━━𝟎𝟕

Usopp no parecía estar muy convencido.

—¿Puedo preguntar al menos para qué es? —Dijo.

Chopper se lo contó todo, incluyendo lo que Erial les había advertido. Eso, lejos de aclararle las dudas, le hizo tener todavía más. Por no mencionar el terror que se había instalado hasta lo más hondo de sus entrañas.

Tragó saliva y dio un breve vistazo a Erial, que estaba un poco más allá.

Aún así, Usopp decidió colaborar, todo lo que hiciese falta para poder estar tranquilos en el Sunny.

Si es que había alguna remota posibilidad de estar tranquilos a esas alturas.

Desapareció unos cuantos segundos, antes de reaparecer con una caña de pescar en la mano, mientras preparaba el sedal y el anzuelo. A la par, Zoro bajó del observatorio para recoger las últimas pesas que quedaban en la cubierta y los vio. Frunció el ceño, recogió las pesas y se dispuso a subir por donde no era. A medio camino se detuvo, dejó una pesa en el suelo y se frotó la nuca. Estaba visiblemente confundido.

Erial le vio desde cierta distancia, aún bajo el árbol de la cubierta. Se había puesto más a la vista, ya que quería estar atenta al momento en el que fuesen a probar el experimento de Chopper.

Hasta ella estaba confundida. ¿Qué estaba haciendo?

Ni Luffy, ni Usopp, ni Chopper se dieron cuenta, ya que estaban distraídos hablando. Law se había quedado bajo el árbol, y junto con ella, eran los dos únicos que estaban viendo al espadachín actuar de esa manera. Solo que a Law parecía no importarle mucho.

Zoro volvió a coger la pesa y bajó por las escaleras de vuelta a la cubierta. Pasó por delante del árbol y subió por las escaleras que estaban al otro lado, que conducían al mismo sitio del que venía. Erial le siguió con la mirada y le vio detenerse a cuatro o cinco escalones de haber empezado a subir. Una vez más, volvió a bajar para pisar la hierba.

Se quedó pensativo, antes de volver a pasar por delante del árbol. Erial volvió a seguirle con la mirada. ¿Era remotamente posible... que no supiera por dónde tenía que subir? Lo descartó sin dudarlo. Estaba en su barco al fin y al cabo. Se suponía que él debía conocerlo mucho mejor que ella, evidentemente.

Por otra parte, estaba dando la imagen contraria. Erial paso a observarle como si quisiera traspasar sus pensamientos al chico del pelo verde. Miraba al palo del mástil, le miraba a él. Al observatorio se iba por ahí... ¿Por qué no subía?

—Oi, erm... Zoro —le llamó—. Por la escalera del mástil.

El espadachín se dio la vuelta y la miró. Erial se quedó cortada de golpe. Era la cuarta vez que Zoro pasaba por delante del árbol y no había podido evitarlo. Su llamada de atención le había salido del alma, casi por sí sola.

Volvió a entrelazar los dedos con nerviosismo.

Le acababa de tratar como a un idiota. Pues claro que sabía por dónde era. Era su barco, ¿cómo no?

Maldita sea.

Acababa de sepultar su relación con Zoro. Ahora sí que la había hecho buena. Darle indicaciones a él precisamente a bordo de su propio barco... ¿En qué estaba pensando...?

Por su parte, Zoro se sonrojó ligeramente. Chasqueó la lengua y se giró un poco. Erial se sentía demasiado abochornada como para darse cuenta de que él no se lo había tomado como ella se esperaba.

Zoro masculló algo que Erial no alcanzó a entender del todo, y que por algún motivo le sonaba a agradecimiento y amenaza a partes iguales. A la chica le subió una congoja terrible desde el estómago, y Zoro esperó unos segundos antes de caminar por fin hacia el mástil. Parecía estar intentando dar la impresión de haber sabido desde el principio por dónde tenía que ir sin que Erial se lo dijera, aunque no lo había conseguido. Al final, había quedado tan mal como justamente trataba de evitar: Erial le había tenido que indicar la dirección. Erial, una extraña, indicándole la dirección en su propio barco.

Cuando ella se percató, no pudo remediar enarcar una ceja. Eso la relajó un poco. Su intuición, acabó por ser correcta. De primeras, le pareció de broma. ¿En serio? ¿Zoro se había perdido en el Sunny? ¿Era posible que alguien se orientase tan mal?

No se imaginaba la vergüenza que tuvo que suponerle.

—Lánzalo por allí —escuchó pedir a Chopper.

Sus ojos giraron hacia Chopper, Luffy y Usopp, caminando hacia la barandilla. Eso la distrajo de pensar en qué tal vez sí ayudó a Zoro, pero no sabía qué era peor. Si la posibilidad de haberlo tratado como a un idiota, o la vergüenza que le habría hecho pasar.

Usopp se dispuso a lanzar el anzuelo, apuntando en dirección a un montón de peces que estaban juntos. Erial se puso en pie para ir a verlo, y Law la siguió. A él todo aquello le interesaba también, incluso por razones más allá de las obvias.

El anzuelo rozó a varios peces antes de engancharse definitivamente en uno de ellos. Erial agudizó la vista. Quizás se había equivocado, no pasaba nada.

