𝗖𝗵𝗮𝗽𝘁𝗲𝗿 𝟰. El olvidado.


No quería obsesionarse con estar observándole cada dos por tres, pero también era cierto que quería saber qué había sido del medallón. Si lo había encontrado y le estaba resultando útil. Rauru se dijo para sus adentros que seguro que sí que lo era. Al fin y al cabo, seguía siendo Link. Y ya tuvo el Medallón de la Luz entre manos una vez. Esa vez no tenía por qué ser diferente.

Tras dar un par de vueltas por una de las salas del Templo de la Luz, Rauru al final consideró observar a Link un tanto a través de sus visiones. Se convenció a sí mismo de que dejaría de tutelarle tanto. Al fin y al cabo, había regresado en el tiempo para rehacer su vida como debió ser en un principio. El Sabio no tenía que estar tan pendiente de él. Tenía que recomponer su vida sin ayuda de miembros del Reino Sagrado. Aquella, se dijo inspirando hondo, sería la última vez.

Si veía lo que quería ver, claro. Y lo que quería ver era a Link satisfecho, contento con el medallón entre manos. Viviendo con los kokiri, ya que había decidido volver con ellos. Disfrutando de su niñez hasta que tuviese que marcharse del bosque por empezar a crecer.

Sin dudarlo más y autoconvenciéndose de que esa sería la última vez que lo haría, Rauru se concentró en sus visiones y no tardó en ver a Link.

Link se alejó de los Skull Kids para pasar el resto del día meditando acerca de lo que pensaba hacer a continuación. Su estado de ánimo había cambiado, por lo que los ojos que le observaban sin él saberlo, interpretaron que él estaba mucho más feliz. Pero esos ojos se equivocaban. Los sentimientos del niño disfrazado de kokiri no eran felicidad ni nada similar. Era una satisfacción extraña de saber que todo, en todo momento, fue real. De que él siempre tuvo la razón. Pero fue tomado por loco.

Se acordaba de eso con resentimiento en parte. Recordaba cómo el Gran Árbol Deku le había expulsado de la pradera, advirtiéndole que únicamente volviera si había recapacitado. Y sí que lo había hecho... vaya que sí. Pero tal vez, no de la manera que el árbol se esperaba.

El niño volvió a mirar el Medallón de la Luz. Se suponía que ese objeto debería dotarle de luz, fuerza y esperanza. No obstante, en esa ocasión no sintió lo mismo que cuando Rauru se lo entregó la primera vez. Link no sabía siquiera qué le estaba pasando, pero ese hecho evidenciaba que ya no era el mismo que era. Algo le había cambiado por el camino, algo lo suficientemente fuerte para saber que ya no había manera de volver atrás.

Mirando el medallón detenidamente, se dio cuenta de algo. Se acordó de la Espada Maestra. Del Templo del Tiempo y de la puerta que le separaba de esa reliquia que fue suya un día. Sabía que para que el portón cediera necesitaba otros elementos diferentes a ese, pero en su cabeza surgió una pregunta nueva que nunca antes se había hecho. Puede que no fuera lo que estaba previsto para la Puerta Sagrada desde un principio, pero en la mente de Link tuvo sentido. Ese medallón tenía potencial de ser una llave más poderosa que las tres Piedras Espirituales en sí mismas.

Al fin y al cabo, ese medallón era una credencial que le conectaba no con la Familia Real, sino directamente con el Sabio que habitaba allá en lo hondo del Reino Sagrado.

Link se quedó absorto en el brillo dorado del medallón y no pudo evitar sonreír instintivamente al pensarlo. Podía no funcionar, de hecho era lo más probable. Pero podía intentarlo. No pasaría nada, él era el héroe. Nadie se extrañaría ni le pondría impedimentos. Nadie se interpondría.

Al final... ¿qué importaba? Solo... Él solo quería empuñar la Espada Maestra otra vez. Aunque solo fuera una vez. O...

¿Realmente solo quería empuñarla una vez...?

Ahora era su vida, se dijo recordando por qué supuestamente regresó. Ahora, era su decisión. Era libre de las cuerdas que le ataron.

