Ghost of the sea

Dazai nunca había sido un muchacho saludable. Desde que era pequeño, había estado frecuentemente en hospitales y con chequeos médicos. Quizá se debía al temprano abandono que sufrió por parte de sus padres, tal vez porque la genética no le había favorecido, pero mientras los demás niños huérfanos jugaban en orfanatos, él siempre se quedaba encerrado en una habitación.

Al tener que estar constantemente necesitado de una presencia médica, no era de extrañar que los encargados de cuidarle se encargasen de buscarle un tutor que tuviera conocimiento de medicina. Era extremadamente raro, pero no imposible que un médico quisiera adoptar a un niño tan enfermizo, y así había llegado ahí. Mori Ougai parecía dispuesto a cuidarle y cumplía con el único requisito que se pedía: ser un médico capaz de mantenerle con vida.

Dazai no se fiaba de él, pero nadie le había preguntado su opinión.

Tendría ocho años, pero no era tonto. Había aprendido que ni él tenía tanta suerte para que un alma caritativa cuidase de él y que nada se hace sin esperar nada a cambio.

Solo para empezar era demasiado pudiente para ser un médico normal y corriente. Había dicho que el mar y su clima le haría bien a sus pulmones (uno de sus tantos problemas médicos) y que sería mejor que se mantuviera cerca, así que vivía en una cabaña cercana al mar. Debía decir que las vistas eran hermosas, pero no podía hacer mucho más que admirarlas.

Bañarse en el mar sin el conocimiento de Mori ya le había acarreado una buena, aunque lo entendía teniendo en cuenta de que casi se ahogaba. No era como si le preocupase poder morir, pero había sufrido tanto al sentir la pérdida de aire que prefería no volver a hacerlo.

Desde entonces solo tenía permitido un paseo a menos de un kilómetro de la cabaña. De esa manera, uno de los guardias que le custodiaban podía verle o escucharle y ayudarle en caso de que algo sucediese.

Eso le permitía acercarse hasta la orilla, pero no mucho más. Podía meter los pies en el agua que iba y venía, y podía jugar en las cuevas cercanas creadas por el acantilado (al cual ni en broma podía subir), pero nunca meterse en ellas.

En uno de esos paseos le conoció.

Deambulando por las cuevas en uno de sus paseos matutinos, le llamó la atención un mechón de cabello naranja que empezaba a brillar mucho con los rayos del amanecer. Cuando se acercó, vio que se trataba de un muchacho aproximadamente de su edad, con la mitad del cuerpo en el agua y la otra mitad en la arena. Sus orejas eran muy puntiguadas, demasiado para ser normales, y en parte del rostro que podía ver había unas aberturas en la piel y lo que parecían escamas, que brillaban con el sol.

Se acercó aún más para fijarse mejor. Sus pasos en la arena eran ruidosos, pero el muchacho no se levantaba. Llegó y se agachó, tocándole con un dedo la mejilla, pero siguió sin levantarse.

Pensó que se resfriaría si seguía en el agua de esa manera, así que usando toda su fuerza (la cual, sinceramente, no era demasiada dada su mala nutrición) le tomó por los hombros y empezó a arrastrarle a la arena.

Fue entonces cuando se fijó en dos cosas: una, no era un niño normal y dos, no era buena idea sacar a alguien que parecía respirar por branquias a la superficie.

Asi que hizo el proceso contrario y le arrastró al agua. La parte buena fue que el muchacho pareció recobrar la consciencia una vez en el mar, la parte mala es que Dazai no se había dado cuenta de que más de la mitad de su cuerpo estaba en el agua para ese entonces, y una ola que vino por detrás le arrastró aún más al fondo.

Dazai solo veía azul. El azul del mar, el del cielo que empezaba a dejar ser morado, pero el más brillante era el de esos ojos que le miraron preocupado mientras se hundía más y más en un abismo de agua. Seguramente perdió la consciencia cuando unos cálidos y pequeños pero fuertes brazos le abrazaron, contrastando con el frío del agua marina.

