𝗖𝗵𝗮𝗽𝘁𝗲𝗿 𝟮𝟮. Decadencia. (Parte 3)
🔞TRIGGER WARNING (+18)🔞
Este capítulo contiene escenas de violencia explícita. Lee bajo tu propia responsabilidad.
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«Antes de atravesar el portal, el león añadió un último dato en el que Or-Volka no había reparado todavía. El líder darkworldiano repasó su conversación muchas veces antes y después de atravesar la luz rojiza.
Resultaba que el plan de explicarle detalladamente la posición de la entrada, tenía dos objetivos.
El primero, guiarle.
El segundo, que descubriese algo nuevo que ni siquiera él sabía aún.
Le explicó que el subterráneo que debía encontrar en el Castillo de Hyrule se encontraba en ese jardín donde él vio a Zelda por primera vez, en otro tiempo. El mismo al que llegó esquivando a la Guardia Real.
Solo había un problema. Y es que él nunca vio esa entrada. Cuando llegó al jardín, no había más que ventanas, agua, y una especie de pedestal, desde el que Zelda miraba por una pequeña abertura.
Lo recordaba bien. Quizás, demasiado bien para su gusto.
En ese jardín no había ninguna entrada.
Or-Volka estaba confundido, justo lo que Xerxeus buscaba. Eso le hizo pensar.
¿Había algo más que él no sabía?
Xerxeus.- ¿Y bien?
Or-Volka no estaba muy seguro de qué responder. No sabía bien qué significaba eso. Quizás estuviese realmente equivocado, y sí existiera ese pasadizo.
Podía ser, al fin y al cabo, un detalle sin importancia.
Xerxeus.- Estabas en lo cierto al pensar que no pertenecías aquí. Quizás no por los motivos correctos, pero lo estabas.
Or-Volka frunció el ceño. Tan solo con ese comentario, el león estaba apartando la opción de que fuesen detalles irrelevantes.
Or-Volka.- ¿Qué quieres decir? —Hizo una larga pausa—. ¿Qué sabes...?
Xerxeus se tomó su tiempo para contestarle.
Xerxeus.- ¿Alguna vez los Sabios incluyeron en sus habilidades borrar recuerdos? ¿Alguna vez supiste por qué a ti no te los borraron? ¿Por qué a los demás Sabios sí...? ¿Por qué no usan de nuevo la Ocarina del Tiempo...?»
Kafei no alcanzó a cubrirse completamente. Trató de cubrir con su escudo también al que fue su maestro, y ni siquiera logró frenar la mayor parte de las flechas.
La lluvia cayó sobre la llanura de Hyrule, con sed asesina. De nuevo, Kafei se sintió como si estuviera fuera de su propio cuerpo. Esa vez no había sido solo una, sino un grupo de ellas las que se le habían clavado por todo el cuerpo. Piernas, brazos, espalda.
Su caballo chilló.
A Kafei volvió a fallarle la vista, bajó el escudo, la espada y se tambaleó encima del animal. Su montura se detuvo en seco, y la sangre del chico cayó sobre la hierba. Bajo la penumbra del ambiente, lucía como un líquido distinto, oscuro como el petróleo.
Volvió a sentir náuseas. Algunas flechas logró detenerlas la armadura, pero otras no. La fuerza de los impactos le hizo dejar de sentir el dolor en un solo lugar. No sabía bien cuántas flechas llevaría a la espalda, ni cuántas había tenido que sufrir su caballo, que también sangraba.
Solo un gemido gutural y ahogado pudo hacerle volver a la realidad, aunque la viera borrosa y distorsionada.
El caballo darkworldiano aún se aferraba a la pierna del guerrero hyliano. Tenían, tanto él como su jinete, el cuerpo ensartado con flechas de su propio bando, pero actuaban como si no fuesen capaces de sentirlas.
Sin embargo, el panorama había cambiado. Su instructor ya no luchaba, ni forcejeaba. Kafei tardó en poder ver bien lo que pasaba.
No se había dado cuenta de que el yelmo del hombre estaba débil y muy dañado desde hacía rato.
Ycuando lo hizo, se le llenaron los ojos de lágrimas prácticamente por instinto, ignoró el dolor, apretó los puños alrededor de sus armas, y galopó, mareado.
—Deja... —pudo oír decir a su instructor.
Su voz sonaba tétrica. Kafei se negó a asumirlo durante varios minutos.
Volvió a por el caballo, arremetió contra su jinete lleno de furia. No pensó en nada de lo que hizo para lograr derribar al guerrero darkworldiano, y esa anécdota quedaría en su mente como un lapso de tiempo vacío.
Kafei arrebató la espada al enemigo, deshaciéndose de su escudo. No fue la mejor elección, pero ni siquiera se detuvo a sopesar las consecuencias.
—Kafei... déjalo —repitió su instructor.
El chico del pelo violeta hizo caso omiso.
La flecha del hombro le dio una punzada cuando echó los brazos hacia atrás. Lanzó las dos hojas a la vez y las cruzó en el aire. Las dos atravesaron la dura piel del caballo darkworldiano, mientras su jinete lo observaba desde el suelo.
Había perdido a su caballo, pero Kafei había perdido a un compañero muy cercano.
Con su espada y el acero gastado del Mundo Oscuro, cortó el cuello del caballo oscuro de un tajo. La carne se abrió con un desagradable sonido húmedo, y el oscuro animal por fin aflojó la mordida. Kafei ladeó la cabeza para que la sangre no le cayera en los ojos, y el golpe seco de la cuerpo del animal sonó de fondo.
Su instructor sangraba. Estaba perdiendo mucha sangre, más aún ahora que se despojó de la mordida.
Había intentado decirle a Kafei que no merecía la pena. Que debía alejarse y ayudar a otros a los que sí pudiera salvar. Ni siquiera sentía la flecha que tenía clavada en la cabeza. En el cuello. En la espalda.