Luffy observaba todo subido a la barandilla, en cuclillas, con ojos enormes.

Se sumieron en un silencio más tenso que tranquilo, esperando a que lo que fuese a pasar diese algún indicio de aparecer.

Lo que no sabían era que ya estaba pasando, y no se habían dado cuenta todavía. Un ácido espeso, de un color púrpura apagado se estaba comiendo el anzuelo, disolviéndolo en el agua como una pastilla efervescente. La calma de ver que nada pasaba les duró lo suficiente para que Erial creyera que no pasaba nada, y lo suficiente para hacerla estremecerse cuando vio que se equivocaba.

Usopp dejó salir un breve gemido de sorpresa antes de apretar los dientes e intentar recoger el sedal. Por el camino, el sedal se partió y de no ser por Erial, el francotirador no se habría dado cuenta de lo que traía consigo.

El ácido partió el sedal y derritió el anzuelo, pero estaba trepando por el sedal restante. Como la mecha de un explosivo, el hilo se fue consumiendo tan deprisa que no daba tiempo a ponerle remedio.

Usopp trató de soltar más sedal para retrasarlo, en auténtico estado de pánico. Erial lo vio claro, y la actitud del tirador le pareció contraproducente. No iba a arreglar nada.

Le arrebató la caña de las manos y con la misma rapidez, la tiró al mar.

—¡OI! —Exclamó Usopp.

No dijo nada más.

Poco después de lanzar la caña al mar, ésta empezó a sucumbir a los efectos de la sustancia. Luffy pestañeó unas cuantas veces, y Chopper observaba sin decir nada. Por lo que parecía, el ácido había trepado rápidamente por el sedal y había llegado a tocar la madera de la caña en algún momento en mitad del pánico de Usopp. Ella se había dado cuenta de que el artilugio estaba sentenciado desde ese mismo momento.

Cualquier cosa que tocara ese fluido, sin tener lo que lo contrarrestaba, estaba abocada a perecer en él.

El rostro de Usopp fue sufriendo una metamorfosis desde la perplejidad al terror absoluto, y emitía ruiditos nerviosos.

—Erial, tenías razón —dijo Chopper.

Ojalá hubiera tenido razón en otra cosa.

Nada en el semblante de la chica cambió, aunque por dentro se sentía como si tuviera las entrañas patas arriba. No dejaba de pensar en las posibilidades que podían existir de encontrar peces como los que ella conocía, en lo que creía ser un lugar tan lejano.

—¿Y ahora qué...? —Murmuró Usopp, con un hilillo de voz.

A Chopper también le dio escalofríos la situación. Sin embargo, se obligó a mantener la calma y a no sacar conclusiones precipitadas.

—No podemos subirlos a bordo, así que sacaré una muestra del agua. Espero conseguir algo con ella.

—Es lo más probable.

La voz de Law sobresaltó a todos. Ninguno sabía en qué momento se había puesto detrás de ellos.

A Erial le despertó cierta incomodidad. Tanto sigilo se le hacía demasiado parecido a Fantasma, y odiaba que se presentase tan de golpe. Su corazón, con esa cosa que le pasaba, no estaba para sufrir sustos a menudo.

Brevemente, sus ojos chocaron con el frío acero de los ojos de Law. Enmarcados bajo la sombra de su gorra de piel, brillaban casi con más intensidad.

La chica apartó la mirada, pero Law no lo hizo enseguida. De nuevo, tenía un dato sobre ella. Y, por algún motivo, ese dato no le conducía a ninguna parte. No podía deducir nada, ni teorizar nada.

Los dos datos que tenía, eran cosas completamente desconocidas para él.

Por ello, entre otras cosas, estaba interesado en los resultados que Chopper pudiera sacar de su experimento. Según lo que encontrasen, quizás, pudiera averiguar algo que por ahora se le escurría entre los dedos. Aunque en realidad, tampoco lo tenía garantizado.

Resopló.

Erial también.

Law la escuchó hacerlo. ¿Le estaba imitando?

En realidad era pereza. Erial le había visto, y se pasaba la vida entre miradas raras y resoplidos. No acababa de tener claro qué era lo que pensaba... ni por qué a ella debía importarle en lo más mínimo.

Chopper corrió hacia el consultorio, y volvió poco después con un fino tubo de cristal y un trozo largo de hilo. El reno dijo cómo se llamaba ese chisme, pero a Erial se le olvidó en el mismo instante en el que le escuchó decirlo.

Enrolló el hilo alrededor del tubo, y le dijo a Usopp que lo bajara hasta el agua.

Usopp había cambiado de opinión al ver cómo la caña de pescar había desaparecido ante sus ojos, y esquivó el tema con evasivas. Law enarcó una ceja y Luffy se ofreció a hacerlo por él, pero el doctor se negó.

No era buen plan fiarse de Luffy para algo tan delicado.

—¿Puedo hacerlo? —Preguntó Erial.

Chopper se alegró. Cualquier opción era mejor que Luffy. Al menos, ella iría con más cuidado, pues sabía los riesgos que había mejor que ninguno de ellos.

—¿Por qué ella sí y yo no? —Preguntó Luffy.

—¿Hay que explicarlo acaso? —Dijo Law—. Si no lo tiras de cualquier manera, te las arreglarás para subirnos el ácido a bordo.

