𝐂𝐎𝐍𝐅𝐔𝐒𝐈Ó𝐍
Capítulo 47
La princesa Diana estuvo pacientemente esperando el regreso de su esposo al castillo ¿Algo de inquietud? Talvez, pero la mayor parte del tiempo se mantuvo en calma. La compañía de Merrie y Asenya le ayudó mucho, pero estás dos sí se encontraban un tanto más nerviosas por miedo a que algo les pudiera pasar a sus esposos, ya que en cada enfrentamiento por más minúsculo que fuera, se jugaban la vida, y podría ser ese el último.
Diana no aguantó más la incertidumbre de saber sobre su esposo y salió de la sala para averiguar si ya habían vuelto sus hermanos y él. Asenya y Merrie no la acompañaron, puesto que ella dijo que quería ir sola, y rápidamente Diana se apresuró a buscar alguien que le informara si ellos habían vuelto.
Efectivamente, los príncipes ya habían regresado al castillo y un guardia se lo confirmó a la princesa Diana dándole indicaciones de que ellos se encontraban en la biblioteca sin entrar en detalles. Diana se dirigió a la biblioteca para verlos, preguntar si estaban bien y saber qué había ocurrido en el bosque.
Por otro lado, en la biblioteca, Veikan, Carsten y Valerio se encontraban charlando mientras Veikan se notaba preocupado y muy pensativo, él aún no terminaba de procesar el hecho de que Minerva hubiera muerto y sus hermanos le estaban expresando sus condolencias por la situación.
—Deberías reponerte y no darle tanta tinta al asunto Veikan —aconsejó Valerio.
—¿No darle tanta tinta al asunto? —preguntó el mayor, mirando confuso a su hermano—. Valerio sé que Minerva no les caía bien, pero ella era buena y yo le tomé mucho aprecio. Ella era una buena persona hasta donde me dejó ver, y no merecía morir así.
—Una vez más te digo que no tenemos nada en contra de ella y te comprendemos si te sientes mal por su muerte, pero las cosas suceden por algo Veikan —volvió a citar el menor.
—Piensa que hubiera sido peor para ella caer como esclava en manos de un Cangrino —sugirió Carsten tratando de suavizar la conversación.
Veikan llevó sus manos a su rostro lamentando cada destino del que se liberó y del que fue presa. —Espero que de verdad haya podido ser feliz el poco tiempo que vivió después de nosotros —dijo él.
—¿Querías quedarte con ella acaso? —preguntó Valerio mirando fijamente a su hermano, esto era algo que le estaba rondando en la cabeza y él quería saber.
—¡No! Yo… —hizo una pausa—. Que yo me sienta mal por ella ahora no significa que me quería quedar con ella. Me fui de su lado porque quise, porque no estaba enamorado y porque mi corazón siempre le ha pertenecido a Diana y siempre será así, pero eso no significa que no reconozca que Minerva fue una generosa persona que yo no debí involucrar en esto; yo fui quien volví a ese lugar buscándola para pretender enamorarme y casarme con ella desesperadamente buscando olvidar a Diana y al final fue ella quien terminó perdiendo.
—Pues hubiera sido peor si te hubieras casado, la emoción no te iba a durar mucho —aclaró Valerio.
—Lo sé, por eso no insistí cuando ella supo la verdad porque en el fondo yo quería estar solo con Diana y siempre será así.
—Entendemos tu situación Veikan y está bien. Eso habla mucho de tu nobleza —dijo Carsten tratando de sonar comprensivo hacia su hermano.
Veikan le dio una sonrisa esquinera a su hermano Carsten y procedió a sacar de su bolsillo una carta que le mostró a sus hermanos.
—La amiga de Minerva me entregó esta carta y me dijo que Minerva se la dio a ella y le pidió que me la entregara si algo malo le llegaba a pasar, y ella me la dio —dijo el mayor jugando con el papel doblado entre los dedos.
Carsten agarró la carta. —¿Quieres que la lea? —preguntó.
Veikan tragó en seco. —Sí, léela.
Carsten abrió la carta sentado frente a su hermano mientras Valerio se encontraba recostado a orillas de un escritorio que se usaba para leer pergaminos y mapas.
Diana entró a la biblioteca buscando a sus hermanos y pudo oír la voz de ellos hablando. Ella se adentró sigilosamente hasta el centro de la sala y los pudo ver sentados charlando, pero al oír la voz de Carsten se detuvo tras un librero a escuchar de que hablaban.
