-ˢᵉᵛᵉⁿ
—ˢᵉᵃˢᵒⁿ ¹ / ᴱᵖⁱˢᵒᵈᵉ ⁷
¿ ᴬⁿ ᵃˡˡʸ ?
El primer rayo del amanecer se coló por las pequeñas rendijas de mi celda, iluminando el suelo cubierto de tierra y polvo. La tormenta había pasado, pero el frío persistía, mordiéndome los huesos. No había dormido. No podía. La conversación con Lexa seguía rondando en mi cabeza, junto con los recuerdos de Bellamy y el beso que habíamos compartido antes de todo esto.
Un fuerte golpe en la puerta interrumpió mis pensamientos. Un guardia abrió, con su semblante serio como siempre. Antes de que pudiera decir algo, Anya apareció detrás de él, imponente, con sus ojos clavados en los míos.
―Levántate― ordenó.
No discutí. Sabía que no serviría de nada. Me puse de pie, sintiendo el peso de las cadenas que aún ataban mis muñecas. Anya hizo un gesto y los guardias me escoltaron fuera de la celda. El aire fresco de la mañana me golpeó la cara, pero no fue tan reconfortante como esperaba.
La aldea estaba más grande de lo que imaginé. Las cabañas de madera estaban distribuidas alrededor de una plaza central, donde una enorme fogata aún ardía, enviando humo al cielo despejado. Guerreros y aldeanos se movían por todas partes, algunos cargando armas, otros llevando suministros. Pero lo que más llamó mi atención fue lo que Anya quiso mostrarme.
Me llevó a un poste de madera que se erguía en el centro de la aldea. Colgando de él había un hombre, amarrado con gruesas cuerdas, cubierto de cortes y moretones. Su respiración era débil, y un charco de sangre se acumulaba bajo él. Mi estómago se revolvió.
―Este es el destino de los traidores― dijo Anya, con una voz fría y carente de emoción. ―Aquellos que desafían nuestras reglas, o que traen el caos a nuestra gente, no tienen cabida aquí.
―¿Qué hizo?― pregunté, aunque no estaba segura de querer saber la respuesta.
―No importa lo que hizo― respondió Anya, girándose hacia mí. ―Lo que importa es que entiendas que aquí no hay lugar para la debilidad.
No respondí. ¿Qué podría decir? Sentía la mirada de los aldeanos sobre mí. Algunos murmuraban entre ellos, claramente desconfiando de mi presencia. Otros me lanzaban miradas de odio, como si mi sola existencia fuera una amenaza para ellos.
―No soy una amenaza para ustedes― dije, alzando la voz para que todos me escucharan.
Anya rio suavemente, aunque no con alegría. ―Eso no lo decides tú― dijo.
Seguimos caminando, pasando por grupos de guerreros que entrenaban con espadas y arcos. Me llamó la atención la disciplina con la que se movían, la precisión de cada golpe. Incluso los niños estaban allí, practicando con arcos más pequeños, sus rostros serios y concentrados.
Fue uno de esos niños quien se me acercó. Tendría unos ocho años, con el cabello oscuro y los ojos grandes y curiosos. En sus manos llevaba un cuenco de madera lleno de algo que parecía avena. Lo levantó hacia mí, como una ofrenda.
―Toma― dijo en un susurro, evitando mirar directamente a Anya.
Parpadeé, sorprendida por su gesto. Miré a Anya, esperando su reacción, pero ella simplemente observó, sin intervenir. Acepté el cuenco con cuidado, asintiendo en agradecimiento al niño.
―Gracias― murmuré.
El niño sonrió tímidamente antes de volver corriendo al grupo de niños que entrenaban.
―La compasión es rara aquí― comentó Anya, su tono neutral. ―No la desperdicies.
―¿Por qué me muestras todo esto?― pregunté finalmente, deteniéndome y girándome hacia ella.