—Por favor...

Dazai escuchó una voz aguda que susurraba a su oído, haciéndole cosquillas.

Por favor...

No podía respirar bien, así que su cuerpo automáticamente tosió para liberar su conducto respiratorio. Sus ojos se abrieron lentamente, y distinguió el mismo color azul.

—Brilla...

Extendió su mano para alcanzar una lágrima que caía de sus ojos azules. Se veía mejor si no lloraba, porque las lágrimas nublaba su color.

—¿Estás bien? —sonrió.

Sonriendo se veía mucho mejor.

—Sí... —se sentó sobre la arena—. ¿Quién...? ¿No eres...?

Se fijó en sus aletas de nuevo. Era una hermosa cola de sirena tan naranja como su pelo, como las escamas que cubrían el pequeño espacio entre sus mejillas y sus puntiagudas orejas.

—Chuuya —dijo, mirando a la arena. Ya no sonreía—. Nakahara Chuuya. Ese es mi nombre.

Dazai sentía el cuerpo helado, los pulmones aún más, pero una pequeña parte de él se sentía cálida al mirar esos ojos azules.

—Dazai —se negaba a usar el apellido de Mori, aunque el que usaba era uno ficticio—. Dazai Osamu. Ese es mi nombre.

Nunca había sido especialmente bueno con la gente —a Odasaku, su cuidador, le constaba— pero Chuuya sonrió cuando dijo algo tan simple como eso, y era lo que importaba.

—Encantado de conocerte, Dazai.

Dazai iba a decir algo, pero sus palabras quedaron atrapadas en su garganta cuando vio la calidez con la que ahora brillaban los ojos de Chuuya al mirarle.

Y para cuando quiso decir algo...

—¡Dazai!

La voz de Odasaku resonó seguramente en toda la playa. Dazai vio su silueta acercarse corriendo, y para cuando quiso dar una explicación a Chuuya, tan solo se encontró con el sonido del agua cuando algo se ha sumergido en su interior.

Así le encontró su guardián, mirando el mar como si se le hubiera caído todo lo valioso que tenía ahí dentro. No comprendía muy bien por qué, pero la calidez de su interior se había desvanecido.

Odasaku montó un escándalo en cuanto le duchó y le hizo cambiarse de ropa. Dazai había dejado de prestar atención en el momento en el que empezó a recordarle su frágil cuerpo, mirando por la ventana al mar.

—Dazai, ¿me estás...? ¿Qué tienes ahí?

Dazai le volvió a mirar. Odasaku era lo único bueno que Mori le había dado, era una buena persona y se preocupaba sinceramente por su bienestar. No creía que le fuera a hacer nada si le enseñaba lo que había recogido de la arena.

Era una escama. Odasaku la miró extrañado pero no era para menos, no sabía a quién pertenecía. ¿Qué diría si se lo contaba? ¿Le creería?

—Te puedes hacer daño con eso, Dazai, deja que...

Dazai la apretó en su puño y la acercó hacia él. No iba a dejar que la tirase, o peor, que se la diese a Mori. A saber lo que haría si se enteraba que había desobedecido de nuevo.

—Está bien, quédatela —suspiró—. Y no, no diré nada —lo dicho, el mejor—. Pero tienes que prometerme que no volverás a hacer eso. Me has tenido preocupado toda la mañana.

—¡Sí! ¡Eres el mejor, Odasaku!

Oda suspiró mientras Dazai se iba a su cuarto. Sabía que cumpliría su palabra, y por eso estaba tranquilo. Odasaku no debía pasar los veinte siquiera, pero las jugarretas que le hacía Dazai cada día le hacían parecer más mayor. Sin embargo, era con el que mejor se portaba, y por eso Mori confiaba en él.