Link sonrió de forma aviesa para sí mismo. Aunque esa rara alegría que le inundó, se disipó momentáneamente. Recordó lo que le sucedió cuando empuñó la espada por primera vez.

El Reino Sagrado se lo llevó y le tuvo durmiendo por siete largos años.

Y él había vuelto a esa estúpida forma de niño con la que, si su idea funcionaba, podría volver a sucederle lo mismo. No tendría la edad suficiente para cargar con esa espada y por ende, ésta posiblemente le enviaría de nuevo al Reino Sagrado. Y Link no quería repetirlo.

Por un momento, el chico se sintió frustrado otra vez. Con aflicción, dejó de mirar el medallón hasta que recordó lo que les dijo a los Skull Kids. Se iba a marchar de allí esa misma noche, por lo que iba a seguir adelante con lo que había ideado. No obstante... las cosas deberían cambiar, se dijo. No podría ser todo tan inmediato como en un principio le hubiera gustado.

Tras unos minutos de divagación y de darle muchas vueltas, Link acabó por aceptarlo. Quería volver a tener la Espada Maestra entre manos, pero no quería ir al Reino Sagrado. No al menos con la intención de volver a pasar siete años en letargo. Por ello, no le quedaba otra alternativa.

Tendría que marcharse, sí. Pero con ello, debía buscar un sitio donde quedarse y esperar a tener diecisiete años, la edad con la que despertó esa vez. Ni más, ni menos. No quería arriesgarse. Y eso contando claro, con que su idea funcionase. Aunque no sabía por qué, Link sentía la corazonada de que sí que lo haría. Era una idea alocada... pero podía tener sentido.

Se quedó allí agazapado pensando, a la sombra de un árbol. No se dio cuenta de que la tranquilidad del sitio y de tener al fin un plan seguro, le estaban haciendo cabecear. Iba a tener que esperar... se repitió mentalmente. Esperar a cumplir esa edad para volver a tenerla entre manos, como debía seguir siendo.

Debía esperar... por culpa de Zelda. Por haberle hecho retroceder en el tiempo... se dijo antes de quedarse dormido sin querer.

Rauru abrió los ojos. Allí estaba de nuevo, en su enorme templo solitario, allí en ese reino donde no vivía nadie salvo él. Bueno... y ese chico. Ese chico que ahora tenía la misma edad que Link, pero que dormía.

El Sabio de la Luz caminó hacia el lugar donde ese chico estaba, instintivamente. Estaba alegre en sus adentros, al final había visto lo que había querido ver. Link parecía más tranquilo y mucho más alegre. O eso es lo que él creía haber visto, porque el defecto de sus visiones, era no poder leer la mente de las personas.

Sin embargo, a él le sirvió para pensar en dejar de tutelarle. Ahora era él quien debía seguir adelante con su vida, sin la vigilancia de los Sabios ni de nadie relacionado con la Familia Real. Link estaba bien, se dijo. No había por qué temer. Todo estaba saliendo como tenía que salir.

Caminó por un largo corredor, hasta que llegó a una de las últimas salas del Templo de la Luz. Se detuvo ante la puerta un poco y al final decidió abrirla.

Cuando lo hizo, allí le encontró. Era una imagen un tanto siniestra vista de esa manera. Rauru avanzó hasta uno de los dos altares que había allí. Ambos, estaban situados en medio de una sala cuyo suelo estaba cubierto por una liviana capa de agua, que procedía de delicadas cascadas que caían por las paredes. La sala era grande y blanca. Tan solo los altares la adornaban. Uno de ellos estaba vacío, el otro no. En uno de los altares, un niño vestido con un sayo blanco y el cabello verde descansaba plácidamente, como en un sueño muy largo y muy profundo.

Rauru avanzó hasta él y sintió algo de lástima al verle así. Igual que a Link, el retroceso temporal también le había afectado. Ahora se veía como un niño de nuevo, igual que cuando tuvo que despertar para tomar el relevo de Link mientras éste permaneció dormido siete años.

