.1.
Las luces de colores alumbraban su piel y el lugar, ambientado con la música que le permitía hacer movimientos sensuales para enloquecer a su público. Poco a poco la tela de la gabardina roja que traía encima fue cayendo hasta tocar el piso, dejando relucir su bien tonificado cuerpo en los lugares indicados, los cuadritos adornados con una pechera de cadenitas color oro que hacían un suave sonido metálico al chocar, mientras el pelirrojo danzaba alrededor del tubo de pole dance.
Sus movimientos ágiles y su belleza, capaz de atraer clientes de cualquier inclinación, fueran hombres dominantes o sumisos, homosexuales o heterosexuales, todos se perdían en su danza por un motivo aún mayor a los dos anteriores.
Chuuya Nakahara adora su trabajo.
Aunque la mayoría de los que trabajaban en ese club lo hacían más por necesidad o por llevar ya arraigado aquel estilo de vida, pocos eran los que hallaban el placer en su labor, por muy antitética que fuera para los ojos de cualquiera que se llamara a sí mismo "decente".
El pelirrojo había llegado hasta ahí luego de pasar años en las calles, solo, sin comida ni techo. Koyou Osaki, una mujer de finas curvas la cual era la patrona del lugar, lo acogió, le permitió quedarse en el viejo cobertizo del club y cuando estaba cerrado, Chuuya bajaba a ayudar con la limpieza del bar. Poco a poco descubrió que su afición era bailar, era ágil, aprendía rápido y tenía un don para embelesar a quien lo mirara, así que tan pronto tuvo la edad, empezó a bailar. Una idea netamente suya.
En cuestión de un año se volvió la atracción principal del club.
El Lobo Azul es el nombre del lugar, un club de pole dance donde los hombres asalariados y peces gordos iban a despilfarrar su dinero con chicas lindas. Tenía dos secciones. La principal es donde las chicas trabajan, mientras que cerca de la entrada trasera, un pasillo color púrpura con luces tenues conduce a las escaleras que llevan a la segunda planta del club, donde las chicas entretienen a aquellos que tienen suficiente dinero para pagar por un baile privado y gastan mucho en alcohol.
Incluso los yakuzas más buscados acudían como cualquier otro en busca de entretenimiento de una noche, siendo de los que más despilfarran.
Chuuya era de los escasos chicos que bailaba allí. Habían dos más; travestís operados, cabe mencionar. El pelirrojo era el único que no necesitaba las curvas de las féminas para lograr acaparar la atención de los clientes que por uno u otro motivo tenían "curiosidad". Los viernes por la noche, cerca de medianoche, le petit rouge hacía su aparición en el escenario principal, y vaya que recibía muchas propinas sin necesitar un par de tetas para variar.
Aquella noche de viernes la mafia portuaria ingresó al local, no era necesario armar barullo para acaparar la mirada de los demás clientes, su mera presencia era suficiente. El grupo ocupó una mesa en el medio del salón alrededor del escenario principal, entre ellos el demonio prodigio de la mafia, Dazai Osamu, se hallaba poco interesado en la vista en general. Habían chicas de todos los gustos por donde mirase: altas, bajitas, cuerponas, delgadas, rubias, morenas y hasta extranjeras. Ninguna llenaba sus expectativas por ahora.
El volumen de la música disminuye y el Dj anuncia la principal atracción del lugar para esa noche.
— ¡Para ustedes, Le Petit Rouge! — exclama antes de concluir. El joven ejecutivo no pone mayor atención a sus palabras, su mente divaga en otras cosas.
Como probar algún nuevo método de suicidio.
Aprovechando que está allí rodeado de chicas, quizás pedirle a alguna un suicidio doble, quién sabe y tal vez, salía exitoso y la estúpida chica aceptaba.
La pista empezó a sonar entre los aplausos y algarabía del público. La melodía lenta, seductora y embelesante de Earnet It de The Weeknd, en versión extendida, empezó a sonar mientras él se adueñaba del escenario y las miradas. Así, mientras Chuuya se preparaba para lucir encantado sus dotes y flexibilidad sobre el escenario, con miles de ojos sobre sí, un par de ojos color avellana con un toque oscuro como borgoña, observaba su show por primera vez.