Luffy gruñó, pero ninguno de los presentes le hizo caso.

El reno le dio el tubito con el hilo fuertemente atado. Erial tomó el otro extremo del hilo, y todos esperaron pacientemente a que lo usase para bajar cuidadosamente a recoger una muestra.

Sin embargo, los planes de Erial no eran los mismos. Con el hilo sujeto, lanzó el tubo de cristal al agua de golpe, como si fuese un anzuelo de pesca cualquiera.

Usopp perdió el equilibrio y se cayó al suelo. Lo mismo le pasó a Chopper. Cuando se volvieron a poner en pie, parecían querer recriminarle todos a la vez.

—¡OI, ASÍ NO! —Le reprochó Law.

—Lo ha tirado de cualquier manera —protestó Luffy, sin poder recalcar sus quejas anteriores.

—¡Eres el menos indicado para decir eso! —Chilló Chopper.

Lo que menos esperaban era que Erial resultase tener el mismo tacto que Luffy, o incluso menos.

Ella no le dio ninguna importancia a sus comentarios, tiró del hilo de golpe y subió la muestra, salpicando por el camino.

Usopp chilló.

—¡Se romperá el hilo así! —Le advirtió.

Afortunadamente, no lo hizo. Erial tomó el frasco en sus manos para dárselo a Chopper, y sin inmutarse mucho, se metió las manos en los bolsillos del pantalón.

—Es que no soporto esperar.

De nuevo casi pierden el equilibrio. Usopp bajó la cabeza, entre aliviado y cansado.

 —Tenías que habernos dicho antes que tenías tan poca paciencia... —dijo.

Erial acompañó a Chopper al consultorio, y Law fue con ellos por si servía de ayuda. Además, estaba aburrido. Y ese interés secreto también ayudaba.

No supo por qué, también observar a la chica, incluso incordiarla, le entretenía más de lo que se esperaba.

Ya con la muestra, Chopper preparó un montón de cacharros que Erial nunca había visto antes. Todos eran de cristal, perfectamente limpios. Cada uno tenía una forma, una altura y una consistencia aparentemente diferente.

Erial observó al reno concentrarse en lo que para ella fue un desfile de cambiar cosas constantemente de lugar encima de la mesa.

A Law le causaba fascinación la propia fascinación de la chica por todo. Daba una imagen muy resuelta y madura, pero esos momentos la confundían con una niña pequeña aprendiendo a usar los cubiertos. Era un contraste tan grande, que Law no podía evitar aumentar las sospechas que tenía. Por llamarlas de alguna manera.

En la madera de la puerta se escuchó el sonido de los nudillos de alguien. Chopper lo invitó a entrar, y poco después descubrieron que era Sanji, con varias bandejas entre manos.

Al parecer le comentaron que iban a estudiar la muestra de inmediato, por lo que se quedarían en el consultorio durante la hora de comer.

Sanji les dejó un menú a cada uno.

A Chopper le dejó una especie de menestra de verduras y un caldo que olía estupendamente encima de un taburete.

A Law le dejó algo que parecía arroz, pero Erial no alcanzó a verlo.

Para ella, era como un combinado de todo lo anterior. Arroz, verduras, un caldo aparte y una tortilla tan amarilla y tan bien cocinada que era hasta artística. Daba más lástima comerla que hambre.

—Gracias, Sanji —dijo Chopper, sin despistarse de lo que estaba haciendo.

—Gracias —dijo Erial.

Law se limitó a emitir un sonido, y ya.

Qué chico tan expresivo.

—No se merecen, Erial-chan —le dijo Sanji, cariñosamente.

El trato del cocinero la hacía sentir muy bien. La ablandaba, y le cambiaba incluso la cara, aunque ella no se daba ni cuenta. Law se la quedó mirando después de que el cocinero se fuera, preguntándose por qué se comportaba así con Sanji, o incluso con Chopper. ¿Qué tenía él que no lograba acercarse lo suficiente?

Una vez con todo listo, Chopper se puso manos a la obra con la muestra.

Primero la colocó sobre unas piezas de cristal finas, como láminas. Las observó con un cachivache que tal vez dijo cómo se llamaba, pero que Erial ya había olvidado.

En otros recipientes preparó algunos líquidos y mientras comía, la chica no se perdía ni un detalle.

La mirada de Law se debatía entre el procedimiento del reno y los enormes ojos de la chica de negro. Los artilugios de Chopper no eran tan espectaculares, para él, no eran más que utensilios de lo más básico y corriente. Sin embargo, Erial lo miraba todo como si acabase de ver a un ángel bajar del cielo.

Si le enseñara todo lo que tenía en su submarino... pensó que podría provocarle un desmayo.

Erial no quitaba ojo. No entendía nada, y evitó por todos los medios hacer preguntas. Se moría por hacerlas, pero no quería hablar más de la cuenta.

Se quedó mirando a Chopper extasiada, hasta que la voz de Law sonó al otro lado del consultorio.

—Son de cristal, por si tenías dudas.

Erial tardó unos segundos en entenderlo. No le devolvió la mirada enseguida y cuando lo hizo, por mucho que los ojos del cirujano pudieran ser intimidantes, dejaron de serlo por completo.