La rabia había cegado a Kafei, porque supuso desde que le vio que no había nada más que hacer. Y que fue él, por no darse prisa, por no protegerle lo suficiente, quién provocó aquella situación.
El guerrero darkworldiano miró a Kafei, sin esperar misericordia alguna por su parte. Era un chico muy joven. Él no lo era tanto.
Bajo la armadura negra, el hyliano vio unos ojos muy similares a los iris ámbar de las gerudo.
Su piel era oscura, su aspecto, demacrado por una vida entera en el mismísimo infierno.
Sin embargo, Kafei no vio ninguna de esas cosas.
Ni las vería, hasta mucho tiempo después de haberle asesinado a sangre fría.
Su instructor le miró desde lejos, sintiendo cada vez más debilidad. Notaba ya un cálido abrazo yendo a buscarle. La vista se le nubló, y vio a Kafei sobre el caballo, sujetando ambas espadas, una en cada mano, las dos dejadas caer hacia abajo. Estaba de espaldas, con la cabeza gacha. El cuerpo del bandido darkworldiano cayó al suelo.
Kafei giró la cabeza. Su rostro estaba manchado de sangre. Sus ojos casi no se diferenciaban del resto de manchas. Tenía los ojos vidriosos.
Su instructor no supo cómo sentirse después de esa escena. Supuso que le hubiera felicitado, de haber sido a otro a quien hubiera salvado.
Su cuerpo no le sostuvo más, y el hombre cayó de espadas sobre la hierba.
El chico derramó una lágrima y, cuando quiso acercarse a él, le detuvo.
—Sigue... sigue adelante... vete...
«Or-Volka estaba confundido. No sabía adónde quería llegar el león. Aquello era una de esas cosas que siempre había dado por sentado, cuando quizás no debía haberlo hecho.
Lo peor de todo, era que Xerxeus tenía razón. Nunca había sabido los verdaderos poderes de los Sabios, ni hasta dónde podían llegar. Nunca se lo planteó. Jamás se lo preguntó a ninguno de ellos. Sin embargo, tanto poder reunido en los Seis, tanto como para distorsionar la memoria de toda una civilización, era demasiado. Los Sabios podrían haberlo utilizado para detener a Ganondorf de ese modo.
Y no lo hicieron.
Los ojos de Or-Volka resplandecieron junto a la segunda grieta, llameando. Creyó estar comenzando a entender qué era lo que pretendía explicarle.
Xerxeus.- Hasta los Sabios se creyeron su propia fantasía.
Or-Volka cambió ligeramente su expresión.
Or-Volka.- Jamás lo hicieron... —dijo, con un hilo de voz.
Xerxeus sonrió. Al fin lo había entendido.
Se le quedó mirando, dejando que lo procesara lentamente. Era otro detalle, como la guinda de un pastel, otro detalle para lograr que Or-Volka aún, si cabía, se considerase más darkworldiano.
Xerxeus.- Lo que sucedió tras la canción de Zelda, fue distinto, tal vez, a lo que ella quería. No obstante, lo permitió aún después de saberlo. Y los Sabios incluso se lo han tragado. Es una mentira, contada tantas veces, que se vuelve real hasta para quienes se la inventaron.
Hizo una larga pausa. Or-Volka le miraba con la boca ligeramente entreabierta.
Xerxeus.- Te dije que el Mundo Oscuro no obedece a las leyes temporales de Hyrule. No funciona con sus saltos temporales, ni con sus realidades alternativas. Pero desde él, se pueden ver todas ellas, con el poder necesario, como proyecciones.»
Observó desde allí el caos desatado en la llanura. Lo vio como si le faltase el aliento. Toda la Guardia Real de Hyrule esparcida por un campo que ahora lucía como un yermo. La sangre hyliana esparcida por armaduras, caballos, por la hierba. La matanza que se prolongaba desde hacía tanto tiempo, que no era capaz de calcularlo.
Mascot vio, desde la entrada al Bosque Kokiri, un panorama que poblaría sus pesadillas durante muchísimo tiempo. Le hizo pensar en si realmente no sería ya demasiado tarde. No daba la impresión de que él pudiera hacer algo a esas alturas. Lo cierto era que el miedo no le dejaba moverse.
A lo lejos, vio el cielo oscuro, aislándolos del sol y trayendo una lluvia cada vez más fuerte consigo. La grieta brillando en mitad de la planicie, sin dejar de vomitar criaturas extrañas que nunca había visto. Caballos caníbales, demonios, seres que parecían lobos a dos patas, que segaban vidas como la parca misma, con una facilidad aterradora.
La Guardia Real se encontraba en serios problemas. En comparación, no parecían casi nada frente a todo lo que estaba saliendo del portal.
Mascot inspiró, expiró.
De nuevo, una y otra vez.
De forma mecánica, casi empezó a hiperventilar. Más que nunca, se planteó el fracaso como una opción. ¿El ejército hyliano estaba perdiendo? ¿Qué pasaría si realmente los derrotaban? ¿Y si lo derrotaban a él?
¿Y si...?
¿Y si... No lograba hacerse con la Trifuerza?
Si el ejército del Mundo Oscuro ya era así... ¿Cómo sería Or-Volka...?
Un alarido le hizo salir de aquella espiral de terror. Parpadeó varias veces hasta darse cuenta de que varios demonios lo habían visto, y se dirigían hacia él.
Mascot echó su mano a la empuñadura de la Espada Maestra, se le trabó antes de desenvainarla y tuvo que esquivarlos como pudo.
Le temblaba el pulso.
Tenía que controlarse.
Todo le daba vueltas. Si ya estaba nervioso... Y solo era un demonio...