—Bien, nada de lo que diga esta carta saldrá de aquí —comentó Carsten.
Valerio y Veikan asintieron y Carsten prosiguió.
“Para cuando tengas esta carta en tus manos, seguramente ya yo no estaré aquí. Esta es la única manera en la que puedas saber la verdad que me he estado callando desde la última vez que nos vimos. Desde la última vez que te vi junto a tu hermana en el castillo y que me perseguiste hasta el bosque, pero yo no quise darte la cara porque me dio miedo hablar contigo y decirte la verdad. —Carsten miró a Veikan y prosiguió leyendo—. El día que nos dijimos adiós tomé una difícil decisión que me llevó a quedarme sola y triste preguntándome por qué me había enamorado de esa forma de ti y sé que fuiste justo conmigo al no insistir, tú sabías que no podías amarme como la amas a ella, pero ya que te perdí en un abrir y cerrar de ojos quise quedarme con algo tuyo a mi lado —Veikan frunció el ceño, Valerio se notaba confundido, pero Diana pareció entender a qué se estaba refiriendo ella—. Me pediste que tomara el té y dije que sí, pero no lo hice; no lo tomé y esperé. Esperé que lo que tanto deseaba se hiciera realidad y así fue. —Diana tapó su boca con sus manos para no hacer ruido alguno mientras que sus ojos se empañaban poco a poco, lo que estaba escuchando la estaba devastando mientras que Veikan llevaba sus manos a su cabeza reconociendo que aquello era terrible y Valerio cerró sus ojos lamentándose por lo que estaba escuchando—. Una parte de ambos empezó a crecer dentro de mi vientre, por eso estuve ese día por el castillo. Quise decirte sobre nuestro bebé, pero después me retracté, para días después verte feliz entrando aquel lugar para desposar a tu hermana y entonces supe que era mejor alejarme y llevarme esto conmigo, que lo más probable es que cuando estés leyendo esto ya ninguno de los dos estemos aquí.
Te amo. Minerva”
—¿La embarazaste Veikan? —se escuchó la voz de Diana envuelta en un llanto espeso.
Veikan miró a Diana al oír su voz y el susto se apoderó de su rostro al saber que ella había oído lo que Carsten había leído.
—¡Diana! —exclamó temeroso levantándose de inmediato de su silla.
Carsten y Valerio también se sobresaltaron al ver que su hermana había oído el contenido de ese papel y Veikan se acercó a ella para explicarle.
—Diana, mi amor, lo que escuchaste no es lo que parece —intentó hablar el príncipe aceleradamente.
—¿Me vas a tomar por estúpida? —reclamó Diana molesta entre llantos.
—¡No, Diana! —exclamó preocupado.
—¿Por qué la embarazaste, Veikan? ¿Por qué lo hiciste? Ahora resulta que mi bebé no es tu primogénito ¡Si no el de ella! —la voz airada de Diana estaba clavándose con fuerza en el corazón de su esposo.
—¡Diana, las cosas no pasaron así! Yo no lo sabía —él se intentó explicar.
—¡No quiero oírte! —gritó ella.
Diana salió corriendo de la biblioteca y cerró la puerta tratando de trabar la manija de la misma, lográndolo al final. Veikan intentaba abrir la puerta girando bruscamente la manija, pero fácilmente él y sus hermanos la pudieron derribar sin problemas empujando la puerta. Al salir de ahí, Veikan no vio a Diana en el pasillo y ahora estaba más alterado que antes.
—¡MALDITA SEA! —exclamó molesto.
—Yo iré al jardín, tú ves a la habitación y tú deberías ir con madre, quizás Diana haya ido con ella —comentó Valerio para que los tres se dispersaran en busca de Diana.
La princesa corría por los pasillos tratando buscar un lugar donde alejarse de todos y poder pensar. Su llanto aún persistía haciéndosele difícil entender cómo era que esa mujer aún parecía una sombra en su vida si Veikan había roto todo contacto con ella, pero ella iba tan sumida en su confusión y decepción que no se dio cuánta de que alguien venía en dirección contraria a ella doblando el pasillo y se terminó estrellando con su hermano Aiseen.
—¡Oye! —exclamó él recibiendo a su hermana en brazos.
—Lo siento Aiseen por favor, no me grites —pidió ella entre llantos notándose alterada.
Él la observó unos segundos con el ceño fruncido como si estuviera molesto y dijo: —No lo haré ¿Qué demonios te pasa, por qué corres como una loca?
Diana tomó aire mientras secaba sus lágrimas —¿Puedes ayudarme? —preguntó la rubia sollozando.
