~ 𝑺𝒆𝒕𝒆𝒏𝒕𝒂 ~
~ 22 de febrero de 2013, un rato antes, en otra parte de la ciudad ~
Este chaval está loco si piensa que voy a ayudarle con esto. Es la segunda vez que iba a negarme a hacer algo; la primera fue el día que no me hice cargo de ella cuando la saqué de aquel desguace.
Se lo avisé. En repetidas ocasiones. Que si había algo que pudiera afectarla no me implicaría.
Y lo que me estaba pidiendo lo hacía. Con creces.
—Kisaki, ¿me explicas qué consigues matando a una chica que no tiene nada que ver con todo esto?
—¿Acaso no lo ves? No es solo idea mía, Hanma... Izana también apoya esto.
—Eso no contesta a mi pregunta, Kisaki.
—Si ella no está a tu novia no le quedará nada que tenga que ver con ellos, ¿entiendes? No tendrá nexo con la ToMan. Sólo le quedarás tú y, con suerte, puede que cambie de idea en cuanto a lo de vengarse de la mafia. Quizá al volver a perder a alguien se retracte de querer llevar esa vida normal. ¿No quieres que esté contigo para siempre, Hanma? Si es lo que pareces gritar a viva voz siempre que os veo.
Me estaba poniendo de los nervios.
—Kisaki, ya, cállate. No dices más que sandeces —lo interrumpí y encendí un cigarro.
Aunque estaba empezando a alterarme con todo esto, mi pulso se mantenía firme.
—Además —continué—, si haces eso, contra el único que querrá tomar venganza será contra ti. Ella sabrá que has sido tú. Sabes lo lista que es. ¿No has pensado eso?
—No te preocupes, no sabrá que hemos sido nosotros.
—Kisaki, por última vez te lo voy a decir, no me vas a incluir en esto. Si piensas que voy a dejar que lo hagas estás muy equivocado. Es su mejor amiga, joder. ¿Estás loco?
Le vi esbozar una sonrisa de medio lado que podría atemorizar a cualquiera.
—Eso de que no te vas a incluir ya lo veremos. No olvides lo que eres, Hanma. No pienses que voy a dejar escapar a mis mejores piezas tan fácil. ¿De verdad no vas a ayudarme?
—Olvídalo. Además —le di otra calada al cigarro—, tú nunca te manchas las manos. ¿Puedes explicarme por qué coño haces todo esto? Nunca me has dicho el motivo.
—Ahora no es el momento para contarte nada, Hanma... —miró hacia un lado, como buscando a alguien y dio un fuerte silbido para llamar la atención—. Y eso de que no vayas a ayudarme me decepciona mucho por tu parte. Al final, escogiste mal...
Me miraba de reojo pero yo no podía hacer más que observarle, sin entender una mierda de lo que me estaba hablando.
—¡Yamanaka! ¡Ven conmigo! —gritó hacia uno de los tipos que había al lejos.
Aquel chico de Agatsu comenzó a acercarse hacia nosotros en su moto. Kisaki se montó en la parte trasera y, mientras se ponía el casco, el otro parecía colocar un objeto alargado entre sus pies.
Reaccioné en ese mismo instante. Ese tipo era al que le partí las narices el día que intentó matar a la enana.
Casi me abalancé sobre la moto, tratando de detenerla por el manillar.
—¿De qué estás hablando? ¿Qué escogí mal el qué? —pregunté, con la mirada fija en Kisaki. Incluso creo que soné algo desesperado por conocer la respuesta a esas cuestiones.
El tal Yamanaka le pasó el objeto a Kisaki y él lo dejó reposar sobre su hombro. Era un bate de béisbol.
—No te preocupes, vas a entenderlo todo en breve. Tú solo ten el teléfono a mano —hizo una pausa y le escuché suspirar—. Y ni se te ocurra interferir.
