❛ 𝗶𝗶𝗶. 𝗂 𝖺𝗆 𝖺 𝗆𝖾𝗋𝗆𝖺𝗂𝖽.
❛ 𓄼 CAPÍTULO TRES 𓄹 ៹
DICK, Rachel y yo nos localizábamos en Middleburg Height, Ohio, en una pequeña y poco concurrida cafetería de paso cerca de Washington, tomando un descanso del camino y de las horas dentro del vehículo.
—¿Quieres un chocolate o algo? —pregunta Dick hacia Rachel siendo la única faltante en pedir.
—Solo café. Negro.
—Creo que tienen malvaviscos —comenta.
—Dick, ya no es una niña —niego rodando los ojos, aceptando la taza que me tiende la mesera—. Recuerdo haber empezado a tomar café desde los trece o catorce años. Solo así toleraba la escuela —comenta con la misma intención y a la misma persona, vertiendo un poco de leche en su bebida caliente.
—A mi mamá no le gustaba que bebiera café —recuerda la pelinegra con su mirada en el oscuro líquido.
—Te gusta el azúcar —incómodamente Dick habla, Rachel parecía una versión femenina de él cuando perdió a sus padres.
—Ya somos dos, aunque suelo agregarle tres cucharadas —sonrío tomando el frasco de su mano y vertiendo la cantidad que considero la apropiada.
—Rachel, ¿Algo como... Lo que sucedió te había pasado antes?
—No. No de esa forma. No quería matar a ese hombre.
—Y te creemos —aseguro, tomando el atrevimiento de entrelazar nuestras manos—. Pero, ¿Cómo fue que lo mataste?
Rachel no contestó y, en su lugar, bebió del café apartando la mirada. —Iremos a ver a dos viejos amigos —solté una risa seca—. Son de fiar. Nos ayudarán a escondernos mientras nos tranquilizamos. Y pensamos qué hacer. Estás asustada y lo entendemos, pero a veces no hay tiempo para eso.
—Rach, nadie te lastimará. No mientras estés con nosotros —Rachel me da una pequeña sonrisa como agradecimiento.
—Pues no tengo adónde ir.
AL ANOCHECER, nos detuvimos en un motel a un costado de la carretera, Rachel y yo no perdimos tiempo bajando del auto y entrando a la habitación, mientras Dick se ofrecía a traer el equipaje antes de alcanzarnos. Acomodando mi chaqueta sobre el respaldo del sillón, a tientas me quito las botas de tacón dejándome caer en la cama que compartiría con Dick, tomando un par de golosinas cuando él entró.
—¿Quieren pizza? —preguntó. Levanté medio cuerpo de la cama para verlo ponerse su cazadora café.
Roth accedió sin despegar sus ojos del televisor y del programa.
—Acabo de tocar la cama —suelto un quejido, levantándome de ella y buscando mis botas—. Pero voy contigo, quiero parar a comprar chocolates —me giro a la adolescente con duda—. ¿De qué la quieres? —pregunto, rogando por una de pepperoni.
Ella se encoge de hombros. —No le abras a nadie —Dick se despega de la pared antes de volver su cuerpo a la dirección de Rachel—. ¿Eso es Game of Thrones? —inquiere—. No deberías de verlo.
—Solo déjala y muévete, Dick. Quiero esa pizza —lo empujo hacia la puerta tomando las llaves y mi chaqueta.
—Que la pizza no tenga piña.
—Obvio.
—Eso no se pregunta —decimos Dick y yo respectivamente.
—Dick, seré amable y te dejaré conducir el auto —murmuro, lanzando las llaves en su dirección antes de sentarme de copiloto.
DE REGRESO A NUESTRO MOTEL, tengo una rebanada de pizza en la mano y una caja con la mitad de ella en la otra, disfrutando del pepperoni y en especial del queso derretido. Dick se encuentra burlándose de mi forma de comer cuando lo llaman al teléfono salvándolo de mis insultos.
—Grayson... Trabajo en un caso...