Odasaku le trataba bien. Hasta le llamaba por el nombre que quería, y no hacía preguntas. Se encargaba de que fuese lo más feliz que pudiese dentro de esa vida, y Dazai estaba seguro de que los últimos dos años había sobrevivido por sus cuidados.

Miró de nuevo la escama y luego por la ventana. El mar seguía tranquilo, como siempre, como si no hubiera visto literalmente un ser mitológico. El más hermoso, sin embargo.

Ese día se encargó de atacar la biblioteca que Mori tenía —Odasaku estaba encantado con ello— y buscar todo lo relacionado con las sirenas. Así se enteró de que eran más bien ninfas de agua lo que llamaba «sirenas», y que lo que había visto había sido más bien un pequeño tritón. Tenían la mitad del cuerpo cubierto por escamas y cola como los peces, mientras la otra mitad era humana.

Su canto era hermoso, casi hipnótico, y decían que podía curar cualquier herida. Muchas leyendas se habían ido mezclando, sin embargo, por tanto no se sabía lo que era cierto o no.

Por tanto, Dazai fue a la cueva el día siguiente, a la misma hora. Sin embargo, Chuuya no estaba. Siguió yendo continuamente durante toda la semana, pero no volvió a aparecer.

Cuando Odasaku le preguntó y Dazai se lo contó, rio y le dijo que era imposible. Seguramente hubiera sido producto de su imaginación mientras se ahogaba.

Pese a eso, Dazai no se rindió. Siguió acudiendo cada mañana sin falta, con la escama en la mano, metida dentro su bolsillo.

A los quince días, Chuuya hizo una aparición tímida. Solo sus ojos se veían sobre el agua, y Dazai tuvo que recordar que no podía meterse al mar o tendría problemas.

—¿Por qué vienes todos los días?

—¿Me has visto? —se sorprendió—. ¿Y por qué no has aparecido hasta ahora?

Chuuya se acercó más, lentamente.

—Está prohibido.

—¿Prohibido?

—No... No puedo aparecer ante los humanos —mostró su cola—. No debería estar aquí.

—Pero estás —sonrió—. ¿No es más divertido romper las reglas?

Dazai se acercó esta vez. Sus pies descalzos se mojaron con el agua.

—No puedo meterme al agua demasiado, pero no me importa. ¿Ves? Ya estamos rompiendo los dos las reglas. ¿Ha pasado algo?

Chuuya sonrió y se acercó más. Acabaron ambos sentados en la arena del interior de la cueva. La cola de Chuuya chapoteaba con el agua del mar mientras las piernas de Dazai intentaban imitarle.

—Pareces bueno —dijo de repente Chuuya.

—¿Por qué no iba a serlo? —arqueó una ceja.

—Bueno... Los humanos suelen contar cosas horribles de nosotros... Y suelen querer nuestras escamas.

—¿Para qué iba a quererlas? —Dazai decidió callarse que tenía una escama suya en el bolsillo.

—Mi hermana dice que para venderlas, o para usarlas de trofeo. Incluso nuestras colas enteras —se cubrió con los brazos a sí mismo, como si le hubiese dado un escalofrío.

—Bueno, tú no tienes que tener miedo. Si quisiera una cola de sirena, seguramente querría una que fuese más bonita.

—¿Hah? ¿Dices que la mía no lo es?

—Es más pequeña que mis piernas.

—Pues te informo que es la mejor del reino. Ya quisieran los demás tener este bonito color.

—Eres un presumido.

—Y tú un idiota.

—¡Eh! Yo no te he insultado.

—¿Cómo que no? Me has llamado feo.

—Te he llamado enano, que es diferente.

—¿Lo ves? ¿Cómo llamas a eso entonces, un cumplido?

—Para tu información, hablar conmigo ya es suficiente cumplido.

—¿Quién es el presumido ahora?

Ambos se echaron a reír. La risa de Chuuya era incluso mejor que su sonrisa, era melódica, ligera como la brisa del mar. A Dazai le encantaba escucharla.