Vi que el otro tipo estaba mirando demasiado en dirección a mi coche y la cosa empezó a darme mala espina.
—Espera... no irás... ¿ahora? ¡Ni de coña!
Emma estaba con ella, ¿acaso iría a por ambas?
—¡Ni se te ocurra hacerle nada! ¡Kisaki!
Yamanaka había acelerado con la moto, sobrepasándome y situándose al lado de mi coche. Sacó una navaja del bolsillo de su chaqueta y la incrustó repetidas veces en las dos ruedas derechas de mi vehículo. Corrí para alcanzarlos, pero no llegué a tiempo. Habían empezado a alejarse.
En ese momento la ira empezó a apoderarse de mí. No entendía nada. No tenía ni puta idea de lo que tenía pensado hacer. Pero sabía que, fuera lo que fuera, implicaba a Reika de una u otra manera.
Y no podía permitirlo. No a ella.
—¡Kisaki! —grité, encolerizado—. ¡Cómo se te ocurra hacerle algo te juro que te mato! ¡Cómo se te ocurra tocarle un puto pelo de la cabeza vas a desear no haber nacido!
Se me iba a salir el corazón del pecho. Mis puños se apretaban cada vez más y mi garganta comenzó a ocluirse. Pero no dejé que nada de eso me detuviera. Mi coche no iba a poder caminar de esa manera, apreté mi pie contra ambas ruedas, y ambas parecían estar deshinchándose cada vez más.
—Maldito hijo de puta...
Miré a mi alrededor y allí había más tipos de Agatsu en sus motos, así que ni lo pensé y me acerqué a ellos.
—¡Tú! Dame tu moto —ordené a uno de ellos.
—¿Cómo dices? ¿Estás loco? No quiero —reprendió el tipo.
Casi me llegaba al mentón. Y se levantó de la moto en un intento de intimidarme. Pero no lo consiguió.
Arqueé una ceja y puse la mayor cara de asco de mi vida mientras le sostuve la mirada.
—¿Acaso crees que te lo estoy preguntando? Aparta
Le di un ligero empujón que lo hizo a un lado y agarré el manillar de la moto para montarme, pero él me respondió con otro empujón. Volví a girar mi cuerpo hacia esa escoria:
—Mira, gilipollas, si no quieres que te saque los dientes uno a uno más te vale estarte quieto, ¿comprendes? —amenacé.
Me empezó a hervir la sangre y, cuando lo vi esbozar una ligera sonrisa en un intento de responderme, liberé algo de esa energía dándole un puñetazo directo al frente de la boca.
La adrenalina volvía a invadirme, pero tenía que llegar allí. No podía perder más tiempo peleándome en este lugar. Algunos se acercaron al que ahora yacía en el suelo quejándose y con sangre brotando de su boca.
—Imbécil... ¿no sabes quién es o qué? —le decían en voz baja, pero podía oírlos—. Mira que ir a meterte tú solo con el Dios de la Muerte...
Siquiera tenía tiempo de regodearme en aquello, por lo que apreté el puño de la moto varias veces, para que el motor se calentara lo más rápido posible y salir de allí como alma que lleva el diablo.
—Efe cabrón... efe cabrón me ha paftido laf paletaf...
El que estaba en el suelo me señalaba con el dedo. Pero ya no le presté más atención y salí de allí, acelerando cada vez más, sin mirar en ningún cruce si venía alguien o no, sin echar cuenta a ningún semáforo en mi camino e intentando tomar todos los atajos posibles hasta llegar al cementerio.
Ellos no habían salido mucho antes que yo, tan sólo unos minutos. Tenía que alcanzarles, debía hacerlo.
Avisa a Reika.
Mi mente tuvo un momento de lucidez. Saqué el teléfono con cuidado de no caerme y no sé cómo lo conseguí, pero empecé a marcarla.
Un pitido, dos pitidos, tres pitidos...
Contesta... Enana... contesta....
