𝟐𝟎: ecos en el corazón
Klaus entró al despacho de manera brusca, cerrando la puerta con tal violencia que la madera vibró, y la puerta se balanceó ligeramente hacia adentro por la gravedad con la que la había golpeado. El sonido resonó en el amplio espacio, un reflejo de la furia que se apoderaba de él.
Se giró hacia Elijah, su mirada feroz, los ojos cargados de preguntas y desconfianza. La expresión que tenía en su rostro era una mezcla de sorpresa y desagrado, el aire pesado con la tensión que siempre rodeaba sus conversaciones. No estaba dispuesto a tolerar interrupciones en sus momentos privados, especialmente si se trataba de algo que le quitaba la calma.
─ ¿Qué sucede? ─ su voz salió grave, casi amenazante, mientras sus ojos recorrían a su hermano con una intensidad palpable. La incomodidad en su pecho aumentaba con cada segundo de espera, preguntándose qué cosa podría haber sido tan importante como para interrumpir su tiempo con Elena.
Elijah lo observó fijamente, su rostro siempre tan controlado, pero en ese momento no podía ocultar la seriedad con la que pronunciaba sus palabras. Sabía perfectamente que Klaus no iba a recibir bien la noticia.
─ Nuestra madre... ha regresado a la vida ─ las palabras de Elijah se colaron en el aire, cargadas de un peso significativo. No fue sólo la revelación en sí lo que sorprendió a Klaus, sino la forma en que Elijah lo dijo, como si ya supiera las implicaciones que esto tendría. Elijah tenía un conocimiento que Klaus no poseía: él sabía que Klaus había sido el responsable de la muerte de su madre, y que había manipulado la situación para culpar a su padre, pero Klaus aún no conocía la verdad.
Klaus se quedó en silencio por un momento, los segundos alargándose como si el tiempo mismo se hubiera detenido. La noticia de la resurrección de su madre golpeó su mente con una fuerza brutal, como si una ola de frío recorriera su cuerpo. Su rostro se endureció, pero por dentro, algo oscuro y profundo comenzó a retorcerse, una sensación que no podía reconocer completamente. Era miedo, aunque Klaus no estaba dispuesto a admitirlo.
Su respiración se volvió un poco más pesada, los músculos de su mandíbula tensándose. Los recuerdos del pasado, los de su madre y los actos que había cometido, comenzaron a desbordarse en su mente, como un torrente incontrolable. El nudo de preocupación en su estómago se convirtió en algo más, algo más cercano al pavor. Su madre, esa figura que había sido un tormento en su vida, ahora regresaba para enfrentarle.
¿Cómo es posible? se preguntó, pero no lo dijo en voz alta. No necesitaba que Elijah lo viera más vulnerable de lo que ya era en ese momento. Su orgullo, ese que siempre lo había mantenido en pie, comenzaba a tambalear, como si la realidad misma estuviera retorciéndose ante él.
Los oscuros secretos que había enterrado durante siglos se levantaran del polvo del pasado. Lo que había hecho, lo que había ocultado, ahora podría salir a la luz. Aunque, para él, no era tan relevante, ya que la mayoría de sus hermanos lo odiaban, la simple idea de que su madre regresara para vengarse de él lo hacía sentir una vulnerabilidad que nunca había experimentado. Conocía bien el poder de su madre y lo que podía hacer con él.
El rostro de Klaus, por fuera, seguía siendo una máscara de control, pero su mirada, oscura y fija, delataba el torbellino de emociones que se debatían en su interior. Nadie podía verlo, pero el pavor estaba allí, como una sombra a sus espaldas.
Su madre estaba viva...
El escalofrío recorrió la espalda de Klaus como una corriente helada que lo atravesaba desde la nuca hasta los huesos. La sensación de pavor que había intentado reprimir surgió con fuerza, arrastrando consigo las sombras de un pasado que nunca había logrado disipar. Su respiración se tornó más pesada, y por un momento, no pudo evitar que su mirada vacilara, sus ojos fijos en Elijah, buscando respuestas que no llegaban.
Su mente se desbordó de pensamientos, todos luchando por encajar en un rompecabezas sin sentido. Había hecho todo lo posible para asegurarse de que ella estuviera muerta. Había visto su ataúd cerrado, su cuerpo dentro de él, hacía mil años. Todo había estado en orden durante siglos, o al menos eso creía. El peso de sus propias acciones lo perseguía, pero nada de eso parecía importar ahora. Lo único que quedaba era una sensación aterradora: ella había regresado, y eso era algo que Klaus no podía controlar.
