miembros se les dificultaba marcar el reglamento con él, ya que Aiseen tomó por costumbre remarcar su herencia y derecho legítimo sin tener ningún tipo de compromiso real con el trono de Armes y a los miembros les estaba quedando más que claro que el príncipe solo quería poder y reconocimiento sin esfuerzo alguno. Colocar el trono en manos de alguien así podría ser devastador.
En últimas instancias, los miembros se limitaban a dejar en claro que ellos consultarían todo con el rey Valko, palabras que frenaban la arrogancia desmedida de Aiseen sabiendo que su padre se encontraba por encima de él en todo momento imposibilitándolo a hacer lo que él quisiera.
El segundo hijo barón del rey Valko recibió una visita de Lord Mire en sus aposentos, quien le entregó al príncipe un comunicado que había llegado desde Southlandy con noticias. Aiseen tomó el papel entre sus manos y pidió estar a solas para finalmente proceder a leer el contenido del mismo donde se le relató a detalle las actividades del heredero al trono, su hermano Veikan y la que según era su prometida, la princesa Diana; logrando que el contenido de dicho papel lo enfureciera.
La rabia que Aiseen sentía en ese momento incrementaba más al sentir que corría el peligro de que Diana le dijera todo lo que sabía a su padre, el rey, ya que eso significaba perder el trono por el cual había estado luchando, pero peor aún era saber que Veikan estaba de por medio. Aiseen no podía esperar más, él debía regresar a Southlandy lo más pronto posible y evitar que Diana hiciera algo que le costara su ambición.
En la habitación entró una de las sirvientes del castillo que se disponía a llevarle el desayuno al príncipe para empezar el día, pero la mujer entró en el momento menos indicado. Aiseen estaba muy airado y la sirviente llevó la peor parte. El príncipe no dudó en arremeterse contra ella, tirándole bruscamente la bandeja de comida al suelo, gritándole en la cara:
—¡Quítate de mi camino inútil campesina!
El Worwick salió de sus aposentos dejando envuelta en un manojo de nervios y susto a la pobre joven, quien comenzó a recoger todo el reguero de comida y loza partida en el suelo mientras él se dirigía a preparar el viaje de regreso a Southlandy para casarse con Diana en una ceremonia tradicional de los Worwick que se podía celebrar incluso el mismo día que él estuviera de vuelta y así asegurar el trono de Armes, costara lo que costara.
SOUTHLANDY
La mañana trascurría con aparente normalidad en Southlandy como cualquier otro día y el rey Valko se yacía en su sala privada junto a su consejero discutiendo algunos temas del reino cuando un guardia alarmado irrumpió en la sala pidiendo el pase con mucha prisa en su voz.
—Majestad. —Se reverenció—. Es mi deber informarle que el príncipe Liam Brandenhill de Lussox se encuentra a las puertas del castillo y pide hablar con usted.
Valko se sobresaltó cuando escuchó esto. Él ya había tenido malas experiencias con visitantes de otros reinos y esta vez tenía aún más justificación, el hermano de este príncipe había amenazado a la familia de su primo y la de él mismo.
—¿Vino solo? —preguntó el rey.
—No, mi rey, vino acompañado de unos hombres.
El rey debía actuar de inmediato.
—Avisen a los príncipes que se desplacen al salón del trono e infórmenles la situación —habló Valko empezando a dar instrucciones—. Quiero que los guardias resguarden a mis hijas y a la esposa del príncipe Carsten, lleven a la reina Elizabeth a mis aposentos y que guardias custodien dentro y fuera de la habitación. Busquen al príncipe Valero, resguarden a la princesa Litta y sobre todo a la princesa Arlette. Díganle al príncipe Jaden y al príncipe Valero que vayan al salón del trono, y lleven a Liam Brandenhill ante mí.
Sin demora alguna, las órdenes del rey fueron acatadas al pie de la letra.
Unos guardias se acercaron al príncipe Veikan, quien se encontraba entrenando mientras su hermana Diana lo observaba desde el balcón del patio de entrenamiento. Los guardias interrumpieron el momento acercándose al príncipe y comunicándole al oído lo que estaba ocurriendo.
Él miró a Diana y ella de inmediato sospechó que algo estaba pasando. Al ver su mirada, bajó del balcón para acercarse a él, pero el príncipe la abordó rápidamente diciendo: “Ve a mi habitación con ellos, y no te vayas a mover de ahí por nada del mundo”.
Ella preguntó ya asustada para este punto que sucedía, pero Veikan solo se limitó a responderle que hiciera lo que él le estaba pidiendo y que lo esperara ahí. Tras darle un beso en la frente a Diana, los guardias se la llevaron mientras él se dirigía al salón del trono.
