~ 𝑺𝒆𝒕𝒆𝒏𝒕𝒂 𝒚 𝒅𝒐𝒔 ~

Recomendación de canción para todo el capítulo, en bucle: Train Wreck - James Arthur


 —Reika... tengo que hablar contigo —el pelinegro hablaba en un hilo de voz.

Ella enarcó una ceja y lo miró con cara de extrañeza.

 —¿Qué mierdas dices, Shuji? ¿Qué te he dicho siempre de esas palabras? —intentaba sonar tenaz, pero no podía esconder el hecho de que esas palabras le removieron todas las entrañas, poniéndola cada vez más nerviosa—. ¿Qué te pasa? Ve al grano.

Él no sabía cómo decirlo, solo por el simple hecho de que todo lo que en ese momento saliese de su boca, absolutamente cualquier palabra que pronunciase, no sería más que una sarta de mentiras que él no deseaba decir.

 —Reika... se acabó.

 —Ya, lo he visto. Tengo ojos en la cara. La pelea ha terminado, ¿y qué pasa con eso? 

Esbozó una ligera sonrisa burlona, pero comprobó que el chico no le respondía de la misma manera.

 —¿Para esto me arrastras hasta aquí? Venga, vamos. Tenemos que ir a por Mikey, tengo que hablar con él.

Ella empezó a tirar de su mano, girándose y dándole la espalda. Pero él se mantuvo clavado en el sitio y bajó la cabeza hacia el suelo. No quería decir aquello. No podía mirarla a los ojos y decirle esas palabras si su vista se clavaba en los orbes de ella. Ya que, si hacía aquello, tenía por seguro que se delataría a él mismo.

 —Para. No me refiero a eso —Hanma tomó aliento y suspiró. 

Decidió actuar. Iba a ser el mejor actor que cualquier compañía hubiese podido contratar para una gran película. Necesitaba meterse en su papel, sonar convincente; no había otra manera de hacerlo que la de creerse todas las falacias que a partir de ahora soltaría. Como si de un guion se tratara. 

Volvió a respirar profundamente y levantó la cabeza:

—Lo nuestro, Reika, eso es lo que se acabó. A eso me refiero.

 —¿Qué coño me estás diciendo? —ella aflojó el agarre de la mano del tatuado y, tras escuchar eso, la soltó de inmediato con un brusco movimiento—. ¿A qué viene esto?

 —Lo que oyes —Hanma  sacó un cigarro e, intentando aparentar calma, se sentó en el muro de cemento donde esas olas rompían sin cesar—. Tú y yo —Señaló a ambos con el dedo índice, de manera intermitente, mientras encendía el cigarro—. Tú y yo ya no somos nada.

Ella se había quedado muda, algo que al chico le extrañó. Pero no podía salirse del papel, por lo que intentó no preguntarle. Solo esperó a que la persona que tenía enfrente rompiera el incómodo silencio que acababan de generar sus palabras. 

Pasaron unos minutos, en los que la respiración de Reika comenzó a agitarse cada vez más, paulatinamente y acorde a cómo también aumentaba la presión de su pecho. Su mirada parecía haberse perdido completamente; sus pupilas no paraban de mirar de un lado hacia otro, de derecha a izquierda, intentando buscar algo, una mínima razón por la que el chico, que hace unas horas le estaba diciendo que la amaba, ahora le hubiese dicho aquello.

 —¿Es por el puñetazo?

 —¿Eres imbécil? ¿Tú crees que por un mísero puñetazo iba a decirte eso? —Shuji fingió reír de manera orgullosa—. No te creas tanto, Reika...

Le molestó esa actitud de él. No la entendía. Parecía una persona totalmente diferente. Ese chico que se encontraba frente a ella en ese momento no era el mismo de siempre. Y le pareció raro. 

Se cruzó de brazos y decidió, a pesar de que los nervios que sentía casi no le permitían mover el cuerpo, que iba a ponerse a su altura. Quería comprobar hasta qué punto sus palabras tenían validez.

 —Entonces, dime —la chica elevó la voz—. ¡Dame un puto motivo para que me estés diciendo esto, Shuji! ¡Dame sólo uno!

 —Todo ha sido mentira —sentenció él—. Todo ha sido parte de un plan, Reika. ¿Nunca te diste cuenta?