—¿Volverás? —dijo cuando Chuuya anunció que era muy tarde.

Chuuya asintió, pero tenían un tiempo límite. Chuuya no podía ser descubierto ahí y Dazai no podía volver muy tarde sin preocupar a Odasaku. Por tanto acordaron un horario —que establecieron cuando el sol naciera— en el cual ambos se escaparían de sus respectivos hogares para verse en esa pequeña cueva.

Chuuya le contaba las anécdotas de su reino, uno en las profundidades del mar. Le contó que había sido atacado por unos piratas (o lo más parecido a ello) y que habían intentado matarle haciéndolo pasar por un accidente. Dazai se impresionó ante ello, pero Chuuya parecía muy acostumbrado, así que no le dio más relevancia. Supuso que su mundo sería así.

Por su parte, él le contaba todo lo que sabía acerca del mundo humano. La tecnología, los coches, los aviones, y le traía diferentes frutas. Odasaku estaba más que feliz de comprarle todos los tipos diferentes de fruta, aunque impresionado por su repentino cambio en su modo de comer. A Chuuya le encantaban las naranjas, y también las galletas de chocolate, así que eso era lo que le traía más.

Dazai ni siquiera sabía cuándo había sucedido, pero el encontrarse con Chuuya cada día era ya parte de su rutina. Pasaron los meses, y cada día que pasaba seguía teniendo aún más ganas de verle al siguiente. Y así pasaron años.

Para cuando quiso saberlo, Dazai tenía ya quince años. Ya no era un niño, y tenía que empezar a enfrentarse a problemas del mundo real.

—¿Dazai? ¿Ocurre algo?

Chuuya le miró preocupado, dejando de jugar con las conchas que estaban en la arena.

Dazai no podía contarle lo que sucedía. Chuuya no sabía nada de la parte mala del mundo humano a excepción de lo que le habían contado, y Dazai no iba a ser quien le asustase. Sin embargo, sabía que no ocultarlo demasiado tiempo.

—Llevas días así. ¿Estás bien?

Chuuya sabía de su delicada salud, y siempre se preocupaba por él cuando le veía mal.

—Sí, estoy bien. Tan solo estaba pensando.

—No sabía que los humanos pensabais —sonrió con burla.

—No sabía que los peces hablaban.

—¡No soy un pez!

—Vale, perdona, eres un pez enano.

Chuuya dio un aletazo, y el agua salpicó a Dazai. Los vendajes se mojaron y cayeron un poco por su cuello.

—No entiendo por qué te pones eso.

—Tú no llevas nada, no espero que lo entiendas —rio.

—¡Es más cómodo! Pero antes no llevabas esas...

—Vendas —ayudó.

—Eso, como sea. Te oculta mucho la piel, y debería darte más el sol. Eres muy blanco para ser humano.

—¿Me lo dices tú que te pasas debajo del agua siempre?

—¡Porque no soy un humano, idiota!

El agua volvió a salpicarle y Dazai rio.

—Ahora, ¿qué te pasa? No creas que vas a cambiar de tema.

Solo había ganado tiempo.

—Chuuya, ¿te acuerdas cuando me dijiste que era buena persona?

—¿Sí?

—Bueno, pues no lo soy.

—¿Qué quieres decir? —Chuuya ladeó la cabeza.

—He... ayudado a esconder algo. Algo malo.

—¿Cómo de malo?

—Lo peor que puedas imaginar.

—¿Por qué lo has hecho?

¿Acaso tenía elección? Mori llevaba planeando su intervención desde que tenía seis años. Con quince, ya podía testificar ante un jurado todo lo que Mori quisiera que diga. Cada paciente que moría porque así lo quería estaba respaldado por el testimonio de Dazai, que casualmente siempre estaba ahí cuando daban su último aliento.