Cuatro pitidos, cinco pitidos... y el buzón de voz.
Lo intenté un par de veces más, pero ella no contestaba ¿Lo tendría en silencio? Joder...
Ya solo estoy a dos calles. Aceleré al máximo y por fin aparecí en la larga carretera donde la había dejado hacía un rato para que se viera con ella pero al lejos pude comprobar que, por mucho que hubiese acelerado y la prisa que me había dado, ahí había pasado algo.
Aún estando lejos comprobé que una figura estaba tirada en el suelo. Pero era rubia.
Enana...
La escuché gritar. Ahora mi avance era cada vez más lento, tanto, que el motor casi ni se escuchaba y, aunque lo hubiera hecho, seguramente ese sonido se vería sobrepasado por los gritos que Reika empezó a lanzar al aire.
—¡Ayuda! ¡Por favor! —tenía la voz rota—. ¡Emma!
No había llegado a tiempo.
Me quedé estático. Petrificado.
Por un momento respiré tranquilo, a ella no le había pasado nada. Me sentí mal por pensar aquello, pero era cierto: mi única preocupación había sido la idea de que Kisaki le hubiese hecho algo a ella. Y no había sido así.
Pero, con todo y con eso, al empezar, una vez más, a escuchar cómo lloraba al lado del cuerpo casi sin vida de alguien, otra vez se me removió todo en el interior.
Esta vez nadie me dio la indicación para llevármela de allí. No fue un quién, sino un qué: esos enormes ojos que me estaban mirando, llenos de lágrimas. Y su boca frunciendo los labios fuertemente, intentando aguantar el llanto.
Mi cuerpo reaccionó solo.
Bajé la visera del casco que le había cogido a aquel tipo y aceleré una vez más, enganchándola casi al vuelo y colocándola sobre mi hombro.
No quería que viera aquello. No podía dejarla ver morir a otra persona cercana a ella. Además, no me fiaba. Kisaki podía seguir por allí y no me fiaba de él. De que no fuese a volver a hacerle algo a ella.
Sabía que iba a enfadarse conmigo como nunca por sacarla de allí, pero tenía que hacerlo, no podía arriesgarme.
Ella no paraba de gritar el nombre de Emma hacia atrás, pataleando, volviendo a dar puñetazos a mi espalda y fuertes tirones a la chaqueta que llevaba puesta.
—¡Reika! ¡Para! Que nos vas a tirar
Aceleré un poco más, alejándonos de aquel lugar lo más posible, antes de que sus patadas nos hicieran perder el equilibrio. En cierto momento pareció calmarse un poco y su cuerpo detuvo los movimientos bruscos. Aproveché para ir un poco más rápido y, por fin, detenernos en un callejón.
La bajé de mi hombro y mis manos comenzaron a palparle el rostro, los hombros, todo lo que mis ojos querían comprobar.
—¿Estás bien? ¿Te ha pasado algo?
Y lo siguiente sucedió igual que aquel día. Pero esta vez fue peor porque no lo vi venir.
Acababa de soltarme un puñetazo en la cara. Con todas las fuerzas que tenía en ese momento que, aunque no fueran muchas, eran las suficientes para que en mi boca pudiese notar un ligero sabor a sangre.
Ella miraba hacia el suelo, con el pelo tapándole el rostro y apretando los puños a ambos lados de su cuerpo. Sus hombros se movían de manera repetitiva de arriba abajo, como si estuviera temblando.
—¿A qué ha venido es-
—Shuji... ¿Por.... ¿Por qué...
En el momento que empezó a hablar, su vista se levantó y se me partió el alma al verla. Se estaba mordiendo el labio inferior, sus orificios nasales se abrían y cerraban de manera descontrolada, sus ojos... sus ojos me miraban mientras incesantes lágrimas caían de ellos, humedeciendo sus coloradas mejillas.