—¿A qué? —Aiseen miró seriamente a su hermana con aquella mirada fría propia de él que seguía intacta en su persona.
—A llevarme a algún lugar donde no me molesten. No quiero ver a nadie Aiseen, yo necesito pensar —dijo Diana buscando el brazo de su hermano para sostenerse y él se lo extendió sosteniéndola con su mano también.
—¿Es una trampa, verdad? —la miró con los ojos entre cerrados.
—¡No! ¿Por qué lo sería?
—Porque si descubren que yo te llevé a un lugar y algo te pasa, a mí es a quien van a golpear y no quiero problemas, Diana.
—Aiseen por favor, prometo que no saldrás involucrado en esto, pero ayúdame.
—¿Y a dónde te llevaría?
—No lo sé —divagó Diana—. A un lugar donde nadie se le ocurra buscarme, por favor.
Aiseen notó a Diana muy afectada. Él sabía que había un lugar donde nadie la buscaría ni por equivocación. El príncipe agarró a Diana de la mano y se la llevó hasta su habitación.
Después de haber buscado a Diana por los posibles lugares donde podía estar y no haber sido encontrada, Veikan empezó a colocarse nervioso y su ansiedad comenzó a incrementar aún más.
El príncipe envío a revisar si el caballo de Diana estaba en el establo y efectivamente ahí se encontraba. En la torre blanca no había nadie y en el segundo jardín cerca al laberinto de arbustos tampoco estaba ella.
Al rey se le dio aviso de lo sucedido y de inmediato él ordenó a un grupo considerable de guardias que la buscaran en todos los rincones del castillo y en todas las habitaciones, aun en las que estaban vacías.
Las puertas del castillo fueron cerradas mientras la desesperación de Veikan con cada minuto que pasaba se incrementaba aún más; él temía por ella y por su bebé que en ese momento era lo más importante para él.
Era necesario para él explicarle a Diana como sucedieron las cosas porque ella aún no sabía que Minerva había muerto. Por otro lado, Valko envío a llamar a su hijo para pedir explicaciones de lo que estaba pasando.
Diana se encontraba con su hermano Aiseen en la habitación del príncipe, la cual él cerró con seguro a petición de su hermana menor. Ella se sentó sobre la cama de Aiseen mientras él no decía ni una sola palabra, ni tampoco la miraba.
Ella sollozaba, recordando todo lo que había escuchado. Diana no podía creer que Veikan hubiera embarazado a Minerva y le costaba aceptar que, a pesar de que ella era su esposa, otra mujer le había quitado el derecho de primogénito a su hijo y esto la molestaba aún más.
Para ella no hubo ninguna necesidad de que él se enredara con ella si él la amaba tanto como decía, y todo ese enredo en su cabeza la llevó a cuestionarse si realmente Veikan la amaba de verdad.
Aiseen se sentó en una silla que había junto a las ventanas del balcón de su habitación y subió su pie derecho afirmándolo sobre su rodilla izquierda dejando ver sus botas militares en cuero negro, el príncipe llevaba consigo un uniforme militar en tela verde oscuro que se usaba para entrenamiento de tortura que era lo que Aiseen últimamente estaba dedicando su tiempo en aprender. Él miró a su hermana y se pronunció diciendo:
—¿Podrías dejar de llorar?
Ella lo miró confundida. —Lo siento, yo no quería —sollozó.
—No te disculpes, solo tranquilízate. Si sigues llorando así, no vas a poder hablar.
—¿Hablar?
—Sí —él la observó con su típica mirada arrogante y prepotente que se gastaba—. Sé que quieres hablar, solo estás esperando que yo te pregunte que está pasando.
—No creo que te importe —comentó ella apretando la falda azul de su vestido.
—Puede que sea cierto que no me importe —dijo él entrecerrando sus ojos, observando lo que ella hacía insistentemente con su mano en la tela de su vestido—. Pero quizás necesites hablar y bueno, yo puedo escuchar —Él le dejó ver su sonrisa esquinera.
Diana miró a su hermano y frenó lo que estaba haciendo con su mano. A ella le parecía irreal escuchar esas palabras de Aiseen, pero aunque él seguía siendo el mismo pedante de siempre, al parecer algo en él era distinto y eso le dio la confianza en ella de abrirse con él.
—Es Veikan —dijo ella con la mirada triste.
—¿Problemas en el matrimonio? —se inclinó él hacia adelante cambiando su postura, mientras observaba a su hermana.