Había sido así durante el último año. Los primeros meses había sobrevivido por Chuuya, Oda y a base de heridas que se hacía a él mismo, como si se mereciera el castigo por ser cómplice. Ahora, Dazai podía decir que hasta se había acostumbrado, pero ese día había sido un chico de su edad. El hijo de una mafia importante al que Mori debía matar por orden de una mafia rival.

Era tan parecido a Chuuya que casi se echaba a llorar cuando lo vio morir.

—No tuve elección. Lo siento.

Chuuya le hizo un gesto para que el acercase. Dazai lo hizo, y el pelirrojo le acarició el rostro.

—Está bien. Yo sé que lo sientes, ¿vale? No pasa nada.

Su sonrisa siempre le había calmado. Era algo mágico.

Se dejó acariciar por Chuuya, posando su cabeza en la arena para que el tritón pudiese jugar con sus cabellos. Le encantaba hacerlo, y a Dazai siempre le relajaba.

—Chuuya —escuchó un sonido que indicaba que le prestaba su atención—. ¿Puedo pedirte un favor?

—Dime.

—¿Podrías venir hoy, por la noche? Quiero mostrarte algo.

—¿Cuando la luna esté alta? Dazai, no sé si...

—Lo sé, es arriesgado pero... —abrió los ojos para mirar los de Chuuya—. Creo que valdrá la pena.

—De acuerdo —sonrió—. Veré qué puedo hacer.

Esa noche, Dazai hizo de todo para que ni Mori ni Odasaku pudieran pensar que se había escapado. Comió toda la cena sin rechistar, tomó sus medicamentos con calma, habló con Odasaku de su día y se fue a la cama bostezando y con el pijama puesto.

Dazai nunca había sido ágil, y saltar de una ventana era lo último que a Mori se le ocurriría dejarle hacer, pero desde la altura de su habitación como mucho se rompería una pierna y eso podía curarse, aparte de que a Dazai no le interesaba ese dolor innecesario, así que no había puesto rejas en ella.

Supuso que tendría que tirar de maña y muchas películas.

—Ya sabía que planeabas algo.

Se quedó congelado en el alféizar de la ventana y miró hacia atrás, encontrándose con Oda.

—Odasaku... —sonrió—. No es lo que piensas, yo...

—¿A dónde vas a estas horas?

—¡Tengo quince años, no...!

—No eres un niño, así que dime qué haces vestido y a punto de saltar de tu ventana.

—Yo... —se sonrojó—. He conocido a alguien, ¿vale? Y...

Oda no se esperaba esa respuesta, eso seguro.

—¿Estás enamorado de alguien y no me lo has dicho? —arqueó una ceja.

—¡No es eso! —saltó al suelo.

—Claro —la sonrisa de su guardián no se borraba—. Deberías haber empezado por ahí.

Se acercó a él y le revolvió el pelo.

—Es la primera vez que no te vendas tu ojo —dijo, y Dazai ocultó con una mano la pequeña cicatriz que tenía cerca debido a una bala perdida.

Había sido solo el principio de muchas otras heridas, no necesariamente accidentales.

—Ven conmigo —sonrió Oda, y Dazai asintió.

Con su pase de seguridad, Oda podía abrir cualquier puerta, incluso la de salida. Dazai vivía literalmente encerrado en aquel lugar, y solo podía salir por esa puerta con el conocimiento de alguno de los dos. Tenía restringido incluso el acceso a la cocina, donde había objetos que «facilitaban sus autolesiones».

—Gracias, Odasaku.

Oda tan solo sonrió y le dio un pequeño golpe en el hombro.

—Pásatelo bien. Dejaré la puerta entreabierta para cuando regreses.

Dazai asintió y empezó a correr por la playa. El verano estaba terminando, y por eso hacía bastante fresco por la noche, lo que hacía que la camisa que se había puesto y los pantalones que le llegaban a la rodilla fueran insuficientes para el frío pero no le importaba.