—¿¡Por qué coño has hecho eso!? ¿¡Por qué me has sacado de allí!? ¡He dejado a Emma sola! —su voz volvió a quebrarse—. ¡Emma! ¡A Emma, Shuji!
Sus manos se habían posado en su pecho, estaba gritándome mientras sus dedos apretaban la tela que le cubría el cuerpo.
No le di importancia al dolor de mi mandíbula y me acerqué a ella, rodeándola con mis brazos para que se hundiera en mi pecho. Ella intentaba apartarse, pero mi abrazo era más fuerte que su empuje a mi cuerpo.
—¿¡Qué haces, Shuji!? ¡Suélta-
Le enterré la cara en mi pecho haciendo fuerza con mi mano en su cabeza.
—Enana, deja de gritar... —le acaricié el pelo con la mano, ella terminó por rodearme con sus brazos y comenzó a llorar sobre mí otra vez.
Otra vez...
No sé el tiempo que estuvimos así. Terminé sentado en el suelo del callejón con ella en mis brazos, como una niña pequeña sobre mis piernas, desahogándose como aquella noche en Akita.
Kisaki... ¿qué coño has hecho? ... ¿de verdad crees que yo quiero verla así? ¿De verdad crees que yo sería capaz de hacerla pasar por esto tan solo para tenerla al completo para mí? No entiendes una mierda de nada, Kisaki...
Al cabo de un buen rato, ella se apartó lentamente y me miró. Me removí un poco para colocarme mejor y mis manos pasaron a acariciarle ambas mejillas con los pulgares.
—¿Estás mejor? Dime, ¿te ha pasado algo a ti?
—No... yo estoy bien... pero, Shuji... ¿qué pasa? ¿Por qué te preocupas por si yo estoy bien? Es evidente que a mí no me ha pasado nada... —me miraba con los ojos vacíos y hablaba en apenas un hilo de voz.
Me tensé. Si le decía ahora que yo sabía que esto iba a pasar y que había intentado avisarla, solo iba a empezar a culparse por no haber contestado al teléfono. Así que, una vez más, decidí mentir:
—Nada, Reika... Me asusté... Sólo es eso...
—¿Y esa moto? —ella señaló al vehículo—. ¿No habías ido en coche donde Kisaki?
Mierda. Joder, si es que está en todo.
—Sí... pero se me ha pinchado una rueda y me han dejado esto para venir a buscarte... ¿quieres contarme qué ha pasado?
—Shuji... vino una moto, yo no la vi... pasó por mi espalda... —sorbió por la nariz—. ¿Tienes tabaco?
Asentí y le di un cigarro que tuve que encenderle, pues las manos le temblaban y no era capaz de encender el mechero.
—Y luego Emma... solo la vi en el suelo... y... —continuó y se comenzó a mirar las palmas de las manos—. Y...
Iba a volver a llorar. Tenía las manos llenas de sangre seca, pero no se había dado cuenta hasta ese momento en que se las había visto directamente.
—Ya... tranquila... ven aquí —apoyé su cabeza en mi hombro y dejé que descansase ahí mientras fumaba—. Enana... ¿viste quién era?
Tragué saliva. Fuerte.
—No...
Hijo de puta... Kisaki... ¿qué se supone que debo hacer yo ahora?
Noté que mi teléfono vibraba en el bolsillo, pero lo colgué.
Pasamos otro rato más así, en silencio, mientras mi mano acariciaba su cabello, y mis labios de vez en cuando dejaban algún que otro beso en su cabeza. Pero a ella no paraba de temblarle la pierna, ni tampoco sus manos habían parecido dejar ese nerviosismo atrás.
De repente, se encogió más de la cuenta, colocando sus manos en el abdomen.
—¿Aún te duele? — pregunté y ella asintió—. Venga, vamos a casa. Te tomas algo para el dolor, descansas un poco y luego vamos a verla si quieres, ¿vale? Seguro que está bien. Estará en el hospital.