Al principio sus compañeros parecían indignados. Ellos no habían asistido nunca un viernes, pero esta vez el jefe los mando a celebrar un golpe exitoso, y ese lugar fue el destino escogido por su reputación y privacidad, estaban ahí para ver mujeres lindas moviendo el trasero, y le petit rouge claramente no era una. Pero conforme pasaba el primer minuto, todos estaban lanzando billetes a su alrededor igual que los demás clientes.
Chuuya estaba en su propio mundo, él sentía la letra, la acompañaba con sus movimientos y lucía demasiado confiado y cómodo con cada uno. Quizás hasta pecaba de arrogante.
Tal vez por eso Dazai no había podido quitarle un ojo de encima.
Y de alguna manera, el pelirrojo podía sentir que lo devoraban con la mirada, no es que no lo sintiera a menudo, era algo del día a día. Pero esta vez estaba seguro que alguien lo veía de tal modo que podía atravesarlo y esculcar su alma para juzgar cada uno de sus pecados sin recato. Se sentía extraño y excitante.
Casi al terminar la pista y su número, pudo identificar a su captor visual, gateó por el escenario como un enorme felino cazando a su presa y frente a él hizo el gesto de las "garritas" para acabar recogiendo los montones de billetes frente a él, restregarlos en su cuerpo con una expresión de satisfacción enorme mientras se levantaba sobre sus rodillas abiertas hacía los lados y se despedía de su público con una lluvia de aplausos mayor a la que recibió al empezar. Un guarda espaldas iba detrás suyo con una bolsa que llenó con las propinas del pelirrojo medio desnudo y, para desgracia del mafioso, tapando con su amplia espalda el menudo cuerpo que había logrado captar su atención mientras este se alejaba aún recibiendo algunos dólares.
Ni siquiera se dio cuenta en que momento había contenido la respiración, porque acababa de soltar el aire en un suspiro involuntario.
…
— Nakahara, preparate para la VIP 8. — le anunció uno de los vigilantes al pelirrojo, que ya se encontraba en los camarotes compartidos con las demás bailarinas guardando lo que había ganado en su presentación.
— Pero no tenía ningún cliente por atender, aún ni siquiera termino de cambiarme.
— Es un cliente especial. Date prisa, es uno grande.
Chuuya pasó saliva y se mordió una uña cuando el grandulón se fue. Ese código lo conocían todos, era un pez muy gordo que podía darle suficiente para descansar una semana si le daba la gana.
A prisa buscó otro atuendo, negro, de cuerina. Un sombrero que nada que ver pero que de paso le encantaba y parecía quepi de policía, pero con chapas puntiagudas a juego con el cardigan negro del mismo material y unas botas relucientes color rojo brillante por encima de las rodillas.
Parecía un motociclista, pero sexy. Jodidamente sexy.
Cuando llegó al segundo piso y se topó con la puerta indicada, dos hombres de traje lo esperaban a cada lado de la puerta. No parecían los usuales escoltas, con auriculares casi invisibles en una oreja y corbata en el cuello. No. Estos estaban incluso prendados, llevaban el cuello de la camisa abierta hasta el pecho y sus caras eran de pocos amigos. Mentiría si dijera que eso no lo había intimidado.
Su dignidad casi perece cuando uno de ellos empezó a revisarlo a ver si venía armado. Por favor. Bastaba quitarse un par de prendas para dejar poco a la imaginación, ¿dónde, por todos los demonios, iba él a esconder un arma? ¿Quién diablos sería su cliente?
— Si tocas más que eso, tendrás que pagar, idiota. — amenazó.
El tipo se carcajeó por aquello pero lo dejó en paz y le abrió la puerta. Chuuya la cruzó y se dirigió a las cortinas oscuras detrás de las cuales se hallaba su "pez gordo".
No se sorprendió de ver al mismo hombre de antes, no. Pero viéndolo bien, se notaba muy joven aún con esa aura amenazante que destilaba hasta en su sonrisa orgullosa.
Chuuya le sonrió.
No cruzó palabras, tenía claro para lo que estaba ahí. La música de fondo era Motivation de Kelly Rowland y Lil Wayne.
Lentamente abrió su gabardina hasta el pecho. Dazai sacó un fajo de billetes del bolsillo interno de su saco gris oscuro. Chuuya no pudo evitar reparar en todo su atuendo, en especial en las vendas sobresaliendo en su cuello y muñecas.
El primer billete de cien dólares fue puesto en el mueble donde estaba sentado el castaño, a un lado. Chuuya con movimientos lentos comenzó a danzar despacio pero firme, descendió abriendo las piernas y luego las dejó bajar al piso, traía una pechera de cuero como las que se usaban para los juegos de BDSM debajo de aquella gabardina y una tanga hilo rojo, para caballero claro está.
