━━ 𝟏𝟓: la luna y las estrellas
𝐂𝐀𝐏𝐈𝐓𝐔𝐋𝐎 𝐐𝐔𝐈𝐍𝐂𝐄
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𝐀 𝐌𝐀𝐋 𝐎𝐑𝐄𝐓𝐒𝐄𝐕 𝐍𝐎 𝐋𝐄 𝐆𝐔𝐒𝐓𝐀𝐁𝐀 𝐌𝐎𝐒𝐓𝐑𝐀𝐑𝐒𝐄 𝐕𝐔𝐋𝐍𝐄𝐑𝐀𝐁𝐋𝐄.
Quizás era una de las muchas consecuencias que venían con ser huérfano. Si hubiera crecido en una familia que lo amara incondicionalmente en lugar de bajo el cuidado de la estricta Ana Kuya en la finca del Duque Keramzov, tal vez sería diferente.
Anya Kuya no fue la madre sustituta que Mal alguna vez soñó que sería. Fue austera con los niños, inculcándoles en sus mentes lo afortunados que eran al ser cuidados por el Duque y de rezar por él todas las noches. Les inculcó buenos modales y gratitud de tal manera que ahora venían a Mal de forma natural.
Pero ella no fue su madre, y Mal a menudo lo olvidaba.
Él no recordaba a su madre. Ella había fallecido cuando aún era un niño pequeño, junto con su padre y cualquier otro pariente que pudiera haber tenido. Un desconocido lo llevó al orfanato, donde conoció a Alina. La niña pequeña de piel bronceada y mejillas hundidas, que parecía no haber comido una comida adecuada en semanas.
Mal recordaba que cuando se conocieron sintió una especie de magnetismo. Era como si hubiera un hilo invisible entre ellos, tirando uno al otro en todas direcciones. De manera impredecible, se convirtieron en mejores amigos, en familia, nunca había uno sin el otro.
Y aunque Mal le había abierto su corazón a Alina, le costó hacerlo desde entonces. Mikhael y Dubrov eran una historia diferente, porque eran amigos, y se abrieron paso en su corazón y derribaron sus barreras sin consideración. Se permitió ser vulnerable con esas personas, pero se hizo una promesa a sí mismo de que no lo haría con nadie más.
Luego llegó Thalía.
Mal admitía que era una chica curiosa. En el corto tiempo que llevaban conociéndose, él ha notado varias de sus pequeñas manías divertidas: como estornudar terriblemente fuerte y luego fingir que no había pasado nada, o caminar deliberadamente de puntillas para mantener afilado el tacón de sus botas. Comía cereal con montones de azúcar racionado, para disgusto de quiénes la rodeaban, pues estaban acostumbrados a tener, y el repentino cambio les dejaba apenas para ellos mismos. Sonreía cuando él señalaba la leche que goteaba por su barbilla, luego se sonrojaba cuando él se acercaba a limpiarlo.
Antes, Mal consideraba a los Grisha como enemigos. Ahora, se dio cuenta de que eran mucho más que eso.
Lo supo cuando despertó el jueves por la mañana en una cama que definitivamente no era la suya, con un brazo colocado apresuradamente sobre su pecho, sin camisa. No es que Mal hubiera olvidado lo que ocurrió, simplemente pensó que algo tan maravilloso solo podría haber sido un sueño. Un sueño muy gráfico. Un sueño muy íntimo.
Un sueño que no era un sueño en absoluto.
Mientras Thalía roncaba bastante fuerte a su lado, Mal llegó a la concusión de que para alguien que odiaba sentirse así, vulnerable era la única manera de describirlo.
Cuando se ofreció voluntario para entregar el mensaje de Yakovlev expresando el deseo de ver a Zoya, Mal no pretendía nada más que asegurarse de que Thalía estuviera bien. Ella parecía estar tranquila desde la noche en que él le había vendado las manos, y aunque sonreía brillantemente y saludaba como una especie de maníaca cuando se cruzaban y hablaba animadamente cuando se acercaba, estaba tranquila.
Tranquila de una manera que le recordaba, de forma inquietante, la noche después de que Alina se fuera. Tranquila de la manera en que uno está solo después de perder a la persona a la que más ama en el mundo.
Quería asegurarse de que estuviera bien, y de alguna manera, lo había hecho. No de la manera que pretendía, pero Thalía ciertamente sonaba bien la noche anterior.
Y luego se dio cuenta de que su mente divagaba involuntariamente.
No pienses en eso, se reprendió a sí mismo. No tienes derecho.
Thalía emitió un pequeño ruido mientras dormía, como protestando, y los ojos de Mal ahora se dirigieron a su figura dormida en lugar de a las profundidades de su mente. Estaba presionada firmemente contra su lado, la cabeza acurrucada entre la almohada y su hombro, y uno de sus brazos colocado descuidadamente sobre su pecho.
Se encontró contemplándola, admirándola. Era insoportablemente hermosa, tanto que a Mal le costaba creer que él era de su interés. Incluso con las cicatrices que se marcaban en su cuello y las pecas que salpicaban su rostro a la luz pálida que se filtraba por la puerta cerrada, Mal pensó que tal vez, era lo más angelical que había visto.
