𝐋𝐋𝐄𝐆Ó 𝐄𝐋 𝐌𝐎𝐌𝐄𝐍𝐓𝐎

Capítulo 23


La reina madre Ahela se hizo presente en el lugar que le indicó su nieta Diana se encontraba Aiseen. Ella quería ver lo que estaba haciendo su nieto con sus propios ojos. Ahela esperaba que todo lo que Diana había dicho fuera solo un malentendido, pero sus deseos no fueron respondidos. La reina llegó aquel lugar encontrando a su nieto junto a la mujer de la que Diana le había hablado.

—Reina —intervino un guardia tratando de que Ahela no entrara en aquel lugar.

—Quítese insolente —habló Ahela empujando la presencia del guardia para tener de frente a Aiseen despidiéndose de su amante con un beso en los labios—. ¡Aiseen Worwick! —exclamó Ahela por la escena repugnante que veían sus ojos.

—¡Abuela! —exclamó Aiseen sorprendido y temeroso, observando la presencia de su abuela frente a él.

Ahela se acercó a su nieto y sin dudarlo dos veces planto una bofetada en su rostro. —¿Cómo te has atrevido a manchar el nombre de la familia con semejante acto inmoral? ¡Y con esta mujer! —la mirada despectiva de Ahela se clavó fuertemente en Kamille.

—Lo siento mucho, señora, pero…

—¡Cállate insolente! —le gritó Ahela a Kamille propinándole una bofetada a ella también—. ¡Soy tu reina y me debes respeto!

—Abuela, este no es lugar para discutir —Aiseen trató de bajar los ánimos de su abuela, la que estaba demasiado enojada para este punto.

—¿No es lugar? … ¿Te avergüenza discutir aquí, pero no te avergüenza tener un sucio amorío con esta mujer tan vulgar estando comprometido con tu hermana? ¡Una princesa que lleva tu casta, debería darte vergüenza tu comportamiento!, quiero a esta mujer lejos de mi presencia ahora, lejos de este lugar y lejos de Armes, ¡Ya!

—Abuela ... —Alegó el príncipe.

—¡Es una orden Aiseen Worwick!

—¡Aiseen! —exclamó Kamille mirando a Aiseen, ella esperaba que él no permitiera que la tocaran, pero el príncipe estaba imposibilitado para contradecir las órdenes de la reina madre.

—Te quiero fuera de aquí ahora —le exigió la reina a Kamille, la que decidió no moverse ante la orden de Ahela.

Sin pensarlo dos veces, Ahela se le acercó a Kamille y agarrándola bruscamente por su vestido y la arrastró a las afueras de ese lugar, arrojándola al suelo. Los gritos de la reina captaron la atención de los guardias mientras Aiseen trataba de mediar con su abuela, pero no lo consiguió.

—¡Quiero a esta mujer fuera de Armes en este instante! —ordenó Ahela—. Y si no acatan mis órdenes, me complacerá ver cómo mi hijo, el rey Valko se cobra esta ofensa con ustedes.

Una vez mencionada estas palabras, los guardias agarraron a la mujer para llevársela como quien se lleva arrastras a un ladrón y  de paso Ahela no permitió que su nieto saliera en auxilio a la mujer que los soldados se estaban llevando.

—¿Cómo es posible que hayas hecho algo como esto?

—¿Quién se lo dijo?

—Tu hermana llegó llorando al castillo y me lo contó todo, que penoso ver como estás comprometido con una hermosa princesa, pero prefieres ir con otra, una mujer tan vulgar que es obvio que solo quiere las comodidades que le puedes brindar.

—Kamille sí me quiere.

—¡Cállate! —amenazó Ahela levantándole la mano a su nieto —. Tú no sabes nada, tu hermana sí te quería, y digo quería, porque lo que percibí en ella fue desprecio y rabia hacia ti.

—Necesito hablar con ella.

—Ella ya no está, di la orden para que partiera a Southlandy y si realmente deseas que la ira de tu padre no repose sobre ti y se te sea arrebatado el trono de Armes de tus manos, más te vale que dejes a esa mujer a un lado.

