𝑷𝒓𝒐́𝒍𝒐𝒈𝒐
Tras despertar, la suave melodía del trinar de las aves llegó a sus oídos, haciéndole maldecir, deseando que se callaran.
Y como si de una película se tratase, su mente reprodujeron los hechos ocurridos el día anterior, reubicándose en el mapa.
Luego de cepillarse los dientes se dió una ducha, para lavarse completamente toda la somnolencia.
Al entrar de nuevo en su habitación dirigió su línea de visión hacia el gran espejo que había para ver su pelo rubio todo desordenado. Su camiseta caía en distintas direcciones mientras mostraba los boxers con los que había dormido.
Sus pantalones de chándal grises estaban en el suelo hechos todo un ovillo. Se los puso y siguió por el pasillo hasta las escaleras.
Al bajar no oyó ningún ruido, lo que significaba que su vieja bruja estaba trabajando al igual que su padre. Lo que era igual a paz y tranquilidad.
Una sonrisa que apenas era visible se formó en su cara.
No conocía a nadie de los los vivían en su calle, no eran muy sociable. Y debido a esa bendición había algo que él hacía sólo algunas mañanas.
Ahora se encontraba sentado en el porche de su casa con una taza de café en las manos. Mientras, observaba el azul del cielo concurrido de blancas nubes y deseaba de nuevo que los pájaros hicieran silencio de una maldita vez.
Minutos después de dar el primer sorbo a su bebida, se oyó un ruido provinente de la calle. Eran unas pequeñas ruedas que giraban en el pavimento.
De repente, parecía que el mundo había dejado de moverse. Bakugo no hizo contacto visual pero, pudo retratar cada pequeño detalle de la chica que pasaba.
Iba montada en su skate, con unos Vans de la Vieja Escuela. De su cintura hasta sus tobillos colgaban unos vaqueros holgados. Apenas podía ver la camiseta blanca de tirantes bajo la grande chaqueta que llevaba encima. Su corto y azulado pelo ondeaba en el aire siendo movido por el viento, dejándole ver su preciosa cara.
Mientras avanzaba, un pequeño destello brilló en el aro plateado que llevaba enganchado en la parte superior de su oreja derecha, junto a otros piercings. Además, sostenía su teléfono en la mano mientras unos airpods reproducían música en sus oídos.
Ella ni siquiera notó la presencia de Bakugo, pero a él le había cambiado la vida.
¿Por qué demonios su corazón latía a un millón de kilómetros por hora?
Quería concentrarse en otra cosa que no fuera ella, pero no podía. Lo único que sonaba en su cabeza una y otra vez era...
─Tengo que volver a verla─
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