𝗢𝗢. 𝗉𝖺𝗌𝗍

CAPÍTULO
CERO

PASADO❞

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     LA LLUVÍA CAÍA CON FUERZA GOLPEANDO el cristal de una de las tantas ventanas del hospital. El diluvio parecía que no iba a detenerse por un buen rato.

El silencio en la habitación era tanto que el sonido de la lluvia chocando contra los cristales opacaba las leves voces en los pasillos que se escuchaban a lo lejos, y el constante sonido que salían del monitor que medía la frecuencia cardiaca resonaba en la habitación.

──Mi niña va a nacer dentro de unas horas.

Una suave voz resonó por toda la habitación. Era dulce al igual que delicada a pesar de que la dueña de la voz estaba cansada. Su piel era tan pálida que al compararla con la nieve, está última era opacada. Sus cabellos brillaban de un hermoso color rojo sangre mientras que sus ojos desprendían un brillo resaltando los rubíes. A pesar de eso, su cuerpo estaba muy delgado, casi se podían notar sus huesos por debajo de su pálida piel. Sus ojos a pesar de brillar, eran opacados por unas bolsas de ojeras debajo de ellos.

Nadie pensaría que aquella mujer está a punto de dar a luz si no fuera por su abultado vientre. Si la veían de cerca, parecía que el feto la estaba consumiendo poco a poco.

──Eres una estúpida.

Resonó otra voz. Está era más aguda y sonaba con molestia. La dueña de la voz era una señora de la tercera edad, sus rasgos eran similares a los de la futura madre, sin embargo, la señora parecía más viva que muerta. No había señal de huesos ser asfixiados por su piel, tampoco había bolsas debajo de sus ojos. A simple vista, parecía ser más joven de lo que realmente es.

──Te dije que ibas a morir sí continuabas con tu locura. ─sus ojos se clavaron en el vientre de la mujer. Una mirada de despreció y asco. ──. ¿Crees que por tener un hijo con un mono patán no ibas a morir?

La joven se mantuvo en silencio acariciando lentamente su vientre. Su mirada se enfoca en las gotas de lluvia cayendo por su ventana, y no en las palabras hirientes que su abuela le decía. Aún con esas palabras, la sonrisa en su rostro nunca decaía.

──Abuela, no digas eso, ¿quieres? ─sus ojos viajaron a su vientre. ──. Kyomi puede escucharte.

La señora cerró sus ojos soltando un pesado suspiró. ──Ese nombre. Ese maldito nombre es un mal presagio. Fueron los pensamientos de la mujer mayor.

──Rai. ─llamó a su nieta con un poco más de calma. ──. Sabías perfectamente que si te embarazabas de una niña ibas a morir, no importa si el padre es un hechicero o un simple humano. Ya habías tenido un niño, ¿por qué continuaste el embarazo?

Rai detuvo sus caricias cuando sintió unos leves movimientos dentro de su vientre. Soltó una pequeña risa cuando una patada se presentó en ella. Kyomi estaba ansiosa por conocer el mundo.

──Amo está sensación. ─comentó sintiendo las patadas. ──. No me importa morir. No mientas se que traje al mundo a una hermosa y fuerte mujer.

Su abuela conocía esa sensación, después de todo tuvo un increíble hijo, el cual es el padre de la joven. Lamentablemente, su hijo murió hace años por la maldición que los persigue.

──La maldición con la que naciste, pasará a tu hija, y así como ha pasado por generación, está será más fuerte.

Desde siglos atrás, el clan fue maldecido. Todas las mujeres iban a morir cuando tuvieran a su primera hija mujer, pasando su maldición a su descendencia. Y cada generación, esta se iba intesificando. Había mujeres que corrían con la suerte de dar a luz a varones, sin embargo, la maldición seguirá pasando si ellos llegarán a tener una hija. Además de que estos terminaban muriendo de la peor manera.