El miedo, esa emoción tan ajena a él, comenzó a apoderarse de su pecho, desbordándose de una forma que no podía negar. ¿Por qué? se preguntó. ¿Volvió por venganza? ¿Quería destruir todo lo que había construido? Las posibilidades eran infinitas, pero la que más lo aterraba era la de enfrentarse a su madre, enfrentarse a los demonios de su propio pasado. Y eso era algo que ni él podía soportar.
Un rugido de frustración salió de su pecho, la furia ardiendo en su interior, la rabia de sentir que estaba perdiendo el control de algo tan básico como la vida y la muerte.
─ ¿Cómo sucedió? ─ bramó Klaus, su voz llena de furia contenida, como si no pudiera comprender lo que estaba ocurriendo. La pregunta salió con una ferocidad que atravesó el aire, buscando respuestas que, hasta ahora, parecían estar fuera de su alcance. ¿Cómo es posible que ella haya vuelto? ¿Por qué ahora? Pensó, casi deseando que su hermano tuviera la respuesta.
Elijah no se inmutó ante el arrebato de su hermano. Su mirada, siempre tan serena, no dejaba ver la preocupación que también sentía. Sabía que Klaus estaba fuera de sí, que la situación lo estaba llevando al límite de su paciencia, pero las emociones de Klaus no eran lo que importaban en ese momento.
─ No lo sé, dímelo tú, eres quién tiene supuestamente su ataúd ─ la respuesta de Elijah fue tajante, aunque no exenta de una cierta amargura. Estaba claro que él también sentía el peso de la situación, pero no iba a dejar que las emociones de Klaus los dominara. Sabía que la verdad, por dolorosa que fuera, era necesaria.
Klaus apretó los puños, sus ojos llenos de rabia y desconfianza. Elijah observaba cómo su hermano intentaba recomponerse, pero el miedo seguía acechando, latente. El ataúd… eso lo complicaba todo. La última vez que lo había visto, estaba sellado, guardado. Pero ahora, con la noticia de que su madre había regresado, quedaba claro que el ataúd no estaba tan sellado como él había creído.
─ ¡Y lo tengo! ─ Klaus afirmó con rotundidad, aunque la duda comenzó a carcomerlo por dentro. La sensación de certidumbre que siempre había tenido al respecto vacilaba ahora, como una casa construida sobre cimientos inestables. Pensó en el ataúd, en el lugar donde había guardado a su madre, tan seguro de que nadie podría tocarlo. Pero ahora, a medida que la furia se apoderaba de él, se dio cuenta de que no había estado en ese lugar desde que sus hermanos se habían marchado de Mystic Falls. Se había centrado en otros asuntos, y el ataúd se había quedado atrás, olvidado entre las sombras de su propia indiferencia.
─ Pues alguien lo robó ─ la voz de Elijah fue fría, directa, una verdad tan clara y concreta que hizo que el estómago de Klaus se retorciera aún más. La simple mención de un robo ya era suficiente para hacerle hervir la sangre. El control que siempre había tenido sobre su entorno estaba desmoronándose ante sus ojos, y eso era algo que no podía permitir.
Klaus, incapaz de contenerse, soltó un gruñido y, en un arranque de rabia, tiró una pila de papeles y objetos del escritorio con un violento movimiento de su brazo. Los papeles volaron por el aire, algunos deslizándose por el suelo, mientras él buscaba, en vano, una forma de reprimir el torrente de frustración que lo invadía. No podía ser posible.
Estaba tan centrado en Elena, en sus propios sentimientos y obsesiones, que había ignorado todo lo demás. Había dejado que su atención se desviara de lo que realmente importaba, y ahora, como una ola arrasadora, las consecuencias de su desdén por los detalles comenzaban a alcanzar su máxima expresión.
─ ¡Maldición! ─ exclamó Klaus, golpeando la mesa con el puño, la furia en su rostro claramente visible. La impotencia era palpable en su postura, en la forma en que su cuerpo temblaba de rabia contenida. Había subestimado lo que su madre significaba para él, y ahora tenía que enfrentarse a la realidad de que había cometido un error fatal.
Elijah permaneció en silencio, observando a Klaus con una calma que contrastaba con la tormenta emocional de su hermano. Sabía que no podía hacer nada para aliviar esa rabia, pero al menos podía ofrecerle una visión más clara de lo que estaba sucediendo.
─ Solo una Bennett podría haber abierto el ataúd ─ recordó Elijah con voz tranquila, como si estuviera analizando el problema desde una perspectiva fría y lógica. La conexión entre las Bennett y la magia nunca había sido un secreto, y en ese momento, parecía que esa magia había sido la clave para deshacer lo que Klaus había intentado sellar para siempre.