De igual forma sucedió con el resto de sus hermanos, unos guardias llegaron a la biblioteca donde yacía el príncipe Carsten y su esposa Lady Merrie. El príncipe fue informado de lo que sucedía y de inmediato le pidió a Merrie que lo esperara ahí en ese lugar, la mujer estaba confundida, pero no tuvo más opción que esperar a su esposo rodeada de guardias que la cuidaban.
El príncipe Valerio y el príncipe Jaden se encontraban junto a la princesa Tanya y la señorita Asenya en la sala de los príncipes cuando los guardias llegaron a informar con discreción lo que estaba pasando y de inmediato ellos se dirigieron a las mujeres para pedirles que esperaran ahí. El príncipe Valerio se dirigió Asenya y le pidió que se quedara tranquila junto a su hermana. Asenya se asustó, pero no le tocó más que confiar en Valerio. Jaden hizo lo mismo, pero Tanya guardó más la postura y entendió que debía quedarse donde estaba sin preguntar. Si su padre había ordenado esto, alguna razón de peso debía tener.
Los príncipes se desplazaron al salón del trono junto a los demás por órdenes del rey, mientras que el príncipe Valero también fue informado por los guardias que tomaron la protección de la habitación donde se encontraba su esposa Litta y su hija Arlette. Valero se extrañó por la presencia de uno de los Brandenhill Winder en el castillo Worwick, pero él más que nadie debía enfrentar esa situación.
Sin vacilar, los solicitados se presentaron en el salón del trono, mientras que el rey ya se encontraba sentado en el trono blanco, en espera de los solicitados y el visitante. El príncipe Veikan se situó a la derecha del rey, haciéndole guardia a su padre. El príncipe Valero se posicionó a la izquierda de su primo, un poco más retirado del trono, junto a su hijo Jaden, mientras que Carsten y Valerio se encontraban a la derecha del salón, también haciendo guardia. Valko no estaba solo, esta vez él estaba acompañado no solo de su primo sino también de sus hijos.
El príncipe Liam fue llevado ante el rey Valko, el cual al entrar al salón divisó el panorama sangriento al que se enfrentaría si no era directo y congruente.
—Majestad —se pronunció el guardia—. El príncipe Liam Brandenhill de Lussox.
Liam observó a Valko y a sus hijos, para terminar volcando su mirada en su hermano mayor Valero y su sobrino Jaden quien también tenía rango militar otorgado por su abuelo, el rey de Casteloduth como guerrero jurado de aquella casa.
—Rey Valko, lamento haber llegado de esta forma tan poco apropiada y sorpresiva a su reino —espetó Liam.
—No hay de que disculparse, príncipe Liam Brandenhill; de seguro su presencia en Southlandy es para algo de suma importancia. Supongo que está aquí por alguna petición encargada por su hermano, el nuevo rey de Lussox —se mofó Valko ante sus últimas palabras, causando que los presentes en la sala también se rieran.
—Ya me habían advertido sobre usted y lo mordaz que resulta ser para subestimar.
—No muchacho, yo no subestimo a nadie; jamás se debe subestimar al enemigo, yo solo mido a cada individuo por sus actos y tu hermano no merece mi respeto en lo absoluto; te lo digo a ti y se lo podría decir a él mirándolo a su rostro. La usurpación no es un acto digno y ni yo ni mi casa respetaremos jamás a un usurpador.
—Apoyo completamente su punto de vista, rey Valko, mi hermano no es digno de sentarse en el gran trono de Lussox ni de ser la cabeza de la fe de los Mayores.
Un leve suspiro irritado salió del interior de Valko ante las palabras del joven príncipe. Si algo tenía el monarca era que las palabras no lograban romantizar su habilidad para desconfiar en estos casos, y sin más rodeos él preguntó: —¿A qué ha venido aquí entonces?
—Llevo días atravesando caminos poco transitados para llegar aquí con vida, puesto que mi hermano Graner me considera traidor a la corona por no querer aceptar su ascenso al trono. —Valero miró atentamente a su hermano—. Al no conseguir que mi madre desistiera de sus planes de dejar el trono libre para mi hermano Valero, tuve que recurrir a mi hermano Hasper.
—Él también ocupó un lugar que no le pertenecía —refuto Valko.
—Por consejo de mi madre, y créame rey, lo pagó muy caro, él se encontraba enfermo y moribundo en sus aposentos, hablé con él y él aceptó ayudar para que el trono quedara a disposición de mi hermano, pero Graner lo mató antes de que Hasper diera la orden por escrito para la corte.