Volvió a asentir. No parecía siquiera escuchar lo que le estaba diciendo.
—Seguro que solo ha sido un golpe... ella no tiene nada que ver... no quiero esto otra vez... se acabó... ya no quiero más peleas...
Solo repetía esas frases una y otra vez mientras nos dirigíamos a casa en la moto. Estaba abrazada a mí, pero podía escucharle susurrar aquello contra mi espalda y retorcerse de vez en cuando.
Cuando llegamos, aparqué esa moto afuera de la casa y ambos entramos. Tuve que llevarla en brazos. Aún estaba con un ligero shock que hacía que sus piernas no le respondieran como debieran. Una vez dentro, la coloqué en el sofá y fui directamente al armarito de las medicinas para coger un antiinflamatorio de los fuertes.
—Enana, tómate esto y descansa un poco, anda.
Le di la pastilla con un poco de agua y me senté a su lado en el sofá. Ella apoyó su cabeza en una de mis piernas y permaneció ahí con los ojos cerrados y el cuerpo encogido hasta que pareció quedarse dormida.
No me moví ni un milímetro. Mis dedos le acariciaban el cabello suavemente y la pierna en la que ella no se apoyaba no paraba de traquetear a causa de los nervios.
Joder...
Mi teléfono volvió a vibrar al cabo de un buen rato y lo saqué del bolsillo con el mayor de los cuidados de que ella no despertase y comprobé quién me llamaba con tanta insistencia.
Mira tú por dónde...
—¿Qué coño quieres? —contesté en el tono más bajo posible.
—Al fin contestas. ¿Dónde estás?
—En casa. Con Reika —la miré de reojo, parecía no inmutarse con nada—. Kisaki, ¿qué coño has hecho?
—¿Cómo ha reaccionado ella? ¿Ha cambiado de opinión?
—¿Tú qué crees? ¿Eres imbécil? Claro que no ha cambiado de opinión. ¿Tú de verdad crees que es momento para que ella esté pensando en eso? Todo lo contrario, gilipollas. Por lo que le he escuchado decir... esto solo le ha dado más motivos para alejarse de este tipo de vida —esbocé una sonrisa irónica—. ¿Qué? Esta vez no ha salido como tú pensabas, ¿no? Kisaki... Te juro que como le hagas algo a ella...
—¡Cálmate, joder! —se enfadó, me había dicho eso casi gritando— Aquí el único imbécil eres tú. Sabía que quizá esto no cambiaba su opinión, pero esto no lo he hecho solo por ella. Recuerda que mi plan principal siempre ha sido minar la moral de Mikey... ella era la oportunidad de tener el apoyo de los criminales más grandes del país... Pero si ese no va a ser el caso... acaba de convertirse en una pieza inservible para mis planes, Hanma... sabes lo que eso significa, ¿no? ¿Sabes lo que es esa chica ahora para mí, verdad? Un estorbo. Igual que al principio.
No podía estar más tiempo sentado.
—Kisaki —me incorporé un poco y dejé un cojín para que ella reposara su cabeza. Me levanté del sofá y fui hacia el patio de la casa sin hacer ruido—. Tócala y te mato. Te juro que te mato. Sabes que soy capaz.
Escuché solo una risa irónica del otro lado.
—¿Qué tanto harías por ella, Hanma?
Me lo imaginé. Estaría esbozando esa sonrisa diabólica como la que había visto esa misma mañana.
En ese momento, asumí que había vuelto a caer en sus manos.
No es que las cosas no hubieran salido como él planeaba, sino que volvía a tener todo pensado para poder combatir cualquier contratiempo pero, esta vez... Esta vez sería la peor para mí.
—Ya has visto lo que puedo llegar a hacer para cumplir mis objetivos y, de hecho, si a mí me pasara algo... —soltó una ligera carcajada—. Ten por seguro que si se te ocurriese hacerme algo, no sólo tú terminarías muerto. Sé de cierta antigua pandilla, que ahora tenemos bastante cerca, que pagaría millones solo porque se les permitiera ponerle las manos encima a tu novia... Recuerda, Hanma, recuerda que siempre voy a salirme con la mía. De una manera u otra.