Mordió el tenedor ligeramente y guardó silencio como respuesta, aunque tuvo más ganas de agarrar cualquiera de esos frascos y lanzárselo directo a la cabeza. ¿Tan estúpida se creía que era?

Bueno...

Lo cierto era que no. Law no pensaba ni mucho menos así de ella. Sin embargo...

Sus intentos de acercamiento, de intentar averiguar algo, dejaban mucho que desear.

Law no añadió nada más, y siguió comiendo en silencio hasta que Chopper habló en cierto momento.

Los dos prácticamente lo agradecieron como un regalo. No habían dejado de mirarse de reojo en medio de un silencio incómodo.

—Es muy raro —dijo el pequeño reno.

—¿En qué sentido? —Preguntó Law.

Chopper se quedó en silencio unos segundos, tratando de encontrar la mejor manera de explicarlo.

—He visto cosas similares a esta pero, al mismo tiempo... esto no se parece a ninguna de ellas.

Law frunció el ceño. Erial estaba intrigada.

El chico moreno se acercó para verlo por sí mismo. Mientras tanto, Erial se limitó a observar y a disfrutar del menú de Sanji. El poco tiempo que llevaba allí, y ya había comido mejor que en toda su vida. Y eso por no hablar del trato que tenía, lo que le causaba emociones contradictorias.

Por un lado, se sentía muy feliz y agradecida. Por otra parte... quería marcharse cuanto antes para no involucrarlos en nada, y que se portasen con ella cada vez mejor lo complicaba. Tenía pensado irse sin despedirse, y se sentiría terriblemente culpable.

Pero debía hacerlo si no quería meterlos en problemas, pensó con tristeza. Sus problemas eran suyos. Siempre lo creyó. O casi siempre.

—Pienso que es posible que encuentre algo en la biblioteca sobre esto —dijo el reno. Erial salió de sus pensamientos—. Quiero pensar que estoy pasando algo por alto.

Law se limitó a asentir.

Chopper bajó del taburete de un salto, abrió la puerta del consultorio y los dejó solos.

De primeras la chica no se había percatado, ya que cada uno estaba a lo suyo. Se apartó la bandeja de encima, triste por haber terminado ya lo que Sanji le cocinó. Se sacudió las manos, lo que llamó la atención del cirujano.

Los dos se miraron unos momentos, como si quisieran decir algo y, o bien no sé atrevieran, o bien no encontrasen las palabras adecuadas.

Dejaron de mirarse y Law regresó a mirar las muestras. A Erial se le hizo demasiado incómodo todo eso.

Llegado cierto punto, no lo soportó más y decidió salir en busca del reno. Empezó a darle vueltas a lo sucedido, y creyó que era mejor correr un tupido velo. Qué situación más extraña.

Caminó por la cubierta y escuchó la característica voz del doctor de los mugiwara saliendo de una de las puertas abiertas. Erial siguió el sonido, subió unas escaleras y acabó de abrir la puerta para curiosear.

No debería estar haciendo eso, tal vez. Sin embargo, necesitaba escapar de la atmósfera incómoda que se había construido en el consultorio. El chico de los ojos grises era confuso en todos los sentidos. Tal vez ella lo fuera también, pero...

Cuando abrió la puerta, se quedó fascinada. Se encontró con una sala circular con las paredes forradas de estantes. Cada uno, tenía libros de todos los grosores, tamaños y colores. Todos perfectamente ordenados.

La luz del exterior entraba por una ventana redonda, iluminando a Nami, que estaba haciendo algo sobre una enorme mesa de madera.

—¡Erial! ¡No seas tímida! ¡Pasa! —Le instó la pelirroja.

No tardó en obedecer. Al otro lado, Chopper estaba subido a una escalera de mano, concentrado en su propia tarea.

Erial se paseó por la habitación. Sus ojos verdes recorrieron cada estante, cada volumen. Había de todo. Medicina, navegación, novelas, cartografía, manuales de construcción...

A Erial le daba la impresión de que cualquier cosa que pudiera imaginarse, la encontraría allí.

Fue caminando, hasta que estuvo lo suficientemente cerca del escritorio de la navegante.

Se fijó en que estaba dibujando un mapa con un artilugio muy fino y elegante. Se fijó en los trazos, en su precisión, en cada detalle, preguntándose para qué estaría haciéndolo. Solo de imaginar la paciencia que necesitaba para hacer todo eso...

Observó también los libros de climatología que tenía esparcidos, algunos abiertos, otros no.

Se quedó mirándola mucho más tiempo del que ella quería.

Se topó con los ojos de Nami de golpe, y se sobresaltó. Dio un respingo y se puso en tensión, exhibiendo las palmas de las manos y sin saber adónde mirar.

—O-o-i, lo siento. No debía... —"cotillear". No logró terminar la frase.

Nami solo se rió e hizo un movimiento con la mano, restándole importancia.

—No me molestas, puedes mirar lo que quieras —le dijo, con una sonrisa.

—Ahm... vale, perdón —respondió Erial.

—No te disculpes tanto, mujer —le dijo Nami.

Erial abrió la boca, posiblemente para pedir perdón una tercera vez, pero supo detenerlo a tiempo.

