07

El aire de Infratierra era denso y cálido, cargado con un aroma desconocido que oscilaba entre lo dulce y lo acre. Las calles por las que caminaban Hearts y Diaval eran un laberinto de edificios torcidos y luces parpadeantes. El bullicio de la ciudad subterránea era constante: música que brotaba de bares clandestinos, risas y gritos entremezclados, y el eco distante de máquinas funcionando en las profundidades.

Tras su misión anterior, ambos habían tomado un breve descanso en una posada sombría y estrecha, donde las sábanas olían a humedad y las ventanas estaban opacadas por el polvo. Pero el descanso nunca era realmente descanso para ellos; los dos sabían que el tiempo estaba en su contra.

Diaval caminaba unos pasos por delante, vestido con su habitual negro, pero ahora con prendas más discretas para mezclarse con los humanos de Infratierra. Su chaqueta de cuero ajustada lo hacía parecer un hombre común, pero sus ojos oscuros y penetrantes traicionaban algo más profundo: una constante vigilancia y una mente siempre calculadora.

Hearts, a su lado, había elegido un vestido rojo sencillo, aunque el carmesí brillante seguía atrayendo miradas. Con cada paso, su cabello pelirrojo ondeaba como una llama en movimiento, y su postura firme hablaba de una confianza inquebrantable. Sin embargo, sus ojos mostraban otra historia: una mezcla de curiosidad y la persistente carga de su pasado.

"¿Crees que el Coleccionista nos dio la información correcta?" preguntó Diaval mientras doblaban una esquina y llegaban a una calle menos concurrida.

Hearts arqueó una ceja. "Ese hombre vive para acumular secretos. Si nos dijo que el reloj está en manos del Mercader de Espejos, es porque sabe que necesitamos enfrentarnos a él para avanzar. Es un juego para él, y nosotros somos sus piezas".

"Un juego peligroso," murmuró Diaval. "He oído hablar del Mercader. Su territorio está en las zonas más oscuras de Infratierra. Allí no rigen las mismas reglas que aquí".

Hearts le lanzó una mirada cargada de determinación. "Nunca he sido de las que siguen las reglas, Diaval. Lo sabes bien".

Diaval sonrió, un gesto raro en su rostro. "Eso lo sé, pero en este lugar, romper las reglas podría costarnos más que la vida".

Mientras seguían avanzando, el entorno cambiaba. Los edificios se volvían más altos y sus sombras más profundas. La iluminación artificial se debilitaba, y la música y las risas se desvanecieron, reemplazadas por un silencio inquietante.

"¿Cómo encontramos al Mercader?" preguntó Hearts, observando a su alrededor con cautela.

"Se dice que aparece cuando él quiere ser encontrado," respondió Diaval. "Pero si los rumores son ciertos, siempre está cerca de algún lugar con espejos. Es su obsesión".

Finalmente, llegaron a un callejón estrecho donde un edificio desmoronado parecía absorber toda la oscuridad a su alrededor. En la entrada, un letrero oxidado apenas legible decía: Galería de Reflejos.

"Este es el lugar," dijo Diaval en voz baja.

Hearts asintió, pero antes de que pudieran entrar, se giró hacia Diaval. "Antes de que entremos... si algo sale mal, toma el reloj y huye. No importa lo que pase conmigo".

Diaval frunció el ceño, su expresión endureciéndose. "No vuelvas a decir eso. Si algo sale mal, salimos juntos. No te dejaré atrás".

"Diaval—"

"No hay peros, Hearts. Estamos en esto juntos, ¿recuerdas?"

Por un momento, Hearts se quedó en silencio, sorprendida por la intensidad en su voz. Finalmente, asintió y cruzaron la entrada.

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El interior de la galería era un laberinto de espejos, cada uno de ellos reflejando imágenes distorsionadas que parecían moverse por su cuenta. Las luces parpadeaban, y sus propios reflejos se multiplicaban infinitamente en las superficies cristalinas.

"Bienvenidos," resonó una voz suave y seductora que parecía venir de todas partes.

Ambos se detuvieron, sus ojos escaneando la sala.

"Buscamos al Mercader de Espejos," dijo Hearts con firmeza.

La risa que respondió fue baja y burlona. "¿Y qué les hace pensar que pueden simplemente buscarme? Yo los he estado observando desde que entraron en Infratierra".

"Entonces sabes lo que queremos," interrumpió Diaval.