Sacudió la cabeza, tarde. Uno de los demonios del grupo logró abalanzarse sobre el chico de blanco y agarrarse a su ropa. Le mordió en el hombro y trató por todos los medios de despojarle de su espada, con ayuda de los demás que le acompañaron. Mascot trató de quitárselo de encima, de sujetar con fuerza la empuñadura de su espada, de lanzar cortes al aire. Si podía, debía acabar con ellos por el camino. Lo que no era tan fácil, era quitárselos de encima.
Más demonios corrieron al encuentro del Héroe de la Luz, arrinconándolo. A Mascot cada vez le costaba más moverse, pese a que forcejeaba desesperadamente. Podía haber peleado mejor si hubiese desenvainado antes. Si hubiese sido capaz de mantener la calma, cuando había muchos menos demonios agarrándole y subiéndose por encima de él.
Pese a que Mascot se negaba a ser abatido por un grupo de demonios, por grande que fuera, le era imposible apartarlos a todos a la vez. Además, tenían mucha fuerza, más de la que él esperaba.
Notaba su peso por todos lados.
Maldita sea... No podía dejarse vencer por eso...
«Xerxeus.- Tenías razones para no sentirte hyliano. Para sentir que noencajabas.
Or-Volka no dijo nada.
Xerxeus.- El plan original de Zelda, a juzgar por cómo es, era enviarte de vuelta al pasado. Sin embargo, las leyes del tiempo trascienden incluso a un sello como el del Reino Sagrado. El tiempo reescribe y sobreescribe todo lo que quiera. No podía hacerlo tan sencillo.
Or-Volka le apartó un momento la mirada, pensando, comprendiendo todo al fin.
Xerxeus.- En pocas palabras, si Zelda hubiese hecho eso, todo hubiese vuelto a comenzar. Ganondorf desaparecería del Reino Sagrado y regresaría a Hyrule. Volvería a amenazar al mundo, como si jamás se le hubiese puesto una solución. ¿Lo recuerdas? Tú mismo pudiste verlo con la Ocarina del Tiempo.
Y era cierto.
Or-Volka se acordó de cómo retroceder en el tiempo le hacía perder objetos. De cómo, cosas que arregló en el futuro, volvían a estar fuera de su lugar al volver al pasado. La Ciudadela de Hyrule invadida por los redeads en el futuro, y llena de vida en el pasado, como dos mundos completamente diferentes.
Al retroceder en el tiempo, Ganondorf siempre estaba en Hyrule, en momentos distintos de la historia.
No serviría de nada usar la Ocarina.
Xerxeus.- No podía enviarte al pasado simplemente, ya que todo comenzaría desde el principio. Necesitaba hacerlo de otra forma, solo que, con ayuda de los Sabios, encubrieron lo que realmente ocurrió.
Or-Volka estaba empezando a imaginárselo.
Xerxeus.- Puede que no lo supieras, no es raro, viniendo de un hyliano. No existe una realidad en el mundo. Es bien sabido por aquellos con poder, que hay más de una. Gente con poder... Si sabes a lo que me refiero.
»Ya lo has notado, Or-Volka. La entrada en el patio del Castillo de Hyrule no es lo único, ¿verdad? La familia maldita de Kakariko, ya no lo estaba. El niño que paseaba por el cementerio imitando a ese sepulturero siniestro... Simplemente jamás lo viste por ninguna parte. El chico del pelo violeta... El extraño comportamiento del Gran Árbol Deku... ¿Y de Ganondorf? Ni rastro. Justo lo que buscaban. Un pasado liberado de él, un lugar que Ganondorf jamás hubiese pisado. Apostaría mi vida a que nadie ha escuchado jamás su nombre en esta realidad.
»Todo lo que te he mencionado son anomalías. No las recuerdas en tu tiempo, porque en tu tiempo no existían. Igual que para la gente de esta línea temporal, tampoco existió jamás el nombre de Ganondorf. Y es por ello por lo que nadie lo recuerda. Los Sabios jamás modificaron la memoria de nadie. Solo te trasladaron a otra línea temporal. Te aislaron no solo de tu acción heroica, sino de tu línea de origen. Reemplazaron a tu yo de esta línea, por ti. Reemplazaron igualmente a Zelda de este tiempo por la Zelda de la línea de Ganondorf, y así sucesivamente. Con el pueblo hyliano no era necesario, y al principio, con el resto de los Sabios tampoco. Hasta que te corrompiste y viajaste al Mundo Oscuro.
»A partir de entonces necesitaron la ayuda de los demás Sabios. Repitieron el proceso. Y la Saria con la que hablaste antes de marcharte del bosque... Ya no existe.»
Empuñar las armas por Hyrule.
Empuñar las armas para defender a la gente.
Empuñar las armas por el Rey, por la Familia Real.
Empuñar las armas por una causa noble...
Empuñar las armas... para matar.
Los fuertes latidos de su corazón marcaban la melodía dentro de su cabeza. Desde que vio al que fue su instructor caer del caballo y ceder al abrazo de la muerte, se había dejado cegar por la ira. Había sido como una decisión inmediata de vengarse y de hacer que su caída valiese la pena. Y, por otro lado, no era únicamente eso lo que le había pasado. Era una idea que se le cruzaba constantemente por la cabeza, como un relámpago. Más bien, un miedo, terror.
No quería morir allí.
Tenía aún la vaga ilusión de ser capaz de elegir cómo y dónde morir. No quería que fuese allí. Quería tener el privilegio de vencer a los darkworldianos y de recomponer Hyrule una vez lo lograran.
Sin embargo, a más compañeros veía caer de sus caballos, ahogados con su propia sangre, arqueros que caían desde la muralla acribillados por flechas enemigas... Su esperanza se hacía, poco a poco, más y más difusa.