De fondo, Chopper pasaba las páginas de un libro frenéticamente. Refunfuñó varias veces, y Erial se le quedó mirando.

¿Qué buscaría?

A decir verdad, tampoco podía ayudarle mucho. Empezaba a molestarle genuinamente ser tan ignorante.

Nami recargó la plumilla de tinta y siguió a lo suyo. El tintineo del cristal del frasco se escuchó a la par.

¿Qué podía hacer ella allí? No se había detenido a pensarlo, y mirar a Nami insistentemente no le parecía un buen plan a largo plazo. Aunque le dijera que no molestaba, a ella no le daba la misma impresión.

Mirar libros... le sabía mal, no eran suyos. Aunque le trajo ciertos recuerdos. Eso de cotillear en estantes ajenos... no era la primera vez que lo hacía.

Cualquier cosa parecía mejor alternativa que volver al consultorio con el cirujano. Posiblemente, trataría de sonsacarle información de nuevo en cuanto estuviesen a solas. Quizás eso era realmente lo que más incómoda le ponía.

—Tal vez esto... hmmm... puede ser —musitó Chopper.

Bajó de un salto de la escalera.

—Oh, Erial, pensaba que seguías allí —le dijo. Ni se había dado cuenta... pues sí que estaba concentrado...—. Tengo que volver a bajar, creo que he encontrado algo en este libro.

Realmente le interesaba saber sobre eso, cuánto más mejor. Podría despejarle dudas, darle pistas... algo. También garantizaba encontrar la manera de proteger el Sunny y que no se hundiera a mitad del trayecto.

No obstante...

Pese a todo...

 No estaba muy segura del todo de querer bajar.

Era normal que su humor en ese lugar, por norma general, no fuese bueno. Sin embargo, empeoraba aún más cada vez que ese crío se ponía a ensayar con el instrumento que le regalaron.

Él era el más viejo de los que estaban encerrados en el subterráneo. Saltaba a la vista, y además tuvo tristemente que dar casi las gracias porque alguien lo comprara al final.

Tristemente, porque era un esclavo, uno más dentro de ese grupo.

No eran demasiados, y él había llegado allí por obra de un milagro prácticamente. Los Dragones Celestiales, normalmente, no aceptaban esclavos tan mayores, pero había logrado que su nuevo dueño accediera gracias a una buena oferta, una explicación tentadora y mucha (pero que mucha) idiotez juvenil. Al fin y al cabo, estaban bajo las órdenes de un crío.

Tendría poco más de dieciséis años, y sus padres le habían permitido el lujo de "independizarse" en una mansión a las afueras de Mariejois.

Esa residencia, la llamaban "vivienda moderada", a la cual ni el más adinerado a las afueras de ese reino podría acceder, aunque le quitaran la mitad.

Por si no fuese poco, a ese niñato no le faltaba de nada. Dinero, poder, libertad, criados y esclavos. Todo el tiempo libre del mundo.

Y el tiempo libre sumado a una cabeza hueca, no hacían una buena combinación.

El crío había adoptado una manía desagradable por ir probando pasatiempos de los más variopinto.

Cocinar, pintar, tejer... todos acababan en un fiasco absoluto y los terminaba abandonando al poco tiempo.

No obstante, uno de ellos sí había logrado perdurar: la música.

Por suerte o por desgracia (más bien por desgracia), el Tenryuubito pasaba las horas muertas tocando el biwa, lo que lo distraía de otras cosas que involucrase a los esclavos. Por otra parte, su biwa se oía hasta en las celdas del subterráneo, por lo que no se libraban del todo de su señor.

Casi cada día, ese niño se encargaba de llenar de notas chirriantes y mal tocadas toda la mansión, como una amenaza constante de dejarlos sordos de un momento a otro.

El anciano no lo soportaba. Él tenía claro mejor que nadie que cada cual necesitaba un proceso de aprendizaje, pero hacía mucho que perdió la fe y la paciencia en el Dragón Celestial.

Practicaba a menudo y, de no ser porque él mismo lo oía cada una de las veces, jamás lo hubiera creído. Hubiera jurado que cualquiera que practique lo suficiente dejará de mejorar, pero ese niño desafiaba toda regla, escrita o no.

A más tocaba, peor sonaba.

No había cosa que peor le sentase que un instrumento maltratado en manos de alguien que creía estar mimándolo.

Se había puesto en la esquina más apartada de la celda, tratando de escapar lo más que pudiera de la melodía destructora de tímpanos, lo que era imposible.

—Abuelo.

Ya sabía lo mal que le sentaba todo ese ritual del Dragón Celestial, por lo que siempre intentaba distraerle.

Don se acercó desde el otro lado de la celda, con un cuerpo algo flacucho pero más fuerte que el del anciano. Tenía una buena mata de pelo negro, y una asombrosa expresión de optimismo permanente.

Era uno de esos brazos largos. El anciano nunca los había visto antes, ni siquiera escuchó hablar de ellos. La primera vez que se topó con Don, más bien se asustó de su aspecto.

Don se sentó a su lado. El viejo nunca le dijo su nombre, y solo le había visto la cara una vez. Justo antes de que el niño Tenryuubito que los compró le dijera que odiaba ver su aspecto de viejo, que su cara le causaba tristeza, y que tendría que llevar una máscara para taparla.

