-capítulo once: aslan.


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MELODY
(xi. aslan)
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    La noche aún envolvía el paisaje cuando Susan, con el corazón agitado por la despedida de Aslan, se adentró en un pequeño claro entre los arbustos y los árboles. La brisa fresca de la noche acariciaba su rostro, y a cada paso que daba, la ansiedad crecía dentro de ella, como si cada hoja crujiente bajo sus pies le recordara lo que estaba en juego.

Después de unos momentos de búsqueda, encontró un lugar perfecto para ocultarse: un grupo denso de arbustos que ofrecía una vista lateral al camino que Aslan había tomado. Desde allí, podía observar sin ser vista. Con un gesto rápido, hizo señas a Lucy y Melody para que se acercaran.

Tan pronto como las tres chicas se reunieron en ese escondite natural, un alboroto resonó en el aire, rompiendo el silencio nocturno. El sonido era ensordecedor; gritos y chillidos llenaban el ambiente, y una oleada de pánico recorrió a Melody. Se asomaron entre las ramas y lo que vieron les heló la sangre.

Un grupo de criaturas grotescas se agolpaba más abajo: minotauros con sus cuerpos musculosos y cuernos afilados, arpías con alas desgarradas que graznaban furiosamente, cíclopes que se movían torpemente pero con una fuerza aterradora. Había otras bestias que Melody no pudo identificar; eran sombras de pesadilla que parecían surgir del mismo suelo. Todos gritaban y chillaban en una cacofonía desesperada, exigiendo la presencia de alguien a quien esperaban.

La escena estaba iluminada por antorchas parpadeantes que proyectaban sombras danzantes sobre las criaturas y la tierra. El corazón de Melody cayó al suelo cuando sus ojos se posaron en el lugar donde estaban: la Mesa de Piedra. Era un sitio sagrado y temido, un lugar donde las decisiones más importantes se tomaban en Narnia. Y allí estaba Aslan, inmóvil y majestuoso en medio del caos.

La visión del león rodeado por aquellas criaturas hizo que su estómago se revolviera. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué había tantas bestias reunidas allí? La angustia la invadió mientras comprendía que todo lo que había temido se estaba materializando ante sus ojos. Aslan estaba en peligro.

— Tenemos que hacer algo —susurró Lucy, su voz temblando de miedo.

— No podemos dejarlos atraparlo —añadió Susan, sintiendo cómo la adrenalina corría por sus venas.

Melody sentía que el aire se volvía más denso a cada segundo. El murmullo de las criaturas crecía en intensidad, una mezcla de gritos y risas crueles que reverberaban en su pecho como un tambor de guerra. La luz temblorosa de las antorchas proyectaba sombras alargadas que danzaban en el suelo, haciendo que las figuras monstruosas parecieran aún más amenazadoras. El corazón de Melody latía con fuerza, como si quisiera escapar de su pecho, y la confusión se entrelazaba con el miedo.

“Debemos confiar en él”, se repitió a sí misma mientras observaba a Aslan avanzar con paso firme hacia la Mesa de Piedra. A pesar de las palabras que había pronunciado, un nudo se formaba en su garganta. La imagen del majestuoso león rodeado por esas criaturas grotescas le desgarraba el alma. ¿Cómo podía estar tan tranquilo en medio de tanto caos?

— Debemos confiar en él —soltó, deteniendo a sus amigas justo antes de que un impulso irrefrenable las llevara a actuar. Se obligó a sí misma a permanecer en su escondite, girando para ver los rostros de Lucy y Susan. — Todo saldrá bien.

Pero cuando sus ojos se encontraron con los de ellas, supo que su propia mentira no había logrado calmar la tormenta dentro de ella.

La incertidumbre brillaba en los ojos de Susan y Lucy, pero ambas decidieron no romper el silencio. En ese momento, la tensión era palpable; cada criatura parecía estar esperando algo, como si el aire estuviera cargado de electricidad antes de una tormenta.

Aslan continuó avanzando con una dignidad innata, desafiando a las criaturas que lo rodeaban. Se movía entre ellas como si fueran meras sombras, ignorando sus burlas y amenazas. Melody sintió cómo la desesperación crecía cuando vio la forma en que los minotauros empujaban a otros para acercarse al león, y cómo las arpías graznaban llenas de odio. Era un espectáculo aterrador; el rugido sordo del peligro resonaba en su interior.

Finalmente, Aslan llegó a la gran mesa, y en ese preciso instante, el mundo pareció detenerse. La bruja Jadis estaba allí, imponente y fría como un glaciar, su presencia irradiaba un poder oscuro que hacía temblar la tierra misma.