Cuántas veces había pensado en su tío. Cuántas se preguntó si a su tío de verdad le gustaría haber visto esa imagen. Él, su único sobrino, convertido en un asesino bajo el nombre de Su Majestad, segando vidas a doble filo, como una cosecha macabra.
No obstante, no se detuvo enseguida. Kafei siguió galopando, arremetiendo con sus dos espadas a sangre fría, más por desesperación que por cualquier otra razón. Deseaba con todas sus fuerzas terminar con la matanza de la que él era cada vez más un protagonista. Quería ser capaz de ver cómo mermaban las fuerzas enemigas a los pies de su caballo, lo deseaba con toda su alma, pero no lo conseguía.
Trotó a través de la llanura, ayudando a compañeros en combates injustos y desequilibrados. Salvó a algunos, a otros no pudo. Esos últimos, lo enloquecían aún más. Nunca creyó que él mismo acabaría actuando así en una situación desesperada.
La lluvia ya se había convertido en un aguacero descomunal. La sangre derramada que manchaba su armadura se desprendía lentamente, para ser repuesta por sangre nueva poco después. Así sucesivamente.
Demonios, jinetes, chacales.
Kafei perdió la cuenta de todos los seres que mató.
El momento en el que se quedó conmocionado al inicio de la guerra tras abatir a un demonio, casi parecía un sueño lejano. ¿Por qué? ¿Por qué tenían que morir? ¿Por qué estaba pasando eso? ¿Quiénes eran, qué querían? ¿Por qué los mataban?
«Míralos a los ojos. No tienen humanidad. Y si tú la tienes por ellos, te matarán.»
Kafei parpadeó y continuó.
No tenían humanidad, y él la estaba perdiendo.
Había matado a sangre fría a todo tipo de criaturas. Y lo peor habían sido esos jinetes. No eran simples criaturas darkworldianas. Eran soldados. Parecían gerudo. Parecían hylianos, de otra era, pero hylianos.
Y él los había matado.
¿En qué se estaba dejando convertir por la guerra? Dejó morir a su instructor.
Y ahora mataba posibles hylianos de otra era.
Una lágrima resbaló por su mejilla, pero su cuerpo tenía voluntad propia. No ordenó al caballo que cesara el trote, ni detuvo el curso de sus espadas.
¿Quién soy ahora...? Se preguntó.
No pudo responderse.
Y entonces, la tierra tembló. Algo nuevo iba a salir del portal. Y no parecía nada similar a lo que ya habían visto antes.
«Or-Volka.- Han destruido dos realidades... ¿Solo por no permitirme disfrutar de mi proeza?
Xerxeus.- Has comprendido lo superfluo de la situación —hizo una pausa—. Jamás modificaron los recuerdos de nadie. Sin embargo, es una mentira tan repetida, que hasta ellos parecen creerla. Es una forma de edulcorar lo que verdaderamente pasó. Piénsalo: es mucho más fácil decir que el tiempo borró los recuerdos, a que ellos corrompieron una línea de tiempo que nunca tuvo por qué estar manchada por nada.
Or-Volka agachó la cabeza. Saria. La Saria con la que habló en el bosque, esa conversación que tuvieron... Esa Saria simplemente ya no existía. Y todo por conveniencia. Al principio, esa Saria existía porque él no suponía amenaza alguna. Y, cuando él pasó a serlo, condenaron a la Saria de ese tiempo a ser borrada de la existencia, solo porque ahora necesitaban a la otra en esa realidad.
Xerxeus.- Has hecho algo que ahora ellos sí que no pueden borrar de ningún modo. Al igual que las leyes y los saltos de tiempo de Hyrule no afectan al Mundo Oscuro, lo que acontece en el Mundo Oscuro sí repercute en Hyrule... Y en todas sus realidades. Los hylianos no pueden borrar lo que ocurre bajo el cielo darkworldiano. No pueden evitar que la historia de esa dimensión se extienda a todas sus realidades. Or-Volka no existe solo en esta línea, sino en todas.
Or-Volka levantó ligeramente la cabeza, y esbozó una mueca retorcida.
Xerxeus.- El Mundo Oscuro es un infierno, pero quien lo pisa, tendrá un nombre que ningún Sabio podrá borrar, ni en este, ni en ningún mundo alterno. Quisiste recuperar tu nombre como Héroe del Tiempo, y lograste algo que jamás imaginarías que podía existir. Eres nuestro Or-Volka, y Or-Volka es eterno.
El chico pasó de una rabia candente a una euforia que salía de su cuerpo con vida propia. Se miró las manos. Tenía sentido, pensó. Claro.
El Mundo Oscuro era distinto a Hyrule. Si en él las leyes del tiempo no funcionaban, los Sabios no podían eliminarle de la historia.
En pocas palabras, Or-Volka, su nuevo nombre, estaba destinado a ser recordado a la fuerza. No era un nombre como el del Héroe del Tiempo, efímero y fácil de borrar. Or-Volka era... la inmortalidad metafórica.
Xerxeus.- Es por ello que tu viaje al Mundo Oscuro fue una noticia terrible para todos los Sabios. Te temen, porque ya no pueden hacer nada. Eres una mancha indeleble en sus escrituras.
Aquello era perfecto. Más que perfecto.
Iba a reescribir la historia de Hyrule. Iba a destruir los sutiles planes de la Familia Real de distorsionar el tiempo y lo que se recuerda a su antojo. Iba a prevalecer en cualquier era, en cualquier tiempo. Tenía el poder para corromper lo todo.
Miró hacia el segundo portal.
Xerxeus.- Tenemos razones para ayudarte a completar tu venganza. Para obedecerte. Sin embargo, ya sabes la condición.
Or-Volka se giró de nuevo hacia Xerxeus.
Xerxeus.- El Mundo Oscuro ansía también su momento, como tú en un principio. Dales lo que llevan eras deseando. Enorgullécenos. Sé el Or-Volka que estábamos esperando.»