— ¿PERO POR QUÉ? —gritó Aiseen con mucha rabia, mostrándose terriblemente irritado.

—¡PORQUE SÍ!

—¡NO ES JUSTO!

—Como se ve que eres igual a tú... —Ahela guardó silencio.

—¿Igual a quién?

La respiración de Ahela era densa. Ella estuvo a punto de mencionar que él era igual a su madre, la mujer que engañó descaradamente al príncipe Valko en ese entonces con un bastardo.

—Te quedarás aquí en Armes hasta que hagas lo que tu padre te envío hacer con el consejo y después iras a Southlandy a tratar de salvar tu compromiso por tu propio bien.

Ahela salió rápidamente de ese lugar para volver de nueva cuenta al castillo, mientras que Aiseen estaba más que furioso. Su impotencia  y su rabia estallaron, llevándolo a partir y romper cosas mientras maldecía una y otra vez a su hermana por descubrirlo todo, por hablar con su abuela, por ser su prometida y hasta por existir.

La espada jurada del príncipe se hizo presente ante Aiseen para informarle al peliblanco que él tenía en su poder a Kamille y Aiseen no tardó en darle instrucciones al guardia para regresar a la mujer a Southlandy. Él iría en busca de ella en cuanto pudiera, ya que primeramente él debía arreglar ese asunto con Diana y no estaba dispuesto a renunciar al trono de Armes. A toda costa él se casaría con su hermana.

THOUSANDS SOUTHLANDY (CASTILLO AZZEX)

El día estaba radiante en Thousands Southlandy, acogiendo cálidamente la llegada de Veikan y Minerva al castillo Azzex, lugar donde pasarían unos días.

El plan de Veikan consistía en ir familiarizando a Minerva con los lugares que pertenecían a los Worwick y sobre todo lograr que su rojiza se adaptara a esta vida, ya que ella sería la esposa del futuro rey.

Ambos jóvenes bajaron de la carroza donde habían viajado para llegar al castillo Azzex, quienes fueron cordialmente recibidos por Lord Foul el encargado del castillo. Minerva observó detenidamente a los guardias con capas negras y bordes blancos custodiando la entrada al castillo, esto llamó la atención de la joven, la que no tardó en dejar ver su curiosidad.

—¿Por qué ellos tienen capas negras, pero en tu humilde hogar los soldados tienen capas doradas?

—Mi padre el rey mezcló los antiguos colores de la que fue la casa Loancastor con nuestros colores, por eso ellos usan capas negras.

Minerva aclaró sus dudas para seguir observando todo a su alrededor. El castillo se veía hermoso y sus ojos brillaron de asombro al presenciar como en lo alto de la entrada del castillo una bandera con el emblema de la casa Worwick se comenzó a izar, esto significaba que había miembros de la familia en el castillo.

La joven siguió caminando a la par de Veikan observando todo a su alrededor. Ella veía la servidumbre, soldados y guardias concentrados en sus labores y se preguntaba como era posible todo ese movimiento de personal si nadie vivía ahí y solo se iba de visita en ocasiones. A Minerva le quedó más que claro que los Worwick no vivían modestamente con cada excentricidad que veía ante sus ojos, lo que en sí era demasiado para la pequeña casa de campo donde ella fue criada.

—Príncipe Veikan bienvenido al castillo —dijo Lord Foul reverenciándose.

—Muchas gracias, Lord, ¿mi padre le informó que vendría verdad?

—Sí, mi príncipe, los miembros del consejo se encuentran presentes, su padre, el rey, comentó que usted debía hablar algo con ellos.

Veikan miró al Lord tratando de descifrar qué era lo que hablaría con ellos, y al Lord Foul darse cuenta de la confusión del príncipe, decidió darle una pista.

—Bienvenida al castillo Azzex señorita Minerva, estoy a sus órdenes.

Veikan logró entender con aquel saludo a que se refería el Lord. Él  debía poner al tanto al consejo sobre la estancia de Minerva en el castillo, al ser ella la mujer elegida por él para que fuera su esposa por aquello de su título de futuro rey.