Nunca le hablaron a Link de él. Rauru recordó el por qué con amargura.

Aquel niño contaba con unas desventajas muy notorias. Link poseía todo lo necesario para encarar a Ganondorf en un futuro, pero ese niño no. Fue despertado para tener que cargar con el peso de un mundo que no estaba preparado para proteger. No contaba más que con armas rudimentarias, normales. No sabía nada de lo que Link había conocido hasta ese momento. No tenía los medios, ni las habilidades. No contaba con la legendaria Espada Maestra. Y aún así, lo intentó, se dijo Rauru con orgullo.

No logró nada. No impidió la guerra posterior. Ganondorf pudo con él, pero lo intentó a sabiendas de que no tenía oportunidad. No podían dejar el mundo abandonado y él lo sabía. Hizo sus mejores esfuerzos para convertirse en el héroe que Hyrule necesitaba en ausencia de Link. Pero sus mejores esfuerzos no sirvieron... aunque luego todo terminó bien.

«Descansa, chico.» Pensó Rauru. «No fue culpa tuya. No estabas preparado para algo tan grande... con tan pocas alternativas.»

Rauru suspiró, viéndole dormir. Le daba lástima que el chico tuviera que seguir allí en ese estado vegetativo. Pero en parte, pensó que casi sería mejor así. Aún era capaz de recordar cómo regresó al Reino Sagrado tras Link despertar. Ambos nunca se cruzaron estando despiertos, y Link ni siquiera llegó a verle a él jamás. Pero Rauru sabía la profunda admiración que el chico de blanco sentía por Link. La admiración que le impulsó a cometer locuras, a enfrentarse a enemigos para los que no estaba preparado, mucho antes de tiempo.

Idolatría que al final, lejos de ser algo sano... se convirtió en su perdición. El chico de blanco, cuando Link regresó como adulto, volvió al Templo de la Luz. Sabía que le esperaba volverse a dormir, sin haber logrado nada.

Rauru le acogió como a un hijo entre sus brazos aun así. Hizo todo lo que pudo. No como debía, pero lo intentó.

Ambos se fundieron en un abrazo a su llegada. Rauru lo recordaba como si hubiese sido hiciera escasos días. Al principio, parecía un abrazo de bienvenida. Lentamente, el chico se derrumbó. Comenzó a llorar cada vez con más tristeza. Rauru trató de consolarle lo mejor que pudo, pero no sintió que sus palabras sirvieran de nada.

El Sabio de la Luz recordó cómo el chico se fue a dormir. Esa fue la última vez que hablaron. Al principio, ninguno sabía qué decir. Rauru quería poder hacer algo más para conseguir tranquilizarle, pero sentía que todo lo que podía decir, ya lo había dicho.

El joven estaba a punto de dormirse, por lo que Rauru pensó que ya no diría nada. Pero fue justo antes de eso, que una últimas palabras salieron de él. Palabras que aún resonaban en la memoria del Sabio con la suficiente fuerza para causarle una tremenda congoja en el corazón.

«Por favor, Rauru. Diles a los demás Sabios que lo siento, por todo. Ayudad a Link para que acabe con esto. Que él al menos lo logre. Sé que él sí podrá. Yo... mejor me quedaré aquí, sí. No le contéis todo lo que hice mal. Porque por más que lo he intentado, he fallado a toda Hyrule. No he conseguido proteger a nadie.»

Al Sabio, esas palabras le impactaron tanto que no fue capaz de decirle nada antes de que se quedara definitivamente dormido. Aún en ese momento, aquella frase resonaba en su cabeza con un eco que decía que jamás lo olvidaría.

Rauru finalmente asintió con lástima. Aunque no volvieran a hablar, aunque no le volviera a ver despierto, quizá así sería mejor.

«Duerme, chico.» Dijo Rauru para sus adentros. «Sigue durmiendo por mucho tiempo. Espero no tener que despertarte... porque eso sería tener que hacerte revivir tu tormento.»