—Me acabo de enterar de que hizo algo con otra mujer.
—¿Qué? —Aiseen frunció el ceño.
—Tú no la conoces, es una niña que él conoció.
—A sí, la campesina que se enamoró del príncipe —dijo él en burla, mientras se levantaba de la silla y metía sus manos en los bolsillos de su pantalón —. O al menos eso oí.
—La embarazó —Diana rompió a llorar.
—¿Qué? —el rostro de confusión de Aiseen se hizo notar—. ¡Veikan es un imbécil!
—¡Aiseen!
—¡Es verdad! Solo a él se le ocurre hacer eso, por suerte yo jamás cometí ese error —comentó recostándose a la pared mientras veía a su hermana sentada sobre la cama.
—¿Con tu amante?
Ambos se miraron por unos segundos. —Sí, con la que fue mi amante. —Aiseen caminó hasta la mesa donde estaba el vino y se dispuso a servirse una copa.
—¿Fue?
—Sí, Diana. —llenó la copa—. Pero eso quedó en el pasado, así que no nos enfoquemos en eso. —Tomó un sorbo—. ¿Qué piensas hacer?
—No lo sé, me siento muy triste —dijo la rubia decaída y Aiseen al parecer lamentó en su mirada ver a Diana así.
La conversación fue interrumpida por unos toques en la puerta y Diana se asustó al oírlos. De inmediato, ella corrió al cuarto de baño para esconderse y, mientras Aiseen esperaba que ella lo hiciera, él dejó la copa sobre la mesa y abrió la puerta encontrándose con un guardia.
—Mi príncipe, su padre, el rey, lo solicita en su sala privada —se reverenció—. Permiso.
Aiseen cerró la puerta y, de inmediato, Diana salió buscándole.
—Por favor no le digas a padre que estoy aquí —rogó con lágrimas en sus ojos.
—No lo haré, pero solo porque no quiero tener problemas. Puedes quedarte aquí si quieres, pero no toques nada. Yo vuelvo más tarde y te comento qué pasó.
Aiseen salió de la habitación, dejando a su hermana segura tras ella. Diana se acostó en la cama de su hermano, llorando y sintiéndose triste. Ella quería estar sola para pensar, pero aquella soledad la estaba matando por dentro. A su mente llegaban pensamientos que quizás podrían ser devastadores para la relación. Ella sentía que el fantasma de Minerva no se terminaba de ir de su vida.
En la sala privada del rey se encontraban sus hijos varones reunidos, y junto a él, algunos guardias de confianza. La reina madre Ahela y la reina Elizabeth también estaban presentes, solo faltaba el príncipe Aiseen que fue enviado a llamar, y quien no tardó en llegar a la sala.
Una vez estando todos reunidos, Valko se dirigió a su hijo Aiseen diciendo:
—Aiseen, hijo.
—Padre ¿Me solicitó?
—Sí, quería preguntarte si has visto a tu hermana Diana o te has tropezado con ella por los pasillos.
—No padre, no he visto a mi hermana —contestó Aiseen mirando a su padre.
Aiseen observó a Veikan mirando su alto estado de nerviosismo e impaciencia. Él caminaba de un lado a otro como si estuviera a punto de perder el control en cualquier momento y en sus ojos se veía miedo; quizás él temía a que Diana decidiera pedir la anulación del matrimonio; que en este caso, ella podía solicitar y se le sería concedido casi que de inmediato. Tener un hijo fuera del matrimonio era una falta grave que ni el mismo rey toleraría.
El príncipe volvió a enfocar su vista en su padre para oír sus palabras.
—Bien, Este es el problema. Mi hija Diana ha desaparecido; se le ha buscado por el castillo y no se ha dado con ella, es imposible que ella pueda perderse estando aquí dentro, en algún lugar debe estar, así que ordeno que a partir de este momento sea buscada hasta en el lugar más incoherente del castillo donde creamos no pueda estar, retírense —le pidió el rey a los guardias. Valko esperó que estuviera la familia a solas y al conseguirlo el rey salió de su escritorio para posarse justo al lado del mismo y se dirigió a su hijo Veikan preguntando—: ¿Qué fue lo que pasó Veikan?
—Padre, yo preferiría no hablar de eso —pidió Veikan.
—No te estoy preguntando si quieres contarme, te exijo que me digas que fue lo que pasó para que tu hermana decidiera huir de ti y de todos aquí.