Desde ese día, el rostro del abuelo había quedado escondido tras una máscara de búho, y sus ojos avellana era lo único que se podía ver. Don le había dicho en varias ocasiones que se la quitara mientras estuvieran en el sótano, pero el anciano no le hizo caso en ninguna de ellas. No supo decir por qué.

—¿Jamás se dará cuenta de lo mal que toca?

Don se echó a reír.

—¡Qué forma tan horrible de tortura! ¡Rompe un instrumento, una partitura y nuestros oídos!

—Piensa que lo hace bien. Ya lo sabes —le dijo Don—. Es un Tenryuubito.

—Es un niñato malcriado —contradijo el anciano, malhumorado. Giró un tanto la cabeza, y su larga cabellera blanca se movió como una prenda de seda—. Eso es lo que es. Y alguien debería enseñarle modales. Alguien tiene que corregirlo.

El rostro de Don se ensombreció.

—¿Aún sigues con eso?

—Por supuesto que sí —sentenció el anciano—. Y ojalá pudiese ser yo, y ahora mismo.

—Abuelo, es un Dragón Celestial, no puede...

—Tonterías —bufó—. Es un niño. Uno como cualquier otro.

No lo entendía, e iba a seguir sin entenderlo. Un anciano que no sabía la relevancia que tenían en el mundo los Dragones Celestiales, ¿dónde había estado viviendo?

—Realmente has vivido debajo de una piedra —le dijo Don.

El anciano se le quedó mirando un momento. Los horrorosos acordes del biwa rebotaron por todas las paredes.

—Con dinero o no, viva aquí o en cualquier otro sitio, seguirá siendo lo mismo para mí —concluyó—. Un niño malcriado desde pequeño al que ya es complicado corregir. Vive rodeado de irresponsables. Gente estúpida con dinero que cree que es mejor que nosotros por tener dinero y estatus. Es hijo de eso, de irresponsables con dinero. Pero a mí el dinero me da igual, ¿sabes? Lo único que quiero es salir de aquí.

Y no le faltaba razón en ninguna de esas cosas. Solo que el anciano no comprendía la magnitud de la situación.

—Si fuese así de fácil, yo ya no estaría aquí —puntualizó Don.

El viejo guardó silencio. El brazos largos no supo en qué estaría pensando, y dudaba que esa conversación fuese a hacerle cambiar de parecer.

El hombre estaba triste, y se apreciaba hasta con la máscara de por medio. Tenía un aire melancólico que, a juzgar por anteriores charlas, no hacía mucho que llevaba consigo. La carga de la culpa le pesaba a la espalda más que los años, y ese era el motor que lo impulsaba más que nada a cometer imprudencias.

—Yo también quiero volver a mí hogar.

El anciano le miró a través de la careta de búho. Se solía preguntar cómo y dónde habría vivido antes de llegar allí. Cómo habría sido su vida más allá de los barrotes.

En el poco tiempo que le conocía, también sentía ganas de devolverle todo eso que hubiera dejado atrás.

—Yo... no estoy muy seguro de que sea lo que quiero, precisamente —dijo el abuelo—. Pero sí sé qué regresando la volveré a ver. O eso espero...

Se hizo un largo silencio. El anciano se peinó su larga barba con los dedos. Sobresalía por debajo de la máscara y, en conjunto, le daba aspecto de ave sabia.

—Hace casi diez años que no la veo.

Lo dijo casi en un suspiro.

—Y no estoy seguro de que pueda perdonarme el haberla abandonado, ¿sabes? —Ladeó la cabeza. Don no intervino—. Pero aun así, quiero volver a verla. Quiero saber qué ha sido de ella, qué ha hecho todos estos años. Si está bien. Con eso me vale.

Entendía sus sentimientos bien, aunque no era capaz de darle esperanzas. Eran esclavos... de un Tenryuubito.

—Y para eso necesito irme de aquí —continuó, con más ímpetu—. Al menos debo intentarlo. Y si me matan...

Agarró su raída camiseta y la apretó entre sus dedos. Fue incapaz de decir nada más.

No quería morir.

 No quería morir allí.

Erial se había quedado fuera del consultorio al final, aunque lo suficientemente cerca de la puerta como para escucharlos hablar.

Chopper había vuelto muy entusiasmado, creyendo haber encontrado la clave para averiguar qué era eso que debía de estar observando en el aparatejo. Sin embargo, no había tardado en llevarse una desilusión.

Law examinó también la muestra y la comparó con el dibujo del libro y con sus descripciones. Debatieron un rato sobre el tema, hasta que el reno acabó por tener que darle la razón, muy a su pesar.

Se parecía, pero solo por la imagen. Según los escuchó decir, ni en comportamiento, ni composición, ni en nada más.

Según parecía, hablaban de unos seres sumamente diminutos llamados bacterias. Y la que encontraron en el agua, específicamente, no había sido antes vista por ninguno de los dos.

Erial se acomodó en el suelo junto a la puerta, sintiéndose agradecida de no tener que haberlo hecho en la hierba. Pese a que llevaba pantalones largos y botas, y que ese césped estaba inexplicablemente bien cuidado (para estar en la cubierta de un barco en mitad del mar), Erial seguía odiando el tacto de la hierba. Le daba demasiada grima tocarla, y lo evitaba siempre que podía.