"Claro que sí," respondió la voz. "El Reloj Sin Tiempo. Una pieza exquisita, una joya única... pero no es algo que se entregue sin más".

Un destello en uno de los espejos llamó su atención, y una figura apareció en su superficie. Era el Mercader, un hombre alto y delgado, vestido con un traje plateado que parecía brillar como un espejo pulido. Sus ojos eran dos abismos negros, y su sonrisa tenía un filo peligroso.

"Para obtener el reloj, deberán hacer algo por mí," continuó el Mercader, inclinándose ligeramente hacia adelante. "Una prueba. Una misión, si lo prefieren".

"¿Qué clase de misión?" preguntó Hearts, apretando los puños.

El Mercader chasqueó los dedos, y uno de los espejos mostró la imagen de una torre solitaria rodeada por un desierto infinito. "Dentro de esta torre está algo que me pertenece: un fragmento de espejo antiguo. Lo quiero de vuelta. Si lo recuperan para mí, el reloj será suyo".

"¿Y si nos negamos?" preguntó Diaval con frialdad.

El Mercader sonrió con desdén. "Entonces, se quedarán atrapados en este laberinto para siempre. Nadie desafía mis reglas y sale indemne".

Hearts intercambió una mirada con Diaval. Podían sentir que no había otra opción.

"Trato hecho," dijo Hearts con determinación.

"Excelente," respondió el Mercader. "Pero les advierto, esa torre guarda más secretos de los que imaginen. Buena suerte... la necesitarán".

Con otro chasquido, el suelo bajo ellos se desvaneció, y ambos cayeron en la oscuridad, preparándose para enfrentar lo que les aguardaba en la torre.

El descenso fue como caer a través de un abismo interminable, pero antes de que el pánico pudiera arraigarse, Hearts y Diaval aterrizaron suavemente sobre un suelo arenoso. La luz era tenue, y el aire estaba impregnado de un aroma seco, como el de piedras calientes bajo el sol.

A su alrededor se extendía un vasto desierto, un océano de dunas doradas que parecían ondular bajo un cielo de tonos grises. En el horizonte, una silueta se alzaba como un faro en medio de la nada: la torre. Era alta, delgada y oscura, como si estuviera hecha de un material que absorbiera la luz.

"Bueno, esto promete ser divertido," murmuró Diaval, sacudiendo el polvo de su chaqueta.

"Define 'divertido'," respondió Hearts, su tono seco mientras ajustaba las correas de sus botas.

Ambos comenzaron a caminar hacia la torre, sus pasos hundiéndose ligeramente en la arena. El viaje era silencioso, roto solo por el susurro del viento que serpenteaba entre las dunas. A medida que se acercaban, la torre parecía crecer, y una inquietante sensación de ser observados comenzó a asentarse en ellos.

"¿Sientes eso?" preguntó Hearts en voz baja.

Diaval asintió, sus ojos escaneando el horizonte. "Como si algo nos estuviera siguiendo".

De repente, el suelo bajo sus pies vibró, y una figura emergió de la arena frente a ellos. Era una criatura retorcida, mitad hombre, mitad bestia, con una piel gris y ojos completamente blancos. Su cuerpo estaba cubierto de cicatrices y placas de metal oxidado que parecían incrustadas en su carne.

"Intrusos..." gruñó la criatura, su voz ronca como el crujir de un árbol seco. "No están permitidos aquí".

Hearts dio un paso adelante, su mirada fija en la criatura. "Estamos aquí por el fragmento de espejo. Déjanos pasar".

La criatura soltó una risa grave y gutural. "El fragmento... no se entrega. Deben demostrar su valía para cruzar".

"¿Cómo?" preguntó Diaval, colocando una mano en la empuñadura de su daga.

El ser extendió un brazo, señalando hacia las dunas que se extendían detrás de ellos. "Debes enfrentarte a lo que escondes... o perecer".

Antes de que pudieran preguntar qué significaba, la criatura se desvaneció, dejando tras de sí solo un eco de su risa.

"¿Qué demonios quiso decir con 'lo que escondes'?" murmuró Diaval.

"Sea lo que sea, no tenemos opción," dijo Hearts, su voz cargada de determinación.

De repente, el viento se intensificó, y una forma comenzó a tomar cuerpo frente a ellos. Lo que vieron los dejó congelados.