Físicamente, le dolía.
No se conocían desde hacía mucho tiempo, sin embargo, Thalía ahora parecía conocerlo mejor (y más íntimamente) que cualquier otra persona. Ella había hecho cosas que muchas chicas soñaban, y Mal sentía un sentimiento de culpa junto con la euforia que le recorrían las venas.
Ella era delicada, y él se preocupaba de que, sin el cuidado adecuado, simplemente se deshiciera en pedazos. ¿Era capaz de brindarle el cuidado que tanto ameritaba, después de todo por lo que había pasado y merecía ser él quien se lo diera?
Claro, Mal había rezado a la luna y a las estrellas por alguien que pudiera entenderlo completamente cuando era niño, pero no esperaba que eso tuviera forma de una Mortificadora demasiado bonita para su propio bien y con un gusto por los dramatismos.
Pero ella vino de todos modos, como llevando el sol a esta noche interminable y pintando su lienzo simple con formas intrincadas en colores brillantes conocidos solo por ellos, y Mal se encontró apretando el brazo alrededor de su cintura desnuda, como si quisiera asegurarse de que no fuera una invención de su imaginación.
Los ojos de Thalía se abrieron un momento después, seguidos de un bostezo inusualmente ruidoso. Ella abrió un ojo para mirarlo, su voz impregnada de sueño, y Mal pensó que podría escucharla hablar durante el resto de su vida.
─ Hola.
Su corazón revoloteó positivamente.
─ Hola.
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𝐌𝐀𝐋 𝐒𝐈𝐄𝐌𝐏𝐑𝐄 𝐒𝐔𝐏𝐎 𝐐𝐔𝐄 𝐒𝐄𝐑Í𝐀 𝐔𝐍 𝐒𝐎𝐋𝐃𝐀𝐃𝐎. Era su destino, escrito en las estrellas por sus Santos. Al no ser un Grisha, en Ravka solo había tres trayectorias futuras para elegir: unirte al Primer Ejército, convertirte en ama de casa o morir.
Siendo hombre, no podía ser ama de casa para quedarse en casa con los niños durante todo el día. Y a la edad de dieciocho años, la muerte no sonaba muy apetecible.
Así que se alistó en el Primer Ejército. Ascendió en las filas, pasando de soldado a general en lo que parecía ser muy poco tiempo. Se ganó la admiración de sus compañeros y el reconocimiento de sus superiores.
Era Mal Oretsev, Cabo del Primer Ejército y mujeriego.
Pero aun así, a pesar de toda la admiración que recibía y de todas las chicas que intentaban atarlo, Mal nunca se encontró capaz de establecerse en un solo lugar por mucho tiempo.
Alina se unió a la unidad de cartografía, y rara vez se encontraban en los campamentos. No importaba cuánto el mundo intentase separarlos, el hilo invisible los mantenía unidos.
Al unirse al ejército, Mal sabía que tendría que enfrentar sacrificios. Ya no podía hacer lo que quisiera en su tiempo libre, sino que tenía que estar listo para partir en cualquier momento. Ya no se le permitía pasar horas soñando despierto porque el mundo real se volvía peligroso y necesitaba toda su atención.
Entonces, cuando Yakovlev llamó a todo el Primer Ejército a la tienda de reuniones más tarde esa mañana, Mal sabía que no podía ser una buena noticia. Se despidió de Thalía con un beso en la mejilla (que fue frustrado por su propia mala sincronización, y Mal acabó golpeándole la mandíbula) y una promesa de ponerse al día más tarde.
Pero ahora, Mal no estaba del todo seguro de que hubiera un futuro.
─ El Ciervo de Morozova ─dijo Yakovlev, sosteniendo una imagen que Mal reconocía demasiado bien. Su estómago se contrajo involuntariamente─. Resulta que el loco de Kirigan piensa que es real. Quiere que uno de ustedes lo encuentre.
La risa resonó por la tienda, pero Mal no pudo unirse. Había oído hablar del Ciervo de Morozova por Alina, y sabía que el dibujo solo podía ser suyo. Cómo llegó aquí, no lo sabe. Por qué llegó aquí, sí.
Entre las risas bulliciosas de sus compañeros de armas, la voz de Mal se hizo clara.
─ Iré yo.
Yakovlev lo miró, boquiabierto.
─ Podemos enviar a alguien de otro campamento, Cabo. No queremos perder a uno de nuestros mejores rastreadores.
Mal dio una sacudida brusca de cabeza.
─ Iré yo. Soy el único que puede encontrarlo.
Dubrov rio brillantemente desde su lado izquierdo, apretando una mano pesada en el hombro de Mal.
─ ¿Qué te hace estar tan seguro de eso, Oretsev?
Él lo sabe. Ha sabido la respuesta desde que Alina le contó su sueño la primera vez. Ha sabido la respuesta desde que ella irradió luz en la Sombra, y siente que lo ha sabido desde el momento en que yacieron en el prado juntos, siendo niños.
Pero saber no disminuye el impacto que le asesta la realidad
Él lo sabe.
─ Porque si no lo hago yo, entonces nadie lo hará.
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