Ya era casualidad que la hubieran subido a bordo de un barco con toda una alfombra verde tapizando la cubierta.

Las horas pasaron, con el sonido interminable de las hojas de los libros pasando. De cuando en cuando, Chopper salía del consultorio y subía al nido del cuervo, regresando poco después con una pila de libros diferentes.

Con el pasar del tiempo, Erial daba por sentado que habría vaciado todos los estantes.

Cuando la luz bajó un tanto, el lento sube y baja del Sunny y el calor del atardecer empezaron a dar efecto. La chica empezó a cabecear, y cerró los ojos en algún momento sin darse cuenta siquiera.

Para cuando despertó, el sol prácticamente era un recuerdo en el cielo. Solo había quedado el tono oscuro de la noche, y las nubes de la tormenta rodeando el barco, tiñendo el resto de gris.

No se despertó por sí misma, como le hubiese gustado.

—Creí que habías venido porque te interesaba averiguar algo.

La voz de Law era inconfundible.

Erial apenas era capaz de balbucear mentalmente su propio nombre cuando acababa de despertar, por lo que no contestó enseguida.

—¿Habéis descubierto algo? —Preguntó en cuanto volvió al mundo real por completo.

Law no la respondió, pero con mirarle bastó. Seguían sin encontrar nada.

Estuvo tentada de decirle que para qué iba a entrar si total... no iba a entender nada de lo que decían. Sin embargo, se acababa de acordar de algo. No había habido forma de recordarlo durante la tarde (por algún motivo, ya que era bastante fácil), y al ver a Brook a lo lejos, sobre la proa, se acordó.

De dónde ella venía, usaban "hueso" para combatir el ácido de los peces. De hecho, lo usaban para poder, según decían, convertir el agua en potable.

No era hueso real, pero lo llamaban así por el color. Era blanco, fino, y con un ligerísimo olor químico. Era como un polvo sumamente volátil que extraían del fondo de la tierra, única y exclusivamente para esos dos fines.

Erial se puso en pie, creyendo que aquello les podría servir de algo, aunque... dudaba que "hueso" fuera su nombre auténtico.

Y luego estaba el detalle de plantearlo adecuadamente. ¿Por qué no se había acordado antes? Iba a resultar raro. Iba a levantar sospechas o, al menos, eso creía ella.

Tal vez ese elemento les diese una nueva pista sin ella darse cuenta.

O no.

O quizás ellos eran los únicos que lo llamaban así.

Por otra parte, podía estar ocultando algún dato verdaderamente importante.

Se obligó a no pensarlo más de la cuenta y entró al consultorio, pasando junto a Law.

—Oi, Chopper —le llamó.

El reno levantó la cabeza del libro que tenía apoyado en el regazo.

—He recordado algo —vio a Law tras ella por el rabillo del ojo, fuera de la consulta. Estaba apoyado en la barandilla.

Se calló de golpe.

De todas las cosas que se había planteado, en esa justamente no pensó hasta ese preciso momento.

¿Cómo iba a hablar de su isla natal sin dar pistas?

Ya no había marcha atrás.

—Ehm... Ahm... —vaciló—. De... de donde vengo, teníamos una especie de medicina, como un mineral... no sé, lo sacaban de la tierra. Lo usaban para limpiar el agua y hacerla apta para consumir. También servía para detener el avance del ácido.

Chopper abrió los ojos como platos y exclamó. El dato también captó la atención de Law.

—¿Y cómo era? ¿Recuerdas cómo se llamaba? —Le preguntó el reno rápidamente, cerrando el libro de un golpe.

Erial se llevó una mano a la nuca.

—Ese es el problema. Allí lo llaman "hueso".

—¿Y no será hueso de verdad? —Preguntó Chopper.

—No lo creo —inquirió Law—. En los peces ha sido capaz de deshacerlo.

—Quizás sea solo de algún animal en espec...

—No, tiene razón —interrumpió Erial, algo molesta—. No es hueso real. Lo extraían de la tierra, en bloques. Eran como piedras. Pero era blanco, y se hacía polvo fácil.

Chopper se llevó la pezuña a la barbilla.

—Mineral, blanco y quebradizo... ¿Recuerdas algo más? —Volvió a preguntar Chopper.

—Olía muy poco. Casi nada. Pero lo poco que olía era... químico. No sé —se sentó en la camilla.

Chopper siguió pensando, y Law no añadió nada más. Se hizo un silencio largo, hasta que el reno reaccionó, más entusiasmado.

—Eso reduce un poco las opciones... Oi, gracias Erial. Estoy seguro de que ayudará. Si recuerdas algo más, dímelo, ¿vale?

La chica se sonrojó un poco.

—Claro, confío en ti. Sé que averiguarás algo.

No supo bien por qué le salió aquella afirmación tan a la ligera, pero no fue capaz de contenerse. Por alguna razón, no sólo Chopper, sino el resto de la tripulación parecían de fiar.

De un segundo a otro, el pequeño doctor adoptó una pose torcida y una actitud extraña. Empezó a bailar alegremente de un lado a otro, doblado como si hubiese pasado de sólido a líquido.