Era Diaval... o, al menos, una versión de él. Este Diaval tenía los ojos llenos de desprecio y una sonrisa cruel en el rostro. Junto a él apareció una figura que hizo que el corazón de Hearts latiera más rápido: ella misma, pero con un rostro frío y sin emociones, y con las manos manchadas de sangre fresca.

"¿Qué es esto?" susurró Hearts, sintiendo cómo el miedo se arrastraba por su columna vertebral.

"Es lo que escondes," dijo el Diaval falso, su voz un eco burlón. "Tus dudas, tus miedos, tus errores".

La versión de Hearts se adelantó, sus ojos clavados en la verdadera. "¿Cómo planeas restaurar el equilibrio cuando ni siquiera sabes quién eres? Sigues siendo una marioneta de tu madre, incapaz de escapar de su sombra".

Diaval observó a su doble, que ahora lo miraba con desdén. "Siempre protegiendo, siempre siguiendo órdenes. ¿Cuándo harás algo por ti mismo, en lugar de ser el perro guardián de otros?"

Hearts apretó los puños, sintiendo la rabia mezclarse con el miedo. "No somos marionetas ni guardianes. Somos más que eso".

"Entonces demuéstrenlo," dijo la versión falsa de Diaval, desenvainando una espada negra como la noche.

La batalla comenzó de inmediato. El aire se llenó de chispas y el sonido del acero chocando contra el acero resonó en el desierto. Hearts y Diaval lucharon contra sus reflejos oscuros con una precisión casi instintiva, pero sus oponentes parecían anticipar cada movimiento.

"¡Son parte de nosotros!" gritó Diaval mientras bloqueaba un golpe dirigido a su pecho. "Están usando nuestras propias debilidades contra nosotros".

"Entonces cambia el juego," respondió Hearts, esquivando un ataque de su doble.

Ella cerró los ojos por un momento, respirando profundamente. No podía vencer a esta versión de sí misma con fuerza bruta. Tenía que aceptar lo que representaba: el peso de sus errores, las dudas que la perseguían.

Cuando abrió los ojos, miró directamente a su doble. "Sí, he cometido errores. Sí, he sido una marioneta. Pero eso no define quién soy ahora. ¡Yo decido mi destino!"

La figura de su doble titubeó, y en ese momento, Hearts lanzó un golpe certero, haciendo que su reflejo se desvaneciera en polvo.

Diaval, inspirado por el acto de Hearts, miró a su propio reflejo. "No soy perfecto, pero tampoco soy tu prisionero. Soy más que mis errores".

Con un movimiento rápido, destruyó a su doble, y el silencio volvió al desierto.

Ambos respiraban con dificultad mientras observaban cómo la torre parecía iluminarse ligeramente, como si los aceptara.

"¿Estás bien?" preguntó Diaval, acercándose a Hearts.

Ella asintió, aunque sus manos temblaban. "Lo estoy ahora".

Sin más palabras, caminaron juntos hacia la torre, sabiendo que lo peor aún podía estar por venir.

La torre era aún más imponente de cerca. Su superficie oscura y pulida reflejaba el cielo gris de Infratierra, distorsionando las nubes como si estuviera hecha de un vidrio líquido. La entrada, un arco alto y delgado, parecía latir con una energía oscura, como si los invitara a cruzar un umbral del que no habría retorno.

Hearts y Diaval intercambiaron una mirada. No había necesidad de palabras; ambos sabían que no podían detenerse ahora. Diaval extendió la mano para empujar las puertas, pero antes de que pudiera tocarlas, estas se abrieron lentamente con un crujido bajo que resonó como un lamento.

Adentro, el aire era frío y pesado, cargado con un silencio que parecía absorber cualquier sonido. La única luz provenía de antorchas colgadas en las paredes, sus llamas azules oscilando en un patrón extraño, como si fueran impulsadas por un viento inexistente.

"Esto no es una torre común," murmuró Diaval, observando las paredes. Había inscripciones grabadas en ellas, símbolos y palabras en un idioma antiguo que no reconocían.

"Es como si estuviera viva," respondió Hearts en un susurro. Su voz parecía más fuerte de lo que era en realidad, como si la torre amplificara cada sonido.

Comenzaron a ascender por una escalera de caracol que serpenteaba alrededor del núcleo de la torre. Cada paso que daban resonaba en el espacio vacío, y con cada nivel que subían, el aire se volvía más pesado, más denso, como si algo invisible intentara detenerlos.

"¿Sientes eso?" preguntó Hearts después de un rato, deteniéndose para mirar hacia abajo.