Con los años, el clan Nakamura iba desapareciendo. El miedo a morir por tener una hija era mucho. Actualmente solo había tres personas de ese clan extinto.

Cada que la maldición se hacía más fuerte, significaba que las maldiciones se intensificarían e irían detrás de las mujeres Nakamura. ¿Razón? Ellas eran capaces de quedar embarazadas de maldiciones. Algo que rara vez se podía ver, se podría decir que de una mujer en un billón. Aunque, no solo eran las mujeres de ese clan las que podía quedar embarazadas de maldiciones.

Y fue eso, la razón por la cual el Clan Nakamura fue maldecido.

Una mujer de ese clan, acabó con su propia vida junto a su hija nacido de una Maldición de un abuso. Condenando así al clan entero a vivir maldito.

──Estoy segura qué ella sabrá sobrellevarla. ─aseguró mirando a su abuela. ──. Y sí es posible, acabar con nuestra maldición.

──Para acabar con la maldición tendrá que tener un hijo con el culpable de maldecirnos. O de alguien que iguale su fuerza y eso es imposible, lo sabes muy bien.

──Siempre hay otra opción.

Dentro suyo lo sentía de esa forma, a pesar de que no era tan eficaz. Creía que su hija iba a romper esa maldición de alguna forma.

──Ni siquiera sé para qué vine. ─confesó la señora para levantarse de la silla. ──. Espero que tu hija sea fuerte. Y no acabe en las manos de alguna maldición.

Su nieta la miró antes de que abriera la puerta.

──Ella tendrá un duró camino por recorrer, lo sé... pero logrará ser feliz y vivir sin preocuparse por morir al dar a luz a una niña. Ella lo hará.

La pelirroja mayor se detuvo para mirar sobre su hombro a su nieta.

──¿Cómo es que estás tan segura?

Rai miró su vientre dando leves caricias. Pasó sus ojos de su barriga conectandolas con las de su abuela nuevamente.

──Porque soy su madre.

Sonrió en grande cerrando sus ojos.

La mayor se sorprendía de lo optimista que era su nieta a pesar de que estaba a horas de morir. Le dolía saber que esa era la última sonrisa que viera de su nieta.

──Adiós, Rai.

El reloj marcó las 12:00 am cuando unos lloriqueos resonaron por toda la habitación anunciando el nacimiento de una pequeña pelirroja, a la vez que se indicaba la hora de muerte de la madre de la niña.

La lluvía se detuvo y las maldiciones salían de sus escondites.

Esa noche, los chamanes tuvieron mucho trabajo.























































     LOS AÑOS HABÍAN PASADO, Y LA PEQUEÑA niña acababa de cumplir cuatro años. Decir que su vida ha sido de color de rosa era una rotunda mentira.

Kyomi define su vida en tres palabras:

Es una mierda.

Y era verdad. Cuando nació su madre falleció llevando a su padre a sumergirse en los vicios, más en las apuestas que en otra cosa. Había vendido o empeñado las cosas que tenía hasta no tener nada, ni siquiera su casa, ya que la hipotecó.

Para el colmo, su hermano de casi diez años mayor que ella, la odiaba. Para él, no había perdido a su madre, sino que perdió a su familia completa solo por su culpa. Ya no era un bonito cuento de hadas en el que vivía. Su despreció hacía Kyomi fue llevado hasta el punto de llegar a golpear a la pelirroja. Desahogando así su odio.

Kyomi estaba asustada, ni siquiera su padre le había puesto una mano encima, pues decía que se parecía a su madre y golpearla era como golpear a su amada. Y eso jamás lo haría.

Amenazada por su hermano, nunca le contó a su padre. Sí lo hacía, su hermano la encerrará dentro del sótano. La pequeña nunca le tuvo miedo a la oscuridad, lo que la aterraba eran los espantosos monstruos que habitaban en ella.