—¡No creas que con eso me haces feliz! —Le dijo a Erial.

Law no pudo evitar enarcar una ceja.

Poco después de aquello, Sanji preparó la cena. Chopper se quedó de nuevo en el consultorio, está vez, revisando libros de minerales. Fue su excusa perfecta para no bajar a la cocina a cenar, para no involucrarse con ellos más de la cuenta.

Volvió al mismo sitio en el que estuvo por la tarde, en el suelo junto a la puerta de la consulta. Poco a poco, todos los mugiwara fueron apareciendo.

Nami salió del nido del cuervo y, mientras bajaba las escaleras, la vio. No lo dudó y se acercó a ella para preguntarle si no iba a bajar con ellos, a lo que Erial negó con toda la cortesía que pudo. Le dijo que se quedaría con Chopper, y Nami aceptó de buena gana. Se despidió de ella con una sonrisa amable, y Erial se sintió más alegre, por alguna razón.

Como una sombra, una figura alta y oscura apareció al otro lado de la puerta. A la chica no le hizo falta darse la vuelta para saber quién era.

Law se sentó también en el suelo, pero al otro lado de la puerta del consultorio.

Erial ladeó la cabeza. ¿En serio?

Apoyó su kikoku contra la pared, y alzó la cabeza hacia el cielo. Pese a estar donde estaban, se había quedado una noche tranquila. La única luz que tenían era la pequeña luz de un farol en el consultorio, y un resplandor más fuerte que salía de la cocina.

De fondo, el mar, golpeteo de cubiertos sobre los platos, voces y las páginas del libro que Chopper hojeaba.

Brook entró a la cocina el último, al trote, disculpándose por tardar. Erial no pudo evitar preguntarse cómo se suponía que Brook cenaba, si... en definitiva...

Al poco rato, Sanji subía por las escaleras con tres bandejas. Erial se le quedó mirando descaradamente, parecía un equilibrista. Si hubiese sido ella la que subiera los escalones con las bandejas en esa posición, estaba segura de que ni un solo plato hubiera llegado sano y salvo hasta arriba.

Cuando Sanji le ofreció su bandeja a la chica, se fijó en que la cena era más ligera, pero no por eso menos apetecible.

—Gracias, Sanji —le dijo.

—No se merecen, Erial-chan.

Chopper también le dio las gracias, pero Law no habló. De hecho, tocaba las cosas de su plato como si fuesen deshechos sacados de la basura.

Una vez Sanji se marchó, Erial le miró sin comprender nada. La bandeja de Law llevaba un par de bolas de arroz, y un par de sándwiches. Todo tenía tan buena pinta, que a Erial no le entraba en la cabeza que pudiese encontrarle alguna pega.

Law, ciertamente, no tenía motivos para agradecerle la cena. Se había olvidado. O lo había hecho adrede. Las dos opciones le molestaban.

Odiaba el pan, y su cena de esa noche lo tenía por todas partes.

Erial empezó a cenar muy despacio, sin dejar de mirarle. En cierto momento, se fijó en que su expresión era la misma que la suya cuando era pequeña y se encontraba con la misma sopa insípida sobre la mesa. El problema no parecían ser las bolas de arroz, sino los sándwiches.

En otra ocasión, quizás hubiera sido capaz de ignorarlo más (creía), pero viendo la proporción de arroz y pan, se iba a quedar con hambre.

¿Y qué?

No era su nakama. No era su problema. Esa cena era suya.

Aunque...

Le volvió a mirar de reojo con el tenedor en la boca. Ese era uno de esos momentos en los que odiaba esa faceta suya.

¿Por qué se tenía que preocupar por él? ¿Por alguno de ellos? Lo que quería era marcharse... nada más. No tenía por qué involucrarse. Los perdería de vista antes o después, ¿qué más daba?

¿Y por qué, pese a todo, no estaba cenando tranquila?

Resopló, sorprendida de sí misma por hacer lo que estaba a punto de hacer. De verdad lo iba a hacer, sí.

—Oi... no voy a comer más ehm... si quieres come lo que me queda.

Law la miró, abriendo de par en par los ojos. La luz del consultorio le daba un tinte oscuro a un color tan claro como la niebla.

El chico se lo pensó y estuvo tentado de negarse, de no ser por el hecho de que solo tocar el pan le daba un asco impresionante.

Al final, aceptó a regañadientes.

—Yo... tampoco comeré más de ahí —le dijo a Erial.

—Ya lo suponía.

Se quedó quieta. Quizás no debía haber dicho eso.

Se acercó despacio y a gatas a la bandeja de Law y retrocedió con ella de la misma manera, evitando el contacto visual, temiendo haberse pasado de la raya.

Durante un rato, comieron en silencio.

Escucharon la alegre conversación que venía de la cocina, y la chica se sorprendió comiéndose uno de los sándwiches de Law y deseando estar en ese grupo, como una más. Pero...

Esa no era la realidad.

Law la miró. Torció la cabeza hacia un lado y carraspeó antes de hablar. Cuando lo hizo, fue inseguro, como Erial al ofrecerle el cambio. Como si no estuviera convencido de lo que iba a hacer ni cómo decírselo.

Lo dijo más bajito de lo que pretendía, aunque ella consiguió oírle.

 —Gracias.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top