—Gracias —respondió Minerva con una sonrisa amable.

—Las habitaciones ya fueron adecuadas para la estancia y para la señorita Minerva se han solicitado dos doncellas que se harán cargo de todo con respecto a la estancia de la señorita en el castillo, mi príncipe.

—Veikan ¿qué significa eso? —preguntó Minerva confusa.

—Tranquila, ya te explicaré —respondió el príncipe, volviendo a situar su atención en el Lord—. ¿Podría llevarnos a las habitaciones, Lord?

—Como guste mi príncipe.

El camino hacia las habitaciones fue algo que Minerva disfrutó sin duda alguna. Ella jamás había estado tan en el interior de un castillo como ese y el lugar le parecía hermoso y muy bien adornado con los lujos de la época.

—Esta es la habitación de la señorita Minerva —dijo Lord Foul abriendo la puerta de la habitación, dejando ver las comodidades que se encontraban en su interior.

Veikan y Minerva entraron en la habitación mientras Lord Foul se quedó fuera esperando al príncipe.

—¿Te gusta? —preguntó Veikan observando como Minerva analizaba el lugar casi que deslumbrada.

—¡Es precioso!

—Es tu habitación mientras estemos aquí, si te parece incómoda solo debes pedir al Lord que te prepare otra.

—¿Bromeas? Esto es más de lo que me imaginé.

—Me alegra que te guste rojiza —Veikan abrazó a Minerva con una gran sonrisa en su rostro.

—¿Te quedarás aquí conmigo, verdad?

—Sí, no te preocupes, me dieron la habitación que siempre ocupo cuando vengo, pero no tienen que saber que no dormiré ahí.

Ambos se compartieron una sonrisa tierna y Minerva besó a Veikan en los labios.

—Ahí está el cuarto de baño —señaló Veikan a una de las puertas del fondo—. Tiene una tina por si quieres tomar un baño y relajarte, de este lado hay un vestidor, encontrarás muchos vestidos ahí, puedes usar el que más te guste, pronto vendrán las doncellas, a ellas les puedes pedir que te traigan cualquier cosa, si quieres algo de comer o cualquier otra cosa solo debes decirles.

—Espera… ¿Me dices que esas niñas solo harán lo que yo les diga?

—Sí —respondió el príncipe con naturalidad, como si lo mencionado fuera algo tan común y tenía sentido para él, lo era.

—Se me hace incómodo eso de dar órdenes a personas que básicamente podrían ser yo.

—Trabajan para el castillo y para la familia, esas son las funciones que deben cumplir, así que no te preocupes por eso, no es nada del otro mundo.

—Haré como que no dijiste eso último — dijo la joven tapando sus oídos.

—Ya no alegues tanto, así se manejan las cosas aquí, debes acostumbrarte, ahora yo debo irme.

—¿Dónde iras?

—Tengo reunión con el consejo del castillo. Vendré en cuanto me desocupe.

—¿Consejo? ¿Qué es eso?

—Amor, son asuntos del reino, no te preocupes, no le des importancia —él le dio un beso en la frente a Minerva—. Si quieres salir a recorrer el castillo, puedes hacerlo, dile a las doncellas que te guíen, te quiero.

Veikan salió de la habitación dejando sola a Minerva, quien se quedó analizando que talvez esa habitación era más grande que su hogar en el bosque de Southlandy.

SOUTHLANDY

—No le pediré que hable contigo —respondió Tanya a su hermano Valerio mientras cerraba el libro que estaba leyendo.

—Tanya, solo debes decirle que venga, yo me encargo del resto.

—Fuiste muy grosero Valerio, aparte ella no te quiere ver.

—No te creo. A veces eres muy venenosa.

Tanya miró a su hermano con esa mirada amenazante que ella poseía. Estaba más que claro que ella no haría nada para intentar hacer que Asenya hablara con él.

—Tanya solo, solo dile que lo siento.

Tanya suspiró al ver a su hermano al borde de la desesperación.