Klaus lo miró fijamente, y las palabras de su hermano lo golpearon con fuerza, como una revelación que lo dejaba sin aliento. Casualmente era amiga de Elena... La realidad golpeó a Klaus con un impacto aún mayor. Su mente rápidamente conectó los puntos: Elena, la mujer que había estado en su cama, la mujer que lo había distraído y lo había hecho perder la concentración. Era la amiga de la misma persona que probablemente había liberado a su madre del ataúd.
Klaus sintió un nudo en el estómago, y la rabia se transformó en un odio más profundo, una furia hacia sí mismo por haber sido tan ciego. ¿Cómo no lo había visto antes? ¿Cómo había sido tan ingenuo?
Elijah levantó una ceja, esperando que Klaus comprendiera finalmente lo que implicaba todo esto. Sabía que su hermano necesitaba esa dosis de realidad para salir de su estado de negación y hacer frente a lo que se avecinaba.
En ese preciso instante, Klaus sintió cómo las piezas de un rompecabezas encajaban en su mente de forma brutal. Recordó lo que Elena había intentado decirle, pero no pudo, interrumpida en el último momento. Había algo en ella, algo que no había logrado identificar completamente hasta ahora. El hecho de que Elena fuera amiga de Bonnie Bennett… todo lo que había sucedido comenzaba a tener más sentido. Pero lo que realmente lo golpeó fue la verdad detrás de los sentimientos que Elena había despertado en él.
─ Elena... ─ gruñó entre dientes, una mezcla de frustración y desdén. La idea de que ella hubiera jugado un papel en la liberación de su madre lo dejó atónito, pero aún así, había algo más. Un resquicio de inquietud, de duda, que se filtraba entre sus pensamientos, algo que nunca había permitido: ¿Qué es lo que realmente siento por ella?, pensó.
Elijah, siempre astuto, no tardó en captar ese rastro de incertidumbre en la expresión de Klaus. Lo conocía demasiado bien como para no darse cuenta de que algo estaba cambiando en su hermano. Así que, con una frialdad calculada, se atrevió a lanzar la pregunta que había estado dando vueltas en su mente desde que había descubierto la relación entre Klaus y Elena.
─ ¿Realmente te interesa o solo la utilizas para tus propósitos? ─ la voz de Elijah no mostró ningún juicio, solo una observación lógica, como si la respuesta fuera obvia. Aunque, a pesar de todo, una parte de él no quería creer que su hermano estuviera usando a Elena. La preocupación por ella había comenzado a crecer en él desde que supo de la relación, y no podía evitar preguntarse si Klaus realmente veía a Elena como algo más que un peón en su juego.
Elijah no se sorprendió de la pregunta que salió de sus labios. Después de todo, conocía a Klaus, sabía cómo funcionaba. Para Klaus, las emociones siempre habían sido secundarias, algo que podía manipular a su conveniencia. Sin embargo, algo le decía que Elena era diferente. Ella no era una simple víctima más de los juegos de Klaus, al menos no como lo había sido en otros momentos.
El rostro de Klaus se endureció ante la insinuación de su hermano. Esa mirada fría y calculadora no dejaba espacio a la duda, pero la sonrisa burlona que apareció en sus labios fue aún más reveladora, como si estuviera desechando la pregunta como una trivialidad.
─ ¿Realmente eres tan estúpido para pensar que yo, Klaus Mikaelson, me enamoré? ─ su tono estaba impregnado de una mezcla de desdén y diversión, como si la idea misma fuera absurda. La forma en que sus palabras salieron de su boca denotaba la certeza con la que se aferraba a su propia visión del mundo. En su mente, los sentimientos eran una debilidad, algo que solo los tontos y los ingenuos se permitían. Él, Klaus Mikaelson, jamás se doblegaría ante esa vulnerabilidad ─ por favor, Elijah, me conoces perfectamente bien, jamás caería antes ese sentimiento ─ su sonrisa se amplió con una burla que no era solo hacia Elijah, sino también hacia sí mismo. Sabía que su hermano lo observaba en busca de una verdad que ni él estaba dispuesto a confrontar. En el fondo, Klaus sabía que había algo en Elena que le había tocado, algo que nunca había experimentado con nadie más, pero no estaba dispuesto a aceptarlo. No de inmediato. No tan fácilmente.
Elijah lo observó en silencio, con los ojos fijos en el rostro de Klaus, intentando descifrar lo que se ocultaba detrás de esa arrogante fachada. Había algo en su hermano que no encajaba, y aunque Klaus tratara de ocultarlo, Elijah lo percibía. Aunque no sabía la respuesta exacta a su pregunta anterior, podía sentir que algo estaba cambiando.