Llegó a la cueva y miró a su alrededor. Sonrió al ver que había estado en lo cierto.

Se sentó en la roca que usualmente usaba para esperar a Chuuya, sus sandalias jugando con el agua. Cerró los ojos para poder estar atento a cualquier sonido, y entonces lo oyó.

Chuuya siempre hacía un pequeño chapoteo cuando salía del agua. Era tan leve que no se percibía si no se estaba atento.

—Has venido —sonrió.

—Pensaba que a ti tampoco...

—He tenido suerte —interrumpió, pero antes de que Chuuya se acercara más, Dazai se metió en el agua y le ofreció su mano—. Necesito que cierres los ojos.

Chuuya se sorprendió.

—¿Para qué?

—Confía en mí.

Chuuya suspiró y obedeció. Se dejó llevar por Dazai hasta la cueva, y en cuanto sintió la arena sobre las escamas de su abdomen, Dazai se detuvo.

—Bien, ya puedes abrirlos.

Chuuya volvió a obedecer, y se quedó maravillado con lo que vio. Un montón de luces volaban como pájaros por encima de ellos, a lo que Chuuya le recordó a un espectáculo de medusas. Parecían estrellas que se movían inquietas sobre el reflejo de la luna en el agua, y era hermoso.

—Son luciérnagas —dijo Dazai—. Había visto un par por aquí antes, pero por el día no se ven bien. Tenía que ser de noche.

—Es precioso, Dazai —su cola chapoteó en el agua un par de veces—. Gracias.

Las escamas de Chuuya brillaban más cuando estaba alegre, y se oscurecían cuando estaba triste. Dazai había aprendido eso a lo largo de los años. Por tanto sabía que era sincero cuando decía esas palabras, podía ver sus escamas brillan aún más con la luz de la luna y sus ojos...

Sus ojos sí que parecían estrellas.

Se sentó a su lado, mirándole embelesado mientras intentaba atrapar una luciérnaga. Al no poder levantarse de la arena, lo tenía mucho más difícil, así que Dazai decidió ayudarle, pero el pelirrojo se lo impidió.

Finalmente logró atrapar una.

—¡Mira, Dazai!

Abrió las manos un poco, acercándolas a él para que pudiera verla. Sus cabezas se juntaron para admirar el insecto que bailaba dentro de sus palmas.

—Hermoso.

—¿Verdad? Es...

Chuuya le miró con ilusión, y a juzgar por su reacción se había dado cuenta de que Dazai no miraba la luciérnaga, ni parecía estar interesado en ella.

Le miraba a él.

—¿Dazai? —la luciérnaga escapó de sus manos, y se posó encima de su cabello anaranjado—. ¿Pasa algo?

En realidad, pasaban muchas cosas. Pasaba que no podía apartar su mirada de él. Pasaba que brillaba más que las luciérnagas, no sabía si era por las escamas de sus mejillas o por la luz de la luna sobre su cabello. Su nariz rozaba su piel, podía sentir su respiración al lado de sus labios.

Posó su mano sobre su mejilla, acariciando las pocas escamas que se perdían en su cabello, y Chuuya inclinó su cabeza, persiguiendo su calidez de manera inconsciente.

Lo que pasaba era que cada día que pasaba sentía que no podía vivir sin verle.

—Lo siento —se disculpó, pero Chuuya no entendió a lo que se refería.

—¿Qué quie...?

El beso llegó antes de que pudiese terminar su pregunta.

Dazai no quiso pensar. Si Chuuya quería apartarle, estaría bien. Si decidía no volver a verle, lo entendería. Al menos, viviría con el recuerdo de aquel beso para siempre, nadie le quitaría eso. Nadie le quitaría la sensación de torbellino que inundó su interior, como si en ese momento su realidad se hubiese completado. Como si hubiese esperado una eternidad por ese beso y al fin su alma estuviese completa.