Veikan miró a su padre dudando si decirle o no lo que había ocurrido, pero al final tuvo que hacerlo, esa era una orden que no podía desacatar. El peliblanco le entregó la carta que estaba leyendo en la biblioteca a su padre diciendo: —Diana nos escuchó leyendo esto.
Valko agarró la carta, la abrió y empezó a leer detenidamente cada palabra y párrafo de ese papel, hasta que los puños del rey se comenzaron a tensar al igual que su mandíbula y su ojo se llenó de una visible molestia. Él levantó su mirada para ver a su hijo mayor y heredero de su corona y preguntó:
—¿Ella murió? —preguntó Valko.
—Sí, padre. Es algo que quise explicarle a Diana, pero no me lo permitió.
La mirada dura de Valko seguía sobre la mirada desesperada de su hijo y de pronto una bofetada se le fue propinada a Veikan por parte de su padre. Todos se sorprendieron al ver esto y la tensión en el lugar incrementó.
—¡¿EMBARAZADA?! —gritó Valko.
—¿Qué? —Preguntó Elizabeth sorprendida.
—Padre, yo no lo sabía y pido disculpas por eso.
—¿Me dices que esta niña estuvo por ahí en el campo durante este tiempo embarazada de un hijo tuyo, Veikan Worwick? ¿Acaso no sabes qué consecuencias trae esto? —gritó Valko terriblemente enojado.
—Lo sé, padre, y pido perdón, yo no lo sabía, ni tenía idea de que ella estuviera en cinta. Yo pensé que todo había quedado terminado el día en que ella y yo nos separamos por completo. Yo no volví a verla, y ella no tenía planes de decirme nada —le expresó Veikan a su padre tratando de explicarse, pero Valko veía la problemática mucho más allá de la que Veikan la estaba analizando.
—¿Y ahora eso resuelve el problema? Si ella no hubiera muerto junto a ese bebé, entonces dentro de años ese niño iba a estar corriendo por los bosques de Southlandy con una cabellera blanca adornando su cabeza y todos sabrían que sería un bastardo. ¡Y sabes lo que hacemos con los bastardos! —volvió a gritar Valko.
—Padre yo…
—¡Cállate! —le ordenó Valko a su hijo—. El único hijo legítimo que esta casa reconocerá como tu primogénito es el hijo que tengas con Diana; tu esposa, y dale gracias a los dioses que está niña murió, de lo contrario si tu hermana me pidiera la anulación del matrimonio se la concedería de inmediato y tendrías que cederle tu sucesión a tu hermano Carsten.
El silencio inundó la sala por completo tras los alegatos del rey. Valko estaba realmente furioso por la indiscreción de su hijo mayor.
El monarca rompió a aquella carta dejando caer sus pedazos al suelo y se acercó a su hijo mirándolo a los ojos. —Cuando Diana aparezca hablaré con ella para interceder a tu favor, pero quiero que el asunto de Minerva quedé aquí ¡Y no quiero más estupideces como estas y esto va para todos ustedes, porque no pienso tolerar una indiscreción más! —Valko volvió a su escritorio tratando de volver a encontrar calma—. Valerio.
—¿Sí, padre?
—¿Cuántos Cangrinos atraparon?
—Siete, padre.
—Aiseen.
—¿Sí, padre?
—Ve con tus hermanos a las cuevas, he oído que has estado practicando el arte de la tortura y quiero que los hagas hablar. Necesito saber quién los envió y porque ejecutaron esa matanza.
—Sí, padre.
—¿El Esteno que intentó atacar a Asenya ya habló?
—No padre, no ha querido hablar. He estado probando varios métodos con él, pero no quiero matarlo aún.
—Hazlo hablar, que no pase de hoy y lo que sea que hagas, hazlo delante de esos miserables Cangrinos, ve con tus hermanos para que te ayuden.
—Sí, padre.
—Pueden retirarse.
Aiseen y sus hermanos salieron del salón para dirigirse a las cuevas del castillo, como había ordenado Valko, pero Aiseen agarró otro camino, mientras que sus hermanos se desviaron por otro pasillo.
El príncipe se dirigió a un guardia al cual él le dio unas instrucciones con sumo cuidado, y el guardia asintió retirándose, mientras él volvía a su habitación y al entrar encontró a Diana dormida sobre su cama. El príncipe entró al cuarto de baño y al instante salió con su cabello recogido en una coleta alta que dejaba ver su larga cabellera. Él escribió algo sobre un papel y lo dejó junto al buró para retirarse de la habitación sin despertar a su hermana, que se había quedado dormida mientras lloraba.
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