"Sí," dijo Diaval, sus ojos oscuros entrecerrados mientras inspeccionaba el entorno. "Es como si la torre estuviera observándonos, probándonos de nuevo".

Continuaron avanzando, aunque el cansancio comenzaba a hacer mella. Finalmente, llegaron a una puerta al final de la escalera. Era diferente a todo lo que habían visto hasta ahora: hecha de cristal oscuro, reflejaba sus imágenes, pero no como eran, sino como temían ser.

El reflejo de Hearts mostraba a una mujer coronada, con un manto escarlata que goteaba sangre, y ojos vacíos que no transmitían nada más que un frío abismo. El reflejo de Diaval lo mostraba encadenado, arrodillado ante un trono vacío, sus alas negras rotas y cayendo en pedazos.

Diaval desvió la mirada, pero Hearts no. Observó su reflejo durante un largo momento, enfrentando el miedo que había intentado enterrar desde que era niña.

"No somos lo que tememos," dijo en voz baja, pero con firmeza.

Extendió la mano y empujó la puerta. Esta se abrió, llevándolos a una sala que parecía estar hecha completamente de cristal. Todo brillaba con una luz propia, y en el centro, sobre un pedestal, estaba el fragmento de espejo que buscaban.

Era más pequeño de lo que habían imaginado, apenas del tamaño de una mano, pero emanaba una energía que les erizó la piel. Su superficie era perfecta, y al acercarse, pudieron ver que mostraba imágenes que no eran su reflejo: momentos del pasado, del presente, y algo que parecía el futuro.

"Este es el fragmento," dijo Diaval en voz baja, dando un paso hacia adelante.

"Espera," lo detuvo Hearts, colocando una mano en su brazo. "Esto es demasiado fácil".

Como si la torre hubiera escuchado sus palabras, las paredes comenzaron a temblar. El pedestal se hundió en el suelo, y la sala se transformó en un laberinto de espejos que se alzaron como paredes, reflejando no solo sus imágenes, sino también otras figuras que comenzaron a emerger.

"Eran ilusiones, ahora son reales," murmuró Diaval, desenfundando su daga.

Frente a ellos apareció una figura que Hearts reconoció de inmediato: Lorian, su antiguo mentor. Su rostro estaba tan vivo como lo recordaba, sus ojos oscuros llenos de reproche.

"¿Por qué me traicionaste?" preguntó Lorian, avanzando hacia ella con una expresión dura.

Al mismo tiempo, frente a Diaval apareció una mujer de cabello oscuro y ojos grises, con una sonrisa fría. "¿Cuánto tiempo más fingirás que no te importa nada? ¿Cuánto tiempo más cargarás con el peso de tus secretos, Diaval?"

Ambos retrocedieron, sus mentes luchando contra la confusión y el miedo.

"No son reales," dijo Hearts, apretando los puños. "No son reales, son pruebas".

"¿Estás segura?" murmuró Diaval, su mirada fija en la mujer que tenía delante.

Lorian se acercó aún más a Hearts, su voz ahora más grave, casi un susurro. "¿Segura, Hearts? ¿Segura de que puedes continuar sin aceptar lo que hiciste, sin enfrentar lo que realmente eres?"

Por un momento, el tiempo pareció detenerse. Hearts respiró hondo, cerró los ojos y respondió con firmeza: "Acepto lo que hice. No fue justo, no fue correcto, pero lo hice por necesidad. Lo hice porque tenía que sobrevivir. Pero eso no define quién soy ahora".

Cuando abrió los ojos, Lorian desapareció en una nube de polvo, y el fragmento de espejo volvió a materializarse frente a ellos.

Diaval hizo lo mismo, enfrentando sus propios demonios internos. "No soy perfecto, pero mi pasado no me encadena. Mi lealtad es mía y de nadie más".

La figura de la mujer se desvaneció, y la sala volvió a su estado original. Diaval se giró hacia Hearts, respirando con dificultad.

"Lo logramos," dijo ella, acercándose al pedestal y tomando el fragmento con cuidado.

Diaval asintió, observándola con una mezcla de admiración y alivio. "Lo logramos juntos".

Con el fragmento en sus manos, sabían que la siguiente etapa de su misión los acercaría más al Reloj Sin Tiempo. Pero también sabían que cada paso los llevaba más cerca del peligro, y más lejos de cualquier posibilidad de regresar intactos.


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