— ¡Admiren al Gran León! —anunció con una voz llena de desdén, como si proclamara la llegada de su propia victoria.

Las criaturas comenzaron a acercarse al león, rodeándolo como un grupo de buitres esperando el momento de devorar a su presa. Melody sintió un escalofrío recorrer su espalda al observar a la bruja. Su rostro pálido resplandecía con una luz siniestra, y sus ojos, afilados como dagas, brillaban con una malicia casi palpable. El cuchillo que sostenía entre sus manos era un reflejo del horror que se avecinaba; brillaba ominosamente bajo la luz de las antorchas, simbolizando un destino oscuro que acechaba a todos.

En ese momento, todo hizo clic en la mente de Melody. Una oleada de terror se apoderó de ella al comprender lo que iba a suceder.

De repente, la multitud de criaturas se lanzó sobre Aslan como un torrente descontrolado. Con un golpe brutal, lo derribaron al suelo.

— ¡No! —su grito salió de sus labios como un eco desgarrador, pero fue ahogado por las risas maliciosas y burlonas que llenaban el aire. Era una celebración grotesca ante la vulnerabilidad del Gran León.

— ¿Por qué no se defiende? —preguntó Lucy, su voz temblorosa cargada de desesperación. Sabían que Aslan poseía una fuerza inmensa; sin embargo, allí estaba él, entregándose sin resistencia.

— No lo hará... —susurró Melody, apenas capaz de articular las palabras mientras sus ojos permanecían fijos en la escena desgarradora. La verdad le atravesaba el corazón: — él se sacrificará.

— ¡Átenlo con fuerza! —exclamó Jadis con una risa cruel que resonaba en el aire como un canto de triunfo. Melody observaba con horror cómo las criaturas se abalanzaban sobre Aslan, atándolo con sogas gruesas y ásperas. Era una imagen que parecía sacada de una pesadilla; ver a ese ser tan puro y noble, tan fuerte y salvaje, sometido ante aquellos seres despreciables. Cada movimiento era un puñal en su corazón; el dolor y el impacto eran abrumadores. — Alto.

Las criaturas se detuvieron al instante, obedeciendo a su reina. Ella alzó la barbilla y sonrió. — Primero van a afeitarlo bien.

Melody se sintió como si le hubieran arrancado el corazón cuando la bruja dio aquella orden. La rabia comenzó a crecer en su interior, una llama furiosa que ardía con cada palabra que salía de los labios de Jadis. La indignación la invadía, como si cada insulto que la bruja lanzaba fuera un ataque directo a lo más sagrado en su ser: Aslan. Era un acto de agresión no solo contra él, sino contra todo lo que representaba para ella.

Mientras las criaturas se detenían a obedecer a su reina, Melody sintió cómo su pecho se oprimía; la rabia se transformaba en una tormenta que retumbaba en su corazón. La sonrisa burlona de la bruja era como un puñal que se enterraba en su alma. Estaban humillando y pisoteando la dignidad del león ante sus ojos, y ella no podía hacer nada más que permanecer ahí, impotente, observando cómo Aslan, el protector y símbolo de esperanza, era despojado de su grandeza.

Las lágrimas brotaron de sus ojos, calientes y saladas, mientras sentía que el mundo a su alrededor se desmoronaba en una cacofonía de risas crueles y burlonas. Cada risa resonaba como un eco hiriente en su mente, intensificando su dolor y rabia. Aslan estaba siendo afeitado como si fuera un mero objeto, despojado de todo lo que lo hacía grandioso. Melody sentía que cada corte en el pelaje del león era un corte en su propio ser; cada rasguño era una herida que se infligía no solo a él, sino también a ella.

— ¡Pónganlo frente a mí!

Y con eso, las criaturas empezaron a jalar de las sogas, arrastrando el humillado cuerpo de aquél indomable león.

¿Cómo podían hacerle esto? ¿Por qué él tenía que sufrir? En ese instante, toda la fe que había tratado de sostener se desvaneció como humo en el viento. Se odiaba por no poder responder con la misma valentía con la que Aslan siempre había estado a su lado cuando más lo necesitaba.

Recordó los momentos en los que él había estado allí para protegerla, envolviéndola bajo su manto cálido y seguro. Se sentía pequeña e insignificante frente a la enormidad del sufrimiento al que estaba sometido Aslan. La impotencia le quemaba por dentro; quería gritar, correr hacia él y hacer algo—cualquier cosa—para detener esta locura. Pero allí estaba ella, paralizada por el horror, mientras las risas crueles resonaban en su mente como un canto macabro.