—Valerio —ella se acercó a él—. Debes entender que no puedes presionar a Asenya de esa forma solo para cumplir tus caprichos.

—No son caprichos Tanya. ¡Yo la quiero!

—Si la quieres, entonces dale su tiempo y lleva las cosas a su modo. Tú no pierdes nada, pero ella sí puede perder muchas cosas.

—Yo daré la cara por ella.

—¡No se trata de eso Valerio entiende! —refutó Tanya al ver como su hermano aún no comprendía—. La posición de Asenya no es fácil, su padre es el consejero del rey, de nuestro padre, ella no es hija legítima y todos lo saben; su bastardía es mucho peor que las que usualmente se ven y tú solo agravas todo con tu actitud de príncipe arrogante que lo puede todo

—Sabes que lo puedo.

—¡Valerio!

—Está bien, me rindo; no sé qué hacer para mantener a Asenya contenta —Valerio se sentó en el mueble de la sala mientras llevaba sus manos a su rostro preocupado.

—Si de verdad quieres protegerla, debes hacer las cosas a su modo. Ella tiene muchos miedos aún y tú debes de calmarlos, no provocarlos, solo deja de insistir en hacer pública la relación y dale tiempo, haz que ella confíe más en ti por tus actos, no por tus palabras. ¿Entiendes?

Valerio suspiró mirando a su hermana. —Entiendo.

—Perfecto, hablaré con ella, pero no la presionaré.

El príncipe rubio se levantó del sillón para abrazar a su hermana con mejor ánimo. —Eres la mejor hermana, te adoro. Mantenme informado de cualquier cosa.

—Lo haré.

—Te quiero —El rubio se alejó de la sala viéndose de mejor ánimo. Sentir que había una posibilidad de arreglar las cosas con Asenya era motivo de alegría para el príncipe Arquero.

LUSSOX (CASTILLO BRANDENHILL)

El príncipe Liam entró a la habitación de su Hermano, el moribundo rey Hasper Brandenhill.

El joven rey se hallaba tendido en su cama con los ojos cerrados, el aspecto físico del Hasper no era el más lindo para este punto de su vida, a pesar de gozar de juventud su cuerpo se estaba consumiendo en vida.

Una extraña enfermedad se apoderó de su cuerpo comenzando con fuertes fiebres que lo hacían casi que delirar, poco a poco, su salud física se vio afectada; su cabello rojo perdió vida y brillo tornándose seco y áspero, su piel era más pálida de lo normal notándose  agrietada y con grandes ronchas rojas como si tuviera algún tipo de sarpullido, uno de sus ojos perdió la visión y su cuerpo se observaba demasiado delgado casi que en los mismos huesos.

Algunos dicen que la enfermedad era a causa del trono.

Se decía que en algún momento en la historia los Brandenhill hicieron pacto de sangre con sus dioses Mayores prometiendo que solo sangre real se sentaría en aquel trono y tal pacto se mantuvo por generaciones hasta los días del rey Hasper, quien no duró mucho tiempo de vida sana ocupando el trono donde no pudo volver a sentarse desde su declive.

Liam miraba a su hermano en decadencia y se lamentó profundamente al recordar como era este antes de ocupar el trono. El príncipe se encontraba en silencio observando a su hermano, quien parecía dormir, pero él estaba despierto.

—¿A qué has venido joven hermano? —preguntó Hasper con dificultad en su habla.

—Hermano, ¿cómo te sientes?

—¿Cómo crees que me siento? —le dio el moribundo rey una leve sonrisa a su hermano.

—Espero por los Dioses Mayores que te sientas en paz.

—¿Me querías decir algo Liam?

—Hasper, aún eres el rey de Lussox y aún vives, pero madre ya está pensando en sustituir tu lugar ascendiendo a nuestro hermano Graner al trono.

Hasper observó con dificultad a Liam notándose su desconcierto.

—¿Cómo es posible?

—Él será el rey Regente mientras tú te encuentras imposibilitado para gobernar, pero ... Ya están empezando a hacer mal las cosas.