—¿Solo has venido a parlotear sobre lo miserable que es tu hermano el Winder? —preguntó Valko casi que exasperado.
—No, yo vine advertir.
—¿Advertir? ¿Advertir qué? —preguntó Valko levantándose de su trono ante esta palabra al tiempo que Veikan no tardó en desenfundar su espada siguiendo el paso de su padre mientras que Valerio aguardaba tranquilamente divisando cada punto débil del hombre donde podría insertar exitosamente las puntas de plata de sus flechas.
—Advertir sobre el peligro que se avecina para esta casa, mi hermano ha estado mandando cangrinos a los bosques de este reino. —Valko frenó su paso—. Él intentó enviar más de ellos, pero los guardias de este reino han tenido un buen despliegue sobre estos bosques y el pueblo.
—¿Para qué los mandó? —preguntó el rey.
—Los primeros debían llegar a hacer estragos en el pueblo, solo lo hizo para molestar lo más que pudiera, pero fueron cazados —Valerio sonrió recordando que él había emboscado a muchos de ellos como animales a punto de ser cazados—. Los segundos fueron contenidos por su guardia real, ya que ellos querían acercarse al castillo y raptar a una de sus hijas, la princesa Tanya Worwick.
Al escuchar el nombre de su preciada hija entre los planes macabros del Winder las facciones de Valko cambiaron, ya no le estaba pareciendo divertido el tema.
—Él incitará una pelea entre ustedes, estará buscando la forma de intentar derribar su fortaleza, y aunque le hemos advertido que no lo haga por el bien de los reinos y por respeto a los Mayores, no lo hace —Liam se dirigió a Valero—. Los mayores ya no son su principal fe, él quiere manchar el trono de Lussox tanto como pueda con su ambición y avaricia, cuida a tu familia hermano, ellos son su principal objetivo.
—Liam —intervino Valero—. ¿Habrá alguna forma de derribar su fortaleza?
—Está extasiado de poder, y es demasiado insensato y confiado, cree que puede atacar sin tener repercusiones, pero la verdad es que no merecemos ese trono, el te pertenece a ti y tus hijos, solo te diré hermano que por los viejos tiempos y lo mucho que me ayudaste cuando aún eras un príncipe de nuestra casa, te diré que cuides a tu familia, él va a tocar lo que más te duela si lo permites y yo no podre estar para ayudar.
—¿A dónde irá? —preguntó Valko.
—A Dersia, espero poder llegar a Ficxia pronto, pero voy solo y sin ayuda, debo ser cuidadoso, ahora me retiro, debo irme.
Valko asintió. —Brindo a usted mis sinceras gratificaciones, príncipe Liam.
—Gracias Rey Valko.
Liam asintió y salió del salón del trono para prontamente ser alcanzado por su hermano Valero.
—Deténgase —ordenó el mayor—. Hermano, si necesitas ayuda para llegar a Dersia puedo otórgatela.
—No te preocupes por mi hermano, yo estaré bien, solo sigue mis consejos; cuida a tu familia, mantenlos a salvo y deja que él solo se desplome ante el juicio de los Mayores.
—Gracias hermano.
A modo de gratificación y apoyo, ambos hermanos se dieron un abrazo. Liam y Valero se criaron juntos y fueron muy cercanos en su momento. Liam nunca se dejó influenciar por su madre Kathie sobre el príncipe Valero y por esta razón ambos crearon un estrecho vínculo de hermandad, el mismo vínculo que lo impulsó a ir ante su hermano y advertirle de todo lo que acrecía en el reino de Lussox y Valero agradecería enormemente sus palabras y lealtad.
DÍAS DESPUÉS
El viento corría a favor de los príncipes que se encontraban cabalgando en el bosque de Southlandy. Diana y Veikan acordaron pasar la tarde juntos y aunque la advertencia que dio Liam fue exacta y certera, Veikan se sentía con la capacidad de brindar protección a su hermana sin problemas.
Ambos llegaron hasta una pequeña cabaña, la misma que usó el rey Valko para resguardarse hace veintidós años, cuando descubrió el acto de deslealtad de su en esa entonces esposa, la princesa Lana Dunnotor. El lugar se mantenía cuidado y bien equipado, ya que ese sitio significaba mucho para el rey, al ser construido por él y su hermano, el príncipe Molko en su época de juventud y que ahora sus hijos la usaban en ocasiones.
Diana y su hermano Veikan llegaron hasta aquel sitio y el mayor bajó de Veniak su caballo de pelaje blanco y Diana bajó de Danis su caballo de pelaje dorado. Los equinos fueron amarrados cerca de un árbol que le brindaba sombra al pequeño establo que había junto a la casa de madera y, una vez asegurados, ambos príncipes se adentraron en la cabaña.