Hanma tragó saliva mientras seguía fumando. Involuntariamente, su pie empezó a traquetear en el suelo y ella se dio cuenta.

 —¿Mentira? ¡Já! —presa de los nervios, dejó escapar una carcajada seca, no se lo creía—. ¿Un plan? 

No quería pensar que casi el año y medio que habían compartido era una mentira, sobre todo, por que nadie podía fingir tan bien el amor.

 —¿Qué maldito plan, Shuji?

 —Justo este: terminar con la ToMan.

El pelinegro tiró el cigarro al suelo a los pies de ella y no le dio tiempo de apagarlo, pues Reika se adelantó y pisó con fuerza justo donde la colilla había caído.

 —¿Tú de verdad crees que yo me voy a tragar eso? 

Se había acercado lo suficiente a él como para tomarlo del cuello de la camiseta, levantando un poco su torso hacia ella y haciendo que sus miradas se encontrasen. Él intentaba apartar sus ojos de los de ella.

 —Shuji, mírame.

Necesitaba verle los ojos, esos dorados y afinados ojos que eran la ventana a través de la cual ella podía saber lo que pensaba. Pero, en ese momento, no se dirigían hacia ella.

 —¡Mírame joder! —instó.

Él obedeció, pero su mirada estaba seria, vacía de expresión. Ni una mota de enrojecimiento en sus escleras. Eso la llevó a pensar que quizá todo lo que estaba diciendo iba en serio, que no se trataba de otras de sus bromas.

Aflojó un poco su agarre en la ropa del chico, pero ambos se mantuvieron en esa posición durante unos instantes.

 —Shuji... 

Sin ella siquiera notarlo, en sus ojos había empezado a nacer un lamento en expresión de pequeñas gotas que caían sin cesar en el rostro del chico, desembocando en las mejillas contrarias. Reika no parpadeaba, solo lo miraba mientras las lágrimas se desprendían de ella, como  las primeras gotas de una lluvia venidera lo hacían desde las nubes.

 —Todo esto es broma, ¿verdad? Te estás vengando por lo del puñetazo, ¿no?

El chico se ahogaba. No podía hablar, pues el nudo en su garganta se lo impedía. Estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano por intentar no compadecerse; no ablandarse y no caer ante esa expresión de ella, esa forma de mirar que siempre había hecho que todo lo demás le importase una mierda, estaba conteniéndose como nunca.

 —No es ninguna broma —sentenció—. Ya no me sirves. Te he estado utilizando todo este tiempo.

Se levantó y la apartó de mala manera. No pretendía hacerlo con la fuerza que lo hizo, pero así fue. Él lo único que quería era estar de espaldas a ella un momento. Necesitaba respirar y que el escozor que notaba en sus ojos se aliviase sin que Reika pudiera notarlo.

Miró de reojo por encima del hombro y la vio quedarse estática, observándolo, al igual que lo había hecho en el callejón esa misma mañana: llena de lágrimas y aguantando el llanto mientras se mordía el labio inferior. Una de sus manos sujetaba la muñeca contraria contra su pecho, tratando de calmar el vacío que se estaba generando en él.

Un poco más... haz que te odie Shuji... 

Hanma no paraba de repetirse las mismas palabras para alentarse a continuar. Sabía que ya no tenía retorno, pero debía ir más allá; hacer que de verdad no quisiera acercarse a él. 

Empezó a fingir una risa malévola.

 —Mírate, eres patética. Siempre que no te gusta como salen las cosas, te echas a llorar —no lo pienses, solo di las mierdas que siempre decías...—. ¿Qué quieres? ¿Un abrazo? —dijo, con tono burlón—. Olvídate, bastante he tenido que aguantar ya... 

Un poco más.

 —¡Y se acabó! —rió aún más alto—. ¡Por fin se acabó! ¡Vaya puta tortura ha sido todo es-

 —¡¡Cállate!! 

Se giró de golpe y se le cortó la respiración.

 —Ya... Cállate... ¿Sí? —ella estaba hundida. Lloraba, pero sonreía con los ojos cerrados.

Con la misma rapidez que se había girado, repitió ese movimiento para darle la espalda de nuevo. Había notado cómo una lágrima involuntaria salía de sus ojos. Y ella no podía verle así, o todo ese teatro, ese circo que estaba montando se vendría abajo. Secó la gota y, de manera amenazante, se acercó a ella, para mirarla desde su altura:

 —¿Qué quieres ahora? —preguntó, mirando hacia abajo.