—¿De qué hablas?

—El consejo y la corte quieren a Valero Brandenhill en el trono cuando llegue tu muerte, pero madre no lo va a permitir, ella quería que yo ascendiera al trono, pero me negué y recurrió a Graner y él…

—Dímelo Liam.

—Él ha enviado Cangrinos a Southlandy haciendo tratos turbios con ellos y está planeando meterse con los Worwick. Hermano, eso será devastador, sabes que esto es solo un castigo de los Dioses Mayores. Si por lo menos queremos partir en paz, debemos hacer lo correcto, y solo tú puedes hacerlo.

La respiración de Hasper era tan dificultosa en ese momento en el que se notó que él deseaba moverse de su lugar, pero no podía. El joven rey no deseaba aquello para Lussox siendo consciente de que era lo mejor y lo correcto para la corona, ya que él también había sido víctima de la avaricia y ambición de su propia madre.

¿Pero qué podría hacer él mientras agonizaba en vida?

Mucho sin duda.

THOUSANDS SOUTHLANDY (CASTILLO AZZEX)

Minerva había recorrido Azzex en compañía de las doncellas que le habían asignado junto a un guardia que las custodió a petición de Veikan. La joven rojiza se sintió un tanto incómoda al no estar acostumbrada a tener personas a sus espaldas todo el tiempo, y no evitó el preguntarse si cuando se convirtiera en esposa de Veikan siempre iba a ser así.

Lo peor de todo para ella fue el hecho de haberse acercado al salón del consejo para intentar hablar con Veikan, pero los guardias le negaron el acceso a la sala. «¿Cómo era posible que no pudiera hablar con él?», se preguntó Minerva, ya fastidiada.

La joven no tuvo más remedio que retirarse a sus aposentos mientras las doncellas permanecían dentro para estar a las órdenes de ella. La noche había caído y ella aún esperaba ya cansada a Veikan hasta que el príncipe se hizo presente en sus aposentos.

—Salgan —ordenó Veikan al entrar a la habitación.

Las doncellas salieron y Minerva observaba a Veikan sentada en la cama, ella no se veía muy contenta.

—Hasta que al fin llegas.

—¿Pasa algo? —preguntó él.

—¿Siempre es así?

—¿Así cómo?

—Intenté ir a hablar contigo —dijo la joven levantándose de la cama para quedar de pie frente al él—. Quería verte, pero me lo negaron. Uno de los hombres con capas me dijo que no podía entrar en esa sala y que debía pedir permiso para hablar contigo ¿Por qué debo pedir permiso para hablar contigo? —Minerva sonó molesta, a ella le parecía ridículo pedir permiso para hablar con él.

—Amor cálmate —habló Veikan con una sonrisa en su rostro. Él trataría de explicarle a ella como eran las cosas de este lado—. Es algo normal pedir el acceso a algunas partes del castillo como la sala privada del rey, el salón del trono o el salón del consejo, ya que esos son lugares de sumo respeto.

—¿Pides permiso para hablar con tu propio padre? —preguntó sorprendida.

—Sí, debo hacerlo, él es el rey.

—¿Entonces cuando sea tu esposa debo pedir permiso para hablar contigo? —preguntó ella esperando que la respuesta fuera un "No"

—No. Por ser mi esposa y mi reina tendrás muchas libertades, pero aun así habrá momentos donde pasará lo que pasó hoy. —Veikan suspiró, él sabía que lo que decía no estaba siendo grato para ella—. Solo no pienses tanto en eso, ¿sí?, ya estoy aquí.

Él Worwick envolvió a Minerva en sus brazos, dándole un beso cargado de deseo y pasión a su rojiza, la que bajó la guardia ante los encantos de su príncipe.  Veikan llevó a Minerva hasta la cama en donde él  la recostó suavemente y se posó sobre ella mientras ambos seguían compartiendo besos y caricias, dándole rienda suelta a sus deseos para terminar haciendo el amor esa noche en aquella habitación que solo era alumbrada por unas cuantas velas.