Diana no tardó en reposar junto a la chimenea mientras Veikan inspeccionaba el lugar.
—Descansa un momento si quieres —sugirió el príncipe a su hermana.
—¿Tú también descansarás? —preguntó Diana a su hermano.
—Quizás, pero lo importante es que tú lo hagas.
—¿Por qué no querías venir?
—Sabes que no quiero exponerte. Si llegan a aparecer extraños, sé que podré protegerte, pero solo quería prevenir.
—¿Me estás diciendo la verdad?
—Sí, ¿por qué no lo haría?
—Pues… No sé. Quizás no querías venir porque la trajiste a ella aquí y no me quieres decir.
—¿Qué? ¡¿no?! —exclamó Veikan sorprendido por las conclusiones de su hermana. Al parecer a ella aún la estaba matando el pensamiento de Minerva.
—Si lo hiciste solo dímelo.
—Diana ya dejemos ese tema.
—Es que se me hace imposible dejarlo —se quejó la rubia rayando en la molestia—. Nunca quieres hablar de nada de eso y solo quiero que me entiendas, mientras yo estaba en Armes tratando de ignorar las groserías de Aiseen y enfrentadme a su descaro deseando volver rápido aquí para terminar con esa farsa, tú estuviste con ella todo ese tiempo, y no voy a creer que solo se vieron en el bosque y nada más.
—¿Diana, qué ganas conociendo detalles del tema?
—Mucho, porque si estuviste aquí con ella, entonces entiendo por qué no querías traerme, solo debes decirme y me iré.
—No lo hice, lo juro, jamás la traje aquí, estuvimos en otros lugares, pero nunca aquí —aclaró Veikan tratando de tranquilizar a Diana—. Además, por más que estuve con ella, nada de eso pudo cambiar el amor que siento por ti, esto es mucho más fuerte que yo, y siempre lo será.
Diana se arrojó a los brazos de Veikan, estampando los labios de él sobre los suyos. Los besos eran intensos y la soledad del lugar solo contribuyó a que ambos no midieran sus actos, mientras que la seducción que Diana estaba ejerciendo sobre él lo estaba dominando; ella quería que él la amara.
—Diana que estás haciendo, detente —pidió Veikan extasiado por los besos de Diana.
—¿Y si no me quiero detener? —sonó juguetona.
—Entonces no voy a poder controlarme y lo sabes.
—No quiero que te controles —jadeó—. Yo te pido que no te controles.
Veikan apretó Diana contra él, la besó intensamente, y de repente se detuvo.
Él separó sus labios de los labios de ella.
La miró…
Su mirada revelaba cuán encantado, atrapado y enamorado estaba de su delicada flor de ojos azules. Él quería explorar cada centímetro de su piel con la fragilidad de una tersa pluma, pero también con la intensidad y el desenfreno de un huracán.
Él estaba ansioso por erizar su piel con el suave roce de sus dedos, quería susurrarle palabras de amor al oído mientras la hacía estremecer de deseo dejándole saber cuánto deseaba su santuario, mientras aquella flor de ojos azules se convertía en la dueña de su anhelo más profundo, en su obsesión más preciada y en todo lo que quería tener, en todo en lo que él se podía perder, vivir o morir.
—¿Qué pasa por qué te detienes? —preguntó Diana mirando desconcertada a su príncipe.
—Quiero hacerle el amor a cada rincón y centímetro de tu cuerpo Diana —susurró Veikan con desesperación y excitación en su voz.
—Y yo quiero que lo hagas —respondió ella sonrojada.
Veikan le dio un suave y tierno beso a Diana en los labios, y posó sus manos sobre sus hombros, él removió su larga cabellera rubia dorada que desprendía un ligero aroma a romero, aroma que lo encantaba.
Plantó besos húmedos sobre su cuello mientras el príncipe deslizó suavemente sus manos por la tersa y delicada piel de la espalda de su amada Diana al tiempo que susurraba palabras de amor y deseo en su oído arrastrándola consigo por la pasión del momento sintiendo como cada beso encendía su piel y cada caricia la hacía estremecer.
Él removió la parte superior de aquel vestido rosa que ya estorbaba para ambos, al tiempo que contemplaba la desnudes de los senos tersos y delicados de Diana. Los besos no paraban y cumpliendo con cada una de las palabras susurradas al oído de su rubia él se aventuró a palparlos con suavidad mientras que aquel tacto envolvente generaba una descarga de placer que recorría el cuerpo de ella incitándola a dejar su timidez de lado y a dejarse llevar por su deseo y dejándose caer en el, ella buscó despojar a su príncipe de su traje.