Klaus no quería admitirlo, no frente a nadie, y mucho menos ante su hermano. La verdad era que al principio había visto a Elena como una pieza más en su juego, algo que podría utilizar a su conveniencia. Pero había algo en ella, algo que se le había metido bajo la piel, que le había hecho perder el control. No iba a aceptarlo, no ahora, no nunca. “Nunca voy a ser débil" pensó con firmeza, aferrándose a esa idea como si fuera un salvavidas. Aún así, no podía evitar que un sentimiento de desazón se apoderara de él mientras repetía sus propias mentiras, convencido de que esta era la única forma de mantener el poder que había trabajado tanto por conseguir. No quería que la vulnerabilidad lo consumiera. En su mente, cualquier signo de debilidad era una rendición. Y eso no iba a suceder.
Elijah observó a su hermano y suspiró al escuchar la forma en que Klaus hablaba de Elena, como si fuera un mero objeto, algo prescindible. Sabía que Klaus había sentido algo más, pero no iba a presionar, no ahora.
─ Debí imaginarlo, solo la utilizas por su sangre ─ murmuró, sus palabras bajas, casi un susurro, pero llenas de la frustración que sentía al ver cómo su hermano descartaba la posibilidad de algo más real y genuino.
Klaus no se detuvo. Al contrario, su tono se endureció aún más al mencionar el futuro de Elena en su vida.
─ Así es, cuando no me haga falta, la haré a un lado ─ la frialdad en sus palabras fue tan rotunda que casi parecía como si no importara lo que sentía Elena o cómo su corazón se estuviera desgarrando.
Eso era lo que siempre hacía, ¿verdad? Utilizar a las personas hasta que ya no servían. Pero en el fondo, Klaus sabía que no era tan simple, que Elena había tocado algo dentro de él que no podía controlar, aunque lo negara con todas sus fuerzas.
Y luego, el cambio en su tono fue evidente. Algo más oscuro y calculador se instaló en su voz cuando se refirió a su madre.
─ Y ahora, en cuanto a lo otro, si nuestra madre regresó, hay que darle una bienvenida digna de una Mikaelson ─ la idea de lo que iba a hacer le daba una satisfacción morbosa, como si el caos y la destrucción fuesen los únicos medios para demostrar quién realmente era. La llegada de su madre significaba una nueva oportunidad para poner en práctica su poder, para asegurar que nadie le quitara el control. Pero su mente estaba tan absorta en esos planes, tan embriagada por la venganza, que no notó el cambio en la atmósfera a su alrededor.
Mientras Klaus y Elijah seguían discutiendo sobre los planes para enfrentarse a su madre, una figura se encontraba al otro lado de la puerta. Elena, con el corazón destrozado por las palabras que acababa de escuchar, sintió como si el aire se le escapara del pecho. Cada una de las palabras de Klaus había golpeado su alma, como una daga que desgarraba lentamente la confianza que había depositado en él.
Llegó justo a tiempo para escuchar lo que él decía sobre ella, cada palabra atravesando su pecho como una flecha envenenada. Estaba oculta detrás de la puerta, incapaz de moverse, como si el simple hecho de escucharla fuera más doloroso que enfrentarlo cara a cara. Klaus no la veía, pero sus palabras llegaban claras y cortantes, describiéndola como si fuera solo una herramienta, un medio para un fin, algo prescindible. La fría indiferencia con la que habló de ella le perforaba el alma, y por un momento, se sintió pequeña, vulnerable, como si todo lo que había creído sobre él fuera una mentira.
Sus ojos brillaban con lágrimas contenidas, pero no quería que ninguno de los dos lo notara. Con pasos suaves y temblorosos, Elena salió de la mansión, como si su corazón se hubiera hecho añicos. No se atrevió a mirar atrás ni a hacer ruido, para que no la descubrieran. No quería enfrentar la indiferencia de Klaus ni la comprensión silenciosa de Elijah. Simplemente se alejó, sintiendo cómo todo lo que había creído se desmoronaba a su alrededor.
La luz del día la envolvía mientras caminaba, las lágrimas cayendo sin que pudiera detenerlas, cada una llevando el peso de la traición.
¡ 𝐂𝐀𝐏𝐈́𝐓𝐔𝐋𝐎 𝟐𝟎 !
Ahora comprendemos por qué Elijah quería hablar con Klaus con tanta urgencia: la bruja original ha regresado.
Klaus, no admitió lo que realmente sentía. En lugar de eso, pronunció palabras hirientes, que, desafortunadamente, Elena escuchó.
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