 —Tú no me puedes estar haciendo esto... —Reika sorbió su nariz.

Hanma deseaba tocarla y abrazarla, pero no podía hacerlo. Se mantuvo pensando en la amenaza del rubio, repitiéndosela una y otra vez en su cabeza para no desplomarse ante ella.

 —Shuji... —ella empezó a dar ligeros empujones con las palmas de las manos sobre el pecho de él—. ¡Tú no me puedes estar haciendo esto justo hoy! ¿¡Cómo puedes!? ¿¡Cómo coño puedes hacerme esto justo hoy!?

 —Quítate de encima —él apartó esas manos que lo empujaban y decidió que no podía soportarlo más—. Me voy. Ni se te ocurra buscarme.

Comenzó a alejarse de ella, cada vez más, pero a un paso lento que le permitía escucharla llorar desconsoladamente. Sin embargo, se detuvo en seco cuando esos sollozos cambiaron a una risa nerviosa.

Reika no sabía lo que estaba experimentando. Todo le parecía una locura; le dolía el pecho como jamás lo había hecho. Lloraba, pero se estaba riendo, pensando en lo tonta que había sido, en las palabras de Baji antes de morir avisándola de Kisaki, en todo lo que habían vivido juntos, todas las cosas bonitas que le había dicho y que ahora se le clavaban como los puñales más afilados, no solo por la espalda, si no por todos los trozos de su piel, por cada una de las más ínfimas partes. 

¿Cómo era posible que alguien llegase tan lejos por un mísero plan? ¿De verdad él no sentía nada por ella? ¿A pesar de haber compartido tanto? ¿A pesar de incluso saber que se llevarían para siempre grabados en la piel? 

No se lo creía.

 —¡Shuji! —gritó a la desesperada y él volvió a girarse.

 —¿Qué coño quieres? —respondió, elevando la voz al igual que ella.

 —¿Verdad o reto?

Él sacudió la cabeza.

No me hagas esto ahora... para... por favor.... Déjalo ya... 

 —¿Qué dices? ¿A qué viene eso ahora?

 —¡Contesta joder! —él volvió a avanzar nervioso hacia ella.

 —Eres una puta molestia, ¿lo sabías? 

Enana... ya basta...

—Sólo contéstame —la castaña empezó a acercarse a él de la misma manera: lenta y arrastrando los pies, pero sosteniéndole una mirada firme que había dejado de llorar.

 —Agh... 

Hanma se rascó la nuca mientras se seguía acercando, hasta que sus cuerpos quedaron nuevamente a una corta distancia. Estaba nervioso, quería salir de allí, irse corriendo a la solitaria casa de su difunta madre, a partirlo todo, a soltar la rabia que estaba conteniendo, pero necesitaba darle ese último empujón para que ella no lo persiguiera.

 —Reto, venga.

 —Bésame — ella elevó su mirada, con una leve sonrisa en el rostro.

Intentaba aferrarse a él una última vez con un beso que le desmintiera todo aquello, que diera algo de luz a lo que estaba pasando en ese momento. Un breve contacto que le transmitiera todo lo que ella no podía ver en ese momento a través de esos ojos dorados.

A él le pilló por sorpresa. Era lo último que creía que iba a decirle. 

No lo pudo evitar, no pudo soportar esa mirada. Justo esa mirada.

No contestó, no dijo nada. 

Solo bajó su rostro al de ella y sus labios se encontraron una última vez.

No estaba seguro de lo que hacía, pero él también lo necesitaba. Ansiaba calmarla y no podía. Sabía que esto solo iba a hacerle más daño a ambos, pero no le importó, solo quería su sabor una vez más. Aunque el beso que compartían fuera el más salado que jamás habían experimentado.

Sus labios eran gentiles, abrían los de ella dulcemente y con el mayor cuidado del mundo. Sus lenguas danzaron del mismo modo, suavemente en la boca del contrario, deseando no separarse nunca el uno del otro. 

Las grandes manos tatuadas acariciaron involuntariamente las mejillas de la chica y, en ese momento, supo que debía parar. Debía detenerse antes de que los corazones de ambos terminaran por explotar.

Sus labios se separaron de los de ella, al igual que sus manos, pero mantuvo el contacto apoyando su frente sobre la de Reika.