—¿Quién es? —inquiero golpeando su brazo con la caja.
Dick me manda a callar prestando atención a la llamada, y ruedo los ojos en contestación. —¿Y quién era el policía? —preguntó, haciéndome pensar en el oficial que secuestró a Rachel—. ¿Podrías enviarme todo lo que tienes?... Adiós —se despide y termina la llamada con un suspiro.
—¿Quién era y qué te dijo? —pregunto, usando mi brazo para tapar mi boca al tener las manos ocupadas.
—La detective Rohrbach —contesta lanzando su teléfono a mi regazo—. El policía que se llevó a Rachel anoche no era de los nuestros.
—Demonios —mascullo tragando el bocado, dejando la caja en el asiento trasero incrédula de no tener una pista.
LADEO LA CABEZA, confundida de ver una silla tirada a media habitación, preocupada al no recibir respuesta de Rachel a nuestro llamado. Apenas logro escuchar su voz en la lejanía, pareciendo estar rezando. Caminamos al baño y enciendo la luz, viendo a la pelinegra acurrucada dentro de la bañera con su maquillaje corrido.
—Rach, ¿Qué pasó? —pregunto tratando de acercarme, pero su grito me lo impide.
—¡No! No me toquen. No necesito ayuda. No —niega mientras la tomamos de los brazos haciendo un abrazo grupal para tratar de calmarla.
Cuando ya está en nuestros brazos se aferra y solloza como la primera vez. Dick y yo murmuramos que todo estaría bien y nada malo le sucedería.
Siento un toque a mi costado y giro a Dick, quién mira los papeles mal cortados —con una cruz dibujada— alrededor de la bañera.
Después de que Rachel estuviera bien y durmiendo, me preparé para ir a la cama. —Creo no poder dormir —niego, deslizándome debajo de las sábanas al igual que Dick.
—¿Por qué? ¿Por Rachel? —cuestiona dándose vuelta para verme a la cara.
—Me ha contado de sus pesadillas. No podré dormir pensando en ellas.
—Descuida, hemos visto peores. Hemos vivido peores.
DESPIERTO GRUÑENDO, pues solo había podido dormir una hora al contrario de Dick y Rachel, quiénes durmieron toda la noche. Decido tomar una ducha en lo que ellos desayunan las sobras de la pizza, vistiéndome al salir del baño con mis pantalones negros, una blusa verde y mi cazadora y botas cafés.
Me muevo hacia el auto lanzando mi maleta con brusquedad a Dick, el cual no se queja conociendo y conviviendo con mi actitud mañanera desde hace años.
Con la misma actitud abro la puerta de los asientos traseros, acostándome en posición fetal usando la mochila de Rachel como almohada.
—Creo que también soy huérfana ahora —piensa en voz alta Rachel, pero no tan alto como para despertar a Lydia que había caído dormida apenas se acomodó—. El millonario, Bruce Wayne, ¿Los crió?
—Sí.
—Debió ser grandioso.
—Fue... Complicado, al menos para mí. Lydia se adaptó en menos de un mes.
—¿En algún momento se va?
—¿Qué cosa?
—La tristeza de que te abandonaron —aclara en un murmullo, abatida.
—Sí —asiente—. Bueno, no. No por completo. Pero encuentras a alguien que llena ese vacío —Rachel observó con atención el cómo Dick miraba a la castaña oscura dormida en los asientos traseros.
—¿Hablas de Lydia? —inquiere. Dick no contesta, en su lugar una pequeña, apenas perceptible sonrisa, se asoma.
La pelinegra se gira a Lydia, y aunque la acaba de conocer, concuerda con él. Petrova podría llenar ese vacío, estaba segura de ello.
Y era la verdad, Lydia Petrova podría llenar el vacío de cada persona en el mundo.
LLEGANDO AL DISTRITO DE COLUMBIA DICK DESPIERTA A LYDIA, que refunfuñando los sigue, buscando el departamento de Hank Hall y Dawn Granger, los amigos que el hombre había mencionado anteriormente y los que los ayudarían.