La parte superior del cuerpo de Veikan quedó expuesto ante ella y Diana besó su piel. Sus delicadas manos querían apoderarse de cada rudo, centímetro de su fuerte y marcado cuerpo mientras él cerraba los ojos, sintiendo el placer que le provocaban los labios de Diana, recorrer su pecho y dejar un beso plasmado en cada cicatriz, aumentando así más su deseo por tomarla.
Diana se sujetó a él y él la sostuvo en sus brazos, trazando un patrón de besos en sus labios que se desplazaron de su cuello a sus pechos, mientras ella hundía sus dedos en la cabellera blanca de Veikan. Él llevó sus manos a la falda del vestido y la fue deslizando lentamente mientras seguía dibujando besos en el abdomen de Diana, al tiempo que un pequeño gemido salió de su boca y Veikan sonrió al oír la excitación reflejada en su delicada y tierna voz.
Al remover por completo aquel vestido pudo contemplar con totalidad el femenino, delicado y frágil cuerpo de Diana, el cual él miró maravillado; sus ojos brillaban al verla como si estuviera observando a una diosa ante él y no estaba tan lejos de ser esto cierto porque para él, ella era su Diosa absoluta.
Veikan cargó a Diana en sus brazos y la llevó a la cama, donde la recostó suavemente en las sábanas. Él desabrochó su pantalón y se despojó de ellos mientras Diana observaba la desnudez de Veikan sintiendo cómo sus mejillas ardían y un remolino de sensaciones se desbordaban en su vientre mientras le miraba.
Ahí se encontraban ambos cuerpos en su máxima expresión de desnudez, no solo física, sino también sentimental, emocional, y almática.
Para este punto Diana estaba más que excitada y él lo pudo sentir, al palpar con sus manos la humedad que brotaba de su intimidad y los besos no se hicieron esperar una vez más entre ambos mientras Veikan se preparaba para hacerla completamente suya.
Ella separó sus piernas casi que por instinto y él se situó en medio de ellas buscando tratar de encajar en su cuerpo en tanto que los intensos ojos azules de Veikan gritaban un te amo en silencio y los ojos de ella hacían lo mismo de regreso y cuando él estuvo listo y a punto de unirse a ella por primera vez captó su atención mirándola fijamente a los ojos diciendo "Te amo mi Diana" Una vez dicha estás palabras Diana sintió un doloroso ardor emerger en ella de una sola estocada.
Ella no evitó gruñir de dolor al sentirlo en su interior, siendo esa su primera vez, pero rápidamente ahogó sus quejidos y cerró sus ojos aferrándose a él. Ella lo abrazó fuertemente mientras él yacía sobre ella, sosteniendo su mano mientras se movía despacio y ella se seguía aferrando a él con fuerza mientras un "No te detengas, por favor" salió de los labios de Diana. Veikan continuó su movimiento buscando que aquel leve dolor se fuera convirtiendo en placer y poco a poco lo consiguió.
Ella gimió…
Y buscó su rostro.
Él la miró, él gruñó y la besó calmando su sed por ella.
Ambos santuarios se sacudieron uno contra el otro en aquella pequeña cama apasionadamente mientras los envolvía un sortilegio incontrolable, al experimentar aquella sensación tan sublime para él como jamás lo había sentido; después de todo el estaba haciendo el amor con la mujer que el realmente amaba y deseaba.
Ambos jóvenes le dieron rienda suelta a todo su deseo, mientras que los gemidos desesperados de ambos se apoderaban de aquel lugar donde solo la luz que se filtraba por la pequeña ventana de la cabaña, era la única testigo. Nadie los veía, nadie los oía, y ellos pudieron ser ellos mismos sin miedo y sin esconder el anhelo que ambos sentían.
Aquel encuentro intenso de ambos enamorados terminó por sellar el amor que ambos se profesaban religiosamente el uno al otro.
VEIKAN
No me rendiré a ningún precio, eres lo más dulce y tierno de mi corazón, y no importa que hayamos hecho mal, ahora hemos hecho bien; créeme cariño, no te soltaré, eres la indicada para mí y no hay arrepentimiento en lo absoluto. La fortuna está de nuestro lado, y no hay nadie que pueda quitarnos eso a ti y a mí.
Una carroza custodiada por guardias de capas verdes iban cabalgando por los caminos que daban con el pueblo de Southlandy.
Aiseen Worwick se acercaba de vuelta a su hogar.
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