La mañana caía sobre el castillo Azzex en Thousands, los rayos del sol se filtraron ligeramente por las ventanas de la habitación donde se encontraba durmiendo Minerva.

La joven empezó a despertar plácidamente de su sueño buscando la presencia de Veikan en la cama, pero no logró sentirlo, de inmediato, Minerva abrió los ojos y notó que él no estaba. De la nada, la puerta de la habitación se abrió asustando a Minerva y la joven tapó rápidamente su desnudez con las sábanas de la cama. Por suerte, era una de sus doncellas que le había ido a dejar el desayuno esa mañana.

—Buenos días, señorita Minerva —dijo la doncella colocando la bandeja con el desayuno sobre la mesita de té.

—Buenos días, disculpa ... ¿El príncipe? —preguntó Minerva incómoda, ella no se sentía bien hablándole a un sirviente como si ella fuera dueña de la labor de aquella persona.

—Señorita Minerva, el príncipe Veikan se encuentra entrenando en el patio de entrenamiento.

—¿Podrías llamarlo por favor? —pidió amablemente.

—Lo siento señorita, el príncipe tiene reunión con el consejo después del entrenamiento y a él no le gusta que lo interrumpan cuando está entrenando.

—¿No le gusta? ¿Qué hace si lo interrumpen?

—Pues ... Simplemente, no le gusta, señorita —la joven doncella se iba a retirar de la habitación cuando su ida fue interrumpida por Minerva.

—Espere ...

—¿Si señorita?

—¿Desayunas conmigo?

—Lo siento señorita —habló la doncella extrañada por la petición de Minerva—. No se me es permitido sentarme a la mesa con los miembros de la familia, permiso.

—¿Qué? —Minerva se notó visiblemente cansada de tanta formalidad. Ella se levantó de la cama envolviéndose con sabanas y se asomó por la ventana, pero no vio a nadie en el jardín delantero.

Ella se encontraba rodeada de lujos y privilegios que muchos añoraban tener, pero sola al fin de cuentas. Veikan había estado más alejado de ella en el castillo que cuando ambos andaban libres por el bosque. «¿De verdad ella podría lidiar con eso?» Se cuestionó Minerva tomando la tasa de té para desayunar sola en la habitación.

SOUTHLANDY

El día había trascurrido tranquilamente en Southlandy, las actividades del personal del castillo Worwick eran rutinarias como siempre y Elizabeth se encontraba caminando por el pasillo que llevaba al salón del trono, donde le dijeron que podía encontrar a su esposo, el Rey Valko.

La reina se notaba agitada, al parecer ella quería llegar rápido a su destino con mucha necesidad y su paso se aceleró aún más hasta que llegó a las puertas del salón y entró a través de ellas, pero no había nadie dentro.

Era extraño. Valko no estaba ahí como le habían dicho.

Elizabeth se dirigió hacia las ventanas que estaban situadas a las espaldas del trono, las que tenían una opaca vista a las afueras del castillo, dónde pudo observar con claridad el mar que lo rodeaba hasta que ella sintió movimiento a sus espaldas  y se volteó rápidamente encontrándose con un gran charco de sangre que rodeaba el trono y el paso de Elizabeth se tornó temeroso por lo que pudiera haber en la silla donde se sentaba el rey.

Pero por más lento que fue su paso, nada pudo detener su vista. Ella vio a Valko, su esposo sentado en el trono rodeado de sangre, y al rededor del mismo se hallaban cuatro cabezas, las que ella pudo distinguir bien dándose cuenta de que eran las cabezas de los príncipes que estaban a los pies del rey, los ojos de Valko ya no estaban y en su lugar se encontraban dos cuencas vacías mientras un cuervo yacía en la cabecera del trono mostrando una imagen que desgarró a Elizabeth por completo.

La mujer no evitó a gritar con horror ante aquella escena y antes de tan siquiera girarse para huir de ahí, la cabeza de Valko se giró hacia ella como si pudiera verla aún sin sus ojos y él dijo.

"Llegó el momento."

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