Desde el aire, todo se veía pequeño, gris y sin importancia. No obstante, aún se podía sentir la esencia de antaño, la misma que él recordaba. Hacía mucho que no la sentía y sabía que no era necesario que todo siguiese como antes para reconocerla.
Escuchó el estruendo de la batalla a lo lejos, supo al instante hacia dónde debía ir. Sobrevoló la zona, a distancia escasa de las nubes negras que lo cubrían todo. La lluvia era violenta, y el gruñido de los truenos se escuchaba en la lejanía. Junto a la luz de algunos relámpagos, la luz de la grieta abierta en la llanura, era lo más brillante en el panorama.
Batió sus alas blancas y comenzó a descender. Hacía mucho que no sentía en sus pulmones la brisa hyliana.
Llegó a un risco alejado, relativamente cerca de la muralla. Con la elegancia que aún le caracterizaba, una esencia que aún no había perdido, se posó sobre la hierba del promontorio y caminó hacia el borde.
Sus ojos, de azul brillante, se toparon de lleno con la guerra.
Su melena se movió al viento. No parecía tener intención de hacer nada más que observar.
Se tumbó, sin inmutarse.
Observó la carnicería en la planicie, a sus aliados, y a sus enemigos.
Entonces, estiró un tanto los brazos. Movió sus zarpas, separó los dedos. Unos finos hilos azules que solo él veía salieron de sus afiladas garras.
«¿Por qué te llaman el marionetista?» Recordó la pregunta de Or-Volka.
«Xerxeus.- Apoyo tu primera decisión —le dijo—. No falles.
Or-Volka apretó los puños.
Or-Volka.- No lo haré.
Xerxeus se giró para mirar hacia la segunda grieta que habían abierto.
Xerxeus.- Una vez la atravieses, Hyrule lo sabrá. Es inevitable, siempre se nota el impacto de la Trifuerza en su reino opuesto. Una vez entres, no habrá vuelta atrás.
Or-Volka.- Lo sé —hizo una pausa—. Encárgate de que venga a mí.
Xerxeus.- Sabrán que hay algo fuera de lugar.
Or-Volka.- Pero no se expondrán a dejarlo así, ¿no es cierto?
Xerxeus sonrió.
Xerxeus.- En medio de una guerra...»
Una gigantesca mano emergió de la grieta roja. Era una garra deforme de piedra, agarrándose para poder pasar a través de ella. Con ella, aparecieron también lobos.
Toda la Guardia Real se quedó paralizada al ver el espectáculo. A la mano, la precedió un brazo de piedra. Una pierna, un torso.
Kafei miró hacia arriba y de golpe sintió todo el peso y el dolor de las flechas que llevaba clavadas a la espalda.
La sombra del gigantesco ser de piedra tapó la luz de la grieta, hasta que se decidió a caminar. A lo largo de la llanura, sus pasos se sentían como aterradores temblores de tierra.
A lo lejos, al Rey de Hyrule se quedó observándolo avanzar, sobrecogido. No había querido verlo, pese a que lo había tenido ante sus ojos todo ese tiempo. Vio cómo el grupo de soldados que le protegían mermaban por momentos, cómo el ejército entero había disminuido drásticamente. Los que no habían caído estaban heridos, en mayor o menor medida. Algunos no morirían en batalla, tal vez, pero sí cuando ésta terminase.
—Su Majestad —dijo uno de los soldados.
El Rey no respondió enseguida.
Ya estaban perdiendo. El Mundo Oscuro estaba pisando todas sus oportunidades de vencer, mucho antes de la última aparición.
El hombre observó la silueta del gigante que acababa de entrar en sus dominios, como la muerte misma que llegaba para llevárselo. Con cada paso, estuvo seguro de que toda Hyrule podía sentir su presencia.
Unos ojos brillaban en medio de la penumbra, y su forma casi se perdía en la neblina del ambiente. Su caminar era desastroso.
A Su Majestad le faltó el aire durante unos momentos.
—Su Majestad —repitió otro de sus escoltas.
Bajo los pies de piedra de ese ser, quedaban auténticas atrocidades. Una vez vio el primero, supo que sería una imagen que se le grabaría a fuego en lo más hondo de su memoria. La tierra se hundía y con ella, cuerpos aliados, caballos oscuros y hylianos, soldados de la Guardia Real que perecían bajo su peso. Carne, sangre, vísceras y metal aplastados, reducidos a la nada misma, irreconocibles bajo cualquier mirada. Enemigos y aliados revueltos en el mismo amasijo infernal.
No podía evitarlo.
No podía frenar el temblor de sus manos.
¿Qué iban a hacer los pocos que quedaban contra eso?
Un haz de luz se abrió paso en medio de la nube de demonios que le había caído encima. Fue casi como un regalo llegado de los cielos.
Varios de ellos cayeron fulminados, y permitieron a Mascot desenfundar la Espada Maestra. Con la ayuda de Rauru, logró acabar fácilmente con ellos, respirando entrecortadamente al final.
La hoja legendaria rezumaba ese líquido espeso y odioso que era la sangre de los demonios. Lamentaba tener que haberla manchado de ese modo, pero no quedaba otra. La guerra ya estaba en curso.
Rauru.- Por las Tres Diosas, Mascot, estás bien —le dijo, con un brillo especial en los ojos—. Lo siento. Lo siento de veras.
El Héroe de la Luz sabía a lo que se refería. Rauru le dijo que iría personalmente a acompañarle tras terminar el Juicio de Farore, pero no pudo cumplir su promesa. Y, después de ver cómo estaba resultando todo, Mascot no podía recriminarle nada, en absoluto.
El chico del pelo verde quiso hablar, pero el Sabio le interrumpió atropelladamente.