Siempre los ignoraban. Tenía miedo de que le hicieran algo por lograr verlos, tenia suficiente sentir como se columpiaban de su hombro al otro, eso la asqueaba. Su padre y hermano parecían que no podían verlos y eso la desesperaba cada vez más.

Su paciencia llegó al límite cuando su padre intentó entregarla a un desconocido en lugar de pagar su deuda. Si Kyomi no hubiera escuchado esa conversación de su padre por teléfono, no estaría vagando por las calles buscando comida o refugió.

Tal vez, no haber huido de casa hubiera sido la mejor opción.

La de ojos rubíes sentía que con el paso de los años, su miserable existencia atraía a las maldiciones cada vez más. Y cada vez más, se aferraban a ella maldiciones más grandes. Las primeras parecían ser del tamaño de ratas y ahora medían más que un gato.

En aquel callejón, se sentó escondiendo su rostro entre sus rodillas. No tardó en sentir su cuerpo pesar debido a las maldiciones que se aferraban a ella. Algunas soltaban sonidos que le helaban la piel e incluso algunas llegaban a decir palabras entrecortadas.

Lo mismo de siempre. ─pensó sintiendo cómo poco a poco la lluvía comenzaba a caer. ──. Por lo menos me bañare.

Cerró sus ojos por unos minutos tratando de dormir, pero el peso en su cuerpo era muy doloroso. Entonces, en un segundo, sintió su cuerpo ligero y sin dolor sobresaltandose por completó.

──Así que por eso te querías ir de mi lado, ¿eh?

Abrió sus ojos notando la presencia de un hombre. Le sorprendió ver como este tomaba del cuello a una maldición que no había visto en su vida. Miró a sus lados buscando las maldiciones que no dejaban su cuerpo, pero no había ninguna.

Regresó su mirada al señor notando que la maldición en su cuello se hacía pequeña.

──¿Usted también puede verlas? ─una suave y dulce voz se asomó por los oídos del mayor.

Dejó de lado a la maldición para prestarle atención a la niña mirarlo con unos radiantes ojos rubíes. Le llamaba la atención cuánto brillo deslumbraban a pesar de la mierda en la que estaba.

──Tú pareces ser más miserable que yo. ─soltó una ligera risa metiendo la maldición a su boca.

La pelirroja guardó silencio. No tenía fuerzas ni palabras que decirle a una verdad tan cruel como esa.

Al azabache, frente a ella, le llamaba mucho la atención la niña. No por sus ojos, más bien por la energía maldita que sentía emerger dentro de su cuerpo. A pesar de tener poca edad, ya comenzaba a sentir ese leve rastro.

──¿Cual es tu nombre, mocosa?

La menor permaneció en silencio por unos segundos, en los cuales estudiaba al hombre frente suyo. Era musculoso y de estatura alta. Su cabello estaba desarreglado de color azabache como la noche. Tenía cejas delgadas y una cicatriz en el lado derecho de su boca. Sus ojos eran pequeños, gracias a la noche no podía apreciar el color esmeralda, solo lograba ver esa mirada cansada.

──Kyomi.

──¿Huh? ─ladeó su cabeza cuando escucho ese nombre.

"Pura y hermosa" fue lo primero que se le vino a la mente cuando la escucho.

Toji se quedó unos segundos callado sin despegar la mirada de la niña. La pequeña parecía no sobrepasar los seis años. Le recordaba a alguien, pero no sabía a quién.

Una sonrisa torcida surcó su rostro.

──Contigo puede que saque dinero.

Como si de una pluma se tratara, la tomó con una sola mano y sin ejercer fuerza la levantó cargandola. Kyomi ni siquiera se opuso, cualquier lugar era mejor que la intemperie. Además, ese hombre había alejado a las maldiciones de ella. Eso era lo que más quería. Y si con él las maldiciones ya no iba a estar, iría a dónde el hombre fuera.