—Joder —insulta al chocar con una planta, atrapándola antes de impactarse contra el suelo. Deja en su lugar la decoración y se apoya en la pared bebiendo de su café recién comprado por su amigo.
—¿Quiénes son ellos?
—Unos viejos amigos. La verdad es que hace mucho que no los vemos —comenta, tocando la puerta.
Cuando la puerta es abierta por uno de sus propietarios, la sonrisa de una mujer peliblanca desaparece al ver a Dick frente a la puerta y a Lydia recargada en la pared del pasillo.
—Hola —saluda Dick incómodo y eso lo notan tanto Rachel como Lydia, esta última ya acostumbrada a ello.
—Hola.
—Hola —llama la atención Rachel, dando un paso al frente y extendiendo su mano a la dueña del apartamento—. Soy Rachel.
—Dawn —estrechan sus manos, lo que hace ver a Rachel, como a un recuerdo, a Dick y Dawn en la cama sin ropa encima de ellos, besando sus labios con ímpetu.
Ella se separa sorprendida. Lydia pasa a su lado saludando a Dawn con un asentimiento igual de incómodo. —Yo también lo sentí —murmura Petrova en el oído de Roth antes de entrar.
—¿Podemos hablar?
—Ya pasaron cuatro años, pero sí —accede, dejando que los dos restantes entren.
—¿Qué fue lo que viste, Rach? —le preguntó la de piel oliva a la menor a su lado, viendo los pájaros blancos en su jaula una vez han subido a la azotea—. ¿O sentiste? —inquiere con duda disfrazada de curiosidad, sin comprender realmente el alcance de sus poderes.
—Prefiero no hablar de eso —murmura, viendo de reojo a Dick y Dawn conversar.
—Adivinaré. Los viste juntos, y a juzgar por tu reacción fue en una escena comprometedora, ¿No es así? —ella la mira sorprendida y trata de soltar cualquier excusa que su cerebro logre imaginar, pero es detenida—. Rachel, tranquila. No soy la novia de Dick y no estamos juntos de esa manera. Lo que viste, es pasado.
—¿Cómo lo supiste? Digo, no eres humana, lo siento. Pero, ¿Qué eres?
Decidió omitir una parte de la respuesta, al no gustarle hablar sobre los años anteriores. —Soy una sirena, Rachel —sus ojos verde avellana cambian de forma voluntaria a unos relucientes de color dorado, por los cuales Rachel se fascina—. Sé que las sirenas tenemos un sexto sentido, o al menos yo. No conozco a muchas sirenas, a decir verdad... No se explicar el qué es, pero sus emociones me son palpables, la tensión sexual y la incomodidad sobresalían. Tu terror en aquel edificio fue lo que me ayudó a encontrarte.
—¿Qué? ¿Una sirena? —chilla emocionada Rachel, tras procesar las palabras e ignorar las que les siguieron a la revelación—. No me lo creo. Solo eran un mito. ¿Acaso tienes cola? —pregunta, su curiosidad aumentando al igual que su sonrisa.
—Solo en agua salada —asegura—. Tengo una aleta dorada que te encantaría —la sonrisa de Rachel no se desvanece en ningún momento, haciendo a Lydia sonreír de ternura. La mira como si estuviese esperando algo más, hasta que los ojos de la pelinegra bajan a su busto es cuando capta la pregunta no hecha—. Quieres saber si tengo los pechos cubiertos, ¿No? —Rachel asiente y en sus mejillas un rubor intenso se extiende—. No —hace una mueca—, por eso mi cabello es largo.
—Oye, ¿Qué demonios haces aquí, Dick? —la voz de Hank llama nuestra atención, interrumpiendo la conversación que mantenía con Rachel y sorprendiéndome de su impulsiva entrada.
—Hank.
—Tengo un problema —le responde, manteniendo su distancia al contrario de Dawn quién se acerca a su pareja.
—Hank —llamo esta vez. Él se gira confundido hacia nosotras, sus ojos variando entre Rachel y yo.
—¿Qué carajo?
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