¿Hablaba de Agatsu?
—Cabrón...
Empecé a planear mil y una maneras posibles de enfrentarme a todos ellos yo solo. Pero, incluso si ella me ayudase, eran demasiados. Quizá podríamos aplacar a la mayoría... pero solo éramos dos... Dos contra todos ellos y la maravillosa mente que tenía todo detrás. Y no iba a terminar bien. Eso nunca podría terminar bien. Bastaría un simple mal movimiento, un mal golpe o un despiste, para que uno de los dos terminase derrotado.
O peor, muerto.
—Hanma, ya sabes lo que voy a decirte, ¿verdad?
Mis nervios empezaron a nublarme la vista. Sentía una ira incomparable. Todo este tiempo había permitido que me utilizase como su mejor arma de combate, como su fiel lacayo, creyendo que sus planes nunca llegarían a interponerse en mi vida personal. Pero a Kisaki parecía importarle bien poco eso.
No le convenía nada que interfiriera con sus planes.
Sólo me había utilizado para tenerla cerca y, ahora que sabía que no serviría de nada, quería quitarla de en medio de la manera más fácil posible. Pero no podía permitírselo.
—Aún hay una posibilidad de que pueda conservar la vida. Según me has dicho, ¿no quiere tener nada que ver con las pandillas, no? Supongo que al final estuvo bien el tener que jugar con ellas todas esas tardes a las batallitas... Cuando veía que iba a perder siempre lo decía ¿te acuerdas? Una retirada a tiempo es una victoria... Imagino que se estará aplicando el mismo mantra ahora mismo...
—Deja de regodearte y suéltalo de una puta vez —clamé.
Mi mano agarraba con fuerza el teléfono, tenía una vaga idea de lo que iba a pedirme. Pero esperaba que no fuera verdad.
—Tú vas a ser el que termine de apartarla de todo esto, Hanma. Si quieres que no le hagan nada... —hizo una pausa que se me convirtió en eterna—. Déjala.
Se me tensó todo el cuerpo.
—Déjala de manera que no quiera volver a saber nada de ti y, en cuanto a ti... Tú vas a garantizar su vida quedándote a mi lado. Sabes que eres la mejor pieza de mi tablero, lo sabes de sobra.
—Y con esto consigues tenerme agarrado por las pelotas para siempre, ¿no?
—Coño, al final parece que das una —bromeó, aunque evidentemente, a mí no me hacía ninguna gracia.
Mi cuerpo se había dejado caer sobre el muro exterior de la casa y mis manos temblorosas intentaban sacar un cigarro del paquete
—Exacto, Hanma. Tú te quedas conmigo.
—Pienso matarte...
—Hazlo, adelante. Es más, te invito a intentarlo —volvió a ponerse serio—. Ya te he dicho lo que pasará si lo haces. Tu única salida ahora mismo es hacer lo que te estoy diciendo, Hanma. Y más vale que a ella le quede bien claro que no intente acercarse a ti. Y, por supuesto, que a ti no se te ocurra ninguna locura. Te lo aviso, las personas correspondientes ya están informadas por si se os ocurre hacer algo. Así que ahora, esta vez... la decisión SÍ es tuya. Tú decides cómo termina todo, Hanma: los dos vivos, pero separados; o los dos muertos. Y, créeme que, si eliges la segunda opción, vas a sufrir muchísimo más de lo que te imaginas. ¿No querías lo mejor para ella? Justo es lo que te estoy proponiendo: que la alejes de todo lo que le hace mal. Incluso de ti.
—Cállate de una puta vez...
Me había acorralado, ¿acaso en algún momento no lo había hecho? ¿De verdad llegué a creer que ella y él eran amigos?