 —¿Contenta? —susurró— ¿Ya puedo ir-

 —Eres un mentiroso Shuji... 

 —Lo sé —admitió.

Se acababa de arrepentir de todo. De ese beso. De no haberse ido hacía unos segundos. 

Volvió a odiarse por ser tan impulsivo pero, en ese momento y aunque fuera lo último que hubiera querido decirle, se le ocurrió algo que sabía que ella no podría soportar de él.

Ella le rodeó el cuello con los brazos, con la intención de abrazarle, pero él no correspondió a eso. Se mantuvo con su cabeza apoyada sobre el tembloroso hombro de ella. Respiró profundamente, intentando aplacar de nuevo los tambores que retumbaban en su pecho.

Lo que confesaría a continuación sería el punto final. Lo que terminaría por alejarla de él para siempre. Pero, al fin y al cabo, eso era lo que pretendía. 

Ya no había vuelta atrás. Se acercó a su oído y susurró aún con el nudo en la garganta e intentando sonar lo más frío que su grave voz le permitió:

 —Yo... Yo sabía que Emma iba a morir.

Reika se apartó de golpe y él pudo ver en sus ojos una mezcla de odio e incredulidad.

 —¿Cómo? —temblaba, y sus ojos comenzaron a humedecerse. Apretaba los puños a ambos lados de su cuerpo una vez más. Sus pies se movían con cautela, asustados, retrocediendo un par de pasos— ¿Cómo? ¿¡Qué me estás diciendo!?

Sigue así... No salgas de tu papel...

Hanma se sacudió las manos en la chaqueta, como restándole importancia a lo que decía.

 —Eso mismo. Yo lo sabía, desde un principi-

Esta vez sí lo vio. Pero no hizo nada. Dejó que ella comenzase a desfogarse contra su rostro, puñetazo tras puñetazo. 

Reika sentía cólera, una cólera inconmensurable. Su cuerpo volvía a hablar por ella, estallando en ira contra a quien había amado tanto, contra quien aún amaba y quien acababa de soltar la peor bomba sobre ella.

Entendió que, quizá por eso, él había llegado con tanta rapidez. Que quizá por eso se tenía que reunir con Kisaki esa misma mañana. Por eso ellos sabían donde estaba Emma.

 —Hijo de puta... —bramaba.

Los puñetazos pasaron de su rostro al pecho, pero él se mantenía de pie, con hilos de sangre brotándole de un labio y de la ceja, tiñendo algunas partes de su rostro del mismo color que el de sus uniformes.

 —Maldito hijo de puta... —las palabras se escapaban de sus labios ahogadamente mientras impactaba sus puños contra el cuerpo de él.

Sin embargo ella, por mucho que todo le encajase en la cabeza, seguía sin querer creérselo. 

Fue perdiendo la fuerza, pues la agonía volvía a sucumbirla haciendo su cuerpo pesado. Detuvo sus golpes para tomar aire, apoyándose con las palmas en sus rodillas y mirando hacia el suelo.

 —Acaso... —jadeó—. ¿Acaso no piensas defenderte o qué? 

Las lágrimas seguían cayendo al suelo, no habían parado de salir entre golpe y golpe, pero ella no podía ni darse cuenta de aquello. Sólo estaba dejándose llevar.

Volvió a abalanzarse sobre él. Pero, esta vez, una de las manos tatuadas la detuvieron.

No quiero hacer esto... pero... ódiame... termina por odiarme al completo... aléjate de mí, no me busques, no quieras encontrarme... solo... solo vive por mí.

 —Yo no soy como los de la ToMan, mocosa.

Apretó el puño, y, aún dudando, lo hizo impactar contra el costado de ella, en un punto donde sabía que no le dolería tanto y con la suficiente fuerza como para hacer que se resintiera, pero evitando que le dejase una marca.

 —A mí me da igual que seas un chico o una chica, Reika —dijo, y escupió a un lado mientras la veía retorcerse de dolor frente a él. Había caído de rodillas al suelo y hacía por recuperar el oxígeno que el golpe le había robado.

Se arrepintió. Como nunca se había arrepentido de nada, pero creyó que ya era suficiente. Era suficiente para ambos. Ya no podía hacer nada más, los dos acumulaban el suficiente dolor como para saber que ese era el final de todo.