Solo cuando el aire se agotó se atrevió a mirar a Chuuya. Había cerrado los ojos, y el rojo salpicaba sus mejillas, haciendo que su piel casi combinase con sus cabellos.

Cuando sus ojos azules se abrieron, supo que eso era lo último que quería ver cada noche y lo primero que desearía ver cada mañana. Incluso si significaba estar encerrado de por vida en aquella cueva.

—Te quiero.

Nunca había dicho esas dos palabras. Se sintieron raras en sus labios pero a la vez naturales, como si fuesen dichas todos los días. Como si ya se lo hubiese dicho a Chuuya más de una vez.

Sin embargo, los ojos azules de Chuuya se llenaron de lágrimas, como si tratase de ser un reflejo del mar que estaba a su espalda.

—No digas eso. No está bien. Yo...

Agachó la cabeza y Dazai tan solo pudo mirarle con confusión. Esperaba un «yo no, lo siento» o un «estoy enamorado de alguien más». No se esperó que dijera que estaba mal, como si Dazai hubiese dicho que iba a matar a alguien.

—¿Chuuya...?

—Es mi culpa... Lo siento, de verdad que lo siento.

Las lágrimas no dejaban de caer, y Dazai las limpió con sus manos, intentando ser lo más delicado posible. Chuuya se aferró a su camisa y siguió llorando.

—¿Por qué me dices esto ahora...? ¿Por qué...?

—Chuuya, yo...

Ni siquiera sabía qué decir. ¿Debía explicarle que no sabía siquiera cuándo se había enamorado de él? ¿Sería estúpido decirle que era la razón por la que se levantaba cada mañana? ¿Era una idiotez hacerle saber que solo él llenaba ese vacío en su alma?

—No debiste haberlo hecho —murmuró contra el tramo descubierto en su cuello que había entre sus vendajes y su mentón—. No debiste haberte enamorado de mí.

Sus palabras eran tan amargas que hacía que fuera casi imposible respirar.

—Sé que tú no...

Iba a decirle que sabía bien lo que había arriesgado y que asumía la derrota, pero entonces sintió los labios de Chuuya con los suyos. Se sorprendió, pero pronto enredó la mano en sus rizos naranjas, acercándole más a él.

Cada vez que cortaban el beso, Chuuya empezaba otro nuevo, una y otra vez, besos con sabor a sal por las lágrimas de Chuuya y su constante contacto con el mar. A Dazai no le importaba, solo le dolían las lágrimas que no parecían dejar de salir de sus ojos azules.

—Es la última vez.

Es lo que dijo cuando volvieron a cortar un beso.

—¿A qué te refieres? —preguntó por primera vez en la noche.

—Te dije que estaba prohibido —Chuuya le colocó un mechón de cabello detrás de su oreja con una sonrisa triste—. Muchas veces quise irme antes, hacer que me odiaras, así sería más fácil. Pero no podía.

—Chuuya, no me importa lo que...

—No lo entiendes —interrumpió—. Esto es una traición a mi reino. Como príncipe, no puedo ser perdonado.

—Nadie tiene que saberlo. No...

—Hace mucho tiempo, un humano enamoró a una de las nuestras para robarle sus escamas. Son mágicas, ¿sabes? Pueden curar cualquier enfermedad, por eso todos las quieren.

Dazai apretó contra sí el colgante que escondía en su pecho. La escama de Chuuya colgaba de un pequeño hilo alrededor de su cuello, por encima de sus vendas.

—Tú tienes una, ¿verdad? Desde que nos conocimos la tienes —rio al ver la sorpresa de Dazai—. Es mía, ¿creías que no lo sabía? Decidí dejártela, porque parecías muy enfermo cuando nos conocimos.

—¿Es por eso que no me he vuelto a enfermar?

Dazai lo había achacado a que la presencia de Chuuya le había revitalizado de alguna manera y a sus mejores hábitos, pero había sido raro que, dado sus problemas respiratorios, no hubiese tenido ni un resfriado en todos esos años.