Jadis alzó una mano, silenciando a las bestias, y el aire se volvió denso y opresivo. En ese momento, el rebote de bastones y armas comenzó a crear una melodía aterradora, un tamborileo lento que resonaba como un funesto presagio, anunciando la llegada de un final inminente. Cada golpe parecía un latido del corazón de Narnia, marcando el tiempo que se les escapaba entre los dedos.

— Querido Aslan, estoy muy decepcionada de ti ¿En serio creíste que al sacrificarte lograrías salvar al humano traidor? Estás dándome tu vida sin salvar a nadie —dijo la bruja con una voz helada que cortaba el aire como un cuchillo afilado—.  Diste mucho por amor.

Las palabras de Jadis eran veneno puro, y cada sílaba se incrustaba en el corazón de Melody como espinas ardientes. La rabia burbujeaba en su interior, mientras la desesperación se entrelazaba con el dolor. Aslan, su querido león, ¿Por qué?

— ¡Esta noche, la Gran Magia al fin se aplacará! ¡Pero mañana voy a conquistar Narnia para siempre! —anunció Jadis con una risa cruel que resonó en sus oídos como un eco sombrío.

La bruja alzó el cuchillo con una confianza aterradora, y Melody sintió que el mundo se detenía. Aslan, con su mirada cansada y sabia, conectó sus ojos con las tres chicas que observaban la escena aterrorizadas. En ese instante, Melody vio en sus ojos una mezcla de resignación y amor infinito; él intentaba transmitir un mensaje mudo a su niña, pero antes de que pudiera comprenderlo por completo, la bruja actuó más rápido.

— ¡Muere! —gritó Jadis con una ferocidad que partió el aire.

El cuchillo se hundió en el costado del león con un sonido desgarrador que resonó en lo más profundo del ser de Melody. Era como si el tiempo se detuviera; el grito victorioso de Jadis reverberó en sus oídos mientras Aslan dejaba escapar un último suspiro lleno de dolor y sacrificio. La vida se desvanecía de sus ojos dorados, y Melody sintió que el suelo temblaba bajo sus pies.

Las chicas abrazaron a Melody con desesperación, intentando sostenerla mientras ella luchaba contra la oleada de dolor que amenazaba con romperla en pedazos. Se escondió en ese abrazo protector, tratando de ocultarse del horror que le desgarraba por dentro; pero no podía escapar del eco del grito triunfante de Jadis. Cada palabra resonaba como un martillo golpeando su corazón.

— ¡El gran gato se ha ido! —anunció la bruja triunfante.

❄️


     Melody regresó al campamento, el corazón hecho trizas. Cada paso que daba era un eco del dolor que llevaba dentro. Susan y Lucy habían decidido quedarse con el cuerpo del león, pero ella simplemente no podía soportar estar allí un segundo más. La imagen de Aslan cayendo ante la traición de Jadis se repetía en su mente como una pesadilla interminable. El sol comenzaba a asomarse en el horizonte, pero sus rayos dorados no lograban iluminar la oscuridad que había invadido su alma. Era como si el mundo estuviera en penumbras, incapaz de comprender el horror que había sucedido.

Al llegar a la tienda de Peter y Edmund, Melody actuó con sus instintos. Entró sin dudar, pero al instante se encontró con la mirada alerta de Peter, que desenvainó su espada apuntándola hacia ella. La sombra de la tienda parecía tragarse la luz, y él no podía ver bien quién era.

— Peter —dijo ella en un susurro.

Al escuchar su voz, Peter bajó la espada lentamente, sus ojos adaptándose a la penumbra hasta que finalmente pudo visualizarla. El horror se reflejó en su rostro cuando notó que Melody estaba cubierta de sangre; su respiración era agitada y su mano temblaba mientras sostenía con fuerza su propia espada, como si fuera un ancla en medio de la tormenta.

— Melody… —murmuró él, levantándose de inmediato al ver el estado en que se encontraba. Su corazón se hundió al notar el estado de la muchacha, su mirada ya no brillaba. —. ¿Qué sucedió?

La joven lo miró a los ojos, y en ese instante supo que no tenía palabras para describir el abismo de dolor y rabia que sentía.

— Aslan… —su voz tembló al pronunciar su nombre—. Murió, Peter. La bruja… ella…

Las lágrimas comenzaron a acumularse en sus ojos de nuevo mientras el recuerdo del sacrificio del león se apoderaba de ella nuevamente. La tristeza era aplastante, pero también había un fuego naciendo dentro de su pecho; una necesidad urgente de actuar, de luchar por lo que quedaba de Narnia.

Melody sentía que todo se desmoronaba a su alrededor, como si la tierra misma se deslizara entre sus dedos. La tragedia la envolvía, y cada respiración se sentía más pesada que la anterior.