Rauru.- ¿Lo has logrado? ¿Tienes el primer fragmento?
Mascot.- Sí, lo tengo.
Rauru.- Divino... —masculló.
Un estruendo llamó la atención de ambos.
Héroe y Sabio se giraron automáticamente hacia el portal del Mundo Oscuro, para ver el mismo espectáculo que Su Majestad, con ligeras diferencias.
El Rey había puesto especial interés en el gigante de piedra (obviamente), pero hubo algo más en lo que no reparó.
Y Rauru sí lo hizo.
Desde la lejanía, el Sabio tenía una vista panorámica de toda la atmósfera de la guerra. Por lo que, pudo ver que había más darkworldianos que antes.
No, no era eso.
Observó más detenidamente, sin comprender en un inicio qué era lo que estaba ocurriendo exactamente.
Hasta que distinguió a varios de esos animales bípedos con el mismo problema. Tenían heridas fatales, estaban brutalmente mutilados, perdían sangre descontroladamente. Algunos de ellos, incluso, estaban decapitados.
A Rauru se le heló la sangre y sintió que podría incluso helar las gotas de lluvia que le caían encima.
No había más darkworldianos, eran los mismos que antes. Y, por algún motivo, se estaban volviendo a levantar después de una muerte segura, fríos, sin sangre, sin voluntad propia.
Mascot también lo vio. Y se dio cuenta de que un segundo gigante estaba emergiendo de la grieta.
Rauru.- Mascot, agárrate a mí, rápido.
No tuvo tiempo de cuestionar nada.
El primer gigante se dirigía hacia la entrada de Kakariko. Destruyó el río por el camino, y Rauru descartó el plan de llevarle hacia la Montaña de la Muerte directamente. Aún no sabían de qué eran capaces esos seres, por lo que prefirió alejarse de él hasta haber puesto a salvo a Mascot tras los muros de la Ciudadela.
Volaron a través del campo de batalla, y llegaron a la triste calle principal tras la muralla. Se posó con prisa, e instó a Mascot a ocultarse lo máximo que pudiera, en cualquier lugar, allá dónde nada pudiese derrumbarse ni corriera peligro.
Rauru.- Corre hacia los jardines del Templo del Tiempo. Aléjate de la muralla. Es un punto intermedio que se me ocurre que por ahora puede ser seguro. Volveré por ti si logro apartar al gigante. Debo averiguar qué hace antes de interponernos en su camino.
Nabooru y Ruto trataron de dividir sus fuerzas, pero no era nada fácil. Aquella estrategia estaba mermando a todos física y mentalmente. Las aves que habían logrado abatir, habían regresado a la vida, se unían en formación a las demás, con sus jinetes armados.
Era ridículo. Sabían que estaban acorraladas en un callejón sin salida. Si lograban abrirlos de nuevo, se volverían a poner en pie. No terminarían jamás con todos ellos, ni aunque fuese un dos contra dos.
Era una estrategia tan sucia que ningún ejército podría estar preparado para ella. Y sabían lo que quería decir. La guerra no terminaría bien para ellos, a menos que dependieran de la única opción que les quedaba.
Su única oportunidad era derrotar a Or-Volka.
El único que, según parecía, aún no había dado señal alguna de aparecer.
Rauru se unió de nuevo al campo de batalla y fue directo hacia el gigante de piedra que avanzaba hacia Kakariko. Despojado de la valiosa carga que era el Héroe de la Luz, lo atacó sin miramientos.
Rayos de luz, uno tras otro, volando a su alrededor como si fuese una montaña en movimiento. Y en medio de su propia luz, apareció un haz naranja, ardiente.
Rauru.- ¡Darunia!
No sabía realmente si sentirse afortunado de contar con su presencia. Solo una Sabia estaba oculta a esas alturas. No pudo evitar preocuparse.
Rauru.- Darunia, ¡déjamelo a mí! —vociferó—. ¡Debes marcharte!
El Sabio del Fuego era consciente de que debían permanecer separados. No obstante, la aparición de esas moles de piedra hizo que su cuerpo de goron se moviera por su cuenta.
Darunia.- Solo tres no podréis manejar toda la situación —le advirtió, mientras atacaba al gigante.
Rauru.- Por desgracia, ya no sé si alguien puede hacerlo realmente.
El gigante de piedra dio un manotazo al aire, y los dos Sabios se movieron a tiempo. Por suerte, sus movimientos eran pesados y lentos, y no parecía tener ninguna habilidad especial más allá de su descomunal tamaño.
Darunia.- Rauru, no puedo sentarme en mis dominios de brazos cruzados.
Rauru.- Darunia...
Darunia.- No me pidas que abandone a Hyrule en esta situación.
Rauru.- No te pido que nos abandones, se trata de otro cometido.
Darunia.- Y lo cumpliré. Lucharé, sobreviviré y os ayudaré en lo que pueda. Luego me marcharé, tienes mi palabra.
Rauru se quedó sin palabras.
El gigante interrumpió el momento con otro aspaviento, como si apartase una mosca de su camino. El Sabio de la Luz era reacio, porque sabía el destino que compartían los hylianos a esas alturas. Sin embargo, la ayuda era buena, fuera como fuese. Y tal vez lograsen apartar al gigante, o hacer algo para que Mascot pudiese pasar sin riesgos.
Rauru.- Está bien.
«Or-Volka.- ¿Fuiste tú quién lo vio todo?
A Or-Volka le nacieron nuevas preguntas.
El león asintió.
Or-Volka.- ¿Hasta dónde puedes ver?
Xerxeus.- Pude ver esta y otras realidades. En pasado y presente.
Or-Volka.- ¿Has llegado a ver el futuro?
Xerxeus no contestó esa vez. Link no se lo tomó demasiado bien.
Or-Volka.- ¿Lo has hecho o no?