Shuji... ¿por qué no te diste cuenta? Ahora sólo te queda aceptar tu derrota. Joder... ¿qué podría hacer?
Me levanté y miré la moto ajena una vez más.
—Kisaki —le di una última calada al cigarro y lo tiré—. Tú ganas... —mi voz sonaba con más pesadez que nunca. Me empezó a arder el pecho, al igual que mis ojos estaban a punto de estallar de rabia—. Solo tengo tres condiciones.
—Mientras hagas lo que te he dicho, pon las que quieras.
—Primera —me acerqué aún más a esa moto—. Déjame quedarme hoy con ella, hasta que se termine la pelea en el muelle.
—De hecho, igual nos viene bien que esté allí para confrontar a la ToMan. Tengo la ligera sensación de que ella va a resentirse con Mikey por esto. Así que de acuerdo.
Chasqueé la lengua con desagrado.
—Segunda —posé mi mano en el manillar de la motocicleta y apreté los dedos con fuerza, agravé el tono de mi voz y, creo que, en ese momento, fue la amenaza más notoria que hice en mi vida—: es la puta última vez que te metes en mi vida personal, nunca —enfaticé aún más mis palabras—, nunca, se te ocurra volver a meter las narices en ella.
—Podré lidiar con eso. ¿Y la tercera?
—La tercera... —empecé a arrastrar la motocicleta, alejándola del muro—. Si en algún momento se te ocurre, a ti o a alguno de los mierdas que tienes detrás, ponerle un simple dedo encima a la enana, pasar, aunque sea a cinco metros de ella... sabiendo que estoy aceptando esta mierda-
—Hanma, no hace falta que sigas. Ya te he dicho que no voy a hacerle nada mientras tú cumplas con tu parte. Sin locuras y sin que ella quiera acercarse a ti, esa es mi condición.
Hijo de puta...
—¿Algo más?
—Sí, una cuarta y última. Aunque no es una condición, es más bien un mensaje —me senté en la moto y la arranqué—. Sile al de las paletas rotas, a ese desgraciado de Agatsu, que se despida de su motito, no la va a ver más.
Comencé a acelerar el puño de la moto, ese lugar no quedaba lejos, a apenas dos minutos en moto.
Le escuché reír.
—Está bien, está bien. Me importa bien poco eso. Haz lo que quieras.
Colgué el teléfono. La rabia no me dejó pensar más.
La cólera se apoderó de mí mientras aceleraba cada vez más hacia el río. Una vez allí, en una de las zonas apartadas y donde nadie podía ver lo que hacía, me bajé del vehículo y descargué mi ira contra él.
Lo pateé, rompí todo lo que podía romperse con las manos mientras mi garganta ahogaba gritos de rabia y del dolor más profundo que había sentido nunca.
No había manera de escapar de esa maraña de hilos que salían de mi cuerpo. Por más que lo intentaba, lo único que parecían era liarse más entre ellos.
Cuando quedé exhausto, saqué unas últimas fuerzas de sabe Dios dónde y levanté la moto, dejando salir otro grito más a causa del esfuerzo, y haciéndola caer al río.
La vi hundirse, cada vez más profundo y desapareciendo, al igual que todo lo que había soñado con ella.
Mi vida con ella se me escapa de las manos, sumergiéndose cada vez más en esas oscuras y vastas aguas que en todo este tiempo yo había navegado, bajo una capitanía de mente inexpugnable e impredecible que, a partir de ahora, lideraría el rumbo.
Holi, al final tengo que partir este capítulo en dos por que me quedó larguito, así que bueno, no estaba previsto pero quizá hoy haya actualización doble.
Gambito de Dama: Un gambito en ajedrez es un sacrificio de material, normalmente de un peón. Quién lo realiza busca obtener algún tipo de compensación, bien sea de ataque, iniciativa, ventaja en el desarrollo de la partida...
Besitos <3
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