— Voy a avisar a todos —dijo Edmund, su voz firme pero temblorosa mientras salía de la tienda, dejando un vacío en el aire.

Peter dio un paso hacia adelante, acercándose a Melody con una mezcla de preocupación y compasión en sus ojos. Intentó quitarle la espada con suavidad, pero ella se apartó de un movimiento brusco, más fría y distante que el día en que se conocieron. Su rostro era una máscara de impasibilidad, mientras se dejaba caer en una silla como si el peso del mundo le aplastara los hombros.

— ¿Qué pasó? —insistió él.

Ella lo miró con ojos vacíos antes de hablar, su voz apagada como un susurro en la oscuridad.

— Lo humillaron. —empezó. — Lo arrastraron por el suelo como si fuera escoria. Le quitaron su melena y se burlaron de él hasta su último aliento. — Melody clavó sus azulados ojos en él. — Se sacrificó, Peter. Y yo no pude hacer nada.

Tomó aire, cada palabra salía como un eco de dolor reprimido.

— Hasta que las bestias comenzaron a retirarse. Quedaban pocas; aún se reían del cuerpo de Aslan. Lo patearon, le escupieron...

Melody trató de recordar cada detalle de aquel horror, pero la furia del momento había nublado su mente. El recuerdo era un torbellino: chillidos desgarradores, sangre salpicando el suelo, súplicas ahogadas en el aire.

— Les corté la lengua y la garganta —confesó llena de determinación, sin ni un atisbo de arrepentimiento. —. Por reírse del gran león.

El fuego ardía dentro de ella; la rabia no solo era una emoción, sino una necesidad visceral de venganza y justicia. Era un fuego que la consumía, que le recordaba que había cruzado un límite del que no podía regresar. Cada latido de su corazón resonaba como un tambor de guerra, y aunque sabía que eso cambiaría todo lo que era, sentía que era lo único que podía hacer para honrar la memoria de Aslan. Su dolor se entrelazaba con la determinación, creando una tormenta imparable en su interior.

Con la cabeza agachada, Melody soltó la espada con desdén, como si el metal frío representara todo lo que había perdido. Se llevó las manos a la cabeza, intentando escapar del mundo que se había vuelto tan sombrío y cruel. En ese momento de vulnerabilidad, Peter la observaba desde su posición, sorprendido y abrumado. La imagen de ella, tan frágil y quebrada, desafiaba todo lo que él creía conocer sobre su fortaleza. Aquella faceta de Melody lo descolocaba; era como si estuviera viendo a alguien completamente diferente.

El peso del dolor se instaló en los hombros de Peter, tan pesado que sintió la necesidad de arrodillarse frente a ella. No sabía qué hacer ante aquella tormenta emocional; se sentía impotente ante su sufrimiento. Sin embargo, algo en su interior le decía que debía hacer algo más.

Sin pensarlo dos veces, la abrazó.

Melody no respondió al instante; a pesar del dolor en su corazón aún le incomodaba mostrar vulnerabilidad. Pero Peter no la soltó. La firmeza y el calor del abrazo eran un refugio inesperado para ella. Con cada segundo que pasaba en sus brazos, el río de emociones contenidas comenzó a desbordarse, arrasando con todo su ser.

Las lágrimas brotaron sin previo aviso; Melody lloró con una intensidad desgarradora. Gritó en medio del abrazo, como si cada sonido fuera una liberación del sufrimiento acumulado. Se aferró al muchacho con desesperación, buscando consuelo en su cercanía.


El abrazo de Peter se volvió más apretado, como si pudiera protegerla del mundo exterior y del sufrimiento que la había alcanzado. Sus manos acariciaban suavemente su espalda, intentando transmitirle una calma que él mismo no sabía si poseía. Pero todo era en vano, la oleada de emociones golpeaban a la muchacha sin piedad haciéndola gritar entre sollozos, palabras ininteligibles mezcladas con el eco del nombre de Aslan. Cada grito era un recordatorio del dolor desgarrador que sentía; una mezcla de añoranza y culpa que la consumía.

Era un llanto profundo y sincero, uno que resonaba con las pérdidas no solo de Aslan, sino de todo lo que había significado para ella.

El dolor desgarrador traspasaba el lino de las tiendas, y con él llegaba el eco de la terrible noticia aún no revelada. Era un alarido por Aslan y por todos los sacrificios no comprendidos. En ese momento compartido entre ellos, Peter sintió cómo el dolor de Melody se entrelazaba con el suyo propio.

— Eres la muchacha más fuerte y valiente que he conocido, Melody.

Y, a partir de allí, su llanto empezó a apaciguarse con lentitud.





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