Era increíble lo que uno conseguía en internet.
Dazai se mordía el labio de forma imperceptible, Chuuya hacía un split y eso lo hacía preguntarse como podía abrirse así y con esas botas que a su parecer eran incómodas, pero que le quedaban demasiado bien como para desear que se las quite sin su ayuda.
— Eres muy flexible. Te lo dicen a menudo, supongo.
— Me dicen muchas cosas. —contestó coqueto. Realmente no acostumbraba a hablar mucho por no decir que nada, él prefería estar sumergido en la música.
Nunca había sido tan difícil no sentirse excitado durante un baile privado, siquiera era complicado. Pero sentir como aquel par de ojos lo devoran le hacen sentir deseado como nunca en su jodida vida.
— Eres de pocas palabras. Eso, o me tienes miedo. — Dazai puso todo el fajo de billetes en el mueble. Chuuya estaba seguro que eran puros billetes de cien. Su cliente merecía un buen show y él se lo daría.
Pasó poco más de una hora, lo único que le quedaba encima era la tanga hilo y las botas que Dazai había pedido explícitamente que no se quitara. Pensó que quizás el hombre tenia una especie de fetiche raro con no ver los pies de los demás y no insistió, aunque ya sentía que le comenzaban a sudar las piernas.
Lo único que le jodía era que el hombre había bebido un montón de whiskey pero parecía completamente sobrio. ¿Cuándo se pensaba ir?
Pasaron los días, luego las semanas. La pregunta se convirtió en ¿hasta cuándo piensa seguir viniendo a verlo únicamente a él? Ahora se había encargado de acapararlo los viernes casi toda la noche y no dejarle tiempo para dar su show. No tenía oportunidad de quejarse, solo se quejaban sus admiradores. La administración no haría nada porque recibían una buena suma por apartar al pelirrojo para el mafioso. Y Chuuya ganaba el doble que el cabaret.
En algún punto sus conversaciones se hicieron más largas que dos oraciones. Ahora sabía que el chico que le limitaba las horas en la pista de baile se llamaba Dazai Osamu, que estaba al parecer podrido en dinero y que no tenía nada mejor que hacer los viernes en la noche que frecuentar el Lobo Azul para recibir un largo baile privado. Su bebida favorita es el whiskey porque fue lo primero que aprendió a tomar, pasa de la cerveza pero si va acompañada de cangrejo, bebería hasta agua bendita.
Y que tiene una insana atracción a la muerte. No quería saber exactamente a qué se dedicaba pero ya sabía que tenía que ver con los yakuzas. Por la edad, la misma que la suya, concluyó que su pez gordo debía ser el hijo mimado de un tiburón.
No es que quisiera dejar ir las cosas más allá, pero luego de un mes sin pisar el escenario optó por pedir otro día para darle unas cuantas vueltas al tubo.
Pero el sábado a la noche, mientras subía para dar el último show de esa noche con un par de tacones plateados, un jockstrap del mismo color que subía por el frente como si fuera un traje de baño femenino cubriendo sus pezones y un quepi plateado brillante, todo bajo un abrigo liviano de tela del mismo color que el diminuto traje, pudo sentir el aura asesina en una mirada que le taladraba hasta la nuca. Se sintió cohibido, pero ya estaba ahí y no se iba a bajar porque un chico caprichoso y millonario o lo que fuera, estaba obsesionado con que nadie más le viera a través del jockstrap el culo redondito y respingando que tenía.
Así que, al ritmo de Criminal de Fiona Apple, tomó el tubo entre sus manos y giró en él haciendo un split invertido. Caminó un poco a su alrededor, hizo algunos movimientos con su cabello, le bailó al pedazo de metal y como si lo sedujera, volvió a tomarlo y girar en él haciendo una pose de peter pan y seguido una de hada, para culminar ese giro con una pose de mesa. El público parecía enloquecido, le extrabañan. Sus propinas lo demostraban.
Dazai observó todo su show de pie al lado del bar, sus brazos cruzados, su ceño fruncido. Chuuya se escapó a los camerinos y dudó en volver a salir. Por un momento sintió miedo de haberse topado con un psicópata.
¿Por qué tenía que pasarle eso a él luego de que todo fuera tan bien en el último mes? Con un demonio, ¡él solo quería bailar! Eso lo hacía muy feliz.