 —Ahora sí —volvió a escupir a un lateral, una mezcla entre saliva y sangre que quedó en el cemento—. Me voy, Reika.

Y se giró con la intención de no volver su vista atrás, de irse de allí para no volver a verla nunca, por mucho que le pesara y por mucho que le partiera el alma en mil pedazos, tenía que irse de allí.

Ella no podía moverse. Se mantuvo en el suelo, aún habiendo recuperado el aliento, se quedó inmóvil.

Acababa de vivir lo que creía que nunca llegaría a pasarle, todo, en un mismo y fatídico día que aún no terminaba para ella. 

Lamentaba su estupidez. La estupidez de haber creído que, si se besaban, él se retractaría de todo. Pero lo único que había conseguido con eso era empeorarlo todo. Volvió a perderse de ella misma, su mente se mantenía en blanco y en sus oídos solo rezumaba un fuerte pitido que no hacía otra cosa que sumirla más en aquel trance.

 —¡Reika! —su voz la llamó una última vez.

Ella alzó la mirada y lo vio al lejos, gritándole antes de desaparecer de su vista:

 —¡Ni se te ocurra buscarme! ¡No quiero verte nunca más! 

Y así, con esa última sentencia, fue como ambos se vieron por última vez.

Ella se dejó caer por completo en el cemento.

 —El Dios de la Muerte... ¿eh? 

Cerró los ojos y, allí, completamente sola, volvió a romperse en mil pedazos. Ahogando su llanto, ahora, sobre sus propias manos.

Una vez más, sola.

Ya está... sin duda... este es el mejor espectáculo que he podido dar en mi vida...

Me dejé caer contra un contenedor tras girar la esquina. No notaba las piernas, había perdido todas mis fuerzas.

Está llorando...

La escuchaba al lejos, oía como ahogaba sus gritos y por fin mis ojos dieron rienda suelta al dolor. Escondí mi cabeza en las rodillas y mis manos no paraban de dar tirones en mi propio cabello. Tenía que escucharla, esos gritos tenían que quedarse grabados en mi memoria para siempre, así nunca olvidaría el daño que acababa de hacerle, mis palabras, mis gestos, todo, no podía olvidar nada de lo que había sucedido hacía un momento o no me lo perdonaría jamás.

 —¿Te vas a quedar ahí llorando para siempre o qué? Eres un puto blando, Hanma.

Alcé mi vista y ahí estaba él. Aún sonriente con dos o tres más de Agatsu a sus espaldas.

 —Déjame en paz... 

Me levanté y pasé por su lado, chocando mi cuerpo contra su hombro de manera violenta y encaminándome hacia la moto. Al pasar por al lado de los demás tipos pude ver que estos tenían unas ligeras sonrisas en sus rostros.

Los miré igual que había mirado al de las paletas rotas esa misma mañana: de la forma más amenazante posible. Algunos de ellos sí parecieron tensarse, pero ese tipo no. El tal Yamanaka seguía mirando de manera osada en mi dirección. Pero me importaba bien poco en ese momento.

Yo... yo solo quería irme a casa... con ella... y ya no podía volver allí...

Solo tenía un sitio donde ir, encerrarme y ver el tiempo pasar... Como años atrás hice cuando mi madre murió... Otra vez más, en la más profunda soledad y oscuridad. Agradecí en ese momento el llevar siempre la copia de las llaves de esa casa junto con las de la moto.

Me monté en el vehículo y miré al cielo. Un copo de nieve se posó sobre mi mejilla.

La nieve...otra vez volvería a enfriarlo todo.

Lo siento...

No puedo decir nada, me ha dolido en el alma escribir todo esto, enserio. 

Si me da tiempo en un rato subo lo siguiente, que lo tenía casi escrito de antes y solo me queda poner un par de cosas. 

Oye, una pregunta así random que se me ocurrió ayer, hostia se que saca de contexto totalmente, pero nunca me dio por poner el color del coche de Hanma, jajajajajaja ¿vosotros de qué color os lo imagináis? Yo me lo imagino así de un color de estos grisáceos- dorados claritos, en plan camel, no sé si me entendéis JAJAJAJAJ en fin, cosas que se me vienen a la cabeza para quitarme un poco la tragedia de la mente, no me lo tengáis mucho en cuenta. 

Os quiero mucho. 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top