No tenía idea de la hora que podía ser, pero cuando despertó, ya estaba bien entrada la noche. Tan pronto como abrió los ojos se levantó y se puso en marcha. No se volvería atrás. Era el momento de abandonar por fin el bosque ahora que ya sabía con certeza que no era un kokiri.

Imaginó que siendo tan de noche no encontraría a nadie por el Bosque Kokiri, por lo que pensó que podría salir de allí sin dar explicaciones. Tal y como quería.

Recorrió los túneles de madera uno tras otro, tratando de recordar por dónde se salía de allí. Con suerte, pensó, no volvería a recorrer ese sitio.

Al cabo de un buen rato, vio a través de un túnel una zona que no había visto antes, por lo que echó a correr. Efectivamente, tal y como imaginaba, había logrado encontrar la salida. Ya estaba en el Bosque Kokiri. Parecía que su memoria funcionaba aún bien por esa ruta tan incierta, se dijo para sí mismo.

Bajó del elevado que llevaba a los Bosques Perdidos de un salto, para darse cuenta de que una parte de su plan no había salido como esperaba. Más allá, todos los kokiri incluyendo a Saria, estaban reunidos alrededor de un fuego, hablando y quién sabía si contando historias. Link dirigió una fugaz mirada a Saria, la que no tardó en verle. No obstante, el niño hyliano le apartó la vista, con la intención de marcharse y pasar totalmente desapercibido. Pero una vez Saria le había visto, eso no iba a ser posible.

La insistencia con la que la kokiri se quedó mirándole le delató ante el resto de los niños, y lo peor aún, ante Mido. Al que Link menos quería ver.

El líder de los kokiri le vio de espaldas, y de un brinco, se levantó para ir en su dirección con brío. Link no tardó en notar los pasos detrás de él a una cierta distancia. No quería darse la vuelta. No estaba seguro del por qué, pero sabía que ese algo que le estaba sucediendo en su interior, cambiándole, le jugaría una mala pasada si tenía que volver a hablar con él. Seguía sin entender qué era exactamente, pero algo le decía que esa vez no le sería tan fácil contenerse.

Esperó que el kokiri no dijera nada. Una esperanza absurda, tratándose de Mido.

Mido, quien jamás podía estarse callado.

Mido.- ¡Vaya! —exclamó con sarcasmo—. Por fin el Sinhada se digna a salir al exterior. ¿Qué ha pasado? ¿Esos Skull Kids no te han caído bien? ¿No son lo suficientemente marginales para ti?

Link no respondió. Ninguno de los kokiri dijo tampoco nada al respecto. El hyliano se esforzaba en no darse la vuelta, pero sabía que tarde o temprano no podría evitarlo. Estaba tentándole una vez más, y esa vez no sentía que pudiese evitar caer en su juego. Pero no de la forma que Mido esperaría.

Se limitó a tratar de meter aún más hondo el medallón en su bolsillo, para que no lo viera ninguno de ellos.

Mido.- De alguna manera, esperaba que esto terminase llegando cualquier día —prosiguió—. Pero no esperaba que cometieras tal error y además lo afrontases tan mal. Has caído bajo... pero es lo que tenía que suceder. Ya iba siendo hora de que el trato de favor del Gran Árbol Deku me lo llevase yo, un verdadero kokiri... ¡el líder de los kokiri!

Esa vez, como se imaginaba, Link tuvo que girarse. Pero no fue a Mido al primero que miró, sino a Saria. Estaba allí, aún junto a la hoguera, sin hacer nada. Ni siquiera se había levantado. Ni siquiera se había acercado hasta allí.

Mido.- ¿Y esa cara...? —le preguntó, de forma irritante—. ¿Tan resentido estás...? Debiste pensar mejor tus palabras. Perdiste lo poco que tenías por tu propio error.

Link le dirigió un fugaz vistazo a Mido, con una cara tan sombría que por un momento logró que Mido se callara. Aunque esto, tan solo duró unos segundos.

Mido.- Era... lo que tenía que ser —continuó—. Es propio de lo que cada uno es. Los grandes... somos grandes. Sin embargo... los locos hacen locuras. Los mentirosos... mienten. Y los insignificantes... solo pueden aspirar a soñar.