Cuando se cambió y decidió salir a atender a Osamu para bajarle el evidente enojo infundado, él ya se había marchado.
…
Dos semanas. Desde ese momento Dazai no había vuelto al club y Chuuya no estaba seguro de si eso debía alegrarle o preocuparlo.
Entendió que era la segunda opción cuando salió al callejón trasero a fumar después del cierre el club y su cigarrillo recién encendido calló a las calles húmedas mientras era subido a una camioneta negra con vidrios polarizados. Forcejeó, pero un pinchazo en su brazo lo dejó sin fuerzas y todo se puso negro.
Cuando volvió a abrir sus ojos azul cielo, estaba en una habitación amplia, visiblemente de alguien acaudalado porque era enorme, todo era blanco en casi cada rincón y parecía habitación VIP de hotel cinco estrellas.
Seguía con su ropa de uso diario, los pantalones negros ajustados, su suéter blanco holgado y su gabardina favorita, negra con el interior rojo y corte de zigzag desde el cuello hasta las piernas por el frente, una cola corta por detrás y capucha. Agradeció a todos los santos en los que ni creía por conservar todo puesto.
Cuando estaba por inspeccionar el lugar para encontrar una salida, la puerta principal se reveló dejando entrar la figura casi escuálida de un hombre que Chuuya juraba era familia de Drácula. Quizás era por su atuendo o por la vibra atemorizante que emitía al sonreír simplón.
— ¿Quién es usted? ¿Por qué me trajo aquí? —se atrevió a preguntar. Intentó que la voz no le temblara.
— Yo hago las preguntas aquí niño, pero por cortesía, puedes decirme Mori. — el hombre se sentó en un sillón de lo que parecía una pequeña sala dentro de la habitación, lo que le hizo pensar que tal vez si era un hotel. — Así que... Tú eres el responsable de que mi nada estúpido pupilo este haciendo idioteces.
— ¿Perdón?
— Osamu. — aclaró, todo tenía más sentido ahora. — No puedo mantenerlo controlado si no tiene nada que le ate los pies al piso. Antes lo ataba su gusto suicida... Pero ahora no puede ni hacer un interrogatorio sin torturar hasta la muerte incluso a los socios que necesitaba conservar. La pregunta aquí es, ¿qué tienes de especial?
— Mire, yo no sé qué le pasa por la cabeza al bastardo de su hijo, yo no-
— ¿Hijo? — Interrumpió antes de reír un poco, obviando el insulto. — Dazai es mi sucesor. El próximo líder de la mafia portuaria. ¿Ni siquiera sabes eso? Como sea, si necesita su novio o lo que seas las veinticuatro horas al lado para que deje de fregarme el negocio y hacerme perder dinero por un berrinche, se lo daré. Necesito su cabeza despejada para que haga su trabajo.
Mori no lo dejó replicar, ni desmentir lo que había dicho sobre ser novios. ¡Él ni siquiera estaba seguro de que le gustara el chico con complejo suicida! El mayor se retiró, y cuando Chuuya intentó salir dos hombres lo retuvieron y lo devolvieron a esa habitación.
Dos horas después, un agitado Dazai azotaba la puerta antes de entrar hecho un demonio. Gruñó como acallando un grito. Chuuya estaba sentado al borde de la cama y no supo qué decir al verlo así. Por si fuera poco, el castaño traía más vendas que la última vez incluyendo casi la mitad del rostro, cubriendo su ojo derecho y una gasa en su mejilla izquierda.
¿Qué demonios le había ocurrido en dos semanas?
— Maldición. Chuuya, te juro que esto no fue mi idea.
— Entiendo. Solo dejame irme a casa, podemos hacer de cuenta que nada de esto sucedió y-
— No puedes irte. Si sales por esa puerta y cometo un solo error en mi trabajo, te asesinan.
Nakahara se sorprendió. Respiró hondo e intentó no entrar en pánico. Quería confiar en Osamu.
— Entonces no cometas ninguno.
— No es tan fácil, no me puedo concentrar porque pienso en ti todo mi jodido día. Diablos Chuuya, estoy perdiendo la cabeza. O quizás ya estaba perdida en un principio y solo empeoró con tu llegada. Me gustas Chuuya.
El pelirrojo estaba en shock. ¿Qué debía hacer con eso? Nakahara no lo sabía.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top