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CAPÍTULO 12
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☠. . MIRÓ EL TORRENTE DE VENENO QUE lo rodeaba por todas partes. Se concentró tanto que algo en su interior se quebró, como si una bola de cristal se hubiera hecho añicos en su estómago.
Un calor recorrió su cuerpo. La ola de veneno cesó.
Los gases se alejaron de él y retrocedieron hacia la diosa. El lago de veneno corrió hacia ella en pequeñas olas y riachuelos.
Aclis chilló.
—¿Qué es esto?
—Veneno —dijo Percy—. Es su especialidad, ¿no?
Se levantó mientras la ira ardía cada vez más en sus entrañas. A medida que el torrente de veneno corría hacia la diosa, los gases empezaron a hacerla toser. Los ojos le empezaron a llorar todavía más.
«Bien —pensó Percy—. Más agua».
Se imaginó la nariz y la garganta de la diosa llenándose con sus propias lágrimas.
Aclis se atragantó.
—Yo…
La ola de veneno llegó a sus pies y chisporroteó como gotas sobre un hierro caliente. Ella gimió y retrocedió dando traspiés.
—¡Percy! ¡Ya para! —gritó Rosier, con cierto temor reflejado en sus ojos.
En ese momento, Percy le recordaba mucho a él...a la última vez que vivió en la tierra.
Pero Percy no quería parar. Quería ahogar a la diosa. Quería presenciar cómo se ahogaba en su propio veneno. Quería ver cuánto sufrimiento podía aguantar la diosa del sufrimiento.
—Por favor, Percy…
Rogó Rosier. Aquél temor que ella sentía en él, logró que él retrocediera.
Se volvió hacia la diosa. Consiguió que el veneno retrocediera a fuerza de voluntad y que creara un pequeño sendero de retirada a lo largo del precipicio.
—¡Lárguese! —gritó.
Para ser un demonio demacrado, Aclis podía correr muy rápido cuando quería. Avanzó con dificultad por el sendero, cayó de bruces y volvió a levantarse, gimiendo mientras se internaba en la oscuridad a toda velocidad. En cuanto hubo desaparecido, los charcos de veneno se evaporaron.
Rosier se dirigió a él dando traspiés. Parecía un cadáver envuelto en humo, pero se sintió bastante sólida cuando agarró las manos cayosas de Percy.
— Tú no eres así, Percy —Rosier tragó el gran nudo que se le hizo en la garganta—. Tú no eres cómo él...
El cuerpo entero de Percy hormigueaba de la energía, pero su ira estaba disminuyendo. El cristal roto de su interior estaba empezando a pulirse en los bordes.
—Sí —dijo—. Vale.
—Tenemos que largarnos de este precipicio —dijo Rosier—. Si Aclis nos ha traído aquí para sacrificarnos…
Rosier trató de pensar. Se estaba acostumbrando a moverse con la Niebla de la Muerte a su alrededor. Se sentía más sólida, se sentía más ella misma, pero todavía notaba la cabeza como si la tuviera llena de algodón.
—Dijo que alimentaríamos a la noche —recordó el chico—. ¿A qué se refería?
La temperatura bajó. El abismo que se abría ante ellos pareció espirar.
Percy agarró a Rosier de la cintura y retrocedió del borde cuando una presencia emergió del vacío: una figura tan enorme y tenebrosa que Rosier entendió el concepto de «oscuro» por primera vez.
—Me imagino —dijo la oscuridad, con una voz femenina suave como el forro de un ataúd— que se refería a la Noche, con mayúscula. Después de todo, soy la única.
⍦. NORMALMENTE LA OSCURIDAD no medía doce metros de altura. No tenía alas negras, un látigo hecho de estrellas y un tenebroso carro tirado por caballos vampiro.
Nix era tan excesiva que resultaba casi imposible asimilar. Alzándose por encima del abismo, su figura de cenizas y humo era del tamaño de una gran escultura romana, pero mucho más viva. Su vestido era de un negro vacío, mezclado con los colores de una nebulosa espacial, como si en su corpiño nacieran galaxias. Su cara resultaba difícil de ver salvo los puntos de sus ojos, que brillaban como quásares. Cuando sus alas batían, oleadas de oscuridad se extendían sobre los precipicios, y eso hacía que Rosier se sintiera pesada y soñolienta y que su vista se nublara.
El carro de la diosa estaba hecho de hierro estigio, e iba tirado por dos enormes caballos totalmente negros a excepción de sus puntiagudos colmillos plateados. Las patas de los animales flotaban en el abismo, y al moverse se volvían de humo.
Los caballos gruñeron y enseñaron los colmillos a Rosier. La diosa hizo restallar su látigo —una fina raya de estrellas como púas de diamantes—, y los caballos se encabritaron.
—No, Penumbra —dijo la diosa—. Abajo, Sombra. Esos pequeños premios no son para ti.
Percy observó el relincho de los caballos. Todavía estaba envuelto en la Niebla de la Muerte, pero parecía un cadáver desenfocado. Inevitablemente a Rosier le daba pena tener que verlo así. Tampoco debía de ser un camuflaje muy bueno, ya que era evidente que Nix podía verlos.
Rosier no podía descifrar bien la expresión del rostro macabro de Percy. Entonces recordó que al ser hijo del Dios de los caballos, podía saber qué decían aquellos animales, pero con esos, no le gustaba lo que estaban diciendo.
—Entonces ¿no va a dejar que nos coman? —preguntó a la diosa—. Tienen muchas ganas de comernos.
Los ojos de quásares de Nix ardían.
—Por supuesto que no. No dejaría que mis caballos os comieran, como tampoco dejaría que Aclis os matara. Sois unos premios demasiado valiosos. ¡Antes me mataría yo misma!
—¡Oh, no se mate! —gritó—. No damos tanto miedo.
La diosa bajó su látigo.
—¿Qué? No, no me refería…
—¡Eso espero! —Percy miró a Rosier y se rió de manera forzada—. No querríamos asustarla, ¿verdad?
—Ja, ja —dijo Rosier débilmente, con una mueca en vez de una sonrisa—. No, claro que no.
Los caballos vampiro parecían confundidos. Se encabritaban y resoplaban y chocaban sus cabezas oscuras. Nix tiró de las riendas.
—¿No sabéis quién soy? —preguntó.
—Es usted la Noche, supongo —continuó Rosier, captando el plan de Percy—. Lo sé porque es oscura y todo eso, aunque en el folleto no decía mucho sobre usted.
Nix guiñó los ojos por un instante.
—¿Qué folleto?
Rosier se tocó los bolsillos y buscó en su capa.
—Teníamos uno, ¿verdad?
Percy se lamió sus labios secos.
—Sí.
Seguía observando a los caballos mientras apretaba fuerte la empuñadura de su espada, pero tuvo la inteligencia de seguir el ejemplo de Rosier. Por su parte, ella solo tenía que confiar en que no estuviera empeorando las cosas… aunque, sinceramente, no veía cómo podían ir peor.
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