Fue como una profecía autocumplida. Link sabía que ese algo se apoderaría de él como lo hizo la vez anterior. Sabía que se estaba haciendo más fuerte en poco tiempo. Y sabía que le sería muy difícil contenerse.

Y a esas alturas, ya resultaba imposible.

Link dejó de ser Link en ese punto. Se dirigió a Mido con decisión y realizó un movimiento rápido que el kokiri no pudo evitar. Con una fuerza sobrehumana e increíble, el hyliano agarró a Mido directamente por el cuello, levantándole un par de centímetros del suelo.

El ceño del hyliano se frunció en una mueca que oscilaba entre la ira y una felicidad macabra, observando cómo Mido pataleaba a su merced. El líder de los kokiri le observó horrorizado, sintiendo que se quedaba sin aire, luchando por su vida. Algo le había pasado a Link que ninguno podía entender, y Mido de golpe sintió miedo de él, de que no le soltase a tiempo y acabase por matarle.

Link.- A veces los sueños se cumplen, Mido —dijo solo para que el kokiri le oyera, con una oscura voz—. Lo que he perdido no es nada en comparación a lo que estoy dispuesto a conseguir. No tienes la menor idea de lo que hay más allá de estos límites. Mis sueños son mucho más grandes que los tuyos.

Mido siguió pataleando, con cada vez más dificultades para seguir respirando. Link no hacía amago alguno de soltarle, por lo que los demás niños comenzaron a reaccionar. Las niñas no se atrevían a acercarse, como si le tuviesen miedo. A Link le gustó esa sensación.

Uno de los niños cuyo flequillo le tapaba los ojos se levantó y trató de ir hacia él, pero alguien le detuvo y avanzó por todos los que estaban allí. Fue Saria, quien por fin se había decidido a reaccionar.

La kokiri avanzó hasta quedarse a cierta distancia. Link la miró fugazmente. «Ahora sí reaccionas, ¿no?» Pensó Link para sí mismo.

Saria.- ¡Suéltale, Link! —dijo, agonizando.

Sin embargo, Link no estaba seguro de querer hacerlo. Sentía una sensación agradable de poder teniendo al kokiri pataleando y luchando por su vida en sus manos.

Saria, viendo que Link no hacía nada, se acercó un poco más, espantada y sufriendo, temiendo que al final acabara con él.

Saria.- ¡¡LINK, BASTA YA!! ¡No ves que se está asfixiando! —gritó—. ¡Lo estás matando!

Link observó a Mido una vez más. El rostro del kokiri era cierto que estaba cambiando de color. Mido cada vez pataleaba con menos energía. No sentía ningunas ganas de soltarle aun así, pero al final, con profunda desgana, acabó cediendo.

Lanzó a Mido al suelo, quien se llevó inmediatamente las manos a la garganta y empezó a toser descontroladamente, recuperando su color normal. Link simplemente se quedó allí de pie, mirándose las manos. ¿Qué era eso...? ¿Por qué se sentía así... después de haber empezado a tener esos sueños...? ¿De qué estaba siendo capaz...?

No obstante, eran preguntas que se hizo sin ningún sufrimiento aparente. No sabía lo que le estaba sucediendo ni por qué estaba cambiando tanto. Pero le gustaba sentirse tan poderoso, tan fuerte. Solo era un niño, se dijo. Cuando fuese adulto...

Los kokiri que rodearon a Mido se quedaron mirándole fijamente, incluyendo a Saria. Poco después, Link los miró a ellos. El silencio inundó el Bosque Kokiri. Un silencio siniestro, que ya solo significaba una cosa.

Ese niño no era como ellos, pero aunque lo fuese, ya no tenía lugar allí. Todos le miraban como si fuese un verdadero maníaco. Habían pasado de preguntarse cosas acerca de él, a mirarle como si hubiera perdido completamente la cabeza. Link, que parecía un niño más, ahora resultaba peligroso. Sin embargo, eso a él ya no le importaba.

Por alguna razón, que le temieran, le hizo sentirse bien.