―Porque quiero que entiendas nuestra forma de vida― respondió. ―Si quieres sobrevivir aquí, debes adaptarte. De lo contrario, acabarás como el hombre en el poste.
―No puedo ser como ustedes― dije, mi voz firme.
Anya me miró en silencio por un momento antes de acercarse más. ―Veremos cuánto dura tu resistencia― dijo, antes de girarse y alejarse, dejándome sola en medio de la aldea, con las miradas de los aldeanos aún pesando sobre mí.
Miré el cuenco en mis manos, sintiendo una mezcla de gratitud y desesperación. No sabía cuánto tiempo podría soportar esto, pero una cosa era segura no iba a dejar que me quebraran.
Nunca había montado a caballo en mi vida. Cuando Anya, la comandante, señaló uno de los enormes animales con un movimiento brusco, sentí cómo el sudor frío se acumulaba en mis palmas. Los caballos eran magníficos, de pelajes oscuros y músculos marcados, pero no podía evitar sentir que era una broma cruel que me obligaran a subir a uno.
―¿Algún problema?― preguntó Lexa, que parecía haber notado mi nerviosismo.
Su tono era tranquilo, pero sus ojos reflejaban algo parecido a una burla contenida. Respiré hondo, tratando de mantener la compostura. ―No― mentí.
Un guardia me empujó hacia el caballo, y con más torpeza de la que quería admitir, logré montarlo. La silla era dura, y las riendas de cuero áspero raspaban mis manos. Lexa pasó junto a mí, montando con una elegancia casi irritante.
―Sujétate fuerte― dijo, sin mirarme.
El grupo comenzó a avanzar, y al principio pensé que caería de inmediato. Cada paso del caballo me sacudía de un lado a otro, y mis músculos, poco acostumbrados a este tipo de esfuerzo, comenzaron a doler rápidamente.
Anya lideraba el grupo, su postura erguida y su mirada fija en el horizonte. A pesar de su autoridad, había algo en ella que me hacía sentir menos… diminuta. No era solo su presencia imponente, sino la forma en que miraba a los demás, como si siempre estuviera evaluándolos.
―No estás acostumbrada a esto, ¿verdad?― preguntó, reduciendo el paso para cabalgar junto a mí.
―¿A montar a caballo o a ser secuestrada?― respondí con un sarcasmo que no pude evitar.
Anya dejó escapar una risa breve, como si no esperara mi respuesta. ―A ambas, probablemente― dijo.
Su tono era menos severo de lo que esperaba, y por un momento, casi olvidé que estaba hablando con la mujer que había ordenado mantenerme encadenada.
MIENTRAS TANTO CON LOS CIEN
El campamento estaba sumido en el caos. La reciente recuperación de Octavia, aunque debería haber sido motivo de alivio, apenas había mitigado la tensión. La ausencia de Alessia pesaba como una sombra sobre todos, especialmente sobre Bellamy. Caminaba de un lado a otro cerca del límite del campamento, con los puños apretados y la mirada perdida. Clarke lo observaba desde lejos, sabiendo que cualquier intento de calmarlo podría resultar inútil, pero aun así decidió intentarlo.
Se acercó con cautela. ―Bellamy, no podemos hacer nada si pierdes el control― dijo con voz firme, deteniéndose justo frente a él.
―¿No entiendes?― respondió él, girándose bruscamente hacia ella. ―Alessia está allá afuera, sola, y ni siquiera sabemos si está... viva. No puedo quedarme aquí sin hacer nada.
Clarke sostuvo su mirada. ―Lo entiendo. Pero si sales al bosque sin un plan, podrías terminar igual que ella o peor. Necesitamos pensar.
Bellamy dejó escapar un gruñido frustrado, apartando la vista. Su corazón latía con fuerza; cada segundo que pasaba sin encontrar a Alessia lo hacía sentirse más impotente.
Eyy ¿¿como están??, les gusta el rumbo que está tomando la historia 😛
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Hasta la próxima 🌸 🌸
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