El plan de Toji era simple. Venderla al Clan Zen'in, pues su energía maldita podría traerle una buena fortuna. Sin embargo, siempre se decía a sí mismo que ir hasta ese lugar donde estaba el clan le saldría más caro que lo que le iban a pagar por ella.

Por eso la conservó.

Deleitándose con las sonrisas que la pelirroja le brindaba. Sólo suyas.

El ex-Zen'in se sorprendió cuando se dio cuenta que Kyomi era de tez pálida y no morena. Vayas sorpresas da la vida.

Al paso de los meses llegaron los años y la pequeña pelirroja estaba por cumplir ocho años. Ella sabía que Toji no era un hombre con una economía estable, por eso nunca pedía nada y agradecía lo que él le daba a pesar de que ella decía no ser necesarias. Se conformaba con tener un techo y sí era posible, un pan con agua.

──Absolutamente no. ─resonó la voz de la pequeña por aquel aparato que yacía en la casa. ──. No quiero que gastes dinero en un pastel. Mejor compra víveres para cocinar.

Él hombre al otro lado del teléfono rodó sus ojos mientras se recargaba en la pared.

──Tengo dinero de sobra para comprar un pastel y hacer la despensa. ─aclaró mirando los árboles encima suyo. ──. El trabajo que hice fue un rotundo éxito.

Sonrió. Recordando cómo había asesinado aquellos hechiceros que cuidaban el recipiente de plasma estelar. Con esa misión había ganado dinero incluso para comprarle ropa.

──Eso no significa que puedes malgastar tu dinero en estupideces.

──No es una estupidez. ─aunque no la viera, sabía que había rodado sus ojos. ──. Dentro de dos días será tu cumpleaños y planeo comprarte un pastel.

──No-

──Y no pedí tu aprobación. ─la interrumpió antes de que se quejará. ──. Así que dime, ¿qué quieres comer?

La menor quedó en silencio por unos segundos pensando un poco en la respuesta.

──Onigiris.

──¿Onigiris? ─preguntó frunciendo el ceño. ──. Sabes, puedes elegir algo mucho más costoso, mocosa. E incluso distintas comidas. Va a ser tu cumpleaños, no algo de todos los días.

La pequeña suspiró. El azabache era terco en algunas cosas y agradecía mucho el hecho de que él recordara su cumpleaños. Pues el hombre olvidaba hasta su propio nombre.

──Toji, solo regresa, ¿sí?

Su suave voz hizo estremecer su cuerpo completo. Siempre sucedía eso cuando ella lo llamaba por su nombre. Odiaba sentirse así cuando ella era una niña.

──¿Cuántas veces te he dicho que me llames por mi apellido?

──L-lo siento. ─la pelirroja tenía la mala costumbre de llamarlo por su nombre de pila.

No eran con malas intenciones. Era que simplemente ella no tenía apellido y se le hacía raro llamar a las personas por el suyo. Cuando lo hacía, sentía que no encajaba en el mundo. Su padre no le dio su apellido y no sabía nada acerca de su madre.

──Como sea. ─Toji suspiró relajando su cuerpo. ──. Estaré en casa en dos días. Espera con ansias ese día, Kyomi.

No la dejó siquiera despedirse cuando colgó la llamada. Se dio media vuelta dispuesto a regresar a su hogar, pero una figura se lo impidió.

──¡Cuanto tiempo sin verte!

──¿Es enserio?

Frente a él se encontraba Gojo Satoru, lleno de su propia sangre y sin ningún indició de las heridas mortales que le había provocado.

──¡Oh sí! !Estoy vivito y coleando! ─sus ojos y sonrisa parecían los de un completo lunático. ──. Creo que esa tal Kyomi se tendrá que quedar con esas ansias.

Y justo como lo dijo, Kyomi se quedó con las ansias de que llegará ese día.

Pues Fushiguro Toji había sido asesinado.

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. toji♡kyomi
. toomi

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