Saria.- Link... —dijo en voz baja, con los ojos vidriosos—. ¿Qué te ha pasado...?

Mido.- ¡MONSTRUO! —interrumpió gritando, con la voz rota y temblando en el suelo—. ¡Monstruo maldito! ¡Quítate de mi vista...! ¡Ya no eres bienvenido aquí...! No quiero volver a verte... Jamás te aceptaré, ¡JAMÁS!

Link esbozó una leve y desconcertante sonrisa.

Mido.- Tú... tú no puedes ser un kokiri... es imposible... tú...

Link.- Por supuesto que no lo soy —interrumpió, con una aviesa felicidad—. Por eso, ya no necesito tu visto bueno, ni tus ridículas normas.

Mido comenzó a toser de nuevo, aún afectado por lo ocurrido. Link no esperó a que el kokiri pudiese hablar, fue él quien siguió, sin importarle si podía contestar o no.

Link.- ¿Crees que eres un buen líder...? Ellos solo te socorren cuando ya no hay peligro. Ninguno ha luchado por tu vida o ha tratado de hacer que te soltara hasta que no estabas a punto de asfixiarte.

El líder de los kokiri y él intercambiaron una mirada muy larga, en la que Mido pareció quedarse pensativo. No obstante y como era de esperar, no iba a dar su brazo a torcer.

Mido.- ¿Vas a darme lecciones de liderazgo...? ¿Tú? —espetó—. ¿Crees que puedes ser mejor líder que yo?

Link se rió un tanto. Saria aún le miraba fijamente, allí plantado en medio de la oscuridad de la noche. Ahora se preguntaba quién era ese niño. No reconocía a su mejor amigo en él y sintió una tremenda lástima. En su corazón sabía que lo que fuera que le hubiera sucedido... ya no tenía vuelta atrás. Y menos, en ese punto y con lo que acababan de presenciar.

Link.- Con lo que existe ahí fuera, ¿crees que quiero aspirar a ocupar tu sitio? ¿A ser solo líder de un grupo de niños? No sabes nada en realidad, Mido. Algún día sabrás lo pobres que son tus sueños. Verás que el insignificante siempre fuiste tú.

Link, sin más, se dio media vuelta con la intención de perderse en las sombras y salir del bosque, no sin antes decir algunas cosas dándoles la espalda.

Link.- No temáis, no soy un kokiri —prosiguió—, por lo que no tengo que seguir en este bosque. El monstruo se marcha por fin.

Mido.- Eso es —intervino de repente, aún con la voz ronca—. Vete. Déjanos en paz. Deja tranquilo este remanso de paz. Ya nos has causado suficientes molestias.

Link se detuvo a medio camino, pero no se giró para mirarle.

Link.- Procura proteger tu remanso de paz, Mido. Protege tu hogar. No sea que algún día lo pierdas todo también.

Con esa última sentencia, Link se perdió en la noche y dejó de ser visible para el resto de niños, que se quedaron en silencio. El hyliano atravesó la salida, aún pensando en lo que había sucedido, de lo que había sido capaz. El que esos niños no le aceptaran había perdido toda la importancia cuando encontró el medallón.

¿Quién querría quedarse en un sitio así y aspirar a tan poco, cuando había tanto ahí fuera...? ¿Para qué necesitaba ahora que sabía que todo fue real, que ese niño ridículo le aceptase como a uno de los suyos?

Link llegó al puente de madera que separaba el Bosque Kokiri de la llanura de Hyrule. Sin embargo, allí se quedó durante unos pocos minutos. La última vez que se marchó del bosque siendo un niño, Saria había salido a despedirle. Aquel día, él sabía que ella no lo haría. Tampoco lo necesitaba. No necesitaba ese bosque en el que ya no era bien recibido.

El héroe despojado de su hogar. El héroe que ahora no tenía sitio adonde ir. El héroe al que un grupo de niños le habían tratado de loco y de mentiroso.

Ojalá ese bosque desapareciera, se dijo.

Y con ese pensamiento, atravesó el otro túnel y se marchó de allí.


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