Xerxeus.- He visto lo necesario para saber que esta es la mejor de todas las alternativas posibles.
El chico enarcó una ceja. Estaba empezando a incomodarse.
Or-Volka.- ¿Qué pretendes decir...?
Xerxeus.- ¿Preferirías que esta fuera la línea temporal en la que Hyrule gana terreno y jamás logras salir del Mundo Oscuro? ¿O en la que te arrepentirás antes de hacer nada, antes de saber todo lo que podrías lograr? ¿O aquella en la que dedicas tu existencia a llorar la partida de ese hada que iba contigo, tanto como para salir a buscarla...?
Or-Volka.- No se trata de preferir ninguna.
Contarle las cosas mal y tarde... Y ahora esto.
Xerxeus.- Entonces permite que las cosas pasen como deben pasar.
Or-Volka.- Has visto el futuro y no quieres decírmelo, ¿por qué? ¿Qué viste en él?
Xerxeus.- Nada. Nada de lo que te debas preocupar.
Or-Volka.- Xerxeus, dímelo.
Xerxeus se quedó unos instantes en silencio.
Xerxeus.- No vi el futuro.
Or-Volka frunció el ceño. No entendía nada.
Or-Volka.- Si me estás ocultando algo...
Xerxeus.- ¿Qué?
Los ojos ardientes de Or-Volka se abrieron de par en par. Pese a que estaban en el mismo bando, era como si el león no acabase de confiaren él. Y a ese ritmo, él también terminaría por no hacerlo en absoluto.
Or-Volka.- ¿Estás desafiándome?
Xerxeus no dijo nada. Ni lo confirmó, ni lo desmintió al principio.
Or-Volka.- ¿Estás desafiando a tu rey...?
Xerxeus.- No.
Or-Volka.- Entonces, ¿cuál es el propósito? ¿Cuál es la intención de darme información a medias...?
Xerxeus.- Como he dicho, no hay nada de lo que debes preocuparte. Y precisamente, omito los detalles que no merecen tu atención. Para eso estoy... cargo con preocupaciones innecesarias por ti.
Or-Volka.- Decidiendo por mí lo que es importante y lo que no.
Xerxeus.- Te ahorro tiempo.
Or-Volka.- No quiero que lo hagas. Nunca quise que lo hicieras.
Los dos se quedaron mirándose fijamente.
Or-Volka.- Si me ocultas algo, no tendré compasión. Tú lo dijiste. Debo ser el líder que os merecéis —echó mano a la daga que le robó al Sabio del Hielo. Tragó saliva—. Y para ello, haré cualquier cosa que...
Xerxeus fue más rápido. Sin dudarlo él tampoco, levantó una de sus zarpas. De sus garras brotaron finos hilos azules que solo sus ojos podían ver. Los hilos se enredaron en el cuerpo de su nuevo líder, quien sintió una tirantez extraña y desagradable por todo el cuerpo.
Se sintió como si no le perteneciese ni una sola fibra de su ser por un momento, y aprendió a odiar esa sensación en un abrir y cerrar de ojos.
Casi podía notar su alma saliéndose de su propio cuerpo. No se podía mover. No podía resistirse.
Xerxeus.- Si comenzamos a desconfiar, será un trayecto incómodo para los dos.
Or-Volka.- Eres tú quien lo ha empezado... —dijo, con un hilo de voz.
Xerxeus.- Tú querías aliados, los tienes. Quieres que te ayude, yo te ayudo. Serás un buen líder... —dijo en un tono extraño—. Confía en mí.
Or-Volka.- ¿Cómo voy a hacerlo si estás utilizando...?
No le dio tiempo a terminar. Xerxeus tiró más de los hilos, y Or-Volka se sintió morir de un segundo a otro. Confió de golpe en que no osara matarlo después de todo lo que hicieron, pero su sensación fue terrible.
Volvió a recuperar, después de mucho, el sentimiento de indefensión del que tanto había querido deshacerse.
Xerxeus.- Tendrás que aprender a hacerlo, tal como yo me deshice de mi prejuicio hacia ti por ser hyliano.»
Gigantes. Muertos alzándose. Enemigos nuevos y no tan nuevos que no paraban de aparecer. Y ahora, además de todo eso, había lobos.
Daban una imagen triste, eran muy delgados y su pelaje, aunque blanco impoluto, era basto y enredado. Sin embargo, por muy angelicales que pareciesen, eran auténticas bestias sin escrúpulos.
Si los demonios ya eran una molestia terrible, esos lobos hacían de cualquier lucha en la que se entrometieran algo imposible de manejar.
Desde todos los ángulos, aquello ya era una completa agonía.
Kafei estuvo a punto en varias ocasiones de ser mordido por lobos y caballos darkworldianos, y el dolor de las flechas que llevaba clavadas a la espalda empezaba a hacer estragos en su fuerza. Lentamente estaba perdiendo reflejos.
Los dos Sabios que luchaban contra los gigantes, habían logrado desarmar a uno casi por completo para, poco después, verlo reconstruirse por sí mismo y continuar pasando página.
Las Sabias en el cielo se debatían con cadáveres que habían regresado a combatir. Las dos estaban agotadas, y sus haces de luz se notaban ligeramente más débiles.
El pelotón de arquería se encontraba en las últimas.
Era imposible.
Su Majestad trataba de buscar la forma de seguir intentándolo. Sus ojos temblaban en sus cuencas, miraban de un lado hacia el otro, buscando una alternativa.
Tardó un tiempo, sumido en sus pensamientos.
—Su Majestad —le llamó un soldado.
No podían.
Se había negado desde hacía rato.
Vio cómo otro grupo de soldados hylianos eran brutalmente aplastados bajo el enorme pie de uno de los gigantes, a la par que un tercero pasaba a través del portal.