—Sí. Una de mis escamas es muy valiosa, porque es de la realeza —suspiró—. Pero también tiene su parte mala.

—¿Su parte mala?

—Mi hermana me ha ayudado a ocultarlo todo este tiempo, pero ahora ya es imposible —le mostró su brazo derecho. Había una gran marca roja que antes no estaba—. Si uno de los nuestros besa a un humano, su piel queda marcada. Es la señal de que soy un traidor. Desde que aquella sirena murió, se aplica un hechizo a todos desde que nacemos para que no vuelva a suceder.

—Eso quiere decir que...

—Desde que me besaste, estuve condenado. Lo siento. Nunca debí regresar, ahora solo... Solo te va a hacer sufrir.

Dazai le abrazó. Le abrazó con fuerza, pero sentía que Chuuya era mucho más ligero que antes.

—No regreses. Quédate aquí conmigo por siempre.

—No sirve de nada, Dazai —una vez más, sollozó. Solo que esta vez Dazai le acompañaba con sus propias lágrimas—. Supongo que te has dado cuenta.

Sacó su aleta del agua y Dazai sintió el nudo de su garganta hacerse mayor. Lentamente, las escamas se iban desintegrando en espuma que caía al mar que se la llevaba con él, como si siempre hubiese pertenecido ahí.

—Este es el castigo para los traidores.

—Lo siento, Chuuya —le abrazó con aún más fuerza, sollozando contra su piel—. Yo...

—No podías saberlo, pero al menos... Me alegra saber que tú sientes lo mismo. Aunque no podamos estar juntos.

Chuuya le hizo separarse para que le viese a los ojos.

—Te quiero. Recuérdalo, ¿vale?

Chuuya le volvió a besar. Dazai solo deseó que ese momento se parase, que su cuerpo dejase de sentirse tan ligero, que sus escamas dejasen de desaparecer.

Tan solo quería verle una vez más. Solo eso. ¿Era tan cruel la vida que le iba a robar lo único valioso que tenía?

La espuma empezó a llegar a su torso, y no había nada que hacer. Su cuerpo se consumiría y el tiempo no daba lugar a ninguna tregua.

—Promete que me recordarás —dijo, sus manos tomando su rostro. Cada vez era más transparente.

—¿Cómo pretendes que...?

—Prométeme que me recordarás con una sonrisa. Y que intentarás ser feliz.

—Chuuya, no...

—Prométeme que vivirás, Dazai.

—No puedo, yo...

No puedo vivir sin ti.

Si lo haces, quizá nos encontremos de nuevo. En otro mundo, quizá con otro aspecto, con otra vida, pero puede que nos encontremos y... —sonrió. Pero esta vez, su sonrisa era dulce y contrastaba contra sus amargas lágrimas—. Puede que seamos felices.

Aquella promesa de felicidad no era ni mucho menos real. Dazai lo sabía. Pero en el fondo de su corazón, deseó que lo fuera.

—Te lo prometo. Te lo prometo, Chuuya.

Su cuerpo se desvaneció en el último beso, y Dazai quedó solo. Solo con espuma y el eco de un susurro contra sus labios.

Encontrémonos una vez más... En otra vida.



¡Hola!

Vaya, ese final ha sido escrito intensamente. Bueno, desde ya voy anunciando que los capítulos serán posiblemente largos y más que seguro así de angst. ¡Pero eh, habrá fluff, lo prometo!

Bueno, siempre me ha interesado la dinámica de los Soulmates y quería hacer un fic en algún momento. ¿Y no he dicho ya que me encantan los 5+1 times? Los ingredientes perfectos para mí.

Está inspirado (un poquito) en la canción Ghost of the sea (Umi no yuurei), específicamente el cover de Soraru. Es la canción de arriba :)

¡Espero que os haya gustado! Nos vemos ;)

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top