No había querido aceptar la derrota. Era un escenario que había preferido no asimilar ni imaginar siquiera. Si ellos fallaban, ¿qué iba a ser de Hyrule?
Su caballo retrocedió por sí solo, asustado por los estruendos de los colosales seres de piedra. El Rey tiró de las riendas y apretó los dientes.
Cerró los ojos, apretando los párpados. Ser el Rey de Hyrule era también ver la realidad, velar por quiénes se dejaban la vida en esas situaciones. Y a más miraba hacia el campo de batalla, más se daba cuenta de que no era una simple guerra.
Se había convertido en una absoluta y macabra masacre. Un exterminio.
—Su Majestad...
Rey.- Retirada.
Pronunció aquella palabra como un suspiro, sintiéndose en un sueño terrorífico.
Parpadeó varias veces, siendo consciente de lo que acababa de decir. No podía ni debía arrepentirse a esas alturas.
Rey.- Corred la voz. Hyrule se retira.
La orden se extendió como la pólvora. Los soldados que aún quedaban galoparon hacia la Ciudadela, pasando lo más ordenadamente posible una vez bajó el puente levadizo.
Una vez pudieron, el Rey ordenó que volviesen a levantarlo. Ninguno, ni siquiera él, tenía idea de lo que harían a partir de ese momento.
Y era una pesadilla dar un vistazo a los soldados hylianos que quedaban.
Había optado por sentarse junto a uno de los dos estanques del Templo del Tiempo. No había mucho más que pudiera hacer. Y eso le hizo sentirse tremendamente inútil.
Desenvainó la Espada Maestra y se colocó la hoja en el regazo. Debía tenerla a mano por si acaso, para que no le sucediera lo mismo que en la llanura.
La lluvia le estaba empapando, pero no le importó.
El agua limpió la espada, vio su propio reflejo en el acero de la hoja legendaria y reflexionó.
Su hoja aún estaba relativamente limpia. Claro estaba, mucho más que cualquier espada que estuviese involucrada en la guerra.
Vio su rostro, y la marca de una pequeña arruga entre ceja y ceja. Tenía el ceño fruncido ya casi como un acto reflejo. Apretaba la mandíbula de los nervios y a sus ojos, su actitud se veía patética.
Vio su pelo verde hierba, su sombra de barba y su perilla, que pretendían hacerle parecer más mayor de lo que en verdad era.
No era mayor. Ni más valiente, ni mejor, ni nada.
No dejaba de pensar en que era Rauru, el no querer defraudarle, ni a él ni al resto de la gente, lo que tiraba de él. Principalmente por Rauru.
Le dio la Espada Maestra para enfrentarse a Link, quién derrotó a Ganondorf. Él ni siquiera pudo contra el gerudo en su momento. Rauru confiaba demasiado en él.
Todos confiaban demasiado en él. Eso le daba lástima.
Él solo, por mucho poder que le diese la Trifuerza...
Algo se movió, distrayéndole de sus pensamientos. Mascot, en permanente estado de alerta, se puso en pie de un salto con la Espada Maestra firmemente sujeta.
Se sintió ridículo una vez se dio cuenta de que no había sido más que una planta, marchitándose.
Se relajó por un momento, aunque después, lo pensó.
¿Tan deprisa se marchitaban las plantas...?
Rauru se acercó a Su Majestad tras la muralla, seguido por Darunia. El Rey se alegró de poder verle, aunque no pudo decir lo mismo tras ver la sombra que tenía sobre los ojos.
Rey.- Rauru, ¿qué ocurre?
Rauru no contestó enseguida, sino que fue Darunia quien lo hizo.
Al fondo, Kafei escuchaba atentamente, casi por puro instinto de supervivencia.
Darunia.- Hay un intruso en la red telepática desde hace mucho. Rauru ha notado su presencia mucho más nítida desde hace unos momentos, y trata de revelar quién o qué es.
El Rey chasqueó la lengua.
Tras el muro de la Ciudadela, se escuchaban aún los gigantescos pasos haciendo temblar la tierra, gritos y berridos de incontables alimañas darkworldianas.
Su Majestad aún trataba de decidir qué hacer, cuáles podrían ser sus siguientes movimientos. Estaban acorralados. Hasta Kafei vio la confusión en sus ojos ancianos.
Eso fue, claro, hasta el momento en el que todo el ruido cesó de repente.
Los gigantes pararon su marcha.
Los demonios dejaron de gritar.
Los aceros, los silbidos de los arcos se dejaron de oír.
«¿Cuál será la próxima mala decisión de vuestro rey?» Dijo el intruso en la red telepática.
En medio del silencio, todos percibieron que la atmósfera había cambiado. Los soldados miraron de un lado a otro, interrogantes. Ninguno podía ver nada.
Que la marcha darkworldiana se hubiera detenido tan de repente, no podía ser buena señal. Sin embargo, no parecía estar ocurriendo nada.
«¿Qué quiere arreglar? Ya es muy tarde. Ha roto demasiado. Ha cometido demasiados errores.»
No... sí lo hacía. Sí ocurría algo. Solo que los caballos fueron los primeros en notarlo.
Un mal augurio circuló sobre sus cabezas como una nube negra. La lluvia se tornó oscura y sucia.
El silencio se hizo ominoso, como si de golpe asistieran a un velatorio.
Una oleada de penumbra corría bajo sus pies, marchitando las plantas a su paso, destruyendo lo más débil que tocaba, volviendo gris todo lo que anduviese a la vista.
Los soldados se miraron entre ellos y compartieron la misma pesadumbre sobre sus hombros.
«Tampoco fue buena idea hacer que la princesa aguarde su momento bajo tierra, en una sala oscura.» Sentenció el intruso de la red telepática.
En medio de la conmoción, la voz de Rauru emergió fría, como un hilo fino.
Rauru.- Or-Volka está aquí.
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